Cap V- ¿Y la decoración?
—Me muero de la curiosidad -exclamó Ginny.
—Yo del hambre -gimió Ron.
—Yo de la rabia -musitó Laverne, mirando a dos ravenclaw que lucían el mismo conjunto que ella, de encaje negro a medio muslo y con escote hasta el ombligo, y que también se estaban mirando con furia entre sí. Una de ellas era definitivamente demasiado niña para lucir ese conjunto, y la mayor evidentemente la estaba regañando.
—Las Giovanini -informó Parvati-. Siempre peleando. Se llevan muy mal, no como nosotras -miró a Padma, que asintió expresivamente. Las dos Patil también lucían conjuntos parecidos, aunque de diferente color.
Se abrieron lentamente las puertas.
Reacción general al entrar: Decepción. Perplejidad. Alivio (de Severus).
La decoración... ausente.
O casi. (Algunos mosquiteros, cascabeles, móviles y juguetes de cuna infantil flotaban por las alturas; si mirabas hacia el techo te asaltaba la vertiginosa sensación de ser de pronto muy pequeño).
Reacción del plantel profesoral al ver entrar a los alumnos:
—¿No estábamos en invierno? -Albus, confundido.
—Albus, este castillo está demasiado bien calefaccionado por las noches. Tal vez podríamos ahorrar un poco de energía mágica -Minerva, siempre práctica.
—Propongo cambiar el uniforme de Quidditch, Albus -Hooch no es que estuviera mucho más vestida que la mayoría de los alumnos, pero al menos llevaba una enorme franela descolorida y vieja que le tapaba hasta medio muslo-. Estoy segura de que volarían mejor así. La comodidad es fundamental para evolucionar sobre la escoba.
La mayoría de los estudiantes varones se cubrían solamente con un calzoncillo, desde la lycra negra de Zabini y la fosforescente de Seamus hasta los abrigados calzones largos de los gémelos, de tan estupenda calidad mágica que habían subido la cuesta de cinco generaciones hasta llegar a ellos en perfecto estado.
—Severus -se interesó pérfidamente Remus-, ¿no es extraño que, a excepción de Albus, Sybill y tú, nadie más en todo Hogwarts utilice ropa de dormir de estilo mágico? -soportó estoicamente la mirada de sorna que Snape dirigió a la única parte vestida de su cuerpo, y agregó-: Ni uno sólo de tus slytherin, fíjate: todos con "modelos" muggles.
Y tanto. Los mayoría de los modelos que vestían los slytherin mostraban en la cinturilla el conejito de Playboy. Los restantes eran lujosísimos pijamas de brocado de seda virgen, de Gucci o Armani. Ningún anticuado camisón largo, aunque tampoco ninguna comodísima franela vieja peleada con el glamour.
—Pues a tí no sé cómo se te permite asistir -Remus también estaba en calzoncillos, uno viejísimo, con la goma salida por un costado-. ¿Qué tal si en medio de la fiesta se termina de romper esa goma?
—No te atreverías, Severus.
—¿Yo? ¿Por quién me tomas? No soy un merodeador -pronunció con asco-. Pero no requiere ninguna ayuda, Remus; yo que tú le pediría a Albus uno de sus camisones. Por simple y elemental precaución.
—Así duermo. Y duermo muy bien por cierto -sonrió Remus-. Pero ya sé porque tú estás tan amargado: Es imposible que alguien descanse usando túnicas para dormir.
—No es una túnica -ignorante, pensó-: Es un camisón largo de invierno del tipo que los magos han usado desde 1300. Como el de Alb... -se mordió la lengua, porque el de Dumbledore daba conjuntivitis de mirarlo, rojo con lunares azules, amarillos y verdes.
Nada que ver con su elegancia en gris oscuro, en la mejor lana de guanaco mágico que Madame Malkin podía conseguir.
Snape paseó una mirada desolada sobre el conjunto de los profesores:
Sybill se perdía dentro de una antigua mortaja rosa y malva de larga cola. Quizás habría adivinado que iba a morir durmiendo, y así se aseguraba de estar correctamente vestida para el ataud.
Minerva lucía un abundante deshabillé bordeaux digno de Bette Davies. (Pero de Bette Davies joven).
Flitwick un monito de dormir infantil enterizo, con paticas y todo, con su hilera de brochecitos delante.
—Es lo único que consigo en mi talla directamente, sin tener que hacerle arreglos -explicaba cuando alguien se lo quedaba mirando-. Y es muy cómodo.
Pasó entonces
Snape a recorrer con la vista al alumnado que iba invadiendo
lentamente el Gran Comedor:
Había olvidado momentáneamente
los zapatos, sólo miraba decepcionado cómo no había
tampoco un alumno, ni un slytherin siquiera, decentemente vestido a
la moda mágica de ropa de dormir.
Ni varones ni chicas.
¡Ah, las chicas!
Las slytherin eran un desfile de encajes sobre transparencias, en largas fantasías de raso y seda.
Las ravenclaw, una confusa mezcla de franelas extragrandes con minúsculos t-shirts por encima del ombligo.
Sólo en Hufflepuff había mayoría de ... pijamas, la mayoría de ellos con motivos infantiles.
¡Y las gryffindor! Sólo las más pequeñas vestían pijama, además de Ginny (uno sospechosamente parecido al de Ron). Las demás casi todas conjuntos cortos de telas suaves, mórbidas, con algunos encajes. Incluso el de Hermione era un coqueto conjunto corto y casi sin mangas, aunque de sencillo algodón.
Pero había además entre las gryffindor dos chicas de origen muggle en camisetas térmicas, otra más en leotardo, cuatro en camiseta de hombre, y las tres franelas viejas, grandes y estiradas de las tres cazadoras (la de Angelina había sido de Fred, y ella rogaba en vano que nadie la reconociera).
—¡Magnífica idea, Albus! -susurró venenosamente Snape-. Cuando El Profeta se entere dirá que que nuestros alumnos hacen orgías con nuestro permiso.
—Ejem, muchachos -llamó Albus la atención nuevamente-. Creo que no vamos a permitir hacer fotos, esta vez. -Y la cámara de Colin desapareció limpiamente de sus manos-. Se le devolverá mañana, no se preocupe, Creevey.
Severus dejó de lamentar la elegante desnudez de la gran mayoría de sus slytherins varones y empezó a buscar a Potter con la vista. Su morbosa atracción se congratulaba anticipadamente de imaginarlo dentro del más infantil de los pijamas, como no podía ser de otra manera.
Y justo entonces y cuando más desprevenido estaba...
—¡Neville!! -ahogó la exclamación, paralizado por la sorpresa.
Cerró la boca, consciente de haber atraído algunas miradas curiosas.
Y luego poco a poco fue
dejándose tomar por la rabia... ¡Neville!
¡Había
sido nada menos que el explota-calderos de Neville!
¡Cómo se atrevía el casi-squib a fantasear con él!
¡Cómo tenía el descaro de osar poner su sucia mente sobre él!!
Con la enormidad de su furia se había olvidado de Potter, así que no se dio cuenta de que éste no había entrado en el comedor con los demás, ni de que Ron y Hermione cuchicheaban entre ellos preguntándose en qué momento se les había perdido. Hermione retenía a Ron -aunque lo retenía más el hambre- de ir a buscarlo.
Pero el protector instinto lobuno de Remus sí notó la ausencia de inmediato: Faltaba Harry.
Se apuró a salir con disimulo por detrás, por la puerta de los profesores, justo cuando Albus se levantaba para anunciar el inicio de la cena, alzando la voz en vano sobre el murmullo de decepción del alumnado. Finalmente logró atrapar la atención de todo el mundo agitando un enorme sonajero celeste y rosa:
-Sé que están pensando... ¡al viejo director por fin se le acabó la imaginación! -sonrió suavemente-. Pero no es así: La decoración aparecerá después. Comeremos sin ella, no queremos que las miguitas nos estropeen luego la fiesta. -Volvió a dedicarles una enorme sonrisa-. En cuanto el último termine, ¡a divertirnos! Pero ahora, ¡buen provecho!
Y las viandas, como si hubiera estado esperando la palabra clave, llenaron las fuentes.
