Cap. VII- Cordones verdes en cuatro pies.

Mientras tanto Snape no comía: No podía dejar de mirar a Neville.

Con furia.

No, no con furia. ¡Con odio!

Sentía como si Neville se hubiera vengado de todas las bajadas de puntos y todos los castigos y todos los sarcasmos y todos los desprecios con sólo haber provocado que él perdiera su autocontrol en aquel baño.

Su inexplicable conducta en el baño, al dejar pasar tan intolerable acto y... ¡realizado en nombre suyo! -asco, asco, asco- lo hacía sentirse humillado.

De haber sospechado que se trataba del inepto de Neville lo habría arrastrado hasta la gárgola del amante de los dulces, lo habría expuesto ante Dumbledore y McGonagall como el pervertido que era.

"Bueno, Severus" se dijo tras un rato de mirarlo fijamente masticando tan perniciosas ideas, "míralo por el lado bueno: El no sabe que tú sabes, pero tú sí sabes lo que él no querría que nadie más supiera, y tú menos que nadie."

Este inteligente razonamiento lo hizo distenderse un poco, siempre sin aflojar la dura presa de la mirada de odio.

Neville tampoco comía, por supuesto; estaba tan atrapado por su mirada como un pichón por la de la boa constrictor que se lo va a almorzar. Hacía rato que le daba vueltas en la boca al primer bocado que tomara, sin poder tragarlo. Y al notar eso Snape, y que Neville empezaba a temblar como si tuviera el tarantallegra porque ya no soportaba más su furiosa mirada fija, su mueca de ira dejó paso a una cruel sonrisa.

Neville que llevaba quince minutos sometido a aquella mirada de gorgona, al verla convertirse en tan feroz sonrisa pegó un grito y salió corriendo hacia afuera del Comedor.

Pero no alcanzó a salir, pues llegando a la puerta se tropezó frontal y brutalmente con Draco, Harry y Lucía que venían entrando, cayendo al suelo los cuatro en indefinido montón.

Draco gruñó de muy mal modo, pero después del susto que acababa de pasar por su arrebato de intentar hechizar a Lucía no estaba tan agresivo como de costumbre. Se limitó a decir:

—¡El torpe de Gryffindor tenía que ser! -y sacudiéndose con desprecio se levantó y se dirigió hacia su mesa.

—Neville, ¿podrías evitar atropellarme en lo sucesivo? -reprochó Harry, aun tenso por lo sucedido en la habitación de Malfoy y que además ya no veía de hambre.

Pero lo más desconcertante para Neville fue que Lucía apretara la mano que él había dejado caer sin darse cuenta sobre los negros encajes que a medias cubrían el aún indefinido pecho de la niña, le hiciera ojitos y le lanzara un concentrado beso, poniendo la boca en forma de corazón.

Tomando su cara de desconcierto por el asombro de la fascinación, Lucía contó para sí, "uno", y ágil como pelota nueva se levantó y, tras dedicarle una última mirada seductora, corrió contentísima hasta la mesa de Ravenclaw, más feliz aún al ver la cara de disgusto de su hermana.

Entonces Harry y Neville, que parecían jugando twister por lo revueltos que habían quedando, apoyándose mutuamente al fin lograron levantarse a la vez, y también a la vez voltearon hacia el frente antes de empezar a andar hacia su mesa.

¡¿Harry?! -exclamó Snape para sí-. ¿Neville? ¿Harry?

Su mirada iba de uno a otro, de uno a otro... zapatos muggles de deporte con cordones verdes en cuatro pies.

Neville volvía a ser el inepto pero inofensivo (excepto para los calderos) incompetente de siempre, y nada más.

¿O no?

¿O sí?

¿O no?

Sí, sí... tenía que ser Harry el del affaire del baño. Tenía que ser Harry.

Nunca lo había visto tan descuidadamente hermoso.

Tan elegantemente espontáneo.

Tan sobriamente desordenado, en ese pijama que parecía hecho especialmente para hacerlo lucir los ojos verdes y la grácil contextura de su cuerpo, pero además levemente arrugado, tan informal, como si en realidad acabara de levantarse de la cama.

¡Qué sugerente look!

Viéndolo así no podía a aceptar que fuera de otra manera. Que fuera otro sino Harry.

No, de ninguna manera podía aceptarlo. Tenía que haber sido Harry quien tan fervientemente rogara por él. Quien soñara con él. Quien suspirara por él.

Tenía que ser Harry, que arrastraba tras de sí todas las miradas y ni siquiera se daba cuenta, tan sensual y tan inocente al mismo tiempo, tan frágil pero tan viril, tan dulce y tan decidido a la vez...

—No los mires así -le reclamó burlonamente Remus, separando la silla para volver a sentarse al lado suyo-. Sólo fue una caída, Severus. Estoy seguro de que no lo hicieron con intención de molestarte.

Junto con la comida desaparecieron las cinco mesas. Dumbledore se levantó y reclamó atención nuevamente con el sonajero:

—Ahora... ¡¡a quitarse los zapatos!!! -exclamó con una gran sonrisa.

Ignoró todos los murmullo de "Está loco" , "¿Qué bicho le ha mordido ahora?", "Le ha atacado el Alzheimer" y otros por el estilo, y señaló detrás del grupo de profesores, donde un largo mueble-cesta a todo lo largo de la pared estaba esperando recibir las zapatillas.

En cuanto todos estuvieron descalzos la transformación empezó:

Capas y capas de cortinas fueron cubriendo todas las paredes, y el suelo empezó a hacerse un poco blando, y además levemente flexible, y también se cubrió de tela.

—¡Guau! -exclamó Harry, al descubrir que estaban rodeados de millares de almohadas, almohadones y cojines de todos los tamaños. Y peluches también.

—Esto es... -no llegó a decir Ron, antes de que el movimiento brusco provocado por los saltos de los gemelos lo tumbaran al blando suelo boca abajo y un cojín lanzado por Ginny le diera en plena cara.

—... una enorme cama! -completó Hermione.

Sí, estaban todos sobre una inmensa, descomunal, gigantesca, cama.

Una cama del tamaño del Gran Comedor completo.

Ron no lograba levantarse, todos los gryffindor de su edad lanzando a la vez se lo impedían.

Albus lanzó la primera almohada del sector profesoral; Remus se agachó y el envión le pegó a Severus.

Snape bufó y en lugar de arrojar la almohada de regreso empezó a deshacerla violentamente entre sus fuertes manos de largos dedos, enfurecido aún por la frustración de no poder saber, de seguir sin saber.

—Tst, tst, tst, tst -hizo Albus decepcionado-. No sabes jugar, mi pobre niño; no sabes jugar. -Y le lanzó otra almohada con estupenda puntería.

En camisón y rodeado de las plumas de la almohada que estaba destrozando no parecía tan peligroso como habitualmente, así que un slytherin se atrevió a lanzarle un cojín, apostando a que no lo habría visto.

Como seguía concentrado y no reaccionó se atrevió otro luego... y luego un gryffindor, uno de los gemelos.

Luego también una ravenclaw de las de camisita por el ombligo -Snape se la quedó mirando como desconcertado, era una de las mejores en pociones- y al final hasta un hufflepuff...

Pronto eran tantos los almohadazos que Snape estaba recibiendo que Remus y Hooch tuvieron que acercarse a rescatarlo y ayudarlo: El todos contra todos había empezado, y no excluía a nadie.

Sólo había una persona que no participaba. Un alumno. De Sliytherin.

Estaba sentado en un rincón apartado, muy confundido.

¿Sería que se estaba volviendo loco?

¿Los había visto o no los había visto?

¿Había visto a Draco y Harry durmiendo juntos en la cama de Draco o no los había visto?

Podría jurar que cuando subió a buscar a Draco para pedirle un retén de corbata que necesitaba para sujetarse el pijama no lo había encontrado. Tanta era su prisa que al no recibir respuesta había abierto rompiendo los hechizos de seguridad (los conocía todos muy bien) pero no sólo Draco no estaba sino que tampoco pudo encontrar facilmente lo que buscaba, así que al final, desanimado, salió de nuevo, renunciando a ponerse el fino pijama nuevo de invierno y conformándose con el slip que usaba cuando la noche era cálida.

Pero también podía jurar que cuando entró se encontró a Draco y Harry dormidos en la cama del primero, y una especie de fantasma femenino muy pequeño que se encendía y apagaba en la otra cama.

Se asustó y salió corriendo, y fue por eso que Remus encontró la puerta sin hechizos cuando regresó de su excursión hasta su despacho, donde sacara tanto a Draco como a Harry las varitas de los bolsillos, sin dejarse ver de sí mismo, ni de ninguno de los otros tres.

Pero sobre todo de sí mismo.

Le había salido perfecto, ninguno de los cuatro lo había percibido, y las cuatro varitas estaban ahora en su mano.

Sonrió con alivio, sin darle mayor y importancia a lo de la puerta. Había tenido que calcular milimetricamente sus movimientos, pero todo había salido bien: Lucía descansaba plácidamente en la cama, de una sola pieza, el obliviate ya no existía más. Ya nunca había existido.

Y los tres estaban empezando a despertar.

Les contó todo lo sucedido, antes de devolverles las varitas.

Así como Zabini ellos también recordaban dos cosas contradictorias, a Lucía paradójica, y a Lucía enterita y durmiendo como un angelito, pero al menos ellos sabían por qué.