Capítulo 10. Heredera de la muerte

El sol estaba extendiendo sus vivificantes rayos cuando Beatriz apartó poco a poco la bruma del sueño. Experimentó la sensación de estar flotando, con el cuerpo carente de peso. Era una sensación agradable, residuo de la apasionada noche. Abrió perezosamente los ojos, puso la mente en funcionamiento y empezó a examinar el entorno.

Descubrió que estaba en la cama con Severus, totalmente desnuda y abrazada a él, con la cabeza apoyada en el fuerte pecho del hombre que la tenía abrazada contra sí por la cintura. Con cuidado, se separó de él y salió de la cama, mientras él se movía y se daba la vuelta.

Se vistió lo más rápidamente que pudo, asustada por lo que había ocurrido, pero no pudo evitar observarle. Estaba tan guapo cuando dormía, tan dulce, tan vulnerable, con las facciones más suaves, con una expresión tan diferente a la que tenía cuando estaba despierto...

No pudo evitar recordar la noche anterior, cómo la había amado, la delicadeza y la ternura con que la había hecho suya... Sacudió la cabeza. ¿Cómo había pasado? ¿Cómo podían haber terminado en la cama? ¿Realmente... realmente la amaba?

Miró a su alrededor con una sonrisa feliz. Las paredes de la habitación estaban pintadas de verde. En las paredes había grandes estanterías llenas de libros, una mesa con una silla, un armario, una rinconera con cajones y una mesilla de noche, todo de madera en colores oscuros.

Como la mayoría de las mujeres, Beatriz sentía curiosidad por las habitaciones de los hombres solteros. Pensaba que sólo se podía conocer al sexo opuesto por el ambiente en que vivía. Algunos hombres, comentaban las mujeres, vivían como ratas y nunca cuidaban su higiene personal, creaban y conservaban extrañas formas de vida en sus cuarteos de baño y dentro de las neveras. Hacer las camas les resultaba tan extraño como poner la lavadora.

Luego estaban los tipos excéntricos, residentes en entornos que sólo un experto en descontaminación podía amar. Polvo, restos de comida y restos de pasta dentífrica eran atacados con furia y eliminados enérgicamente. Todos los muebles, todos los objetos de decoración estaban colocados con precisión y nunca podían cambiar de sitio.

La habitación de Severus ocupaba una posición intermedia. Limpia y ordenada, mostraba una despreocupación masculina capaz de atraer a las mujeres. Daba una sensación de sencilla comodidad, contraria a la atmósfera vanidosa y afectada de un decorador de interiores.

En el suelo de la habitación, cerca de la puerta, divisó la copa que Severus había dejado abandonada antes de cogerla en brazos. Se acercó y la levantó, e iba a dejarla encima de la mesa cuando un extraño olor llegó a su nariz. Acercó la copa y olió el contenido. Dos gruesas lágrimas salieron de sus ojos y rodaron por sus mejillas.

- ¿Por qué soy tan imbécil?- pensó- un simple filtro amoroso. Y yo creyendo que él... Estúpida, estúpida y mil veces estúpida. ¿Por qué? ¿Es que no puede engañar a otra? ¿Cómo pude ser tan idiota? ¿Cómo pude no darme cuenta?

Reparó en un montón de pergaminos a un lado de la mesa listos para ser utilizados. Rasgó uno por la mitad y garabateó furiosamente en él. Luego lo colocó en la mesilla de noche y le puso la copa encima.

Cogió sus cosas y salió rápidamente de la habitación. Se encaminó hacia la sala común de Slytherin, subió a su habitación y se acostó llorando.

Severus se despertó al oír la puerta de su habitación. Se incorporó en la cama y entonces cayó en la cuenta de que estaba desnudo. Sonrió al recordar la noche anterior y la buscó con la mirada, al ver que estaba solo en la cama. Entonces reparó en que el ruido que le había despertado debía ser porque ella se había ido. Un poco nervioso, se levantó, pues no sabía que era lo que la joven podría pensar de él a la luz del día, pero completamente feliz por lo ocurrido.

Sus ojos se toparon con la copa situada sobre la mesilla de noche. Al fijarse mejor, reparó en que había una nota debajo de ella, y reconoció la caligrafía de Beatriz. La cogió:

¿Un filtro? No creí que el profesor de Pociones tuviera que
recurrir a algo tan burdo. Esperaba algo más... oscuro.
Eld-Dyr.

Agarró bruscamente la copa y la olió. Era cierto lo que decía la nota, era un filtro amoroso, pero había un problema: él no había hecho ni había puesto el filtro. ¿Quién entonces?

- La primera mujer a la que amo después de tanto tiempo y alguien lo fastidia. Porque sí, la amo, LA AMO.-gritó a las paredes.

En un arranque de furia, cogió la lámpara de la mesilla y la estrelló contra la pared.

-¡Mierda!- masculló al ver la lámpara destrozada en el suelo.- Como pille al culpable...- Se levantó, se puso unos pantalones negros y cogiendo la copa, pasó a su despacho saliendo primero de su habitación a una especie de sala de estar y luego por una puerta que comunicaba ambas habitaciones.

Estuvo toda la mañana analizando el contenido de la copa por medio de distintos métodos, y el resultado le hizo enfurecer aún más.

- Zumo de piña... Whisky... y polvos de la alegría. El zumo de piña y los polvos no deberían haber tenido más efecto que el de ponernos contentos, "alegres" pero unidos al alcohol del whisky, reaccionaron convirtiéndose en un filtro amoroso. Como pille al sfersf que se atrevió a echar esto en mi copa, juro que lo mato, ¡LO MATO!

Pronto la razón y la fría lógica se abrieron paso en su cabeza a través de todos sus sentimientos. Y entonces se preocupó. Se había acostado con una menor, una de sus alumnas. Eso podría traerle muchísimos problemas, tantos que le estaba empezando a dar dolor de cabeza el mero hecho de recordarlos. Pero a pesar de todo, sabía perfectamente que no había sido sólo por el filtro. Éste sólo le había obligado a mostrar sus sentimientos, esos que con tanto cuidado había estado guardando y ocultando dentro de sí mismo durante toda su vida. Se sorprendió al darse cuenta de que a pesar de habérselo estado negando durante tanto tiempo, él también necesitaba el cariño, la ternura, el amor que sólo otra persona podía darle. Se sorprendió al notar que le dolía el corazón, ese músculo que nunca creyó que pudiera volver a latir por nadie, y que ahora le recordaba su presencia, como un amigo al que creyó haber visto partir para siempre y que de pronto ha regresado, molesto con él, pero a su lado a pesar de todo.

Aún así... ¿qué pensaría ella? ¿Qué creería de él? ¿Estaría ella... estaría ella enamorada de él?

Pero no podía arriesgarse. No podía volver a permitir que sus sentimientos salieran de esa manera. El amor le volvería débil, y no podía permitírselo. Voldemort se daría cuenta y ese sería el final de todo. Se prometió a sí mismo no hacer nada. Dejar que las cosas siguieran su curso. Ella seguramente creería que él había puesto el filtro. Bien, decidió dejar que lo siguiera creyendo.

Recordó la noche anterior. Su joven cuerpo, su respiración, sus silencios, sus miradas cargadas de... ¿amor? ¿pasión?

Sonrió levemente, con tristeza y dolor, mientras una lágrima solitaria se deslizaba por su mejilla, enmarcando sus duras facciones. Se sorprendió al notar la cálida humedad, y levantando una mano, se tocó la mejilla. Sí, en efecto. Era la primera lágrima que derramaba en años, prácticamente desde que era pequeño.

- ¿Qué me pasa? ¿Qué me ha hecho esta chica? ¿Qué tiene para ser tan especial? ¿Por qué me provoca tantas cosas?

No estaba acostumbrado a que nadie le tratara con cariño y delicadeza. Es más, siempre había tratado de alejar a la gente de su lado por miedo a que pudieran ver más allá de su forma de ser tan desagradable.

En la sala común de Slytherin, los alumnos aprovechaban el domingo para terminar sus tareas mientras hablaban del baile de la noche anterior. El centro de la conversación eran, como no, las parejas formadas y, sobre todo, la representada por Severus Snape y Beatriz Eld-Dyr.

Beatriz se encontraba sola en su habitación. No había querido hablar con nadie y sentía que si alguien más se asomaba por la puerta para preguntarle o hacerle algún comentario sobre el baile, sería capaz de arrancarle la cabeza.

Para evitar males mayores, cogió su capa y salió de la sala sala común, por los pasillos hasta el exterior, arrancando miradas y comentarios burlones a su paso. No había ido a desayunar, y tampoco fue a comer ni a cenar. Necesitaba estar sola y pensar en lo que ocurría. En lo que sentía, a pesar de que Severus la había...

Se sentía traicionada y humillada, usada y ... sucia. Él se había querido vengar de ella y lamentablemente lo había conseguido. Y ella se había dejado engañar como una idiota. Había llegado a creer por un momento que la amaba, pero la copa la había traído de golpe de vuelta a la cruda realidad, haciéndole ver que él simplemente había jugado con ella. Le había demostrado quien era el más fuerte.

- Juro que me vengaré, aunque para ello tenga que ser expulsada del colegio.

Los días pasaron. Pasó el partido de quidditch entre Gryffindor y Ravenclaw, que se saldó con una victoria de los leones por 230 – 50. Pasaron las clases, los primeros exámenes y llegó Diciembre, y con él las primeras nieves.

La situación entre Severus y Beatriz era cada vez peor. La tensión se palpaba en el ambiente cada vez que ambos se cruzaban o estaban en la misma habitación. Él no se atrevía a hablar con ella, había decidido ignorarla por bien de los dos, y ella estaba demasiado herida y era demasiado orgullosa. Las cosas empeoraron cuando él siguió como antes y ella comenzó a responderle, a hacer que se enfadase, a reventarle las clases, a hacer todo lo posible para que el resto de profesores y de prefectos le quitaran puntos a Slytherin.

Incluso Draco se preocupó, pero después de unas respuestas cortantes por parte de ella se abstuvo de volver a comentar nada.

Su casa volvió a ponerse en su contra, se volvió huraña, dejó de estar con la gente, se apartó de nuevo y se encerró otra vez en sí misma.

Los tres Gryffindor no pudieron dejar de notar este repentino cambio y se preocuparon. Decidieron que tendrían que hablar con ella.

Una tarde, días antes de las vacaciones de navidad, al verla caminar sola por un pasillo la cogieron entre los tres y literalmente la arrastraron dentro de una clase que en esos momentos se encontraba vacía.

- ¡¿Qué queréis?!- Inquirió de una forma quizás demasiado brusca.

Los tres leones se quedaron atónitos. Ella al ver quienes eran y sus caras de asombro, suspiró y se relajó.

- Perdonad, lo siento, creí que erais otras personas. ¿Qué queréis?- Preguntó ya más calmada.

- Pues verás, queríamos hablar contigo.

- Vosotros diréis.

- Nos gustaría que nos contaras cosas sobre ti.- En ese momento ella se puso en guardia.

- ¿Por qué?

- Bueno, somos tus amigos y queremos conocerte mejor.

- Ya me conocéis.

- Sí, pero no sabemos nada de tu vida, ni donde vives, quien eres, de donde eres...

- ¿Es tan importante?

- Sí.- Ella se levantó bruscamente de la silla donde se había sentado y se acercó a la ventana, dándoles la espalda.

- No creo que os gustara saberlo.

Harry se acercó a ella y le puso una mano en el hombro.

- Yo creo que sí, Beatriz Ryddle.

Ella no hizo ningún gesto, simplemente se quedó mirando fijamente a través de la ventana. Su voz tampoco denotó ninguna inflexión en su tono cuando volvió a hablar pasados unos momentos.

- ¿Cuándo lo supisteis?

- Hermione ató cabos después de lo de Hogsmeade.- Contestó Harry.- Eres alguien muy poderoso, ya que puedes hacer magia con las manos. Se te dan muy bien las artes oscuras y todo lo que tenga que ver con ellas. Además estás en Slytherin. El día de la pelea con Malfoy, los ojos se te pusieron de color rojo sangre, igualitos a los de Voldemort. Y, finalmente, tu apellido.- enumeró contando con los dedos

- Sí, algún día tenía que suceder, alguien tenía que darse cuenta.- Dijo volviéndose con un suspiro.- Muy lista.- Comentó dirigiéndose a Hermione con una triste sonrisa.

- Entonces... ¿es cierto que tú... que tu eres...? – preguntó Ron sin atreverse a terminar la frase.

- Sí, yo soy la hija de Voldemort.

Los tres la miraron entre asombrados y asustados. Harry sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Ella les miró expectante, esperando su reacción.

- Pero... ¿cómo?- inquirió Harry.

- Bueno, son cosas que suceden entre un hombre y una mujer.- Contestó con una fría sonrisa.

- ¿Cómo alguien pudo enamorarse de él?- Preguntó Hermione asombrada.

- Creo que será mejor que os cuente mi historia.- Así lo hizo, sin guardarse nada, mientras los rostros de los jóvenes mostraban que su asombro iba en aumento. Cuando terminó, un profundo silencio reinó en el aula.

- Qué historia más triste.- comentó Ron en voz baja.

- ¿Y cómo...?- empezó Harry, pero sin atreverse a continuar, arrepintiéndose enseguida de haber hablado.

- ¿Cómo podéis saber si es cierto lo que os he contado?

Harry abrió la boca, alucinado de que ella hubiera adivinado lo que él quería preguntar.

- Bien, la verdad es que no podéis saberlo. Tendréis que confiar en mí. Ya sé que no es tarea fácil, sobre todo teniendo los antecedentes familiares que tengo, pero, por si os sirve de consuelo, Dumbledore lo sabe todo, no olvidéis que fue él quien me ayudó.

- Pero... ¿cómo pudo alguien enamorarse de él?- preguntó Ron.

- Es muy fácil. Él siempre ha sido un hombre muy persuasivo cuando ha querido. Tened en cuenta que se casó con mi madre antes de que sucediera lo tuyo.- Contestó refiriéndose a Harry con una mirada de tristeza en los ojos.- Era un hombre bastante atractivo y la engañó con palabras bonitas. Le compró cosas, le prometió amor eterno, juró poner el mundo a sus pies... Y ella le creyó. No creo que supiera como era él hasta después de casados.

- ¿Para qué te estaba entrenando?- Preguntó de repente Hermione, haciendo caer a los dos chicos en la cuenta de la importancia de la pregunta.

Ella suspiró.- Veréis, al descubrir que era tan poderosa, decidió que sería su sucesora. Tiene la intención, como seguramente sabréis, de dominar el mundo, y quería que yo gobernara junto a él y después de él. Sus poderes y los míos juntos... Nadie hubiera tenido la más mínima oportunidad en contra nuestra. Habría sido el final, el bando oscuro habría vencido. Por eso me busca con tanto ahínco. Si consigue dar conmigo, podría obligarme a actuar en su beneficio. Pero lo que él no se imagina es que su hija tiene otros planes, y que no le importa morir con tal de que él no consiga sus propósitos.

- ¿Por qué no nos lo dijiste antes?

- Pensad un momento. ¿Cuál hubiera sido vuestra reacción si alguien se os acerca y os dice: "hola, no me conocéis de nada pero soy la hija de Voldemort. No os asustéis, que yo no soy como él. Quiero ser vuestra amiga"?

- No, si la verdad es que dicho así suena un poco fuerte.

- ¿Me perdonaréis por no habéroslo dicho?

- Bueno, contando con que nos has salvado la vida un par de veces, eres nuestra amiga, tienes por padre al más malo de todos los malos y que te busca para sabe Merlín qué... creo que por mi parte sí.- Contestó Harry con una sonrisa. Ella le abrazó.

- Siento mucho lo de tus padres.- Le susurró al oído con voz dulce.

- Gracias.- Musitó él.

Ron y Hermione también se levantaron y se unieron rápidamente al abrazo, haciendo que se desequilibraran y cayeran al suelo con gran estrépito. Se rieron a carcajadas mientras intentaban incorporarse, pero Ron y Harry atacaron con una guerra de cosquillas.

Continuaron charlando, y Beatriz se enteró de que Hermione y Ron eran pareja, al igual que Harry y Ginny.

La semana pasó y todo pareció volver a la normalidad, exceptuando la tensión entre Beatriz y Severus. Los tres leones intentaron que la joven les contara lo que ocurría entre ellos, pero no consiguieron sacarle ni media palabra. Lo único que les dijo fue que se vengaría de todo.

Llegaron las vacaciones de navidad y Severus se vio incapaz de seguir sosteniendo esa situación durante más tiempo, puesto que hasta Dumbledore le había llamado la atención debido al mal comportamiento de la joven. Así que decidió hablar con ella.

Era la única alumna de Slytherin que se había quedado en el colegio para pasar las navidades, así que no tendría que preocuparse por que nadie les escuchara. A esas horas debería estar en la sala común de su casa.

Caminó por las mazmorras hasta llegar a la entrada, abrió la pared y avanzó. Oyó una música sensual e incitadora que provenía desde detrás del tapiz. Lo apartó y una escena insólita apareció ante sus ojos.

Un radiocasete muggle modificado mágicamente para que funcionase sin pilas y sin corriente eléctrica estaba encima de una de las mesas de la sala común, funcionando a todo volumen con una canción de Shakira sonando ( la de "Suerte", del disco "Servicio de lavandería"). Beatriz había apartado los sofás y las mesas, pegándolos contra las paredes y se encontraba en el centro, bailando al ritmo de la música sin darse cuenta de nada.

Él se quedó mirándola embobado. No podía apartar los ojos de el cuerpo de la joven y se quedó prendado del movimiento de sus caderas. Creyó volverse loco En ese momento la deseó como nunca había deseado a nadie. Deseó poder juntar sus cuerpos, unirse a esas caderas que le estaban haciendo perder el sentido, deseó acariciar ese cuerpo, seguir los movimientos que ella marcaba...

Sin darse a penas cuenta de lo que hacía, avanzó hasta colocarse a su espalda. Ella se dio la vuelta siguiendo la música y se quedó parada de repente, quieta, paralizada, asustada al tenerle tan cerca, mientras la música seguía sonando. Pudo sentir su respiración agitada.

Cuando la canción terminó, él no pudo aguantar más. La cogió por la cintura y la estrechó fuertemente contra sí, mientras la tomaba por sorpresa y aprovechó para besarla apasionadamente. Ella se separó bruscamente y le dio un tortazo. Él la miró dolido. Ella explotó.

- ¡¿Quién diablos te crees que eres?! ¡No vuelvas a tocarme nunca, ¿me oyes?!

Él la miraba atónito, pues si bien sabía que ella debía estar bastante enfadada, nunca hubiera previsto una reacción semejante.

- ¿Qué te ocurre?

- ¡Sabes perfectamente lo que me ocurre!

- No creo que sea para tanto. Sólo ha sido un beso- respondió él.

- No es por el beso y lo sabes.

- Yo no lo puse en la copa.

- No te creo.

- Puedes creer lo que quieras.- contestó empezando a perder la paciencia

- Mientes.- dijo ella con una voz peligrosamente suave que a Severus le hizo estremecerse.

- Yo nunca miento.- Dijo él también, con un matiz de crueldad en su voz. Ella le miró con una mueca de escepticismo.

- ¿En serio? Creí que Voldemort te había enseñado mejor.

Pudo apreciar una sombra de miedo y duda en los ojos de él. Severus, en un movimiento brusco que no pudo prever, la agarró de ambos brazos y la sujetó fuertemente, haciéndola daño.

- No vuelvas a pronunciar ese nombre.- Dijo fríamente.

- ¿Por qué no? A fin de cuentas es tu jefe.- contestó ella con una mueca burlona.

- No digas estupideces.

- Sabes que no son estupideces.

- ¿Qué sabrá una niñata insolente?

- Muchas más cosas de las que tu te crees. Lo sé todo sobre ti.

- Eres una estúpida si piensas que vas a asustarme con tus idioteces.

- Entonces me dirás que no es verdad que le hayas estado sirviendo durante años, que le traicionaste y decidiste espiarle. Me pregunto si Dumbledore sabrá que ahora le traicionas a él.

- ¡No le traiciono!

- Entonces, ¿qué es lo que estabas haciendo el día que te salve del cruciatus? Supongo que no sería una visita de cortesía para tomar café.- él perdió la paciencia del todo y comenzó a zarandearla.

- ¡Yo ya no le sirvo!

- Mientes.

- ¡ Yo NUNCA miento!- dijo zarandeándola totalmente fuera de control. Los ojos de la chica se pusieron completamente de color rojo sangre mientras miraba el brazo de Severus y sentenciaba:

- Hay marcas que no se quitan nunca.

En ese momento Severus la soltó y se llevó la mano al brazo, sintiendo un gran dolor que se extendía desde la marca hasta el hombro y se ramificaba por su espalda. La miró con cara de odio y salió apresuradamente de la sala común.

Beatriz se sentó en uno de los sofás y cogió aire, tratando de tranquilizar su respiración y de volver a su estado normal. Cuando lo consiguió, se asustó por lo que había hecho, se levantó y salió, corriendo hacia el despacho de Dumbledore.

Cuando llegó a la gárgola de piedra, pudo ver que estaba abierta, así que aprovechó para subir y entró como una tromba en el despacho del director. Se detuvo sin resuello al ver a éste sentado tras su mesa, inclinado sobre el brazo de Severus, arremangado hasta el codo, de pie delante de la mesa y enseñándole la marca, que se veía de un profundo color negro y con los ojos rojos. Tratando de coger aire, consiguió balbucir:

- No... Voldemort... yo...

- ¿Sí, señorita Eld-Dyr?- preguntó Dumbledore mirándola muy serio.

Beatriz cogió aire.- No ha sido un llamado de Voldemort, he sido yo.

- ¿Cómo dice?- preguntó Severus sarcásticamente.

- Lo que oye.- respondió más sarcástica aún. Severus se volvió hacia Dumbledore.

- Creo que la señorita delira, debería ir a la enfermería. Esto es algo muy serio, no es para andarse con bromas.

- ¡No es una broma!- protestó ella.

- Albus, por favor...

- No, Severus. Creo que la señorita está perfectamente. ¿Qué ha ocurrido? -Le preguntó a Beatriz.

- Pues el profesor Snape y yo comenzamos a discutir, perdí el control y...

- No diga estupideces- intervino Severus.- Usted nunca hubiera...- En ese momento miró la marca y vió los ojos rojos color sangre, recordó los ojos rojos de la chica cuando la marca comenzó a dolerle y repentinamente la imagen de Voldemort se le apareció en la mente. La miró asombrado. Dumbledore se dio cuenta de su reacción.

- Beatriz, creo que ha llegado el momento de que le cuentes toda la verdad al profesor Snape.

- Ya conozco su historia.- gruñó este.

- Sí, pero no completa.- replicó el director.

Y con un movimiento de cabeza la animó a explicarse, pero ella se había quedado muda.

- Bien, comenzaré yo. Creo que ya sabes que su madre era mortífaga.- Severus asintió.-¿Te dice algo el nombre de Liria Nolight?- Severus volvió a asentir.

- Liria era una gran bruja y una de las mejores, más preparadas y más inteligentes mortífagas que el Lord haya podido tener jamás. Estudió en Hogwarts unos años antes de que yo llegara. Lucius Malfoy andó detrás de ella durante un tiempo antes de casarse repentinamente con Narcisa, cosa que nos sorprendió a todos porque estaba loco por ella. Pero el Lord le mandó fuera durante un tiempo a realizar una peligrosa misión y cuando regresó se prometió con la madre del señor Malfoy.

En ese momento ella intervino.

- Era mi madre.- musitó. Severus la miró asombrado.

- Pero... a Liria la mató el Señor Oscuro por desertar, nunca nadie supo la razón, y tú me dijiste que... que la había matado tu padre.- Terminó, comprendiéndolo todo de repente.

- Veo que ya te has dado cuenta.- Comentó Dumbledore.

- No... no es posible, alguno nos tendríamos que haber dado cuenta, alguien tendría que saberlo...

- Dale la vuelta a mi apellido.

- Ryddle... Cómo no me habré dado cuenta antes.

- Mi nombre completo es Liria Beatriz Ryddle Nolight.- Severus se asombró, pero siguió a lo suyo.

- Además, tendrías que ser Heredera de Slytherin, y eso sólo pueden serlo los varones.

- Por desgracia fue completamente posible. Por algún capricho del destino, una mujer heredó los poderes, de ahí que él me busque con tanta necesidad. - Dijo Beatriz levantándose y acercándose a la ventana.- Sí, yo soy la hija de Voldemort, soy la Heredera de Salazar Slytherin. Soy Heredera de la Muerte.

Severus se encontraba atónito. Su mente se negaba a creerlo, pero su corazón le decía que era cierto. Sacudiendo la cabeza se sentó. No... no podía ser... La miró, vio cómo su silueta se recortaba al contraluz de la ventana. Ella... él...

- Entonces ella está con él.- Sentenció

- No, Severus. Ella está con nosotros, lo cual es una ventaja. Dos herederos de Slytherin juntos... no quiero ni pensarlo. Por eso es por lo que te mandé a buscarlos, a Harry y a ella, el primer día a King's Cross y por lo que te pedí que la cuidaras durante el curso.

- Pero él ya sabe que está aquí, me ordenó que la vigilara.

- Sí, pero él no puede entrar aquí.- Comentó Beatriz.

- Aún así, tu padre es un hombre muy listo.- Rebatió Severus, provocando que ella le mirara con ira contenida.

- Él NO es mi padre.

- Acabas de decir que eres hija suya.

- Es distinto. Mi padre murió para mí el día que me enteré que era un monstruo sin corazón y un vulgar asesino que se hacía llamar Voldemort.

Severus la miró con un renovado interés. A pesar de todo, la amaba. Fuera quien fuera y tuviera el padre que tuviera. Aún así, decidió andar con cuidado.