Capitulo 14. El Bosque Prohibido.
Al llegar al final del pasillo, se detuvieron delante de una puerta. Con un complicado movimiento de varita, Severus abrió la puerta y la sujetó, dejándola pasar delante y cerrándola tras la esfinge.
La joven pronto se dio cuenta de que "ése" era el pasillo que comunicaba la sala común de Slytherin con el santuario privado de las habitaciones de Severus Snape.
Con paso firme, el hombre se dirigió hacia su despacho. Cuando entró, la joven pudo observar que todos los frascos del armario privado de ingredientes del hombre estaban esparcidos por el suelo, algunos de ellos abiertos y otros rotos. Las puertas del armario estaban retorcidas y fuera de sus goznes, como si alguien las hubiera arrancado de cuajo. Una de ellas tenía los bordes ennegrecidos y la cerradura partida. Lanzó una mirada interrogadora al profesor.
- Alguien ha conseguido burlar todos los hechizos que pongo siempre en la puerta del aula y en la de mi despacho. El ladrón o la ladrona lo hizo a la hora de comer.- Explicó él mirándola inquisitivamente.
- ¿Qué se han llevado?
- Sangre de dragón y veneno de basilisco. No sabrás por casualidad quién ha sido, ¿verdad?
La joven negó con la cabeza, mirando el estropicio.
- ¿Para qué los querrán?- Ante la atenta mirada del hombre se apresuró a añadir:- me refiero a que la sangre de dragón, junto con el veneno de basilisco y la sangre de unicornio tienen unas propiedades mágicas muy elevadas, por lo que su utilización está muy controlada por el ministerio, pues es muy peligroso su manejo. ¿Quién en su sano juicio haría una cosa así?
- Dímelo tú.-Contestó Severus con una mirada que a ella no le gustó. Sin embargo, pasó por alto la velada insinuación del hombre y contestó:
- A ver, su utilización es muy peligrosa, por lo que quedan descartados los alumnos menores de quinto curso, que no los han estudiado.
Él asintió, aprobando sus palabras. Ella continuó.
- De los alumnos mayores, sólo dan clase contigo Slytherin y Gryffindor.
- Y tres Ravenclaws de séptimo.
- Border, Hope y Korzak.
- ¿Les conoces?
- Pues claro, ¿a quién crees que le piden ayuda con las pociones que les mandas? Por cierto, fue una auténtica guarrada lo que les hiciste con la poción de la invisibilidad.
- De todas formas tenía razón: no la hicieron ellos.- Contestó sarcástico.
Ella le echó una gélida mirada y continuó.
- Pero te tienen tanto miedo que serían incapaces. Lo que descarta a Ravenclaw y a Huffelpuff.
- Quedan Slytherin y... Gryffindor –dijo, casi escupiendo el último nombre.
- ¿Gryffindor? Son demasiado nobles para forzar las puertas del armario de esa manera.
- No estaría yo tan seguro. Hace cuatro años ocurrió lo mismo, alguien robó piel de serpiente arbórea africana de mi armario privado y fue ese estúpido de Potter.
- ¿Tienes pruebas?
Severus suspiró.
- No, pero estoy convencido de ello.
- El que os odiéis mutuamente no es excusa para que le acuses de robo. Pudo ser cualquiera. Incluso un Slytherin.
- Es cierto que cualquier Slytherin tiene los conocimientos adecuados para ser capaz de hacerlo, pero saben a lo que se exponen en el caso de que les pille. Así que sólo quedas... tú.- La miró intensamente.
Ella sonrió, burlona.
- ¿Yo? A fin de cuentas, y aunque muy a mi pesar, soy una Slytherin. Sé a lo que me expongo en el caso de que me pilles. Además, no me habría hecho falta forzar así la puerta, ni causar semejante destrozo. Conozco los ingredientes, no habría tenido que romper los frascos.
Eso era cierto. Ella era mucho más cuidadosa... y mucho más sutil.
- Entonces... ¿quién ha sido?- preguntó Severus en voz baja.
La joven se encogió de hombros.
La esfinge le susurró unas palabras al oído a la joven, quien asintió. Y tocando la nariz del animal, éste se transformó en el cilindro de marfil.
- ¿Cómo se puede transformar así?
- Por lo visto tuve antepasados egipcios, así que llevo la magia antigua en la sangre, a parte del hecho de ser la Heredera de Slytherin. Supongo que es algo innato, pues sólo con la ayuda de los miembros de mi familia puede transformarse si está demasiado cansada para hacerlo ella sola, como en este caso. Cuando está en forma de cilindro, puede viajar entre dimensiones, lo que le permite curarse más rápidamente, por eso vive tanto. Lleva en mi familia desde tiempos inmemoriales.
- Impresionante. Ya que hablamos de transformaciones, ¿has tratado alguna vez de transformar otros animales?
- Puedo transformar objetos en otros objetos, pero nunca he probado la transformación animal. De un animal a otro, quiero decir.- Añadió rápidamente, echándole al hombre una indefinida mirada.
- Recuérdeme que le pida a la profesora McGonagall que se lo enseñe.
Después de recoger el despacho, ambos comenzaron con la clase.
Una mañana, al salir de la clase de Pociones, Severus le pidió a Beatriz que se quedara.
- El director quiere vernos en su despacho.
- Pero ahora tengo clase de Transformaciones.
- No te preocupes, hablaré con la Profesora McGonagall.
Se encaminaron hacia el despacho, donde se sentaron en sendas sillas mientras el director conjuraba unas bebidas.
Dumbledore les miró por encima de sus gafas de media luna.
- Veréis, me ha llegado una lechuza del Consejo con respecto al tema de tu tutela.- comentó volviéndose hacia Beatriz.- Han tramitado la petición de Lucius Malfoy y han dispuesto una vista para dentro de cuatro días.
- ¿Qué posibilidades tenemos?- Severus era así. Sencillo, directo y brutal.
- La verdad es que muy pocas.- Contestó Dumbledore con un suspiro.- Los papeles presentados por Lucius parecen estar en regla y son enteramente legales, puesto que casi nadie sabe que Voldemort es en realidad Tom Riddle.
- ¿Entonces?- preguntó la joven.
- El consejo pedirá tu opinión sobre si quieres o no ir con Lucius, pero al final todo se reduce a que consigas convencerles.
- Podría pedir la emancipación legal.- Sugirió Severus.-Supongo que le harían un test psicológico y un par de entrevistas, pero eso no debería suponer ningún problema.
- Sí, lo sé, pero con Voldemort suelto, no creo que los del consejo lo permitan, y menos con Lucius interesado en su custodia.
- Habría otra solución.- Apuntó Beatriz.- Sería que me casara con alguien.- terminó con los ojos bajos, fijos en la mesa.
Severus se atragantó con su bebida mientras Dumbledore le echaba una indefinida mirada y sonreía imperceptiblemente.
- Sería una solución.- contestó amablemente el director, mientras Severus le miraba asombrado.- Pero hay un problema. Necesitas una autorización de tus padres o tutores legales, puesto que eres menor. O, en su defecto, del consejo.
- Aún así, Albus... ¿quién se va a casar con una niña?- Inquirió Severus.- Por Merlín, tan sólo tiene 16 años...
- Ejem...- interrumpió Beatriz- no creo que eso fuera un impedimento para algunos...- comentó como quien no quiere la cosa, pero con una clara intención que a Severus no se le escapó y le hizo volver a atragantarse.- Pero, ahora que lo decís, eso no es totalmente cierto...
- ¿Qué quieres decir?- Preguntó Severus mientras el director se limitaba a mirarla.
- Veréis... ¿recordáis que hace unos 16 años, antes de que Voldemort cayera frente a Harry...- Severus torció el gesto-... atacó el Ministerio?
Ambos asintieron.
- Todo el mundo sabe que andaban buscando algo. ¿El qué? Nunca se supo. Pero todo lo que sacaron aquella noche del Ministerio fue escondido. Hace diez años, una tarde en que me encontraba sola en casa con los elfos domésticos, subí al desván. Aquello estaba lleno de cajas y baúles cerrados a cal y canto, y sólo pude abrir uno. En él encontré un giratiempo.
Les echó una mirada y pudo ver cómo la comprensión comenzaba a instalarse en sus rostros. Dumbledore, con una mirada, la animó a continuar.
- Sin que se dieran cuenta, empecé a utilizarlo. Así conseguía más tiempo para terminar las pociones, para aprenderme la lección... Un día mi madre me pilló, se enfadó mucho y me quitó el giratiempo, pero no se lo dijo a él.
- ¿Cuánto tiempo extra lo usaste?
- Exactamente, tres años, dos meses y seis días. Lo sé porque siempre que lo usaba apuntaba el tiempo en una libreta, me hacía gracia el poder retroceder en el tiempo. Así fue como me pilló mi madre, me dejé la libreta en la cocina y ella la encontró.
- Entonces...
- Entonces, en vez de "casi" 17 años - dijo mirando ofendida a Severus.- tengo "casi" 20 años.
- ¿Lo sabe el ministerio?
Ella negó con la cabeza.
- ¿Por qué no lo habías dicho antes?- preguntó Severus con un tono de voz completamente neutro.
- Entre las clases, los castigos y demás... se me pasó. Además, no me pareció importante.
Severus abrió la boca para contestar. Dumbledore, previendo la tormenta que se avecinaba, intervino.
- Esto podría ser el milagro que hemos estado esperando. Si conseguimos demostrar que es cierto, sería un punto a nuestro favor. – Se incorporó en su silla.- Bien, creo que ya es hora de que vuelvas a clase.
- Está bien.- respondió ella levantándose.
- Si sabemos algo más, Severus te lo dirá.
Ella salió.
- Es realmente una buena noticia.- dijo Dumbledore.
- A no ser que Lucius use su influencia en el consejo para que la condenen por haber usado un giratiempo sin el conocimiento y la aprobación del ministerio
- De algo me tiene que servir el ser el Jefe de Magos del Wizengamot.- dijo Dumbledore con una sonrisa.- por eso es ahora más importante que nunca que le busquemos un tutor adecuado. Creo que el consejo nos apoyará, pero exigirá un tutor hasta que termine el colegio.
- ¿Por qué? Sería considerada una adulta.
- Sí, pero Lucius podría alegar que su madurez mental no es igual a su madurez física y seguir adelante. El tutor debería ser alguien del colegio...
- ¿Y si no?
- Si no, como ella misma ha dicho, sólo nos quedaría una salida: casarla con alguien de confianza. ¿Quién sería el adecuado?- Se recostó en su sillón, echando a Severus una mirada que éste no logró descifrar.
Beatriz llegó a la clase de Encantamientos justo cuando los alumnos entraban. Después de que el profesor Flitwick les enseñara unos nuevos y más potentes encantamientos aturdidores, se pusieron a practicarlos.
Al igual que en las clases de ED, los tres leones se juntaron con la joven, que paraba sus hechizos con desgana, perdida en sus pensamientos. Un hechizo bien dirigido de Hermione impactó en su brazo, haciéndola reaccionar.
- ¡AUCH!
- Lo siento.- se disculpó la chica contrita.
- ¡No puedo creerlo, te ha dado!- Saltó Ron lleno de alegría.
Harry se acercó a ella.
- ¿Estás bien?
- Sí, sólo un poco "aturdida"- Contestó ella, sacudiendo el brazo, que se le había dormido.
- ¿Seguro? Es que pareces estar a mil kilómetros de aquí.
Ella de repente sintió una imperiosa necesidad de contárselo y desahogarse.
- Verás, yo... – se detuvo y miró a su alrededor- Vamos junto a la ventana.
Una vez allí y a cubierto de oídos indiscretos, pues la algarabía formada por los alumnos les permitía hablar tranquilamente sin temor a ser escuchados, Beatriz pasó a relatarles todo lo que había ocurrido.
- Lucius Malfoy ha presentado una petición en el ministerio solicitando mi custodia. Dice tener en su poder un papel firmado por mi padre por el cual le autoriza a ser mi tutor en el caso de que él fallezca.
- Pero él no está muerto- dijo Ron.
- Legalmente sí.
- ¿Lo sabe Dumbledore?- inquirió Harry.
- Sí. La vista es dentro de cuatro días.
- Y... ¿qué vais a hacer?
Con un rápido cuchicheo les puso al tanto de lo ocurrido. Cuando terminó, tuvieron que sujetar a Ron, que se dirigía decidido y con cara de pocos amigos hacia Draco.
- Tranquilo, Ron. De Draco me ocuparé yo cuando llegue el momento... y te aseguro que será algo inolvidable.
Dos días después, Beatriz volvía de las cocinas hacia la sala común de Slytherin. Eran las tres de la mañana y estaba agotada, tras una dura clase extra con Severus, cuando vio moverse una figura en las sombras. Se escondió tras una armadura y esperó.
Una figura encapuchada pasó de largo por delante de ella. El único sonido audible era el suave roce de su capa con el suelo. Cuando se alejó por el pasillo en dirección a la escalera principal del castillo, dejando un reguero de húmedas pisadas, la joven soltó la respiración que había estado conteniendo.
¿Un o una encapuchada en Hogwarts? ¿A las tres de la mañana? ¿Con los zapatos mojados? Era demasiado raro. Y con un súbito presentimiento, se apresuró a seguir a la figura, que ya había bajado la escalera y salía por la puerta del castillo.
Con un chasquido de dedos hizo aparecer sobre sus hombros una capa negra. Había sido un regalo que Dumbledore y Severus le habían hecho por navidad. "Por lo que pueda pasar, quizá descubras algo y la necesites" fueron las palabras exactas del director.
¿Sabría éste algo de lo que ocurría? Si hacía caso a Harry, Dumbledore siempre lo sabía todo. Entonces, si sus sospechas eran ciertas... ¿por qué no había intervenido el director?
Bajó rápidamente las escaleras cuando la puerta principal se volvió a abrir. De un salto bajó los últimos escalones, sin posibilidad alguna de esconderse cuando se oyó una exclamación ahogada y alguien tropezó, cayendo al suelo y arrastrando con él la capa de invisibilidad que cubría a Hermione y a Harry.
- ¡Ron!- exclamó la chica, agachándose a ayudarle.
- Me he tropezado con algo, lo siento.
Un par de ojos marrones les miraban desde el suelo, en el que un gato negro como la noche estaba parado. Ron había tropezado con él.
- ¿De quien es ese gato?- preguntó Ron.
- No lo sé, pero será mejor que nos tapemos cuanto antes, no quiero que Filch nos pille.- respondió Harry.
- Nos mira como si nos conociera.- añadió Ron.
- Parece inteligente.- dijo Hermione.
El gato se acercó a ella y se restregó contra sus piernas, dejando que ella le acariciase. Unos conocidos pasos se oyeron en el vestíbulo.
- Vamos, viene Filch.
Y tapándose, subieron las escaleras, mientras el gato salía disparado por la puerta, que se cerró suavemente tras él.
El gato miró hacia los lados ¿A dónde habría ido? Siguiendo su instinto, torció hacia la derecha, en dirección contraria a la cabaña de Hagrid, que tenía las luces encendidas. Al llegar a uno de los extremos del castillo pudo observar que no se había equivocado. La figura encapuchada se internaba en el Bosque Prohibido por la parte más oscura del mismo.
Sigilosamente, el gato corrió y se internó en el Bosque. Pensó en Harry, Ron, y Hermione, a los que había dejado atrás. ¿De dónde vendrían a esas horas? Posiblemente de la cabaña de Hagrid, pero si era así... ¿qué hacía Hagrid despierto a esas horas?
- Mañana se lo preguntaré.- pensó.
Siguió a la figura encapuchada durante un buen rato por un camino pequeño y angosto. Ésta era alta, delgada, y parecía conocer el camino, pues no había tropezado ni una sola vez.
Llegaron a un claro en el bosque. Tenía forma circular y había una gran mesa ritual de piedra en el centro. A su alrededor, cinco o seis mortífagos parecían esperar, sentados sobre troncos caídos en el suelo.
La figura se quedó parada en el lindero del círculo, como si algo la detuviera. El gato la vio cabecear un par de veces, como si se resistiera contra sí misma y de repente avanzó.
Uno de los mortífagos se levantó al verla y avanzó hacia ella.
- Llegas tarde.- gruñó. Voz masculina, bien modulada.
La persona que se escondía bajo la capa asintió y se quedó quieta, esperando sumisa. El mortífago la cogió del brazo y la llevó hacia la mesa de piedra. La hizo sentarse sobre ella y con un movimiento de varita, hizo aparecer una copa humeante entre sus manos.
- Para que puedas realizar el ritual completo desde dentro, tendrás que tomarte esto.- Voz suave, acariciadora.
La figura pareció reacia a hacerlo.
- Vamos, está hecho con los ingredientes que nos has ido dando.
Primero alargó la mano para coger la copa, pero la retiró en seguida, como respondiendo a un súbito impulso. Pareció que una lucha se establecía en su interior, pero luego algo la hizo volver a alargar la mano y coger la copa.
El gato lo observaba todo con expectación, esperando al próximo movimiento del grupo de mortífagos cuando súbitamente una rata se movió entre las hojas cerca de él. Avanzó hacia el claro y se transformó en un hombrecillo bajito, calvo y rechoncho.
Súbitamente, un horrible y siniestro grito se oyó en el bosque, taladrando los oídos de los presentes. Los mortífagos saltaron rápidamente del tronco donde estaban sentados y se pusieron en guardia, escrutando cada centímetro del Bosque que rodeaba al claro.
El hombrecillo levantó los brazos para tranquilizarlos.
- Soy yo.
- Colagusano. Llegas tarde tú también.
- Lo siento.- Respondió éste, aunque no parecía sentirlo en absoluto.- ¿Qué ha sido ese grito?
- Un hechizo que funciona como alarma, para evitar visitantes indeseados.- Contestó con intención. Colagusano no le hizo caso.
El gato se quedó pensativo. ¿Por qué no había saltado la alarma cuando él se había acercado?
- Con lo chapuzas que son estos, ni siquiera habrán contemplado la posibilidad de que pudiera haber animagos por los alrededores.- pensó.
Mientras tanto, los dos hombres seguían hablando
- El Señor desea que todo se realice esta noche sin más tardanza.
- Pues si no hay más interrupciones podremos hacerlo.
Colagusano decidió volver a pasar por alto el sarcasmo de la frase.
- ¿Es ésa la chica?
- Sí.
Ambos se acercaron a la figura encapuchada. El mortífago habló.
- Tienes que bebértelo entero.
La chica bajo la capa se llevó la copa a los labios mientras los otros mortífagos se acercaban y formaban un círculo a su alrededor, comenzando a salmodiar las palabras de un hechizo de magia negra que terminaría cuando la figura hubiera ingerido todo el contenido de la copa.
El mortífago sacó una daga de entre los pliegues de su capa y la levantó, dispuesto a dar el toque final.
El gato se asustó. Nunca había creído que pudieran llegar a esos extremos para poder entrar en el colegio.
Rápidamente se transformó, recuperando así su forma humana, mientras el horrible chillido se volvía a oír y los mortífagos se volvían sobresaltados. Con un movimiento de cabeza hizo que los mortífagos salieran despedidos volando por los aires, mientras lanzaba un hechizo hacia la joven, que ahora estaba tumbada sobre la piedra, esperando pacientemente a que el mortífago que quedaba en pie le clavara la daga en el corazón.
El hechizo dio en el blanco y la joven pareció despertar, soltando un gemido de dolor. Miró horrorizada hacia la daga y saltó del banco, echando a correr desesperadamente hacia donde se encontraba Beatriz, siendo seguida por el otro mortífago.
Beatriz se interpuso entre ambos, gritándole a la chica que corriera hacia el colegio y encarándose al mortífago, quien vio como su presa se le escapaba.
- No sé quien eres, pero vas a pagar muy caro tu atrevimiento.
Beatriz sonrió bajo su capucha, poniéndose en guardia para un duelo. Había reconocido la voz de Lucius Malfoy. Comenzaron a pelear, mientras el resto de los mortífagos se desaparecían excepto dos, que se levantaban y acercaban.
- ¿Eso es todo lo que puedes hacer?- preguntó el hombre irónico.
En uno de los movimientos, Beatriz consiguió dar a Lucius en un hombro sin usar sus poderes. Éste se revolvió como una auténtica serpiente.
- Ya me he cansado. – Dijo apuntándola con su varita.- Avada Kedabra
Un rayo verde salió de su varita y se dirigió hacia Beatriz, quien lo esquivó sin problemas. En un fluido movimiento, la joven se dio la vuelta y apuntó a Lucius:
- Súbitum enfermex.
El hombre cayó al suelo como fulminado al impactar en él el rayo de color amarillo. Pequeñas manchas rojas aparecieron en su piel, mientras sus extremidades comenzaban a temblar incontrolablemente. Los dos mortífagos se acercaron a él, intentando ayudarle, momento que la joven aprovechó para transformarse de nuevo en gato y salir corriendo en dirección al castillo. Los mortífagos cogieron a Lucius por los pies y por debajo de los hombros y desaparecieron.
Ya en su sala común, la joven no pudo evitar una carcajada. No había querido usar sus poderes contra Lucius pues no había querido que éste la reconociese. Pero, con un poco de suerte, el padre de Malfoy no podría presentarse dentro de dos días en el ministerio.
Ahora lo más importante era encontrar y hablar con la otra joven. Esperaba que no fuera demasiado tarde.
