Capitulo 15. Una confesión y una profecía

La mañana del 13 de mayo, sábado para más señas, llegó antes de lo deseado, cumpliéndose el plazo de cuatro días dado por Dumbledore.

Cuando Beatriz bajó a la sala común de Slytherin, Severus ya estaba esperándola, vestido en su monótono y característico color negro.

Él la vió bajar lentamente y no pudo evitar mirarla asombrado. Ella llevaba una túnica color vino, a la manera de las túnicas griegas, con un hombro descubierto y un broche que recogía la tela sobre el otro, que resaltaba sus juveniles formas y a juego con su capa beige.

Ella enarcó una ceja y él apartó la mirada.

- ¿Y tu esfinge?

- Gizeh se ha quedado con Crookshanks, el gato de Hermione en la torre de Gryffindor.

Ahora fue él quien enarcó una ceja, extrañado.

- Después de lo del otro día, no quiero arriesgarme a dejarla aquí.- explicó.

- Sólo son unos cuantos alumnos. Creí que podía defenderse.- Contestó él con voz burlona y sonriendo levemente.

- Y puede, pero necesita descansar.

- ¿Y por qué en Gryffindor?

- Porque es el único sitio al que un Slytherin no se acercaría a menos de un kilómetro. Además, por si no lo recuerdas, mis AMIGOS están en Gryffindor.

Severus comprendió la implícita advertencia y, sin ganas de pelea, cambió de tema.

- ¿Tienes hambre?

Ella negó con la cabeza.

- Venga, tienes que desayunar algo, no podrás enfrentarte a la vista con el estómago vacío. Acompáñame.

Ambos salieron por detrás del tapiz que escondía el pasillo que comunicaba con las habitaciones de Severus. Una vez allí, él la hizo sentarse en el sofá de la sala de estar y con un movimiento de varita hizo aparecer el desayuno sobre la mesita baja que había delante. Ella se sirvió un vaso de café y él atacó unos huevos con tocino.

Al terminar, vieron que el reloj de pie marcaba las 6:40, por lo que aún les quedaban 20 minutos hasta las 7:00, hora a la que habían quedado con Dumbledore en su despacho.

- ¿Estás preparada?

- No, ni creo llegar a estarlo. Pero es algo a lo que no puedo evitar enfrentarme.

- Ya verás como todo sale bien. Nos tienes a nosotros.

No pudo evitar sobresaltarse. ¿Severus dando ánimos?

- Ya... pero, ¿y si el consejo falla a favor de Malfoy? ¿Qué ocurrirá entonces?

- Dumbledore no permitirá que eso ocurra. Y yo tampoco.- Dijo con una mirada de cariño y ternura que hizo estremecerse a la joven.

Ella le miró largamente. Nunca pensó que nadie pudiera mirarla así.

- Eso espero.- musitó.

Se quedaron un rato en silencio y no pudo evitar observarle. ¿Por qué era así? ¿Por qué unas veces era tan grosero y, sin embargo, otras era tan dulce, tan tierno, tan comprensivo...? Era tan desconcertante... Pero tenía que reconocer que esa duplicidad la volvía loca, al igual que su figura en ese momento, con la mirada perdida y ese aspecto melancólico...

- Serénate.- Pensó- Parece mentira que caigas como una tonta. Está JUGANDO contigo- se dijo a sí misma, mientras miraba los dibujos de la alfombra.

La voz del hombre la sacó de sus cavilaciones.

- Verás, yo...- hizo una pausa como si estuviera ordenando sus ideas.- Hace... hace mucho...

- ¿Sí?- preguntó ella, pues él no terminaba de arrancar.

- Me gustaría enseñarte algo.- dijo levantándose.

Lo cierto es que necesitaba contarle algo que había mantenido en secreto durante mucho tiempo, algo que la incumbía.

Ambos pasaron a la habitación del hombre. Éste abrió el primer cajón de la mesilla de noche y sacó una cajita de nogal bellamente tallada. Se la tendió a la joven, quien la tomó indecisa entre sus manos.

- Ábrela.

Ella así lo hizo, y no pudo evitar una ahogada exclamación de sorpresa. Sus piernas comenzaron a temblar y tuvo que sentarse en la cama del hombre, mientras gruesos lagrimones descendían por sus mejillas.

Severus se arrodilló delante de ella y la cogió suavemente por las muñecas.

- Verás...- comenzó a hablar rápidamente, como si temiera que la joven le interrumpiera- el día que él mató a tu madre... yo estaba allí. La trajeron atada, muy malherida.

Su voz se quebró en un suspiro. Ella levantó la cabeza y sorprendentemente, inquirió:

- ¿Qué ocurrió?

Él la miró, no muy seguro de si debía responder.

- Necesito saberlo.- susurró ella.

- Él simplemente le preguntó: "¿Por qué?". Ella le contestó: "Nunca será como tú. Está por encima de todo esto y un día... te destruirá". "¿Dónde está?" "No esperarás que te lo diga". La torturó durante un tiempo, pero al ver que no iba a decir nada más, la mató, y, encargándome que me ocupara de ella, desapareció. Me acerqué rápidamente a ella, mi mente se negaba a aceptar lo que mis ojos veían. Y entonces el medallón que ella siempre llevaba colgado al cuello se iluminó y saltó a mis manos. Una voz que parecía venir de todas partes me dijo: " Entrégaselo a ella cuando sea el momento". Desde entonces lo he guardado, pues debo confesar que nunca he sabido a quien se refería la voz, nunca, hasta ahora.

Se acercó a ella, pero la joven le apartó bruscamente.

- ¿Por qué tú? ¿Por qué a ti?

- Liria y yo siempre nos llevamos bien. Fue una de las pocas personas que supo ver más allá de lo que la gente normalmente ve de mi. Y se convirtió en lo más parecido a una amiga que he tenido nunca. ¿Sabes? La gente huye de mi, supongo que será por mi carácter y por mi aspecto. Pero ella no. Ella se empeñó en conocerme a pesar de lo mal que yo la trataba. Fue la primera que me trató como un ser humano, la primera que se preocupó por mí, la única que se atrevió a hablarme, a desafiarme en batallas dialécticas, a curarme las heridas de la vida...

Ella le miró intensamente a los ojos.

- ¿La querías?

Él meditó sus palabras antes de responder.

- Sí, la quería. No como amante, pero sí como amiga. Lo que más me admiraba era su aparente fragilidad, tras la que se escondían una gran fortaleza y un carácter inquebrantable. Y puedo asegurarte que lo mantuvo hasta el final.

- Cuando mamá murió...- era la primera vez que él la oía emplear esa palabra tan cariñosa, pero el dolor y el sufrimiento que encerraba su tono se le clavó en el alma.- el mundo se me vino abajo y yo pensé, creí que...- no pudo continuar y estalló en sollozos.

Él se incorporó y se sentó en la cama, atrayéndola contra sí y sentándola en su regazo, abrazándola fuertemente mientras la joven lloraba contra su pecho. Lo que no podía intuir es que la joven no lloraba solo por su madre, si no por ella misma, por el camino que había tomado después.

Unos minutos después pudo notar como la joven se relajaba mientras se calmaba en sus brazos. La suave calidez del cuerpo de ella pegado al suyo hizo que él también se relajara, y pudo notar su aroma a jazmín. Jazmín... le recordaba la casa de la playa de sus padres, hacía tanto que no iba, desde que éstos murieron... Suspirando, la apartó suavemente.

- ¿Estás bien?- ella negó con la cabeza.

- Pero lo estaré.- una triste sonrisa apareció en sus labios.

Él cogió la cajita y sacó de ella el medallón. La obligó a levantarse y la llevó frente al espejo de cuerpo entero que había sacado del baño.

Se colocó tras ella y le puso el medallón. Sus dedos rozaron suavemente el cuello de la chica mientras lo hacía y pudo notar como ella se estremecía.

Posó sus manos en los hombros de la joven y la miró a través del espejo. Sonrió.

- Eres idéntica a tu madre.

Ella sopesó el sentido oculto de la afirmación y, en un impulso, se volvió y le abrazó. Él se sobresaltó, rígido, pero la correspondió.

La joven se separó, pero antes de que él pudiera evitarlo, le dio un cálido beso en la mejilla.

- Gracias.- susurró. Él asintió, con el corazón alegre.

- ¿Vamos?- preguntó tendiéndola la mano. Ella le miró intensamente y posó su mano sobre la de él.

Una vez en el despacho del director, Dumbledore les hizo coger un puñado de polvos flu y echarlos en la chimenea, diciendo en voz alta: "Ministerio de Magia".

Una llamarada de color verde les envolvió mientras eran transportados a gran velocidad por un túnel oscuro lleno de lo que parecían ventanitas, hasta acercarse súbitamente a una de ellas.

Salieron por una gran chimenea y se sacudieron las ropas. Beatriz levantó la vista y observó que se encontraban en un largo y espléndido vestíbulo, con un suelo de madera oscura muy brillante. El techo era de color azul claro, con destelleantes símbolos dorados que se movían y cambiaban como un enorme tablón de anuncios celestial. Las paredes a cada lado eran de oscura y brillante madera artesonada y tenían muchas chimeneas doradas fijadas en ellas.

Cada pocos segundos una bruja o un mago emergían de una de las chimeneas de la izquierda con un suave whoosh, al igual que habían hecho ellos. En el lado derecho, había formadas pequeñas colas delante de cada chimenea esperando para partir.

En el centro del pasillo había una fuente. Un grupo de estatuas de oro, más grandes que el tamaño natural, colocadas en el centro de un estanque circular. El más alto de ellos todos era un mago de aspecto noble con su varita apuntando al aire. Agrupados alrededor de el había una bruja maravillosa, un centauro, un duende y un elfo domestico. Los últimos tres mirando con muestras de adoración a la bruja y al mago. Brillantes chorros de agua volaban de las puntas de sus varitas, de la punta de la flecha del centauro, de la punta del duende ya de cada una de las orejas del elfo domestico, de modo que el tintineante silbido del agua cayendo se unía a los estallidos y cracks de los que se aparecían. Debido a que era sábado y muy temprano, el vestíbulo aparecía bastante desierto.

Dejando atrás la fuente, se dirigieron hacia unas grandes puertas doradas. Sentada en un escritorio a la izquierda de las mismas, debajo de un cartel que ponía "Seguridad" una bruja controlaba quien entraba y salía.

Al verles, se levantó y salió de detrás del escritorio. Era mayor, asombrosamente alta y vestía un uniforme azul marino.

- Buenos días, buenos días Albus.- Saludó.

- Buenos días, Alice.

- ¿Qué os trae por aquí tan temprano?

- Hemos venido a una vista por motivos personales de una de mis alumnas.

- De la señorita, me atrevería a suponer.- comentó dirigiendo una cálida mirada a la joven.- No te preocupes, querida, ya verás como todo sale bien. Ahora me tienes que decir tu nombre, pues te tengo que dar tu identificación, y dejarme tu varita para que la examine.

La joven miró a Dumbledore, quien asintió imperceptiblemente.

- Beatriz Ryddle.

- Muy bien. – Y con un movimiento de varita hizo aparecer en sus manos una chapa en la que bajo su nombre ponía: "Vista tutelar".

Tras darle otra chapa a Severus y examinar ambas varitas metiéndolas en un extraño instrumento de cobre, que parecía una pesa pero con un solo plato les permitió traspasar las puertas doradas.

Llegaron a un vestíbulo más pequeño, donde había por lo menos veinte ascensores detrás de unas rejas de oro labrado. Se situaron delante de uno de ellos y Dumbledore pulsó el botón "abajo".

Entre fuertes traqueteos y sacudidas, un ascensor bajó ante ellos. La reja dorada se movió hacia un lado y entraron.

Con una inquisitiva mirada, Severus observó que el director pulsaba el botón con el número 9. La reja se cerró con un estruendo, y con un golpeteo de cadenas, el ascensor comenzó a descender.

- ¿Vamos al departamento de misterios?- Inquirió Severus con un ligerísimo temblor en la voz. El director asintió.- ¿Por qué no lo celebran arriba? A fin de cuentas es una vista por una tutela, así que lo más lógico sería que lo hicieran en la segunda planta, en los servicios administrativos del Wizengamot. Esas salas del tribunal no se han usado en años, desde... desde los juicios a mortífagos.- Terminó comprendiendo de repente.

- Sí, es que Fudge tiene un sentido del humor un tanto retorcido, y parece que le encanta tratar los asuntos de Hogwarts allí.- Comentó Beatriz irónicamente.

- Veo que Harry te ha contado su "visita" del año pasado al ministerio- dijo el director con un alegre destello en sus ojos mientras el profesor de Pociones bufaba por lo bajo.

- Departamento de Misterios- Anunció una voz femenina en el interior del ascensor. Las puertas se abrieron con un chirrido y salieron a un pasillo que era bastante diferente de los anteriores.

Las paredes estaban desnudas; no había ninguna ventana y ninguna puerta aparte de una negra al final del corredor. Pero, tal y como le había contado Harry, no llegaron a pasar por ella, si no que bajaron por una escalinata a la izquierda llegando a otro pasillo que tenía un gran parecido con las mazmorras de Hogwarts, con bastas paredes de piedra y antorchas en anaqueles.

Había gran cantidad de puertas, de madera muy gruesa, con cerrojos y cerraduras de hierro.

- ¿En cual de ellas es?

- En la número 10, Severus.- respondió el director con una mirada que hubiera infundido ánimos a una piedra.

El profesor de Pociones avanzó con paso seguro hacia la puerta marcada con ese número. Dumbledore se adelantó, asiendo firmemente el pomo de hierro y girándolo.

En Hogwarts, Harry no podía dormir. Se había levantado temprano, con un ligero estremecimiento y una gran sensación de malestar. La cicatriz le dolía bastante y no sabía si podría aguantarlo por más tiempo.

Había tenido una pesadilla, soñando de nuevo con el señor oscuro. Éste estaba en una gran sala de piedra sentado en su trono, muy enfadado, y le decía al mortífago arrodillado delante de él: "Él no puede, tendrás que hacerlo tú".

Había bajado a la sala común y se había sentado en su sillón favorito junto al fuego. La esfinge de Beatriz, que dormitaba junto a la chimenea, se había despertado y de un salto se había subido al sillón de al lado. Ahora le miraba con ojos escrutadores, con la cabeza apoyada en uno de los brazos del sillón, como si adivinara lo que había ocurrido.

¿Qué ocurría? ¿Qué es lo que hacía que Voldemort estuviese tan enfadado? ¿Qué era lo que otro no podía hacer y tenía que hacerlo el mortífago que estaba arrodillado?

Intentó relajarse, vaciando su mente y dejándola en blanco. No es que pensara que Voldemort fuera a entrar en su mente en ese preciso instante, pero después del susto del año anterior, prefería no arriesgarse.

Había vuelto a tomar clases de Oclumancia, dadas ahora por Dumbledore, en previsión de lo que pudiera ocurrir. Lo cierto era que seguía sintiendo lo que el señor oscuro sentía, pero ahora podía controlarlo. Ya no sentía ese odio al mirar al director, ni había vuelto a sentirse mal.

Pero una imagen, que nada tenía que ver con el sueño, se representó en su mente, negándose tozudamente a desaparecer.

Ginny... No podía evitar pensar en ella, en lo extraño de su comportamiento de las últimas semanas. Si al menos pudieran hablar... Pero ella se negaba a hablar con cualquiera de ellos, poniendo como excusa que tenía que estudiar para los exámenes, y se alejaba cada vez más, como si temiera estar con ellos.

Movió la cabeza con resignación y decidió bajar a desayunar, pues sus tripas hacía rato que estaban protestando. Se incorporó en el sillón y miró a la esfinge, que levantó la cabeza sorprendida.

- Voy a desayunar, ¿te vienes?

Por toda respuesta, la esfinge bajó del sillón y se encaminó hacia el retrato de la Dama Gorda, seguida por Harry.

En el vestíbulo se encontraron con Firence, el centauro que ahora daba las clases de Adivinación junto a la profesora Trelawney, que sostenía una gran caja entre sus manos. Según les dijo, se trataba de un pedido de hojas de té que acababa de llegar.

Amablemente, le pidió a Harry que se lo entregaran a la profesora de Adivinación cuando terminara de desayunar, pues él tenía que volver a salir urgentemente.Y hacia allí iba ahora, mientras que la esfinge había vuelto a Gryffindor.

Llamó a la puerta del despacho de la profesora Sybill Trelawney, situado en el cuarto piso y la puerta se abrió por sí sola. Asomó la cabeza y vió a la profesora de Adivinación sentada en el suelo, delante de una gigantesca bola de cristal, dentro de la cual se movía una neblina verdosa formando remolinos.

Un gran calor y un intenso olor a incienso impregnaban el ambiente

Volvió a llamar a la puerta, haciendo que la profesora se sobresaltase, ya que no se había dado cuenta de que había alguien más en la habitación.

Con un gran paño morado, la profesora se dio la vuelta y tapó la bola.

- ¡Señor Potter! Adelante, adelante. Ya sabía que vendría, lo he visto en la bola.

Harry asintió, conteniendo las ganas de reír al recordar el salto de la profesora.

- El profesor Firenze me pidió que le entregara esto. Son el pedido de hojas de té.

- Por supuesto, yo ya lo sabía, también lo ví en la bola. Maravilloso, déjalo ahí encima.- dijo señalando encima de la mesa con un vago ademán.

Al ver que el chico miraba fijamente la bola, comentó:

- Fantástica, ¿verdad? Es una de las mejores bolas de interpretación que existen, Dumbledore la encargó este verano, supongo que como disculpa por lo del año pasado, por lo que hizo esa...

Su voz se quebró debido a la furia

- Pero bueno, mejor no enfadarse, eso afectaría al "ojo interior". ¿Quieres que veamos tu futuro?

Y sin darle tiempo a reaccionar, se sentó frente a la bola. Le indicó que hiciera lo mismo en el otro lado y se concentró.

De pronto se puso rígida, y con una voz seca y dura anunció:

Entre vosotros acecha uno cuyos fines

son esta noche actos malvados y ruínes.

Tras el sol del atardecer una amenaza se cierne,

ya ocurrió una vez y volverá a suceder.

La estrecha bajada desciende otra vez,

el reflejo una amenaza esconde

y la muerte podrá acontecer

Harry se levantó asustado y salió corriendo en dirección al despacho de Dumbledore.