Capítulo 18. Una partida de ajedrez.

Harry, Ron, Hermione, Luna y Neville fueron empujados sin miramientos por los pasillos de lo que parecía una inmensa red de galerías y túneles subterráneos hasta llegar a unas enormes puertas de madera labrada formando dos serpientes entrelazadas que se mordían mutuamente la cola formando un círculo.

A Harry había empezado a dolerle la cicatriz, pero cuando atravesaron las puertas para ir a parar a una gran sala circular de piedra, el dolor se hizo insoportable. Casi todos los mortífagos se encontraban allí de pie formando un semicírculo delante de un estrado sobre el que se encontraba Voldemort sentado en su trono. Supuso que uno de ellos debía ser Snape. A su izquierda se situaba otro mortífago y en el extremo izquierdo del semicírculo una figura conocida, con el pelo rubio... ¡¿Draco?!

Al ver al señor oscuro, sus compañeros comenzaron a temblar. Era la primera vez que se enfrentaban cara a cara con él, puesto que hasta entonces nunca habían llegado al final de las aventuras.

Los mortífagos que les acompañaban les empujaron al centro del semicírculo, donde estaba Ginny atada. Intentaron hablar con ella, pero un hechizo les impedía hacerlo.

Las grandes puertas se volvieron a abrir y Beatriz apareció en el umbral. Se había cambiado de ropa y ahora llevaba un vestido negro, con un escote de barco, de manga larga, con el cuerpo muy ajustado y que se abría en la cintura en una falda con mucho vuelo hasta un poco por encima de los tobillos. Dos aberturas laterales hasta las caderas permitían vislumbrar sus piernas entre los pliegues del vestido al andar. Iba descalza.

Avanzó sin miedo alguno por el salón, erguida, con la cabeza alta, sabiendo que el recibimiento de Colagusano había causado mucha expectación

Los mortífagos se apartaron con torpeza de su camino y ella avanzó entre ellos con paso decidido y arrogante, rodeando a los jóvenes, formando una visión de absoluta belleza y elegancia. Algunos mortífagos se la quedaron mirando embelesados con ojos vidriosos y el pecho henchido de emoción. Cuando ella posaba fugazmente su mirada sobre ellos bajaban la vista al instante. Estaba claro que podría hacer lo que quisiera con ellos.

Al llegar a los escalones del estrado, la joven se paró y se inclinó. Voldemort se levantó y bajó hasta ella, haciéndola levantarse, y cogiéndola de la mano la hizo subir con él.

A una señal suya, los mortífagos se descubrieron.

- Liria...

- No, Lucius.- Contestó en voz alta el señor oscuro al susurro del hombre situado a su izquierda y que ya no tenía rastros de enfermedad. Se dirigió a todos.- Su hija y la mía, Beatriz Ryddle, mi heredera. La Heredera de Slytherin.

Todos abrieron la boca asombrados. En ese momento, Beatriz se fijó por primera vez en Draco.

- ¿Qué hace él aquí?

- El señor Malfoy hijo ha venido para unirse a nuestras filas y para presenciar como el nombre de su familia quedará indiscutiblemente ligado a nosotros y nuestra causa por un matrimonio.

- ¿Es él?- preguntó la joven señalando a Lucius.

- Sí, es el hombre con el que te casarás.- contestó Voldemort provocando un murmullo entre los mortífagos que silenció con una mirada.

Draco abrió los ojos espantado. ¿Y su madre? ¿Por qué lo aceptaba su padre sin inmutarse?

Beatriz se acercó con un sensual movimiento a Lucius, pasó su mano por detrás del cuello del hombre, acariciándole la nuca y se pegó a él, besándole apasionadamente.

Notó que el hombre la respondía, no solo con sus besos, si no también con su cuerpo. Se separó con una perversa sonrisa y se volvió.

- Buena elección, padre. Pero hay un molesto inconveniente, ya está casado.

- Lo solucionaremos ahora mismo. ¡Traedla!

Dos mortífagos salieron y volvieron llevando maniatada a Narcisa Malfoy. No tenía buen aspecto, parecía que la habían maltratado o torturado y Draco ahogó un grito cuando vio a su madre, pues el señor oscuro tenía los ojos fijos en él.

- Lucius, haz los honores.- indicó Voldemort.

Lucius levantó su varita y apuntó a su mujer.

- ¡Avada kedabra!

- ¡Nooooo!

Draco subió rápidamente los escalones y de un golpe desvió la varita de su padre, de forma que el rayo asesino fue a dar a unos metros de distancia de su madre. Al mismo tiempo, los chicos habían intentado alejar a la señora Malfoy de la trayectoria del rayo, de forma que milagrosamente había salvado la vida.

De un tortazo, Lucius Malfoy le mandó rodando por el suelo y le apuntó con su varita. Beatriz se adelantó, interponiéndose entre ambos, bajó los escalones y se agachó junto al chico, que sangraba ya que tenía el labio partido.

- Draquilín... ¿Cuándo aprenderás que no es buena esa manía tuya de estar en mi contra? Deja que te lo explique, dejad que os lo explique a todos. Esta lucha es una enorme partida de ajedrez en la que las vidas de las personas no valen nada, al igual que la tuya y la de tu madre. Tan solo sois un par de peones que los jugadores mueven a su antojo por el tablero. Y si el rey negro – Voldemort sonrió al oír la comparación – decide que os sacrifica, vosotros moriréis dando gracias por serle útiles. ¿Entendido? ¡Lleváoslos! Luego me ocuparé de ellos.

Voldemort y Lucius la miraban con admiración, los chicos horrorizados. Recorrió con la vista la fila de mortífagos, y pudo ver el deseo reflejado en sus caras. Sólo unos ojos negros la miraban inquisitivamente, con el rostro neutro, unos ojos de los que había jurado vengarse.

- Muy bien, ¿algo más de lo que quieras ocuparte?- preguntó su padre, poniéndoselo en bandeja.

- Sí, uno de tus mortífagos se ha vuelto blando... Ahora, en vez de preocuparse por nuestra causa y espiar como debe, se dedica a echarles filtros en las copas a sus alumnas para llevárselas a la cama.-Afirmó, dirigiendo una cortante mirada a Severus.

- No me digas- Voldemort la miró a los ojos y leyó en su mente.

Voldemort le hizo una seña y él se adelantó, arrodillándose delante de ellos.

- ¿Es eso cierto?

- Mi señor, yo...

- Crucio.

Los chicos asistían a la escena sin saber que pensar. ¿Snape y Beatriz se habían acostado juntos? Hermione vio confirmadas sus sospechas, pero ella habría jurado que Beatriz estaba enamorada de él. ¿Por qué ahora...?

Severus se revolcó de dolor en el suelo.

- Papá... – Voldemort paró y la miró.

Ella se acercó a él, pasándole un brazo por los hombros y sentándose en uno de los reposabrazos del trono, dejando una pierna al descubierto hasta el muslo y provocando que la temperatura en la sala aumentase.

- Papi...- repitió con voz melosa.

- Cuando me llamas así es que te has encaprichado con algo. ¿Qué quieres?

- A él.- Contestó señalando a Severus, que la miró asombrado, al igual que Voldemort.- Dámelo como regalo de bodas.

- ¿Y qué harás con él?

- Le convertiré en mi esclavo. Jugaremos, y luego... dolor, mucho dolor. ¿Sabes, Severus? Tú conoces el dolor que provoca el placer más intenso, pero... ¿has sentido alguna vez el placer del dolor? No...- dijo con una voz sensual y provocativa, prometedora- Estás acostumbrado a un dolor vacío. ¿Y el dolor mezclado con el placer? Es un cóctel excitante que muchos pagarían por experimentar... Sí, creo que sí, mejor... Y cuando terminemos, te arrastrarás y me suplicarás piedad de rodillas.

- Concedido. Pero ten en cuenta que aún nos es útil, es tu tutor a parte de un excelente espía.

- Por desgracia. No lo olvidaré.

- Ahora solo queda Potter... el molesto Potter.

Harry se sentía furioso y la cicatriz le dolió aún más cuando Voldemort centró toda su ira en él.

- Matad a sus amigos.

- ¡Padre, espera!

- ¿Qué ocurre?

-La profecía, conozco la otra mitad, conseguí que ellos me la contaran.

Voldemort sonrió con satisfacción.

- Bien, ¿cuál es?

- Todo acabará cuando uno mate al otro... rodeados ambos de sus amigos.

Harry, Ron y Hermione miraron atónitos a la joven. ¿Por qué había cambiado la profecía?

- Bien, eso no me impide dejar a dos y matar al resto.

- Yo no me arriesgaría.

El señor oscuro bufó de rabia.

- Está bien, ¡encerradlos hasta mañana! Vosotros dos, - dijo señalando a Nott y a Bellatrix Lestrange- llevad a Severus a las habitaciones de mi hija.

Beatriz entró al rato en su habitación. Era amplia, con una gran cama de matrimonio adoselada, una gran mesa, sillas, estanterías llenas de libros... Vio que Severus permanecía de pie junto a la cama, mientras que Nott y Bellatrix le observaban desde la puerta con las varitas preparadas.

- Podéis retiraros.

- Pero señora... – Ella les fulminó con la mirada

- FUERA.

Ambos salieron y cerraron la puerta, pero Beatriz sabía que se habían quedado fuera, escuchando, por orden de su padre.

Severus la miró sereno.

- ¿Por qué lo haces?

- Ya te dije que me vengaría.

- Yo no lo hice.

- ¿Sabes? Realmente ahora eso da igual.

Hizo intención de avanzar, pero ella le miró y él se quedó quieto, paralizado. A partir de ese momento solo se movería y actuaría según los deseos de la joven. Ella mandaba y él obedecía. Ella era la dueña y él el esclavo.

- Quítate la túnica, la camisa y los zapatos.

Él lo hizo. Beatriz separó sus labios rojos como la sangre y el hambre se hizo visible en sus ojos oscuros al posar la vista en el cuerpo atlético y musculoso de su profesor. Puso su delicada mano sobre el ancho pecho del hombre y deslizó lentamente sus relucientes uñas hasta llegar al abdomen, siguiendo las terminaciones nerviosas de su cuerpo. Él gimió de placer y se dejó caer encima de la cama tras un ligero empujón de la joven.

Relamiéndose los labios, Beatriz se arrodilló encima del hombre, con las piernas a los lados de sus caderas y posó las palmas de las manos en sus hombros, utilizando esta vez los dedos, presionando y acariciando cada centímetro de su piel. Cuando acarició la última curva, la respiración del hombre se había convertido en una serie de entrecortados jadeos y gemidos de placer.

Pudo notar a través del vestido cómo una dura y caliente prominencia crecía entre las caderas del hombre y presionaba contra su vientre y sus muslos. Una oleada de placer subió por su espalda, haciéndola gemir.

Subió una uña por el abdomen y presionó un determinado punto, haciéndole gritar de dolor y mirarla suplicante.

- Shhh, Severus, que escandaloso eres. Duele, ¿verdad? Tendré que insonorizar la habitación.- dijo con una perversa sonrisa.

Oyó dos pares de pisadas que se alejan. Insonorizó la habitación con un hechizo y se volvió hacia Severus, quien en esos momentos de desconcentración había conseguido salir de su embrujo.

La agarró y rodaron en la cama hasta quedar él encima. Ella colocó sus piernas alrededor de la cintura y de las caderas del hombre y con las manos le acarició la espalda. Él se movió y el contacto entre sus sexos a través de la ropa les hizo gemir al unísono. Sintiéndose a punto de perder la cabeza, ella hizo un movimiento de cadera y se volvió a colocar encima, sentándose sobre él.

- Severus... no...Severus... Creo que ya se han ido…

Él la miró jadeante, como saliendo de un trance. Ella alargó el brazo y la varita de Severus y la suya volaron hasta su mano.

- Toma- dijo entregando al hombre su varita.- Tenemos que darnos prisa. He conseguido algo de tiempo con la profecía falsa, pero temo por ellos, sobre todo por Draco y su madre. Lucius no debe estar muy contento y querrá librarse cuanto antes de ellos.- dijo tratando de tranquilizar su respiración.

Se levantó y se acercó a una de las paredes, en la que había una chimenea. Apretó uno de los adornos y el interior de la chimenea ascendió, dejando ver un pasadizo.

- Vamos.- Él se acercó terminando de vestirse y la sujetó por el codo.

- ¿Y todo este numerito?

- Nott y Lestrange se habían quedado escuchando detrás de la puerta, seguro que por orden de mi padre, así que tuve que hacerlo. No debían sospechar. Cuando dije que insonorizaría la habitación, se marcharon.

- ¿Pero tú no...?

- Una cosa es que sea hija suya y otra que siga sus pasos.- él la sonrió aliviado. Al fin y al cabo todo no había sido más que una gran mascarada para salvarles a todos la vida. Y la admiró por ello, por arriesgarse de esa manera.

Tras caminar por un angosto y estrecho pasadizo y bajar dos tramos de escaleras, Beatriz se paró. Una tenue claridad salía por una rejilla en el suelo, al igual que un murmullo ahogado. Se arrodillaron y pudieron ver que era una rejilla de ventilación que daba a una de las celdas de las mazmorras. Era un cuarto estrecho, dividido en dos por unos barrotes.

Harry, Ron y Neville estaban sentados contra la pared, mirando conspiradores a un mortífago que dormitaba sentado en una silla al otro lado de los barrotes, con las varitas de todos ellos detrás. Las chicas y Draco cuidaban de la madre del último, que estaba tendida en el suelo, con la cabeza apoyada en el regazo de Luna mientras Hermione y Ginny trataban de vendar sus heridas.

Beatriz miró a su alrededor. Necesitaba algo con lo que llamar la atención de los chicos. Cierto es que se podrían haber aparecido, pero el suave ruido del aire desplazado al hacerlo habría despertado al mortífago.

Severus, adivinando sus intenciones, le pasó una piedrecita que había en el suelo. Ella la lanzó con bastante buena puntería, logrando que impactara en la cabeza de Harry, que se sobresaltó y miró hacia arriba, abriendo los ojos como platos al verlos.

Ella se llevó un dedo a los labios y Harry asintió, alertando sigilosamente a los otros. Cuando estuvieron listos, la joven movió un dedo e hizo que las varitas se elevaran rápidamente en el aire y fueran hasta sus manos. Draco le lanzó un hechizo al mortífago, que se quedó inconsciente mientras Hermione abría la puerta de la celda.

Beatriz y Severus se aparecieron junto a ellos y les ayudaron a sacar a Narcisa.

- Si pudiéramos curarla...- dijo Luna.

Beatriz se llevó una mano al pelo y se quitó un adorno plateado. Se lo puso en una mano y con su varita lo transformó en el cilindro de marfil, lanzándolo seguidamente al suelo. Antes de llegar a él, se había transformado en Gizeh, que se acercó a la madre de Draco. El chico se interpuso, asustado.

- Draco, Gizeh puede curarla si se va con ella.

Él se apartó. La esfinge tocó a la mujer con una pata y, con una luz azulada, ambas se transformaron en el cilindro, que Beatriz recogió y entregó al joven.

- Hasta que tu madre no se cure del todo no se volverá a transformar.- advirtió.- Guárdalo hasta entonces.

Severus le pidió a Luna su reloj de pulsera y lo hechizó.

- Es un trasladador, tardará unos minutos en funcionar. Cuando lo haga, os llevará frente al castillo. Buscad enseguida a Dumbledore o a alguno de los profesores.

- ¿Y vosotros?

- Debemos quedarnos, Voldemort no debe sospechar que os hemos ayudado.

Se dirigieron hacia la puerta cuando ésta se abrió súbitamente, ocultándoles a ellos dos por fortuna, pero dejando expuestos a los demás. Siete rayos de diferentes colores salieron de siete varitas y fueron a impactar en Lucius, mientras Colagusano corría a dar la alarma.

Beatriz se agachó junto al carcelero y le modificó la memoria, para que cuando Voldemort le interrogara pareciera que había sido él el que los había ayudado a escapar. Con una inclinación de cabeza, Severus y ella desaparecieron, para aparecer en la habitación de la joven al tiempo que alguien llamaba a la puerta. Abrió y se encontró a Colagusano.

- ¡Se escapan!

Ambos volvieron a desaparecer para aparecer junto a Voldemort en el pasillo que daba a las diferentes celdas. Los chicos se habían parapetado tras la puerta y mantenían a los mortífagos a raya.

El señor oscuro avanzó, creando una poderosa esfera protectora y ellos entraron detrás, a tiempo para ver como los chicos se agarraban al reloj y desaparecían.

Beatriz se volvió a Voldemort, aparentando estar furiosa.

- Severus y yo tenemos que volver a Hogwarts y modificarles la memoria antes de que puedan hablar con nadie sobre nosotros dos.

- Id.

Ambos se aparecieron en las verjas del colegio y corrieron por el camino hasta llegar al castillo, donde entraron como una tromba.

En el vestíbulo se encontraron a Dumbledore a la cabeza de la Orden del Fénix al completo junto a los profesores del colegio interrogando a los chicos, que habian llegado minutos antes.

El director les hizo entrar en el Gran Comedor, acompañados de los señores Weasley, Remus, Tonks y Moody, mandando a los demás a casa. McGonagall mandó un recado a las cocinas y pronto tuvieron un reconfortante tazón de chocolate caliente delante de ellos.