Amazona Verde y Ni€a: sí, pobre Harry... ahora veremos cómo le afecta esta crisis, lo cual no es tan gracioso... gracias por sus comentarios maravillosos.
Lilith, Anna y Nevi: lo de Remus es una gran sorpresa, sobre todo para Harry, pero es que el pobre aún no sabe mucho de la vida... y lo que le queda por aprender... ¿Quién se lo enseñará? Muchos besos.
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El lunes llegó tan rápido que pilló a Harry completamente por sorpresa. No había sido capaz de analizar ni la mitad de lo que había pasado en los últimos días, ni había podido contárselo a nadie, porque Hermione había estado muy ocupada visitando a Mac Gonagall; no sabía qué demonios hacer, y en diez minutos tenía clase con Snape. Más le valía irse ya.
Lo peor de todo era que Remus y Jeff le habían descubierto un Snape totalmente nuevo, una especie de experto en caricias... él mismo había visto sus dedos acariciarlo como si cada gesto fuera una frase magnífica... No podía evitar imaginarse a Snape como un experto amante, aunque la simple idea le causara horror... pero, ¿por qué no podía quitárselo de la cabeza?
Estaba sentado en un frío peldaño de la escalera de Gryffindor, sin saber que una presencia oculta le miraba.
...oooOOOooo...
Quizá Harry estaba completamente trastornado, pero, desde luego, Snape parecía el mismo de siempre, con su actitud serena pero hiriente. Había descubierto cierto cabello rubio oscuro, largo y rizado, en el armario de la clase... y tenía una sospechosa a la que castigar. En realidad, era más que sospechosa. Sólo de pensar que esa cotilla podía haber presenciado aquel rato con Harry... O peor aún, habérselo contado a él... Snape crepitaba. Pero no podía dejarlo traslucir... demasiado.
-Señorita Granger, deje ya de remover esa mezcla si no quiere convertirla en pudding de rana. Escuche lo que digo de vez en cuando, quizá le ayude. Dos puntos menos para Griffyndor.
Diez minutos después...
-Ganger, le recomiendo que vaya a visitar a Madame Pomfrey para que le desatasque los oídos. Dije claramente "dos" gotas de suero de mandrágora. Cinco puntos menos para Gryffindor.
La pobre Hermione estaba tan nerviosa que ya no podría ni contar hasta tres. Pero Snape parecía divertirse, y se regodeaba en buscarle defectos.
-Granger, esto es demasiado. Ha utilizado usted la cuchara de bronce en lugar de la de cobre, como dije. Diez puntos menos...
Harry sintió que le ardía la sangre de rabia ante esa injusticia: todo el mundo estaba utilizando la primera cuchara que tenía a mano. Pero de repente se dio cuenta de que ahora sí que sabía una manera de alterar a Snape: sería fácil ponerle nervioso teniendo en cuenta que, supuestamente, se sentía atraído por Harry. Pensó rápidamente, ¿qué hacían las chicas de las películas en esas situaciones?
Se levantó como si fuera a preguntarle una duda al profesor, y se acercó mucho a él.
-Profesor, he oído que es usted un buen médico, quizá pueda ayudarme. Es que me duele mucho este labio.
Mientras decía esto, se pasaba la lengua por el labio superior como si le escociera, pero manteniendo una mirada de desafío sobre Snape, que miró atónito a Harry durante un segundo.
-¡Potter! ¿Cómo se atreve a interrumpir la clase con una tontería semejante? ¡Cinco puntos menos para Griffyndor!
Harry volvió a su sitio, con una sonrisa de triunfo en su interior. La voz de Snape había sido entrecortada, casi jadeante, tan distinta a su aplomo habitual... le había costado cinco puntos, pero había conseguido hacerle perder el control por un instante. Y por un instante había parecido humano, vulnerable, sensible... Pero Harry ahuyentó esos pensamientos como si fueran insectos. Lo que pasa es que los insectos son insistentes, y difíciles de localizar.
A lo largo de la clase, Snape se equivocó dos veces en su explicación, como Hermione no tardaba en indicarle, obteniendo como agradecimiento furibundas miradas. Harry se preguntaba a qué podía deberse su nerviosismo... estaba disfrutando más que nunca, y tenía un plan.
Pero, antes de que la clase terminara, Snape consiguió encontrar una excusa para castigar después de clase a... Hermione Granger. Toda la clase contuvo la respiración. Hermione, dignamente, recogió sus cosas y se fue.
...oooOOOooo...
Seamus llegó corriendo a la mesa de Gryffindor.
-¿Lo habéis visto ya? Es muy fuerte...
En ese momento vio a Harry, y enmudeció de repente, al mismo tiempo que sus mejillas se teñían de rosa. Le había parecido que no estaba en la mesa.
-¿Si hemos visto qué, Seamus?- preguntó Hermione, molesta, con su vocecilla de sabihonda.
-Pues... la... la nueva escoba de Malfoy. Sí, eso es.
-Un momento. En tu primera frase habías utilizado un artículo masculino, y en la segunda te has referido a "una" escoba... esto no encaja...
-Desde luego, Hermione... siempre estás igual. Se todo lo perfeccionista que quieras, pero desde luego...- dijo Ron. Seamus suspiró, aliviado, pero nadie salvo Harry se dio cuenta- Hey, yo quiero ver esa escoba... pero no me acercaré mucho al sucio Malfoy.
Sin embargo, Harry creía saber qué era lo que Seamus estaba ocultando. Había atado cabos: no quería que Harry lo supiera, y el objeto era algo que tenía Malfoy... se imaginó que al rubio de Slytherin no le había sido difícil conseguir un Barry Cocker, y que ahora se divertía enseñándoselo a todo el mundo. Estupendo. Lo mejor de todo era que Seamus no parecía estar haciendo nada para impedirlo, sino que propagaba alegremente la noticia... vaya amigos tenía.
No tardó mucho en darse cuenta de que su suposición era correcta. Primero, Slytherins de todas las edades y géneros le silbaban al pasar, le hacían comentarios sobre su disponibilidad sexual, y siempre le llamaban Barry, pronunciándolo de una forma equívoca si había un profesor delante; pero después, las risitas y cuchicheos se habían extendido a todas las casas. Cuando un grupito de quinto de Hufflepuff (incluso los bonachones tejones...) también le llamó "cojincito", se le cayó el alma a los pies. Hogwarts estaba empezando a convertirse en una antesala del infierno...
...oooOOOooo...
Harry decidió escaparse a Hogsmeade esa noche. Necesitaba emborracharse... pero cuando estaba saliendo del dormitorio, pasadas las doce, se le unió Ron.
-¿Dónde vas?- preguntó el pelirrojo, somnoliento.
-Al pueblo.
-¿Y te ibas sin mí? No, ni hablar. Un segundo...
Ron se vistió de cualquier manera, haciendo tanto ruido que Harry creyó que los iban a descubrir. Pero no fue así, y al cabo de un rato ya estaban caminando por el túnel más corto hacia la aldea mágica
-Oye, Harry- le dijo Ron mientras caminaban.
-Qué- le contestó secamente Harry, mientras caminaba con una prisa furiosa.
-Tengo que contarte una cosa. Ya sé porqué todos se ríen un poco de ti... No te va a gustar nada.
-Yo también lo sé. Lo vi el día que fuimos a la tienda de tus hermanos. Estaba en la habitación para adultos en la que no te dejaron entrar.
Ron murmuró algo acerca de vengarse de Fred y George, pero en seguida se dio cuenta de que era mejor el silencio.
Cuando llegaron a la aldea, ya era tan tarde que sólo estaba abierta la más oscura taberna, en la que las sombras se agazapaban. Pero les dio igual. Ron pidió un "ala de mosca", pensando que su amigo haría lo mismo, pero no fue así:
-Sangre de hada.
Ron se sobresaltó. Esa era una de las bebidas más fuertes del mundo mágico. La tabernera, a quien le faltaba un ojo, cogió una polvorienta y vetusta botella y vertió su contenido en una jarra de cristal doble. Era un líquido rosáceo e irisado.
-Bébetelo rápido, antes de que se ponga azul oscuro- le advirtió con una voz de viejo lobo de mar.
Harry le dio un gran trago. Ron se dio cuenta de que si se tomaba el "ala de mosca" iba a reírse solo.
-Una cerveza de mantequilla, por favor... o mejor dicho, dos- calculó Ron, al ver el gran tamaño de la bebida de Harry, que ya empezaba a virar al azul claro.
Mientras los dos chicos emprendían el camino hacia una borrachera triste, alguien en el bar no les quitaba el ojo de encima.
...oooOOOooo...
Harry estaba en un claro del bosque. Los árboles eran tan altos y espesos que sólo unas gotas de luz se filtraban desde el cielo, aunque era de día, como la vidriera verde de una catedral.
El suelo era de un espeso musgo verde Slytherin, tan agradable al tacto que daban ganas de tumbarse en él. A lo lejos se oía el ruido de los pájaros, y más cerca, el de un fresco arroyuelo. Harry estaba solo en aquel idílico paisaje... ¿o no? De repente, los cascos de un caballo se fueron acercando a él. Sabía que era negro sin mirarlo. Oyó que el jinete se bajaba del caballo de un salto.
Harry se dio la vuelta, y vio a Snape, que acababa de sacar una pequeña hoz de oro, y que estaba recogiendo algunas hierbas.
-No se moleste por mí, señor Potter, no quiero interrumpir sus pensamientos divagantes. Procuraré no hacer mucho ruido.
Pero el chico se le acercó, lleno de curiosidad. Ahora, Snape estaba recogiendo unos diminutos glóbulos azules que parecían ser parásitos de un líquen anaranjado, y los guardaba en un tubo de ensayo.
-Supongo que no sabrá usted el nombre o la función de estos delicados organismos- dejó caer Snape sin mirarlo.
-No- dijo Harry, con una voz soñadora,- pero sí conozco el nombre de eso- y señaló sobre sus cabezas, - se llama muérdago, y sirve para...
Harry besó al sorprendido profesor de pociones, que dejó caer la hoz de druida y el tubo de ensayo. Al principio estaba tan asombrado que no reaccionaba, pero Harry notó pronto que sus labios empezaban a jugar lentamente, y después su lengua...
Los pájaros cantaban, un arroyo hacía música con el agua, la luz tocaba el suelo en forma de gotas. Y, debajo del muérdago, el beso duraba horas y horas, deteniendo el tiempo a su alrededor, convirtiendo el futuro en presente.
Pero era sólo un sueño.
...oooOOOooo...
Ron y Harry despertaron en medio de un callejón de Hogsmeade. Acababa de amanecer. Hedwig picoteaba la ropa de Harry, ¿cómo se las habría arreglado para encontrarle?
Harry estaba aturdido, pero entre las brumas y el oleaje de la resaca había una sensación agradable... muy agradable y muy oculta. No recordaba lo que había soñado.
-Demonios, Harry, tienes el peor aspecto que he visto en mi vida...
-Tú también estás estupendo. ¿Nos acercamos a la recepción en la embajada?
Ron rió, contento de ver que Harry había recuperado su sentido del humor.
-Si nos ponemos en marcha ya, quizá nos de tiempo a ducharnos antes de la segunda clase.... - dejó caer Ron.
-O de desayunar en vez de ducharnos, ¿verdad?
Harry intentaba a toda costa parecer el mismo de siempre. Pero era realmente difícil, teniendo en cuenta que cada vez se sentía más diferente.
Y esa misma mañana volverían a tener clase de pociones.
Lilith, Anna y Nevi: lo de Remus es una gran sorpresa, sobre todo para Harry, pero es que el pobre aún no sabe mucho de la vida... y lo que le queda por aprender... ¿Quién se lo enseñará? Muchos besos.
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El lunes llegó tan rápido que pilló a Harry completamente por sorpresa. No había sido capaz de analizar ni la mitad de lo que había pasado en los últimos días, ni había podido contárselo a nadie, porque Hermione había estado muy ocupada visitando a Mac Gonagall; no sabía qué demonios hacer, y en diez minutos tenía clase con Snape. Más le valía irse ya.
Lo peor de todo era que Remus y Jeff le habían descubierto un Snape totalmente nuevo, una especie de experto en caricias... él mismo había visto sus dedos acariciarlo como si cada gesto fuera una frase magnífica... No podía evitar imaginarse a Snape como un experto amante, aunque la simple idea le causara horror... pero, ¿por qué no podía quitárselo de la cabeza?
Estaba sentado en un frío peldaño de la escalera de Gryffindor, sin saber que una presencia oculta le miraba.
...oooOOOooo...
Quizá Harry estaba completamente trastornado, pero, desde luego, Snape parecía el mismo de siempre, con su actitud serena pero hiriente. Había descubierto cierto cabello rubio oscuro, largo y rizado, en el armario de la clase... y tenía una sospechosa a la que castigar. En realidad, era más que sospechosa. Sólo de pensar que esa cotilla podía haber presenciado aquel rato con Harry... O peor aún, habérselo contado a él... Snape crepitaba. Pero no podía dejarlo traslucir... demasiado.
-Señorita Granger, deje ya de remover esa mezcla si no quiere convertirla en pudding de rana. Escuche lo que digo de vez en cuando, quizá le ayude. Dos puntos menos para Griffyndor.
Diez minutos después...
-Ganger, le recomiendo que vaya a visitar a Madame Pomfrey para que le desatasque los oídos. Dije claramente "dos" gotas de suero de mandrágora. Cinco puntos menos para Gryffindor.
La pobre Hermione estaba tan nerviosa que ya no podría ni contar hasta tres. Pero Snape parecía divertirse, y se regodeaba en buscarle defectos.
-Granger, esto es demasiado. Ha utilizado usted la cuchara de bronce en lugar de la de cobre, como dije. Diez puntos menos...
Harry sintió que le ardía la sangre de rabia ante esa injusticia: todo el mundo estaba utilizando la primera cuchara que tenía a mano. Pero de repente se dio cuenta de que ahora sí que sabía una manera de alterar a Snape: sería fácil ponerle nervioso teniendo en cuenta que, supuestamente, se sentía atraído por Harry. Pensó rápidamente, ¿qué hacían las chicas de las películas en esas situaciones?
Se levantó como si fuera a preguntarle una duda al profesor, y se acercó mucho a él.
-Profesor, he oído que es usted un buen médico, quizá pueda ayudarme. Es que me duele mucho este labio.
Mientras decía esto, se pasaba la lengua por el labio superior como si le escociera, pero manteniendo una mirada de desafío sobre Snape, que miró atónito a Harry durante un segundo.
-¡Potter! ¿Cómo se atreve a interrumpir la clase con una tontería semejante? ¡Cinco puntos menos para Griffyndor!
Harry volvió a su sitio, con una sonrisa de triunfo en su interior. La voz de Snape había sido entrecortada, casi jadeante, tan distinta a su aplomo habitual... le había costado cinco puntos, pero había conseguido hacerle perder el control por un instante. Y por un instante había parecido humano, vulnerable, sensible... Pero Harry ahuyentó esos pensamientos como si fueran insectos. Lo que pasa es que los insectos son insistentes, y difíciles de localizar.
A lo largo de la clase, Snape se equivocó dos veces en su explicación, como Hermione no tardaba en indicarle, obteniendo como agradecimiento furibundas miradas. Harry se preguntaba a qué podía deberse su nerviosismo... estaba disfrutando más que nunca, y tenía un plan.
Pero, antes de que la clase terminara, Snape consiguió encontrar una excusa para castigar después de clase a... Hermione Granger. Toda la clase contuvo la respiración. Hermione, dignamente, recogió sus cosas y se fue.
...oooOOOooo...
Seamus llegó corriendo a la mesa de Gryffindor.
-¿Lo habéis visto ya? Es muy fuerte...
En ese momento vio a Harry, y enmudeció de repente, al mismo tiempo que sus mejillas se teñían de rosa. Le había parecido que no estaba en la mesa.
-¿Si hemos visto qué, Seamus?- preguntó Hermione, molesta, con su vocecilla de sabihonda.
-Pues... la... la nueva escoba de Malfoy. Sí, eso es.
-Un momento. En tu primera frase habías utilizado un artículo masculino, y en la segunda te has referido a "una" escoba... esto no encaja...
-Desde luego, Hermione... siempre estás igual. Se todo lo perfeccionista que quieras, pero desde luego...- dijo Ron. Seamus suspiró, aliviado, pero nadie salvo Harry se dio cuenta- Hey, yo quiero ver esa escoba... pero no me acercaré mucho al sucio Malfoy.
Sin embargo, Harry creía saber qué era lo que Seamus estaba ocultando. Había atado cabos: no quería que Harry lo supiera, y el objeto era algo que tenía Malfoy... se imaginó que al rubio de Slytherin no le había sido difícil conseguir un Barry Cocker, y que ahora se divertía enseñándoselo a todo el mundo. Estupendo. Lo mejor de todo era que Seamus no parecía estar haciendo nada para impedirlo, sino que propagaba alegremente la noticia... vaya amigos tenía.
No tardó mucho en darse cuenta de que su suposición era correcta. Primero, Slytherins de todas las edades y géneros le silbaban al pasar, le hacían comentarios sobre su disponibilidad sexual, y siempre le llamaban Barry, pronunciándolo de una forma equívoca si había un profesor delante; pero después, las risitas y cuchicheos se habían extendido a todas las casas. Cuando un grupito de quinto de Hufflepuff (incluso los bonachones tejones...) también le llamó "cojincito", se le cayó el alma a los pies. Hogwarts estaba empezando a convertirse en una antesala del infierno...
...oooOOOooo...
Harry decidió escaparse a Hogsmeade esa noche. Necesitaba emborracharse... pero cuando estaba saliendo del dormitorio, pasadas las doce, se le unió Ron.
-¿Dónde vas?- preguntó el pelirrojo, somnoliento.
-Al pueblo.
-¿Y te ibas sin mí? No, ni hablar. Un segundo...
Ron se vistió de cualquier manera, haciendo tanto ruido que Harry creyó que los iban a descubrir. Pero no fue así, y al cabo de un rato ya estaban caminando por el túnel más corto hacia la aldea mágica
-Oye, Harry- le dijo Ron mientras caminaban.
-Qué- le contestó secamente Harry, mientras caminaba con una prisa furiosa.
-Tengo que contarte una cosa. Ya sé porqué todos se ríen un poco de ti... No te va a gustar nada.
-Yo también lo sé. Lo vi el día que fuimos a la tienda de tus hermanos. Estaba en la habitación para adultos en la que no te dejaron entrar.
Ron murmuró algo acerca de vengarse de Fred y George, pero en seguida se dio cuenta de que era mejor el silencio.
Cuando llegaron a la aldea, ya era tan tarde que sólo estaba abierta la más oscura taberna, en la que las sombras se agazapaban. Pero les dio igual. Ron pidió un "ala de mosca", pensando que su amigo haría lo mismo, pero no fue así:
-Sangre de hada.
Ron se sobresaltó. Esa era una de las bebidas más fuertes del mundo mágico. La tabernera, a quien le faltaba un ojo, cogió una polvorienta y vetusta botella y vertió su contenido en una jarra de cristal doble. Era un líquido rosáceo e irisado.
-Bébetelo rápido, antes de que se ponga azul oscuro- le advirtió con una voz de viejo lobo de mar.
Harry le dio un gran trago. Ron se dio cuenta de que si se tomaba el "ala de mosca" iba a reírse solo.
-Una cerveza de mantequilla, por favor... o mejor dicho, dos- calculó Ron, al ver el gran tamaño de la bebida de Harry, que ya empezaba a virar al azul claro.
Mientras los dos chicos emprendían el camino hacia una borrachera triste, alguien en el bar no les quitaba el ojo de encima.
...oooOOOooo...
Harry estaba en un claro del bosque. Los árboles eran tan altos y espesos que sólo unas gotas de luz se filtraban desde el cielo, aunque era de día, como la vidriera verde de una catedral.
El suelo era de un espeso musgo verde Slytherin, tan agradable al tacto que daban ganas de tumbarse en él. A lo lejos se oía el ruido de los pájaros, y más cerca, el de un fresco arroyuelo. Harry estaba solo en aquel idílico paisaje... ¿o no? De repente, los cascos de un caballo se fueron acercando a él. Sabía que era negro sin mirarlo. Oyó que el jinete se bajaba del caballo de un salto.
Harry se dio la vuelta, y vio a Snape, que acababa de sacar una pequeña hoz de oro, y que estaba recogiendo algunas hierbas.
-No se moleste por mí, señor Potter, no quiero interrumpir sus pensamientos divagantes. Procuraré no hacer mucho ruido.
Pero el chico se le acercó, lleno de curiosidad. Ahora, Snape estaba recogiendo unos diminutos glóbulos azules que parecían ser parásitos de un líquen anaranjado, y los guardaba en un tubo de ensayo.
-Supongo que no sabrá usted el nombre o la función de estos delicados organismos- dejó caer Snape sin mirarlo.
-No- dijo Harry, con una voz soñadora,- pero sí conozco el nombre de eso- y señaló sobre sus cabezas, - se llama muérdago, y sirve para...
Harry besó al sorprendido profesor de pociones, que dejó caer la hoz de druida y el tubo de ensayo. Al principio estaba tan asombrado que no reaccionaba, pero Harry notó pronto que sus labios empezaban a jugar lentamente, y después su lengua...
Los pájaros cantaban, un arroyo hacía música con el agua, la luz tocaba el suelo en forma de gotas. Y, debajo del muérdago, el beso duraba horas y horas, deteniendo el tiempo a su alrededor, convirtiendo el futuro en presente.
Pero era sólo un sueño.
...oooOOOooo...
Ron y Harry despertaron en medio de un callejón de Hogsmeade. Acababa de amanecer. Hedwig picoteaba la ropa de Harry, ¿cómo se las habría arreglado para encontrarle?
Harry estaba aturdido, pero entre las brumas y el oleaje de la resaca había una sensación agradable... muy agradable y muy oculta. No recordaba lo que había soñado.
-Demonios, Harry, tienes el peor aspecto que he visto en mi vida...
-Tú también estás estupendo. ¿Nos acercamos a la recepción en la embajada?
Ron rió, contento de ver que Harry había recuperado su sentido del humor.
-Si nos ponemos en marcha ya, quizá nos de tiempo a ducharnos antes de la segunda clase.... - dejó caer Ron.
-O de desayunar en vez de ducharnos, ¿verdad?
Harry intentaba a toda costa parecer el mismo de siempre. Pero era realmente difícil, teniendo en cuenta que cada vez se sentía más diferente.
Y esa misma mañana volverían a tener clase de pociones.
