Ana Potter: ¡Eres una Gryffindor impaciente! Menos mal que estamos los Ravenclaw para ir despacito, como manda Merlín... No te preocupes, la cosa se va preparando...

Niña: Qué bueno lo de Shirly moon, me encanta, la conchita lunar. En el próximo capítulo hay otra sorpresita de ese estilo falsificado... jajajaja

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Una semana después de que Harry huyera de las habitaciones de Severus, no habían vuelto a hablarse. Empezó a estar claro que iban a necesitar un empujoncito. ¿Y quien iba a dárselo?

Martes, 8: 45- Una gata llamada Minerva Mac Gonagall se dirigía a las habitaciones de un Severus Snape con la intención de tener una pequeña charla con él antes del desayuno.

Cuando llegó ante Severus, se transformó de golpe, desplegando su metro ochenta en un segundo.

-Mal... Minerva, no vuelvas a hacer eso.- dijo Severus, que se había dado un buen susto.

-Sí, siempre me olvido, perdona...- dijo pícaramente Mac Gonagall, que nunca se olvidaba de nada.

-¿A qué debo tu presencia aquí, Minerva?

-Quiero hablar contigo del horario del campo de quidditch. Tenemos que arreglar los turnos de nuestras casas, estamos teniendo un montón de problemas.

-De acuerdo, pasa. Mandaré a Grouchy que nos traiga el desayuno.

Grouchy era el elfo doméstido de los profesores, llamado así porque se empeñaba en pintarse un bigote sobre el rostro con intención de parecer más respetable. Pero preparaba muy buenas comidas, y las servía con rapidez.

Minerva sonreía mientras hablaban de tonterías quidditchianas, que eran sólo la excusa y el anzuelo de su visita.

Martes, 9: 00. Una Hermione Granger retenía a un Harry Potter en la sala común de Gryffindor, para poder decirle un par de cosas. Llevaba un par de grandes magdalenas de chocolate, porque no quería que el chico se le escapara pretextando la necesidad del desayuno, que es la comida más importante del día.

...oooOOOooo...

Esa misma tarde iba a ser el sorteo para la beneficencia de los alumnos de séptimo de la casa con menos puntos hasta el momento, que resultaba ser... "Gryffindor!". A Dumbledore le había costado un gran esfuerzo provocar esta anomalía. Lo normal era que los perdedores fueran los habituales Hufflepuff, pero ciertas instrucciones a ciertos profesores no había caído en saco roto. Sonrió, pensando en lo mucho que le gustaba que los planes salieran bien.

Dumbledore, en su despacho, ensayaba su actuación de la tarde. Esa tarde iban a pasar muchas cosas interesantes, bien sin ayuda o bien con un poquito de ella...Sí, todo estaba saliendo a la perfección.

Y, no había que olvidarlo, era su estreno como cantante. Incluso se había comprado un micrófono muggle...

...oooOOOooo...

En lo alto de la torre de Gryffindor, un chico dejaba que el viento desordenara aún más su pelo sin oponer resistencia.

El cielo parecía un lago de cenizas en movimiento.

Harry no había ido a clase de pociones, hacía ya más de una semana que no iba. ¿Para qué, si Snape ya le había dicho que tenía el curso perdido? Además, por supuesto, estaba la pequeña razón de que no soportaba la presencia de Snape. Experimentaba demasiadas emociones mezcladas y contradictorias cada vez que le veía: una fuerte atracción, casi imposible de controlar; ganas de abrazarle y protegerle, pero también tristeza, culpa por no saber cómo acercarse a él, odio porque no era él quien se le acercaba... y siempre vértigo, una sensación de no tener el suelo bajo los pies. Snape le transtornaba, y mucho.

No paraba de pensar en las palabras que Hermione le había dicho esa mañana: eran muy parecidas a las que Remus le escribió en su carta, y podían resumirse en una sola: "Lucha".

Pero no era tan fácil. Harry no entendía por qué debería luchar por alguien que no estaba luchando por él. Severus tenía demasiados problemas, ¿si un hombre adulto y sabio como él no los había podido resolver aún, qué demonios iba a conseguir un crío como Harry? Comparándose con su profesor de pociones, el buscador de Gryffindor se sentía tan adolescente e impotente...

Pero, ¿qué era lo que le había dicho Hermione...? Algo así como que si había sido capaz de enfrentarse a todo tipo de aventuras y peligros, seguramente podría encontrar el valor de ir a hablar con Severus... y sin embargo eran cosas totalmente diferentes. Harry podía enfrentarse sin temblar a un dragón de siete metros, pero los ojos de Severus, que no medían más que tres o cuatro centímetros, le hacían temblar por completo, le reducían a un estado de imbecilidad, le impedían actuar normalmente.

Y encima, esa misma tarde iban a subastarle. Lo que le faltaba.

...oooOOOooo...

Pero Snape, contrariamente a lo que Harry pensaba, no estaba en clase. Había pedido el día libre, cosa que Dumbledore le había concedido gustosamente, "estoy seguro de que a la señorita Granger no le importará empezar ya con sus prácticas y podrá encargarse perfectamente de las clases de primero y segundo", le contestó el director, mientras se probaba una especie de traje ridículo.

Así que Snape estaba en el callejón Diagón, disfrutando de un espléndido día de sol, mientras que en Hogwarts los cielos estaban grises. Las palabras de ánimo de Minerva repiqueteaban en su cabeza como campanitas optimistas, dándole la energía que necesitaba.

Primero fue a buscar ciertos ingredientes de pociones que se le habían acabado.

Después entró en varias tiendas de ropa, comprándose algunos conjuntos nuevos.

Luego se acercó a la tienda de Fred y Georges, donde encontró un encantador muñeco hinchable que se moría de ganas de llevar a Hogwarts.

A continuación, se acercó a la barbería "Oldoil Brothers", donde su cabello fue sometido a un tratamiento completo de desengrase, sus manos y pies a un cuidado intensivo, y su piel a un tratamiento hidratante con barros del mar muerto. En la radio, sonaba la canción "Pretty woman".

Acto seguido, fue a Gringotts, el banco de los gnomos. Esa tarde le iba a hacer falta un montón de dinero.

Por último, se acercó a comer al nuevo restaurante italiano, "La melanzana la piú grande del mondo", donde pidió su plato favorito: berenjenas asadas con vinagreta tártara.

...oooOOOooo...

El momento de la fiesta había llegado. Todos los alumnos de séptimo año de Gryffindor estaban en fila, destrás de una cortina, dispuestos para el sacrificio como reses en un carnicería, bien duchaditos y más pálidos que el papel.

Dumbledore, vestido de una extraña manera, presidía la mesa donde se adjudicaban las ventas humanas, en el Gran Comedor convertido en sala de fiestas con una larga pasarela. Un gran cartel anunciaba que el periodo era de cinco días, contando desde ese mismo que era martes hasta el sábado siguiente.

Dumbledore se disponía a hablar, así que la gran multitud reunida en la sala (alumnos, estudiantes, y varios miembros de la sociedad mágica) guardó silencio.

-Buenas noches, queridos amigos. Estamos aquí reunidos para vender a algunos de nuestros estudiantes de séptimo año, como ya sabéis. Los fondos recaudados irán a la Sociedad de Damnificados en Accidentes Mágicos, así como al hospital San Mungo. Ya sé que estáis impacientes por adquirir alguno de nuestros estupendos muchachos o muchachas, pero he de recordaros dos cosas: Una, que los alumnos comprados están dispensados de sus clases durante el resto de la semana, y dos, que ni siquiera fuera del colegio se podrá vulnerar el reglamento de Hogwarts con los estudiantes comprados, porque en ese momentos se anulará el contrato mágico. Así que preparad vuestras monedas, y ¡suerte!

Una musiquilla salida de quién sabe dónde guió los pasos del director de vuelta hasta su mesa de adjudicaciones. Y empezaron a desfilar los estudiantes, por orden alfabético de apellido.

El pobre Herbert Aldiss recorrió la pasarela entre silbidos y fue comprado por sus propios abuelos, a cambio de la suma de treinta galeones.

Cuando llegó el turno de Hermione Granger, esta caminaba con mirada serena, como si ya supiera lo que iba a pasar. Fue comprada por Minerva Mac Gonagall a cambio de sesenta galeones, contra los cincuenta que ofrecían un varios grupo de chicos de Ravenclaw que la querían, entre otras cosas, para que les hiciera los deberes.

Neville Longbottom fue comprado por unas encantadoras Hufflepuff, que se lo ganaron a su abuela por cuarenta y cinco galeones. Estaba encantado.

-¡Harry Potter! – Anunció Dumbledore.

Harry, tragando saliva, avanzó por la pasarela. Los focos le cegaban. Oía a la sala entera murmurar, y estaba temblando de miedo, por muchas posibilidades que se le ocurrían, pero especialmente por dos: que Snape le comprara y que Snape no lo comprara. Lo malo era que no se le veía por ninguna parte...

Empezaron las pujas. Draco Malfoy ofrecía cien galeones, para empezar. Pero un grupo de chicas ravenclaw estaban dispuestas a jugar fuerte también: llevaban meses ahorrando para poder disfrutar del original, en lugar del Barry Cocker de Drago. Asimismo, una señora de unos noventa años también se había encaprichado de los ojos verdes de Harry. La puja ya estaba en doscientos treinta galeones cuando se oyó una voz al fondo de la sala:

-¡Mil galeones!

Todas las cabezas se volvieron a la vez, y todos los ojos se abrieron desmesuradamente al contemplar a un Snape vestido con un traje de levita gris y camisa de lino blanco; su pelo brillaba con destellos de seda y tenía en los ojos una mirada intensa y nueva.. Parecía una especie de mago de otra época. Todas las mujeres de la sala, y algunos hombres, suspiraron a la vez.

"Qué pena que no esté en venta".

-Mil galeones a la una, a las dos, a la tres. Harry Potter adjudicado a Severus Snape.