Ya volví de Londres, con mi chapita Ravenclaw y mis audio-libros de Harry, jejeje...
A las dos Anas: sí, vive con su madre... pero ella es una tía bastante enrollada, la verdad. Gracias por estar ahí.
Kanoe Middlenight: muchas gracias por tu comentario. ¿tienes perfil en FF?
Un besazo para Nevi. Espero que te guste.
Por cierto, he empezado un nuevo fic que requiere vuestra colaboración. Muak.
Estaban sentados en el confortable y moderno salón de Remus, tomando un té helado en vaso alto. Eran cuatro: Remus Lupin, que vestía un elegante conjunto color camel, la doctora Oldoil, que supervisaba el tratamiento contra la licantropía, su ayudante Lisa, y Ron Weasley, encargado de ayudar a Remus durante una semana.
Ron escuchaba atentamente las instrucciones de la doctora. Era una médico muy alta y estirada, que se ofendía si la hacían repetir algo. Así que tenía que escucharla con más atención que a Snape...
Snape. No podía creer que él y Harry... no, no era posible. Seguro que en el último momento su amigo se daba cuenta y se arrepentía... Qué asco, por qué tenía que ser Snape...
-¿Me está usted escuchando, jovencito? Veo que lleva un par de consejos importantes sin tomar nota. Y le recuerdo que su propia integridad física está en juego.
Ron murmuró una disculpa, un poco agobiado, y se dispuso a copiar los datos perdidos, que le dictaron Lisa y Remus. La doctora Oldoil prosiguió.
-Como decía, el proceso de deslobización total atravesará varias fases intermedias. Mientras el señor Lupin esté bajo los efectos de la poción, no hará falta la luna llena para que pueda convertirse en un lobo. Esto puede ocurrir en cualquier momento, sin previo aviso. – Ron tragó saliva-Por otra parte, el estado animal será cada vez más tenue, hasta desaparecer por completo.
-¿Quiere decir que habrá momentos en los que sea medio lobo medio humano?
-Efectivamente. Atravesará todas las fases intermedias entre animal y humano.
-Bueno, yo quería que me explicara mejor cómo y cuándo puede ocurrir esa transformación...
-En cualquier momento a partir de que el señor Lupin tome el primer trago. He traído esto para usted.
La doctora sacó de su maleta una especie de cinturón lleno de bolsillos, que le acercó a Ron.
-Debe llevar esto en todo momento, incluso de noche, y tenerlo muy a mano mientras se duche. Son una serie de medios para detener un posible ataque licántropo.
Ron observó cada uno de los objetos que estaban en el cinturón: había una especie de pistola, dos tipos de spray, una linterna de gran tamaño, un montón de pequeñas esferas brillantes y dos frascos de cápsulas.
-Las instrucciones están dentro. Así que durante este rato, mientras ultimamos el preparado de la poción, se las leerá usted detenidamente. Vendré a preguntarle dentro de treinta minutos.
La doctora y su ayudante se fueron a la cocina, mientras Remus y Ron inspeccionaban el contenido del cinturón.
-Esto es una luz cegadora... serviría para detenerte en caso de que me atacaras, sin hacerte daño... la pistola dispara dardos con un fuerte narcótico de acción instantánea, y sirve por si atacas a un tercero o para alcanzarte a distancia si te escapas. Los esprays son aturdidores de diferente intensidad, según la fase del tratamiento; estas cápsulas son reservas de poción por si estuvieras demasiado tiempo siendo lobo, y estas otras sirven para calmarme a mí mismo, si lo necesito, y mantener el control...
-¿Y las esferas?- dijo Lupin, jugueteando con una de ellas.
-Ni idea, no tienen instrucciones, pero yo de ti no las tocaría, quien sabe qué te pueden hacer.
Remus sonrió divertido.
-Aún no tienes que empezar a protegerme, ¿sabes?
Ron no contestó, guardando de nuevo todas las cosas en el cinturón. Remus le seguía mirando con cara pícara.
-Por cierto, Remus... me has dicho que no deshaga la maleta. ¿dónde vamos a ir?
...oooOOOooo...
Severus mostró a Harry su habitación, una espléndida estancia con las paredes en roca viva y una gran cama de dosel. Para llegar hasta allí habían recorrido unos veintisiete pasillos, bifurcaciones, esquinas y escaleras de todo tipo.
-A las siete es la cena. Vendré a buscarte para que no te pierdas- le dijo Severus.
-¿Es fácil perderse en esta casa?- preguntó Harry, acercándose mucho a Severus.
-Me temo que sí. Hay que conocerla muy bien para orientarse- le contestó, mientras acercaba una mano a su cabello revuelto para acariciárselo.
Harry aprovechó para abrazarle muy fuerte. Era como si quisiera anclarse a ese cuerpo para retenerlo.
-Quédate un rato- murmuró en voz muy baja.
Severus bajó la cabeza y miró a Harry. Hacía tanto tiempo que no sentía una ternura semejante...
-¿Y qué iba a pensar mi madre? Tengo que pasar un rato con ella, Harry. Pero no te preocupes, habrá tiempo para todo.- y, como para confirmarle el último punto, lo besó lentamente. Harry se sentía como si sus pies no tocaran el suelo.
Después Severus se fue a hablar con su madre, mientras Harry acomodaba sus cosas en el gran armario. Tuvo tiempo de admirar las cortinas, que eran casi líquidas de tan finas, y que le recordaban a la tela de su capa de invisibilidad. Pensó que quizá estuvieran encantadas para parecer roca desde fuera.
A las siete volvió Severus a recogerle. Bajaron hasta un pequeño comedor iluminado con llamas azuladas.
Siena Snape ya estaba sentada a la mesa, leyendo un diminuto periódico de color verde claro. Cuando entraron Harry y Severus, lo dejó a un lado.
-¡Harry! ¿Te ha gustado tu habitación?
-Sí, mucho... es una casa muy bonita, señora Snape.
-Muchas gracias... Severus, no me habías dicho que tenías amigos tan encantadores...
Severus sonreía, con cierta ironía. Harry tenía la sensación de que para la señora Snape su hijo seguía siendo un joven estudiante de Hogwarts. Y tenía que reconocer que no le hubiera importado ser su compañero de clase en realidad... le habría tratado de forma muy diferente a lo que hizo James.
-Bueno, ¿qué queréis cenar?- preguntó Siena.- A mí hoy me apetece comida libanesa...
-Es una idea excelente, madre. Harry. ¿Te gustan las berenjenas?- preguntó Severus, con un ligerísimo acento insinuante.
-Sí- contestó Harry, que en realidad nunca las había probado. Pero no quería parecer maleducado.
Siena se levantó de la mesa y agitó su varita varias veces, hasta que la mesa quedó cubierta de numerosos pequeños platos decorados, conteniendo cada uno diferentes manjares. Severus empezó a explicarle a Harry cada uno de ellos.
-Esto es hummus, una crema de garbanzos con limón. Es muy suave. Aquí hay tabulé: es una ensalada de copos de trigo con verduras frescas. Esto es tomate con comino, esto son hojas de parra rellenas de arroz guisado. Las puedes comer enteras...
Harry se iba sirviendo una pequeña ración de cada cosa, y disfrutaba descubriendo nuevas texturas y sabores, y mezclándolos en el interior de su boca. Severus le miraba de vez en cuando, sin detener nunca la vista en él, pero con una expresión que hacía a Harry darse cuenta de que esperaba el momento de quedarse a solas con él.
Siena empezó hablando del clima, y de las previsiones meteorológicas para el día siguiente.
-¿Qué teneis pensado hacer? Creo que va a ser un buen día de sol. Yo quiero ponerme a pintar en la terraza.
-Mi madre hace unos retratos excelentes.
-No me saques los colores, Severus. La verdad es que me gusta mucho pintar. Y, por cierto, me encantaría que sacaras unas horas para posar para mí, Harry, si Severus no te mantiene demasiado ocupado.
-Madre, será un honor cedértelo algún rato al día, a condición de que me regales el retrato, por supuesto.
Harry no sabía dónde mirar. La complicidad entre madre e hijo era tan grande, y estaba tan llena de sobreentendidos, que se sentía un poco intruso. Pero al mismo tiempo, las miradas de Severus le hacían sentir muy bien.
Estaban terminando de cenar. El plato principal, como le explicó Severus, se llamaba Imam baaldi, lo que significa "el Imán se relame". Eran berenjenas asadas, muy cremosas, con diversas verduras y pasas. Y era delicioso. De postre había pequeños pasteles de hojaldre con miel y frutos secos.
-Ha sido una comida deliciosa, señora Snape.
-Muchas gracias, Harry. Por cierto, esta noche tengo partida de Mus con las amigas, así que volveré tarde. Vais a tener toda la casa para vosotros solos.
-Madre, después de un viaje tan largo sólo tenemos ganas de echarnos a la cama, ¿verdad Harry?
-Sí, ha sido un largo día- murmuró Harry, intentando ignorar las alusiones – Estoy bastante cansado.
Al cabo de un rato, se dirigieron a un salón contiguo, donde Siena se despidió con besos de ambos y entró en la chimenea usando la red flu. Harry y Severus se quedaron solos. Es extraño cómo cuando por fin sucede algo que se ha estado esperando y deseando uno no sabe siempre cómo actuar. Esto era lo que le pasaba a Harry. Sentía la mirada de Severus en su cuello y no se atrevía ni siquiera a darse la vuelta.
Pero no hizo falta. Sintió cómo los brazos de Severus se apropiaban de él, con ternura y decisión, y le aferraban en un abrazo cálido como el fuego de la chimenea que ardía frente a ellos.
Lentamente, mientras su mirada permanecía hipnotizada por los dibujos cambiantes de las llamas, sentía cómo su ropa iba desapareciendo mágicamente de su cuerpo. Por fin, sintió el cuerpo desnudo de Severus acoplarse al suyo, y las manos del profesor introducirse entre su pelo revuelto, y agarrarse a él.
-Harry... - murmuraba su profesor, en un tono de súplica que el chico nunca había oído de su boca.
Se dio la vuelta lentamente, frotando su torso contra los brazos de Severus, que no iban a soltarle. El contacto entre sus cuerpos era total, al calor del fuego. Harry, con los ojos cerrados, se dejaba llevar por la sensación de tantear con sus labios el cuello de Severus, buscando su barbilla y luego su boca.
El beso fue música. Harry sentía el ritmo de sus propios latidos al compás de la melodía que Severus dibujaba entre sus labios. Pero no era un beso limitado a sus bocas, sino que cada músculo, cada rincón de sus pieles participaban de esa unión y se mezclaba con el otro.
Harry sintió cómo su cuerpo empezaba a temblar, desatando un deseo más fuerte que cualquier cosa que hubiera conocido.
-Harry...- murmuró Severus, suplicando de nuevo. La manera en la que su profesor pronunciaba su nombre enloquecía al chico, cuyos ojos verdes relumbraban como los de un gato, mostrando su deseo.
-Soy tuyo, ¿no te das cuenta?- dijo Harry en un tono de voz tan bajo que sólo podía oírse desde muy cerca.
Las manos de Severus, febriles, se apoderaron de la cintura de Harry y le dieron la vuelta, mientras su boca cubría de besos el cuello de su alumno...
En ese preciso momento, la vidriera de una de las ventanas del salón estalló en pedazos. Se rompió tras el impacto de un casco de quidditch entrando a toda velocidad.
En medio del salón, Draco Malfoy, aún subido en su escoba y con el traje de quidditch empapado, miraba con odio a Harry y a Severus.
