Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es bornonhalloween, yo sólo traduzco su increíble historia con su permiso.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is bornonhalloween, I'm just translating her amazing story with her authorization.


Thank you bornonhalloween for giving me the chance to share your story in another language!

Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.


Capítulo 8

~*~Empacador~*~

Pude haberme ahorrado la inquisición parental en el desayuno sobre cómo iba a pasar mi día libre con una mentira sencilla sobre dar un paseo en carro hacia la costa, pero no parecía valer la pena para arriesgar los cuatro meses de confianza parental que había ganado desde que empecé a trabajar. Así que les conté lo mínimo posible a mis papás, pero lo que dije fue completamente verdad: me iba a ver con una amiga que había conocido en el trabajo.

Mi conciencia estaba limpia. Si ellos asumían que iba a salir con una compañera de trabajo de mi edad, bueno, eso no era culpa mía. Lo que no sabían no podía lastimarme.

Ya con eso fue suficientemente incómodo, con mi mamá intentando con todas sus fuerzas contener su millón de preguntas, y papá dedicándome su guiño al estilo "así se hace", de un semental a otro, sobre las páginas de su Wall Street Journal, con un recordatorio de que debía llamar antes de las once si iba a estar fuera hasta tarde, un comentario que fue respondido con el clásico "¡Oh, Carlisle!" de mamá.

Pensé otra vez en contarle a Emmett sobre toda esta situación de ser el juguete de una tigresa, aunque fuera solo para que la policía supiera donde encontrar los pedazos descuartizados de mi cuerpo. Era una locura que todavía no le contara nada sobre Bella al que era mi mejor amigo desde el tercer año. Emmett y yo siempre habíamos compartido todo lo relacionado a chicas, pero por alguna razón no sentía que pudiera compartir esto. Él no lo entendería.

Ni siquiera yo lo entendía.

Este asunto con Bella era una locura y era candente, y probablemente era un idiota, pero no quería que me convencieran de dejarlo. No quería detenerme. En especial no hoy, cuando precisamente a las 2:48 ella iba a "darme mantenimiento". No tenía idea de cómo aparte de saber que involucraría aceite de coco, y eso era suficiente para mí. Ella podría ser una supervisora exigente, pero Bella había cumplido todas las promesas que había hecho hasta ahora, y sabía que también cumpliría esta.

~*~Tigresa~*~

—¿Debería, uh, usar algo en particular? —preguntó después de escuchar mi sencilla indicación: báñate a profundidad. Estaba buscando pistas; era lindo.

—En serio eres adorable al pensar que importa lo que lleves puesto cuando llegues aquí —respondí, y él me regaló un lindo bufido.

—Entonces, nos vemos pronto.

No necesitaba recordarle que no llegara tarde. No había posibilidad de que fuera a suceder.

—Maneja con cuidado, cachorro. Te quiero aquí completito.

Llegó en unos jeans viejos y una camiseta deslavada con el logotipo de una banda de la que nunca había escuchado. La maceta con la suculenta fue una sorpresa.

Abrió los ojos como platos cuando vio mi conjunto de piel color negro, un top halter que apenas era lo suficientemente ancho para cubrir mis pezones y una minifalda ajustada en las caderas con nada de ropa debajo, aunque Edward todavía no sabía eso. Había visto la forma en que miró a la dominatriz en la película porno —una mezcla de lujuria, curiosidad y la medida justa de miedo— y quería que me viera así. Misión cumplida.

Pareció recuperar la consciencia cuando su mirada llegó a mi cara otra vez y me ofreció la maceta con el cactus murmurando:

—Esto es para ti.

Alcé a mis ojos el contenedor de cerámica color crema y examiné las espinas saliendo del cactus en todas direcciones.

—¿Estás intentando decirme algo con esto?

—No —respondió negando rápidamente con la cabeza—. Solo pensé que te gustaría. Y no tienes que molestarte en ponerlo en un jarrón ni nada así. —Qué inteligente. No nos detendría.

—Gracias, Edward. Esto es muy considerado de tu parte.

Lo que comenzó como un besito de agradecimiento en los labios se convirtió en todo un tango de lenguas. Su aliento tenía un toque de menta, limpio, pero no agobiante. Sobresaliente por el esfuerzo, cachorro. Seguíamos besándonos cuando lo jalé hacia dentro y cerré la puerta detrás de él. Me deleité con la forma en que nuestros labios se aferraron al beso incluso mientras me apartaba para sonreírle.

Maldición, besas muy bien.

—Me gusta besarte —respondió con su propia sonrisa suave.

Dejé la maceta del cactus en la superficie horizontal más cercana, le rodeé el cuello a Edward con los brazos y lo volví a jalar hacia mí. Sus brazos me rodearon; sus manos se encontraron con mi espalda desnuda mientras empezábamos un beso nuevo y pausado. Se sentía bien poder relajarme en este y tomarnos nuestro tiempo. Él no sabía exactamente qué le tenía preparado, pero tenía que darse cuenta de que habría muchísimos juegos previos y provocaciones durante la siguiente hora y media.

Me incliné hacia su cuerpo duro; él gimió y me apretó más, sus manos se deslizaron por mi espalda. Con mis tacones de plataforma, era lo suficientemente alta para topar su grueso bulto con mi hueso púbico. Mecí mis caderas contra su entrepierna mientras nuestras lenguas jugaban a las escondidas. Mi cabeza zumbaba a causa del placer.

No lo apresures, me recordé. Nos fui deteniendo hasta llegar a un rugido sordo, pasé mis dedos por su cabello y me aparté de nuestro aplastante beso.

—Con calma, cachorro —susurré en sus labios antes de volver a apoyar mi boca en la suya.

Él era remarcablemente versátil al momento de cambiar velocidades, ansioso por seguirme a donde lo guiara. Me encantaba que confiara así en mí. Nos mecimos juntos, nuestro beso se convirtió en un baile lento al ritmo de nuestras respiraciones compartidas.

Me aparté con gentileza, risueña a causa de sus besos.

—Hola.

Correspondió mi sonrisa con una de oreja a oreja.

—Hola. —Seguíamos abrazándonos, todavía meciéndonos.

—¿Quieres algo de beber? ¿Coca? ¿Cerveza? ¿Vodka?

Soltó una risita nerviosa.

—¿Necesito vodka?

—Posiblemente.

—Oh, rayos. —Sacudió la cabeza de manera afable—. Tal vez solo un trago… ¿si me acompañas?

Me alcé y lo besé una vez más.

—Me parece bien.

Me siguió al bar, de donde bajé uno de mis vasos para whisky con las iniciales grabadas y vertí lo que parecían ser dos tragos de Grey Goose.

—¡Salud! —dije, luego me tomé la mitad antes de entregárselo a Edward. Su mirada abandonó la mía mientras se tomaba el resto y tragaba con un ruidoso—: ¡Ah!

Le quité el vaso vacío, luego tomé sus manos en las mías.

—¿Estás listo?

—Sí —respondió, sus ojos ardían con emoción por lo que fuera que viniera después.

Deslicé mi mano hacia su mejilla.

—¿Y has sido un chico bueno?

—Muy bueno. Dolorosamente bueno —añadió.

—Pobre bebé. —Pasé mi pulgar sobre sus labios—. ¿Sí sabes que esto va a empeorar antes de que empiece a mejorar?

Asimiló la noticia con un asentimiento sereno.

—Tenía el presentimiento.

—Pero cuando empiece a mejorar —acuné su entrepierna con mi mano libre— va a ser muy, muy bueno.

Se le cerraron los párpados por un momento, respiró profundo y exhaló.

—En realidad, eso no ayuda mucho —dijo, luego bufó una risita nerviosa.

—Creo en ti, Edward. Te has aguantado ya casi cuatro días. Sin duda puedes aguantar otros —ladeé la cabeza para ver detrás de él hacia el reloj de la chimenea— ¿ochenta y cuatro minutos?

Su mirada bajó a mi pulgar que rozaba el contorno de su erección sobre su jeans.

—Haré mi mejor esfuerzo —dijo.

—Eso es todo lo que pido. Ahora vamos, tengo un regalo especial esperándote.

Tomé su mano y lo llevé al final del pasillo hacia el gimnasio casero, un compromiso que le había permitido a Jake a cambio de mi porche con mosquitero. Después del divorcio esa parte de la casa había permanecido sin ser usada hasta que mi amiga Alice tuvo la brillante idea de readaptar la habitación como un spa. Con unas cuantas frazadas de diseñador, una mesa para masajes, y un masajista que hacía visitas a domicilio, ahora tenía un pequeño sitio para escapar dentro de mi casa.

Edward se detuvo en el marco de la puerta para admirarlo todo: las luces tenues y las velas parpadeantes que había dejado sobre los muebles, la música de spa que flotaba a través de las bocinas, y en el centro de la habitación, la mesa para masajes cubierta con suaves sábanas.

—Vaya, esto se ve muy bien.

—Adelante, quítate la ropa y ponte cómodo sobre la mesa.

Se le iluminó la cara.

—¿Yo?

—Te has portado bien, ¿no?

—¡Sí!

¿Y bien? Prometí que me encargaría de ti, ¿no?

Nunca había visto a alguien quitarse más rápido la ropa. Se sacó los tenis con los pies mientras una de sus manos se jalaba la camiseta por la cabeza y la otra abría el botón de sus jeans. Pateó sus tenis a una esquina, aventó la camiseta sobre una banca, se bajó los jeans por las piernas y se los sacó de los pies. No se intimidó al quitarse la ropa interior, ni siquiera cuando su considerable erección le rebotó contra el vientre.

Casi corrió a la mesa y se subió, estirándose sobre el vientre y moviéndose en las sábanas hasta ponerse cómodo. No había planeado empezar con su espalda, pero se veía irresistible ahí acostado con sus nalgas al aire. Además, el chico se merecía un poco de cuidados por sus esfuerzos.

Me acerqué a la mesita lateral, donde había dejado mis provisiones, y agarré la botella de aceite de coco que me había asegurado de comprar ayer en la caja de Edward. Rocié una línea de aceite desde su cuello hasta su coxis, luego puse mis manos en su espalda.

—¿Estás cómodo? —pregunté. Gimió en respuesta, provocándome una sonrisa en la cara.

Mientras untaba el aceite en la inmensidad de sus omóplatos, él parecía estarse derritiendo sobre la mesa. Aproveché la oportunidad para admirar su espalda, las lindas curvas del cuerpo de un nadador, hombros anchos enfocados en una cintura estrecha, un grandioso culo que mi imaginación desnudó en reversa, vistiéndolo con un brillante bañador rojo. Sacudí la cabeza ante mis tonterías mientras masajeaba los músculos de su espalda baja, no es que supiera qué demonios estaba haciendo, pero sus gruñidos de felicidad eran suficiente para hacerme seguir.

—Esto se siente tan bien —murmuró en la almohada que acunaba su cara.

—Qué bueno, me alegro —respondí.

Vertí más aceite entre sus nalgas, luego pasé mis manos sobre ellas. Se tensó bajo mis palmas. Deslicé mis pulgares entre sus muslos y lo hice abrir las piernas. Él se tensó con fuerza cuando mis pulgares trazaron una línea hacia sus pelotas sin vellos. Su espalda subía y bajaba con respiraciones cortas. Meció las caderas sobre la mesa.

Metí la mano entre sus piernas y agarré sus pelotas.

—Con cuidado, cachorro. Todavía no es hora. —Y te tengo preparado algo muchísimo mejor que follarte en mi mesa de masajes, dulzura.

—Perdón —susurró.

Me incliné para acercar mis labios a su oreja.

—Date la vuelta, cielo.

No perdió tiempo en voltearse, tenía los ojos entrecerrados y oscuros cuando hicimos contacto visual.

—Creo que estoy cerca —dijo.

—Puedes lograrlo —dije.

—Eso quiero —respondió—. No quiero decepcionarte.

Me incliné y lo besé con fuerza.

—No lo harás. No te dejaré.

Tomé su muñeca derecha en mi mano y la estiré sobre su cabeza hacia la esquina de la mesa, luego agarré el brazalete que había amarrado a la pata de la mesa. Lo amarré antes de que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo. Su cara registró sorpresa, pero no se me resistió cuando até su otra muñeca. Soltó un suspiro cuando arrastré su tobillo derecho a la esquina de la mesa y apreté el amarré.

Con mi mano en su tobillo izquierdo, pausé:

—Dime que quieres esto.

—Bella, por favor… —Batalló para decirlo, pero la traición se convirtió rápidamente en resignación—. Átame, por favor.

—Buen chico —le dije, luego deslicé su pierna hacia la esquina y lo até abierto de piernas y brazos a la mesa.

Me aparté para admirar mi trabajo. Se veía tan hermoso, tan perfecto en su rendición. Y esa polla, con la punta roja e indignada… tan necesitada, tan lista, tan incorregible en sus exigencias. Mi resolución se estaba desgastando tanto como la suya.

Pasé mi mano sobre su pulcra mata de vello. Su polla se inclinó hacia mi mano como una flor inclinándose hacia el sol. Rodeando su falo con mis dedos, remolineé mi lengua sobre su punta y probé el sabor salado de su líquido preseminal. Lo sorprendí al meter su polla en mi boca y llevarme su falo hasta el fondo de mi garganta, luego lo saqué con mis labios formando un estrecho círculo.

¡Caraaaajo! —susurró en voz alta, cerrando los ojos con fuerza contra el placer.

Bajé la cabeza a la base de su falo, y lamí sus suaves pelotas mientras su polla chocaba con mi nariz. Edward se retorció sobre la mesa, haciendo rebotar las caderas todo lo que le permitían las ataduras. Metí sus pelotas a mi boca y las rodeé dentro de mis mejillas antes de soltarlas con un sorbido. Él luchó contra las ataduras, torciéndose y maldiciendo, hasta que comprendió que era en vano. Esperé a que se relajara de nuevo sobre la mesa con un fuerte suspiro.

Lo volví a tomar en mi boca, subí y bajé la cabeza por su gruesa polla, luego lo dejé deslizarse fuera de mi boca.

—Bella… por favor.

—¿Por favor qué, cielo?

—¿Ya es hora? —Sus ojos se mostraban salvajes y desesperados. No creo que se hubiera sorprendido de haberle dicho que había pasado una hora. Estaba segura de que así lo sentía él.

—Todavía no. Veinte minutos más. Puedes hacerlo.

Echó la cabeza atrás sobre la mesa, soltando un gruñido de frustración.

—Mi pobre cachorro. —Alzando las manos a mi cabeza, abrí el botón detrás de mi cuello. El cuello halter de mi top cayó hacia enfrente y se derramaron mis tetas—. ¿Tal vez si te doy algo que tú también puedas chupar…?

—Sí, por favor —respondió bruscamente, centrado en el movimiento de mis pechos mientras me acercaba a su cabeza.

Al inclinarme sobre su cabeza, él abrió en grande la boca. Bajé el pecho hasta que mi pezón se encontró con la punta de su lengua. Gimió suavemente, lamiendo con gentileza mi piel sensible.

—Mmm, se siente tan bien, me encanta tu boca caliente —lo elogié mientras pasaba mis dedos por su cabello. Arrastré mis tetas sobre su cara y se estiró para alzar la cabeza y cazarlas con su boca. Cuando me cansé del juego, me alejé de su cabeza y desabroché la tira de piel que estaba en la parte baja de mi espalda, lanzando mi top sobre la pila de su ropa.

—Hora de jugar otra vez con mi bonita polla. —Deslicé la mano por su abdomen y le rodeé la polla con ella.

Él soltó un quejido angustiado.

—¡Oh! Lo siento… ¿querías que dejara de tocarte?

—¡No!

Me reí y él respondió con una sonrisa avergonzada.

Todavía agarrándolo por la base de su polla, agarré la botella de aceite y le rocié un chorro sobre el vientre, sus abdominales y la punta de su polla. Manteniendo un agarre enloquecedoramente flojo, subí y bajé mi mano por su erección. El aceite creaba un sonido húmedo que casi ahogaba sus gruñidos necesitados. Él bombeó las caderas, intentando obtener más fricción de la que le estaba dando. Deslicé mi mano a la base de su polla y apreté hasta que su respiración regresó a la normalidad.

—Hmm, ¿voy a tener que subirme sobre ti para retenerte, travieso?

Ensanchó las fosas nasales, tenía mi respuesta. Me subí a la mesa, con todo y tacones de catorce centímetros, y me subí la falda lo suficiente para sentarme a horcajadas en su cintura, también lo suficiente para que viera que no llevaba ropa interior. Me senté en su vientre, mi coño resbaladizo se encontró con su piel aceitada. Puso en blanco los ojos.

Me apoyé hacia enfrente con mis manos a cada lado de su cabeza, permitiendo a mis pezones rozar sus mejillas.

—¿Sabes qué pienso? —Negó con la cabeza—. Creo que es algo muy bueno el tenerte atado, jovencito. De otro modo, no estoy segura de que pudiéramos hacerte llegar a la meta final.

Su nuez de Adán bombeó con fuerza.

—Sí.

—No vas a perder si vuelvo a poner mi boca en ti, ¿cierto?

Con la voz áspera a causa de la lujuria, se obligó a decir:

—No sé.

Aww. Te diré algo; te ayudaré en la recta final. Si sientes que te vas a correr, quiero que me lo digas y detendré todo. ¿Trato?

Se le oscureció la expresión. Era difícil identificar si quería matarme o follarme.

—Trato.

Le sonreí alegremente.

—Qué buen cachorro eres.

Dejé un beso en sus labios antes de levantarme la falda hasta la cintura y voltearme hacia sus pies. Me incliné hacia enfrente, dándole una vista muy obscena de mi culo mientras me metía su polla hasta la garganta. El chico no podía moverse, pero sí que podía hacer ruido. Soltó un flujo constante de maldiciones y gemidos mientras lo llevaba al límite con una entusiasta mamada. Me alejé con un ¡pop! Y me llevé sus pelotas a la boca. Se retorció contra sus ataduras, moviendo la cabeza de lado a lado mientras mi puño subía y bajaba por su falo. Tarareé y lamí sus pelotas con mi lengua. Se volvió loco cuando deslicé un dedo dentro de su agujero.

—¡Ohdiosohdios! ¡Me voy a correr! ¡Carajo! ¡Detente!

Y me detuve, apretando la base de su polla hasta que se calmó.

Después de bajarme con cuidado de la mesa volteé a ver el reloj.

—¡Lo lograste!

Me dedicó una sonrisa temblorosa.

—¿Sí?

—¡Sí! ¡Cuatro días completos! ¡Sabía que podías hacerlo!

Exhaló un largo suspiro, sonaba muy parecido a una llanta desinflándose.

—Eras la única.

No pude evitar reírme. Estaba muy orgullosa de él, de hecho, ridículamente complacida.

—¿Cómo quieres que te haga terminar? ¿Te quieres correr en mi boca? ¿Quieres que use mis manos? Dímelo, cielo. Te lo ganaste. Lo que quieras… solo dilo y será tuyo.

Entrecerró los ojos.

—¿En serio? ¿Lo que sea?

—Lo que sea que podamos hacer contigo atado a la mesa.

Parpadeó, se pasó la lengua por los labios, estudió mi cuerpo de arriba abajo en una manera que me hizo agradecer haber estipulado las ataduras. Lo había empujado peligrosamente al límite esta vez.

—Quiero que te sientes en mi cara para poder lamerte hasta que te corras.

Un estremecimiento se esparció a través de mí. Después de cuatro días de abstinencia y una hora de tortura, ¿y su primer pensamiento fue por mi placer?

—¿Estás seguro de que…?

—… y luego quiero follarte con tanta fuerza para partir esta mesa en dos.

~*~Empacador~*~

Detestaba tener que irme, pero Bella no era de las que le gustaban los arrumacos, al menos no con uno de sus "cachorros". Honestamente me sentía afortunado ya que ella me había dejado estar cerca tanto tiempo.

Se sintió extraño salir de la habitación iluminada con velas hacia el fuerte sol de la tarde filtrándose en su sala. Ella me tomó la mano mientras me guiaba a la puerta principal, pero seguía sintiéndome como un borracho de día al que corrieron del bar: aturdido, exhausto y expulsado.

Me jaló para darme un beso de despedida y le saqué el mayor provecho. Estaba aprendiendo cómo utilizar mis fortalezas, besarla, hacerla correrse, demostrarle que valía más que la larga línea de cachorros que habían llegado antes que yo… y ese esposo bueno para nada al que a veces invocaba.

Rompiendo el beso, pero no nuestro abrazo, me miró a los ojos y dijo:

—En serio me impresionaste esta semana, Edward.

El halago parecía resultarle difícil y lo acepté con un asentimiento humilde.

—Gracias.

—Solo quería que supieras que aprecio el esfuerzo.

Me llené de una calidez tan completa e inesperada que no sabía qué decir. "Fue un placer" sonaba trivial y falso. Elegí la honestidad.

—No fue fácil.

—¿Pero valió la pena? —preguntó y pude haber jurado que capté un toque profundamente reprimido de anhelo en su voz. Ella no habría apreciado que yo lo notara.

Me reí entre dientes.

—Pues no partimos la mesa, pero sí… valió la pena.

Un sonrojo tiñó de rosa sus mejillas. Habíamos estado muy cerca de romper la mesa —hubo mucho balanceo y rechinidos— pero eso fue por Bella montándome como una estrella de rodeo.

—Entonces, ¿te contendrías otra vez durante unos días si te lo pidiera? —Alzó las cejas, ese toque de maldad regresó a su sonrisa.

—Por supuesto que sí —respondí sin vacilar—. Pero en serio espero que no me lo vuelvas a pedir… al menos, no por un tiempo.

—Entendido. —Tomó el pomo de la puerta—. Estaré en contacto —dijo, luego sonrió y añadió—: pronto.