Disclaimer: los personajes y el mundo mágico son propiedad de J.K. Yo solo tomo la inspiración de las musas y pongo el tiempo para escribir.
Cuarto rostro.
-¡Mierda! –Exclamó, yendo contra su política personal de no maldecir frente a sus subalternos. Pero siendo honesto, las condiciones actuales le daban la licencia necesaria para expresarse de esa forma. Además, de los cinco Inefables que le habían acompañado, solo quedaba en pie uno de ellos. Escasamente. Draco sentía al hombre temblar a su espalda. Eso debía ser imposible, dado su entrenamiento para combatir en condiciones de estrés y peligro absoluto, aunado a la experiencia de años que poseía su compañero. Pero no podía culparlo. Su propia varita vibraba levemente. Debía mantenerla en ristre. Debía mantener ese hechizo. Pero los rugidos de la criatura que los rodeaba, moviéndose como un borrón de garras y pelo, buscando que el escudo mágico se debilitara solo un poco para atacar, era suficiente aliciente para convocar todas sus fuerzas y potencial mágico.
-Jefe –escuchó el murmullo sin aliento–. Jefe, esa cosa...
-No sé qué era –atajó sin preámbulos, interrumpiéndolo mientras su escudo conjunto volvía a sufrir un embiste que le arrancó chispas multicolores. Usualmente eso sería suficiente para disuadir a un atacante. Usualmente eso aturdiría a un atacante.
Pero la criatura en cuestión solo rugió molesta y volvió a desplazarse más allá de su campo de visión. ¿Qué era esa criatura? Realmente no lo sabía. No era una mentira destinada a no infundir pánico en su colega. Él jamás subestimaría el temple y la fuerza de sus Inefables. No, era simplemente la verdad. No tenía la más mínima idea de a qué se enfrentaban. No es que fuera un experto en Magizoología, pero como estratega de campo había devorado tomos enteros sobre las bestias más peligrosas. Incluso sobre aquellas cuya existencia no era de dominio público, las que llevaban cientos de años sin aparecer y las oficialmente extintas. Pero no recordaba ninguna que se adaptara a lo que había visto. Posiblemente se debía al estar bajo presión. O que no había podido verla apropiadamente. Solo atisbos rápidos que los habían puesto en ese estado de alerta. Porque ni siquiera la habían visto acercarse. Fue así como cayó su primer compañero, siendo arrastrado por unas garras tan letales como las de un dragón. Su procedimiento estándar en ese caso era dispersarse. Lo que esa noche solo facilitó las cosas a su adversario. Con un grito escalofriante, un segundo Inefable fue derribado. Esta vez por un... Un aguijón. Sí, precisamente eso. Un aguijón del tamaño de una mantícora adulta. Eso habría despejado las dudas de a qué se enfrentaban, pero dichas bestias no se movían tan rápido. Ni tenían pelo. El ataque directo era lo siguiente en esas condiciones, pero tampoco tenían posibilidad. Fue así como cayó el tercer miembro de su equipo, cuando su propio hechizo aturdidor lo golpeó al rebotar contra la coraza del animal. Ataque directo para derribarlo: descartado. Eso les obligó a seguir la estrategia menos honorable pero más atractiva en condiciones semejantes: asegurar la sobrevivencia. Un propósito prácticamente imposible al encontrarse a campo abierto, con escasa iluminación y un oponente con fortalezas extraordinarias y debilidades desconocidas. Su cuarto subordinado debió hacer una evaluación similar, según constató su siguiente movimiento. En una medida absolutamente desesperada, lanzó un hechizo luminiscente. Eso hubiese sido efectivo para aturdir o cegar a cualquier otra bestia. O para al menos descifrar a qué se enfrentaban. ¿El problema? Que también los afectó a ellos. Y solo sirvió para enfurecer más a la criatura, cuyo siguiente objetivo fue bañado con una viscosa sustancia que apestaba a excremento de dragón. Ni siquiera pudieron acercarse al humeante cuerpo de su compañero caído. No había tiempo para eso sabiendo todo lo que esa monstruosidad podía hacer. Por eso gritó el único comando razonable en esas circunstancias. Defensa.
Y así fue como se había atrapado a sí mismo. Y a su compañero. Empezaba a comprender que el animal no iba a retroceder. Seguiría atacando hasta debilitar el escudo. Por algo esa área del bosque llevaba tanto tiempo marcada como inexplorada. Era simplemente el territorio de un ser tan sanguinario y letal que nadie conseguía salir vivo de...
-Entonces –prosiguió su compañero entre dientes, deteniendo su devastador tren de pensamientos–, ¿será demasiado tarde para llamar a los aurores? –Draco forzó una risa que sonó como un jadeo. Había rechazado esa opción cuando se acercaron al claro y percibieron la concentración de magia antigua que rodeaba ese lugar. ¿Para qué? Tenemos mejor entrenamiento que ellos en la materia. Esa había sido su respuesta. Obstinada y arrogante, ahora que la repetía en su agitada mente.
-No podemos llamarlos cada vez que la situación se complica un poco –gruñó, consciente del eufemismo que acababa de lanzar. Y su colega lo interpretó como tal, respondiendo con un resoplido.
-Si tan solo pudiéramos enviar un Patronus –continuó, su voz quebrándose al final–. Estoy seguro de que el auror Potter acudiría de inmediato –sabía que ese último comentario era una pulla para encubrir el miedo que acababa de traslucir, pero aun así se mordió el labio con añoranza. Porque también sabía que era verdad. El mismo Harry se lo había dicho en el pasado, aunque siempre lo tomó a broma. Después de todo, habían trabajado en conjunto solo una vez. Y fue algo que requirió mucho papeleo antes de ocurrir. Draco siempre señalaba eso. Pero el antiguo Gryffindor era necio, y siempre respondía lo mismo.
-No me importa. Si alguna vez estás en peligro, quiero saberlo. Envía un Patronus, envía chispas plateadas al cielo... Estaré viendo cada vez que sepa que estás en una de tus estúpidas misiones tan ridículas e innecesariamente secretas.
-Soy un Inefable, el secretismo es parte del trabajo. Y no es nada ridículo.
-Solo digo... Que si necesitas una varita extra, sabes cómo hacer que acuda a ti.
-Cuidado con lo que propones –había respondido con una media sonrisa, dando por finalizado ese intercambio y pasando a una de sus actividades favoritas: incordiar al auror–. Agradece que no me escandalizo tan pronto, o estaría corriendo a la división de disciplina con una demanda de acoso a tu nombre.
-Dicen que no es acoso cuando las propuestas son bien recibidas.
-¿Y crees que eso es lo que está sucediendo aquí? –Harry había sonreído en ese momento, de la forma enigmática y provocativa que lo hacía buscar esas discusiones.
-Considerando que en lugar de escandalizado luces complacido, me animaré a decir que sí. Pero tengo que detener tus ilusiones colegiales, porque no era esa varita la que te estaba ofreciendo.
Draco hubiera seguido felizmente inmerso en ese recuerdo, que era incomparablemente más agradable que su realidad, pero un nuevo jadeo asustado de su compañero le hizo prestar completa atención a su entorno. La bestia había dejado de moverse erráticamente, y por tanto, de embestir contra su escudo. Sin embargo, sabían que estaba cerca. Podía escuchar sus gruñidos, provenientes de una dirección distinta cada cinco segundos. Seguía demostrando la velocidad con que podía desplazarse, aunque sin cargar directamente hacia ellos. Si además de sus fortalezas físicas también poseía inteligencia, debía estar fraguando algún plan. Y Draco sabía que estarían en mucha más desventaja que antes. No, tenían que actuar pronto. Y los latidos atronadores en su pecho lo condujeron a dar su siguiente orden.
-Voy a mantener el escudo por mi cuenta. En cuanto tengas la varita libre, envía chispas plateadas al cielo.
-¿Chispas... qué? –Titubeó, haciéndole imaginar la confusión en su rostro al recibir una orden que no pertenecía a ninguno de los manuales vigentes de los Inefables.
-Sí, chispas plateadas. A la de tres.
-Uno –inició el conteo.
-Dos –prosiguió Draco, listo para emplear cada ápice de potencial mágico que poseía. Tenía que mantener ese hechizo. Tenía que proteger a su compañero.
-¡Tres! –Pronunciaron al unísono.
Debió saber que iba a salir mal. El movimiento brusco, el resplandor tenuemente similar al hechizo luminiscente, la súbita y evidente disminución del poder de su escudo... Fue suficiente para alertar a la bestia, que probablemente solo lo interpretara como un nuevo ataque. Todo sucedió muy rápido y lento a la vez.
-¡Corra! ¡El edificio! –Irónicamente, fue su compañero el primero en reaccionar. Porque tras la primera tanda de chispas plateadas, su escudo había caído, víctima de una embiste que de alguna forma le regresó la potencia del hechizo y le dejó hormigueando el brazo. Lo único que faltaba, que su mano dominante quedase inutilizada. Draco gruñó, consciente del plan desesperado de su subalterno. Quería discutir, quería decirle que fuera él quien escapase. Pero no podía despreciarlo de esa forma. Además que era el protocolo.
En caso de amenaza de muerte inminente, se debe asegurar la sobrevivencia de un miembro del equipo.
Recordaba esa parte del reglamento como grabada a fuego en su mente. Odiaba esa parte del reglamento.
-Tengo un plan –añadió Giade, impregnando una portentosa seriedad a su voz–. Corre y no mires atrás.
Y eso fue lo que hizo. Porque no había tiempo para dudar, cuestionar o discutir. Aunque cada paso se sentía como la creación de una nueva pesadilla, aunque cada respiración enviaba aire viciado a sus pulmones, aunque sus dedos entumecidos temblaban y el sudor frío le cubría la nuca. Tenía que vivir. Tenía que conseguir ayuda. Tenía que dar la cara ante las familias de los caídos. No eran las mejores razones para darse ánimos, pero fue suficiente. Con destellos multicolor a su espalda y un último grito desafiante de su colega, consiguió llegar a la edificación de techo bajo. Solo necesitaría diez segundos para desaparecerse. Tenía mentalizado el lugar al que llegaría, lo que diría... Entonces la puerta de madera, abierta abruptamente por su hechizo no verbal, se cerró con un golpe sordo a su espalda y lo dejó encerrado. Encerrado y rodeado por docenas de magos armados.
Al menos eso fue lo que su atribulada mente comprendió a priori, obligándolo a alzar su dolorido brazo, movimiento que fue imitado por el centenar de hombres que lo rodeaban. Draco adoptó una postura defensiva. Y al unísono, todos ellos también. Eso lo hizo detenerse y ver más allá de su agitación. Y todos quienes lo rodeaban imitaron su gesto de confusión y extrañeza. Espejos. De alguna forma había terminado en una habitación llena de espejos. Levantó su mano libre, aunque ya no era necesario. Reconocía la túnica gris oscuro manchada de barro y medio chamuscada en algunas zonas. Veía claramente su cabello rubio despeinado, su rostro demacrado y el cansancio de sus ojos. No había nadie más ahí. Solo incontables versiones de sí mismo que parecían reírse de lo deplorable de su aspecto.
Al crecer, mantener una buena apariencia había sido esencial, indiscutible, inherente a su persona. No era solo su responsabilidad como heredero de sangre pura, también le gustaba. El cabello con gomina en su lugar, el nudo perfecto en su corbata, las uñas pulcramente recortadas. Porque cada detalle importaba. Y no es que mucho de eso hubiese cambiado en su adultez, pero desde que había ingresado en los Inefables aprendió a dejarlo de lado cuando era preciso. No podía permitir que nimiedades como la falta de gomina, una uña quebrada o barro en su túnica le distrajera de sus objetivos. Las misiones de campo podían llegar a ser tediosas o ridículamente peligrosas, parecía no haber punto medio. Por lo que cuidar de su aspecto era algo que venía después. Pero resultaba chocante. La arruga en su frente delataba su desesperanza y cansancio. Las quemaduras y el barro en su ropa reflejaban su fracaso. Y su mano seguía temblando. Había bajado la varita en cuanto se reconoció en los múltiples espejos, pero tendría que usarla pronto. Debía aparecer fuera del ministerio. Tendría que buscar ayuda con los Inefables, los Aurores y la división de control de criaturas mágicas. Suspiró, dispuesto a realizar el hechizo. Y entonces escuchó un lamento. De inmediato volvió a adoptar una pose defensiva. Desde novato había aprendido que un lamento no equivalía a alguien en problemas. Numerosas veces solo había significado el preludio de una emboscada. Un truco demasiado trivial y rastrero. Sin embargo, no podía simplemente marcharse sin revisar. Mucho menos sin descartar la posibilidad de un ataque sorpresivo. Sabía lo mal que podía resultar el ser atacado durante la desaparición. Además, podía ser real. Alguno de sus subalternos que de alguna forma consiguió escapar. Algún pobre diablo que se perdió antes de su llegada y no había encontrado la salida.
Aunque a primera vista la habitación parecía cuadrada, sabía que no podía dejarse engañar. Era precisamente esa ilusión la que buscaba crearse, pero ese lugar podía ser inmenso. Había visitado un sitio parecido hacía meses. Aunque en circunstancias mucho más agradables. Y en compañía mucho más agradable. Al principio le había parecido una idea sosa.
-¿Un laberinto de espejos, Harry? ¿Y en una feria muggle? –Había sido su poca entusiasta reacción. Llevaban meses posponiendo esa salida, no creyó que fuera para algo tan insulso.
-Ah, no lo subestimes. Si logras salir al primer intento, te invito el almuerzo por un mes.
-Bueno, eso compensa el tedio que voy a vivir.
-¿No quieres saber qué pasará si pierdes?
-No voy a perder –el auror le había dado una sonrisa deslumbrante, invitándolo a pasar sin insistir al respecto.
Obviamente perdió. Se había desorientado en los primeros diez minutos y pasó los siguientes 35 llegando a pasillos sin salida y andando en círculos. No se había desesperado, gracias a su entrenamiento de Inefable. Y a regañadientes, terminó reconociendo lo fascinante del sitio. Y por supuesto, no consiguió almuerzos gratis.
-Todavía te debo eso –murmuró para sí mismo. Harry se había tomado su tiempo para decirle cuál sería el precio de su arrogancia. Y Draco se estaba tomando su tiempo para cumplir con la petición. Si sobrevivía a esa misión, no lo retrasaría un minuto más.
Sin embargo, esa experiencia en "la casa de los espejos" distaba mucho de lo que vivía actualmente. En primer lugar, los espejos de ese lugar tenían diferentes convexidades, por lo que cada uno le había ofrecido una versión deformada de sí mismo. Los espejos a los que se enfrentaba esta vez parecían todos iguales. De alguna forma, eso resultaba muy eficaz para confundir a quien recorriera esos pasillos. Draco caminaba con la varita hacia abajo, dejando marcas en el piso cada pocos metros. El lamento iba y venía, pero parecía mantenerse en el mismo lugar. Si era una trampa, buscaba atraparlo en el centro o al final de la edificación. Eso debía significar que no había una salida trasera. Aunque eso no era una condena de muerte para un mago. Mientras no hubiese escudos anti-aparición, tenía su escape asegurado.
Se detuvo antes de girar hacia el siguiente pasillo. El lamento se escuchaba cerca. Si hacía caso a su instinto, vería a la fuente del sonido a unos metros de él. Sin dudar ni prolongar más el misterio, dejó una última marca en el piso y alzó la varita. Los espejos a izquierda y derecha lo mostraban más valiente de lo que se sentía. Si aquello era una artimaña, al menos se vería imponente ante su agresor. Aunque siguiera sintiendo el brazo entumecido y la respiración pesada. Así fue como se adentró en lo que a todas luces era un pasillo sin salida, al fondo del cual se encontraba una figura caída.
-¿Necesitas ayuda? –Podía sonar como algo estúpido para preguntar en esas circunstancias, pero era el procedimiento habitual. De ser necesario, debía ver previamente el rostro de la víctima, descartarlo como una amenaza.
-Ayuda... –Murmuró la voz de un adolescente. Un escalofrío le recorrió la espalda, se lamió los labios resecos con ansiedad.
-¿Cómo te llamas? –Prosiguió, arrojando sus preguntas de manual. Empezaba a sospechar que los lamentos podían ser reales, aunque todavía no era seguro. Un joven, solo y herido no duraría mucho tiempo ahí.
-Ayuda... –Repitió, volviendo a estremecer cada uno de sus nervios. Había algo en esa voz que era desgarrador e incorrecto, como el eco de una pesadilla. Y tenía experiencia con eso–. Draco me ofrece su ayuda –continuó, lo que le hizo sujetar su varita con más firmeza. Era una trampa.
-¿Cómo te llamas? –Insistió, acentuando la demanda en su voz.
-¿Ya me has olvidado? –Prosiguió el joven, incorporándose a medias. No parecía estar armado. Apoyaba ambas manos en el piso. Sus dedos eran gruesos y claramente juveniles–. No me sorprende... Debiste olvidarme en cuanto dejé de ser útil para ti –el chico por fin se incorporó. Y Draco retrocedió–. ¿Te molesta verme? ¿Cómo solías decirme? "Quita tu asquerosa cara de mi vista..."
-Crabbe –finalizó, en un murmullo horrorizado. Aquello no podía ser real. El auténtico Crabbe había muerto hacía años, su cuerpo reducido a cenizas por el fuego maldito. Pero la persona -o el ser- que estaba frente a él era idéntica. El cuerpo robusto, las manotas infantiles, el rostro ancho.
-Ah, sí te acuerdas. Como un recuerdo aburrido y molesto, seguramente.
-Tú no...
-¿Yo no, qué? –Draco se contuvo de dar otro paso atrás. Su respiración se había vuelto superficial, las manos le temblaban.
-No eres real. Riddikulus! –Ni siquiera se detuvo a meditarlo. Aunque nunca se había enfrentado a un boggart que adoptara esa forma, era la única explicación lógica para lo que veía. El hechizo le dio de lleno a la figura frente a él. Y un espejo cayó hecho añicos al suelo.
-¿Es lo mejor que tienes? –Giró rápidamente, apuntando de nuevo. La figura de Crabbe estaba más cerca, lo que le permitió notar la realidad de su naturaleza. Era una especie de proyección dentro del espejo, bastante realista, pero sin tener precisamente presencia material. Nunca había visto nada semejante.
-¿Quién te creó? –Exigió, aunque intentar razonar con algo de esa índole podría ser improductivo, o incluso peligroso.
-Eso lo sabes. Conoces sus nombres, sus rostros. Esos que nunca pudiste volver a ver después de declarar en el Wizengamot –en contra de su entrenamiento y de su buen juicio, Draco bajó la varita, incapaz de controlar el temblor en su brazo. El auténtico Crabbe jamás habría sabido eso, lo cual probaba que era solo un impostor. No obstante, el dolor agudo que lo atravesó con esas palabras sí que fue auténtico.
-Les pedí perdón –murmuró. No quería dejarse llevar por ese juego. Por esa ilusión, proyección o lo que fuera. Pero no pudo evitarlo.
-Perdón... Así que ahora el gran Draco Malfoy pide perdón y ofrece ayuda –sonrió irónicamente, de una forma que el Crabbe real jamás había dominado–. Dime, ¿te va bien con eso? Con esa vida de mentira que te inventaste. Con jugar el papel de salvador, de miembro decente y honorable de la sociedad. ¿Te sientes bien contigo mismo, Draco? ¿Te sirve para limpiar la sangre de tus manos?
-Nunca hice daño a nadie –afirmó, apretando la mandíbula.
-¿No? –El joven rió sardónicamente, moviéndose de espejo a espejo, mirándolo de reojo–. Katie Bell, ¿qué culpa tenía esa chica por tu incompetencia? Madame Rosmerta. Dicen que de vez en cuando todavía pide a sus amigos que se cercioren de que no esté bajo alguna maldición –estúpidamente, Draco volvió a temblar. Era algo que Crabbe no podría saber, pero que era dolorosamente cierto–. Severus Snape. Se vio obligado a matar a su amigo por culpa de tu cobardía –cada nombre en la lista era espantosamente real, eran los más grandes motivos de sus pesadillas y el mayor reflejo de...- y yo. El inútil. El imbécil. El estorbo inmundo.
-Basta... –Musitó. Empezaba a estar furioso consigo mismo. Tenía entrenamiento para mantener la calma bajo presión, en situaciones de vida o muerte, ante cualquier provocación. Pero las palabras envenenadas de su antiguo compañero lo habían reducido a un manojo de nervios y remordimiento.
-¿Basta? Ya no estoy bajo tus órdenes, Draco. Ya no veo nada admirable en ti –Crabbe se detuvo, ubicándose en un espejo frente a él–. No sé por qué alguna vez lo hice. Solo eres un bastardo engreído. Un presuntuoso insufrible, pero un cobarde de corazón. Puedes fingir todo lo que quieras. Puedes portar con orgullo esa máscara de superioridad moral y decencia. Pero tú y yo sabemos quién eres. ¿O acaso no acabas de sacrificar a tus compañeros allá afuera?
-Ellos no... –Intentó defenderse, pero le faltaba el aliento y sabía que tenía razón.
-Los viste caer uno a uno, de forma cada vez más espantosa. Y seguro llegarás con esa apariencia compasiva a decir que hiciste lo que estuvo en tus manos para ayudarlos... –Crabbe resopló, concentrándose en él con una mirada de lástima–. Pero no lo hiciste, Draco. Nunca haces suficiente. Por eso, sin importar cuántos años pasen, sigues lleno de remordimientos. Y nunca te van a abandonar.
-Lo siento tanto –exhaló, dejándose dominar por la desesperanza, por la culpa y el dolor. Alzó la vista hacia Crabbe, consciente de que aquello era falso. Estaba en un lugar peligroso, rodeado de espejos evidentemente maldecidos para ser la antítesis del espejo de Erised. Aquel mostraba los anhelos del corazón. Estos lo enfrentaban a sus peores temores. Se nutrían de sus memorias más dolorosas y verbalizaban, con la forma de su amigo, las palabras más envenenadas que había llegado a dirigirse a sí mismo. Aún con todo eso resuelto, se dio la oportunidad de expresar aquello que llevaba tantos años consumiéndolo–. De verdad lo siento, Crabbe. Siempre te usé...
-¡Claro que lo hiciste! ¡Quería que fueras mi amigo! Pero no fui más que un lacayo, un guardaespaldas...
-¡No es cierto! Tal vez al principio lo fue, pero llegué a pensar en ti como un amigo. Lloré tu muerte.
-Culpa, ¡no es más que eso! –El espejo se resquebrajó, pero Crabbe siguió ahí. Su rostro desfigurado había enrojecido considerablemente–. ¿Buscas consuelo? ¿Buscas perdón? No lo encontrarás en mí. Porque no lo mereces. Seguirás cargando con esto hasta el final de tus días.
-Claro que lo haré –concedió, agachando la cabeza con un suspiro derrotado–. Siempre lo haré. Siempre temblaré ante tu recuerdo. Pero ya no soy un cobarde, Vincent. Y por eso no me llevarás a la locura. Voy a salir de aquí y enfrentaré a las familias de mis compañeros. Pediré perdón de corazón y seguiré en el camino que he construido para mí. Y no por culpa o remordimientos del pasado. Nunca ha sido para limpiar mi conciencia. Si ayudo a los demás es porque sé que es lo correcto, de alguna forma siempre lo supe. Por eso evité que mataras a Granger ese día. Por eso yo mismo fui incapaz de lanzar un hechizo contra ellos. Y lamento profundamente que murieras de esa forma –Draco volvió a buscar la mirada de su viejo amigo, pero Crabbe ya no era un adolescente furibundo. Era el niño confundido que había conocido hacía tantísimos años. Sonrió con pena y añoranza–. Lamento el camino por el que te llevé y no haber hecho más por ti. Pero también tomaste decisiones, de las cuales no puedo hacerme cargo. Lo único que puedo ofrecerte ahora, es recordar con cariño tu ingenuidad, tu entusiasmo y dicha infantil. Esas veces que reímos por nuestras travesuras, lo emocionado que estabas cuando servían tu postre favorito, cuando te regalaba tus dulces favoritos en Honeydukes. Tenías todo para ser un hombre agradable y bondadoso. Y lo eché a perder –la imagen de Vincent había empezado a traslucirse, tal como en sus memorias–. Perdón. Ojalá esos recuerdos fueran suficiente. Porque fuiste mi amigo. Y ahora por siempre serás el rostro de mis culpas y remordimientos.
Vincent suspiró y sin añadir una palabra más, desapareció. Todos los espejos a su alrededor se agrietaron, pero en lugar de caer en una sonora sinfonía de vidrios entrechocando hasta el piso, se fueron transformando en niebla hasta dejarlo en el vacío de una habitación fría.
Memorias mezcladas. Fue el único pensamiento que pudo concretar. Había revivido su llegada a ese lugar, mezclado con esa dolorosa alucinación. Esa vez no pudo dirigir improperios o retos a la edificación y su viciada magia. Estaba agotado. Simplemente cerró los ojos y se dejó envolver por la niebla.
Notas finales: al fin tenemos un poco de contexto sobre la situación real de Draco y uno de mis rostros favoritos. ¿Alguna teoría sobre donde está el rubio? Me gustaría leerlo, jajaja. Y siguiendo con este nuevo segmento, el dato innecesario del día: para la escena de los espejos me inspiré en un capítulo de La Ley y el Orden: UVE, cuando Rollins tiene que entrar a una edificación así para atrapar a un asesino.
Nos leemos la próxima semana.
Allyselle.
