Capítulo 1
Ante un libro y con la mirada y la atención fijas en lo que contaba, se hallaba un elfo de rubios cabellos, joven y galante apariencia y majestuoso pero alegre porte.
No había un sitio mejor en todo Rivendel para leer con tranquilidad: el balcón que daba a las puertas de la casa de Elrond era sin duda el mejor lugar para la lectura. Desde allí se podían ver los hermosos árboles que rodeaban la enorme casa y siempre le tocaba el sol.
Era ya tarde, la luz comenzaba a anaranjearse y el sol a descender hacia su placentero sueño.
Glorfindel pasó la página intrigado por saber qué ocurriría a continuación en aquella historia que leía.
De pronto, una suave brisa que parecía transportar una leve y suave melodía hizo que las páginas pasasen rápidamente hacia el principio.
Glorfindel no pudo evitar fijarse en una de las palabras que contenía aquella página: Ángel.
Contrariado y confuso cerró el libro y se levantó. "La cena no tardará en ser anunciada",- pensó para sí mismo.
No sabía porqué, pero tenía la corazonada de que aquella palabra significaba algo. Algo importante.
Antes de irse hacia el interior de su habitación, sin saber porqué, se giró y miró hacia las puertas siempre abiertas de Rivendel.
Aquella fue la primera vez que la vio.
Ondeando los dorados cabellos tras de sí y con la azul y verdosa mirada puesta con curiosidad en los jardines de la casa a la que acababa de llegar. Joven y hermosa, radiante de vida: así describió Glorfindel a Lúthien cuando la vio por primera vez.
Se sobresaltó bastante cuando notó que aquellos hermosos ojos azules se posaban sobre los suyos.
El tiempo pareció detenerse. Sintió como el corazón le saltaba nervioso en el pecho, pero en aquel momento tan sólo pudo observarla sin más.
-¡Lúthien! ¡Por fin has llegado!-, se oyó exclamar a Elrond con felicidad, que acababa de salir al jardín.- Te esperábamos a mediodía.
Como rompiendo un hechizo, ella desvió su mirada de él hacia el Señor de Rivendel y se acercó a abrazarlo, contenta.
-¡Tío Elrond! Siento haberos preocupado, pero me retrasé.-
-Entra querida, te llevaré a tu cuarto y haré que te acomoden.-, le dijo amablemente Elrond.
Ella asintió sonriendo, pero antes de entrar, se giró y dedicó una bonita sonrisa al elfo que seguía mirándola desde el balcón.
Él notó cómo la cara le ardía, signo evidente de que se había sonrojado. Mientras tanto, la muchacha ya desaparecía por la puerta de entrada al edificio. No fue hasta que la perdió de vista cuando se percató de que había estado aguantando la respiración.
Por fin había acabado de desempacar. Le había llevado un buen rato sacar todo su equipaje y ordenarlo en la agradable habitación que le había designado.
"La verdad es que Elrond se ha molestado demasiado por mí", pensaba Lúthien.
Pasó la mirada por la habitación: era muy clara y estaba ordenadísima; decorada de una manera que le daba un carácter fresco...élfico.
Lúthien se sonrió, no por nada estaba en un reino de elfos.
Fue entonces cuando reparó en el gran ventanal que daba al balcón. Salió al exterior y miró alrededor complacida, todo era serenidad allí : un hermoso paisaje teñido por la luz de un atardecer se mostraba ante ella.
De repente, reparó en un balcón muy cercano al suyo; a su derecha. ¡Era el mismo donde había visto a aquel elfo!
El corazón se le aceleró al pensar en él. Lúthien se llevó una mano al pecho, confusa. ¿Por qué se ponía nerviosa si pensaba en un elfo que ni tan siquiera conocía?
La verdad era que lo había visto muy atractivo... Sí, tenía una mirada encantadora, tan serena... Y unos cabellos tan dorados y brillantes...
De golpe, cayó en la cuenta de lo que estaba pensando. ¿Se podía saber por qué decía eso? ¡Tan sólo era un elfo como los demás! Había vivido desde los dos años entre ellos, ahora ninguno habría de sorprenderle. Y sin embargo, aquél lo había hecho. Había algo... diferente, en él. Lo sabía, lo intuía. No podía ser un elfo cualquiera. No con aquella mirada tan serena.
En aquel momento se oyeron unos pequeños golpes en la puerta, a modo de llamada.
Saliendo de su ensimismamiento, se dirigió con presteza a la puerta del cuarto, ya abrió para ver quién era el que llamaba.
Delante suyo se hallaba una de las doncellas de Elrond.
-Señorita, me han enviado a avisarle de que la cena va a comenzar en breve. Si puedo ayudarla a vestirse sólo pídamelo.-, dijo con tono suave y humilde la joven elfa.
Lúthien sonrió agradecida y le respondió amablemente:
-Muchas gracias pero ya me vestiré yo sola. Diles que enseguida estoy lista.-
La elfa asintió satisfecha y se fue para informar a Elrond.
Lúthien cerró la puerta y se dirigió hacia el armario. Elrond le había dicho que dentro le había dejado un regalo de bienvenida, pero no la había dejado verlo hasta que se tuviese que preparar para la cena.
"Vestidos", se dijo Lúthien sí misma.
Abrió el armario lentamente, ansiosa por saber qué tipo de regalo habría, por saber si tendría razón.
Un gritito de sorpresa escapó de su garganta: Dentro había muchísimos vestidos, todos ellos bellísimos y de colores suaves y vivos. Pasó una mano por ellos. Era evidente que todos estaban hechos con las mejores telas élficas. Parecía un regalo de agradecimiento, más que de bienvenida.
De pronto, recordó la cena y se apresuró a coger uno de ellos y ponérselo. Cuando acabó de vestirse, se miró al espejo y éste le devolvió la imagen de una hermosa muchacha humana vestida a la usanza élfica y con los cabellos rubios sueltos sobre sus hombros.
Sonrió contenta por aquella visión y, cerrando el armario y las puertas que daban al balcón, salió de su cuarto para ir a cenar; pues seguramente ya la esperaban.
Pero al salir y cerrar la puerta tras de sí se dio cuenta de una cosa. ¡No sabía dónde tenía que ir! Se palmeó la frente sintiéndose realmente estúpida al no habérselo preguntado a aquella doncella.
Resignada, decidió caminar por el pasillo hacia la derecha, con la esperanza de que sabría llegar de alguna manera.
Entonces, cuando giraba hacia la izquierda por otro pasillo chocó con alguien, cayendo al suelo.
Avergonzada, levantó la vista para disculparse, cuando escuchó una hermosa y suave voz varonil.
-¿Estás bien?-
Fue en aquel momento cuando se encontró con una mirada azul preocupada. Sin poder evitarlo, Lúthien abrió un poco la boca, sorprendida.
¡Era el elfo del balcón! Se veía tan atractivo desde cerca... Sus mejillas comenzaron a teñirse de rojo, gradualmente.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que el elfo le tendía la mano para ayudarla a levantarse. La tomó tímidamente, y se sorprendió al notar cómo la levantaba con gran facilidad.
-Perdonadme, soy un despiste...-, consiguió articular en voz baja y dudosa, ella, intentando disculparse.
El elfo sonrió, y viéndola tan avergonzada le dijo dulcemente:
-No os preocupéis, yo también tengo parte de culpa.-
Lúthien sonrió con timidez y logró mirarle a los ojos. Enrojeció al instante y bajó la mirada de nuevo, algo asustada, al ver aquellos bellos ojos de mar tan serenos y aquella encantadora sonrisa que el elfo le dedicaba.
-Bueno.-, empezó él - creo que he de irme, la cena me espera. Hasta pronto señorita...-
Él quedó en silencio, al darse cuenta de que no sabía siquiera su nombre.
-Lúthien. Mi nombre es Lúthien.-, dijo ella reaccionando.
-Encantado señorita Lúthien. Mi nombre es Glorfindel.-, respondió él sonriendo.
Inesperadamente, él le tomó la mano, y, delicadamente, se la besó.
-Ha sido un placer conoceros.-, dijo casi en un susurro.
Lúthien quedó asombrada ante su gesto y asintió halagada, no pudiendo articular palabra.
De pronto, y cuando Glorfindel ya se marchaba, recordó el porqué de que no estuviese en aquel momento cenando.
Se adelantó un poco, acercándose a él, y mirándolo aun con timidez, le dijo:
-Si no es molestia, ¿me podríais decir por dónde he de ir para encontrar el salón donde cena Elrond?-
Como respuesta, Glorfindel esbozó de nuevo una bonita sonrisa.
La cena ya había pasado y Lúthien se acomodaba ya entre las sábanas de su lecho. Se acurrucó bien y cerró los ojos. Suspiró cansada. El viaje había sido duro, pero al fin podía descansar bien.
De improviso, acudieron a su mente ya casi adormecida las imágenes de aquella tarde-noche, cuando había conocido al rubio elfo llamado Glorfindel. Tenía que reconocer que él había conseguido asombrarla y captar su atención. ¿Cómo no fijarse en aquellos ojos azules y esos fuertes y musculazos brazos? Pero no sólo eso. Cuando chocó con él en el pasillo y se presentaron, había notado una agradable y simpática amabilidad en él. Definitivamente había algo diferente en aquel elfo. Algo especial y... cálido.
Arrullada por el sentimiento nuevo y dulce que sentía nacer en ella y por el recuerdo del elfo que acababa de conocer, se sumió en un dulce y placentero sueño.
Ella no era consciente aun, pero desde aquel momento, quedó prendada de Glorfindel.
Bueno, esta es la primera historia que publico, así que no sé muy bien como va esto. ^_^ Espero que os guste.
Ante un libro y con la mirada y la atención fijas en lo que contaba, se hallaba un elfo de rubios cabellos, joven y galante apariencia y majestuoso pero alegre porte.
No había un sitio mejor en todo Rivendel para leer con tranquilidad: el balcón que daba a las puertas de la casa de Elrond era sin duda el mejor lugar para la lectura. Desde allí se podían ver los hermosos árboles que rodeaban la enorme casa y siempre le tocaba el sol.
Era ya tarde, la luz comenzaba a anaranjearse y el sol a descender hacia su placentero sueño.
Glorfindel pasó la página intrigado por saber qué ocurriría a continuación en aquella historia que leía.
De pronto, una suave brisa que parecía transportar una leve y suave melodía hizo que las páginas pasasen rápidamente hacia el principio.
Glorfindel no pudo evitar fijarse en una de las palabras que contenía aquella página: Ángel.
Contrariado y confuso cerró el libro y se levantó. "La cena no tardará en ser anunciada",- pensó para sí mismo.
No sabía porqué, pero tenía la corazonada de que aquella palabra significaba algo. Algo importante.
Antes de irse hacia el interior de su habitación, sin saber porqué, se giró y miró hacia las puertas siempre abiertas de Rivendel.
Aquella fue la primera vez que la vio.
Ondeando los dorados cabellos tras de sí y con la azul y verdosa mirada puesta con curiosidad en los jardines de la casa a la que acababa de llegar. Joven y hermosa, radiante de vida: así describió Glorfindel a Lúthien cuando la vio por primera vez.
Se sobresaltó bastante cuando notó que aquellos hermosos ojos azules se posaban sobre los suyos.
El tiempo pareció detenerse. Sintió como el corazón le saltaba nervioso en el pecho, pero en aquel momento tan sólo pudo observarla sin más.
-¡Lúthien! ¡Por fin has llegado!-, se oyó exclamar a Elrond con felicidad, que acababa de salir al jardín.- Te esperábamos a mediodía.
Como rompiendo un hechizo, ella desvió su mirada de él hacia el Señor de Rivendel y se acercó a abrazarlo, contenta.
-¡Tío Elrond! Siento haberos preocupado, pero me retrasé.-
-Entra querida, te llevaré a tu cuarto y haré que te acomoden.-, le dijo amablemente Elrond.
Ella asintió sonriendo, pero antes de entrar, se giró y dedicó una bonita sonrisa al elfo que seguía mirándola desde el balcón.
Él notó cómo la cara le ardía, signo evidente de que se había sonrojado. Mientras tanto, la muchacha ya desaparecía por la puerta de entrada al edificio. No fue hasta que la perdió de vista cuando se percató de que había estado aguantando la respiración.
Por fin había acabado de desempacar. Le había llevado un buen rato sacar todo su equipaje y ordenarlo en la agradable habitación que le había designado.
"La verdad es que Elrond se ha molestado demasiado por mí", pensaba Lúthien.
Pasó la mirada por la habitación: era muy clara y estaba ordenadísima; decorada de una manera que le daba un carácter fresco...élfico.
Lúthien se sonrió, no por nada estaba en un reino de elfos.
Fue entonces cuando reparó en el gran ventanal que daba al balcón. Salió al exterior y miró alrededor complacida, todo era serenidad allí : un hermoso paisaje teñido por la luz de un atardecer se mostraba ante ella.
De repente, reparó en un balcón muy cercano al suyo; a su derecha. ¡Era el mismo donde había visto a aquel elfo!
El corazón se le aceleró al pensar en él. Lúthien se llevó una mano al pecho, confusa. ¿Por qué se ponía nerviosa si pensaba en un elfo que ni tan siquiera conocía?
La verdad era que lo había visto muy atractivo... Sí, tenía una mirada encantadora, tan serena... Y unos cabellos tan dorados y brillantes...
De golpe, cayó en la cuenta de lo que estaba pensando. ¿Se podía saber por qué decía eso? ¡Tan sólo era un elfo como los demás! Había vivido desde los dos años entre ellos, ahora ninguno habría de sorprenderle. Y sin embargo, aquél lo había hecho. Había algo... diferente, en él. Lo sabía, lo intuía. No podía ser un elfo cualquiera. No con aquella mirada tan serena.
En aquel momento se oyeron unos pequeños golpes en la puerta, a modo de llamada.
Saliendo de su ensimismamiento, se dirigió con presteza a la puerta del cuarto, ya abrió para ver quién era el que llamaba.
Delante suyo se hallaba una de las doncellas de Elrond.
-Señorita, me han enviado a avisarle de que la cena va a comenzar en breve. Si puedo ayudarla a vestirse sólo pídamelo.-, dijo con tono suave y humilde la joven elfa.
Lúthien sonrió agradecida y le respondió amablemente:
-Muchas gracias pero ya me vestiré yo sola. Diles que enseguida estoy lista.-
La elfa asintió satisfecha y se fue para informar a Elrond.
Lúthien cerró la puerta y se dirigió hacia el armario. Elrond le había dicho que dentro le había dejado un regalo de bienvenida, pero no la había dejado verlo hasta que se tuviese que preparar para la cena.
"Vestidos", se dijo Lúthien sí misma.
Abrió el armario lentamente, ansiosa por saber qué tipo de regalo habría, por saber si tendría razón.
Un gritito de sorpresa escapó de su garganta: Dentro había muchísimos vestidos, todos ellos bellísimos y de colores suaves y vivos. Pasó una mano por ellos. Era evidente que todos estaban hechos con las mejores telas élficas. Parecía un regalo de agradecimiento, más que de bienvenida.
De pronto, recordó la cena y se apresuró a coger uno de ellos y ponérselo. Cuando acabó de vestirse, se miró al espejo y éste le devolvió la imagen de una hermosa muchacha humana vestida a la usanza élfica y con los cabellos rubios sueltos sobre sus hombros.
Sonrió contenta por aquella visión y, cerrando el armario y las puertas que daban al balcón, salió de su cuarto para ir a cenar; pues seguramente ya la esperaban.
Pero al salir y cerrar la puerta tras de sí se dio cuenta de una cosa. ¡No sabía dónde tenía que ir! Se palmeó la frente sintiéndose realmente estúpida al no habérselo preguntado a aquella doncella.
Resignada, decidió caminar por el pasillo hacia la derecha, con la esperanza de que sabría llegar de alguna manera.
Entonces, cuando giraba hacia la izquierda por otro pasillo chocó con alguien, cayendo al suelo.
Avergonzada, levantó la vista para disculparse, cuando escuchó una hermosa y suave voz varonil.
-¿Estás bien?-
Fue en aquel momento cuando se encontró con una mirada azul preocupada. Sin poder evitarlo, Lúthien abrió un poco la boca, sorprendida.
¡Era el elfo del balcón! Se veía tan atractivo desde cerca... Sus mejillas comenzaron a teñirse de rojo, gradualmente.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que el elfo le tendía la mano para ayudarla a levantarse. La tomó tímidamente, y se sorprendió al notar cómo la levantaba con gran facilidad.
-Perdonadme, soy un despiste...-, consiguió articular en voz baja y dudosa, ella, intentando disculparse.
El elfo sonrió, y viéndola tan avergonzada le dijo dulcemente:
-No os preocupéis, yo también tengo parte de culpa.-
Lúthien sonrió con timidez y logró mirarle a los ojos. Enrojeció al instante y bajó la mirada de nuevo, algo asustada, al ver aquellos bellos ojos de mar tan serenos y aquella encantadora sonrisa que el elfo le dedicaba.
-Bueno.-, empezó él - creo que he de irme, la cena me espera. Hasta pronto señorita...-
Él quedó en silencio, al darse cuenta de que no sabía siquiera su nombre.
-Lúthien. Mi nombre es Lúthien.-, dijo ella reaccionando.
-Encantado señorita Lúthien. Mi nombre es Glorfindel.-, respondió él sonriendo.
Inesperadamente, él le tomó la mano, y, delicadamente, se la besó.
-Ha sido un placer conoceros.-, dijo casi en un susurro.
Lúthien quedó asombrada ante su gesto y asintió halagada, no pudiendo articular palabra.
De pronto, y cuando Glorfindel ya se marchaba, recordó el porqué de que no estuviese en aquel momento cenando.
Se adelantó un poco, acercándose a él, y mirándolo aun con timidez, le dijo:
-Si no es molestia, ¿me podríais decir por dónde he de ir para encontrar el salón donde cena Elrond?-
Como respuesta, Glorfindel esbozó de nuevo una bonita sonrisa.
La cena ya había pasado y Lúthien se acomodaba ya entre las sábanas de su lecho. Se acurrucó bien y cerró los ojos. Suspiró cansada. El viaje había sido duro, pero al fin podía descansar bien.
De improviso, acudieron a su mente ya casi adormecida las imágenes de aquella tarde-noche, cuando había conocido al rubio elfo llamado Glorfindel. Tenía que reconocer que él había conseguido asombrarla y captar su atención. ¿Cómo no fijarse en aquellos ojos azules y esos fuertes y musculazos brazos? Pero no sólo eso. Cuando chocó con él en el pasillo y se presentaron, había notado una agradable y simpática amabilidad en él. Definitivamente había algo diferente en aquel elfo. Algo especial y... cálido.
Arrullada por el sentimiento nuevo y dulce que sentía nacer en ella y por el recuerdo del elfo que acababa de conocer, se sumió en un dulce y placentero sueño.
Ella no era consciente aun, pero desde aquel momento, quedó prendada de Glorfindel.
Bueno, esta es la primera historia que publico, así que no sé muy bien como va esto. ^_^ Espero que os guste.
