Capítulo 3
Nueve días habían pasado desde la partida de Glorfindel. Nueve. Y durante aquellos días Lúthien sintió y sufrió como nunca lo había hecho en sus 22 años de vida.
¿Cómo se podía explicar aquello? No sabía cómo lo había conseguido aquel elfo, lo único que sabía Lúthien era que le había robado el corazón.
Saber que él estaba fuera enfrentándose a un poder tan letal y oscuro como el de los Nazghûl hacía que temiera por él; que llorase incluso.
Durante los primeros días no pudo evitar culpar a Elrond por ello, por haberlo enviado al peligro. Sabía que era injusto culparlo a él, que seguramente él lo había enviado porque sabía que volvería sano y salvo. Lo sabía. Pero es que temía por la vida de Glorfindel.
¿Y si le pasaba algo? ¿Y si moría? No podía ni pensarlo. Porque si lo hacía el corazón comenzaba a dolerle como si fuese a estallarle y le daban irrefrenable ganas de tomar su caballo y partir en su busca. Aunque fuese desarmada y le costase la vida encontrarlo.
Parecía una locura, ¿no es cierto? Fue entonces cuando tuvo que aceptarlo. Se había enamorado. Lo amaba con locura, y ya no había marcha atrás. Y haría lo que fuera por conquistar su corazón.
Se juró que, si volvía, le confesaría su amor. Aunque él la rechazase. No podía permitir que se le escapara sin habérselo dicho antes.
Pero no sólo hizo eso durante los nueve días que habían pasado. Intentando olvidar que Glorfindel se hallaba fuera y ante el peligro, se decidió a hundirse de lleno en el control de sus poderes.
Se pasó horas y horas sola en el bosque, tan sólo concentrándose y sintiendo su poder correr y latir en sus venas. Lo dejaba fluir tranquilamente, para luego concentrarlo en la palma de su mano, poco a poco, y así crear una esfera de luz blanca y brillante. La dejaba flotar entre sus manos y luego la hacía desaparecer en pequeños copitos de luz que caían a su alrededor.
Parecía que la joya que Elrond le había dado actuaba en ella desatando sus poderes, antaño dormidos. Es cierto que lo que conseguía hacer no eran sino pequeñas muestras de su poder, y que no le servirían de nada ante los poderes oscuros de Mordor. Pero por allí se empezaba.
Desde que se puso la joya en el cuello había notado un cambio progresivo en ella. Poco a poco, sintió como sus sentidos y agilidad se agudizaban. Tenía la vista de los elfos, su oído y ligereza. Podía caminar por el bosque sin que ninguna criatura ni animal notase su presencia. Seguramente era gracias a su poder. Aprendería a canalizarlo y a utilizarlo como era debido.
Por otra parte, había pasado mucho tiempo junto a Arwen. Habían entablado un gran amistad entre ellas, y era como si se conociesen de toda la vida. Galadriel le había hablado mucho sobre su nieta y la relación que tenía con Aragorn, primo de Lúthien. Pues, la verdad era que ella era hija de Anárion, hermano menor de Arathorn, cosa que la convertía a ella en la siguiente en la línea de sucesión.
Pero Lúthien jamás se había planteado la idea de ser reina de Gondor alguna vez. No deseaba aquél futuro para sí misma. Confiaba plenamente en que Aragorn aceptaría algún día su destino. Sabía que conseguiría unir a los pueblos libres en la batalla que estaba ya comenzando. En la Guerra del Anillo.
Aquél día había comenzado a practicar una nueva técnica con sus poderes. Intentaba convertir los copos de luz en puntas afiladas y dispararlas hacia delante. Pero por el momento tan sólo conseguía que se convirtieran en puntas afiladas y moverlas un poco. Al menos era un principio.
Las horas se le pasaron volando y cuando se dio cuenta las últimas luces del día se filtraban por las copas de los árboles. Decidió, pues, volver a la casa para la cena.
Caminó tranquila pero ágilmente entre los árboles, dirigiéndose hacia la casa de Elrond. Y cual fue su sorpresa al llegar, cuando vio a todos los elfos movilizados entorno a alguien. Vio a Elrond salir corriendo de la casa dirigiéndose al centro del corro que se había formado rodeando al recién llegado. Su rostro era de verdadero espanto, y eso acabó de asustar completamente a Lúthien.
No podía ver quién se hallaba en medio de los elfos, y eso la estaba poniendo nerviosa. Necesitaba saber qué pasaba. Decidida a descubrirlo se acercó corriendo al lugar de interés de todos los elfos e intentó hacerse un hueco entre la gente.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente al ver quién se hallaba en el centro. Su corazón saltó en su pecho, desatando una explosión de alegría que invadió todo su ser. Se llevó la mano a la boca intentando acallar un gemido de felicidad que ya se debatía por escapar de sus labios. ¡Había vuelto!
A duras penas pudo retener las ganas que tenía de lanzarse a sus brazos y llenarlo de besos y palabras de amor. ¡Estaba a salvo! Por fin podría decirle cuanto lo quería. Aunque elegiría bien el momento para hacerlo, claro está.
Sujeto en brazos de Glorfindel pudo ver, después de poder recuperar algo la calma, un ser parecido a un niño. Pudo percibir claramente como luchaba por no ser hundido por una carga enormemente pesada y maligna. Era el único.
Quedó estupefacta al notar que podía ver levemente a través de aquél niño o ser parecido ello. Debía estar gravemente herido, y además, intuía que había sido herido por una criatura altamente maligna.
No lo dudó ni un instante. Debía ayudar a salvarlo. Se plantó rápidamente junto a Glorfindel, dispuesta a acompañarlo a donde fuera para salvar la vida de aquel pequeño ser.
Glorfindel, al notar su presencia a su lado, se giró a mirarla inmediatamente. Al posarse sus ojos sobre su figura, y al ver tal determinación en sus ojos, no pudo evitar sentirse morir una y otra vez. La amaba con locura, y no había dejado de pensar en ella ni un instante en aquellos nueve días que no la había podido ver.
Sintió la tentación de soltar a Frodo para abrazar y estrechar como nunca aquella mujer entre sus brazos. La había echado tanto de menos...¡tanto! Y pensar que se había enamorado de ella conociéndola tan poco.
De pronto Elrond, que por fin había conseguido ordenar a todos los elfos mandándoles diferentes tareas que le facilitarían la curación de Frodo, apareció ante él con rostro compungido.
-Llevémosle inmediatamente dentro. Sino no nos ocupamos de él ahora mismo no sobrevivirá.-, dijo.
Se fueron casi corriendo hacia el interior de la casa. Yendo lo más rápido que podía llegaron a una habitación ya preparado para Frodo. Entraron como un rayo y lo tendieron inmediatamente en la cama que había en el cuarto.
Lúthien se avanzó a los otros dos y despojó a Frodo de su camisa para dejar al descubierto la herida que lo arrastraba a la sombra. Enseguida una mano se posó sobre la suya. Su suave contacto hizo que se le erizase el cabello de la nuca, estremeciéndola de arriaba abajo.
Glorfindel la miró pidiéndole permiso para empezar a curar la herida. Mientras, Elrond preparaba un ungüento de athelas y hierbas medicinales élficas que haría salir el veneno de la herida. Cuando lo tuvo hecho se giró hacia el herido.
Sobre la herida vio dos manos, la una sobre la otra. Glorfindel y Lúthien se habían quedado mudos mirando el uno al otro. Elrond comprendió entonces la situación, pero no podía permitir que aquello los distrajese en aquel momento. Carraspeando, se acercó a ellos, que se separaron inmediatamente, sonrojándose en el acto.
Pronto los tres se pusieron a trabajar en el herido, concentrándose de lleno en salvarle la vida. Tardaron unas horas en estabilizarlo y sacarlo del peligro. Pero al menos lo habían conseguido.
Cuando ya salían del cuarto dispuestos a dejar descansar a Frodo e irse a descansar cada uno a su cuarto, pues la noche ya estaba bastante entrada, Glorfindel exclamó asustado, recordando algo:
-¡Lalwen!-
Lúthien se giró inmediatamente, sorprendida y dolida al escuchar salir de su garganta el nombre de otra mujer con preocupación. Elrond, se giró hacia él y le dijo que Lalwen ya había sido atendida y que podía estar tranquilo.
Pero para cuando Glorfindel se dio la vuelta para despedirse de Lúthien, ya no la encontró. Cayó entonces en la cuenta de lo que había pasado. Maldijo mil veces su suerte y su torpeza con las mujeres. Deseó que al día siguiente pudiese encontrarla y explicarle de alguna manera que no amaba a Lalwen. ¿Pero cómo sin delatarse sobre sus sentimientos hacia ella?
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Lúthien dio un fuerte portazo al entrar en su habitación y se lanzó llorando a su cama. Gritó todo lo que pudo tapando su boca con la almohada, para que nadie más escuchase. Dolía tanto ver al ser que amaba preocuparse tanto por otra mujer que había conocido esos nueve días que había estado lejos de ella. ¡Y pensar que ella no había hecho otra cosa que rezar por él!
Se enroscó y acurrucó en la cama llorando y sollozando maldiciendo su suerte. Sentía que lo había perdido, y aquello la destrozaba. Pero lo que más daño le hacía era saber que lo había perdido sin haberlo tenido jamás.
Apretó los puños con fuerzas, clavándose las uñas en las palmas, hasta hacerse salir sangre. Aquella noche no podría dormir. Se la pasaría llorando como jamás lo había hecho. Sola. Sintiéndose más sola que nunca.
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Al día siguiente Glorfindel despertó temprano, y lo primero que hizo fue salir al balcón y mirar enseguida el balcón donde sabía que Lúthien lo había mirado justo antes de marchar en busca de Frodo.
Pero las cortinas, inusualmente, estaban echadas, no dejándole ver a quien estaba dentro. Apesumbrado, se vistió y dirigió enseguida a desayunar junto a los tres hobbits que habían acompañado a Frodo y Lalwen. Al verla en la mesa no pudo evitar enfadarse consigo mismo al recordar lo ocurrido la anterior noche.
Durante todo el día no la vio en ningún momento, excepto un instante en que pasó junto a su puerta. Se paró en seco al escuchar desde dentro unos sollozos femeninos. ¿Tanto le había dolido? Tenía que arreglar aquello, podía dejar que los dos siguieran sufriendo.
Posó la mano sobre el pomo de la puerta decidido. Pero, de repente, le acudió la mente la posibilidad de que ella lo odiase. Sintió como aquella puerta se convertía en un gran muro que los separaba. Un muro que le resultaba imposible de sortear.
Asustado y deprimido como nunca había estado, soltó el pomo y se fue de allí con la cabeza gacha y lágrimas en los ojos.
**************************************************************************** ******
Al día siguiente Frodo despertó, y aquello alegró los corazones de todos aquellos que se hallaban en Rivendel.
¿Todos?
No. No todos. Lúthien seguía tremendamente dolida por aquel malentendido con Glorfindel, mientras que él estaba demasiado asustado y confundido como para intentar hablar con ella.
El único momento en que se vieron fue a la hora del desayuno. Cuando ella pasó ante la puerta de donde el desayunaba. Tan sólo fue un instante, pero Lúthien, al ver a Lalwen junto a Glorfindel no pudo evitar mirarle a él con una mirada triste y dolorida, que hizo que los ojos de Glorfindel se llenaran de lágrimas.
Pero, él, al notarlo, sabiendo que estaba ante los hobbits y Lalwen, bajó el rostro y se la limpió rápidamente.
Aquella tarde le fue comunicado que habría una fiesta en honor de Frodo, y que todos en Rivendel asistirían. Fue entonces cuando decidió que debía hablar antes con ella. Debía arreglarlo antes de la fiesta.
Se dirigió sin demora al cuarto de Lúthien, donde estaba seguro que la encontraría. Al llegar tocó suavemente a la puerta y esperó a que ella lo recibiera. Y no tardó mucho en hacerlo.
Al abrir la puerta y ver quién era, en los ojos de Lúthien se pudo apreciar cierto espanto. Tuvo ganas de cerrar la puerta y esconderse en la habitación para no salir nunca más. Pero se contuvo y lo hizo pasar cortésmente.
Enseguida él, titubeante le empezó explicar:
-Sé que quizás no me creas, pero he venido para decirte que lo de la otra noche fue un malentendido.-
-¿El qué?-, preguntó ella fríamente, sin mirarle a los ojos.
Glorfindel se quedó de piedra, pero recuperando enseguida la compostura le respondió:
-Que yo no amo a Lalwen si es lo que piensas, tan sólo me preocupé por ella porque estaba débil cuando la dejé a cargo de Legolas.-
-A mí no me importa si la amas o no, no es de mi incumbencia.-, le dijo de nuevo con frialdad.
Glorfindel se exasperó y perdió los estribos, cosa que nunca le había pasado. Cogió fuertemente a Lúthien de los brazos y la obligó a mirarlo.
-¡Por qué me evitas!-, le gritó.
Lúthien le giró la cara asustada, con lágrimas en los ojos. Dándose cuenta, de repente, de lo que estaba haciendo, la soltó rápidamente y murmuró:
-Yo...lo siento...-
Se giró y, como pensando si decir algo más, se fue de la habitación, cerrando suavemente la puerta.
Cuando ésta se cerró del todo, Lúthien cayó al suelo de rodillas, tapándose el rostro con las manos y llorando de nuevo.
TBC
Nueve días habían pasado desde la partida de Glorfindel. Nueve. Y durante aquellos días Lúthien sintió y sufrió como nunca lo había hecho en sus 22 años de vida.
¿Cómo se podía explicar aquello? No sabía cómo lo había conseguido aquel elfo, lo único que sabía Lúthien era que le había robado el corazón.
Saber que él estaba fuera enfrentándose a un poder tan letal y oscuro como el de los Nazghûl hacía que temiera por él; que llorase incluso.
Durante los primeros días no pudo evitar culpar a Elrond por ello, por haberlo enviado al peligro. Sabía que era injusto culparlo a él, que seguramente él lo había enviado porque sabía que volvería sano y salvo. Lo sabía. Pero es que temía por la vida de Glorfindel.
¿Y si le pasaba algo? ¿Y si moría? No podía ni pensarlo. Porque si lo hacía el corazón comenzaba a dolerle como si fuese a estallarle y le daban irrefrenable ganas de tomar su caballo y partir en su busca. Aunque fuese desarmada y le costase la vida encontrarlo.
Parecía una locura, ¿no es cierto? Fue entonces cuando tuvo que aceptarlo. Se había enamorado. Lo amaba con locura, y ya no había marcha atrás. Y haría lo que fuera por conquistar su corazón.
Se juró que, si volvía, le confesaría su amor. Aunque él la rechazase. No podía permitir que se le escapara sin habérselo dicho antes.
Pero no sólo hizo eso durante los nueve días que habían pasado. Intentando olvidar que Glorfindel se hallaba fuera y ante el peligro, se decidió a hundirse de lleno en el control de sus poderes.
Se pasó horas y horas sola en el bosque, tan sólo concentrándose y sintiendo su poder correr y latir en sus venas. Lo dejaba fluir tranquilamente, para luego concentrarlo en la palma de su mano, poco a poco, y así crear una esfera de luz blanca y brillante. La dejaba flotar entre sus manos y luego la hacía desaparecer en pequeños copitos de luz que caían a su alrededor.
Parecía que la joya que Elrond le había dado actuaba en ella desatando sus poderes, antaño dormidos. Es cierto que lo que conseguía hacer no eran sino pequeñas muestras de su poder, y que no le servirían de nada ante los poderes oscuros de Mordor. Pero por allí se empezaba.
Desde que se puso la joya en el cuello había notado un cambio progresivo en ella. Poco a poco, sintió como sus sentidos y agilidad se agudizaban. Tenía la vista de los elfos, su oído y ligereza. Podía caminar por el bosque sin que ninguna criatura ni animal notase su presencia. Seguramente era gracias a su poder. Aprendería a canalizarlo y a utilizarlo como era debido.
Por otra parte, había pasado mucho tiempo junto a Arwen. Habían entablado un gran amistad entre ellas, y era como si se conociesen de toda la vida. Galadriel le había hablado mucho sobre su nieta y la relación que tenía con Aragorn, primo de Lúthien. Pues, la verdad era que ella era hija de Anárion, hermano menor de Arathorn, cosa que la convertía a ella en la siguiente en la línea de sucesión.
Pero Lúthien jamás se había planteado la idea de ser reina de Gondor alguna vez. No deseaba aquél futuro para sí misma. Confiaba plenamente en que Aragorn aceptaría algún día su destino. Sabía que conseguiría unir a los pueblos libres en la batalla que estaba ya comenzando. En la Guerra del Anillo.
Aquél día había comenzado a practicar una nueva técnica con sus poderes. Intentaba convertir los copos de luz en puntas afiladas y dispararlas hacia delante. Pero por el momento tan sólo conseguía que se convirtieran en puntas afiladas y moverlas un poco. Al menos era un principio.
Las horas se le pasaron volando y cuando se dio cuenta las últimas luces del día se filtraban por las copas de los árboles. Decidió, pues, volver a la casa para la cena.
Caminó tranquila pero ágilmente entre los árboles, dirigiéndose hacia la casa de Elrond. Y cual fue su sorpresa al llegar, cuando vio a todos los elfos movilizados entorno a alguien. Vio a Elrond salir corriendo de la casa dirigiéndose al centro del corro que se había formado rodeando al recién llegado. Su rostro era de verdadero espanto, y eso acabó de asustar completamente a Lúthien.
No podía ver quién se hallaba en medio de los elfos, y eso la estaba poniendo nerviosa. Necesitaba saber qué pasaba. Decidida a descubrirlo se acercó corriendo al lugar de interés de todos los elfos e intentó hacerse un hueco entre la gente.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente al ver quién se hallaba en el centro. Su corazón saltó en su pecho, desatando una explosión de alegría que invadió todo su ser. Se llevó la mano a la boca intentando acallar un gemido de felicidad que ya se debatía por escapar de sus labios. ¡Había vuelto!
A duras penas pudo retener las ganas que tenía de lanzarse a sus brazos y llenarlo de besos y palabras de amor. ¡Estaba a salvo! Por fin podría decirle cuanto lo quería. Aunque elegiría bien el momento para hacerlo, claro está.
Sujeto en brazos de Glorfindel pudo ver, después de poder recuperar algo la calma, un ser parecido a un niño. Pudo percibir claramente como luchaba por no ser hundido por una carga enormemente pesada y maligna. Era el único.
Quedó estupefacta al notar que podía ver levemente a través de aquél niño o ser parecido ello. Debía estar gravemente herido, y además, intuía que había sido herido por una criatura altamente maligna.
No lo dudó ni un instante. Debía ayudar a salvarlo. Se plantó rápidamente junto a Glorfindel, dispuesta a acompañarlo a donde fuera para salvar la vida de aquel pequeño ser.
Glorfindel, al notar su presencia a su lado, se giró a mirarla inmediatamente. Al posarse sus ojos sobre su figura, y al ver tal determinación en sus ojos, no pudo evitar sentirse morir una y otra vez. La amaba con locura, y no había dejado de pensar en ella ni un instante en aquellos nueve días que no la había podido ver.
Sintió la tentación de soltar a Frodo para abrazar y estrechar como nunca aquella mujer entre sus brazos. La había echado tanto de menos...¡tanto! Y pensar que se había enamorado de ella conociéndola tan poco.
De pronto Elrond, que por fin había conseguido ordenar a todos los elfos mandándoles diferentes tareas que le facilitarían la curación de Frodo, apareció ante él con rostro compungido.
-Llevémosle inmediatamente dentro. Sino no nos ocupamos de él ahora mismo no sobrevivirá.-, dijo.
Se fueron casi corriendo hacia el interior de la casa. Yendo lo más rápido que podía llegaron a una habitación ya preparado para Frodo. Entraron como un rayo y lo tendieron inmediatamente en la cama que había en el cuarto.
Lúthien se avanzó a los otros dos y despojó a Frodo de su camisa para dejar al descubierto la herida que lo arrastraba a la sombra. Enseguida una mano se posó sobre la suya. Su suave contacto hizo que se le erizase el cabello de la nuca, estremeciéndola de arriaba abajo.
Glorfindel la miró pidiéndole permiso para empezar a curar la herida. Mientras, Elrond preparaba un ungüento de athelas y hierbas medicinales élficas que haría salir el veneno de la herida. Cuando lo tuvo hecho se giró hacia el herido.
Sobre la herida vio dos manos, la una sobre la otra. Glorfindel y Lúthien se habían quedado mudos mirando el uno al otro. Elrond comprendió entonces la situación, pero no podía permitir que aquello los distrajese en aquel momento. Carraspeando, se acercó a ellos, que se separaron inmediatamente, sonrojándose en el acto.
Pronto los tres se pusieron a trabajar en el herido, concentrándose de lleno en salvarle la vida. Tardaron unas horas en estabilizarlo y sacarlo del peligro. Pero al menos lo habían conseguido.
Cuando ya salían del cuarto dispuestos a dejar descansar a Frodo e irse a descansar cada uno a su cuarto, pues la noche ya estaba bastante entrada, Glorfindel exclamó asustado, recordando algo:
-¡Lalwen!-
Lúthien se giró inmediatamente, sorprendida y dolida al escuchar salir de su garganta el nombre de otra mujer con preocupación. Elrond, se giró hacia él y le dijo que Lalwen ya había sido atendida y que podía estar tranquilo.
Pero para cuando Glorfindel se dio la vuelta para despedirse de Lúthien, ya no la encontró. Cayó entonces en la cuenta de lo que había pasado. Maldijo mil veces su suerte y su torpeza con las mujeres. Deseó que al día siguiente pudiese encontrarla y explicarle de alguna manera que no amaba a Lalwen. ¿Pero cómo sin delatarse sobre sus sentimientos hacia ella?
**************************************************************************** *****
Lúthien dio un fuerte portazo al entrar en su habitación y se lanzó llorando a su cama. Gritó todo lo que pudo tapando su boca con la almohada, para que nadie más escuchase. Dolía tanto ver al ser que amaba preocuparse tanto por otra mujer que había conocido esos nueve días que había estado lejos de ella. ¡Y pensar que ella no había hecho otra cosa que rezar por él!
Se enroscó y acurrucó en la cama llorando y sollozando maldiciendo su suerte. Sentía que lo había perdido, y aquello la destrozaba. Pero lo que más daño le hacía era saber que lo había perdido sin haberlo tenido jamás.
Apretó los puños con fuerzas, clavándose las uñas en las palmas, hasta hacerse salir sangre. Aquella noche no podría dormir. Se la pasaría llorando como jamás lo había hecho. Sola. Sintiéndose más sola que nunca.
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Al día siguiente Glorfindel despertó temprano, y lo primero que hizo fue salir al balcón y mirar enseguida el balcón donde sabía que Lúthien lo había mirado justo antes de marchar en busca de Frodo.
Pero las cortinas, inusualmente, estaban echadas, no dejándole ver a quien estaba dentro. Apesumbrado, se vistió y dirigió enseguida a desayunar junto a los tres hobbits que habían acompañado a Frodo y Lalwen. Al verla en la mesa no pudo evitar enfadarse consigo mismo al recordar lo ocurrido la anterior noche.
Durante todo el día no la vio en ningún momento, excepto un instante en que pasó junto a su puerta. Se paró en seco al escuchar desde dentro unos sollozos femeninos. ¿Tanto le había dolido? Tenía que arreglar aquello, podía dejar que los dos siguieran sufriendo.
Posó la mano sobre el pomo de la puerta decidido. Pero, de repente, le acudió la mente la posibilidad de que ella lo odiase. Sintió como aquella puerta se convertía en un gran muro que los separaba. Un muro que le resultaba imposible de sortear.
Asustado y deprimido como nunca había estado, soltó el pomo y se fue de allí con la cabeza gacha y lágrimas en los ojos.
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Al día siguiente Frodo despertó, y aquello alegró los corazones de todos aquellos que se hallaban en Rivendel.
¿Todos?
No. No todos. Lúthien seguía tremendamente dolida por aquel malentendido con Glorfindel, mientras que él estaba demasiado asustado y confundido como para intentar hablar con ella.
El único momento en que se vieron fue a la hora del desayuno. Cuando ella pasó ante la puerta de donde el desayunaba. Tan sólo fue un instante, pero Lúthien, al ver a Lalwen junto a Glorfindel no pudo evitar mirarle a él con una mirada triste y dolorida, que hizo que los ojos de Glorfindel se llenaran de lágrimas.
Pero, él, al notarlo, sabiendo que estaba ante los hobbits y Lalwen, bajó el rostro y se la limpió rápidamente.
Aquella tarde le fue comunicado que habría una fiesta en honor de Frodo, y que todos en Rivendel asistirían. Fue entonces cuando decidió que debía hablar antes con ella. Debía arreglarlo antes de la fiesta.
Se dirigió sin demora al cuarto de Lúthien, donde estaba seguro que la encontraría. Al llegar tocó suavemente a la puerta y esperó a que ella lo recibiera. Y no tardó mucho en hacerlo.
Al abrir la puerta y ver quién era, en los ojos de Lúthien se pudo apreciar cierto espanto. Tuvo ganas de cerrar la puerta y esconderse en la habitación para no salir nunca más. Pero se contuvo y lo hizo pasar cortésmente.
Enseguida él, titubeante le empezó explicar:
-Sé que quizás no me creas, pero he venido para decirte que lo de la otra noche fue un malentendido.-
-¿El qué?-, preguntó ella fríamente, sin mirarle a los ojos.
Glorfindel se quedó de piedra, pero recuperando enseguida la compostura le respondió:
-Que yo no amo a Lalwen si es lo que piensas, tan sólo me preocupé por ella porque estaba débil cuando la dejé a cargo de Legolas.-
-A mí no me importa si la amas o no, no es de mi incumbencia.-, le dijo de nuevo con frialdad.
Glorfindel se exasperó y perdió los estribos, cosa que nunca le había pasado. Cogió fuertemente a Lúthien de los brazos y la obligó a mirarlo.
-¡Por qué me evitas!-, le gritó.
Lúthien le giró la cara asustada, con lágrimas en los ojos. Dándose cuenta, de repente, de lo que estaba haciendo, la soltó rápidamente y murmuró:
-Yo...lo siento...-
Se giró y, como pensando si decir algo más, se fue de la habitación, cerrando suavemente la puerta.
Cuando ésta se cerró del todo, Lúthien cayó al suelo de rodillas, tapándose el rostro con las manos y llorando de nuevo.
TBC
