El paraíso. Eso era lo que sentía Lúthien que había encontrado. La noche anterior había descubierto la mayor felicidad que jamás había podido sentir. El elfo que amaba con locura, Glorfindel, le había confesado su amor con un dulce beso. No habían hecho falta palabras. Parecía de ensueño. Estaba enamorada de un apuesto, caballeroso y gentil elfo, y él la correspondía. "No hay cosa más grande que amar y ser amado." Esa era la verdad más grande que ocupaba su corazón.

En aquel momento, estirada en su cama, con el fino camisón puesto y la mirada perdida en el vacío, Lúthien no podía evitar sentirse rebosante de felicidad. Eufórica pero tranquila y relajada. Serena. Como su amado elfo.

Se estiró, desperezándose. El sol ya había salido hacía unas horas, y el desayuno no tardaría en comenzar. Pero aquel día no tenía ganas de desayunar. Algo raro en ella, porque le agradaba mucho el comer.

Sabía por Glorfindel mismo, que aquel día no estaría en Rivendel en toda la jornada, hasta la noche. Debía explorar la zona por orden de Elrond, que temía que hubiese algún ataque en contra de Rivendel.

Desechando la decepción que sentía por no poder pasar con él el día, se levantó de su cama, decidida a pasar la jornada lo mejor que pudiese. Se vistió con un precioso y vaporoso vestido azul, trenzó sus cabellos y se colocó una fina y brillante tiara de plata.

Cuando ya estuvo arreglada, salió de su habitación, con un libro en la mano. Dirigió sus pasos hacia el exterior de la casa, a una hermosa terraza en medio de los edificios élficos. Pensó en quedarse allí, pero enseguida se dio cuenta de que era un sitio bastante transitado. Y ella deseaba tranquilidad.

Así que, por esa misma razón, huyó del lugar, no queriendo ser encontrada por Elrond, que seguro le querría hablar sobre su misión. Y es que Lúthien aun deseaba descansar algo sus emociones, para así poder emprender su cometido con todas sus fuerzas.

Llegó aun corriendo a las puertas del reino de Rivendel. Miró a un lado y a otro, y fue entonces cuando descubrió un caminillo algo escondido, en un lateral del muro del reino. Estaba cubierto por una bóveda de plantas enredaderas, y aunque al principio era algo oscuro, enseguida comenzaba a iluminarse gracias a los rayos de sol que se filtraban entre las hojas de las plantas.

Lúthien tomó el agradable camino, guiada por su instinto, convencida de que llegaría al lugar perfecto para estar tranquila.

Y no se equivocaba. Pronto, ante sus ojos, apareció un gran prado plagado de pequeñas flores silvestres, con algún que otro árbol poblando el lugar. La hierba era mecida suavemente por una cálida brisa, que acariciaba ahora su rostro. En resumen, era un lugar tranquilo, soleado, perfecto.

Una sonrisa iluminó el joven y bello rostro de Lúthien, y ella se dirigió caminando tranquilamente, hacia uno de los árboles. Se sentó bajó él, protegida por su sombra. Recostó su espalda en el viejo y robusto tronco, y se colocó el libro en la falda.

Observó por un momento su tapa. Era de un azul oscuro, aterciopelada al tacto, y el título rezaba, en letras élficas: Laurëa aurësse. O en lengua común: Amanecer dorado. Lo había descubierto en su equipaje el día anterior. Seguramente se lo habían colocado allí justo antes de que partiera, sin que se diera cuenta.

Un nombre acudió a su mente, y no pudo evitar sonreír agradecida. Haldir, su entrenador ( pues ella entrenaba en el arte de las armas, por una razón que será tratada más adelante), y mejor amigo. Sabía que a ella le agradaba en desmesura la lectura, y le había regalado aquel libro. No lo había comenzado a leer, y sentía gran curiosidad por el contenido del libro. Posando su pálida mano sobre la tapa, la abrió, y pasó las primeras páginas, hasta llegar al principio del primer capítulo. No supo nunca porque, pero en cada momento en que se ponía a leer aquel libro, se sintió liberada, y a la vez, totalmente identificada e involucrada con la historia que narraba. Un gran y hermoso romance entre un elfo y un ángel. En toda la historia, nunca se mencionaban los nombres de los protagonistas, y sin embargo la trama nunca perdía su fuerza sentimental.

Enseguida se enfrascó en la historia y perdió la noción del tiempo, totalmente metida en la lectura del libro.

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El sol ya había alcanzado su punto más alto, y algunos de sus dorados rayos lograban traspasar la bóveda de frescas y verdes hojas que ofrecía a Lúthien algo de sombra y frescura. Aquellos finos rayos de luz llegaban a ella, y hacían brillar sus dorados cabellos.

Ya habían pasado algunas horas desde que ella llegase a aquel hermoso prado y se pusiese a leer bajo la sombra de aquel gran árbol. De hecho, era mediodía. Y ella, Lúthien, se hallaba totalmente concentrada en las letras de las blancas y finas páginas de su libro. Nada en ese momento parecía indicar que algo pudiese interrumpir su lectura.

Pero de repente, unos largos mechones de oscuro cabello se posaron sobre las letras del libro, llamando su atención. Alzó los ojos, sorprendida. Y al hacerlo se topó con una mirada marrón, profunda y misteriosa. Era una joven hermosa, de tez pálida y cabellos oscuros y largos. No era elfa, y sin embargo Lúthien notó en ella gran poder y sabiduría. Estaba inclinada sobre ella, y la miraba sonriendo. Parecía que había querido saber algo sobre el libro que aun sostenía entre sus manos.

-¿Qué libro es?-, preguntó la chica, dando veracidad a las suposiciones de Lúthien.

-Laurëa aurësse.-, respondió ella, amablemente.

-Una bonita historia, sin duda.-, dijo la misteriosa chica, mientras se sentaba a su lado.

Lúthien la observó detenidamente. Era hermosa, sin ningún tipo de duda, y tenía algo mágico en la mirada. Los gestos eran elegantes y suaves, su figura esbelta, y era alta. Más alta que ella. Desprendía un olor dulce, embriagador, que la hizo sentir segura a su lado.

Le cayó bien des del principio, desde que la vio por primera vez. Sintió que cualquier cosa que le explicase o cualquiera de sus sentimientos, serían comprendidos por la chica. Sentía que, de algún modo, había un intenso lazo entre ellas que comenzaba a formarse, y que más adelante, sería irrompible.

Pero ella le hizo una pregunta, sacándola de su ensoñación.

-¿ De qué quieres huir, tú?-, le dijo, mirando hacia el cielo.

Lúthien se sorprendió por la pregunta. ¿ Cómo sabía ella que había querido escapar de sus responsabilidades? De nuevo, sintió que en aquella mujer había algo verdaderamente mágico. Era como si leyese en sus ojos y mente, como si aquel destello dorado que surcaba sus oscuros ojos de vez en cuando fuese símbolo de algún extraño poder. Había algo atrayente en su voz, algo que le recordaba...

-Por cierto, mi nombre es Lalwen. No me había presentado.-,dijo la chica a modo de disculpa.

¡Lalwen!

Aquel nombre cayó como una losa especialmente pesada sobre su corazón y conciencia. ¡Aquella chica era la que tantos líos le había traído!

Algo debió notar Lalwen en el rostro de la asustada y acongojada Lúthien, porque frunció el ceño desconcertada.

Fue entonces cuando Lúthien recordó que todo había resultado ser una mera confusión, que Glorfindel la amaba a ella, y que no podía sentirse más feliz en aquel momento. Suavizó la expresión del rostro, y sonriendo le dijo, mientras cerraba el libro:

-El mío es Lúthien, encantada.-

Fue a partir de ese momento en el que hablaron por primera vez, cuando una gran amistad apareció entre ellas.

Descubrieron que tenían similares aficiones y pensamientos, los mismos ideales y ganas de luchar. Ambas tenían corazón guerrero, pero también ansiaban la paz y el amor.

Los lazos irrompibles de la amistad verdadera las unieron de tal forma que sentían que eran como verdaderas hermanas.

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Era ya de noche cuando Lalwen y Lúthien aparecieron en la casa de Elrond. El semielfo, señor de la casa, las reprendió levemente por haber huido de tal forma, pero no hubo severidad en su mirada, pues, en el fondo, las comprendía.

Juntas, entraron en la casa y se despidieron en uno de los pasillos, donde sus caminos se separaban. Cada una se dirigió a su habitación a descansar o prepararse para cenar, según sus preferencias.

Lúthien, contenta por haber conocido a una nueva amiga, se encaminó a su habitación, dispuesta a dejar el libro y buscar a Glorfindel, que ya debía haber llegado.

Cuando hubo dejado el libro, salió de su habitación, y se dirigió a la sala del fuego, decidida a preguntar a los que allí se hallaban dónde se encontraba Glorfindel. Si no lo encontraba allí primero, claro.

No le costó mucho tiempo llegar, pues cada vez se conocía más la casa y le era más fácil desplazarse por ella.

Las puertas de cristal opaco que daban a la acogedora sala estaban abiertas de par en par. El fuego crepitaba saltarín en el hogar, dando una agradable calidez a toda la sala. Había allí bastantes elfos, unos recogidos ante las llamas, explicando y cantando historias, otros reunidos en grupo y conversando, y otros solitarios, leyendo sentados en alguno de los mullidos sillones. Lúthien recorrió la sala con la mirada, buscando a su rubio elfo. Pero no lo halló en aquel lugar.

Mas, en el momento en que quiso acercarse al elfo más cercano, que leía tranquilamente en un rincón, para preguntarle sobre Glorfindel, una elfa que había estado en un grupo reducido, se le acercó con paso decidido.

Mientras avanzaba hacia ella, Lúthien la observó atentamente:

Era muy alta, andaba erguida (quizá demasiado), y con la cabeza bien alta. No era la elfa más agraciada, pero por el hecho de pertenecer a la hermosa raza ya era bastante bella. Tenía los cabellos castaños y lacios, la cara alargada y fina, y una expresión adusta que la hacía parecer una especie de aya demasiado estricta. Más tarde supo que su nombre era Vairë.

Caminaba a grandes zancadas, taconeando demasiado fuerte. A Lúthien no le dio buena espina que se acercase a ella de aquel modo, pero preparó la mejor de sus sonrisas para saludarla en cuanto estuviese lo suficientemente cerca como para que la escuchase.

Pero no llegó a formular su saludo, porque la elfa se le plantó delante mirándola con furia y arrogancia, y sin darle tiempo a reaccionar, la abofeteó con fuerza.

El sonido de la bofetada resonó por toda la sala, y los suaves murmullos de conversa y los cantos cesaron de inmediato. Todo el mundo se había girado a mirarlas.

Lúthien estaba atónita, no podía comprender qué había hecho ella para merecer tal trato. Se llevó una mano a la mejilla, enrojecida por el golpe, y miró desconcertada a la desagradable elfa. Ésta la miraba sonriendo, satisfecha por lo que había hecho, y aquello hizo que Lúthien no pudiese evitar que la furia empezase a bombear su sangre a gran velocidad. El corazón le latía apresurado, y sentía unas grandes ganas de devolverle el golpe a la maliciosa elfa. Algo se estaba desbordando en ella, sentía el poder crecer en su interior, intentando dominarla, llamándola a una pelea. Pero se dio cuenta de lo que le estaba ocurriendo a tiempo, y se dominó como pudo. No era normal que Lúthien perdiese la calma, aquello tenía algo que ver con la joya de Elrond, estaba segura. Había cerrado los ojos, en sus intentos por no dejarse llevar por la ira, y cuando los volvió a abrir vio que la elfa empezaba a hablar.

-¡Esto es lo que mereces! ¡Avergüénzate de ti misma, porque lo que estás haciendo no tiene perdón!-, gritó en tono casi triunfal.

Lúthien se preguntó qué debía ser lo que estaba haciendo para que la estuviese tratando tan mal. Y pareció que la elfa notaba su desconcierto, porque hizo una mueca de desprecio y siguió hablando.

-Claro, no sabes qué has hecho mal.-, dijo imitando exageradamente un tono maternal.- ¡¿Crees que es justo que quieras hacer sufrir a Glorfindel sólo porque lo quieres a tu lado?! ¡Eres una egoísta! ¡Lo has embrujado, y cuando mueras él se pasará la eternidad llorándote! ¡Y encima tú habrás vivido una vida maravillosa a su lado, dejándole como legado sólo dolor y amargura! ¡No lo mereces, estúpida mortal!-, escupió.

De pronto, Lúthien empezó a notar como el mundo cedía bajo sus pies. ¿Y si tenía razón? Nunca había pensado lo que ocurriría cuando muriese... ¿Cómo no se le había ocurrido? Él era inmortal, y si se enamoraba demasiado de ella... sólo le proporcionaría dolor... Y eso era lo último que deseaba.

Las lágrimas empezaron a nublarle la vista, mientras caían sin cesar por sus mejillas. Un gemido escapó de su garganta, desencadenando un desconsolado llanto, al comprender que si quería que Glorfindel fuese feliz, debía renunciar a él. Y saberlo dolía.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que toda la sala la observaba atentamente. Horrorizada, se cubrió el rostro con la manos, mientras seguía sollozando. Aquella maldita elfa lo había conseguido, la había humillado de mala manera.

Sólo deseaba salir de allí, que todo el mundo se girase y dejase de observarla. ¡Quería estar sola!

Mientras escapaba corriendo de la sala, escuchó como ésta se llenaba de murmullos. Sin duda, hablaban de ella, y aquello la hizo sentirse aún peor.

Aquellas palabras la habían herido muchísimo. Corrió desesperada hacia su habitación, y se encerró de un portazo, para lanzarse llorando a su cama. Lo que más daño le hacía era que ella misma sabía que tenía razón, que no tenía ningún derecho a estar con él, pues jamás llegaría a ser una elfa. Y aquello, para su pesar, haría daño a Glorfindel, si seguían con su amor. Se acurrucó como pudo entre las sábanas, y se tapó el rostro lleno de lágrimas, queriendo desaparecer del mundo.

De pronto, y sin antes llamar a la puerta, alguien entró a su cuarto, y se dirigió lentamente hasta su lecho. Se sentó a su lado, y comenzó a acariciarle dulcemente los cabellos.

-¿Qué te ocurre mi ángel? ¿Por qué lloras?-, dijo muy preocupado Glorfindel.

El llanto incrementó su intensidad, y Lúthien estrechó las sábanas entre sus manos, con rabia. No creía merecer sus caricias, ni tampoco su preocupación. Glorfindel, sin embargo, se preocupó aún más, e intentó alzarle rostro, queriendo hablar con ella.

-No...-, gimió Lúthien tristemente y entre lágrimas.

La confusión invadió la mente de Glorfindel. ¿Había hecho o dicho algo que la había herido? Las dudas comenzaron a vagar precipitadamente por su corazón, y empezó a preocuparse de verdad, inculpándose del llanto de su amada.

-¿Es culpa mía?-, titubeó.

De repente, el llanto cesó, y la joven alzó el rostro, aún sin mirarlo a la cara, y negando con la cabeza, en silencio.

-¿Cómo va a ser culpa tuya? Si tú eres el elfo más atento y dulce que he conocido...-, susurró Lúthien, con un hilo de voz.

-¿Entonces por qué lloras? Explícamelo, te lo suplico.-, respondió Glorfindel, bajando la voz.

Ella se giró y lo miró a los ojos. Tenía el rostro empapado en lágrimas, sus ojos opacos, enrojecidos por el llanto, tristes y sin luz. Al mirarle, empezó a temblarle casi imperceptiblemente el labio inferior. Lúthien se lo mordió, notando que no podría aguantar mucho más antes de deshacerse en llantos delante de él.

-Es culpa mía...-, confesó con la voz rota.- No te merezco...

Sus ojos volvieron a empañarse en lágrimas, que comenzaron a caer por su rostro sin control, mientras ella luchaba por contenerse en vano, y se le escapaban gemidos de desesperación.

En aquel preciso instante, sintió como unos firmes y fuertes brazos la rodeaban, y la estrechaban contra el pecho cálido y protector de su elfo. Sintió cómo Glorfindel le acariciaba el cabello lenta y suavemente, con cuidado y ternura. No pudo evitar llorar aún más fuerte, pues sentía que él no debía perder el tiempo con ella de aquella manera. Lo amaba con locura y tan sólo deseaba lo mejor para él, y no quería que por su causa sufriera toda su vida. No, eso jamás.

-No deberías estar conmigo... Sólo te causaré sufrimiento y dolor...-, logró decir sollozando incontroladamente.

-¿Qué?-, recibió como respuesta.

Glorfindel no podía estar más estupefacto. ¿Había escuchado bien? No era posible, y sin embargo ella lo había dicho, sin ningún tipo de duda. ¿Qué ella le causaría dolor?

-¡Eso es imposible!-, exclamó.

-No lo es... Si me sigues amando, cuando muera...-, susurró ella con la voz entrecortado por el llanto.

Glorfindel lo entendió todo entonces. Así que era por eso por lo que lloraba... Él ya lo había estado pensando seriamente antes de confesarle su amor, y llegó a la conclusión de que no le importaba en absoluto tener que sufrir más tarde, si durante la vida de su amada ella estaba junto a él. La amaba demasiado como para dejarla como ella le estaba pidiendo que hiciera, moriría de pena si lo hiciese. Lúthien se había convertido en su razón de vivir, y no quería perderla por lo que le parecía una tontería. Si el destino había decidido que se enamoraría de una mortal, lo aceptaba. Quizá tiempo atrás se hubiese negado rotundamente a aceptarlo, pero al conocerla a ella, supo enseguida que no podría negarle nada a aquellos ojitos azules que lo habían visto por primera vez en Rivendel. Si ella debía morir, estaba decidido a entregarse en cuerpo y alma a hacerla la mujer más feliz de Arda, aunque cuando marchara tuviese que vivir la eternidad llorándola. Por eso, no la abandonaría jamás.

Pero Lúthien seguía llorando entre sus brazos, desconsoladamente, queriendo renunciar a ser amada para que él no sufriese nunca. Incluso intentó zafarse de su abrazo, en su convicción de que no debía estar con ella. Pero lo hacía débilmente, como si luchase contra sí misma.

Como respuesta Glorfindel la estrechó aun más, sin hacerle daño.

-¿Quién te ha dicho que debes dejarme?.-, le preguntó suavemente.

Sintió como Lúthien intentaba retener el llanto para poder responderle.

-¿Por qué piensas que alguien me lo ha dicho?-, preguntó ella, en un tono tan agotado que a Glorfindel se le encogió el corazón.

Mirándola a los ojos ahora llorosos, no pudo evitar que el corazón se le llenase de ternura, y, llevado por sus sentimientos, le tomó suavemente de la barbilla, y se acercó a sus labios, que besó dulce y lentamente. La besó sin prisas, saboreando cada instante en que sus labios se acariciaban, sintiendo sus lágrimas mojándole la piel y humedeciendo el beso. La amaba, y no le importaba otra cosa que hacerla feliz.

Cuando se separó de ella, Lúthien, que lloraba en silencio, se le abrazó estrechamente, poniéndole la mejilla en el pecho.

-Es igual, no hace falta que me digas quién ha sido. Sólo olvida lo que te ha dicho.-, le susurró suavemente al oído, mientras volvía a abrazarla.- Porque no quiero que me abandones nunca... No lo hagas te lo suplico, porque si lo hicieses sí sufriría. Moriría de pena si no te tuviese a mi lado... Aquellas hermosas palabras conmovieron fuertemente el corazón de Lúthien, que volviendo a romper a llorar, aunque esta vez de alegría, consiguió decirle entre lágrimas:

-Te amo...-

Y así quedaron, abrazados estrechamente, Lúthien llorando silenciosamente y Glorfindel sosteniéndola en sus brazos con los ojos cerrados.

TBC

Bueeeenoo, después de muchísimo tiempo sin publicar nada, vuelvo con este 5º capítulo que espero sea de vuestro agrado. Pueden lanzarme los tomates dejándome algún review :-P