Capítulo 6

Aquella noche, Glorfindel dormía intranquilo. Se revolvía en su cama, envuelto en las sábanas, murmurando ininteligiblemente y sudando. Su rostro se contraía en gestos de preocupación y desesperación. En su pesadilla, alguien cercano sufría. Alguien muy cercano a él.

Dentro del sueño, se encontraba en Rivendel. Pero era un Rivendel diferente al que ya conocía. Era triste, oscuro, pálido. En el ambiente algo presagiaba una desgracia.

Se hallaba en las caballerizas, y no estaba solo. Alguien preparaba a un caballo blanco y esbelto en el extremo más apartado de donde él estaba. Caminó despacio hacia allí, temeroso de confirmar sus sospechas. Quiso creer que estaba equivocado, pero no era así. Allí, preparando a Daiwán, se hallaba Lúthien. Tenía el rostro serio, decidido. Colocaba un fardo tras la silla que le permitía montar el corcel, y lo ataba con finas correas, a fuertes estirones. Parecía estar algo enfadada, pero el motivo lo ignoraba.

Momentos después, ella salía del recinto, ignorándolo por completo. Glorfindel, asustado por ello, la siguió e intentó cogerla, después de haberla llamado varias veces en vano. Pero algo extraño ocurrió: Cuando cerró la mano sobre la muñeca de Lúthien, sorprendentemente, sus dedos traspasaron su cuerpo y se cerraron en el vacío.

Glorfindel quedó quieto, estupefacto por lo que acaba de ocurrir. ¡Ella no le respondía por que no lo podía ver! Ni tampoco escucharlo... Todo resultaba demasiado extraño...Lo único que sabía era que debía seguirla para saber qué era lo que ocurría.

Para cuando se dio cuenta de que Lúthien ya desaparecía por la puerta, sólo pudo correr tras ella, y llegar a su lado justo cuando aparecía otra figura en el umbral de la siguiente puerta.

Era Vairë, y la miraba con muy malos ojos. Lúthien la vio, pero la ignoró por completo, fijando la vista detrás de la elfa. Pero cuando quiso traspasar la puerta para dirigirse a la sala contigua, Vairë se interpuso en su camino.

-Apártate.-, dijo Lúthien secamente, sin siquiera mirarla.

-No permitiré que desobedezcas a Elrond.-, respondió la elfa, encendida de furia.

Lúthien cerró los ojos, se le crisparon los puños, e inspiró profundamente, aparentemente para relajarse. Destensó las manos, y volvió a abrir los ojos, y esta vez sí la miró a los ojos. Y lo hizo con una mirada fría, dura.

-No te metas donde no te llaman.- le espetó, apretando los dientes.

Vairë retrocedió espantada. Aquella mirada era terrorífica, vislumbraba poder. Un poder enorme a punto de desbordarse en contra suyo, inducido por la rabia que llevaba dentro la muchacha que aun seguía mirándola, furiosa.

-Está bien.-, respondió con la voz rota, pero con frialdad.- Haz lo que quieras. Cuando Sauron halla vencido recuerda que habrá sido culpa tuya.-

Y alzando la cabeza orgullosa, aunque con visibles muestras de temor, se giró y se marchó a paso vivo, lejos de allí.

Lúthien seguía inmóvil, observando con fría parsimonia su marcha a través de la sala.

Pero justo antes de que Vairë desapareciera por la puerta del otro lado de la habitación, algo se desató en ella, subió desde su pecho y estalló en su garganta.

-¡No me importa nada mi estúpida misión! ¿Me oyes? ¡Seguiré a Glorfindel hasta la muerte!-

Sus gritos resonaron por toda la sala, y sus ecos acompañaron a la elfa hasta que cerró la puerta de un fuerte golpe.

Glorfindel seguía quieto a su lado, pero esta vez la observaba atónito. Un cúmulo de preguntas se acumularon en total desorden en su mente y pugnaron cada una por ser respuesta.

¿Una misión? ¿Si Sauron vencía sería culpa suya? ¿Lo seguiría hasta la muerte? ¿Era él mismo la causa de aquella pelea? ¿Por él desobedecería a Elrond?

Demasiados puntos en la oscuridad, demasiada confusión... Había allí muchas cosas que desconocía. Necesitaba saber, saber qué estaba ocurriendo.

Pero antes de que pudiese siquiera intentar sacar algo en claro, su atención se desvió por completo hacia Lúthien. Algo le ocurría. Algo horrible.

Se tambaleaba presa de algún tipo de mareo. Tanteó el aire con la mano derecha en busca de sustento, y se apoyó en el marco de la puerta. Estaba muy pálida.

De repente, hizo una mueca de dolor, seguida de un gemido ahogado, y dirigió su mano libre a su pecho. Se agarró la tela que cubría aquella zona, y la apretó y arrugó. Sus ojos estaban desmesuradamente abiertos, y respiraba muy agitadamente.

La primera reacción de Glorfindel fue abrazarla, para luego llevarla en brazos él mismo a algún sitio donde la pudieran atender inmediatamente. Pero de nuevo, traspasó su cuerpo como si fuera algo totalmente etéreo y sin sustancia. Se retiró, impotente, desesperado de verla en tal agonía sin poder hacer nada por ayudarla.

Entones, ella empeoró aún más. En el momento en que quiso volver a inspirar profundamente, tratando de calmarse, se quedo estática. Abrió la boca horrorizada, y los ojos se le llenaron de espanto. Su mano pasó del pecho al cuello rápidamente.

Se estaba ahogando. Agonizante, comenzó a boquear en busca de un aire que no llegaba a sus pulmones.

El corazón de Glorfindel se había parado por completo. ¡No lo podía creer! Lúthien estaba muriendo ante sus ojos, ¡ sin él poder hacer nada por salvarla!

Empezó a gritar, desesperado. Gritaba a pleno pulmón pidiendo socorro, ayuda, ¡ lo que fuese! ¡Lo único que deseaba era salvarla a ella! Si a él le era imposible, ¡ que cualquier otro acudiese en su ayuda!

Pero era inútil.

Fue entonces cuando algo muy significativo ocurrió.

Mientras Lúthien seguía intentando liberarse de aquella horrible tortura, el colgante que llevaba al cuello se desprendió sin aparente razón, y cayó, ante su espanto.

Sus ojos se anegaron de lágrimas, mientras comprendía su destino, al observar como el diamante que le había entregado Elrond llegaba al suelo y se despedazaba en mil añicos.

Entonces, justo después de que el diamante desapareciera, totalmente roto, ocurrió. Ante el llanto desesperado y las lágrimas que caían sin fin de los ojos de Glorfindel, Lúthien se desplomó. Cayó al suelo, inerte, fría. Con los ojos clavados en el vacío, sin vida.

Justo después, mientras él seguía llorando con el corazón destrozado, en el suelo de rodillas, la imagen despareció por completo.

Glorfindel se despertó de golpe, se incorporó rápidamente, gritando, y con la cara encharcada en amargas lágrimas.

-¡Lúthien!-, gritó angustiado.

Su corazón galopaba desbocado en su pecho, y parecía que en cualquier momento se le saldría del cuerpo.

Se llevó una mano a la frente, y se apartó los cabellos empapados de sudor que caían rebeldes sobre sus ojos. Intentó calmar su respiración, pero la imagen de Lúthien cayendo muerta al suelo no le dejaba en paz.

Había sido un pesadilla horrible.

¿Una pesadilla? No, no podía ser simplemente un producto de su subconsciente. Había sido demasiado real. Pero tampoco quería creer que había sido una visión de un posible futuro. Era una posibilidad que lo aterraba, que lo dejaba sin aliento.

Poco a poco, comenzó a tranquilizarse, y sus ojos a adaptarse a la oscuridad que aun reinaba en la habitación. Seguramente aun faltaban bastantes horas antes de que el sol se alzase por el este.

Viendo que sería incapaz de volverse a dormir, apartó las sábanas rápidamente, y se alzó de su lecho. Aquella noche se había acostado, como todas, con tan sólo un pantalón fino y holgado, de color beige. Con las vueltas que había dado en la cama se le había arrugado ligeramente. Pero aquello no le importó en absoluto.

Se acercó decidido al recipiente lleno de agua fresca que siempre había en su habitación, bajo un espejo. Metió las manos en el agua, que en aquel momento se le antojó helada, y haciendo la forma de un cuenco con sus manos, se la echó a la cara.

Gracias a ello, sus sentidos acabaron de despertarse, y pudo empezar a pensar con algo de claridad. Pero cuando abrió los ojos, y se encontró con su imagen reflejada en él, no pudo evitar quedarse un momento observándose. Sus ojos estaban enrojecidos por el llanto. Pasó sus dedos, admirado, por debajo de sus ojos. Jamás había tenido los ojos de aquella manera. Nunca había llorado tanto como para que se le pusieran así. Estaba claro que Lúthien había desencadenado algo en su interior que lo hacía sentir como nunca lo había hecho.

Fue entonces, al pensar en ella, que recordó lo que tenía en mente hacer.

Se secó la cara con una toalla que tenía siempre allí al lado, y se incorporó. Se preguntó si Lúthien estaría bien en aquel momento. Pero recordando la pesadilla se dio cuenta de que si era algo real, pasaría en un futuro, y por lo tanto Lúthien debía estar perfectamente. Durmiendo plácidamente en su cama, envuelta en las sábanas, con sus dorados cabellos en desorden sobre la almohada. Respirando pausada y relajadamente. Con su carita de ángel.

Suspiró al imaginársela de aquella manera, sin poder evitar sonreír.

Saliendo de su ensoñación, se dirigió a la puerta, y sin darle mayor importancia al hecho de que no llevaba más que un pantalón, salió al pasillo, para luego irse hacia los jardines.

Sabía que había alguien más despierto en Rivendel, alguien que le ayudaría a comprender la terrible y angustiante pesadilla que había tenido.

Así pues, se puso a caminar por los ahora desiertos pasillos de la casa, hasta llegar a la gran puerta que daba a los jardines. Al salir a ellos, una sueva brisa le acarició la piel, como si de una bienvenida se tratase.

Empezó a avanzar, notando en la planta de los pies el tacto mullido de la hierba húmeda.

La luna estaba alta en su camino hacia el oeste. Brillante, plateada y majestuosa, reinaba sobre las hermosas estrellas que la acompañaban en su viaje. Glorfindel las observó por un momento, dejando que ahora la brisa meciera sus cabellos sueltos. El suave canto de las hojas llegó a sus oídos, susurrándole en el idioma de la naturaleza unos hermosos versos.

Era algo inusual incluso entre los elfos escuchar el canto de la naturaleza, por eso Glorfindel abrió los ojos enseguida, sorprendido. Y al hacerlo se encontró, que tal como había imaginado, no estaba solo en el jardín.

Una esbelta y hermosa figura femenina se hallaba sentada en el banco de piedra ante él, a unos pocos metros, bajo un alto olmo. Los cabellos negros le caían libremente sobre los hombros, contrastando con el inmaculado camisón blanco que cubría su cuerpo.

-¿No puedes dormir?-, le preguntó, sonriendo, Lalwen.

Glorfindel le devolvió gentilmente la sonrisa, y se sentó a su lado, bajo el olmo, suspirando.

-Después de la pesadilla que he tenido no podría dormir ni con litros y litros de somnífero.-, susurró él, mientras el rostro se le tornaba serio.

-¿Una pesadilla?-, preguntó Lalwen, preocupada, pues no por nada eran amigos.

Glorfindel se tapó el rostro con las manos, abatido, abrumado al recordar lo que había soñado. Lúthien agonizando, cayendo al suelo. Fría e inerte... Era más de lo que podía soportar. Necesitaba consejo.

-En realidad no estoy seguro de que fuese tan sólo un sueño. No. Creo que es una premonición o algo por el estilo.-, dijo, mientras miraba a Lalwen.

-Explícamelo, quizá pueda ayudarte.-, le propuso Lalwen, seriamente.

Glorfindel prosiguió a explicarle detalladamente la pesadilla, aunque lo hacía con el corazón encogido de terror, y en ocasiones le costaba continuar por el dolor que le causaba recordar ciertos hechos.

Lalwen lo escuchaba atentamente, con el rostro indescifrable, como si de una coraza se tratase para evitar que sus emociones fuesen perceptibles. Pero sus ojos la traicionaban, estaba tan asustada como él mismo, pero había algo más en su mirada. Conocimiento, la solución a aquella angustiosa incógnita que se le había presentado con la pesadilla.

Glorfindel inspiró profundamente, después de haber explicado todo el sueño, para formular la pregunta que ardía en deseos de que fuese respuesta.

-¿Qué crees que significa?-

Lalwen bajó los ojos, y apretó entre sus manos la tela de su camisón. En su rostro serio y compungido pudo descifrar que lo que iba a decirle no era nada bueno.

-Es difícil de decir, y también de comprender. Pero creo que debes saberlo.- , dijo Lalwen mientras volvía a mirarlo.- Y no creas que soy todopoderosa y lo sé todo, simplemente escuché una conversación entre Elrond y Gandalf mientras leía tranquilamente bajo el alféizar de la ventana. Glorfindel le tomó una mano, dirigiéndole una mirada suplicante, deseoso de saber qué era lo que el sueño había querido explicarle. Lalwen suspiró, preparándose para comenzar su explicación.

-Si no entendí mal, Lúthien no se halla aquí por diversión. Ha venido para asistir al Concilio de mañana, y también para emprender una misión. Eso lo sabe también ella, como también sabe quién es en realidad. O mejor dicho, quién alberga en su interior.-

Glorfindel la miró extrañado. No tenía ni idea de que Lúthien albergara tanto misterio.

-El colgante que lleva -, prosiguió Lalwen.- le fue entregado por Elrond para desatar los poderes que posee, para así dominarlos poco a poco. Ella cree que su misión es ponerlos en servicio de los hombres, en contra de Sauron. Y en cierta manera es así. Pero ella desconoce la profecía, y es mejor que la desconozca...-

-¿Qué profecía?-, preguntó el elfo entre asustado y maravillado.

Lalwen fijó su mirada en él, pues la había desviado un momento, como recuperando fuerzas para proseguir con su explicación.

-En los albores del término de la Tercera Edad,
el ángel descenderá de los cielos para unirse a los hombres.
Sus poderes desencadenará en contra del sirviente de mal,
desequilibrando la balanza hacia la oscuridad o la luz.
Mas, si el ángel renuncia al cumplimiento de la misión
deberá volver junto a su divino creador,
abandonando el cuerpo humano donde había habitado.-

Los últimos versos de la profecía brotaron de los labios de Lalwen casi en un susurro, el cual se llevó el viento. La recitación de aquellas palabras había resultado parecer casi clandestina, y habían tenido un efecto mágico alrededor de los dos amigos. La brisa se había llevado las palabras, dejando los ecos resonar débilmente a su alrededor, y llevándose consigo algunas hojas del olmo. Las llevó delicadamente hacia un balcón del edificio, las hizo revolotear débilmente, para luego dejarlas caer.

-Lúthien...-, susurró Glorfindel, con los ojos muy abiertos, al ver que no había sido casual aquella brisa, pues había conducido las hojas al balcón que daba a la habitación donde descansaba la joven.

-Sí.-, afirmó suavemente Lalwen.- Ella es el ángel, el Ángel Guerrero de la profecía, creado por Manwë, y llamado entre los Vala como Kydre. Creo que has oído hablar de él alguna vez...-

Glorfindel asintió débilmente, estupefacto por la serie de revelaciones abrumadoras que se le habían hecho.

-Oí hablar de él en algunas canciones, pero jamás creí que...-, dijo él con un hilo de voz.

-¿Sabes que Elrond y Gandalf también hablaron de ti?-, preguntó Lalwen, mirando las estrellas.

Glorfindel se giró casi bruscamente a mirarla. Tenía el ceño fruncido por el desconcierto.

-¿De mí?-, preguntó asustado.

Lalwen asintió, sonriendo casi compasivamente.

-El hecho de que tú y Lúthien estéis juntos llegó a los oídos de ambos, pues podría ser un obstáculo en el camino de la misión de Lúthien. En tu sueño ella renunciaba a la misión por seguirte, y dime, ¿qué ocurría después?-, dijo ella.

Glorfindel cayó entonces en lo que le estaba insinuando la muchacha. La realidad cayó como una gran roca sobre sus hombros, y lo inclinó hacia delante. Aterrorizado, se llevó una mano a la frente, y volvió a mirar a Lalwen.

-Ella moría....-, susurró con horror.

-Tal como se dijo en la profecía, si Lúthien no acata su misión, morirá. Nadie os está pidiendo que dejéis de amaros, simplemente que ella no decida dejar de lado su cometido. Tu sueño ha sido una advertencia, tenla en cuenta en adelante.-, resolvió Lalwen.

Glorfindel fue a levantarse, decidido a volver a su habitación para meditar seriamente sobre lo que acababa de descubrir. Pero Lalwen lo retuvo un instante.

-Es importante que Lúthien no lo sepa. No es bueno para nadie saber que tu vida está ligada a una antigua profecía y que no tienes más misión que la que se dicta en ella. Cuando su misión halla sido terminada, podrá saberlo, pues será liberada del yugo del pacto que podría arrebatarle la vida en estos momentos. Recuérdalo bien Glorfindel, no debe saberlo.-, le dijo Lalwen, severamente.

-Gracias Lalwen.-, murmuró Glorfindel.

Ella sonrió y asintió, y dejó que el elfo marchara hacia el edificio, segura de que tendría mucho de qué pensar durante lo que quedaba de noche.

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A la mañana siguiente se hizo el Concilio, donde se habló sobre el único, su destrucción y demás. Lúthien estuvo en él, silenciosa, escuchando todo lo que se decía. En más de una ocasión estuvo a punto de levantarse enfurecida a gritar unas cuántas cosas, pues habían ciertos miembros de Concilio, como Boromir y Gimli, que parecían no saber nada en cuanto al anillo y Sauron. Ella, a pesar de haber sido entregada a sus dos años a los elfos para su protección, era hija de montaraces, y por su sangre corría el orgullo de los hijos de Elendil. Pero, como Aragorn, no dejaba que éste la cegara, pues también había heredado la sabiduría de su familia.

No habló mucho, pero lo que dijo fue valorado entre los asistentes, algunos sorprendidos de la astucia de la mujer. Otros, no tan sorprendidos, como Glorfindel, Aragorn, Elrond, Lalwen y todos aquellos que la conocían poco o mucho.

En el Concilio, Glorfindel hubo de sentarse bastante alejado de Lúthien, y aunque no lo agradó el hecho, le facilitó las cosas para pensar seriamente sobre lo que Lalwen le había explicado la noche anterior. Acabó resolviendo que no lo olvidaría por completo, pues era imposible pasar por alto una revelación como aquella, pero sí dejaría de pensar en ella, para así no obsesionarse. Porque podría notarlo Lúthien, y aunque no lo descubriese, podría afectar a su relación. Si ocurría algo como lo de su sueño, lo evitaría, pero nada más. Aquello era lo mejor.

Y así pasó el Concilio de Rivendel, acabado con la promesa de Frodo de llevar el único al Monte del Destino, y con el aviso de Elrond de que ocho individuos lo acompañarían en su misión.

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Después del Concilio, Lúthien no tenía nada que hacer, y menos sabiendo que Glorfindel debía quedarse a hablar con Elrond sobre la Comunidad que acompañaría a Frodo hacia el Monte del Destino.

No podía evitar sentirse enojada con Elrond por haberla privado de la compañía del elfo al que amaba, y también temerosa por lo que pudiese ocurrir. Y es que, no por nada Glorfindel era el segundo en poder en todo Rivendel.

Abatida y abrumada por las sospechas de que pudiesen enviar directamente al peligro a su amado, decidió escapar de nuevo al prado donde conoció a Lalwen. Aunque era un poco tarde, y el sol quería acostarse a su sereno sueño allá en el oeste.

Por el camino tubo que excusarse varias veces diciendo que había olvidado algo y que antes de ir al salón para cenar debía ir a buscarlo. No era que no le gustase que se preocupasen por ella, pero a veces le parecía que lo hacían en exceso, como si de una niña se tratase. Y le molestaba que la viesen así. Tenía veintidós años, en su raza ya era considerada adulta. Aunque no entre los elfos.

Habiéndose excusado ya por enésima vez, y habiéndose librado de la vigilancia de cualquier elfo o elfa que quisiese preocuparse molestamente por ella, escapó hacia el pequeño pasadizo cubierto de enredaderas que llevaba al bello prado.

Cuando salió a él, se quedó quieta, de nuevo maravillada por la hermosura del lugar, ahora bañado por la luz naranja del sol tardío. Una brisa cálida y suave le meció los cabellos y el vestido de tela vaporosa, que ondeó sobre su figura, ocultándola a veces, insinuándola otras.

Avanzó entre las flores silvestres hacia el centro del prado, que tenía cierta inclinación hacia abajo, y se tumbó entre las hermosas plantitas, dejando su mente en blanco, permitiendo que la hierba la acariciase, que el viento le susurrase dulcemente en los oídos, y que el sol le entregase sus últimos rayos de cálida luz.

Cerró los ojos, suspirando, no pudiendo evitar pensar una y otra vez en la posibilidad de perder a Glorfindel. ¿Qué haría sin él? Era imposible pensar en un posible futuro en el que él no estuviese a su lado, o, más bien, no quería ni pensar en ese futuro. No podía soportarlo.

No después de haberse enamorado tan perdidamente de aquel bello y alegre elfo. Lo único que deseaba era estar hasta la muerte entre sus brazos. Aunque cuando pensaba en ese intenso deseo suyo, una punzada de dolor y remordimiento encogía su corazón, sintiéndose una egoísta aún. Por mucho que Glorfindel le hubiese suplicado que no lo abandonase nunca, le dolía saber que al final sería él quien sufriría eternamente.

Dejó escapar un suspiro de resignación, y se giró, quedando de lado. Paseó los dedos sobre las flores, tan bellas, tan jóvenes y vivas, sintiendo algo de envidia por ellas, pues no tenían otra preocupación que ver nacer y morir el sol. Las acarició levemente con la yema del índice, distraída.

Fue en ese preciso instante, cuando el roce de una mano cálida en su cintura la sobresaltó. Se giró rápidamente hacia detrás, donde se hallaba, estirado, quien la había acariciado.

-¡Glorfindel! ¿No ibas a hablar con Elrond?-, exclamó Lúthien, sorprendida.

Era increíble cómo había conseguido estirarse detrás de ella sin siquiera provocar el menor ruido.

El elfo sonrió divertido, y asintió, sin dejar de mirarla fijamente. Ella se sonrojó al notarlo, y se dejó abrazar por él. Sintió como Glorfindel le acariciaba la espalda, suavemente, mientras le decía, en tono distraído:

-Hemos hablado, pero muy poco.-

Lúthien asintió, con la cabeza apoyada en el pecho fuerte y cálido del elfo, notando con agrado cómo el fresco aroma a bosque que siempre lo acompañaba la envolvía. Pero entonces recordó la idea que la había estado atormentando.

Le pasó los brazos por la cintura, y se agarró fuertemente a él, mientras le susurraba con el corazón encogido, a modo de ruego:

-No quiero que te vayas a Mordor...-

Como respuesta, notó como Glorfindel depositaba un beso tiernamente en su cabello, mientras jugueteaba con él entre sus dedos.

-Tranquila, Elrond ya me ha dicho que no quiere que vaya.-, le dijo.

Lúthien se incorporó a medias rápidamente, mirándolo con el rostro muy serio. Mientras ella lo miraba, él se estiró totalmente, recostando la espalda en la mullida hierba.

-¿De verdad?-, murmuró Lúthien.

Glorfindel asintió, mirándola también con la expresión seria.

De improviso, Lúthien se lanzó sobre él, estallando en risas de pura alegría y casi gritando:

-¡Soy feliz! ¡Soy feliz!-

Su risa clara y juvenil no tardó en contagiarse a Glorfindel, que la recibió en sus brazos, mientras ella seguía riendo. Fue justo en el momento en que él volvió a abrazar su cintura, cuando las risas cesaron. Ahora Lúthien estaba sentada sobre Glorfindel. Sus miradas se habían unido intensamente, mientras una de sus manos se entrelazaba.

Lúthien no tardó en sonrojarse, viendo como habían quedado. Bajó la mirada, no sabiendo si a Glorfindel le molestaría que ella estuviese sentada sobre su vientre. Pero aquellas dudas se disiparon por completo en el preciso instante en que notó como él le acariciaba suavemente la mejilla con la mano que aún tenía libre.

Le acarició lentamente, con dulzura, pasando su mano hasta su nuca, donde la siguió acariciando. Lúthien se abandonó a la arrulladora sensación de sus caricias, cerró los ojos y suspiró, sonriendo.

Desentrelazó su mano de la de Glorfindel, mientras volvía a abrir los ojos. Al hacerlo se encontró los de su elfo, tan azules y serenos como siempre, pero esta vez embargados por una intensa ternura. La observaban fijamente, deleitándose en hacerlo.

Lúthien no pudo evitar fijarse en sus labios, ahora entreabiertos. Pasó sus dedos, casi sin darse cuenta, por ellos, acariciándolos, deseando hacerlos suyos. De ellos, pasó a acariciar con detenimiento su fuerte pecho, repasando con los dedos de ambas manos las líneas que marcaban sus músculos sobre la ropa ajustada a su cuerpo. De repente, sintió como Glorfindel le acariciaba con la otra mano el cuello, hasta que ésta se unió con la que aún estaba sobre su nuca.

Sus miradas volvieron a unirse, el azul claro y sereno del cielo contra el azul profundo y verdoso del mar en calma. Y, mientras el sol se escondía tras las montañas occidentales y los bañaba con sus últimos y moribundos rayos de luz, los labios de ambos se encontraron.

Se besaron lentamente, disfrutando y saboreando el roce de sus labios, tan sólo pendientes de aquel momento. Los cabellos dorados de Lúthien caían en cascada sobre el rostro de Glorfindel, y las manos de él se deslizaban con cierta timidez por su espalda, descubierta por el escote del vestido. Ella apoyaba sus manos en sus hombros, que tanta fuerza y seguridad parecían tener.

Nada en aquel momento silencioso y dulce podía estropear un instante tan bello. Dos amantes besándose sin prisas, tan sólo deleitándose en el roce de sus labios, disfrutando del abrazo que los mantenía unidos, juntos.

Una promesa fue forjada desde aquel preciso instante. Una promesa de amor eterno, dicha sin palabras, sellada con un beso dulce e inocente. Y el papel donde estaba escrita era aquel hermoso prado, bañado de luz tardía, y arrullado por la suave brisa de un atardecer cualquiera.

La naturaleza, el sol, el sabio sauce, la luna naciente y el cielo eran los testigos de aquella promesa que abría la historia de un gran romance.

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TBC

Aki os dejo el 6º capítulo. Éste ya tiene algo de emoción, pues se revelan muchísimas cosas. Espero que os guste ^.^