Serie La Flor y el Demonio.

Libro I: La Flor del Desierto Blanco

El Traje Nuevo del Zent

Cuando Ferdinand abrió los ojos lo primero que vio fue un paraje que jamás había visto, este se extendía tan lejos que su vista mejorada con magia solo alcanzaba a ver una banca en medio del caminó.

A causa de su naturaleza curiosa empezó a recorrer el sendero que tan bellamente adornado por árboles y flores estaba en sus alrededores. Caminó disfrutando de las vistas increíbles vistas hasta que una voz familiar llegó a sus oídos.

—Su majestad, se ha equivocado aquí —volteó a ver al lugar de donde provenía la voz y lo que encontró fue a su primer asistente regañándolo de modo sincero por haberse equivocado en lo que se le había pedido.

Ferdinand parpadeo al verse a sí mismo de joven y a su antiguo asistente.

Sacudió la cabeza una y otra vez y la imagen delante de él desapareció. Continuó su caminata y bajo un árbol una mujer sonriente estaba acariciando la cabeza de un niño pequeño.

—Su majestad, no importa cuantas veces Jugerisse baile, Fluhtrane siempre llega para sanar a su hermana Geduldh, trayendo consigo una nueva y hermosa primavera. No llores porque no es digno mostrar tales sentimientos.

Esas palabras!' Ferdinand corrió hasta donde estaba la mujer tratando de alcanzarla, pero al rozarla con la punta de sus dedos desapareció.

Era su nodriza, quién lo cuidó desde que había nacido, la figura materna que le dijo que la primavera siempre llega. Apretó el puño con el que había tratado de alcanzar a la mujer y un sollozó llegó a su oído. Era él quien lloraba. Su madre se había ido. No la mujer que lo había dado a luz, si no quien lo vio crecer cuando ninguno de sus padres lo hacía.

De nuevo borró esos pensamientos y continuó su trayecto hasta la misteriosa banca que yacía al fondo. Esta vez escuchó música de un instrumento que había reconocido como un harspiel.

—¡Muy bien mi señor! Has fallado algunas notas, pero sigue practicando. Tú sonido es tan hermoso como si la misma Kunstzeal, bendijera cada una de tus notas —dijo la maestra mientras le daba unas leves palmadas en la cabeza.

Vio como su yo más joven asentía con las orejas rojas por el cumplido. Sin embargo, otro día pasó y el niño llegó, pero el maestro había cambiado por alguna razón y jamás la volvió a ver.

Y así, mientras continuaba caminando, uno a uno todas las personas a las que realmente le importaban y le daban cumplidos sinceros y regaños justificados desaparecieron.

—Un Zent, no necesita ser débil. No necesita amigos. El poder lo es todo. ¡Todos son peones desechables! —no eran las palabras que su padre le dijo ese día, pero así fue como Ferdinand las escuchó.

Ferdinand caminó y caminó. Esta vez una figura que lo acompañaba ya hace dos años apareció en una pequeña glorieta.

—Lo ha hecho excelente, su majestad —dijo la figura, pero Ferdinand recordaba con claridad que había fallado.

El nuevo asistente ni siquiera le dijo que lo volviera a intentar.

Y así cada uno de sus nuevos criados lo elogiaban por nada y por todo, sin sustancia.

'¿Por qué?', se preguntó a sí mismo. Sus sirvientes eran incompetentes y si fallaba no le acusaban, más bien lo dejaban y lo felicitaban cómo si todo estuviera bien hecho.

Hubo una fiesta de té de práctica y Ferdinand tuvo curiosidad, así que decidió fallar a propósito. Sus asistentes no dijeron nada una vez más, aunque la persona delante de él lucía decepcionada. Cuando estuvo solo con ellos, lo regañaron por no hacerlo como se le había indicado.

'Me están saboteando a propósito', fue lo que pensó. Y desde ese día decidió que fallaría donde debiera hacerlo y aprobaría donde corresponde.

El equilibrio entré él y su nuevo séquito estuvo lleno de falsedad hasta el día en que había descubierto que si se encariñaba o se hacía amigo de alguien, lo quitaban de su vida, cambiándolo por asistentes que lo alababan sin que él lo mereciera, tratando de volverlo un inútil, desaprobando la amabilidad, pero aprobando la crueldad. Esa era la esencia actual del príncipe llamado Ferdinand.

Continuó por un largo rato viendo aquí y allá. A donde quiera que miraba, su vida era contada. Cuando por fin llegó a la banca del fondo un anciano estaba sentado, viendo un lago que no había notado.

—La verdad no es verdad por el simple hecho de que así lo crea todo el mundo —dijo el anciano.

Ferdinand se adelantó para poder verlo al rostro y se quedó sin aliento cuándo vio que era él mismo ya viejo y demacrado.

Cuando sus ojos se encontraron con los de su yo anciano, este volvió hablar.

—Sí tan solo hubiera luchado. Si hubiera enfrentado y dejado de hacer lo que los demás querían que hiciera ¿Ella aún estaría a mi lado?

—¿A qué te refieres? —preguntó Ferdinand mientras miraba al anciano caminar, por donde él había venido.

El anciano habló sin voltear a ver hacia atrás.

—No creas lo que todos te dicen. Tal vez no se atrevan a decir la verdad. Valora a las personas que son capaces de contradecir al resto y tienen la valentía y el coraje de decir lo que piensan. Te lo han quitado todo, pero nunca has luchado.

'Eh, ¿Todos se han ido por mi culpa?' Ferdinand miró hacía al lago y gritó tan fuerte como pudo.

'Si, sigo actuando así, ¿también la perderé? ¿Cómo enfrento a mi padre? ¿Cómo la salvó?' pregunta tras pregunta continuó formándose en su cabeza. La siguiente vez que abrió los ojos estaba en su habitación.

Seguía sin comprender que debía hacer. No había nadie quien lo contradijera, ni uno solo de sus sirvientes era de confianza para la tarea de salvar a Camille.

'¿En quién debo confiar?', se preguntó y no halló la respuesta esa noche, ni la siguiente. Los días transcurrieron y una vez más debía ir a visitar a Camille.

Esta vez él esperaba escuchar una nueva historia, pero sin respuesta de cómo actuar, decidió continuar tratándola con falsa frialdad. Si él decía algo fuera de lugar, su séquito lo dejaría pasar antes de informar a su padre. La arrogancia y desdén era todo lo que ellos esperaban de él. Después de todo eran peones que su padre había preparado. Aun si lo intentaban sabotear, había descubierto cómo actuar frente a ellos.

Su divagación terminó cuando ella empezó hablar.

—*—

Había una vez un Zent al que le encantaban los trajes. Destinaba toda su fortuna personal a comprar y comprar trajes de todo tipo de telas y colores. Tanto que a veces llegaba a usar parte del presupuesto de su reino, pero no lo podía evitar, le encantaba verse vestido con un traje nuevo y vistoso a todas horas. Un día llegaron al reino unos impostores que se hacían pasar por tejedores y se presentaron delante de Zent diciendo que eran capaces de tejer la tela más extraordinaria del mundo.

—¿La tela más extraordinaria del mundo? ¿Y qué tiene esa tela de especial?

—Así es majestad. Es especial porque está bendecida por Fairberken y Anhaltung, por lo que se vuelve invisible a ojos de los necios y de quienes no merecen su cargo.

—Interesante… ¡Entonces háganme un traje con esa tela, rápido! Les pagaré lo que me pidan.

Así que los tejedores se pusieron manos a la obra.

Pasado un tiempo, Zent sintió curiosidad por saber cómo iba su traje pero tenía miedo de ir y no ser capaz de verlo, por lo que prefirió mandar a uno de sus ministros. Cuando el hombre llegó al telar se dio cuenta de que no había nada y que los tejedores eran en realidad unos farsantes, pero le dio tanto miedo decirlo y que todo el reino pensara que era estúpido o que no merecía su cargo, que permaneció callado y fingió ver la tela.

—¡Qué tela más maravillosa! ¡Qué colores! ¡Y qué bordados! Iré corriendo a contarle a Zent que su traje marcha estupendamente.

Los tejedores siguieron trabajando en el telar vacío y pidieron al emperador más oro para continuar. Zent se los dio sin reparos y al cabo de unos días mandó a otro de sus hombres a comprobar cómo iba el trabajo.

Cuando el nuevo emisario llegó, le ocurrió como al primero que no vio nada, pero pensó que si lo decía todo el mundo se reiría de él y el Zent lo destituiría de su cargo por no merecerlo, así que elogió la tela.

—¡Deslumbrante! ¡Un trabajo único!

Tras recibir las noticias de su segundo enviado, Zent no pudo esperar más y decidió ir con su séquito a comprobar el trabajo de los tejedores. Pero al llegar se dio cuenta de que no veía nada por ningún lado y antes de que alguien se diera cuenta de que no lo veía se apresuró a decir:

—¡Magnífico! ¡Soberbio! ¡Digno de un Zent como yo!

Su séquito comenzó a aplaudir y comentar lo extraordinario de la tela. Tanto, que aconsejaron que estrenara un traje con aquella tela en el próximo desfile. Zent estuvo de acuerdo y pasados unos días tuvo ante sí a los tejedores con el supuesto traje en sus manos.

Comenzaron a vestirlo y como si se tratara de un traje de verdad iban poniéndole cada una de las partes que lo componían.

—Aquí tiene las calzas. Tenga cuidado con la casaca. Permítame que le ayude con el manto…

Zent se miraba ante el espejo y fingía contemplar cada una de las partes de su traje, pero en realidad seguía sin ver nada.

Cuando estuvo vestido, salió a la calle y comenzó el desfile. Todo el mundo lo contemplaba aclamando la grandiosidad de su traje.

—¡Qué traje tan magnífico!

—¡Qué bordados tan exquisitos!

Hasta que en medio de los elogios se oyó a un niño que dijo: ¡Pero si está desnudo!

Y todo el pueblo comenzó a gritar lo mismo, pero aunque Zent estaba seguro de que tenía razón, continuó su desfile orgulloso.

—*—

—No entiendo, ¿por qué su séquito permitiría que Zent fuera humillado de esa forma?

—Milord, permítame explicarlo. Los impostores aseguraron que su tela estaba bendecida por el dios del ocultamiento, Fairberken y la diosa del concejo, Anhaltung. Es como esto —dije llamando a Alessandra, quien me dio una caja vacía que habíamos preparado—, aquí dentro existe la voluntad divina que traje de mi reino. Dicen que solo un digno candidato a Zent y aquellos dignos de servirle podrán verla —dije abriendo la caja—. ¿Puede verla?"

—Claro que puedo —dijo después de dudar un momento

—¡Pero aquí no hay nada milord! Sin embargo, si usted afirma verla, su séquito dirá que puede verla. Aquellos que te son fieles te dirán la verdad, pero aquellos que te quieren dañar y protegerse a sí mismos solo mentirán —él pareció reflexionar un momento y continuó—. La verdad no es verdad por el simple hecho de que así lo crea todo el mundo.

—¿Eh? —fue lo que dijo y parpadeó. La confusión se mostró un breve momento en su rostro antes de levantarse y retirarse sin decir palabra.

Cuando el príncipe se fue, ella dejó escapar un suspiro. No entendía que había sucedido y porque él había reaccionado de tal manera. No se refería al mal comportamiento que ya conocía, fue la confusión que sus ojos mostraron lo que llamó su atención.

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—Su majestad, ¿ocurre algo? —preguntó su asistente al llegar a su habitación, Ferdinand frunció el ceño antes de hablar.

—¡Déjame solo! Necesito estar en mi habitación oculta —el joven príncipe dijo.

Cuando por fin estuvo solo, se desplomó sin gracia.

'¿Por qué ella dijo esa frase? No tiene sentido, ¿fue solo una coincidencia?', el joven príncipe se debatía internamente.

Era la segunda vez que oía la frase, pero no comprendía su significado. Sabía que su séquito en público haría lo que él dijera como en el cuento de ella y que en los momentos cruciales lo dejarían fallar.

Y por primera vez notó que su padre había cambiado a todos aquellos que lo elogiaban con sinceridad. Ahora estaba seguro que si se equivocaba delante de ellos, le señalarían sus faltas, sin embargo, ninguno de los nuevos lo haría.

'¿Mi padre quiere convertirme en su marioneta?', fue lo que pensó.

Los días continuaron y sin darse cuenta, se volvió más desconfiado.

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Notas de una de las Autoras:

¿Coincidencia? ¡No lo creo! recordemos que Camille está tratando de educar a este supuesto patán, en algún momento iba a tener que hablarle sobre la importancia de juzgar a su gente en base a como actúan frente a sus ordenes y acciones, por otro lado y a diferencia de Wilfried o Sigiswald, Ferdinand es un perfeccionista, tarde o temprano su subconsciente le iba a comenzar a mandar varias alertas más sobre la extraña conducta de su nuevo entorno, se podría decir que Camille solo puso el último clavo en esa caja.

Lamento mucho que Ferdinand se comporte tan mal con ella, a ustedes les duele y a mí también, pero tenemos un Rey Demonio que construir, así que hay que darle las experiencias necesarias... por desagradable que esto sea.

Y ahora un ANUNCIO IMPORTANTE. No sé cuantos notaron que el encabezado de este capítulo es algo diferente a los demás. Esto se debe a que durante esta semana pasada, mis coautores y yo tuvimos una discusión respecto a seguir escribiendo la historia tal cual o subdividirla en partes. Optamos por hacer una serie con ella y dividir los arcos en libros. Muy al estilo de Kazuki sensei. Así pues, "La flor del demonio" pasa a convertirse en la trilogía "La Flor Y El Demonio" cuyo primer arco hemos optado por renombrar como "La Flor del Desierto Blanco" para honrar a Camille y darle mayor importancia aun si la historia se narra desde los puntos de vista de ambos protagonistas.

Si han llegado hasta aqui, no me queda más que recordarles que siempre hay una luz al final del túnel más oscuro, es cosa de paciencia y seguir adelante.

Muchas gracias a quienes siguen esta historia, mil gracias a quienes además dejan algún comentario, lo agradecemos de todo corazón y ya saben, tenemos una cita en esta historia el próximo sábado.

SARABA