Serie La Flor y el Demonio.
Libro I: La Flor del Desierto Blanco
La Debilidad de la Princesa
El verano en que nos conocimos había quedado atrás, dando paso al otoño y luego al invierno.
Mis clases habían sido casi tan demandantes cómo cuando comencé mis estudios para ser bibliotecaria.
Por seis días a la semana, mi cabeza se llenaba de materias, tareas y experimentación con alimentos, dejándome apenas espacio para comer. Estaba tan atareada que no había notado ni siquiera el cambio en el clima sino hasta que el idiota para el que me habían comprado lo señaló.
"Últimamente hace demasiado frío para que alguien como yo pueda exponerse a enfermar por estar con alguien tan sosa como tú", había dicho ese mocoso el pasado día de la tierra "hablaré con mi padre para que nos reunamos en mis aposentos la próxima vez, no vale la pena que yo vaya hasta tu sucia habitación".
Ese día me había sido muy difícil contenerme y no aplastarlo con mi mana mientras él volvía a entrar al castillo. ¿Creía que a mí me gustaba tener que desplazarme de un castillo al otro cada semana?
Disfrutaba salir del burdel en el que me tenían metida, eso era verdad… pero no ver su cara de aburrimiento o sus muecas de fastidio. Los mejores días con él eran cuando mostraba un rostro plano y sin emoción, así al menos podía fingir que era tímido y no un patán.
"Mi Lady, el pastel que solicitó y el té están listos, van a comenzar a llevarlos al Palacio de Zent" me comunicó Berniece luego de entrar.
Alessandra estaba terminando de ajustar mi peinado y alisando mi capa.
"Mi Lady tal vez no se tome a bien mi comentario" comenzó a decir mi asistente "pero es un alivio que el príncipe exigiera verla en un lugar cerrado. La semana pasada temía que caería enferma si la obligaban a salir a la intemperie todo el invierno".
"Supongo que es una suerte" mascullé sin sentirme agradecida con el patán.
"¡Me preguntó qué historia nos contará hoy, Lady Camille!" Suspiró Berniece con una sonrisa brillante que me relajó un poco y sonreí.
"Es verdad. La imaginación de nuestra señorita es bella e increíble" apoyó Alessandra, apretando mis hombros con afecto, sonriéndome a través del espejo "Me siento más que honrada cada vez que la escucho narrar sus historias" confesó mi asistente, haciéndome sonrojar.
"Yo me siento feliz de que al menos ustedes disfruten con mis cuentos" dije, tomando una de mis mejillas en un tenue intento por disimular mi sonrojo "si ustedes están conmigo, puedo seguir contando historias tranquila"
Ambas me sonrieron de regreso y entonces el sonido de un carraspeo en la puerta rompió el hechizo en que estábamos sumidas.
"El príncipe está por ir a su habitación, es hora".
Asentí, apretando mis puños antes de levantarme tan digna como me fue posible y comenzar a caminar.
Antes de llegar a la puerta del jardín en el palacio de Zent, el enviado nos guío por otro pasillo.
El sonido de distintas voces llegando desde un pasillo contrario me sorprendió. Miré atrás, confundida, notando las figuras de muchas personas del servicio atareadas, moviendo y llevando mobiliario, limpiando y en sí, yendo de un lado al otro con rapidez. Quise preguntar qué pasaba. Luego recordé que el enviado parecía detestar responder a mis preguntas y seguí andando, no sin antes hacerle algunas señas a Berniece, quién miró al otro pasillo antes de sonreírme y hacerme otras señas.
Era una suerte que les hubiera enseñado algunas palabras en lengua de señas japonesa, de ese modo podíamos comunicarnos en silencio.
"Es aquí" anunció el enviado.
La puerta que nos recibió era magnífica. Estaba hecha de una madera negra y lustrosa que me recordó la caoba de la Tierra y tenía algunos grabados en ella. No tuve tiempo de apreciarlos cuando la puerta se abrió.
Era una habitación enorme en verdad, o más bien, una sala/estudio. Había una mesa que estaban preparando para servir el té en medio de un juego de sillones. De un lado pude ver un escritorio junto a una ventana y al menos dos estantes llenos de libros, tablillas de madera y pergaminos.
Alessandra se apresuró a apretar mi hombro y Berniece a colocar una piedra fey en mi frente. Desde que renací en este mundo no había visto tantos libros juntos. ¡Y si lograba educarlo y casarme con él, serían míos! 'Yuhu, ¡Alabados sean los dioses! ¡Son libros que no he leído antes'
Mi emoción debió reflejarse en mi rostro. El enviado comenzó a toser detrás de su puño, mirándome de mala manera antes de recordarme a qué había ido.
Una vez nos dejaron ahí a esperar, pude poner un poco más de atención. Había dos harspiels de diferentes tamaños sobre dos bancos distintos en la zona de estudio y un gran mapa de Yurgensmith colgando de la pared. '¡Eso es trampa! ¡Yo también quiero uno!'.
Al otro lado de la salita había una puerta tan elegante como la de la entrada. Supuse que esa daría al área donde él duerme, o tal vez al baño… ¿Ambas quizás? No sería extraño que un príncipe tenga un baño propio en su habitación.
La mía tenía todo en la misma área, solo un pequeño cuarto para asearme y guardar mis ropas estaba a parte.
Sin poder evitarlo, caminé hasta los estantes suspirando maravillada, sintiendo los dedos de mi mano cosquilleando de emoción.
El corazón me latía más rápido y mi respiración era errática. El idiota de Ferdinand me estaba seduciendo con libros sin darse cuenta. 'Deben encantarle los libros' pensé sin dejar de ver la cantidad de lomos cuidadosamente acomodados uno al lado del otro. 'Entonces en definitiva tiene remedio, ¡nadie que ame los libros puede ser malo!'.
Estaba a punto de estirar mi mano, recordando que el dueño de esos hermosos libros no me había dado permiso de tocarlos, decidiendo mejor colocar mi mano sobre mi pecho para apaciguar mi corazón. '¿Serían libros de cuentos? ¿Tal vez habría mapas entre sus pergaminos? ¿Qué hay de las tablillas? ¿Qué maravillosa información hay escrito en ellas para disfrutarla en un cómodo sillón? ¿Tendré que esperar a casarnos o me dejaría catalogarlos antes?'
Alguien tomó mi cabello, jalando un poco uno de mis cadejos y haciéndome voltear.
Era Ferdinand.
El niño me miraba con una expresión de fastidio y alarma difícil de ignorar, sosteniendo entre los dedos de su mano el cadejo de cabello que me había jalado, moviendo sus dedos como si le gustará el tacto.
"¿Te gustan los libros?" Preguntó de pronto con el ceño fruncido.
"¡Por supuesto!" Respondí con una sonrisa sincera y llena de emoción justo antes de mirar de nuevo sus estantes "¡No hay nada más maravilloso que un libro nuevo! Hay tanto que puedes aprender en ellos, ¡Tantas historias que puedes disfrutar y…"
"¡Idiota!"
Mi sonrisa se escurrió de mi cara junto con el color de mi piel, estoy segura. El grito que dio incluso me hizo saltar. Lo miré a la cara con miedo. Sin importar cuan grosero se comportara nunca me había gritado ni me había llamado idiota antes.
"¿Qué?" pregunté sin creerme todavía que me hubiera gritado.
Él miraba mi cabello, soltandolo de pronto como si fuera la cosa más asquerosa que hubiera tocado en su vida.
"¡Solo un tonto dejaría ver su debilidad de ese modo!"
"¿Debilidad? ¿Los libros?" Le pregunté sin dar crédito a lo que escuchaba.
"Cualquiera que sepa que es lo que más atesoras tomará ventaja de ello para lastimarte o abusar de ti. ¡Nunca muestres cuánto disfrutas con algo si no quieres meterte en problemas! ¿Lo entiendes?"
Estaba en shock. ¿De dónde había sacado tantas tonterías este chico?
"¡¿Te pregunté si lo entiendes?!" Me gritó de nuevo, tomándome de los hombros y mirándome con unos ojos que me hicieron sentir aterrada.
"¡Lo entiendo, lo entiendo!, Por favor, suéltame, ¡no volveré a hacerlo!"
Ferdinand me soltó entonces, sosteniendo el puente de su nariz y respirando con dificultad, como si intentará calmarse luego de su exabrupto.
'¡Es un pesado! ¿Tanto me odia que no puede verme ser feliz? ¡Lo odio!'
Empecé a contar hasta diez, dando una mirada de disculpa a los inocentes libros a mi alcance antes de darles la espalda.
'¡Perdonenme, libros! ¡Haré mi mejor esfuerzo para casarme con este idiota y salvarlos a todos de sus endemoniadas garras!'
En el centro de la habitación nos miraba su séquito, el mío y los sirvientes que habían llevado el servicio.
Berniece tenía sujeto el mango de su espada con mucha fuerza. Debía estarse conteniendo para no matar al príncipe.
Sentí otro jalón en mi cabello. Miré a mi lado. El mocoso soltó mi cabello en ese momento, mirándome con desdén antes de soltar un suspiro de fastidio y señalarme la fiesta de té con la barbilla. Yo asentí, juntando mis manos al frente y caminando con la cabeza en alto. No iba a darle el gusto de soltarme llorando ahora.
"Es demasiado tarde para los saludos" me reclamó en voz baja mientras caminábamos a la misma velocidad "espero que lo compenses de alguna manera, idiota".
Apreté los puños, recordándome que este demonio tenía un montón de libros inocentes como rehenes en su recámara. Puse mi mejor sonrisa noble entonces, la más brillante y amplia que tenía antes de alcanzar mi asiento "espero que los dulces y la historia que le he traído esta vez sean suficientes para congraciarme, mi señor".
En realidad quería decirle que si volvía a gritarme o a tomarme con fuerza por los hombros lo usaría para hacer un carnaval sangriento y luego llevaría todos sus hermosos libros, tablillas y pergaminos a mi habitación, pero no pude.
Alessandra me sirvió una rebanada de pastel y un poco de té y yo pasé a explicar de qué se trataba y a demostrar que no había veneno. Por una vez desearía haber envenenado su comida. Sonreí aún más, desechando el pensamiento antes de que tocara mis labios y firmara mi condena a muerte.
"El sabor no está mal para alguien de un país tan dependiente" dijo él luego de dar dos bocados "además he visto shumils destazados que lucían más apetitosos"
'Sonríe y come, Camille. Sonríe y come. Puedes imaginar que el destazado es él mientras disfrutas del maravilloso pastel esponjoso que han hecho para ti, no para él' me dije a mí misma comiendo un poco más y tomando algo de té.
El mocoso podía decir lo que quisiera, su rebanada se había terminado mucho más rápido que la mía en realidad.
"¿No hay una historia hoy?"
Estaba tan molesta que casi me había olvidado de la historia.
"He molestado tanto a su Alteza, que no estaba segura de si aún deseaba escucharla. Supongo que tiene aunque sea un poco de curiosidad, así que empezaré, si mi Lord lo permite"
"Lo permito"
Sonreí, tomé aire y me concentré en la siguiente historia.
.
La socialización de invierno iniciaría al día siguiente y con ello, el palacio se llenaría de nobles y de extraños.
Toda la semana había visto algunas personas de la soberanía llegando al Palacio.
Por sus estudios, Ferdinand sabía que en los Ducados se recibía a los nobles de la zona en el castillo del archiduque en turno y se les atendía todo el invierno. En la Soberanía era un poco diferente. Si bien era cierto que los nobles de la Soberanía asistían, en realidad ellos permanecían solo dos semanas en el castillo antes de marcharse de vuelta a sus casas.
Tenía una hermana mayor que asistiría a la Academia Real para cumplir el rol de supervisora porque debía haber un representante de Zent en ese lugar. Su turno llegaría cuando cumpliera los diez años, por mientras, se sentía ansioso.
Era el día de la Tierra y había invitado a Camille a sus aposentos para la fiesta de té. Ella lucía tan frágil y pequeña, temía que enfermara a causa del clima y si eso pasaba, le aterraba que la obligarán a seguir viendolo y muriera. Algo así había pasado con su shumil mascota.
También estaba nervioso conforme caminaba de los aposentos de su padre a los suyos.
Al día siguiente vería de nuevo a su hermana mayor, luego de medio año y lo presentarían con su prometida. Al parecer, iban a casarlo con una de las hijas de Aub Dunkelferger porque la niña también era nieta de Aub Klassenberg.
"En realidad tendrías que conocerla el año que viene" le explicó su padre "cuando haya sido bautizada, pero el viejo vicioso de su abuelo no deja de exigir que ustedes se conozcan para que los demás sepan quién será tu primera esposa".
Ferdinand se había tragado un suspiro. Otra niña con la que tendría que ser odioso.
"¿También la veré una vez por semana como a… mi flor?" Odiaba referirse a Camille como flor, sin embargo, medio año le había hecho entender que eso era lo que su padre esperaba.
"No. La verás en fiestas de té donde participemos tu madre o yo y uno de sus familiares. Deberás ser respetuoso con ella, Ferdinand".
Esto lo había desubicado. La confusión debió mostrarse en su rostro, provocando que su padre se riera divertido.
"Es mejor que aprendas esta lección lo antes posible, hijo mío. Acércate".
Él obedeció, inclinándose al frente sin recostarse en la mesa.
"Existen dos clases de mujeres en este mundo, Ferdinand. Por un lado, están las mujeres como tu prometida, Eglantine. Son un soporte que te darán poder y herederos. Debes guardar las apariencias con ellas y ser amable. Visitarlas solo cuando sea necesario y mostrarse unidos ante el mundo".
El niño asintió, pensando en sus padres y en las raras ocasiones en que los veía juntos.
"Y después están las flores, cómo la que te he obsequiado. Ellas están ahí para divertirte y complacerte de todas las maneras imaginables. Esposas puedes tener tres, deben ser útiles en la política o en el mana, pero flores… " de nuevo su padre estaba haciendo una sonrisa desagradable que lo hacía sentir incómodo. "Puedes tener todas las flores que desees, Ferdinand. Puedes arrancarlas en algún ducado una vez o traerlas al jardín. Puedes comprarlas en algún país exótico cómo Lanzenave. Puedes cultivarlas o hacerlas pedazos y estará bien. Ellas están ahí para hacerte feliz. Recuérdalo".
La boca le sabía amarga conforme caminaban hasta quedar ahora frente a su habitación. El recuerdo almacenado con la información sobre lo que su padre esperaba de él lo hacía temblar de impotencia.
Apenas entró a su habitación se relajó por un segundo o dos, conteniendo la sonrisa de felicidad por ver la fiesta de té lista para comenzar, pero, ¿dónde estaba Camille?
Su asistente pareció notar su malestar, señalando en silencio hacia los estantes.
Caminó hacia ahí. Ella no lo había escuchado, ni siquiera volteó a verlo.
Estaban tan cerca que un aroma agradable y dulce lo golpeó de llenó. ¿Era su cabello? Tomó un cadejo, llevándolo a su nariz sin dejar de mirarla embelesado. Su cabello era suave y olía a flores y miel. Y ella lucía… sonrojada… feliz… era como lo que sus libros describían sobre el baile de Bluanfah. ¿Lo vería alguna vez con esos ojos soñadores?
"¿Te gustan los libros?" Preguntó él, recordando la situación entera en cuanto escuchó su propia voz. Escuchó su respuesta, tan llena de vida y felicidad… y el horror lo embargó. Ella se estaba poniendo en peligro y no lo sabía, si alguien de su séquito se daba cuenta, usarían esos libros en contra de ella para manipularla.
Se sintió terrible al ver sus ojos dorados tan llenos de miedo, reflejando la imagen de él. ¡Esta idiota tenía que aprender a ser más cuidadosa o saldría herida de verdad!
"Es demasiado tarde para los saludos" se lamentó por lo bajo, caminando junto a ella y disfrutando todavía el aroma de su cabello, notando las miradas de su séquito cargadas de curiosidad. Se recordó que debía ser frío y desagradable si quería protegerla "espero que lo compenses de alguna manera, idiota".
La fiesta de té dio comienzo. Cómo de costumbre, se había esforzado para presentarle dulces que fueran de su agrado. 'Se ha superado a sí misma', pensó Ferdinand 'podría comer este pastel todos los días y sería feliz', pero no podía halagarla. Cuando se dió cuenta, se había terminado el pastel. Quería pedir más, pero no era una buena idea, Siegfried ya había llegado y estaba tomando notas como de costumbre.
"¿No hay una historia hoy?" dijo Ferdinand fingiendo aburrirse, pellizcando una de sus piernas mientras usaba la otra para mostrarse odioso y desinteresado.
La historia inició poco después. Cómo siempre, era una historia nueva y desconocida, como si ella viniera de otro mundo, cautivante y lleno de cosas fascinantes y extrañas.
Se amable con los demás y la amabilidad te será devuelta, era la moraleja de la historia. Era una de las pocas moralejas que le parecían más una mentira para que los niños se portaran bien que una lección real.
Se amable con los demás y ellos se aprovecharán de ti. Recibe amabilidad de otra persona a cambio y Zent lo hará desaparecer de tu vida. Esa era la lección que su padre le había estado dando. Por mucho que quisiera ser amable, era imposible. Una persona amable no podría proteger a Camille… ni a él.
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Notas de una de las Autoras:
Primero que nada, los guiones largos que suelo poner para indicar diálogos los colocaré luego (posiblemente cuando subamos el capítulo 8), ya que hoy solo tuve tiempo de pasarlo para acá y añadir las notas.
Les recuerdo que esta historia estará cambiando de nombre para pertenecer a una colección. De momento tenemos planeados tres arcos, este primer arco, "La Flor del Desierto Blanco" abarcará un aproximado de 16 capítulos en los que seguimos trabajando para entregarles una historia lo más pulida posible.
Y bueno, muchas gracias a todos aquellos que han colocado esta historia en fav, follow o han dejado algún comentario, estamos felices de recibirlos.
SARABA
