La ley del talión
Capítulo 18. A degüello
Las gruesas puertas metálicas de la entrada habían resistido la explosión, pero los goznes, no. Ambas hojas habían salido despedidas y habían golpeado la furgoneta, desplazándola con el impacto.
—¡Maldición! —renegó Isobel—. No contaba con que tuvieran explosivos.
Además, una de las gruesas planchas de metal había quedado apoyada en el techo de la furgoneta. No parecía seguro que se la pudiera quitar fácilmente de encima.
—Dios mío... ¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Sofía angustiada.
Mientras todos observaban consternados el resultado de la explosión en las pantallas, Jubal fue a la cocina. Trajo los fusiles y sus cargadores. Le tendió uno a Darío y se quedó el otro. Habían decidido repartirlos así porque la muñeca de Isobel le dificultaba usar un arma tan pesada. Jubal se puso el fusil en bandolera a la espalda, con el cañón hacia abajo, para poder traerlo hacia adelante rápidamente.
—Podríamos quitarles uno de sus vehículos —propuso Adriana—. ¿Alguno sabríais hacer un puente?
—Yo puedo —dijo Darío con seguridad.
En pantalla, los matones ya se estaban asomando.
—Ya están aquí —dijo Isobel—. En marcha.
—Ya la habéis oído. ¡Vamos! —los puso Jubal a todos en movimiento.
Miró a Isobel por encima del hombro antes de dirigirse hacia su puesto. El corazón aún le latía atropelladamente por los besos que habían compartido. Suspiró, viéndola enfrentada a todas las pantallas. Espléndida criatura de cien ojos...
Darío aceptó de él otro cargador de fusil y subió las escaleras al piso de arriba de tres en tres; tumbado en el suelo del balcón del dormitorio principal de la casa, se apostó como francotirador para cubrir la entrada frontal. Jubal abrió la cristalera que daba el jardín y a la piscina; parapetado tras una barricada hecha con dos muebles, cubrió la entrada lateral desde allí. Adriana fue a la cocina con Sofía y Carlos; abrieron la trampilla que había en el suelo, y los tres bajaron al túnel subterráneo.
Isobel se quedó en el despacho, vigilando las pantallas; activó la llamada a cuatro utilizando la Wi-Fi que había configurado antes. Jubal llevaba su articular inalámbrico, Adriana también tenía uno suyo, y a Darío se lo había prestado Sofía porque el suyo lo había perdido antes en el tiroteo. De ese modo, Isobel podía transmitir lo que veían las cámaras y mantenerlos coordinados a todos.
Las balas empezaron a volar enseguida. Según accedían a la finca, Darío obligaba a los atacantes a correr hacia zona segura en la entrada frontal de la casa, donde además se estrellaban contra la maciza puerta de madera noble de cinco pulgadas de grosor que estaba sólidamente cerrada. Entretanto, Jubal los mantuvo alejados de la entrada del jardín y, de paso, de la casa de la piscina. Adriana empezó a recorrer el túnel hacia la casita junto a Carlos y Sofía, ya que ellos eran los que más podían tardar en recorrer esa distancia. Habían tenido que cambiar un poco el plan para darles más tiempo.
—Jubal, cuidado a tus... dos —le avisó Isobel—. Un par están intentando pasar pegados al muro.
Se los veía perfectamente con las cámaras térmicas. Gracias a la indicación de Isobel, Jubal no tardó el localizarlos. Dos hombres intentaban llegar a la casa de la piscina evadiendo su fuego con los setos del jardín. Pudo derribar a uno de ellos con facilidad, el otro se libró, pero se lo volvió a pensar y se retiró de nuevo a la entrada.
—Darío, dos están retrocediendo hacia la furgoneta —indicó Isobel.
Él los duchó con fuego automático obligándoles a regresar junto a la puerta de la casa e incluso abatió a uno.
El hombre de las grandes patillas vio quedarse atrapados hasta tres de los suyos ante la puerta principal, y caer a otro más, antes de decidir intentar dar la vuelta por la izquierda de la casa para entrar por el garaje. Fue evidente que no sabían que Isobel conocía cada uno de sus movimientos. Parecía que el plan funcionaba.
Ella no se llamaba a engaño. Si sus enemigos hubieran hecho un asalto directo, sólo dos tiradores, aunque estuvieran en posición de ventaja como estaban Darío y Jubal, no habrían podido frenarlos. Pero los esbirros de Juárez estaban siendo cuidadosos, querían a Adriana viva para sacarle dónde estaban Carlos y Sofía, y eso era algo con lo que Isobel estaba contando.
Escrutando detenidamente cada movimiento que veía en las pantallas, Isobel se esforzaba por controlar su respiración. Le preocupaba que dos de los hombres en la puerta frontal estaban agachados manipulando algo, tal vez intentando forzarla. No se apreciaba en la imagen, y además Isobel tuvo que dirigir su atención a otras pantallas, para dar más instrucciones.
—Darío, tienes un escalador en la pared de tu izquierda. Está subiendo por el canalón de desagüe.
Una mano armada con una beretta no tardó en asomar por entre los barrotes del balcón, disparando a ciegas. Isobel vio en la pantalla que Darío, estando sobre aviso, evitó fácilmente las trayectorias de las balas; le asestó a la mano un golpe seco y lateral con el cañón de su rifle. Isobel llegó incluso a imaginarse el crujido. La mano soltó la pistola y el hombre cayó al vacío. Golpeó la escalinata que tenía debajo y se quedó inmóvil.
Uno menos, quedaban ocho.
De pronto, se oyó otro fuerte estallido. Isobel pudo ver la imagen de la puerta de la entrada principal salir volando en un festival de estacas y astillas, justo antes de que la cámara del pasillo que la vigilaba quedara destruida. Desgraciadamente, los explosivos con los que habían entrado no debían ser los únicos que tenían.
—¿¡Qué cojones!?
—¡Qué dem-! (What the f-!?)
Se oyeron las exclamaciones de Darío y Jubal, respectivamente.
—Han reventado la puerta frontal —informó con tono neutro Isobel—. Hay que acelerar las cosas, chicos. —Se asomó al pasillo y lanzó varios disparos hacia allá para disuadirlos de entrar a la ligera—. Adriana ¿os queda mucho?
—Casi estamos.
—Me vale —dijo Isobel—. Darío, a la cocina. Jubal, conmigo. Ya. Esto va a ponerse FUBAR de un momento a otro.
En una de las pantallas, observó que el hombre de las patillas y su grupo, que habían dado la vuelta a la casa, estaban ya entrando por la puerta que daba al garaje y se disponían a tirarla abajo. No tardarían en flanquearlos.
Cuando entraron, los cables cruzados en el hueco de la puerta los frenaron un poco, tal como Jubal había previsto. Isobel disparó además para retenerlos. Desgraciadamente, los de la puerta principal se aventuraron en el amplio recibidor. Unos viniendo por su izquierda del pasillo y otros por su derecha, Isobel se vio incapaz de parar desde el despacho a ambos grupos a la vez.
Pero Jubal ya estaba allí, bendito fuera. Isobel se permitió solazarse en la sensación de tenerlo de nuevo a su lado. Entre los dos, los obligaron a retroceder a todos, al menos un poco.
Necesitaban darle tiempo suficiente a Darío para que bajara del piso de arriba.
Viendo que en el recibidor tenía los hostiles prácticamente encima, y que bajar por la escalera lo convertiría en un blanco de caseta de feria, Darío simplemente saltó desde arriba, rodando con una voltereta para frenar la caída.
Maldito chiflado, pensó Isobel con el corazón en la boca, mientras él aprovechaba el impulso que llevaba para correr agachado y, resbalando sobre sus pies, meterse por la puerta de la cocina que daba al recibidor.
Sin perder ni un segundo, Jubal e Isobel se turnaron para cubrirse y llegar a la cocina por su otra puerta, justo enfrente del despacho al otro lado del pasillo. Lo lograron, pero no sin poder evitar que sus enemigos se adentraran mucho más en la casa.
Al no tenerlos a tiro, los invasores hicieron una breve pausa. El silencio fue ensordecedor.
Darío ya estaba bajando al túnel por la vertical escalera de mano. A una señal de ella, Isobel y Jubal se colocaron apresuradamente trapos sobre la nariz y la boca. Casi pegados al suelo, se asomaron, apuntaron, y colocaron una bala de pistola en los extintores que habían dejado a cada extremo del pasillo.
Una algarabía de palabrotas y toses se desató cuando el contenido a presión de ambas bombonas llenó el pasillo con sendos surtidores de espuma blanca. Jubal se echó el fusil a la espalda y se dejó caer sin más por la entrada del túnel. Isobel bajó justo detrás de él pero más controladamente; agarrando a la vez la trampilla, disparó al extintor de la cocina, llenándola también de irrespirable bruma. Justo antes de cerrarla, además, descargó su arma a voleo dos veces hacia los huecos de ambas puertas.
Un infierno de tiros incontrolados se desencadenó entre los dos grupos de atacantes. Iba a haber muchos heridos por fuego amigo.
Cogiéndola por la cintura, Jubal bajó a Isobel directamente al suelo, mientras ella tiraba con fuerza de la cuerda atada a la pata de la mesa de la cocina, moviéndola de modo que quedó sobre la trampilla. Con suerte tardarían bastante en averiguar por donde se había ido.
Se podía oír que arriba en la casa todavía se estaban disparando entre ellos. Isobel no pudo evitar sonreír.
Los tres echaron a correr por el túnel excavado en la roca tan rápido como pudieron, yendo agachados para no darse con el techo y las vigas que lo apuntalaban.
Darío abría la marcha, iluminaba el camino con una linterna. Isobel notaba la mano de Jubal en su espalda, extendida para correr a la misma velocidad sin tropezar con ella. Sus pies chapoteaban en el húmedo suelo.
Seguramente sólo fueron unos pocos segundos, pero Isobel se le hicieron eternos. Justo cuando estaba temiéndose que se habían pasado la salida que debía dar a la casa de la piscina, Darío se detuvo y comenzó a subir por otra escalera de mano. Cuando Isobel ya estaba subiendo lo oyó incordiando a Adriana porque le había apuntado con su arma al salir por la trampilla.
Hicieron una breve pausa para asegurarse de que todos estaban bien, comprobar cuánta munición les quedaba y recargar.
Los ojos de Isobel se cruzaron con los de Jubal. La trepidación algo eufórica que la agitaba por dentro y la sonrisa en su mirada le hicieron desear abrazarse otra vez a él allí mismo, sentir de nuevo sus brazos rodeándola, sus cálidos labios sobre los suyos. Pero no era el momento ni el lugar. Se preguntó si volvería a serlo algún día. Primero tenían que salir de ésa, por supuesto.
—OK, vamos —dijo con severidad más dirigida a sí misma que a los demás.
Adriana entonces se dirigió a la puerta.
—Espera —advirtió Darío.
Pero ella ya la estaba abriendo, una rendija, para comprobar que no había nadie fuera. Y alguien dio un brusco empujón a la puerta, golpeándola en la cara y tirándola hacia atrás. Una pistola apareció a continuación, apuntándole a la cabeza. Darío, que había detenido su caída, la apartó a un lado, quitándola del medio. Jubal se adelantó apuntando con el fusil bien colocado en el hombro y le plantó una bala en mitad de la frente al hombre de Juárez, que cayó hacia atrás cuan largo era. Pero no antes de que su pistola disparara.
Darío se desplomó a los pies de Adriana, aferrándose el costado. Ella se arrodilló a su lado de inmediato. Isobel y Jubal se apresuraron a acercarse.
—He dicho "espera", maldita sea —gruñó Darío.
Pidiéndole a Jubal que le alumbrara, Isobel le levantó la camisa y examinó la herida. No tardó en hacer una mueca.
—Mal, ¿no? —preguntó Darío con la garganta tensa.
—No tanto. No seas quejica —replicó Isobel, escondiendo lo mejor que pudo su angustia.
En realidad estaba sangrando profusamente. Solícito, Jubal cogió una toalla de un aparador y se la pasó a Isobel, que la presionó de inmediato contra la herida.
El golpe de la cara, sobre el pómulo y la frente, le había partido la ceja a Adriana y le estaba sangrando.
—Has- has recibido esa bala por mí... ¿Por qué has hecho eso? —preguntó con los ojos espantados.
—Bueno, mi intención era más bien que no la recibiera nadie —gruñó Darío—. No planeaba que me alcanzara a mí, para ser honestos.
Adriana miró a Jubal y a Isobel con desconcierto. Parecía no saber si hablaba en serio o en broma. Isobel sospechaba que eran ambas cosas. Milagrosamente, Jubal había encontrado un rollo de esparadrapo. Le sujetó la toalla doblada al torso a Darío dándole varias apretadas vueltas.
—Isobel... No podemos quedarnos aquí —dijo Darío con la respiración dificultosa.
Si se demoraban más, perderían las escasas posibilidades que tenían de salir de allí.
—No, no podemos. ¿Puedes moverte?
—Tendré que poder. Tenemos que ponernos en marcha.
El breve segundo de desesperación en la expresión de Isobel fue un poema. Asintió de todos modos.
—No dejes de presionar —le ordenó.
—[Sí, mamá] —protestó Darío apretando los dientes con una mueca de dolor.
Isobel le echó una mirada exasperada. Le dieron ganas de zarandearlo.
Sofía cogió en brazos a Carlos; el chaval estaba impresionantemente tranquilo y silencioso, sin llantos ni lamentos, pero lo miraba todo con los ojos muy abiertos. Haciendo propósito de no perder los nervios delante de él, Isobel se hizo cargo del fusil de Darío, a pesar de su muñeca.
Pasándose el brazo contrario de Darío por los hombros, Adriana lo ayudó a ponerse en pie. Él gruñó entre dientes pero le dirigió una mirada agradecida.
Jubal espero la indicación de Isobel para asomarse fuera. Asintió. Todos salieron de la casa de la piscina.
Había dejado de llover.
Caminaron agachados dirigiéndose a la entrada, haciendo lo posible por no hacer ruido sobre el suelo mojado. A Darío le costaba andar. Jubal se acercó y ayudó a Adriana. Lo sostuvieron todo lo que podían, pero los estaba retrasando.
A una veintena de yardas de la furgoneta, una ráfaga de ametralladora disparó en su dirección. El matón que había derribado un rato antes Jubal al parecer no había muerto. Apostado tras un murete del jardín frontal, los había descubierto; los obligó a retroceder buscando cobertura. Ahora estaban bajo un fuego que no les permitía avanzar.
Sin pensarlo ni un momento, Isobel actuó.
Con el corazón en un puño, Jubal la llamó sin éxito mientras veía impotente cómo, agachada junto a un seto, ella volvía sobre sus pasos. Soltando una maldición, Jubal mantuvo al tirador ocupado entretanto Isobel recorría el borde de la piscina hasta que logró flanquearlo.
Disparó el fusil, aunque su muñeca chilló con cada detonación. Pero mereció la pena. De pronto, el que estaba en mala posición era aquel tipo.
Mascullando su frustración, Jubal se encargó de hacer avanzar a su pequeño grupo. Pero se quedó atrás, para no dejar que Adriana y Darío se retrasaran, y para vigilar cómo seguía Isobel; tarde o temprano necesitaría apoyo para reunirse con ellos.
Dos tipos salieron apresuradamente por el porche trasero, tosiendo: parecían huir del polvo extintor. Desgraciadamente, al ver lo que pasaba fuera, reaccionaron enseguida e intentaron cubrir a su colega disparando en dirección a Isobel. No tenían muy buen ángulo, pero ella se vio obligada a retroceder. Eso inquietó a Isobel por un momento. No, no importaba; podía alcanzar la casa de la piscina y escabullirse por detrás si hacía falta. Estaba segura de que podría contar con Jubal para luego recorrer el tramo desde allí hasta la salida.
Mientras tanto, Jubal logró llevar al grupo hasta la destrozada furgoneta. De cerca, era obvio que efectivamente había quedado inutilizada.
Se volvió hacia donde estaba Isobel; le preocupaba que estaba retrocediendo demasiado. Entonces se percató con terror que ella, y su objetivo original, estaban moviéndose cerca del gran depósito de propano que alimentaba los generadores de la casa. Peligrosamente cerca.
Y los tipos del porche seguían acosando a Isobel, sin tener cuenta que detrás tanto de ella como de su compañero, a menos de una decena de yardas, estaba el tanque.
—¡Isobel, sal de ahí! —gritó Jubal a pleno pulmón, intentando advertirle.
Demasiado tarde.
Naturalmente, un sólo impacto fue suficiente. El estallido fue repentino y descomunal. Una gigantesca bola de llamas que se manifestó de manera más rápida y violentamente de lo que el ojo humano es capaz de percibir. Hasta el mismo suelo se tambaleó.
La onda expansiva lanzó a Isobel por los aires, lamiéndola con lenguas de fuego. Su cuerpo, desmadejado como una muñeca de trapo, trazó un arco en el aire y cayó a la piscina con un salpicón, en una postura rara y antinatural. El otro tipo ni se le vio donde fue a parar. La infernal esfera ascendió en el aire más alto que la casa. Escombros empezaron a llover del cielo todo en derredor.
—¡Isobel! —exclamó Darío horrorizado.
Jubal ni llegó a gritar. A pesar de los alaridos de pánico de su propia alma, no lo dudó ni una fracción de segundo. En un solo movimiento, soltó su arma y echó a correr hacia la piscina. No recordaba haber corrido tan deprisa en toda su vida, forzando a sus piernas a darle la máxima velocidad en un explosivo sprint a pesar de la cuesta arriba. No le importó el dolor en su hombro, no le importó ser un blanco fácil, no le importó el fuego. Se tiró de cabeza a la piscina con todo el impulso de la carrera, aunque las llamas se cernían aún sobre el agua, iluminándola con una infernal luz anaranjada y extraña. Isobel, inmóvil, se hundía lentamente, un collar de burbujas saliéndole de la boca. Jubal la alcanzó y le rodeó la cintura con el brazo. Dando una fuerte patada en el fondo, los propulsó a ambos hacia la superficie.
La explosión y el caos, paradójicamente, les dio un respiro con el tiroteo. Sus enemigos, aún conmocionados, no dispararon mientras Jubal se esforzaba en sacar del agua el cuerpo empapado de Isobel, ni cuando con un gruñido se la cargo al hombro. Rogando porque no se hubieran visto obligados a marcharse sin ellos, volvió a correr todo lo que pudo para reunirse con los demás. Afortunadamente, la pendiente le facilitó las cosas esta vez.
Volvieron a oírse tiros. El tipo de las patillas junto con otro de sus hombres había salido de la casa doblados por la tos, pero se reagruparon con los otros dos que quedaban, y ya corrían tras ellos. Adriana les proporcionaba fuego de cobertura disparando su pistola desde el exterior. Gracias al sacrificio de Isobel, el resto ya estaban todos fuera.
A Jubal le ardían los pulmones y le sangraba el hombro cuando alcanzó jadeando la puerta. Sofía subía a Carlos a la parte de atrás de una de las pickup mientras Darío, a pesar de su herida, justo había logrado hacerle el puente y ponerla en marcha.
Adriana sólo esperó a que Jubal saliera para correr hacia la puerta del copiloto.
El sol se asomó por debajo del dosel de las negras nubes ya rozando los picos de las montañas, proyectando unos irreales rayos de luz dorada.
Jubal se pasó a Isobel a los brazos. Su angustia se hizo inmanejable al ver los ojos cerrados de ella, su cabeza colgando floja del cuello, su cadavérica palidez a pesar de la luz del sol. La subió a la parte trasera de la pickup con la ayuda de Sofía, e incluso de Carlos, que intentó tirar también de ella con sus pequeñas manitas.
Sin nadie que los retuviera, sus perseguidores llegaron hasta la entrada y empezaron a disparar desde allí. Parecían furiosos. Ahora sí que iban a degüello (a degüello).
—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! —les urgió Darío, mirando hacía atras con su rostro retorcido por el dolor.
Apenas subió una rodilla a la pickup, y todavía con una pierna en el aire, Jubal dio dos golpes con la palma en el costado de la carrocería.
—¡Dale! ¡Dale! —le gritó a Darío.
Pero no hacía falta. Darío ya había empezado a pisar el acelerador antes de que dijera nada. Las ruedas giraron locas en la gravilla del camino levantando una nube de polvo antes de agarrarse al suelo por fin y propulsar la pickup hacia delante como un cohete.
A Carlos se le fue el cuerpo hacia atrás. Sofía gritó su nombre.
Estirándose como pudo, Jubal lo aferró por el brazo, pero al hacerlo, la inercia lo arrastró también. Tirando de un puñado de la empapada camisa de Jubal, Sofía se sujetó a la vez al chasis a la desesperada, con la punta de los dedos, y consiguió en el último momento que no cayeran los tres.
Al pasar junto a los demás vehículos, Adriana les disparó a las ruedas. Desafortunadamente falló con el SUV beige. No habían recorrido ni cincuenta yardas cuando los pocos esbirros de El Patrón que quedaban se subieron al SUV y salieron en su persecución.
Gateando hasta Isobel, Jubal se arrodilló a su lado. Le apartó el cabello mojado y le puso los dedos en su esbelto cuello, buscándole desesperadamente el pulso mientras le acercaba la mejilla a la boca, para notar su aliento.
¡Ahí estaba! Lo sintió en sus dedos, con un breve resplandor de triunfo... hasta que se percató de que no sentía nada en su cara. Isobel tenía pulso, pero no respiraba.
El pánico se desbordó dentro de él, pero Jubal no se dejó arrastrar. No podía permitírselo. Disparos procedentes del SUV acertaban en la pickup a su alrededor. Le inclinó a Isobel la frente hacia atrás con una mano y le abrió la boca con la otra. Sofía cubría a Carlos con su cuerpo, intentando proteger a su hijo. Tomó una bocanada profunda de aire. Adriana devolvía los disparos desde el asiento del copiloto. Le tapó la nariz y insufló el aire en su boca lo más firme y constante que pudo a pesar de las detonaciones y el traqueteo de los baches. Los labios de Isobel estaban azules y fríos. Se retiró y esperó cinco segundos, escudándola como podía. Darío movía el pickup de un lado al otro del camino, intentando esquivar. Jubal insufló de nuevo. Una bala acertó a menos de dos pulgadas de su frente.
Estaba terminando de exhalar el aire en su boca, cuando un espasmo sacudió a Isobel, el agua brotando de golpe de su garganta, y empezó a toser. Con un desgarrado jadeo de alivio, Jubal se apartó y la puso de lado mientras ella seguía tosiendo y expulsando agua entre sus labios. Temblando violentamente Jubal la abrazó, protegiéndola de nuevo.
Sirenas de policía sonaban a lo lejos. La pickup dio un volantazo brusco. Levantando la cabeza, Jubal vio con horror que Adriana intentaba coger el volante porque Darío había quedado inánime sobre su hombro.
Pero también pudo ver los coches de la GN yendo hacia ellos a toda velocidad. Los disparos se habían detenido. Jubal miró hacia atrás. El SUV maniobraba para dar la vuelta y huir.
Al esquivar las patrullas de la GN, Adriana perdió el control y la pickup se salió del camino. Terminó con la rueda derecha dentro de la zanja de la cuneta, que los frenó de manera repentina y violenta. Jubal se golpeó fuertemente la cabeza por evitar que la de Isobel diera contra la parte posterior de la cabina. El dolor lo aturdió, luces de colores saltaron ante su vista.
Todo había quedado desconcertantemente inmóvil, aunque se seguían oyendo tiros y sirenas alejándose. Isobel tosía entre sus brazos, pero respiraba, y Jubal pudo concentrarse en volver a respirar también.
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