La mujer miró hacia el imponente castillo que se erguía frente a ella. Era enorme, de piedra maciza y realizado seguramente en la Alta Edad Media, cuando los caballeros rescataban a las princesas de dragones y seres feroces, cuando los magos y las brujas no eran leyenda, sino una firme creencia, cuando aún existía bondad y paz en el mundo. El agua del mar chocaba contra las rocas anquilosadas en el muro dejando oír un murmullo lento y sordo que terminaba por formar parte del agreste paisaje. La lluvia era fina, casi imperceptible, y el viento realizaba ruidos fantasmagóricos. Unidos a la ya terrible imagen del castillo y a su situación, resultaba más que inquietante.

El viento se enredó en su pelo dejando un par de hojas secas que ella no se molestó en quitar. Se enfundó más fuerte la gabardina negra y se dispuso a entrar en aquel castillo.

-¡Señora!-le gritó el hombre que la había traído, un muchacho de no más de veinte años- Volveré dentro de un par de horas ¿Quiere que la avise?

Ella reflexionó un par de minutos y luego asintió con la cabeza.

-Estaré dentro- le contestó- Búsqueme.

Y se alejó de allí sin ver la mueca de desagrado y disconformidad del muchacho. Sinceramente, poco le importaba.

Como una sonámbula recorrió los fríos pasillos de aquel castillo-prisión tan extraño. Subió las escaleras sigilosa, callada, y se paró ante la puerta 111. Tocó y un tintineo de joyas se oyó. Eran sus dos pulseras de la mano derecha, que interrumpieran la paz ficticia de aquel lugar. Esperó un par de segundos hasta que una voz varonil susurró un "pase" que a duras penas la mujer hubiese escuchado de no haber sido por el tiempo que llevaba yendo allí. Claro que entonces aún tenía esperanzas de que todo cambiara.

Ahora simplemente era demasiado tarde. Demasiado tarde para ellos, demasiado tarde para comenzar lo que ya de por sí estaba roto. Demasiado tarde para construir la familia que siempre deseó y que nunca tendría.

Abrió la puerta y se encontró, como cada martes, frente a aquellos ojos fríos y oscuros que odiaba. Los ojos de su carcelero, los ojos del jefe de la prisión de Azkaban.

-Buenas noches, señora Malfoy- dijo con voz suave y serpenteante.

-Buenas noches, señor Gledy- contestó ella.

-Ya veo que sigue siendo tan puntual como siempre. ¿Un café?

-No gracias, acabo de cenar. Desearía terminar cuanto antes.

-La veo muy nerviosa. ¿Le pasa algo?

-Nada de su incumbencia, señor Gledy. ¿Puedo ver a mi marido?

Normalmente podía estarse hablando con ese hombre más de media hora, casi siempre de su marido, pero también de otros asuntos más trascendentes. Pero ese día, cuando la esperanza estaba perdida del todo, sólo quería verlo y comprobar que era real.

Comprobar si aún la quería, si alguna vez la había querido. Si el dejar su vida a un lado había tenido alguna recompensa o todo había sido una mentira demasiado dolorosa para sacarla a la luz.

El señor Gledy se levantó en cuanto supo que no conseguiría hablar esa noche. No era la conversación lo que le atraía de esa mujer, pero ella ya había dejado claras las cosas que haría por su marido, y en ellas no entraba acostarse con el jefe de la prisión. Aunque era un hombre atractivo y de buen porte, podía tener veinte años más que la mujer.

Ella se levantó y se apresuró a la puerta, no sin antes dejar la gabardina y la varita encima del despacho. El hombre no pudo evitar fijarse en el atuendo de la mujer. Estaba preciosa, era preciosa, y pensar que era de ese asesino sin escrúpulos. Llevaba un vestido de lana color crema y unas botas negras hasta las rodillas. Las medias de rejilla de color de la piel no eran notables, pero sí el maquillaje que se había puesto aquella noche especial.

Caminaron más de diez minutos por pasillos, subieron escaleras y bajaron rampas hasta que llegaron a unas de las celdas de seguridad. No era mayor que su habitación, pero era más cómoda que las de los presos normales. Y eso le extrañó. Quizá sus súplicas sobre el trato que se le daba a su marido habían sido escuchados.

El señor Gledy se dio la vuelta y le tendió una llave muy pequeña.

-Con esto podrá abrir la puerta y cerrarla después. Ya sabe dónde encontrarme.

-Bien, gracias.

-Gracias a usted, señora Malfoy. Y no se preocupe por los dementores, están bajo vigilancia y no se acercarán.

La mujer recogió la llave y esperó a que los pasos del hombre se perdieran en el pasillo. Mientras, mantuvo la vista puesta en los muros fríos y altos de la prisión. No quería pensar, eso le haría parecer débil, pero notaba cómo su corazón bombeaba con más fuerza pensando que sólo una pared lo separaba de él. Sólo esa estúpida pared.

Y esa noche, por fin, podría volver a tocarlo.

Metió la llave en la cerradura y empujó levemente la pesada puerta, que crujió fuertemente, resonando en los pasillos. Al entrar, ésta se cerró fuertemente y un ligero "clic" se escuchó. La mujer se sorprendió de la oscuridad reinante y emitió un ligero murmullo.

-¿Estás ahí?

-¿Quién eres?-preguntó una voz ronca y varonil.

Sí, era él, sin duda. Sintió una corriente de electricidad por su espina dorsal y sonrió como hacía años que no hacía. De repente se sintió con fuerzas para poder volver a empezar, y cuando él encendió la luz y se plantó enfrente suya, hermosa y radiante como sólo ella podía estarlo, volvió a ser feliz por un momento.

No se paró a observarlo, pensó que no había tiempo, y sin poder ni querer evitarlo hizo desaparecer la distancia que los separaba y de dos grandes zancadas se abrazó a él. Escondió la cabeza en su pecho, oliendo su aroma, que ahora tenía un leve perfume de prisión y encierro, pero que en esencia era el mismo. Notó su mano acariciando su cabello, antes largo y recientemente cortado.

-Hola-le saludó secamente, pero ella le correspondió con otro achuchón que le hizo reír.

-Te he extrañado- susurró con voz temblorosa ella, mientras seguía aspirando el olor de su camiseta.

-¿Cómo has conseguido que te dejen entrar aquí?-le preguntó él extrañado mientras la cogía de la cintura y la dirigía hacia el camastro que había en una de las esquinas y que ocupaba gran parte de la habitación.

-Tengo mis contactos-sonrió ella observando los ojos grises tan cálidos en esos momentos- El apellido Malfoy todavía se respeta, querido.

-Gracias a Merlín-sonrió él también y la miró con expresión extraña, como esperando noticias. -Aún no sabemos nada- afirmó ella al ver la cara ansiosa de su esposo- Pero tu hijo está haciendo un excelente trabajo, créeme.

-¿Cómo está?

-Ya sabes como es, igual a ti. Sólo espero que este año no se meta en muchos problemas. Severus lo tiene en gran consideración.

El hombre rió y besó a la mujer en los labios, atrayéndola con pasión y dulzura, una dulzura que parecía imposible a ojos de todos, porque él era demasiado Malfoy para amar.

Y lo que nadie sabía era que hubiera dado la vida entera por esa mujer. Pasó la mano por su sedoso y pulcro cabello, acarició los párpados levemente caídos, las orejas diminutas decoradas con las perlas que él le regaló para su boda y que nunca se quitó. La nariz un poco respingona, que se arrugó graciosamente al pasar su dedo por ella. Los labios, deseables, con un leve tono de carmín. La barbilla, perfecta, como todo en ella.

-Te extraño.

Y esas palabras se perdieron en el aire cuando ella unió sus labios, deseosos de amar, y se desabrochó los primeros botones del vestido. Él apagó la luz y se perdió entre sus caricias, deseando no haber salido nunca de su casa....

Una hora después, montada ya en la barca que la llevaría la otro lado, dónde cogería un traslador de regreso a su confortable casa, Narcissa Malfoy volvió a ser presa de la pesadumbre. El tiempo compartido con su esposo le había parecido insuficiente y no sabía cuánto debía esperar para el próximo encuentro.

Suspiró y un leve vaho salió de sus labios sin restos de carmín. Se tapó instintivamente el cuello con la gabardina, dónde su flamante marido le había dejado dos recuerdos grabados. Sentía frío en el alma, frío en las mejillas y frío en el corazón.

Recompuso su maltrecho maquillaje con un movimiento de varita, se secó las ínfimas lágrimas que recorrieron sus mejillas y puso la misma sonrisa de autosuficiencia que se le caracterizaba. Volvía a ser Narcissa Malfoy, la más bella de los Black.

&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&& &&&&&&&&&

Por fin he terminado esta historia que me rondaba la cabeza desde hacia tiempo. Al principio iba a ser un Ginny/Draco, pero en cuanto fue cogiendo forma vi que era mejor un Narcissa/ Lucius, y ya que es el primero...no sé como quedó.

Quizá haga otros dos capítulos, uno de Bellatrix y otro de Andrómeda, pero aún no estoy segura.

Un beso a todos.

Angela