La voz estentórea de Saga, vestido con su impecable armadura dorada, resonó en el salón donde se realizaba la audiencia. Impolutas columnas blancas realzaban el tono marmóreo del suelo y de las paredes, allí, sentado frente de él, en pleno consejo, tres hombres de gran poder presenciaban y escuchaban las palabras del Santo de Oro de Géminis, defendiendo a su hermano: En medio, y con su actitud siempre serena, El Patriarca, con traje blanco ceremonial y casco enmarcado en dorado prestaba su atención a cada sílaba, a cada gesto que Saga hiciera. Tras él y a su derecha, como siempre, de pie, el imponente doble de El Patriarca, su sombra fiel: Arles, que recibía el nombre ceremonial al mismo tiempo que Shion, en actitud parecida pero un tanto más reservada que la del venerable anciano, al pendiente siempre del lenguaje corporal de su Señor y amigo. Y a la izquierda del Patriarca, el recién nombrado Santo Dorado de Sagitario: Aiolos, mejor amigo de Saga y su casi hermano, el cual, observaba con desdén hacia atrás de Saga, donde se encontrara su hermano gemelo, Kanon, con gesto de fastidio. Su imponente armadura dorada brillaba tanto como la de Géminis.

Sosteniendo el casco de su armadura con su brazo derecho, Saga lo depositó en una media columna, al tiempo que proseguía con sus palabras.

"Mi Señor, te pido perdón" decía Saga con convicción. "El comportamiento de Kanon en este último año ha dejado mucho que desear, pero compréndelo, como yo lo hago, es su ira y su frustración las que hablan por su boca, él tiene el poder de convertirse en un Santo de Athena, todo es cuestión de que se le brinde la oportunidad..."

Aiolos suspiró fuertemente en una actitud de franco rechazo ante la idea. ¿Kanon? ¿Santo de la diosa Athena? En todo el tiempo que tenía de conocerlo, jamás había mostrado un comportamiento que pudiese ser llamado honorable y mucho menos digno para portar una armadura... para sus adentros se preguntó qué armadura podría aceptar a tal portador.

El movimiento de Aiolos no pasó desapercibido, ni para Saga, ni para Shion , ni para Kanon, el cual entrecerró sus ojos con profundo desprecio.

"Saga... hermano" respondió Aiolos con voz tranquila. "El Maestro y todos los aquí reunidos sabemos que Kanon es un ser de poder extraordinario, pero su actitud conforme ha pasado el tiempo, no ha demostrado que haya aprendido las virtudes que nuestra diosa exige a sus Santos: la tolerancia, la disciplina, el respeto y la compasión, son palabras que no entran en su vocabulario."

Shion, Arles y Saga observaron al Santo Aiolos mientras hablaba y exponía su punto de vista, al tiempo que se ponía de pie para hablar.

"Ya hace un año que obtuviste en justa lid la Armadura de los Gemelos, y todo lo que han obtenido, tanto tú como nuestro venerable soberano, son insultos y descalificaciones... ¿ acaso no ha llegado hasta hablar mal de ti?" Preguntó cuestionante.

Saga por pura respuesta se mordió el labio inferior lleno de vergüenza. En los pasados meses, Kanon había iniciado una campaña de desprestigio en su contra, al acusarle de ser un hombre que guardaba un alma tormentosa y motivos no muy honestos para portar la armadura. Desgraciadamente, para Kanon, esta campaña se había vuelto en su contra, ya que nadie creía que el Santo que había salvado a Shion delante de toda la comunidad del Santuario, pudiera guardar un corazón tan malévolo y tan impío... y en verdad, muchos se llegaban a preguntar como podía haber dos hermanos tan parecidos y tan distintos a la vez.

"¡Bah!" espetó Kanon desde detrás de Saga con desprecio al oír las palabras proferidas por Aiolos. "Esto es una pérdida de tiempo." Dijo en voz alta.

Saga, abriendo los ojos sorprendido se volvió hacia su hermano mayor, como pidiéndole que guardara silencio, que no colaborara en contra de su causa, sino que cooperara para poder ubicarlo en un lugar digno dentro del Santuario.

"¿Crees que me conformaría con una armadura de Plata, Saga?" preguntó burlón Kanon. "¡De ninguna forma! Toda mi vida peleé por obtener la misma armadura que ahora ostentas orgullosamente. Es imposible que me conforme con algo menos, es obvio que todos han caído engañados por tu personalidad y tus palabras... pero también sabes que yo no... que de ninguna manera puedes engañarme pues conozco tu verdadera naturaleza..."

Saga lo miró con dolor. Con vergüenza. Su propio hermano lo había hecho dudar en el pasado, y ahora se lo recriminaba. ¿Acaso este había sido su plan todo el tiempo? En verdad, ahora pensaba diferente a como lo hiciera tan sólo un año antes, sin embargo, intentaba aferrarse a su fe y sus principios. Un esfuerzo arduo que lo desgastaba y que le estaba ocasionando trastornos. Se sentía enfermo.

"¿Lo ves?" interrumpió la voz de Aiolos los pensamientos del Santo de los Gemelos. "Además es un malagradecido contigo, ni siquiera coopera contigo y ni agradece el esfuerzo y el riesgo al que te expones al venir ante nuestro Maestro para pedirle que piense seriamente en otorgarle una armadura de plata..." y mirando con desdén hacia el hermano mayor de Saga, Aiolos concluyó: "Kanon es una causa perdida, Saga... hasta para sí mismo."

[B]CRÓNICAS ZODIACALES: GÉMINIS: REVOLUCIÓN

CAPÍTULO IV: MENE, MENE TEKEL[/B]

Con gracia regia, Aiolos se sentó tras haber dicho sus palabras, dejando una estela de emociones en Saga, una de incomprensión, si bien no esperaba que su mejor amigo le respaldara del todo, al menos esperaba que no se interpusiera en sus propósitos.

"¿Porqué, Aiolos?" preguntó Saga adolorido viendo a su mejor amigo sentarse.

El Patriarca habló al fin.

"Aiolos, yo, como Saga, no considero que Kanon sea una causa perdida..." dijo con voz augusta. "... Sólo pienso que está un poco extraviado del camino. Sin embargo..." Dijo al tiempo que se volvía hacia el Santo Dorado de Sagitario. tú, considero que Kanon no muestra las virtudes que todo Santo de Athena debe de ostentar con orgullo."

Todos escucharon atentos a las palabras del máximo representante de Athena en La Tierra, y regidor del Santuario de la Diosa de los Ojos Grises.

"Ciertamente, Kanon es un ser poderoso, tanto como para haber aspirado en alguna ocasión a portar el máximo honor que un creyente de nuestra Diosa Justa puede portar: la armadura dorada. Sin embargo, Kanon..." dijo volviéndose ahora hacia el hermano mayor de Saga. "... Portar una armadura de Plata no es menos honroso, ni menos digno, pues es el servicio a Athena lo que debe impulsar nuestras ansias y nuestros deseos, si acaso llegases a usar una armadura de dicho grado, no te haría menos valioso ante los ojos de nadie, siempre que abrazaras la causa de ella..." dijo al tiempo que alzaba el brazo y señalaba un icono de la diosa sapiente que parecía estar en todos lados, en cada rincón de este Santuario.

Las carcajadas de Kanon fueron la respuesta que este joven diera a las palabras benévolas del anciano. Arles sorprendido se irguió indignado, pero para ninguno de los demás asistentes esta reacción resultaba sorprendente. Saga comenzaba a creer las palabras que hubiera recién pronunciado Aiolos.

"Kanon..." se lamentó en sus pensamientos Saga. "Eres un hombre que destila hiel y amargura... hermano, ¿No te das cuenta que el único que se daña de esa manera eres tú mismo?"

Kanon dejó de reír escandalosamente. El silencio cayó en la sala. Tenso. Kanon habló.

"¿Dices que nada me desmeritará portar una armadura de menor rango que la dorada cuando toda mi vida he luchado por ella? ¿Cuándo ella era mi destino? ¡Y no intentes negarlo, Patriarca...! La armadura de Géminis es mi destino... ¡yo era el verdadero dueño de ella desde que nací en esta era! De no ser por mi hermano, yo estaría ahora mismo, usándola, saboreando su poder, enseñoreándome, tal y como ahora hacen ustedes ante mí... ¿les parece un acto digno? ¿Humilde? ¿Pavonearse delante de mí, una víctima que fue despojada de su propio derecho, con aquello que más ansíaba? ¿Es esta la clase de misericordia que la diosa quiere que sus Santos practiquen?" Y escupiendo, Kanon dijo. "¡Guárdense su piedad entonces! ¡No la necesito!"

Aiolos, indignado, no pudo soportar más la actitud del hermano mayor de Saga y se puso de pie haciendo arder su Cosmo.

"¿Qué palabras has dicho?" preguntó indignado el Santo de Sagitario. "¿Te has vuelto loco al renegar y blasfemar de esa manera contra los dioses y contra sus representantes en La Tierra? Tus insultos han alcanzado un nivel intolerable..."

La indignación en el rostro de Aiolos era evidente, y tal arranque comprometía la seguridad y la paz de la audiencia. Kanon lo miró retadoramente de vuelta, e hizo a su vez, arder su Cosmo.

"Tú siempre has sido un tonto, y morirás siéndolo, Aiolos" sentenció Kanon con profundo desprecio. "Tu virtud es la de estar siempre en el lugar y momento más inoportunos... eres tan molesto como ridículo, con tus aires de grandeza y santidad inmaculada..." y lanzando su Cosmo en un aura ofensiva, Kanon dijo. "Al menos sabemos ambos, tú y yo, que nos odiamos, que nos despreciamos, que no nos soportamos."

Aiolos, olvidando por un momento el lugar, se preparó para lanzar de vuelta una onda de viento impulsada por su Cosmo, cuando, de manera inesperada, un Cosmo más se agregó al de Kanon para agredirle... ese Cosmo no era otro que el de...

"¡Saga!" exclamó en su mente Aiolos sorprendido viendo hacia su amigo. "¿Qué haces?" Se preguntó con confusión.

Saga, observándolo fijamente dejó que el Santo de Oro de Sagitario se tranquilizara, al tiempo que Arles intervenía.

"Caballeros, este acto es por demás vergonzoso, se están exponiendo ante Su Santidad, sin contar que le están exponiendo a él."

Saga tomó control de la situación.

"No lo hemos olvidado, Arles" dijo con un dejo de desprecio al mencionar el nombre de la sombra de El Patriarca. "Mi reacción ha sido para calmar los ánimos, pues es evidente que, aunque Aiolos está defendiendo su punto de vista y a nuestra Señora, iba a ser el primero en agredir de manera seria a alguien que se encuentra dentro de este recinto..." dijo al tiempo que volvía su vista hacia Kanon. "Y tú ya puedes ir guardándote tu Cosmo para una mejor ocasión, aquí no estamos en una arena de combate, Kanon. No peques de aquello que acusas, de ser ridículo."

Kanon escuchó a su hermano con una sonrisa cínica. Levantando sus hombros en gesto de indiferencia, dejó de quemar su Cosmo.

"Como digas, yo lo único que quiero hacer es salir de aquí y terminar con esta obra trágica que te has empeñado en montar hasta sus últimas consecuencias."

Volviéndose hacia Shion, Saga bajó la vista y concluyó.

"Estoy de acuerdo con él, mi Señor, ofrezco una vez más disculpas en su nombre y en el mío, por haberlos expuesto a una situación tan intolerable como esta. Retiro mi petición en este momento."

Aiolos escuchó las palabras de Saga con un dejo de satisfacción. Al menos su amigo parecía haber abierto sus ojos al fin ante la realidad de su hermano. Kanon no merecía la intercesión de alguien como Saga, no cuando no era uno de sus intereses ser perdonado, hasta ahora, todas las disculpas habían venido de parte de su hermano menor.

Shion asintió ante las palabras de Saga al tiempo que volvía a intervenir.

"Lo ocurrido aquí sólo demuestra dos cosas. La primera, que Kanon sigue siendo un hombre de gran poder, y que no es conveniente en estos momentos que salga de El Santuario." Volviéndose hacia él, Shion prosiguió con sus palabras. "Quizá con un poco más de tiempo, Kanon pueda reflexionar sobre las ventajas de portar una armadura al servicio de la Diosa, es un hombre poderoso, y siendo tu hermano, seguro tiene el potencial de llegar a ser un honrado Santo de Athena."

"Veré porque así sea, mi Señor" dijo solícito Saga al tiempo que escuchaba las palabras de El Patriarca. Kanon levantó las cejas harto.

"La segunda..." continuó con su discurso Shion. "Es que es un hombre indisciplinado, y que no tiene respeto por nada y por nadie, y esto, podría mandar un mensaje erróneo a todos los guerreros que ya entrenan aquí... dejar que siga demostrando la conducta que muestra sería mandar un mensaje erróneo a los demás de que aquí, ni hay autoridades, ni hay disciplina, por lo que he tomado una decisión: Queda estrictamente prohibido quemar Cosmo en áreas de convivencia dentro del Santuario, con excepción de aquellas que estén destinadas en su totalidad, a ser de entrenamiento."

"¿Lo has entendido, Kanon?" preguntó Arles con tono severo al hermano mayor de Saga.

"Esto va para todos." Interrumpió Shion. "Va tanto para Kanon, como para Saga y como para Aiolos, que han expuesto su poder en un momento inoportuno. Todos, sin excepción, deberán acatar mis órdenes a partir de este momento."

"Si, Señor" dijo Arles al tiempo que bajaba la vista, demostrando pena por la corrección que recibiera de parte de su maestro.

Tanto Aiolos como Saga bajaron también sus vistas, en actitud humilde. Kanon, volviéndose hacia Shion cuestionó.

"¿Eso es todo? ¿Ya me puedo ir?"

"Puedes hacerlo" dijo El Patriarca asintiendo serenamente.

Kanon se movió al fin, y antes de salir escuchó la voz de Aiolos que le decía en tono firme:

"Te estaré vigilando, Kanon..."

Kanon se volvió lentamente con una sonrisa retorcida, para luego salir por la puerta de la Sala. Aiolos miró con ceño fruncido a la puerta. Tras unos momentos, sintió la mirada de Saga, el cual lo miraba con gesto duro.

Shion y Arles se movieron al fin. El primero, poniéndose de pie, listo para irse junto con Arles hacia el Palacio Papal. De no ser por el aura diferente de poder que ambos emanaban, se pudiera haber pensado que fueran hermanos... un rumor, que entre la gente común del Santuario se había comenzado a expandir, y que comenzaba a darse por cierto.

Cuando se habían ido ya, Aiolos bajó del estrado donde se encontraba para acercarse a Saga, el cual, sosteniendo su casco de la armadura que aún reposaba sobre la media columna en actitud de derrota, disponía a irse.

"¡Saga!" dijo al fin Aiolos, con tono firme.

"No tengo humor, Aiolos" fue lo que obtuvo de respuesta de parte de su otrora, siempre feliz amigo. Desde que asumiera el cargo de Santo de Athena, la aparente alegría que Saga tenía antes había desaparecido misteriosamente, como si algo le pesara demasiado, tanto como para borrar su sonrisa.

"Amigo... lo lamento." Fue lo único que acertó a decir Aiolos ante el rechazo franco del Santo de Géminis. "Comprendo lo que es querer a un hermano, y querer su bienestar, pero, Saga..." dijo finalmente Aiolos con gesto apenado. "...Debes de abrir los ojos. ¡No te dejes engañar por tus sentimientos!"

Saga volvió su cabeza hacia Aiolos sin moverse más, en un gesto serio que parecía cuestionar.

"¿Qué quieres decir?" preguntó al fin.

Aiolos, al escuchar la pregunta, respondió.

"Desde que ganaste el derecho de portar esa armadura, desde que asumiste el hecho de ser un Santo de nuestra diosa Athena, nuestras motivaciones personales han quedado hechas a un lado. Debemos preocuparnos por el mundo y por la protección de la Diosa... ¡Lo que pides es arriesgar a la Orden y al Santuario!"

Saga volvió su rostro una vez más al casco de Géminis y bajando la cabeza, replicó a las palabras del Santo Dorado de Sagitario.

"Todos cometemos errores, Aiolos" fue su única respuesta. "Todos los hemos cometido en algún momento ¿no es cierto? Todos hemos dicho o guardado cosas que debimos de haber dicho en el momento adecuado... ¿no es verdad?" preguntó Saga al recordar que, siendo aún ahora la fecha, Aiolos jamás había comentado el hecho de haber sorprendido a Kanon bajar de la Colina Estrella.

Extrañado ante ese cuestionamiento y ese argumento, por demás fuera de lugar, Aiolos movió su cabeza en un gesto de extrañeza para responder.

"¿De qué estás hablando, Saga?"

Saga se sonrió levemente, descalificándose en su mente y adoptando una postura más relajada.

"Supongo que de nada importante" dijo al final. Tomando entre sus manos el casco y poniéndoselo finalmente sobre su cabeza, Saga concluyó. "Me retiro ahora, amigo."

La capa blanca de la armadura de Géminis flotó detrás de los pasos de Saga cuando su andar fue interrumpido una vez más por la voz de Aiolos.

"Saga..." dijo una vez más en tono conciliador. "Sé que aceptar la idea te está siendo difícil, pero mi interés es únicamente en la Diosa y en el bienestar de su comunidad. Kanon es un hombre peligroso, difícil de controlar..." Saga prosiguió sus pasos, ignorando las palabras de Aiolos, palabras que, por lo demás, le habían quedado ya claras desde un comienzo. "Siendo que es una tarea que comprendo se te dificulta, yo vigilaré a Kanon, amigo..."

Saga se detuvo ante la puerta y volvió su rostro cubierto por la máscara del casco, al tiempo que decía:

"No, Aiolos, tú no harás nada previniendo a Kanon..." dijo con un tono que Aiolos no supo interpretar si era una amenaza o una petición. "Yo lo haré, gracias." Dijo entonces, esbozando algo parecido a una sonrisa, enmarcada por un par de máscaras, para salir del recinto, dejando un eco detrás de él, al cerrarse las puertas, y a un solo Santo de Sagitario totalmente desconcertado.

Protegido de los rayos solares, Saga pudo dejar de hacer cualquier gesto al salir del recinto. Con gesto grave, miró a su alrededor y vio a un joven que lo miraba interrogante. Ningún rastro de Kanon ni de su acompañante en los últimos días, el llamado por todos Máscara Mortal.

Sintiendo la mirada del joven espigado ante el, Saga detuvo unos momentos sus ojos en el. Gesto que Shura aprovechó para acercarse a un hombre al cual había llegado admirar y que deseaba emular desde su acto heroico en su pelea por la lucha de Géminis.

"¡Señor Saga!" dijo acercándose con gesto alegre. "´¡Es un privilegio poderle observar tan de cerca, señor!" exclamó alegre el joven ibérico. Saga lo miró sin hacer ningún gesto que denotara emoción alguna. Serio, escuchó cada palabra del explosivo capricornio que le veía como se ve a un ídolo. "¡Desde que lo vi pelear en la arena por la armadura, Señor, supe que usted sería el indicado! ¡Quiero que sepa que mi deseo más grande es llegar a ser algún día como usted o como el Señor Aiolos!"

Saga miró fijamente a Shura tras estas últimas palabras, sin cambiar ni un poco sus facciones, ensombrecidas ahora por el extraño casco dorado. Shura borró su sonrisa cuando Saga prosiguió su camino tras unos momentos, ignorándolo, sin hacer ningún comentario. Shura lo miró extrañado.

"¡Vaya pero qué hombre tan enigmático! Su máscara demuestra más emociones que el mismo..." dijo Shura preguntándose si acaso todo lo que este casco mostraba era solo rostros sin habla. Observó como el Santo Dorado de Géminis tomaba camino hacia el Camino Zodiacal o de las XII Casas, sin prestar atención que era ahora Aiolos el que salía del recinto.

"¡Shura!" exclamó sorprendido Aiolos al encontrar a Shura, el cual se había vuelto en los últimos días, alguien que le seguía para todas partes, incluso más que su propio hermano Aioria, el cual seguía confinado al área de entrenamiento general.

Sorprendido ahora Shura, se volvió rápidamente para mirar a Aiolos. Sonriendo le dijo.

"¡Señor Aiolos! ¿Qué pasó allá adentro?" preguntó al ver el mismo rostro serio que observara minutos antes en Saga. "¿Acaso El Patriarca les regañó?"

Aiolos lo miró. Cuatro años de diferencia eran ahora el mundo. Pero pronto sería el momento en que este joven pudiera ser un compañero de Orden, uno que, se había ganado su simpatía por la lealtad y coraje que ponía en sus entrenamientos. Shura no dejaba de sorprender a Aiolos, al observarlo practicar de manera aislada, aún cuando los entrenamientos cesaban, orando consagrado a la diosa Athena todo el tiempo... en verdad era admirable la lealtad de éste.

"No exactamente" respondió Aiolos al tiempo que emprendía su camino junto con Shura. "Pero digamos que fue bastante desagradable."

"Le creo" respondió Shura afirmativamente. "Solo hay que verles las caras para adivinar eso, antes de usted salieron esos hermanos que lucharon por la armadura de Géminis, el primero, el perdedor, salió con una sonrisa, pero tan pronto llegó afuera la borró y se dirigió al área de entrenamiento junto con ese desdichado de Máscara Mortal..." dijo Shura con antipatía. "Luego salió el otro, el Santo de Géminis... ¿en verdad ese hombre es su amigo, Señor Aiolos?" preguntó asombrado. "¡Es un hombre muy misterioso! Nunca demuestra emoción... ¿acaso sólo lo hace en los momentos de pelea?" preguntó Shura recordando la magnífica pelea entre Saga y Zarkón hacía ya casi dos años.

El rostro de Aiolos se ensombreció al escuchar las palabras de Shura. ¿En verdad Saga era su amigo? Desde que obtuviera la armadura de Géminis, Saga había tomado un rumbo diferente al que había recorrido antes, su carácter, antes franco y alegre, se había tornado generalmente en una mueca sin vida, que difícilmente demostraba cualquier emoción, sólo ocasionalmente ésta mostraba una sonrisa, pero no era como la de antes, franca, abierta, espontánea, ahora era estudiada, forzada, amable al punto del esfuerzo.

"Saga es un hombre muy difícil de comprender últimamente, Shura" respondió Aiolos con tristeza. "Pero antes no era así..." dijo con tono nostálgico, viendo hacia el cielo. "No sé qué clase de pesos carga ahora mi hermano en su alma, pero espero con sinceridad, que éstos pronto desaparezcan."

Shura miró a Aiolos sin comprender del todo lo dicho por éste.

El eco de los pasos de Saga retumbaron en la Casa de Géminis al entrar en ella. Totalmente ordenada y limpia, el Santo de Géminis caminó hacia los pasajes secretos que lo llevaban hacia su habitación. Iluminando con su Cosmo su camino, Saga no se molestó en encender las velas de la casa, las cuales estaban como nuevas.

En penumbras, y apenas iluminada, el menor de los gemelos ingresó a la intimidad de su habitación. En fuerte contraste con el exterior de la Casa, ésta parecía haber sido azotada por un viento enorme que la hubiera sacudido. Con hojas y más hojas de libros antiguos, Saga se despojó de su armadura, la cual se ensambló hasta formar la estatua de dos hombres, con rostros distintos: uno benévolo, uno malévolo.

Saga se dejó caer en su cama, sobre una gran cantidad de papeles.

"Mi Señora... heme aquí, una vez más, buscándote" (¿Y ya la encontraste?) Preguntó esa voz que comenzara a hablarle desde hacía un tiempo ya, y que se había convertido en su eterna acompañante. "No me dejes caer en la tentación, Señora..." suplicó Saga. (No le importa, Saga, para ello tendría que engañarte... ¿quieres eso?) "¿Engañarme" preguntó el gemelo atormentado. "¿Porqué todos callan cuando quiero que hablen? ¿Por qué hablan quienes quiero que callen?" (Porque somos seres liberados, Saga, somos seres que conocemos, lo que los otros se empeñan en ocultar. La verdad te ha liberado, ¿no lo agradeces?) "¡No!" dijo Saga llevándose las manos a la frente intentando taparse los oídos como para no escuchar esas palabras. "¡Quiero ser feliz, feliz como antes!" (Tú nunca fuiste feliz, Saga, y si lo fuiste, todo fue basado en una mentira... en un engaño.) "Pero ¡no me mintieron! Sólo callaron." (Eso es una forma de engañar, Saga... ¿Por qué lo ocultaron? Responde...) "¡No!" dijo Saga lanzándose a su cama. "¡No quiero!" (Responde...) Insistió la voz de su mente sin piedad. "¡Señora! Ilumíname con tu verdad!" (Responde Saga... has encontrado esa respuesta en tus múltiples visitas a Star Hill, ¿no es verdad?) Lanzando los pergaminos, Saga intentó pensar en su deber hacia su Diosa, en lo necesaria que le era un poco de paz, la paz que antes sentía. (¿No acaso has llegado allí contra todo pronóstico tuyo? ¿No acaso se suponía que los Dioses no te dejarían llegar hasta allá?) "Eso... no hace imposible que Kanon hubiera estado allí antes..." dijo Saga ante este pensamiento ¿o era una voz real la que le hablaba? (Claro que no, Saga, Kanon estuvo allí antes que tú, abriéndote la brecha para descubrir la verdad... esa verdad que te empeñas en no declarar...) "¡Cállate!" dijo Saga cerrando sus ojos, negando con la cabeza desesperado al tiempo que lloraba y adoptaba una posición fetal. (Esa verdad que te cuesta trabajo aceptar, porque te indigna... ¡te llena de coraje!) "Yo soy un fiel sirviente de Athena" Una carcajada resonó por la habitación, una carcajada que heló la sangre del gemelo. (¡Iluso!) "No soy una mascota... un juguete divino, condenado desde antes de mi nacimiento a participar en un juego interminable de Dioses, que no tienen respeto por la humanidad, ni por nuestro derecho a autodeterminarnos..." (Por fin lo has dicho, por fin te atreviste a aceptarlo...) "¡No! ¡Yo no he atentado contra la Diosa!" (¿Seguro, Saga?) "¡Sí!" dijo poniéndose de pie resuelto. "¡No lo he hecho!" (Y entonces... ¿cómo le llamarías a lo que ves a tu alrededor, Saga?) Abriendo los ojos, Saga miró a su alrededor, a la cantidad de tomos saqueados de Star Hill, al icono de Athena roto a sus pies. Saga suspiró fuertemente y dejó de aplicar presión a sus sienes. Sí, él había atentado contra la Diosa Athena. Su rostro, vuelto hacia el otro lado, separado de su cuerpo, en uno de esos arranques de furia que había tenido lleno de decepción, de frustración, por que le falló. ¡Todos le fallaron! Y entonces, las lágrimas calientes, de humillación y vergüenza acudieron a sus ojos sin invitación, y tirando sus brazos hacia los lados, Saga se arrodilló, lleno de remordimiento a recoger la cabeza de la estatuilla, al tiempo que la abrazaba y la llevaba a su pecho con desesperación. Lloró. Como un niño perdido. Lloró como un hombre rechazado. "Aiolos se equivocó, Athena... no es Kanon la causa perdida..." dijo al tiempo que sollozaba. "La causa perdida... soy yo."

"¡Maldito hijo de una perra lemuriana!" gritó Kanon al tiempo que partía con intensidad a su paso, varias rocas, en las cercanías de las afueras de El Santuario. Observándolo de lejos, Máscara Mortal, suprimió un temblor interno.

Kanon estaba furioso. Sin embargo, esto era natural en él, desde que le conoció, era el estado de ánimo que siempre había mostrado, y el rostro que enseñaba a los demás, el que todos conocían. Pero el sabía más, pues Kanon era su amigo, además de ser su maestro, el único ser que le había enseñado hasta ahora la realidad.

"¡Y ese maldito bastardo, Aiolos!" gritó con más fuerza Kanon con gesto perdido. "¡Debí de haberlo matado cuando tuve mi oportunidad! ¡Ahora al menos no tendría que haber soportado sus miradas desdeñosas, su desprecio auspiciado por todos... ¡hasta ese maldito Arles tuvo el descaro de hablarme en tono paternal! ¡Maldito sea!" gritó al tiempo, que Kanon partía una columna.

El sol comenzó a ocultarse tras las nubes. La tarde caía ya sobre Grecia.

"Prohibir y atentar contra mi propio poder, ¿puedes creerlo, Máscara Mortal? ¡Me temen!" dijo con un cierto aire de orgullo. "Saben que soy necesario, que mi clase de poder en su contra podría ser un error que les llevaría a perder esta guerra... ¡Yo seré determinante en el resultado de esta Guerra! Pésele a quién le pese..."

Kanon dejó de hacer brillar su Cosmo y se volvió hacia Máscara de la Muerte que lo observaba en silencio, con una sonrisa que encubría su temor. Confiaba en Kanon. Pero a veces, le resultaba difícil poder confiar en nadie.

"El poder es lo único que importa, Máscara Mortal" dijo finalmente el mayor de los gemelos. "Es lo único absoluto, y ante lo que los Dioses y los hombres se rinden... todos son unas rameras que buscan el poder, ya sea el moral, ya sea el físico, pero siempre, quiere todo mundo tener la razón..." Con una sonrisa amarga, Kanon dijo. "Por eso, tener poder y no usarlo, es una tontería abominable, sólo comparado a aquello que la necia doctrina de El Patriarca y esa diosa mojigata llaman pecado."

"Sí, señor" respondió Máscara de la Muerte a estas palabras.

Kanon reflexionó momentáneamente pensando en su hermano. No podía decir que fuera un tonto como antes, no al menos con la seguridad que tenía hacía un tiempo.

"Saga..." dijo en voz alta. "¿Por qué ocultas la verdad? Yo sé quien eres, sé que has cambiado, no está en tu discurso la palabrería barata de los libros doctrinales, te has convertido en una efigie tan hueca como lo son todas esas estatuas de Athena... has cambiado hermano... ¿Pero de qué forma? Yo sé que algo te atormenta en tu interior..."

Saga concluyó de pegar la estatua de la Diosa y la miró. Le faltaban algunas piezas, y seguro si quería ponerla de pie en su pedestal, tendría que utilizar una piedra para que no resbalara y cayera.

Saga se limpió una lágrima.

"Intentas ser el que algún día fuiste, Saga..." prosiguió Kanon su diálogo con su hermano ausente. "Pero es tonto negarse a aceptar lo que somos... seres con necesidades y planes propios... seres que hemos nacido para ostentar aquello que nos regalaron los Dioses."

Saga terminó de apoyar la estatua en la piedra y cerró los ojos en actitud de humilde oración. Pidió perdón por su actitud. Por su duda. Por su atrevimiento de blasfemar contra lo que conocía de ella...

Lo que conocía de ella. Saga bajó la vista y vio un pedazo de papel tirado con su propia letra. En trazos aparentemente vehementes, se podía observar que cuando lo escribió no estaba bien.

"¡No soy un títere, yo quiero más!"

Se leía en la leyenda escrita por él. Saga cambió su gesto, por uno que demostró total enojo, y miró de vuelta a la Diosa.

Kanon sonrió y dijo.

"Quizá, cuando lo termines por aceptar, Saga, encontrarás una nueva clase de propósito, de paz, y entonces me buscarás, hermano, porque sabrás que los Dioses no nos condenaron a separarnos, sino que nacimos juntos para desafiar a los Dioses... ¡para cambiar las reglas de sus juegos!"

Saga tomó con gesto sereno la estatua de Athena y la acercó una vez más a sus ojos. El mismo gesto, benévolo o indiferente de la Diosa lo miraba, con una sonrisa amable, con una sonrisa idiota. Y abriendo los ojos una vez más con furia, destrozó haciendo polvo la figura.

El sol terminó por ocultarse.

Observando fijamente las sólidas paredes del Palacio Papal en la base del Camino Zodiacal, Saga suspiró profundamente. Cada vez que era requerido para una audiencia con el Patriarca últimamente, se sentía intranquilo.

Lejos estaba ya esa sensación de gusto que le invadía en los años anteriores a su conversión en Santo de Oro de Athena por ver a su maestro y beber de su sabiduría, en aquel entonces, tomada como ilimitada. Ahora, esa sensación había sido sustituida por la incertidumbre de saber si había sido descubierto en sus múltiples visitas a la Colina de la Estrella, a sus continuos saqueos de material prohibido para todo aquel que no fuera un Patriarca, o temiendo quizá, recibir de nueva cuenta el reporte de algún abuso en la conducta de Kanon. Todo era ahora preocupación cada vez que era hora de visitar al máximo de los Caballeros de Athena.

Al subir los escalones del edificio, Saga se encontró a la entrada de éste, guardado por cuatro guardias, a su amigo Aiolos.

"¡Saga!" le saludó el Santo de Sagitario al verle con genuina alegría. "¡También te ha llamado a ti!"

La sorpresa de Saga no fue demostrada evidentemente, pero sí, por un momento, su paso firme y seguro se detuvo ante el encuentro inesperado.

"Aiolos, que Athena te bendiga." Fue lo que devolvió Saga como saludo a su antiguo compañero de entrenamiento. "Lo mismo te deseo, amigo" respondió Aiolos finalmente. "Pues no llegamos tan temprano como quizá el Patriarca hubiera deseado"

Dijo al tiempo que los guardias abrían paso a los dos prominentes hombres. Saga pudo sentir una mirada furtiva de parte de ellos, ya que su relación con Kanon era algo que lo ponía ante el escrutinio público, de no ser porque Kanon jamás se presentaba en ese Palacio, con toda seguridad las medidas de seguridad para permitirle el acceso al Palacio serían mayores, o quizá se le exigiría que viniese siempre portando su armadura de Géminis.

"¿Para qué querrá vernos en esta ocasión?" preguntó Saga cambiando el tono de la conversación amistoso a uno más formal. "No es común que nos llamen a los dos juntos para reunirnos con él."

Aiolos prosiguió su camino junto con Saga mientras intentaba encontrar una respuesta.

"Sea lo que sea..." respondió finalmente tras meditar un rato su respuesta. "Ahora mismo vamos a averiguarlo."

Guardando la puerta del recinto final donde reposaba El Patriarca, una figura familiar les recibió. Ataviado con una máscara reluciente y un casco de tiara dorada, el imponente santo Arles aguardaba el arribo de este par de hombres. Al verlos, inclinó su cabeza de manera respetuosa a manera de saludo al tiempo que decía:

"Que Niké les corone, valientes Santos de Athena"

"Que Niké te corone, Arles" respondió atento Aiolos, mientras que Saga devolvía el saludo con una discreta inclinación de cabeza. "¿Para qué nos ha mandado llamar Su Santidad con tanta urgencia?" Preguntó el Santo de Sagitario haciendo eco de las preocupaciones expresadas por Saga hacía unos instantes.

Arles se inclinó para abrir las puertas al tiempo que respondía descubriendo la espaciosa sala de Trono del Patriarca.

"No lo sé, amigo mío, en verdad yo mismo estoy sorprendido por la premura que se ha realizado todo, lo único que sé es que Su Santidad no se encuentra bien de salud esta mañana."

Estas últimas palabras dichas por Arles con tono preocupado, alarmaron a Aiolos, al tiempo que hacían que Saga abriera sus ojos inquieto... algo dentro de su mente, de su pecho se movió, parecido a la angustia de saber que su querido maestro pudiera encontrarse enfermo.

Al final del pasillo, en alfombra roja, el trono imponente del soberano del Santuario mostraba la figura cansada de un hombre mayor, que portaba un traje idéntico al usado por Arles. Los tres Santos de Athena se acercaron y se postraron ante el Patriarca.

"Su Majestad" saludó Arles servilmente. "Tal y como has pedido, los guerreros al servicio de la diosa nos presentamos ante ti."

Arles asintió a las palabras dichas por el Santo de Plata al tiempo que les pedía que se pusieran de pie.

"Por favor, de pie, mis amigos" dijo con voz cansada el hombre, que a pesar de todo, emanaba una paz infinita en su Cosmo. "Hoy no me encuentro muy bien por lo que puedo prescindir de los formalismos protocolarios."

Poniéndose de pie los tres Santos, Aiolos miró a Saga preocupado, el rostro del gemelo no decía nada de vuelta, ni siquiera un gesto de comprensión. Arles por su parte, subió al estrado para tomar su lugar de pie a la derecha del representante de la Diosa en La Tierra.

En silencio, los tres llamados esperaron con un poco de impaciencia las palabras del soberano sacerdote. Finalmente, tras una pausa que les pareció eterna, Shion habló al fin.

"Desde ayer había planeado el verles, hijos míos" dijo el Patriarca aludiendo de manera notable y única a Saga y a Aiolos. "Pero los acontecimientos que tomaron lugar ayer no me permitieron informarles a tiempo, así que no se sobresalten, todo está bien, perfectamente bien..." dijo al tiempo que emitía una pequeña tos.

"¡Señor!" dijo Arles inclinándose ante el Patriarca. El cual, sacudiendo la mano, rechazó cualquier intento de ayuda por parte de éste.

"Estoy bien, Arles, gracias." Dijo el Patriarca. "Es decir, creo que estoy como se supusiera que estuviera, finalmente, todo se mueve en preciso movimiento de destino y hasta mi salud es consecuencia de los Dioses."

Saga escuchó estas palabras con el ánimo de rebatirlas, pero decidió callar. No era el lugar ni el momento adecuado para iniciar una discusión, no enfrente de Aiolos y de Arles, en cualquier caso, que lo único que harían sería callarlo.

"Bien, como les decía..." prosiguió Shion "... el motivo de mi llamado había sido ya tomado en consideración hace unos días, el día de hoy que se ha repetido esta aflicción misteriosa que va y viene, no ha hecho sino demostrarme que este es el mejor momento para llevarla a cabo."

Pausa una vez más. Una pausa que parecían siglos. Ni siquiera un pensamiento cruzaba en las mentes a nadie de lo que el Máximo de los 88 Santos de Atenea diría en esos momentos, ni una ligera sospecha.

"Con la proximidad del nacimiento de Athena en esta Tierra, el Santuario de Athena se ve en la necesidad de encontrarse fuerte y bien guardado, ya que, sabemos, este hecho no significa otra cosa sino el advenimiento de una nueva Guerra Sagrada..."

A la mención de tales palabras, los tres hombres se pusieron alertas, aún el generalmente impasible Saga ahora demostró interés. Así que Las Guerras Sagradas iniciarían una vez más, en ese bizarro reflejo de Juegos Olímpicos, los Dioses habían decidido comenzar nuevamente las justas entre ellos.

"Como saben, soy uno de los dos supervivientes de la última Guerra, y yo de primera mano, conozco lo duras que estas pueden resultar y las exigencias que estas tienen para sus participantes. El Cosmo de la Diosa ayudará a proteger este lugar Santo, pero eso, hasta que ella tenga la edad suficiente y sólo tras haber recibido el entrenamiento adecuado que es responsabilidad de una sola persona..." y respirando profundamente prosiguió. "... Esa persona, es El Gran Maestro, en sí. De allí su título magisterial."

Abriendo los ojos, Aiolos y Saga escucharon estas palabras tragando saliva. ¡El Gran Maestro en persona entrenaría a la Diosa de las Guerras Justas!

"¡Maestro! ¿Usted conoce la fecha de la natividad de Athena?" preguntó asombrado Aiolos.

Shion, tras escuchar esta pregunta negó con la cabeza.

"No de manera exacta, sin embargo, es muy cercana, nuestros puestos en Cabo Sunion han comenzado a detectar un incremento de actividad en Atlantis, lo que significa que Poseidón será uno de los posibles participantes en esta Guerra, y con esto se abre totalmente la posibilidad de que Athena esté por nacer en los siguientes años."

Saga entonces habló.

"Si hay actividad en Atlantis y tenemos conocimiento de ello, este sería el mejor momento para atacar previniendo que la guerra se torne mucho más cruenta en el futuro, Su Santidad... ¡Permítame atacar Atlantis y así colaborar con una causa justa!"

A su mente vino el recuerdo de la existencia de la Daga hecha del metal de la Hoz de Crono... arma suficiente junto con su poder para poder terminar con esta guerra aún antes de que inicie. Con la Daga en su poder, podría equiparar el poder de la Armadura de Sagitario.

"No, hijo mío, no puede ser eso" respondió Shion a la petición de Saga. "Tal permiso no te lo puedo conceder."

Abriendo los ojos sorprendido, Saga preguntó:

"¿Por qué?"

Shion mirando hacia Saga respondió.

"No puedo arriesgar que un Santo de Athena, uno de los únicos dos que ahora tiene el Santuario, pueda resultar muerto en un ataque de esa naturaleza... El Santuario los necesita a ustedes vivos y preparados para formar a la siguiente generación de guerreros que combatirán junto a ustedes. ¿Te has puesto a pensar que justo lo que ahora mismo estás pensando puede ser exactamente lo que los enemigos de la Diosa esperan para entrar en el Santuario y destruirlo?"

Saga, sin entender bien a bien las razones, insistió en el punto.

"¡Pero Señor, cuando un Dios encarna en un niño es el momento en que más vulnerables son!" Exclamó. "Una guerra preventiva sería la respuesta para detener el sufrimiento y las catástrofes a las que el mundo tendrá que enfrentarse como consecuencia de una Guerra Sagrada..."

Shion volvió a interrumpir al Santo Dorado de Géminis.

"Precisamente porque es cuando un Dios encarna su momento de mayor vulnerabilidad, es preciso que El Santuario se encuentre protegido totalmente..."

Ahora fue Aiolos el que habló ante la respuesta de Shion.

"Mi Señor, comprendo que el poder asombroso de Saga sea necesario para mantener la seguridad del Santuario, pero seguramente el mío no es menos suficiente..." dijo con humildad y respeto a su amigo. "Seguramente yo podría encargarme de una misión de la naturaleza que exigiría una expedición a Atlantis y poder atacar el Santuario Marino, previniendo un capítulo de esta Guerra que se aproxima..." Saga observó a Aiolos con un dejo de celos... ¿Permitir que él fuera el que previniera esto cuando era su sueño el detener el curso de esta nueva maraña de acontecimientos?

Shion suspiró profundamente, quizá perdiendo algo de su paciencia, resultado de su padecimiento, al escuchar las palabras de estos jóvenes necios. Una vez más negó con la cabeza, y Arles agregó.

"Dejen que Su Santidad termine, por favor, Santos de Athena". El doble del Patriarca comenzaba a comprender las intenciones de esta charla, y su corazón se entristeció.

"Gracias, Arles" dijo Shion finalmente. "Hijos míos..." dijo una vez más El Patriarca volviéndose hacia los dos Santos Dorados. "Como les digo, ambos son necesarios para el bien de la Diosa y su Santuario, así como para el éxito de ella en esta guerra, son piezas fundamentales... ciertamente, en ambos existe un poder totalmente equiparable uno del otro, no podría decirles quién de ustedes es el más poderoso, en verdad." Declaró para sorpresa de Aiolos y para desánimo de Saga.

"¿Qué?" preguntó en su mente Saga sorprendido. "¿Compara el alcance del poder de Aiolos con el mío propio? ¡Está loco!" Exclamó negando en su mente la posibilidad.

"Sin embargo..." prosiguió Shion con su discurso. "... Aunque ambos son formidables, es solamente unidos como podremos llegar a tener la esperanza de poder ganar las batallas que hacen una guerra. Ustedes llevan el peso de la responsabilidad de esta tarea, mis hijos, puesto que será el siguiente Patriarca el que cuidará de las fronteras de este lugar Santo y del entrenamiento de la Diosa que amamos y veneramos con nuestras almas..."

Arles bajó su cabeza entristecido, su sospecha se confirmaba. Aiolos y Saga abrieron los ojos sorprendidos.

"¿Qué?" preguntó en voz alta el Santo de Sagitario. "¿El siguiente Patriarca?" Preguntó totalmente asombrado.

"¿Se va? ¿Se hace a un lado?" se preguntó Saga asombrado en su mente. "¿Acaso nos está diciendo que uno de nosotros será su sucesor en el Trono?"

Tosiendo un poco, El Patriarca prosiguió con sus palabras.

"En efecto, Santos de Athena, uno de ustedes dos deberá de asumir el papel de Gran Maestro, y bajo su mando, El Santuario deberá de fortalecerse con las semillas que he sembrado yo ya para que esta guerra sea exitosa. Mi debilidad y mis años, ponen en peligro al Santuario, mi Cosmo no es lo de antes, y alguien con un poco más de poder del esperado, podría traspasar las defensas del hogar de Athena. Eso nos pondría en peligro a todos, y provocaría un derramamiento de sangre terrible, peor quizá que si estuviéramos preparados, Saga, puesto que la mayoría de nuestros habitantes ahora mismo, no son Santos ni tienen aún el nivel necesario para enfrentarse a un enemigo poderoso."

Saga y Aiolos bajaron la vista comprendiendo el significado de las palabras y la negativa de Shion para intervenir en Atlantis.

"¡Su sucesor!" pensó para sus adentros Saga acariciando la idea que desde niño se hiciera. "¡Podría hacer algo más para poder hacer de este mundo un sitio mejor!"

Poniéndose de pie, Shion bajó los escalones que le separaban de los dos Santos Dorados, y emanando paz en su Cosmo de manera más concisa, les tomó de los hombros a cada uno inclinando su cabeza.

"La decisión de quien de ustedes dos será el que asuma mi lugar se las daré en un tiempo de ahora, pero, a manera de entrenamiento, debo de darles misiones por separado, Santos de Athena."

Tanto Aiolos como Saga, bajaron su vista e inclinándose dijeron.

"Estamos a sus órdenes, Señor"

Aiolos y Saga esperaron con la vista baja y los ojos cerrados las palabras que habría que decir el Máximo de los Santos de Athena. Aiolos, con expectativa. Saga, con emoción. Demostraría que era él quien debía de asumir el control del Santuario, exhibiendo una mayor capacidad.

"Aiolos, tú te encargaras de seguir entrenando a tu hermano dentro del Santuario, así como auxiliar en la defensa del Santuario de manera interna" dijo Shion con seriedad. Y caminando de vuelta al Trono, se sentó al llegar a este. "Y tú, Saga, te encargarás de vigilar a Poseidón desde Cabo Sunion. Será tu responsabilidad informar de la actividad, grande o pequeña que ocurra allí, para evitar una posible invasión de su parte..."

"Sí, Su Excelencia" respondió Saga sonriendo para sus adentros. "¿Tan cerca de Poseidón? Seguro que si se le había elegido para esta tarea era porque el Patriarca confiaba en que su poder sería suficiente para evitar que cualquier fuerza extranjera pudiera ingresar al Santuario ahora que su Cosmo estaba debilitado.

Volviéndose a poner de pie, Shion concluyó.

"Esto es todo lo que tengo que decirles por el momento, hijos míos. Regresen a sus respectivas casas y comiencen a llevar a cabo las misiones que les he encomendado. La Diosa y su Representante confiamos en ustedes, y sabemos que en cualquiera de ustedes dos, yo tengo un digno sucesor. Que Niké les corone." Fue su último saludo.

Asintiendo, tanto Saga como Aiolos se pusieron de pie, y se dirigieron afuera de la Habitación Patriarcal. Adentro, Shion se sentó al tiempo que Arles le cuestionaba.

"¿Está usted bien, Señor?"

Su preocupación era evidente, era la ocasión en que más débil había notado al Patriarca en años. Este asintió agradecido ante la preocupación de su amigo.

"Sí, sí, Arles, me encuentro bien, débil, pero bien" fue lo único que dijo.

"Señor" dijo Arles sin dejar pasar mucho tiempo como generalmente hiciera. "¿Creé usted prudente poner a competir a estos dos jóvenes por el puesto de Patriarca?"

Shion miró fijamente a su doble e ignoró su pensamiento de que quizá, el pudiera temer por la seguridad de uno de ellos ante esto. No, Saga no sería capaz de... Sorprendido, Shion calló a su mente y se acusó de sospechar de un Santo de la diosa.

"Ambos están acostumbrados a ello, amigo mío" respondió Shion rápidamente para dejar de pensar en sus sospechas.

Arles guardó silencio también, pero dentro de su pecho, sentía intranquilidad.

Afuera del Palacio Papal, el sol brillaba fuertemente. Aiolos y Saga, salieron serios sin pronunciar palabra, hasta llegar a la Calzada que los llevaría a sus respectivas casas.

"¿Te das cuenta de la magnitud de responsabilidad que se nos ha conferido, Saga?" preguntó Aiolos acertando al fin a expresar sus pensamientos. "¡Uno de los dos seremos Patriarca, amigo! ¡Y entrenará a la Diosa Athena! ¡Es asombroso!"

Saga bajó la vista con un ligero dejo de tristeza. Ante esto, Aiolos reflexionó que quizá Saga estuviera preocupado por lo que eso, al final, significaba respecto a Shion.

"No te preocupes, Saga..." dijo Aiolos con una sonrisa apenada. "Nuestro Maestro se ha ganado un lugar en los Campos Elíseos por su servicio a Athena. Además, no necesariamente eso significa que él esté anunciando su muerte, seguro que él vivirá durante mucho tiempo más..."

Saga volvió su rostro hacia Aiolos y le puso una mano en el hombro. Aiolos abrió los ojos asombrado, era la primera vez en meses que Saga manifestaba una emoción de ese tipo hacia él.

"¡Saga!" dijo abriendo los ojos y llevando su mirada de la mano de su amigo hacia su cara. Los ojos del Santo de Géminis demostraban tristeza.

Viéndolo de esa forma unos momentos, Saga al fin habló.

"No puedo dejar de notar, que las Parcas han diseñado un destino para mí que no es mucho de mi agrado respecto a las pruebas que debo de enfrentar, Aiolos." Dijo Saga con voz nostálgica. "Pues me pusieron a competir con mi hermano de nacimiento por la obtención de la Armadura para separarme de el, y ahora, me ponen a competir con mi hermano de espíritu por la obtención de un título..."

Las palabras dichas por Saga llegaron hasta lo más profundo de la mente de Aiolos, el cual, solo atinó a repetir el nombre de su amigo.

"¡Saga!" dijo en un susurro lleno de compasión por el dolor que experimentaba su amigo. "Hermano... ¡no temas! Conmigo no te ocurriría nunca lo que pasó con... Kanon..." dijo Aiolos apenado. "Yo estoy consciente de que eres tú más que probable el ganador de ese título, yo no te guardaré rencor."

Saga bajando su mano del hombro de su amigo, volvió a su actitud habitual de seriedad absoluta. Agregó.

"Quizá si ganara yo ese título... mi hermano podría recuperar el derecho de portar la armadura de oro de Géminis... un Patriarca deja su Armadura para acudir al llamado de Athena en ese servicio."

Aiolos abrió los ojos con sorpresa. ¿Kanon? ¿Tomando el lugar de Santo de Athena de Géminis? Una consecuencia que no había medido... ¡No! No podría dejarlo pasar, si tenía la determinación de hacer su mejor papel para realizar la labor de Guardián del Santuario para adquirir el título, ahora está lleno de convicción de que, era lo más beneficioso para El Santuario que él fuera el próximo elegido.

Bajando la cabeza tristemente, Saga encaminó sus pasos hacia el Camino Zodiacal despidiéndose con la frase que se usaba entre Caballeros: "Que Niké te corone... Aiolos".

"Sí, Saga, y que ella lo haga contigo." Respondió seriamente el Santo Dorado de Sagitario.

Ignorado por todos, un buitre sobrevoló la Colina Estrella. Inquieto observó cómo Saga encaminaba sus pasos hacia la Casa de Géminis.

Areópago. La Colina donde se había efectuado el primer juicio contra un Dios. Lugar de residencia de Ares, el juzgado.

"Ha llegado el tiempo adecuado para hacer mi movimiento... las piezas están dispuestas ya, para que la caída de Athena en esta Guerra se determine."

Sus ojos rojos, brillaron entre la bruma de humo y sangre que se respiraba en Areópago, fortalecida por la muerte de tantos guerreros en incontables guerras, entre Dioses y hombres desde los tiempos más remotos.

Saga ingresó a su casa aún meditando sobre las posibilidades que podría tener al adquirir el título de Patriarca. Acceso directo a la Diosa Athena, ¡Quizá aún había manera de rescatarlo todo! Si pudiese instruir a la Diosa de que en esta generación todo terminase, con un ataque frontal y decisivo, todos los engaños del pasado podrían ser olvidados... ¡Quizá escuchando alguien que pensara diferente a ella y adquiriendo estos principios podría pensar seriamente en terminar con esta cadena de sucesos desafortunados! Finalmente, la Daga y la Flecha de Sagitario se encontraban en su poder, siendo esta guerra dirigida con voluntad, podrían vencer a los enemigos del mundo...

Saga se detuvo en seco. Y miró a su alrededor. Abrió los ojos sorprendidos. ¡La Casa de Géminis!

"No estoy solo" dijo en su mente al notar una presencia ajena. Poniéndose en guardia, y llamando con su Cosmo a la armadura que era su derecho e insignia, Saga brilló en su Cosmo lanzando un llamado que se escuchó como una melodía de guerra. Ajustando sus vibraciones a las de su armadura, un fulgor irradió toda la casa lleno de la gloria que sólo este objeto sagrado podía transmitir. Ajustándose a su portador, la armadura cubrió por completo a Saga, Santo Dorado de los Gemelos mientras hacía brillar su Cosmo de manera amenazante. Detrás de él, apareciendo el aura de Cástor y de Pólux como sus guardianes, quienes lo acreditaban como un verdadero Defensor de la Diosa.

Caminando con cautela, Saga miró a su alrededor, extendiendo su Cosmo para detectar la presencia de un enemigo potencial.

"¿Quién eres?" preguntó finalmente con autoridad. "¿Qué cobarde eres para atacar entre las sombras? Si has llegado hasta aquí es para algo, enfrenta con valentía tu decisión y sus consecuencias, pues has retado a un Santo de Athena!"

Saga calló pendiente de cualquier cambio en la atmósfera. Aguzando sus sentidos para percibir el menor movimiento... lo que vino después, fue algo totalmente inesperado para él. El interior de la Casa de Géminis se llenó de un color rojo sangriento, al tiempo que su Cosmo era atacado con una intensidad inédita.

Saga se quejó con dolor. Sus sospechas habían sido confirmadas. La presencia que estaba en ese momento en la Casa de Géminis no era el de un enemigo común, ¿A esto se refería El Patriarca al hablar de un enemigo mucho más poderoso de lo que pudiera imaginarse?

Llamando a todas las fuerzas que tenía, Saga logró mantenerse en pie sin proferir ninguna queja. Un Santo de Athena tiene dignidad y no demostraría debilidad ante su enemigo.

"¡Sal!" ordenó Saga finalmente haciendo brillar sus ojos con un Cosmo dorado que salió desde lo profundo de su ser y extendiendo su aura. "¡Te lo ordeno!"

Una risa llenó el lugar sorprendiendo a Saga, el cual solo acertó a abrir sus ojos sorprendido. ¿Era la misma risa que le helara la sangre la noche anterior? No... esta era distinta, una risa llena de poder, y que le inquietaba de una manera mucho más efectiva que la escuchada la noche anterior.

Mirando a su alrededor, Saga sorprendido notó que los interiores de la Casa de Géminis habían desaparecido, para encontrarse en un llano rocoso y desértico, en donde el color rojo predominaba.

"¿Dónde estoy?" pensó algo asustado. "¡Ya no estoy en la Casa de Géminis! ¡Ya no estoy en El Santuario de Athena!"

Y entonces, comenzó a sentir esas presencias malignas, llenas de sangre y pensamientos violentos. Debajo de la roca donde se parara, en lo que conformaba el valle entre los dos montículos más prominentes, un mar de figuras grotescas aparecieron. Seres repulsivos cuyo mismo Cosmo maligno le rechazaban y le atacaban, mirándolo con sed de sangre, pero sin atacar.

"¿Qué está ocurriendo?" se preguntó asombrado. "¿Quiénes son ellos?"

Un trueno pudo escucharse, y entonces Saga sintió una presencia mucho mayor que la de todos ellos combinados. Una presencia tan tóxica para su Cosmo, que el Santo de Géminis tuvo que combatir con las ganas de vomitar que le invadieran.

"Saga" dijo una voz profunda e inhumana. "¿Quién crees tú que eres para ordenar a un Dios que se presente ante ti?"

Abriendo los ojos, Saga notó que esa voz venía justamente de delante de él, de la otra cumbre que sobresalía por encima de él. Ahí, de entre los iones de los rayos que caían, de una extraña tonalidad negra, y del humo de mismo color, Saga notó que una figura terrible emergía... ¿Un Dios? ¿Estaba ante un Dios?

"¿Quién eres tú que me llama por mi nombre? ¿Quién eres tú que osa invadir el recinto de Athena, la Diosa de la Guerra?" preguntó con valentía, sobreponiéndose al temblor que recorría sus interiores.

La figura lo observó profundamente mientras adquiría forma humana. Los ojos brillantes y rojos lo miraron fijamente, como estudiando su alma, su mente... un escalofrío erizó su piel.

"Yo soy Ares, dios de la Guerra, Santo de Athena. El verdadero Dios de la Guerra." Declaró con autoridad que hizo que las hordas que se encontraban en el valle se agitaran. "Y te he traído ante mí para hacerte una proposición."

Saga, escuchó estupefacto a esa voz que hacía vibrar hasta a su propia armadura. ¡Así que este era el Cosmo de un Dios! ¡Jamás lo había pensado! Era un Cosmo penetrante que... ¿tenía un olor?

"¿No dices nada?" preguntó satisfecho Ares ante el impacto causado en el Santo de Athena. "Haces bien en reconocer cuando debes de dejar hablar a uno que te supera en todo..."

"Silencio, Dios de la Guerra..." ordenó Saga firme, pero sin emoción. "Mi silencio no se ha debido la sorpresa que me hayas causado, sino por el hecho de que estoy calculando los motivos que te hicieron aparecer ante mí... porque una cosa es cierta, y que te quede clara, tú eres el que se ha puesto frente de mí y no al revés..."

El Cosmo de Ares vibró con ira, y una ilimitada cantidad de rayos negros cayeron alrededor del Santo de Athena, que brillando en glorioso dorado, no se movió, ni se inmutó. Las hordas horrendas se agitaron llenas de furia al percibir el enojo de su amo. Pero Saga, siguió sin demostrar ninguna emoción.

Ares tranquilizó su furia. Era evidente que no estaba atemorizando al Santo de Athena, y ésta entre otras tantas, era una de las razones por las que, en efecto, estaba realizando este movimiento, puesto que ahora no podía arriesgarse a destruirlo. Este hombre, estaba llamado a ser un elemento clave de esta Guerra. Un elemento de revolución... un caudillo, y como tal, no podía desprenderse del hecho de tener que convertirse en un asesino, un asesino de Dioses.

"Saga, te reconoces un hombre muy diferente del resto, sabes que no eres ningún común ser humano, y eso te lleva a portarte arrogante, ante tus iguales, como ante tus superiores..."

Saga, al fin demostró una emoción cerrando los ojos, y profiriendo una sonrisa cínica de manera descarada. Bajando el rostro, y congelando esa mueca burlona, Saga preguntó:

"¿Te dices mi superior y requieres de mi ayuda, Dios muerto?" preguntó con desdén.

Ares volvió a hablar con tono amenazante.

"No presiones tu suerte, hijo de humana, pues si bien reconozco tus habilidades, eso no te pone a mi altura. Un dios no "requiere" de nadie de manera total, hay más que me podrían servir, pero te he dado el privilegio de elegirte de entre todos."

Quitándose su casco, Saga se volvió hacia el Dios mirándolo de frente, sin desviar su mirada, en un gesto retador y altivo.

"No mientas, Dios de la Guerra... si quieres ganar mi atención, deberás de hablarme con sinceridad: la ruda del enemigo o la conciliadora del negociador. Pero si te empeñas en seguir hablando tonterías, estás perdiendo el tiempo, puesto que no te prestaré ni un segundo más de mi tiempo."

Ares una vez más desde este encuentro, tuvo que contener sus ganas de acabar con ese chiquillo insolente. Su aire autosuficiente le comenzaba a molestar, y para sus adentros se sonrió. Una vez que tomara su cuerpo, jamás dejaría que éste volviera a salir. Lo aprisionaría dentro de su propio cuerpo en castigo a los insultos que profiriera esta tarde.

"Bien, Santo de Athena, dado que has optado por la vía directa, tomaré el camino que pones. Bien has calculado, Saga, que mis intenciones son las de negociar. Hace unos momentos, me llamaste un Dios muerto, sin embargo, esto no es más..." ahora, Saga borró su sonrisa del rostro y miró fijamente a su interlocutor, prestando atención a cada palabra, y analizando en su mente cualquier sentido que se le pudiera dar a estas palabras. No caería en una trampa, si acaso el Dios de las guerras brutales pretendía hacerlo. "Mi alma inmortal vagó por el Inframundo esperando una oportunidad como la que se me ha brindado de salir y volver a encarnar. Tú eres el humano que ha nacido bajo la estrella favorable a mí, con las características de poder ser el vehículo en el cual encarnar mi viril magnificencia."

Saga lo observó fijamente y comprendió entonces la causa del acercamiento del Dios... ¡Deseaba renacer!

"Pero como entidad espiritual, carezco en estos momentos del cuerpo adecuado para poder llevar a cabo mis planes, Saga... ganar esta guerra y poner fin a estos sucios juegos... ¿Es eso lo que quieres, no es verdad?" preguntó Ares en tono tentador. "Piénsalo, Saga. Dentro de tu cuerpo, tendrías el poder de un Dios, y la mente de un Dios... ¡Tú ya eres formidable! De esta manera te convertirías en alguien invencible... ¡Nadie te resistiría! ¡Ni hombre, ni Santo, ni Dios...!" concluyó Ares.

Saga miró a Ares y recordó la sensación de ser observado que le acompañó en varias ocasiones. A veces, el atribuía esta sensación al mismo fenómeno de la voz que escuchaba en su mente, esa que le empujaba a situaciones límites, que le hacía decir lo que prefería callar... Era obvio que este Dios le conocía, y conocía el deseo de su corazón. ¿Era acaso tan transparente? ¿O era cierto que los Dioses eran omniscientes?

"¿Qué dices del ofrecimiento que te hago, Santo de Géminis?" preguntó el Dios finalmente al esperar un tiempo mientras dejaba pensar al humano. "¿Aceptas este don divino que te ofrezco?"

Saga guardó silencio un momento más. Y mirando de vuelta a Ares, le preguntó atrevidamente.

"¿Y qué pasaría si me negara, Ares?"

Fue la sencilla respuesta que hizo que los ojos rojos de Ares brillaran con furia. La paciencia de este Dios estaba siendo llevada a los límites. ¿Qué se creía este descarado? ¡Nadie rechazaba el ofrecimiento de un Dios! Mucho menos cuando ese Dios se trataba del Señor Oscuro: Ares.

"Mira hacia abajo, Saga..." ordenó por respuesta Ares, con voz estruendosa. "Esas almas que percibes debajo, llenas de sed de sangre, son los espíritus de todos mis Berserkers, de mis guerreros sagrados que lucharon por mí y mi causa en contra de tu inmoral Diosa... si acaso osaras desafiarme, y negarte a mi ofrecimiento, entonces, les ordenaría que liberaran toda su furia, y tomaran como aperitivo el precio de tu vida y de tu sangre... ¡Jamás nadie sufrió muerte tan dolorosa! Eso es lo que ocurriría... Santo Dorado de Athena." Concluyó con un dejo de desprecio el hermano de Athena.

Saga respondió rápidamente.

"Entonces, tú no has venido a negociar, has venido a imponerme."

Una risa maléfica resonó por todo el sitio, y la carga de electricidad en el aire se incrementó al punto de destruir piedras y brillar contra el material de la sagrada armadura de Géminis.

"Al fin comprendes que no tienes salida, Saga." Sentenció Ares. "Sería mejor que cooperaras, es un trato que nos beneficiaría a ambos, ya que obtendríamos lo que ambos deseamos con esta unión... el rechazarla tiraría por tierra nuestros planes, y ante eso, sin un propósito, lo mejor que le queda al humano es la muerte."

Saga sonrió. Vida o muerte. Le parecía un trato justo. Todo era cuestión de decidir y sopesar qué tan ciertas serían las palabras de este Dios. Saga meditó y concluyó al final lo que tendría que decir.

Mirando hacia el expectante Ares, Saga lo miró fijamente.

"Tengo una respuesta, Ares..." y poniéndose el casco, concluyó. "Y ésta, es no."

Abriendo los ojos, y brillando con furia, Ares preguntó gritando, al tiempo que descargaba su ira.

"¿Qué?" Cerrando sus puños, colérico, el Dios guerrero respondió. "Entonces habrás de morir por esta afrenta, estúpido, después de todo, no eres tan listo como te entendía..."

Y lleno de furia, el Cosmo de Ares que retenía a los Berserkers, los liberó en un instante.

"¡Vayan todos ustedes y hagan pagar la necedad de este humano estúpido que se ha atrevido a rechazar la gloria por aferrarse a un orgullo efímero, como la vida de un hombre!"

Sintiendo emoción y una retorcida ilusión de alegría, los guerreros de Ares se abalanzaron entre sí para destruir al humano... ¡Todos querían una pieza para sí! Algunos sabían que ni siquiera un resto de sangre les tocaría. Como verdaderos demonios, la horda maligna avanzó hacia el Santo de Oro de Géminis que los miraba con desprecio.

"¡Ah, guerreros caídos! ¡Ahora son ustedes los imprudentes al juzgar presa fácil a un Santo de Oro! ¡Aprendan a temer el poder de un humano!"

Haciendo brillar su Cosmo de manera impresionante, Saga extendió sus brazos al tiempo que Ares abría los ojos sorprendido por la calidad de poder destilado por un simple humano... ¡Un poder tan puro que podría llegar a ser considerado casi divino!

"¡Galaxian Explosion!"

Gritó Saga mientras las siluetas de los Gemelos Cósmicos, se formaban detrás de él.

Los alrededores de los Berserkers se tornaron negros, y el llano árido dio paso a un cielo, más negro que el cielo nocturno, tachonado de millones de estrellas, mientras que las siluetas de incontables esferas, parecidas a las de los planetas se arremolinaban alrededor de ellos. Con rapidez de la luz, todos los planetas comenzaron a juntarse para crear una explosión imponente, que destrozó al instante, las almas de los guerreros de Ares... de manera limpia y expedita. Sin piedad, Saga había terminado con todas las hordas de guerreros del asombrado Dios guerrero, que solo se limitó a exclamar:

"¿Cómo has hecho eso?"

Aún brillando en el aura de su Cosmo dorado, Saga miró de vuelta a Ares al tiempo que decía:

"Mío es el poder de los Dioses, así como Pólux podía destrozar las estrellas con su puño, yo soy capaz de hacerlo... ¡yo soy Saga de Géminis, Santo Dorado de Athena!"

Imponente, el Cosmo de Saga lanzó hacia atrás a vuelo su capa, que descubrió la armadura sin ningún daño. Ares lo miró con asombro, midiendo sus posibilidades, y sabía que en ese estado, era imposible luchar con un hombre de poder semejante.

"¿Qué eres tú?" preguntó Ares al borde del paroxismo.

Su voz resonó con eco, al tiempo que el valle árido daba paso a la Casa de Géminis, dejando a un meditabundo Saga, parado solitario a la mitad del salón principal de la casa. Los estruendos, cesaron de inmediato. La oscuridad invadió al Santo Dorado, y pudo estar consciente de que estaba de vuelta en Grecia. Sin embargo, esa última pregunta que profiriera Ares, retumbó en su mente implacable, al tiempo que Saga, con dejo triste respondía:

"Eso es lo que yo quisiera saber..."

En su Cámara Patriarcal, Shion sintió que el extraño mal que lo aquejaba desaparecía de manera prodigiosa. Tan súbitamente como le invadiera.

Levantándose asombrado y de manera rápida, el Patriarca del Santuario reflexionó.

"Mi Cosmo se ha recuperado..." bajando la vista, y quitándose la máscara, cobijado por la soledad del sueño del Máximo Santo de Athena, Shion pudo observar que el sol se encontraba alcanzando el cenit en el cielo. "Ya no puedo confiar en este viejo cuerpo mío..." se dijo con tristeza. "Por ello es tan importante encontrar al elegido que tome las riendas del Santuario y que dirija esta Guerra hacia la victoria."

Poniéndose de pie y abandonando la cama, Shion miró por la ventana, en donde el monumento de la venerada Athena lo vigilaba todo.

"Mi Señora... voy comprendiendo el propósito de la vida de los gemelos Saga y Kanon... Saga es el más poderoso, por ahora de los dos candidatos, al adquirir el título de Patriarca, se cumpliría el destino de ambos de portar la armadura de Géminis, sin embargo, mi Señora, algo me ha inquietado respecto a Saga en los últimos tiempos."

Volviéndose a sentar, El Patriarca del Santuario reflexionó.

"Si mis sospechas fueran ciertas, Señora... entonces me vería en la difícil posición de desafiar el dictado de las Parcas..." bajando la vista, apenado, el antiguo Santo de Aries terminó de decir. "Un acto horrendo, mi Señora, pero quizás necesario, y uno que lo haría siguiendo tus enseñanzas, pues bien es cierto, que nos has enseñado que hay momentos en los que uno debe de elegir el camino y dejar de lado aquello que es tomado como un destino inapelable..."

Era una blasfemia, lo sabía. Y su corazón se entristeció. La disyuntiva era inmoral. Pero tal vez necesaria, si acaso sus temores se confirmaran.

"¿Será acaso que Saga esté destinado a ser El Patriarca de este Santuario con todas estas circunstancias?"

[Tema de fondo: Mermaid's Calling]

El mar enfurecido chocó contra las rocas del Cabo Sunion. Observando impasible las rocas, Saga recordó claramente en su mente, el día en que estuviera allí con su hermano, dispuestos ambos a adelantar una lucha que les estaba destinada por los Dioses desde un comienzo.

Pudo recordar la sangre de su hermano en las paredes de la prisión mítica, donde alguna vez, Poseidón fuera encerrado por Athena... donde se decía que su alma reposaba.

"¡Algún día romperé Cabo Sunion!" había sentenciado Kanon en medio de su cólera. En unos tiempos, que entonces le parecían complicados a Saga, y que ahora irónicamente, se le antojaban inocentes y felices.

"Mi vida estaba resuelta entonces..." dijo en su mente con nostalgia. "Tenía a la Diosa conmigo, y ella me tenía a mí... tenía seguridad, pero hoy..." prosiguió amargamente. "...Hoy no tengo más que dudas a cada paso que doy, la incertidumbre de estar cometiendo un error a cada decisión que tomo. ¡Si pudiera, si tan sólo pudiera creer como lo hacía entonces!" deseó con toda su alma.

El mar rugió, y Saga lo miró fijamente con todo el poder de su Cosmo. Allí, se dibujaba claramente, la entrada al reino de Poseidón. Lugar secreto, sólo revelado a él, por El Patriarca del Santuario. Podía observar movimiento de tropas, alguien estaba dirigiéndolo todo, pero por más que se esforzaba, notaba que no encontraba un Cosmo tan inquietante por el mostrado por Ares.

"No" dijo en su mente tranquilizándose. "Allí no hay ningún Dios."

El mar prosiguió mostrando inquietud. ¿Estaba en comunión con lo que ocurría en Atlantis?

(¿Te da curiosidad, no es cierto, Saga?)

El joven abrió los ojos sorprendido. Allí estaba esa voz otra vez. Esa molesta voz que siempre lo hacía tomar caminos que lo herían, que lo lastimaban, que lo alejaban de la vereda que tan vehementemente anhelaba volver a tomar.

(Pero si sabes que muchas veces esas no son más que leyendas vanas. Fábulas para alejar a aquellos que tienen la iniciativa y el valor de tomar el hilo de sus vidas con sus propias manos, Saga.)

"¿Por qué?" se preguntó Saga desesperado. "¿Por qué esta voz es siempre más tentadora que incluso la de un Dios?"

[Tema de Fondo: Another Holy War]

(Saga, tú nunca te has conformado con el papel de simple soldado... ¡Realiza aquello que estás pensando! Shion puede estar equivocado... si logras entrar al Templo del Dios de los Mares, quizá podrías llevar a cabo aquello que has pensado... ¡Evitar un episodio de la Guerra que se avecina!)

"¡Calla!" dijo Saga desesperado, dejando de lado su vigilancia, el sonido del mar, el olor de la brisa que le azotaba en la cara como una provocación. "¡No quiero escucharte!"

(¿No acaso acabaste con todos los soldados de Ares en un momento? ¿Qué podrías encontrar más formidable que eso allí, Saga? ¿No acaso el mismo Dios de la Guerra retrocedió ante tu poder?)

Saga escuchó esto con atención. Era verdad. Ares no había contraatacado ante la sorpresa de su poder, y después de todo, ¿Acaso él mismo no le había dicho que estaba llamado a ser el asesino de un Dios? ¿Qué tal si ese Dios era Poseidón?

Mirando al frente y tomando una determinación, Saga se dijo a sí mismo.

"¡Estoy harto de dudar por mis decisiones! Llevaré a cabo aquello que deseo."

Y usando su Cosmo, el Santo de Oro de Géminis se lanzó a la entrada del Santuario Marino.

Ares lo observó todo al punto. No se encontraba satisfecho, pero parte de si se alegró de aún poder contar con el confiable mover de los hilos de las Moiras.

"Es ahora, Saga, que te darás cuenta de la magnitud de tu error, pues lo que he logrado con Shion, puedo hacerlo aún contigo... tonto joven de Athena."

Ares se concentró, y siguió de cerca los pasos del joven gemelo al ingresar al Santuario de Poseidón.

[Tema de Fondo: The King of Seas Comes]

Saga miró a donde debiera de estar el cielo.

"¡El mar...!" pensó asombrado al observarlo, pacífico, resplandeciente y reflejando la luz de Apolo en una imitación del cielo diurno sobre terra firma. "¡Es como si estuviera siendo contenido! ¡El poder de Poseidón es asombroso! Aún cuando el no se encuentra aquí de manera física, su presencia puede sentirse en todos lados... ¡He sido un tonto al no notarlo!" se reprochó.

Respiró profundamente. Se había hecho la promesa de no dudar al tomar una decisión. Comenzó a caminar sobre el fondo marino. En lugar de plantas, existían los corales, endurecidos ante el contacto del aire. El paisaje lo transportaban inmediatamente a algo parecido a otro mundo.

"¿Sorprendido, invasor?" preguntó una voz aguda que le sorprendió por detrás.

Asombrado, Saga se volvió rápidamente buscando el origen de ese sonido.

"Acá arriba, niño." Dijo la voz femenina una vez más con tono molesto.

Saga siguió la dirección y encontró a una mujer. Pelirroja y de ojos verdes que lo miraba con apariencia molesta. Su cabello sobresalía cubriéndole parte de los ojos. ¡Sobresalía! ¿De un casco? Saga observó que toda ella estaba ataviada por una especie de armadura de extraño diseño, que cubría por completo su cuerpo. De color predominantemente verde y líneas anaranjadas.

"¿Quién eres tú?" preguntó Saga pasada la sorpresa.

[Tema de Fondo: Dead End Symphony]

La mujer sonrió molesta ante la pregunta atrevida del invasor. Respondió.

"Una pregunta fuera de lugar viniendo de quien viene, niño" Y frunciendo el ceño, ella preguntó alzando la mano y apuntando con dedo acusador al invasor. "¡Más bien dime quién eres qué te atreves a entrar al reino del Señor Poseidón sin temor alguno! ¿Quién eres?"

Saga sintió tensión al percibir que alrededor de la mujer varias presencias se juntaban. Mirando a su alrededor, pudo observar que varios soldados, ataviados con una suerte de armaduras de color púrpura se concentraban. Armados con anclas y cadenas, con anzuelos y espadas. Estos eran seres vivos... ¿Habría cometido un error garrafal al entrar aquí de manera solitaria pasando por alto las órdenes del Patriarca? ¿Dónde estaba esa voz que lo animaba siempre ahora?

"Yo soy Saga, Santo Dorado de Géminis, del Santuario de Athena en Grecia" escuchó a su voz responder casi de manera automática y asumiendo una postura de seguridad.

La mujer abrió los ojos con sorpresa. Ya intuía que el invasor era con seguridad uno de esos guerreros detestados, al servicio de la Diosa virgen, por el atuendo que portaba. Pero la frescura de éste era lo que le molestaba, pues no mostraba respeto ni cuando debía de hacerlo.

"Santo de Athena..." replicó la mujer en escamas verdes. "...Has cometido un error al ingresar aquí de manera solitaria, con propósitos malignos, pensando que podrías salirte con la tuya sin encontrar una resistencia ¿acaso la Diosa Athena se ha vuelto tan traidora que viola los tiempos de la Guerra ahora?" preguntó inquieta. "¿O es que acaso ella ya gobierna sobre La Tierra y ha decidido comenzar desde antes esta Guerra?"

[Tema de Fondo: Time of Destruction]

Saga sonrió interiormente. ¡Allí había temor! No se había equivocado, sí había temor, era porque no estaban preparados para enfrentar la cólera de un invasor con el poder suficiente.

"No, mujer" respondió fríamente. "Yo he venido aquí por voluntad propia, buscando prevenir el nacimiento de ese ser al que llamas Dios... ¡He venido a matar a Poseidón antes de que éste nazca!" respondió ahora levantando su mano a manera de amenaza.

Las tropas y la mujer escucharon esto con un gesto de asombro. Pero luego de un rato, ella comenzó a reír. A reír escandalosamente. Las carcajadas de la mujer resonaron rompiendo el monótono silencio del lugar. Saga lo observaba todo tranquilamente. Terminando su risa, la mujer habló.

"¡Estúpido! ¿Dices que matar a un Dios?" y poniendo sus manos sobre la cintura, la mujer dijo. "¡Has de estar completamente loco, niño!"

Elevando su Cosmo, Saga respondió.

"Si me juzgas por un loco o por un niño, es un error... ¡Soy mucho más de lo que imaginas!"

El aura asombrosa del Santo de Géminis se extendió de manera agresiva, rompiendo los fosilizados corales y rocas. Ante este despliegue de poder, la pelirroja ensombreció su rostro.

[Tema de Fondo: Legend of Poseidon]

Mirando hacia las tropas reunidas, ella hizo un gesto, y sin aviso, éstas se lanzaron gritando contra Saga en un santiamén.

Blandiendo sus espadas y arpones, así como haciendo girar sus cadenas y anclas, estos soldados de Poseidón comenzaron la defensa del reino de su Dios, de su señor.

Tranquilamente, Saga, hizo brillar más su Cosmo, y sin moverse, lanzó una ráfaga de su poder que barrió con todo aquello que tuviera enfrente.

El calor quemó los rostros y brazos de los primeros, los demás, murieron ante la ola expansiva de poder del Santo de Géminis. Gritos y gemidos se escucharon entre los aún vivos, pero tras unos momentos, ninguno de ellos podía seguirlo haciendo. Saga había derrotado, sin esfuerzo, a un ejército completo de Poseidón.

La mujer abrió los ojos asombrada. ¡Éste no era un invasor cualquiera! ¡Era una verdadera amenaza!

"¿Qué opinas ahora, mujer?" preguntó Saga tranquilamente sin siquiera mirar a la mujer. "¿Soy un loco o un niño aún ante tus ojos?"

Llena de ira, los ojos de la mujer temblaron fúricos.

"¡Maldito!" pensó. "¡Maldito sea!"

Bajando ante él de un solo brinco, las escamas verdes y naranjas de la mujer brillaron reflejando el rojo tono del sol al ocultarse.

"No te subestimes por haber vencido a un grupo de soldados comunes de Poseidón, extraño..." dijo la mujer. "Acepto que te consideraba mucho menos de lo que aparentas, pero ¡tu poder no es suficiente para vencer a una Marina!"

Saga entrecerró sus ojos.

"¿Una Marina?" pensó asombrado.

La mujer, aún llena de enojo prosiguió con su discurso.

"Poseidón cuenta con guerreros fieles que le protegen tal y como la Diosa Athena cuenta con ustedes, invasor, tales guerreros reciben el nombre de Marinas, y son cubiertas por la protección que nuestro dios nos da: estos trajes hechos de materiales prodigiosos y más fuertes que las suyas, llamadas Escamas." Dijo la mujer con aire orgulloso. "Ha llegado tu hora de muerte, infiel, morirás a manos de una de esas Marinas... a manos de Semiramis de Derceto." Declaró finalmente.

Elevando su Cosmoenergía, Saga pudo notar que esta mujer era una guerrera versada en el uso de éste. Brillando de vuelta con poder, el joven se preparó a recibir el ataque de ésta.

"No te temo, Semiramis..." dijo Saga tranquilo. "En mí encontrarás un rival difícil..."

Con enojo, la mujer respondió:

"¡Iluso!" y levantando las manos, la pelirroja gritó estallando en su Cosmo: "¡Lago de la Condena!"

Su Cosmo se extendió, y de la misma bóveda, una columna de agua cayó sobre de ellos con furia inusitada. Saga fue cubierto por una cascada terrible que lo golpeó salvajemente. El fulgor de su Cosmo pareció ser apagado, como se extingue la luz de una vela al ser mojada.

El estruendo del agua cayendo, no pudo siquiera ocultar las risas sonoras de la Marina de Derceto, confiada en la victoria.

"¡Pobre tonto! ¡Jamás viste poder semejante!"

Y prosiguió sus carcajadas, hasta que, de entre esa cascada que seguía cayendo, un fulgor dorado pudo ser percibido, y lo que parecía la silueta de un hombre de pie. Abriendo los ojos sorprendida, dejó su risa para dar paso a la sorpresa. ¿Sería posible qué...?

Y entonces, ¡lo imposible pareció ocurrir? El agua de la cascada comenzó a hervir y a evaporarse, dejando nada a su alrededor, más que la figura libre de un orgulloso Santo Dorado, el cual, desplegaba un brillo cósmico sobre un fondo oscuro, parecido al universo.

[Tema de Fondo: New Wars Comes Up]

"¿Eso es lo mejor que puedes ofrecer?" dijo con tono sarcástico. "¡Qué desilusión, mujer! ¿Este es el poder que tiene que ofrecer una Marina de Poseidón? ¿Una ligera lluvia que hasta el más simple de los Santos de Athena puede resistir aún sin armadura?"

Su cara, cambiando a una de puro gozo y de crueldad, fue una manifestación del cambio de su Cosmo, que se había tornado terriblemente fuerte.

"Ahora creo que la loca eres tú..." dijo simplemente al tiempo que abría sus manos y su aura se incrementaba. "No vales la pena ni el esfuerzo de hablarte... ¡Jamás debiste de haber nacido! Tu existencia es un error, y por lo tanto, te desapareceré..." sonriendo, haciendo temblar a la otrora fiera guerrera, sentenció de manera terrible. "Nadie jamás recordará que siquiera hubieras existido."

El aura del Santo cambió de manera extraña detrás de él... como si una mancha se extendiera detrás de él, de manera exponencial, el suelo tembló.

"¡Su rostro!" pensó asombrada La Marina, observando la profundidad del Cosmo tomar lugar en el espacio reservado a la cara del portador del casco.

[Tema de Fondo: Legendary God Warriors]

Con grotesca apariencia, el Santo de Athena levantó las manos con los dedos extendidos y simplemente dijo: "Another Dimension!"

Un vacío envolvió a la Marina y fue engullida inmisericordemente por esa mancha que se originara detrás del terrible invasor. Lanzada a un plano diferente de realidad, la mancha se comenzó a cerrar de manera inexorable, pero lentamente, de manera cruel.

"Desaparece de mi vista, despreciable guerrera..."

El miedo, helando la sangre de la víctima, no alcanzó siquiera a proferir un grito. El espacio volvió a cerrarse, para no dejar rastro de la existencia de Semiramis, Marina de Poseidón de Derceto.

Un silencio cayó pesado tras esto. Saga, como recuperando la compostura, se retiró el casco, para observar a su alrededor, un paisaje dañado por la manifestación de su poder, un campo sembrado de cadáveres quemados, y el vacío que parecía dejar, la desaparición de un alma.

"¡Lo hice!" exclamó Saga abriendo los ojos, pero con mueca malsana. "¡Soy invencible! ¡Soy invencible!" Comenzó a festejar, riendo desaforadamente, sin control. "¡Nadie podrá detenerme! ¡Ni siquiera Poseidón!" prosiguió en su vehemente alegría.

Tan absorto estaba en su festejo, que ignoró por completo, el vuelo de una capa y la presencia de un hombre que lo miraba todo. La indignación invadió a este defensor, que portaba una armadura anaranjada y completa. Cerró sus puños. Y cansado de ser ignorado, hizo brillar su Cosmo.

Saga interrumpió entonces su risa, y se volvió sorprendido hacia el origen de ese poder. Allí, en donde le recibiera Semiramis, un imponente guerrero, portando unas escamas anaranjadas y doradas, lo miraba amenazante.

"¿Has terminado de reír como un demente?" preguntó con tono enojado el guerrero.

"¿Quién eres?" preguntó Saga, molesto por el tono de la pregunta. "¿Otro de los patéticos guerreros de Poseidón?"

[Tema de fondo: Cursed Goddess]

El hombre lo miró seriamente para responder.

"Yo no soy cualquier otro, insolente. Yo soy un General Marina de Poseidón... Soy Tiamat, de Dragón de Mar, del Atlántico Norte, y seré el guerrero que libere de esa locura, puesto que morirás..."

Un silencio acompañó a la grave amenaza. Un silencio que no duró mucho tiempo, ya que Saga comenzó a reír una vez más. Como si el hombre hubiese dicho un disparate, Saga ni siquiera lo volteó a ver.

"Huye ahora que me siento compasivo, inútil..." dijo en tono arrogante, desgarbado, totalmente fuera de sí y de su propia personalidad. Sus ojos, adquiriendo un tono sanguinolento. "Puedes aún salvar la vida si desistes en tu empeño por enfrentarme, Tiamat."

Indignado, el hombre cerró ahora sus dos puños e incrementó su aura.

"¿Qué has dicho?" preguntó ofendido. "¿Te atreves a despacharme y a rehuir a enfrentarme? ¡No eres entonces más que un cobarde que sólo se atreve a levantar su mano contra mujeres y soldados comunes!" Dijo en el mismo tono ofensivo empleado por el Santo de Géminis.

Molesto, Saga, abandonó su actitud indiferente y se volvió hacia él con gesto duro. Lo estudió. Era muy probable que ese hombre hubiera presenciado su enfrentamiento anterior y aún así no le temía. Esto solo podía significar una de dos cosas: o era un imbécil o era un ser de poder grande. Cualquiera de las posibilidades divirtió a Saga.

Ahora quería enfrentar a un rival digno, a alguien que pudiera acercársele siquiera en una fracción de su poder. Sonriendo, y poniéndose el casco, el Santo de Géminis habló.

"Es una lástima que no hayas hecho caso a mi ofrecimiento, tonto. Ahora no me das otra opción que la de exterminarte como he hecho con esos a los que has hecho menos..." y haciendo brillar su Cosmo, la mancha dimensional apareció rápidamente detrás de él. "... He de decirte, que tus compañeros cometieron el mismo error que tú, pensar que su poder era suficiente para enfrentar la ira de Saga de Géminis... ninguno está vivo ahora para lamentarlo. Te borraré de este campo sin dejar rastro de tu vergonzosa presencia, de la burla que son ustedes para un Santo de grado superior al servicio de la diosa Athena... ni siquiera ahora morirás, estúpido."

Y levantando las manos, Saga gritó:

"Another Dimension!"

El ataque fue más rápido en esta ocasión, extendiéndose como una mano que intenta tomar algo de manera desesperada.

Pero Tiamat logró evadir el ken de Saga, haciendo que este se sorprendiera. ¿Cómo había sido posible? ¡Ese hombre se movía tan rápido como el! ¡Tan rápido como un Santo Dorado! ¡Imposible!

Girando en el aire con elegancia y cayendo nuevamente sobre el mismo sitio, Tiamat se despojó de su capa diciendo.

[Tema de fondo: Primer minuto y medio de Shining Armor]

"Había observado tu encuentro, tonto Santo de Athena... eres poderoso, pero eres un inexperto, deberías de conocer que una técnica conocida por un rival digno, se vuelve inefectiva." Y haciendo arder su Cosmo de manera imponente, los ojos de Tiamat perdieron su pupila al tiempo que el mar se revolvía en el cielo, y el fondo marino temblaba. "¡Tu error te costará la vida cuando enfrentes mi furia... recibe ¡El Caos y El Orden!"

Miles de golpes de tonalidades blancas y negras se desprendieron del imponente Cosmo del General Marina del Dragón.

Embestido y tomado totalmente por sorpresa, Saga sintió como su cuerpo recibía millones de golpes lanzados a la velocidad de la luz, al tiempo que su visión se nublaba y luego sufría la explosión de luz que aturdió a su cerebro y debilitó a su Cosmo... ¡se había equivocado!

"¡Este... es un poder terrible!" pensó Saga con temor. "¡Es el poder del hombre!"

La vida lo abandonaba...

Continúa...

El título hace alusión a la escritura que se relata, Nabucodonosor vio
escrita en su pared al recibir el juicio de Dios y que le interpretó
Daniel. Mene: Contó Dios tu reino y le ha puesto fin. Tekel: Pesado has
sido en balanza, y fuiste hallado falto. Esta expresión y su relato
relacionado puede leerse en Daniel 5: 25-27. – Nota del Autor.

Este pasaje es una adaptación propia tomada originalmente del
Episodio G, escrito por Masami Kurumada y publicada en Shonen Jump.
Increíblemente, esta escena se adaptó bien al relato que tenía pensado
para Saga desde hace un año, ¡Parece que he tenido coincidencias con el
Sr. Kurumada! ¡Eso me alegra! Y aunque esto suene algo vanidoso de mi
parte (perdón), me honra en serio... ¡Perdón por el momento de ego, amigos!
—Nota del Autor.

Saga muestra rasgos de un desorden psíquico llamado "Esquizofrenia",
curiosamente, en una lectura, me encontré con que este nombre es de
origen griego, y se le denominaba también por este pueblo como "la
enfermedad que mandaban los Dioses", dado el carácter tan perturbador de
ésta, y que se supone, mandaban los Dioses a todos aquellos que habían
cometido pecados imperdonables, tales como la blasfemia.—Nota del Autor.

Semiramis, el nombre de la hija producto de una unión prohibida,
según el mito, su madre, habíase involucrado con un sacerdote. Condenada
por este acto, la mujer decidió borrar con su pecado, matando al
sacerdote y abandonando a la niña. Luego de esto, ella enloquecida se
arrojó a un lago. Los dioses (asirios), se compadecieron de esta mujer a
la cual juzgaron valiente, y la tornaron en una diosa, con la forma de
una mujer, mitad humano, mitad pez. –Nota del Autor.

Tiamat, según el mito Babilónico, fue la diosa representante del mar primordial, asesinada por el dios Marduk. Un mito relacionado entre los griegos es el de Perseo matando a la Quimera.—Nota del Autor.