CAPÍTULO XVI: El inicio del camino.

Hay veces en las que es imposible sanar completamente. La sangre está tan lastimada y cae tan efímeramente que no sabes cuando terminará. Ni siquiera sabes cuando empezó a gotear, ni cuando fue que te heriste tan gravemente, o te hirieron tan gravemente. Hay veces en las que el mundo está tan desgastado que tus ojos se aclaran de repente viendo que alrededor tuyo está todo tan obscuro y perturbador que tu corazón se engarrota y ningún pensamiento tranquilizante se asoma a tu cabeza. ¿Qué es lo que hay que hacer para recuperar la fortaleza que algún día se tuvo?... ¿Lo que sea?... quizá sí, quizás lo único que hay que hacer es tirarse en una cama y mirar cómo transcurre el tiempo y lo mejora todo, quizá lo que hay que hacer es salir corriendo hacia ningún lugar... o a un lugar muy específico, aquel que aparece en tus sueños más terribles y agotadores, aquel que se presenta cada vez que piensas que estás perdido, aquel que sientes que te llama cada vez que lo imaginas. Ese lugar siempre es diferente para cada quien, algunos lo llaman muerte. Entonces, si es el lugar tranquilizador, ¿por qué tantos le temen?. "Yo no le temo", fue su autocontestación, pero sabía perfectamente que mentía, sí le temía, le temía tanto  como cualquier otro que no sabe lo que le espera cuando su corazón deje de latir. Le tenía miedo a quedarse entre las tinieblas de sus ojos cerrados. "Sí, si le temo"...

Draco se incorporó en su cama, la camisola de la pijama la tenía mal puesta, torcida y caída hacia un hombro, dejando al descubierto el otro. Se había movido mucho por la noche tratando de conciliar el sueño, pero prácticamente, el esfuerzo había sido en vano.

Se pasó una mano por la cabeza, alisando sus cabellos rubios. Sabía que ya no había nadie en la habitación porque el sol daba de lleno en la ventana de su cabecera y porque había escuchado salir a todos. Seguramente ya estarían en la primera clase. Sin prisa, corrió una de las cortinas de su cama y bajó los pies al piso fresco, pero los retiró de inmediato: había divisado un escarabajo negro que rondaba por ahí. Parpadeó un segundo y miró de nuevo, pero el animalejo ya no estaba. Draco se talló los ojos con la manga de su camisola y observó, después, el escritorio adjunto a su cama.

Encima de éste había varios pergaminos desenrollados, dos libros en una pila y un tintero tapado. Draco se mordió un labio, suspiró. Sabía que debía hacerlo, pero no sabía cuando, ni cómo... ni siquiera por qué.

Alcanzó con un brazo la almohada y la retiró de su sitio, después safó del colchón una de las orillas de la sábana. Alzó un poco la colchoneta y tentó por debajo hasta encontrar un pequeño broche, lo jaló para abrirlo. La funda del colchón se desprendió junto con el broche, Draco metió la mano y buscó entre los resortes hasta que la encontró. Sacó un sobre obscuro, le pasó una mano por encima, explícitamente en aquellas letras "LV" del remitente. Ahora se veían un tanto difusas, mucho menos brillantes que aquella noche en la que la había recibido. Abrió el sobre y sacó un pergamino sumamente amarillento, no era un trozo grande, al contrario, era pequeño, cortado rápidamente ya que las orillas estaban un tanto cuarteadas. Draco desdobló el papel, aún con cierto escalofrío en la espalda:

"¿Cuál es un favor mejor pagado que el que se paga con sangre?, ¿cuál es un favor mejor cumplido que el que se cubre de plata?... ¿cuánto valen sus favores, joven Malfoy?"

Letra fina y cuidada, como aquel que está escribiendo poesía, pero tan mortífera a la vez que Draco sabía perfectamente qué responder a aquello... sin embargo, aún no se había atrevido a hacerlo.

* * *

Tom se dejó caer en el sillón con los ojos cerrados tan plácidamente que sus labios se extendieron en una delgada sonrisa. Gedeli lo observaba como siempre, perdido, sentado en flor de loto en el piso. Dos estudiantes se levantaron de sus lugares y bajaron las escaleras comentando acerca de aquel hufflepuff en su sala común otra vez, pero Ged estaba tan ensimismado observando a Riddle que lo único que procesó de aquello fue que se había quedado, a mitad de la noche, sólo con él de nuevo. Se mordió un labio tan de repente que se hizo daño y un delgado hilo de sangre cubrió una de sus hendiduras.

Su respiración se agitó a tal grado que Tom lo percibió, frunció el entrecejo pero no abrió los ojos.

- ¿Qué te pasa? – preguntó, en un murmullo.

Gedeli no respondió, sólo observó como su amigo acomodaba su cuerpo mejor, retorciéndose y estirándose. Tragó saliva, su corazón palpitaba como queriéndose salir de su pecho y su mirada no dejaba de ver el pedazo desnudo del estómago de Tom que había quedado cuando éste se había quedado quieto por fin. El labio de Gedeli tembló a tal grado que una gota minúscula de sangre y saliva cayó hasta su cuello y propinó un suspiró tan largo que esta vez, su amigo se inclinó para verlo.

Tom frunció el entrecejo aún más.

- Y a ti que te sucede? – de inmediato, Tom se percató de la delgada línea roja que sobresalía del labio de Gedeli – te mordiste o algo así.

Ged asintió con la cabeza tal lentamente que Tom casi no la percibió. La mirada de Riddle cambió a una mucho más profunda. Se bajó del sillón y gateando fue hasta su amigo. Gedeli temblaba de nerviosismo, la camisa de Tom se colgó y pudo ver su pecho mientras éste se acercaba a gatas. Esa visión era tan hermosa que dejó de respirar por unos instantes al imaginarse tocando aquella piel mucho más pálida que el resto, por la falta de contacto con la luz del sol.

Tom llegó hasta él, se puso de rodillas y le tomó la barbilla, obligándolo a levantar la cabeza y abrir un poco la boca. Entonces, la línea de sangre salió de los labios resbalando por el mentón de Ged. Tom la observó un momento. Gedeli alcanzó a verlo mover los labios... la misma reacción como cuando algo le gustaba de comer, antes de que sintiera una lengua recorrer toda su barbilla.

Gedeli propinó un gemido leve, casi imperceptible por el oído humano, al sentir la saliva de Tom. Pero antes de lo que hubiera querido, éste se separó de él. Se lamió los labios y alzó una ceja.

- Tienes una sangre desagradable... sabe... dulce – dijo, sacando un poco la lengua para quitarse el sabor.

Tom empezó a alejarse, pero Ged puso su mano encima de la de él para impedirle moverse. Tom lo miró con una especie de asombro y pregunta. Gedeli se incorporó y también se puso de rodillas, delante de su compañero. Le soltó la mano al mismo tiempo que le acercaba su cuerpo. Casi juntó su boca a la oreja de Riddle.

- No te vayas... – susurró e inmediatamente después besó y lamió la unión entre el lóbulo y el inicio del cuello.

Tom se irguió ante ese estímulo, Gedeli aprovechó esto y rodeó con un brazo su cintura acercando más su cuerpo, metiendo su rodilla por la entrepierna de Tom. Al ver que su compañero no se negaba, Gedeli lamió y besó con mas euforia aquel lóbulo.

Tom por su parte, fijó la mirada en el viejo piano de la sala común, que tenía la tapadura polvorienta. Sentía cómo la lengua le recorría casi todo el cuello pero sus pensamientos estaban en otro lado, hacía poco que estaba absorto, pensativo en diferentes cosas... distantes cosas.

Gedeli desabrochó la camisa sin separar sus labios de la piel de Tom y bajó por ella hasta llegar al inicio de su pecho. Se detuvo un momento, como pidiendo permiso y un instante después se abalanzó sobre este como si fuera su único alimento, lo besaba sin parar sintiendo por primera vez aquellas texturas que le parecían tan perfectas, gimiendo sin proponérselo. Con el brazo que tenía libre (el otro seguía en la cintura de su compañero), se apoyó en el piso y empezó a escudriñar las costillas que sobresalían, estaba emocionado, Tom nunca lo había dejado llegar tan lejos, tal vez... tal vez esta sería la noche en que lo tuviera todo para sí. Sin dejar de lamerle las costillas y de besarlas, Ged observó por un segundo la mirada perdida de su amigo... sí, tal vez sería hoy.

Con este pensamiento, Ged subió la mano con la que se apoyaba hasta las caderas de Riddle, las acarició un momento para después bajar lentamente hacia el vientre... Tom seguía perdido... Ged empezó a gemir más y a respirar con mucha más agitación, siguió bajando la mano pero antes de poder tocar lo que quería, Tom cerró y volvió a abrir los ojos muy rápido y con un movimiento ágil lo empujó de tal modo que Gedeli tuvo que usar ambas manos para no caer de espaldas.

Ged cerró los ojos y al abrirlos de nuevo esperaba encontrarse con un Riddle enojado... había ido demasiado rápido. "Idiota", se maldijo varias veces en su pensamiento... pero no fue así. Tom no tenía rastro de molesto, al contrario, tenía una media sonrisa cautivadora, lo que hizo sentir más confundido al hufflepuff.

Tom bajó la vista hasta la entrepierna de Ged y sonrió más descaradamente.

- ¿Excitado? – dijo, más como comentario que cómo pregunta.

Gedeli tragó saliva intentando apagar el maldito calor que sentía por dentro. Tom lo miraba tan penetrante e  incesantemente que creyó que no iba a soportarlo ni un minuto más.

En ese momento, el vidrio de la ventana sonó particularmente, cómo si algo se hubiera estrellado contra ella. Tom apartó la vista de Gedeli, lo cual agradeció en el alma.

- ¿Qué fue eso? – pronunció, mientras se ponía de pie.

- No... no sé – contestó Ged, aún sofocado.

Riddle caminó hasta la ventana y sin abrirla escruto hacia fuera. De pronto abrió mucho los ojos y de un manotazo quitó el seguro de la ventana.

Gedeli lo miró extrañado, afuera hacia una noche infernal. La lluvia golpeaba las paredes del castillo como si fuera una batalla a muerte y parecía que el granizo empezaba a hacer de las suyas también en aquella guerra. Se puso de pie.

- No la abras, vas a...

Pero era demasiado tarde, la ventisca junto con millones de gotas de agua de lluvia entraron desaforadamente en la habitación, bañándolo todo y haciendo crueldades con las cortinas, la alfombra y los papeles de encima de los escritorios. Sin embargo, Tom no se inmutó, por más que el aire prácticamente lo desnudara del torso por completo, él se acercó hasta la cornisa de la ventana y presumiblemente sacó medio cuerpo.

Gedeli se acercó algo asustado pero casi al instante, Tom volvió a meterse y cerró la ventana. Se quitó por completo la camisa y corrió hasta el sillón donde había dejado su capa. La tomó y envolvió su mano titiritando.

- ¿Qué pasa? – le preguntó, su amigo, nervioso.

- Es... está... heri... herida... – contestó él, aún con la voz cortada.

Ged se acercó hasta su amigo y le inquirió con la mirada que lo dejara ver. Tom lo miró entre sus cabellos mojados, abrió un poco la capa: tendida entre la manta estaba una doxy real, con la piel plateada... tan hermosa que tuvo que parpadear un par de veces para comprender que realmente estaba ahí.

-

David soltó el aire despacio por décima vez en dos minutos. Las manos le temblaban, pequeñas gotas de sudor se asomaban por sus poros pero sin llegar a humedecer su piel. Sentía que el suelo se le abría justo debajo de sí, y aún así no sabría definir bien lo que por dentro le sucedía.

Estaba sentado en una banca, justo fuera de la dirección de Fairweather. Se recargó bien en la pared. Delante de él se levantaba el patio delantero que ahora estaba completamente lleno de parejas con cara de comprensivos, intentando hacerle preguntas a un montón de niños, a los cuales veían como si estuvieran comprando el pavo para navidad, con la misma objetividad y desdén. Algunos de sus compañeros de grado, incluyendo a Norman y secuaces, ya habían salido hacia el comedor y estaban formados pegados a la otra pared y tanto ellos como varios de los niños exhibidos como ganado lo veían incesantemente, tanto que David ya no sabía hacia dónde dirigir su mirada para no encontrarse con las de ellos.

Sí, definitivamente lo que había sucedido no era algo que pasara muy a menudo en San Charbel... generalmente había una criatura deseada por varios padres, ya fuera por bonito, por presentable, porque, según ellos, tenían parecido físico, porque era adorable... y quien sabe cuanta palabrería más, pero lo usual fuera que el pequeño de la discordia fuera un bebé recién nacido, cuando mucho de tres años de edad. A partir de los cinco años en adelante, los niños empezaban a ser menos deseados, los padres les encontraban más defectos, y, por supuesto, los adolescentes eran totalmente indeseables, era la época de la rebeldía y la malformación según decían, por eso Fairweather no los obligaba a bajar el día de las adopciones, era pérdida de tiempo... y de dinero también, por que los padres acostumbraban dar un donativo por su niño adoptado, es decir, a consideración de David, daban su cuota por la mercancía comprada y más alta era esa cuota mientras más pequeño fuera el huérfano.

Por lo tanto, y dadas las circunstancias de su historial (el cual era presentado a los interesados, sin excepción alguna), todo el internado estaba impresionado de que dos señores se hubieran peleado en medio del patio por hablar con David.

Ni él mismo entendía del todo qué rayos había sucedido. Fairweather lo había hecho bajar vestido con las mejores galas que le pudo encontrar, le dijo que se comportara porque había alguien con bastante dinero que quería adoptarlo y después de ordenar que la fila avanzara y de haberlo inspeccionado una vez más, había hecho algo que hubiera preferido que jamás sucediera o que lo tragara la tierra en ese mismo instante: la directora había sacado un polvorín de maquillaje y le había tapado las cicatrices con aquella polvareda que olía a químico viejo.

Al formarse con sus compañeros, se había sentido ridículo. Él era el más grande y todas las parejas se le quedaban viendo como si miraran a un delincuente juvenil... hasta que un hombre jóven de barba obscura y ojos penetrantes, delgado pero fuerte, se había acercado hasta él, mirándolo de forma extraña. Fairweather le había advertido que se comportara bien con el dichoso interesado o se arrepentiría el resto de su vida, y pensando que era ese señor, le había extendido la mano, saludándolo cortésmente.

Al instante había sentido un golpe en la espalda, mientras que a su lado aparecía la directora con una de aquellas sonrisas hipócritas que tan bien le conocía.

- ¿Qué se le ofrece? – le había preguntado, pero aquel ensimismado señor no había contestado, ni siquiera había apartado la vista del muchacho – humm... ¿está usted registrado?

Cómo el caballero no se había inmutado y ni siquiera había parecido percatarse de su existencia, Fairweather lo había tomado del brazo y se lo había llevado casi a la fuerza diciendo que no podía entrar sin registrarse. David se quedó mirando aquellos ojos obscuros, tan profundos, tan misteriosos y sin duda, tan bellos... tan ensimismado que no se dio cuenta que otro señor de cabellos rojizos le estaba hablando hasta que su directora regresó y lo vio amenazadoramente.

David se movió en la banca, incómodo al recordar. El señor de cabellos oscuros se había registrado lo más pronto posible y había vuelto hacia el grupo... después había sido todo tan confuso y rápido que David sólo recordaba algunas palabras como: "no, no, este niño es mío" o "los niños no son propiedad de nadie" o bien "quíteme las manos de encima". Al segundo, sólo aparecía en su memoria que la directora intentaba calmarlos y los conducía hacía su oficina... y ahora él estaba ahí, quemándose bajo ese sol, sentado sin poder irse de esa banca caliente y con aquellas ropas que lo hacían sentir más incómodo que nunca.

Ahora... había otra preocupación en su mente: ¿qué diablos iba a hacer para no dejar que lo adoptaran? No sabía muy bien lo que quería para su futuro, lo único que tenía claro es que quería que fuera con Tom, aunque, por alguna razón, eso lo viera cada vez más lejos. No quería irse a vivir a una casa aburrida... pero tal vez sí quería sentirse querido de una manera distinta.

David se pasó la mano por la cara, esta era una de esas decisiones que jamás se había planteado. "¿Por qué yo?", era la pregunta que le venía a cada segundo. Bajó la cabeza y alcanzó a ver a Norman entrar al comedor, seguido de sus amigos y molestando a un chico nuevo. "Si soy tan despreciable como todos aquí" concluyó sus pensamientos, a la vez que la puerta de la dirección se abría y Fairweather se asomaba medio azorada.

- Entra, Riddle.

* * *

Unos dedos delicados, largos y pálidos levantaron la tapa del piano tan grácilmente que no se escuchó ningún ruido. Los dedos pasaron suavemente por las teclas hasta levantarse tan de repente como si hubieran tomado una decisión por ellos solos. Las manos empezaron a tocar ágilmente y la "Sonata Para Elisa" de Mozart empezó a llenar todos los espacios vacíos de aquella mazmorra escondida. Draco cerró los ojos dejando inundar su cabeza por esa melodía que le gustaba desde que tenía memoria, la había escuchado de las manos de su padre y había sido la primera que había aprendido a tocar... ahora era todo un experto interpretándola, tiempos exactos y sin ni siquiera ver las notas. Mozart reviviría con tan sólo escucharla de esa manera.

- No sabía que toca...

- Shhhh...

Draco juntó un poco sus cejas al oír hablar a Harry pero siguió tocando como si nada lo hubiera interrumpido.

Por su parte, Harry decidió disfrutar de aquella... cosa, que su "amigo" parecía disfrutar tanto. Draco terminó su interpretación, tapó el piano y volvió a recostarse en el mismo sillón que Harry. Ambos estaban sólo con el pantalón de sus pijamas.

- No sabía que tocaras el piano – dijo por fin, Harry.

- Desde los tres años.

Harry abrió mucho los ojos.

- Desde los tres?... – sonrió burlonamente – a los tres yo estaba más preocupado por robarle a Duddley algunas mamilas...

- Aún usabas mamilas a los tres años? – dijo aún más burlonamente el rubio.

- Duddley las usaba... – dijo, Harry en tono defensor.

- Si, claro... – Draco se dio media vuelta hacia su compañero de sillón – el pequeño Potter con su mamilita.

El rubio hizo una mímica de darle a Harry un chupón en la boca, a lo cual el chico hizo un ademán de desdén.

- Cállate, Malfoy, el que todavía las usaba era mi primo... además...

- Además, qué?

Harry había reparado en un punto en lo alto del armario y frunció el entrecejo.

- Qué es eso?

Draco miró hacia donde Potter le señalaba, la lacoya que le había mandado el Lord estaba parada en el armario de la mazmorra oculta de Slytherin, mirándolo con sus ojos amarillentos y perturbadores. El rubio se puso de pie de inmediato, alcanzó su varita y apuntó al animal.

- Mi cuarto! – gritó en un santiamén.

- Pero que... – dijo Harry, también poniéndose de pie – qué era, parecía una lechuza...

- Era... era una lechuza – contestó Malfoy un tanto nervioso.

- Pero... era extraña.

Malfoy se tranquilizó al percatarse de que Potter no tenía idea de qué era. Respiró y guardó su varita en su capa, que estaba en el piso.

- Era tuya? – preguntó el gryffindor.

- Es de... mi padre.

Draco se colocó la capa sobre los hombros.

- Hablando de tu padre... – Harry se aclaró un poco la garganta antes de continuar – tu... tu no le has...

Malfoy sonrió y miró a Potter.

- No, aún no le he dado tu preciado tesoro – dijo, socarronamente.

- Vas a dármela? – preguntó, Harry, bastante serio.

- Quieres que te la dé?

- Por supuesto que sí.

Draco miró a Harry por un rato.

- Te la voy a dar Potter... pero no todavía. La necesito.

Harry empezó a sentir que la sangre le hervía.

- La necesitas tu o tu padre? – preguntó más altaneramente de lo que quería.

Draco lo observó caminar hasta él decididamente.

- Tienes dinero, puedes comprarte una.

- No... son muy raras y ya, Potter... en realidad no quiero tener una discusión contigo... o que? – Draco disminuyó el pequeño trecho que aún quedaba entre ellos – no te la pasaste bien anoche?

Harry tragó saliva, mientras Malfoy se acercaba más para besarlo pero entonces, un manotazo se escuchó en la puerta, tan fuerte y claro que ambos saltaron.

- Malfoy!! Malfoy, estás ahí? – la voz de Blaise Zabini resonaba por todas las paredes. – necesito hablar contigo.

Draco miró a Harry, quien se veía preocupado.

- Sí, estoy aquí, espera!!

El rubio le señaló al gryffindor el armario. Harry se metió entre las capas polvorientas mientras Draco cerraba la puerta.

Escuchó que Draco se alejaba y abría la puerta principal.

- Qué pasa, Zabinni? Por qué gritas?

- No está!! No está!!

- No está quien?

- Anoche regresó... tal vez alguien la sacó!!

- De qué rayos hablas?

- Mi doxy!!! No está mi doxy!!!!

* * *

- Entendiste?

David parpadeó y asintió quedamente. Después tomó aire.

- Pero... me tengo que ir... ahora?

- HAY, RIDDLE!!

La directora dio un manotazo en la mesa, desesperada.

- Lo siento... pero...

- Si, hijo...

- No lo llame hijo...

El señor de cabellos oscuros había sido callado por el de barba rojiza.

- Si, muchacho – corrigió – a mí también se me hace precipitado.

- En realidad no lo es si lo piensas bien – dijo el de cabellos rojizos – ya tienes casi 16 años, si tu proceso de adopción no empieza pronto...  te quedarás en San Charbel hasta los 21.

A David se le revolvió el estómago. Si, era cierto que debía tomar una decisión... pero, nunca imaginó que tuviera que hacerlo tan pronto.

- Pero... mis cosas... mi...

- Niño, eso no importa te compraré nuevas, es por poco tiempo!!!

El señor de cabellos rojizos ya aparentaba estar bastante alterado. Fairweather había logrado llegar a un acuerdo con los dos hombres, el cual, obviamente, no incluía la opinión de Dave. El hombre de los cabellos rojizos se lo llevaría por un tiempo definido, para convivir con él y conocerlo. Después, el hombre de los cabellos oscuros se lo llevaría el mismo tiempo, ambos, claro darían un generoso donativo a San Charbel por facilitarles el inicio del proceso a las dos partes.

- Pe... pero... que no se supone que deben... ser... pareja? – preguntó, casi sin pensar y sólo para darse más tiempo.

- Quieres esperar a que una pareja quiera adoptarte?

David se mordió un labio y miró a la directora... Fairweather estaba amenazándolo literalmente con los ojos.

- Y bien? – preguntó, la mujer, con los labios tensos.

La figura de Tom se le vino a la mente... pero ya no pudo contenerla más tiempo, debido a las miradas insistentes que tenía sobre él. Asintió lentamente.

- Bien. Quédate aquí, Riddle, te traeré un suéter.

El señor de los cabellos oscuros se puso de pie se acercó hasta David y le sonrió... de una manera que nadie antes le había sonreído.

- Vivo en Kensington. Te estaré esperando, muchacho. – dijo, a la vez que salía de la habitación.

- Nos vamos a divertir mucho, ya verás – dijo el pelirrojo, en un sonido que a Dave le pareció distante.

Ni siquiera pudo asentir, estaba demasiado ensimismado, se iba de San Charbel, su más terrible pesadilla, por un tiempo... pero era el inicio de un camino de adopción que no quería recorrer.

* Comentarios en los reviews.

NARIA BURRFOOT: No soy maligna... soy un poco malvada nada más... Gracias por leer.

GALA SNAPE: mm... son muchas preguntas y ninguna te puedo responder… así que sigue leyendo!!

TAM ALOR: lo sé... mi ritmo de actualización es un asco. Mmm... no, no es Voldie jaja... te imaginas? Tom adoptando a David??...

GABOO: lo de los dolores... pues se va a ir viendo que rayos con eso en algunos capítulos más... no desesperes.

VELIA: sip... anda por la edad de convertirse en Voldie... de hecho ya está en sus planes, por lo menos ya tiene el nombre. Mmm... y no te voy a decir eso del amuleto!! Mejor sigue leyendo, va? Jeje..

DI_MALFOY: Ojalá que hayas seguido leyendo.