CAPÍTULO XVII: A donde te lleva el viento.
David se recostó encima de las sábanas de aquella gigantesca y demasiado cómoda cama de hotel. El sólo sentir todo ese lujo lo hizo marearse... o tal vez era aquel olorcillo pesado de los desodorantes de ambientes finos lo que le perforaba el cerebro y lo que le hacia sentir unas tremendas ganas de ir a vomitar.
Exhaló en un intento de resignación. Hacía unas horas que había comido un manjar extravagante, había platillos que jamás había visto en su vida y lo peor del caso es que el señor de cabellos rojizos lo había hecho probarlos casi todos. Para asombro y extrañeza de David, aquel hombre parecía dispuesto a tratarlo como si estuviera hecho de porcelana quebradiza. Lo acompañaba a todas partes, procuraba alimentarlo bien... había comido casi 5 veces desde su salida de San Charbel hacía unas cuantas horas... su salida de San Charbel...
Esas palabras resonaban en su cabeza como torniquetes dolorosos. Miles, millones de veces había fantaseado con irse de aquel espantoso lugar que le carcomía los sueños y las esperanzas, nunca pensó que derramaría una lágrima al marcharse. David se hizo un ovillo y se dio vuelta en la cama en dirección hacía una de los ventanales del cuarto. Las imágenes empezaron a aparecérsele como pequeños hilos de telaraña.
El señor de los cabellos oscuros se había esperado junto a él hasta que el de la cabellera rojiza lo había metido a un taxi, sin más patrimonio para sí mismo que un suéter ralo y un tanto agujerado. Al irse, la señora Fairweather lo había tratado como si se le fuera un hijo propio, tanto que hasta lo había llegado a asustar por cómo lo abrazaba: llena de simulada angustia. En cambio, la que si había demostrado verdadera preocupación era nada más y nada menos que Gertrudis quien observaba todo el espectáculo desde una de las ventanas mugrientas de la cocina, al igual que todo el internado, con la nariz pegada al vidrio, con la diferencia de que de sus mejillas caían gruesas lágrimas que sin duda opacaban su visión pero, por nada del mundo, su ternura.
Fue entonces cuando David se había dado cuenta de que Gertrudis se quedaría sola para siempre. Keira no iba a regresar, la seguridad de eso era más que obvia, y por más que Gertrudis la buscara y la llegara a encontrar... ¿cómo se quedaría con ella? La pobre mujer no tenía ni un centavo excepto lo que la directora del internado le daba de paga, lo cual era ridículo. Y ahora él, el único interno que le dirigía la palabra también se iba. David sabía que de uno u otra forma él no iba a regresar tampoco. Alguno de esos hombres lo iba a adoptar y si él se decidía por impedirlo... Fairweather lo asesinaría, seguramente.
Gertrudis no se había atrevido a salir de la cocina y su único movimiento había sido el poner una mano sobre el cochambre pegado de la ventana por la que miraba. David lo había tomado como despedida y también colocó una mano sobre el cristal del coche. No quería dejarla, incluso era lo único que no odiaba de San Charbel... incluso era lo único que podía decir que amaba de ese lugar. Aquella mujer le había hecho sentir querido, por lo menos en los dos últimos años y siempre se lo agradecería.
Cuando el señor de los cabellos rojizos había entrado en el coche, acordando con Fairweather el día y la hora de la entrega de David, éste se había sentido absolutamente culpable por haber deseado salir de San Charbel, sin detenerse a pensar siquiera en la infeliz de Gertrudis. Sin embargo, su sentimiento de culpa no había tenido mucho tiempo de ser totalmente analizado ya que con el pretexto de despedirse, el señor de la caballera oscura lo había abrazado tan fuerte que David sintió que todo el aire se le salía del cuerpo. "Vivo en Kensington, recuérdalo".
- Sí, sí, sí... – dijo con fastidio el muchacho, enderezándose de la cama y haciendo un esfuerzo por dejar de pensar en lo que había ocurrido.
Seguía sintiéndose miserable y confundido pero a la vez lleno de misteriosa curiosidad por ver lo que ocurriría ahora, después de todo, habría que ver a dónde lo llevaba el viento por primera vez.
-
Blaise se sacudió el cabello con euforia y terminó pasando sus manos por encima de su cara, con tal fuerza como si quisiera arrancarse el pellejo del hueso. Draco lo miró con pena, se acomodó la cabeza sobre los brazos y cambió su vista hacia el techo.
En cambio, el slytherin pelirrojo seguía ensimismado y nervioso, no dejaba de tallarse los ojos y de moverse en la cama.
- Zabini... ya basta... – dijo, con calma el rubio.
- Si, claro, para ti es fácil...
Draco exhaló con fuerza y se paró de la cama. Miró a Blaise por un instante, después torneó los ojos y caminó hacia la ventana. Definitivamente, no tenía ganas de discutir, aquél había sido un día muy pesado y aunque no tenía una pesadumbre de sueño si sentía que de un momento a otro las fuerzas para mantenerse de pie se le iban a terminar. Su día había dado comienzo con el ataque de histeria de Blaise al no encontrar a su doxy real, la cual parecía haber desaparecido o... como él pensaba, había decidido regresar a su vida salvaje lejos de los cuidados mimados de su compañero.
En realidad, la búsqueda se había limitado a tres o cuatro estudiantes del colegio ya que eran los únicos que sabían, y que no les daba terror, la existencia de aquella mascota. Después de tres horas, Malfoy había optado por mentir y decirle a Zabini que había visto varios excrementos de doxy cerca de los límites del Bosque Prohibido y que lo más seguro era que su mascota estuviera bastante adentro.
Blaise había querido comprobarlo yendo a buscar los mentados excrementos pero por sentencia del rubio de que si iba jamás volvería a ayudarlo en algo así, se había conformado con lo dicho. Sin embargo... el pelirrojo no se veía nada satisfecho, Draco no sabía si su descontento era consigo mismo o con el animalejo malagradecido, que aunque hermoso era letal y era bien sabido por el mundo mágico que no solía entablar amistad con magos.
El rubio tomó un pedazo de pergamino que estaba sobre su escritorio y fingió mirarlo por largo rato, mientras sus pensamientos surgían y surgían... la carta con su respuesta al Lord había sido enviada hacía unas horas, antes de tener su último encuentro con Potter...
Draco alzó la mirada hacia las ventanas preguntándose por qué todo tenía que ser tan siniestro en su vida y deseando con todas las ganas de que era capaz, regresar a cuando tenía seis años o menos, cuando su existencia se basaba en juegos y siestas tranquilas.
Unos toquidos en la puerta lo regresaron a su recámara en Hogwarts, Blaise corrió a abrir... tal vez con la esperanza de que fueran noticias sobre la doxy.
Crabbe entró tambaleante al dormitorio y Draco supo que estaba ebrio de comida. El obeso slytherin se botó sobre su cama extendiendo los brazos lo que hizo que la forzada camisa se le levantara sobre los agujeros de los botones caídos dejando ver su prominente estómago de piel flácida que tembló a la par de su respiración. La visión fue tan repugnante que cualquier indicio de hambre que alguno de los otros dos presentes hubiera tenido, se esfumó sin más.
Draco se volteó en dirección contraria a Crabbe y alcanzó a ver un gesto de asco en el rostro de Blaise, tan obvio que lo hizo sonreír.
- Ahhh... estoy lleno – exclamó, Vincent.
- En serio? – dijo, casi sin pensar Blaise.
Draco dejó escapar un resoplido de risa. Vincent frunció el entrecejo.
- Ustedes no comen porque no quieren...
- Sólo verte comer a ti, me satisface, Crabbe.
Blaise le sonrió a Draco tras su comentario. Crabbe se incorporó en la cama, al tiempo que Goyle llegaba y cerraba la puerta del dormitorio.
- Pues prefiero vivir feliz...
- Comiendo... – terminó la frase Draco – ya lo sabíamos.
Blaise y Draco sonrieron descaradamente. Crabbe y Goyle intercambiaron miradas, Draco comenzó a formular en su cabeza que en ellos aún había cierto miedo hacia él y que no se atreverían a hacerles nada... cuando Goyle se acercó hacia él con algo en la mano.
- Oye, Draco... mira...
Draco observó con desdén lo que le mostraban. Aunque poco a poco se le fue borrando la sonrisa. Crabbe lo miró desafiante por primera vez y por algún motivo, no le agradaba el tono que empezaba a tomar este asunto, así que se obligó a cambiar su expresión, como tantas veces lo había hecho.
- Qué es esa porquería? – preguntó, con una voz tranquila que ni él mismo reconoció.
- No sabes?
Malfoy frunció el entrecejo, por supuesto que sabía qué era pero no pensaba dar el más mínimo indicio de que era así.
- No – respondió, remarcándolo con la cabeza.
- Humm... pensamos que sí, lo encontramos en la sala anexa...
- Y como tu estuviste en la mañana ahí... quisimos preguntarte, aunque...
Draco tragó saliva casi indescriptiblemente, sus propios lacayos le estaban haciendo preguntas que lo comprometían.
- Aunque qué? Por qué creen que tendría que saber qué rayos es eso? – dijo, con garbo y con un temple que hizo dudar a los otros dos.
- Bue... bueno...
- Qué diablos es? – la voz de Zabini irrumpió.
Draco miró a Blaise y su estómago le dio un vuelco, no sabía por qué pero no quería por nada del mundo que el pelirrojo tocara aquella prenda. Pero... a la vez sabía que no podía hacer nada por impedir que Goyle se la acercara, no si no quería levantar sospechas.
- Es... – Zabini extendió el ropaje y lo examinó – una camisa?
- Aja... – Crabbe se acercó hasta la cama de Malfoy, el obeso lo miraba de una forma extraña... parecida a la de un toro cuando va a darle la estocada final al torero – es una camisa muggle, pero...
- Es mía.
Draco, quien se había quedado mirando fijamente las irises de aquellos ojos de puerquito, cambio su vista hacia Zabini quien en ese momento doblaba la prenda.
- No puede ser tuya – la boca del rubio se cerró de inmediato al pronunciar las palabras.
- Si, lo es... – Blaise parecía desafiante – la perdí hace semanas.
Draco hizo un gesto para quitarle importancia y se hincó en su cama, estirando una mano hacia uno de los lados.
- Bueno, si me disculpan voy a dormir un poco y, Blaise... – Zabini hizo una mueca y miró a su compañero – ya deja de quejarte.
Malfoy alcanzó a ver que Blaise le achicaba los ojos, mientras colocaba la camisa dentro de su baúl, antes de cerrar sus cortinas. Sin embargo, no se recostó al momento, se quedó quieto y pensativo, mirando los adornos de los doseles. Esa camisa era de Potter, no podía ser de Zabini, por dos razones: la primera, los padres de Blaise jamás le comprarían algo de procedencia muggle y la segunda... recordaba perfectamente como la había desabrochado la noche anterior mientras besaba el cuello de Harry.
Lo que lo hacía preguntarse con mayor inquietud, porqué Blaise había dicho esa mentira.
-
Harry llegó al Gran Comedor ya entrada la mañana, la mayoría de los estudiantes ya estaban desayunando o terminando de hacerlo y, por sobre las mesas, reinaba un barullo ejemplar. Se paró un momento antes de entrar para mirar por los arcos las copas de los árboles del Bosque Prohibido, desde ahí se podía ver la cabaña de Hagrid. Harry torció la boca, no sentía nada de remordimiento al reconocer que no había ido a visitarlo desde hacía más de medio año, le dio más remordimiento el que éste no se presentara dentro de él siendo que Hagrid había sido muy buen amigo.
Se mordió un poco el labio y se movió, dispuesto ya, a entrar en el Gran Comedor, pero de pronto sintió un intenso dolor en las costillas, dio un manotazo y vio que una varita salía disparada por los aires.
- Lo siento, Harry – dijo una voz, en un tono no muy sincero.
Harry se llevó la mano a la parte lastimada y alzó la cabeza para ver el rostro de Marietta Edgecombe, la amiga de Cho, que lo miraba con los ojos entreabiertos. Su piel había quedado cacariza, después de aquella maldición que tan justamente se había ganado por revelar la ubicación del ED.
Harry tomó aire para decirle a Marietta lo "mucho" que él también sentía que su cara hubiera quedado tan mal, cuando Cho salió del Gran Comedor. Hacía unos cuantos meses que Harry no había cruzado palabra con ella y a decir verdad, ya no le importaba tanto.
- Hola, Harry – dijo ella, alzando una mano.
Él sólo alzó las cejas.
- Vamos, Marietta, llegaremos tarde al ensayo de Richard.
Marietta alzó su varita del suelo.
- Si, si... lo siento, Harry, de verdad...
- Marietta!!!
Harry apartó la vista de los ojos de Cho y la dirigió hacia el final del pasillo. Luna Lovegood venía muy apurada hacia ellos junto con Ginny y Colin Creevey. Luna parecía estar incrédula, con ojos de sorpresa... mucho más que de costumbre.
- Marietta, ten más cuidado...
Marietta hizo un gesto de descontento que cambió inmediatamente por uno de asombro.
Harry aún no entendía de qué estaban hablando, hasta que Luna llegó hasta ellos y tomó por detrás la mochila de Marietta. Entonces fue cuando vio que ésta goteaba un líquido morado.
- Rayos – dijo la chica – gracias, Looney.
Harry creyó ver un flash de alegría en los ojos de la amiga de Cho, cuando Luna se paró en seco y soltó la mochila. El chico recordó la expresión de Luna cuando le había confesado cómo la llamaban algunos compañeros, en aquel momento, creyó que la chica le restaba importancia a todos los comentarios sobre ella. Pero en este instante, Luna lo había mirado por una décima de segundo y habría jurado que estaba apenada y un tanto molesta.
- Bueno... – dijo, por fin, tomando aire – deberías tener más cuidado guardando tus pociones... – Luna caminó un poco en dirección a las puertas – podrías haber lastimado a Harry... o a Cho.
La chica se dio la vuelta sin mirar a nadie más. Colin la siguió pero Ginny se quedó un momento observando la mano con la varita de Marietta, después entró al comedor.
Harry observó que Ginny alcanzaba a Luna y le susurraba algo al oído, ambas voltearon a verlo para después despedirse y cada una irse a su respectiva mesa... "¿qué rayos?", pensó. Giró la cabeza hacia Cho y Marietta pero estas ya habían partido por el pasillo.
Encogió los hombros y entró al Gran Comedor. "Mujeres!", dijo en su pensamiento mientras recorría la mesa de gryffindor, intentando encontrar un lugar apartado.
-
- Vamos, vamos! Apresúrate, no encontraremos lugar!
David dio un vistazo hacia fuera de una de las ventanillas, preocupado.
- Anda, David!
- Si, si... – pronunció apresurando el paso.
El señor de cabellos rojizos le señaló un compartimiento.
- Aquí, busca asientos, en un momento regreso.
David vio que el señor seguía por el pasillo hasta entrar en una puerta de madera que tenía un letrero que decía "Correo, Todo tipo". Empezaba a preguntarse qué querrían decir con "todo tipo" cuando trastabilló con el filo de la puerta de la división.
- Cuidado, jovencito!
David levantó la vista, en el primer asiento estaba sentada una anciana con un chal gris y un sombrero verde, a su lado una mujer con un bolso rojo.
- Ten más cuidado, niño. Casi caes sobre mi madre.
El chico asintió con la cabeza y, apenado, se encaminó hasta el último asiento. Se mordió el labio, ese expreso salía en menos de diez minutos y, aunque todo parecía absolutamente normal, no estaba seguro de que lo que estaba haciendo fuera correcto. Juntó sus manos y empezó a retorcerlas. La dama de su lado izquierdo se alejó un poco más. David se sentía sumamente incómodo.
Un minuto después, el señor de cabellos rojizos entró. La anciana que casi había pisado hizo un gesto de placer.
- Oh, benditas ánimas... sí es usted... mira, niña!!
El barullo del compartimiento se hizo más fuerte y varias mujeres se acercaron al señor. El muchacho frunció el entrecejo... su incomodidad iba en aumento.
- Es increíble, anda, niña, saca una hoja...
- Aquí tiene una pluma... mi esposo también lo admira.
David se apretujó contra su asiento y miró de nueva cuenta por la ventana, el tren comenzó a moverse. Hasta este momento, no se le había ocurrido preguntar nada acerca de los hombres que querían adoptarlo. Se le hacían dos extraños que no quería conocer. Movió las irises un poco hacia adentro del lugar. Prácticamente, todos los de ese compartimiento parecían conocer al... señor de cabellos rojizos... David se percató que ni siquiera había preguntado su nombre. No tenía idea de con quien había compartido las últimas veinticuatro horas, sólo se había limitado a contestar preguntas y no a hacerlas.
Diez minutos después, el hombre pudo sentarse frente a él. Había dos asientos entre ellos y el resto de la gente que aún emocionada, no dejaba de ver al señor... y al parecer ahora estaban sorprendidos de que aquel muchachillo enclenque fuera con él.
David se acomodó en el asiento y aclaró su garganta. Miró con desenfado al hombre.
- Quién es usted? – preguntó, por fin.
El señor de cabellos rojizos sonrió plenamente, mientras sus ojos se iluminaban.
- Hacía años que esperaba esa pregunta.
Dave se sintió estúpido, era cierto, hace horas que debería haberla hecho y, sin embargo, no había tenido necesidad de ello. Había estado completamente ensimismado en sus pensamientos de culpa y nostalgia.
Miró fijamente a los ojos claros de aquel hombre que lo llevaba a quién sabe dónde. Dentro de la luminosidad que proyectaban, había un dejo de... locura, si así podría llamarlo, recordaba haber visto una mirada así antes, aunque no sabía completamente de quien había sido.
No pudo aguantar más la mirada y la desvió hacia el piso. Minutos después miró hacia fuera y vio que ya estaban fuera de la ciudad, los campos corrían y sólo se divisaban algunos animales pastando por ahí.
- Bueno... es difícil explicar quien soy... – dijo, sin más, el hombre – en realidad, no creo que lo entendieras bien si te lo...
- A dónde vamos? – lo interrumpió, David.
En realidad no le gustaba el modo en que lo trataba aquel hombre. Lo hacía sentir como idiota y por alguna razón, en aquellos cinco minutos, su ansia por saber quien era había disminuido drásticamente.
- Es broma?
David aspiró aire y torneó los ojos. Decidió en ese momento no volver a hacer más preguntas durante el viaje y limitarse a observar los campos que atravesaban a toda velocidad. Le daba la impresión de que ese hombre no quería responder a ninguna pregunta.
Una hora más tarde llegó la comida y las únicas frases que intercambiaron ambos acompañantes fueron acerca de la falta de sal que tenía.
-
Por más que Harry recorrió varias veces la mesa de su casa, no encontró un lugar apartado y tuvo que sentarse junto a Neville. Lo saludó pero no volvió a soltar palabra mientras se servía su avena y empezaba a comer.
Neville estaba leyendo un artículo del profeta, Harry lo vio con intenciones de comentarlo, así que buscó rápidamente sobre la mesa algo que pudiera con lo que pudiera simular que estaba ocupado.
Sobre la banca había un volante que parecía oficial de Hogwarts, así que sin más, lo tomó y clavó la mirada en él, abriendo la boca para recibir otra cucharada.
- Va a ser todo un caos, verdad?
- Uh?
Neville lo observaba, Dean se había sentado cerca de ellos y estaba sirviéndose la avena.
- Vas a invitar a tus tíos?
Harry frunció el entrecejo.
- Que?
Dean señaló la hoja que Harry tenía en la mano.
- Que si vas a invitar a tus tios... yo no sé si invitar a mi madre, no sé si resista conocer el lugar donde paso casi todo el año.
- Mi tía si vendrá... – dijo, Neville haciendo una mueca – ella me recuerda mucho a mi bisabuela... siempre con un chal gris y un sombrero verde...
- Que no tu abuela era la del sombrero verde? – dijo Harry, intentado darse tiempo para leer el papel.
- Si... mi bisabuela les regaló a ambas uno igual... sólo que mi abuela le hizo poner el buitre.
Harry comprendió por fin, de qué estaban hablando sus compañeros. En el volante se leía:
"ANUNCIO OFICIAL DE HOGWARTS: Gryffindor.
Por medio del presente, creo conveniente recordar a los alumnos de gryffindor de todos los grados que el próximo viernes dará inicio la renovada festividad de la Semana Muggle. Les evoco también a tener total respeto para los visitantes, así como disposición ante tal conmemoración. Cualquier anomalía en dicha semana será castigada con 50 puntos.
Atte: Prof. Minerva McGonagall"
- Se los mandaron a todas las casas – dijo, Dean.
- Los de slytherin no están muy contentos que digamos, hace rato vi a Pansy Parkinson – Ron se había acercado hasta ellos – estaba que echaba chispas.
Harry dobló el papel y miró al pelirrojo, sonrió un poco, hacia mucho que no platicaba bien a bien con Ron y le daba cierto gusto que su amigo se acercara.
- Qué es la Semana Muggle? – preguntó.
- Humm... una semana en que algunos muggles pueden entrar al mundo mágico y conocerlo. – respondió, Neville.
- Generalmente son muggles parientes de magos o algo así. Pero... hacia años que no se celebraba. Antes era muy popular. – dijo, Dean.
- Sí... creo que dejó de celebrarse cuando uno de los muggles divulgó algunas cosas, recuerdo que mi papá decía que esa había sido la peor semana en el Ministerio, todos los aurores habían tenido que dejar sus persecuciones de magos tenebrosos y dedicarse a borrar mentes muggles – explicó, Ron.
Harry se sirvió mas avena, mientras escuchaba los relatos de sus compañeros.
- Si, lo bueno era que no era anual... – rió Dean.
- Ah, no? – preguntó, Harry mientras se servía leche.
- No – dijo, Ron –, se hacía cada 7 años. Pero aún así, he oído que siempre terminaba en desastre, o magos terminaban atacando a muggles metiches o los muggles metiches intentaban hacer magia con varitas de magos... en fin, el hecho es que ahora esta cosa está de regreso.
- Y se supone que habrá muggles metidos en Hogwarts? – preguntó, incrédulo, Harry.
- Aja... – Ron torció la boca – espero que a mamá no se le haya ocurrido invitar al tío contador por cortesía.
-
David sintió un jalón y abrió los ojos, despertando. El tren había parado, por fin, ya era de noche y no veía con claridad que era lo que había afuera.
- Sus maletas se les entregarán ya que hayan bajado del tren. Asegúrense de pagar la cuenta de la comida. Las carrozas están listas, les pedimos a nuestros acompañantes que tengan paciencia y no se separen de su tutor.
David se puso de pie y de inmediato sintió que el señor de cabellos rojizos le tomaba del brazo para no perderlo. Salieron hacia el pasillo, había gente arremolinada por todos lados, algunos iban emocionados. David trató de abrirse pasó entre todos ellos, no recordaba que el tren fuera tan lleno.
Por fin lograron salir de vagón. Entonces, David se dio cuenta que la mayoría de la gente que bajaba estaba cambiada. La anciana y la mujer que venían en su compartimiento, ahora estaban vestidas de gala y ayudaban a bajar a otra mujer casi idéntica a la primera pero con vestido diferente y con gesto de asombro.
El muchacho entonces se fijó en la vestimenta del señor. También era elegante, se miró a sí mismo, el seguía con los mismos andrajos del internado y su incomodidad regresó. Jamás se había sentido molesto por la forma en la que vestía... pero tal vez había sido por que nunca había estado entre tanta gente vestida de gala.
El señor de los cabellos rojizos se le acercó.
- Oh, David... cierto, tu ropa. No quería despertarte, te dormiste tan profundamente... pero no importa... métete al compartimiento y cámbiate... anda...
- No, no – respondió él – así estoy bien.
Al parecer el señor, estaba muy ocupado como para discutir con él. Así que sólo asintió y se dirigió a uno de los acomodadores del tren.
- Haber, en qué estábamos? Ah, sí... mire soy yo y mi acompañante, David Riddle. Fueron dos boletos de venida que pagamos en la estación y dos comidas... si, exacto. Sólo es una maleta.
El señor de cabellos rojizos se volvió hacia David, guardándose las monedas en el bolsillo. Lo examinó rápidamente.
- Sólo quedan dos carruajes, por favor apresúrense.
El hombre se mordió un labio.
- No puedes llegar así, jamás me lo perdonaría... – alzó la cabeza hacia el carruaje – vamos, David, andando.
Ambos llegaron hasta las puertas de la carroza más cercana y subieron. De inmediato, ésta se puso en marcha.
- Estás nervioso?
- Perdón?
- Que si estás nervioso...
David encogió los hombros. No sabía si eran nervios lo que sentía, no sabía a donde se dirigían, así que no tenía ningún temor, o tal vez ese nudo cerca de la boca del estómago era producto de unos nervios desbordados que no quería admitir.
Se acomodó pensando en que el viaje en aquel carruaje iba a ser tedioso y largo. Pero de pronto, éste se detuvo.
- Qué pasó? – preguntó, casi sin pensar.
- Ya llegamos... – respondió, el sujeto, con una sonrisa en los labios.
El hombre abrió la puerta y bajó. Dándole el tiempo a David para hacer lo mismo. Todos los carruajes se habían seguido uno tras otro y las personas bajaban hacia el mismo jardín, el cual estaba adornado con faros de colores y luces opacas. El pasto estaba húmedo y el lugar daba la sensación de ser un bosque encantado.
Caminaron por el sendero de faros hasta llegar a un claro más visible, en donde se encontraron de frente con otro grupo de personas, mucho más numeroso. Al llegar ahí, David notó que una chica de aspecto agradable le sonreía. Extrañado por la repentina muestra de agrado, miró al señor de cabellos rojizos. Éste lo miró de pies a cabeza.
- Te ves bien...
David se miró y en shock comprobó que sus vestimentas ya no eran las mismas. Llevaba unos pantalones limpios de tela, la playera del internado ahora era una camisa gris y el suéter roído ahora estaba entero y bien presentado. El hombre se le acercó.
- No pude cambiar los colores.
David abrió la boca sin entender cuando un hombre de barba gris mediana y anteojos de media luna se colocó al frente de todos, entre los dos grupos.
- Soy Albus Dumbledore, maestro del colegio, y, en representación del director Dippet, les doy la bienvenida a esta Semana Muggle, en Hogwarts.
David abrió muchos los ojos, estaba totalmente atónito. Miró con ansiedad al grupo de gente vestida de negro, con el que habían topado. Ahí, con una sonrisa en los labios y viéndolo directamente, estaba Tom.
El corazón de David dio un vuelco repentino, era increíble que la primera vez que dejaba que el viento lo llevara a su placer... llegara sin más hasta Riddle.
Comentarios en los reviews.
NOTA: Hace unos días recibí un review de alguien que me lee aquí que me decía algo muy cierto: es una irresponsabilidad de mi parte dejarlos botados por tanto tiempo. También decía que si algo de verdad se quiere siempre se encuentra tiempo para hacerlo, lo cual lo considero muy cierto, también. Mi única excusa es que no he dejado de escribir, no precisamente el fic o fics en general, mi mente (creativa o no, como la quieran llamar) ha estado ocupada en crear una trama para otras cosas, cosas que quizá me lleven a realizar mi sueño de escribir historias y vivir de ello. Para los que no lo saben, estudio cinematografía y entre mis pasiones está el escribir guiones. Por ahora, hay un cortometraje, del cual la historia es mía, que ya se va a grabar en octubre. Y estoy terminando de escribir mi primera película. Así que en realidad nunca he dejado la pluma y el papel.
De lo que sí estoy consciente es que no debí abandonarlos así. Realmente lamento que haya ocurrido, y espero no volver a hacerlo. Por lo menos no por tanto tiempo, así que les pido a los que de verdad les interese seguir leyendo esta historia, que si ven que me retraso más de dos semanas en subir nuevo capítulo me manden un jalón de orejas como lo hizo Sybelle.
