Miles se reclin¢ en un sof  relleno de l¡quido, en la sala de observaci¢n de la refiner¡a, y contempl¢ las profundidades de un espacio ya no vac¡o. La flota dendarii brillaba y fulguraba, suspendida en el vac¡o junto a la estaci¢n, como una constelaci¢n de hombres y naves.

De ni¤o, en su dormitorio de Vorkosigan Surleau - donde pasaba los veranos -, hab¡a tenido un m¢vil de naves de guerra espaciales, cl sica artesan¡a militar barrayarana, mantenidas en un orden cuidadosamente equilibrado por hilos casi invisibles, de gran resistencia. Hilos invisibles. Lanz¢ un soplido hacia los ventanales de cristal, como si pudiera hacer que las naves Dendarii girasen y bailaran.

Diecinueve naves de guerra y m s de 3.000 hombres entre tropas y t‚cnicos. ®M¡o¯, prob¢ a decir, como experimento, ®todo m¡o¯, pero la frase no le produjo una conveniente sensaci¢n ed triunfo; se sent¡a m s como un blanco.

En primer lugar,no era verdad. La propiedad real de aquel capital de millones de d¢lares betanos en equipo era una cuesti¢n de asombrosa complejidad. Hab¡a llevado cuatro d¡as ¡ntegros de negociaciones resolver los ®detalles¯ que hab¡a mencionado, como de paso, en el muelle de desembarco. Hab¡a ocho capitanes-propietarios independientes, adem s de Oser, quien ten¡a la posesi¢n personal de ocho naves. Casi todos ten¡an acreedores. Por lo menos el diez por ciento de ®su¯ flota result¢ ser propiedad del First Bank de Jacksonïs Whole, famoso por sus cuentas numeradas y sus discretos servicios; hasta donde pudo saber, Miles contrinu¡a ahora al mantenimiento del juego clandestino, el espionaje industrial y el comercio de esclavas blancas de un extremo a otro del nexo del agujero de gusano. Parec¡a que era no tanto el due¤o de los Mercenarios Dendarii sino, m s bien, su principal empleado.

La propiedad del Ariel y del Triumph se torn¢ particularmente compleja por haberlos capturado Miles en batalla. Tung ten¡a hasta entonces la pertenencia completa de su nave, pero Auson estaba profundamente endeudado, por el Ariel, con otra instituci¢n de pr‚stamos, tambi‚n de Jacksonïs Whole. Oser, cuando todav¡a trabajaba para los pelianos, hab¡a dejado de pagarle cuando le capturaron, dejando que, ¨c¢mo se llamaba...? Luigi Bharaputra e Hijos, Compa¤¡a Tenedora y Financiera, de Jacksonïs Whole Sociedad An¢nima Limitada, cobrara su seguro, si ten¡a alguno. El capit n Auson se hab¡a puesto p lido al enterarse de que un agente de dicha compa¤¡a llegar¡a muy pronto para investigar.

Tan s¢lo el inventario era suficiente para empantanar la mente de Miles, y cuando llegara el momento de clasificar y ordenar los contratos del personal... su est¢mago le doler¡a, si todav¡a pod¡a. Antes de que llegara Oser, los Dendarii ten¡an derecho a una considerable ganancia, a partir del contrato feliciano. Ahora, la ganancia de 200 deb¡a ser repartida para mantener a 3.000.

O m s de 3.000. Los Dendarii segu¡an creciendo. Otra nave libre hab¡a llegado el d¡a anterior, atravesando el agujero, al haber o¡do de ellos Dios sabe en qu‚ f brica de rumores. Y ansiosos pretnedientes a reclutas provenientes de Felice se las arreglaban para aparecer con cada nueva nave que ven¡a del planeta. La refiner¡a de metales estaba operando como refiner¡a otra vez y el control del espacio local cay¢ nuevamente en manos de los felicianos; sus fuerzas en aquel mismo momento estaban devorando instalaciones pelianas por todo el sistema.

Se hablaba de un nuevo contrato por parte de Felice, para que bloqueasen ellos ahora el agujero de gusano. La frase ®ret¡rate mientras est s ganando¯ se le aparec¡a espont neamente a Miles cada vez que surg¡a el tema; la propuesta le aterraba en su interior. Ansiaba irse de all¡ antes de que todo el castillo de naipes se desmoronara. Deb¡a mantener la realidad y la fantas¡a separadas, en su mente al menos, aun cuando ten¡a que mezclarlas tanto como le fuera posible en la de los dem s. Le llegaron voces desde el pasillo de acceso, rebotando hasta su o¡do por alg£n accidente de ac£stica. El tono alto de Elena le llam¢ la atenci¢n.

- No tienes que ped¡rselo. No estamos en Barrayar, no vamos a volver nunca a Barrayar...

- Pero ser  como tener un peque¤o fragmento de Barrayar para llevar con nosotros - contest¢ la voz de Baz, amable y alegre como Miles jam s la hab¡a escuchado -. Un atisbo del hogar en sitios sin aire. Dios sabe que no puedo ofrecerte mucho de eso ®conveniente y adecuado¯ que tu padre quer¡a para ti, pero toda la miseria de que pueda disponer ser  tuya.

- Mm.

La respuesta de ella no fue entusiasta, casi hostil m s bien. Toda referencia a Bothari parec¡a en esos d¡as caer en ella como martillazos en carne muerta, un sonido sordo que a Miles le enfermaba, pero que en ella no provocaba respuesta.

Surgieron desde el corredor. Baz iba detr s de Elena. Sonri¢ a su se¤or con una t¡mida actitud de triunfo. Elena tambi‚n le sonri¢, pero no con los ojos.

- ¨Meditaci¢n profunda? - le pregunt¢ jovialmente Elena -. A m¡ me parece m s bien que est s mirando por la ventana y comi‚ndote las u¤as.

Se incorpor¢ con esfuerzo y respondi¢ en el mismo tono:

- Oh, le dije al guardia que no dejase entrar a los turistas. En realidad he venido aqu¡ para echar una siesta.

Baz le sonri¢ nuevamente.

- Mi se¤or, entiendo, en ausencia de otros parientes, que la tutela legal de Elena ha reca¡do en usted.

- Vaya..., as¡ es. No he tenido mucho tiempo para pensar en ello, a decir verdad.

Miles se sinti¢ inc¢modo ante este giro de la conversaci¢n, no muy seguro de qu‚ iba a venir.

- Bien. Entonces, como su se¤or y guardi n, formalmente le pido la mano de Elena en matrimonio. Por no mencionar el resto de ella. - Su est£pida sonrisa le hizo desear a Miles patearle los dientes -. Oh, y como mi se¤or y comandante, le pido permiso para casarme y... ((y que mis hijos puedan servirle, se¤or((. - La versi¢n abreviada que Baz pronunci¢ de la f¢rmula era apenas un poco diferente de la real.

T£ no vas a tener ning£n hijo, porque te voy a cortar los huevos, ladr¢n de corderos, p‚rfido, traidor... Alcanz¢ a controlarse antes de que su emoci¢n mostrara no m s que una forzada, cerrada sonrisa.

- Ya veo. Existen... existe algunas dificultades.

Orden¢ su argumentaci¢n l¢gica como un escudo, para proteger su cobarde y desnuda rabia del aguij¢n de esos dos honestos pares de ojos marrones.

- Elena es muy joven, por supuesto... - Abandon¢ la frase ante la ira que destell¢ en la mirada d ela joven al mismo tiempo que sus labios formaban la muda palabra ­T£...! -. Yendo m s al punto, le di mi palabra al sargento Bothari de realizar por ‚l tres servicios en caso de que muriera, como ha sucedido. Enterrarle en Barrayar, procurar que Elena se case con toda la debida ceremonia y... ocuparme de que lo haga con un adecuado oficial del Servicio Imperial de Barrayar. ¨Os gustar¡a verme faltar a mi palabra?

Baz parec¡a tan aturdido como si Miles le hubiese pateado. Abri¢ la boca, la cerr¢, la abri¢ otra vez.

- Pero... ¨no soy su hombre de armas juramentado? Eso es seguramente lo mismo que ser un oficial imperial... ­demonios, el propio sargento era un hombre de armas! ¨No ha... no ha sido satisafactorio mi servicio? ­D¡game en qu‚ he fallado, mi se¤or, para que ya mismo pueda corregirlo! - Su perplejidad se convirti¢ en genuina angustia.

- No me has fallado. - La conciencia de Miles solt¢ las palabras de su boca -. No, pero, por supuesto, s¢olo me has servido cuatro meses. Un tiempo realmente corto, si bien s‚ que parece mucho m s largo con todo lo que ha pasado... - Miles se tropez¢, se sent¡a m s que tullido; lisiado. La furiosa mirada de Elena le hab¡a cortado por las rodillas. ¨Cu nto m s corto podr¡a permitirse aparecer ante sus ojos? Prosigui¢ sin vigor -. Todo esto es tan repentino...

La voz de Elena baj¢ hasta un grave registro de ira.

- ¨C¢mo te atreves...? - La voz irrumpi¢ en la respiraci¢n, como una ola, y las palabras se formaron otra vez -. ¨Qu‚ es lo que debes... qu‚ puede alguien deberle a eso? - pregunt¢, despectiva, refiri‚ndose al sargento, comprendi¢ Miles -. No fui su objeto personal y no soy el tuyo tampoco. El perro en el comedero...

La mano de Baz le apret¢ ansiosamente el brazo, conteniendo la avalancha que se abat¡a sobre Miles.

- Elena, quiz  no es el mejor momento para tratar esto. Tal vez ser¡a mejor m s tarde.

Baz mir¢ el p‚treo rostro de Miles y retrocedi¢, con la mirada confundida.

- Baz, no ir s a tomar esto en serio...

- Vamos. Hablaremos de ello.

Elena hizo un esfuerzo y recuper¢ su timbre normal de voz.

- Esp‚rame al final del pasillo. Es s¢lo un minuto.

Miles salud¢ a Baz con un gesto, reforzando las palabras de Elena.

- Bien... - El maquinista se retir¢ caminando lentamente y mirando por encima del hombro, preocupado.

Esperaron, por t cito acuerdo, hasta que el sordo sonido de los pasos se desvaneci¢. Cuando Elena retom¢ la palabra, la ira en sus ojos se hab¡a convertido en s£plica.

- ¨No lo ves, Miles? Es mi oportunidad para alejarme de todo, para comenzar de nuevo, limpia y fresaca, en otro lugar. Tan lejos como sea posible.

Miles sacudi¢ la cabeza. Hubiera ca¡do de rodillas si hubiese pensado que servir¡a para algo.

- ¨C¢mo puedo renunciar a ti? T£ eres las monta¤as y el lago, los recuerdos... lo encierras todo. Cuando est s conmigo, estoy en casa, dondequiera que me encuentra.

- Si Barrayar fuera mi brazo derecho, har¡a uso de mi arco de plasma y me lo quemar¡a. Tu padre y tu madre siempre supieron qui‚n era ‚l y, no obstante, le albergaron. ¨Qu‚ son ellos, entonces?

- El sargento estaba haciendo las cosas correctamente... haci‚ndolo bien, hasta... T£ ibas a ser su expiaci¢n, ¨no puedes verlo?

- ¨Qu‚, un sacrificio por sus pecados? ¨Debo formarme a m¡ misma en el molde de una doncella barrayarana perfecta, como tratando de conseguir un encanto m gico para la absoluci¢n?­Podr¡a pasarme toda la vida efectuando ese ritual y no llegar al final de ‚l, maldita sea!

- No el sacrificio - prob¢ a decir -, el altar, quiz s.

- ­Bah!

Elena empez¢ a pasarse, como un leopardo encadenado. Sus heridas emocionales parec¡an abrirse solas y sangrar delante de Miles.