Vorkosigan Surleau 13 años antes......
-Maldito seas, Vaagen -dijo Cordelia, jadeante-, no me advertiste que el pequeño bribón iba a ser hiperactivo.
Corrió escaleras abajo, atravesó la cocina y salió a la terraza en el extremo de la residencia de piedra. Su mira-da se deslizó por el jardín, entre los árboles, y escudriñó el gran lago que brillaba bajo el sol del verano. Ningún movimiento.
Vestido con el pantalón de su viejo uniforme y una camisa desteñida, Aral se acercó por un lado de la casa, la vio y abrió las manos en un gesto negativo.
-No está por aquí.
-Tampoco está dentro. ¿Habrá subido... o bajado? ¿Y dónde está la pequeña Elena? Seguro que se han ido juntos. Le prohibí que se acercara al lago sin un adulto, pero no sé...
-No creo que hayan ido al lago -dijo Aral-. Han estado nadando toda la mañana. Yo me he cansado de sólo mirarlos. En un cuarto de hora, subió al muelle y volvió a saltar diecinueve veces. Si multiplicas eso por tres horas...
-Entonces, arriba -decidió Cordelia-. Giraron y juntos comenzaron a subir la colina por el sendero bordeado de plantas nativas, importadas de la Tierra, y flores exóticas-. Pensar que recé... -jadeó Cordelia- para que llegase el día en que lo viera caminar.
-Son cinco años de movimientos contenidos pues-tos en libertad -analizó Aral-. En cierto sentido, re-sulta un alivio comprobar que toda esa frustración no se convirtió en resentimiento. Por un tiempo temí que así fuese.
-Sí. ¿Has notado que desde la última operación ya no parlotea constantemente? Al principio me alegré, ¿pero tú crees que llegará a volverse mudo ? Yo ni siquie-ra sabía que esa unidad de refrigeración podía partirse en dos. Un ingeniero mudo.
-Supongo que... con el tiempo sus aptitudes verba-les y mecánicas alcanzarán un equilibrio. Si sobrevive.
-Aquí estamos, un montón de adultos y él sólito. Deberíamos ser capaces de controlarlo. ¿Por qué siento que nos tiene rodeados?
Llegaron a la cima de la colina. Las caballerizas de Piotr se encontraban abajo, en el valle, y constaban de seis edificios de piedra y madera pintada de rojo, exten-siones con cercas y pastos verdes importados de la Tie-rra. Cordelia vio caballos, pero ningún niño. Bothari ya se encontraba allí, y salía de un edificio para entrar en el otro. Su grito llegó hasta ellos, atenuado por la distancia.
-¡Lord Miles!
-Oh, querido, espero que no esté molestando a los caballos de Piotr-dijo Cordelia-. ¿Te parece que esta vez alcanzaremos una verdadera reconciliación? ¿Sólo porque al fin Miles ha comenzado a caminar?
-Anoche estuvo muy civilizado durante la cena -dijo Aral con tono algo esperanzado.
-Anoche yo estuve muy civilizada durante la cena-replicó Cordelia-. Él me acusó de matar de hambre a tu hijo hasta convertirlo en un enano. ¿Qué puedo hacer si el niño prefiere jugar con su comida en lugar de co-merla? Todavía no sé si aumentarle la dosis de esa hor-mona del crecimiento. Vaagen no está seguro de sus efectos sobre la fragilidad de los huesos.
Aral esbozó una pequeña sonrisa.
-A mí me pareció ingenioso ese diálogo de los gui-santes que marchaban para rodear al panecillo y exigirle la rendición. Uno casi podía imaginarlos como peque-ños soldados con sus uniformes verdes.
-Sí, y tú no fuiste de gran ayuda al reírte, en lugar de amenazarlo para que comiera, como debe hacer un buen padre.
-No me reí.
-Sí, te reías con la mirada, y él lo sabía. Te tenía en un puño.
El cálido aroma orgánico de los caballos y sus inevi-tables derivados impregnó el aire cuando se acercaron a los edificios. Bothari volvió a aparecer, los vio y les diri-gió un gesto de disculpa.
-Acabo de ver a Elena. Le dije que bajara de ese he-nal. Me aseguró que Miles no estaba allá arriba, pero tie-ne que andar por aquí. Lo siento señora, cuando habló de ver a los animales no imaginé que fuera de inmediato. Estoy seguro de que lo encontraré ahora mismo.
-Yo esperaba que Piotr nos ofreciera dar un paseo -suspiró Cordelia.
-Pensé que no te gustaban los caballos -dijo Aral.
-Los detesto. Pero se me ocurrió que de ese modo el viejo comenzaría a hablarle como a un ser humano, en lugar de verlo como a una planta en una maceta. Y Miles estaba de lo más entusiasmado con esas estúpidas bes-tias. Aunque no me gusta andar mucho por aquí. Este lugar es tan... Piotr. -Arcaico, peligroso y uno debe vigi-lar donde pisa.
Y hablando de Piotr, justo en ese momento el ancia-no emergió del cobertizo, enrollando una cuerda.
-Ah. Estáis aquí -dijo con tono neutral. Aunque se acercó a ellos con una actitud bastante sociable-. Su-pongo que no os interesará ver la nueva potranca.
Por su tono, Cordelia no supo si esperaba que dije-se sí o no. Aunque de todos modos, aprovechó la opor-tunidad.
-Estoy segura de que a Miles le gustaría.
-Hum.
Cordelia se volvió hacia Bothari.
-¿Por qué no va a buscar...? -pero Bothari tam-bién la miraba, con expresión desanimada. Ella giró so-bre sus talones.
Uno de los caballos más enormes de Piotr estaba sa-liendo del establo sin brida, montura, cabestro ni ningu-na otra cosa a la cual sujetarse. Aferrado a su crin venía un niñito de cabellos oscuros, con aspecto de enano. Las facciones de Miles brillaban con una mezcla de exalta-ción y terror. Cordelia estuvo a punto de desmayarse.
-¡Mi semental importado! -aulló Piotr, horrori-zado.
Por puro reflejo, Bothari extrajo el aturdidor de su funda. Pero entonces permaneció paralizado, sin saber qué hacer con él. Si el caballo caía y rodaba sobre el pe-queño jinete...
-¡Mira, sargento! -exclamó la voz de Miles con ansiedad-. ¡Soy más alto que tú!
Bothari echó a correr hacia él. Espantado, el caballo se alejó con un medio galope.
-¡... y también puedo correr más rápido! -Las pa-labras quedaron ahogadas por el sonido de los cascos. El caballo desapareció al otro lado del establo.
Los cuatro adultos salieron disparados hacia allí. Cordelia no oyó ningún otro grito, pero cuando dieron la vuelta Miles estaba tendido en el suelo. El caballo se había detenido un poco más allá y tenía la cabeza incli-nada para mordisquear los pastos. Al verlos emitió un resoplido hostil, alzó la cabeza, movió un poco las patas y luego siguió pastando.
Cordelia cayó de rodillas junto a Miles, quien ya es-taba sentado y le indicaba que se alejase. Estaba pálido y se sujetaba el brazo izquierdo con la mano derecha en un gesto de dolor demasiado familiar.
-¿Lo ves, sargento? -jadeó Miles-. Puedo mon-tar. Puedo hacerlo.
Piotr, que se dirigía hacia el caballo, se detuvo y lo miró.
-Yo no me refería a que no fuese capaz -dijo el sargento con ansiedad-. Me refería a que no tenía per-miso.
-Oh.
-¿Se ha roto? -le preguntó Bothari, mirándole el brazo.
-Sí -suspiró el niño. Había lágrimas de dolor en sus ojos, pero no permitió que su voz se quebrase.
El sargento gruñó y le alzó la manga para palparle el antebrazo. Miles lanzó una exclamación.
-Sí. -Bothari le tiró del brazo y lo colocó en su lugar. Entonces extrajo una manga plástica del bolsillo, se la colocó sobre el brazo y la muñeca, y la hinchó-. Eso lo mantendrá firme hasta que consultemos al mé-dico.
-¿No tendría que... mantener encerrado a ese ho-rrible caballo? -le dijo Cordelia a Piotr.
-No es horrible -insistió Miles mientras se levan-taba-. Es el más bonito.
-¿Eso crees? -le preguntó Piotr con dureza-. ¿Por qué piensas eso? ¿Te gusta el color?
-Es el que se mueve mejor -le explicó Miles mien-tras saltaba imitando los movimientos del caballo.
Esto cautivó la atención de Piotr.
-Ya veo -dijo con tono risueño-. Es mi mejor caballo... ¿Te gustan los caballos?
-Son fantásticos. Me encantan. -Miles hizo varias cabriolas.
-Y pensar que tu padre nunca se interesó en ellos. -Piotr dirigió a Aral una mirada resentida.
Gracias a Dios, pensó Cordelia.
-En un caballo, seguro que podría ir tan rápido co-mo cualquiera -dijo Miles.
-Lo dudo -respondió Piotr con frialdad-, si de-bemos tomar lo de hoy como un ejemplo. Si quieres montar, tendrás que hacerlo bien.
-Enséñame -pidió Miles de inmediato.
Piotr miró a Cordelia con una sonrisa amarga.
-Si tu madre te da permiso. -Giró sobre sus talo-nes con una expresión irónica, pues conocía la antipatía de Cordelia hacia los caballos.
Cordelia se mordió la lengua para no responder «so-bre mi cadáver». Los ojos de Aral parecían querer decir-le algo, pero ella no alcanzaba a comprenderlo. ¿Sería éste otro plan de Piotr para matar a Miles ? ¿ Se lo llevaría y dejaría que el animal lo lanzase, lo pisotease hasta rom-perle todos los huesos ? Vaya una idea.
¿Sería un riesgo? Desde que Miles comenzó a des-plazarse al fin, ella no hacía más que correr tras él aterra-da, tratando de salvarlo de cualquier peligro físico; en cambio Miles dedicaba la misma energía para escapar de su supervisión. Si continuaban así mucho tiempo más, alguno de los dos se volvería loco.
Si no podía mantenerlo en un lugar seguro, tal vez lo mejor fuese enseñarle a desenvolverse en un mundo de pe-ligros. A estas alturas ya era casi imposible que se ahogase, por ejemplo. Sus grandes ojos grises le suplicaban desesperadamente en silencio: «déjame, déjame, déjame...» con la suficiente energía como para derretir el acero.
Yo lucharía contra el mundo entero por ti, pero que me condenen si encuentro una forma para salvarte de ti mismo. Está bien, pequeño.
-Bueno -accedió Cordelia-. Pero si el sargento te acompaña.
Bothari le dirigió una mirada horrorizada. Aral se frotó el mentón con los ojos brillantes. Piotr pareció ab-solutamente desconcertado.
-Bien -dijo Miles-. ¿Podré tener mi propio ca-ballo? ¿Puedo tener ése?
-No, ése no -replicó Piotr, indignado. Entonces agregó-: Tal vez un poní.
-Un caballo -insistió Miles, mirándolo fijamente.
Cordelia reconoció el estilo «negociación», que so-lía activarse ante la menor de las concesiones. El niño de-bería elaborar tratados con los cetagandaneses.
-Un poni -intervino ella, brindando a Piotr el apoyo que ni siquiera él sabía cuánto iba a necesitar-. Uno manso... y más bien bajo.
Piotr le dirigió una mirada desafiante.
-Tal vez puedas llegar a ganarte un caballo -le dijo a Miles-. Si aprendes bien.
-¿Puedo empezar ahora?
-Primero tienes que curarte ese brazo -dijo Cor-delia con firmeza.
-No tengo que esperar hasta que esté curado del todo, ¿no es cierto?
-¡Te enseñará a no correr por ahí rompiéndote los huesos!
Piotr dirigió a Cordelia una mirada de soslayo.
-En realidad, durante los inicios del entrenamien-to no se permite utilizar los brazos hasta que se haya ob-tenido una buena postura.
-¿Sí? -dijo Miles, venerando cada una de sus pa-labras-. ¿Qué más...?
Cuando Cordelia se retiró en busca del médico que acompañaba al séquito del regente, Piotr ya había recuperado su caballo gracias a unos terrones de azúcar. En-tonces comenzó a explicarle a Miles cómo hacer un ca-bestro con una cuerda, desde qué lado se debía montar un caballo y cómo colocar el cuerpo. El niño, que apenas llegaba a la cintura del anciano, lo absorbía todo como una esponja, apasionadamente atento a sus palabras.
-¿Quieres apostar quién estará montando qué caballo a finales de semana? -le dijo Aral al oído.
-No. Debo reconocer que los meses que Miles pasó inmovilizado en ese horrible tensor espinal le ense-ñaron cómo controlar a quienes te rodean a largo plazo, y de ese modo imponer tu voluntad. Me alegra que no haya escogido los gimoteos como estrategia. Es el pe-queño monstruo más obstinado que jamás haya conoci-do, pero se las arregla para que uno no lo note.
-Creo que el conde ya está perdido -dijo Aral.
Cordelia esbozó una sonrisa y luego lo miró con ojos más serios.
-En una ocasión, cuando mi padre vino a casa con una licencia de Estudios Astronómicos Betaneses, fabri-camos unos planeadores. Se necesitaban dos cosas para hacerlos volar. Primero había que correr para darles im-pulso. Luego debíamos soltarlos. -Cordelia suspiró-. Lo más difícil de todo era saber cuándo soltarlos.
Piotr, el caballo, Bothari y Miles desaparecieron en el interior del establo. A juzgar por sus gestos, Miles es-taba formulando preguntas en rápida sucesión.
Aral le sujetó la mano mientras se volvían para subir la colina.
-Creo que volará bien alto, querida capitana.
-Maldito seas, Vaagen -dijo Cordelia, jadeante-, no me advertiste que el pequeño bribón iba a ser hiperactivo.
Corrió escaleras abajo, atravesó la cocina y salió a la terraza en el extremo de la residencia de piedra. Su mira-da se deslizó por el jardín, entre los árboles, y escudriñó el gran lago que brillaba bajo el sol del verano. Ningún movimiento.
Vestido con el pantalón de su viejo uniforme y una camisa desteñida, Aral se acercó por un lado de la casa, la vio y abrió las manos en un gesto negativo.
-No está por aquí.
-Tampoco está dentro. ¿Habrá subido... o bajado? ¿Y dónde está la pequeña Elena? Seguro que se han ido juntos. Le prohibí que se acercara al lago sin un adulto, pero no sé...
-No creo que hayan ido al lago -dijo Aral-. Han estado nadando toda la mañana. Yo me he cansado de sólo mirarlos. En un cuarto de hora, subió al muelle y volvió a saltar diecinueve veces. Si multiplicas eso por tres horas...
-Entonces, arriba -decidió Cordelia-. Giraron y juntos comenzaron a subir la colina por el sendero bordeado de plantas nativas, importadas de la Tierra, y flores exóticas-. Pensar que recé... -jadeó Cordelia- para que llegase el día en que lo viera caminar.
-Son cinco años de movimientos contenidos pues-tos en libertad -analizó Aral-. En cierto sentido, re-sulta un alivio comprobar que toda esa frustración no se convirtió en resentimiento. Por un tiempo temí que así fuese.
-Sí. ¿Has notado que desde la última operación ya no parlotea constantemente? Al principio me alegré, ¿pero tú crees que llegará a volverse mudo ? Yo ni siquie-ra sabía que esa unidad de refrigeración podía partirse en dos. Un ingeniero mudo.
-Supongo que... con el tiempo sus aptitudes verba-les y mecánicas alcanzarán un equilibrio. Si sobrevive.
-Aquí estamos, un montón de adultos y él sólito. Deberíamos ser capaces de controlarlo. ¿Por qué siento que nos tiene rodeados?
Llegaron a la cima de la colina. Las caballerizas de Piotr se encontraban abajo, en el valle, y constaban de seis edificios de piedra y madera pintada de rojo, exten-siones con cercas y pastos verdes importados de la Tie-rra. Cordelia vio caballos, pero ningún niño. Bothari ya se encontraba allí, y salía de un edificio para entrar en el otro. Su grito llegó hasta ellos, atenuado por la distancia.
-¡Lord Miles!
-Oh, querido, espero que no esté molestando a los caballos de Piotr-dijo Cordelia-. ¿Te parece que esta vez alcanzaremos una verdadera reconciliación? ¿Sólo porque al fin Miles ha comenzado a caminar?
-Anoche estuvo muy civilizado durante la cena -dijo Aral con tono algo esperanzado.
-Anoche yo estuve muy civilizada durante la cena-replicó Cordelia-. Él me acusó de matar de hambre a tu hijo hasta convertirlo en un enano. ¿Qué puedo hacer si el niño prefiere jugar con su comida en lugar de co-merla? Todavía no sé si aumentarle la dosis de esa hor-mona del crecimiento. Vaagen no está seguro de sus efectos sobre la fragilidad de los huesos.
Aral esbozó una pequeña sonrisa.
-A mí me pareció ingenioso ese diálogo de los gui-santes que marchaban para rodear al panecillo y exigirle la rendición. Uno casi podía imaginarlos como peque-ños soldados con sus uniformes verdes.
-Sí, y tú no fuiste de gran ayuda al reírte, en lugar de amenazarlo para que comiera, como debe hacer un buen padre.
-No me reí.
-Sí, te reías con la mirada, y él lo sabía. Te tenía en un puño.
El cálido aroma orgánico de los caballos y sus inevi-tables derivados impregnó el aire cuando se acercaron a los edificios. Bothari volvió a aparecer, los vio y les diri-gió un gesto de disculpa.
-Acabo de ver a Elena. Le dije que bajara de ese he-nal. Me aseguró que Miles no estaba allá arriba, pero tie-ne que andar por aquí. Lo siento señora, cuando habló de ver a los animales no imaginé que fuera de inmediato. Estoy seguro de que lo encontraré ahora mismo.
-Yo esperaba que Piotr nos ofreciera dar un paseo -suspiró Cordelia.
-Pensé que no te gustaban los caballos -dijo Aral.
-Los detesto. Pero se me ocurrió que de ese modo el viejo comenzaría a hablarle como a un ser humano, en lugar de verlo como a una planta en una maceta. Y Miles estaba de lo más entusiasmado con esas estúpidas bes-tias. Aunque no me gusta andar mucho por aquí. Este lugar es tan... Piotr. -Arcaico, peligroso y uno debe vigi-lar donde pisa.
Y hablando de Piotr, justo en ese momento el ancia-no emergió del cobertizo, enrollando una cuerda.
-Ah. Estáis aquí -dijo con tono neutral. Aunque se acercó a ellos con una actitud bastante sociable-. Su-pongo que no os interesará ver la nueva potranca.
Por su tono, Cordelia no supo si esperaba que dije-se sí o no. Aunque de todos modos, aprovechó la opor-tunidad.
-Estoy segura de que a Miles le gustaría.
-Hum.
Cordelia se volvió hacia Bothari.
-¿Por qué no va a buscar...? -pero Bothari tam-bién la miraba, con expresión desanimada. Ella giró so-bre sus talones.
Uno de los caballos más enormes de Piotr estaba sa-liendo del establo sin brida, montura, cabestro ni ningu-na otra cosa a la cual sujetarse. Aferrado a su crin venía un niñito de cabellos oscuros, con aspecto de enano. Las facciones de Miles brillaban con una mezcla de exalta-ción y terror. Cordelia estuvo a punto de desmayarse.
-¡Mi semental importado! -aulló Piotr, horrori-zado.
Por puro reflejo, Bothari extrajo el aturdidor de su funda. Pero entonces permaneció paralizado, sin saber qué hacer con él. Si el caballo caía y rodaba sobre el pe-queño jinete...
-¡Mira, sargento! -exclamó la voz de Miles con ansiedad-. ¡Soy más alto que tú!
Bothari echó a correr hacia él. Espantado, el caballo se alejó con un medio galope.
-¡... y también puedo correr más rápido! -Las pa-labras quedaron ahogadas por el sonido de los cascos. El caballo desapareció al otro lado del establo.
Los cuatro adultos salieron disparados hacia allí. Cordelia no oyó ningún otro grito, pero cuando dieron la vuelta Miles estaba tendido en el suelo. El caballo se había detenido un poco más allá y tenía la cabeza incli-nada para mordisquear los pastos. Al verlos emitió un resoplido hostil, alzó la cabeza, movió un poco las patas y luego siguió pastando.
Cordelia cayó de rodillas junto a Miles, quien ya es-taba sentado y le indicaba que se alejase. Estaba pálido y se sujetaba el brazo izquierdo con la mano derecha en un gesto de dolor demasiado familiar.
-¿Lo ves, sargento? -jadeó Miles-. Puedo mon-tar. Puedo hacerlo.
Piotr, que se dirigía hacia el caballo, se detuvo y lo miró.
-Yo no me refería a que no fuese capaz -dijo el sargento con ansiedad-. Me refería a que no tenía per-miso.
-Oh.
-¿Se ha roto? -le preguntó Bothari, mirándole el brazo.
-Sí -suspiró el niño. Había lágrimas de dolor en sus ojos, pero no permitió que su voz se quebrase.
El sargento gruñó y le alzó la manga para palparle el antebrazo. Miles lanzó una exclamación.
-Sí. -Bothari le tiró del brazo y lo colocó en su lugar. Entonces extrajo una manga plástica del bolsillo, se la colocó sobre el brazo y la muñeca, y la hinchó-. Eso lo mantendrá firme hasta que consultemos al mé-dico.
-¿No tendría que... mantener encerrado a ese ho-rrible caballo? -le dijo Cordelia a Piotr.
-No es horrible -insistió Miles mientras se levan-taba-. Es el más bonito.
-¿Eso crees? -le preguntó Piotr con dureza-. ¿Por qué piensas eso? ¿Te gusta el color?
-Es el que se mueve mejor -le explicó Miles mien-tras saltaba imitando los movimientos del caballo.
Esto cautivó la atención de Piotr.
-Ya veo -dijo con tono risueño-. Es mi mejor caballo... ¿Te gustan los caballos?
-Son fantásticos. Me encantan. -Miles hizo varias cabriolas.
-Y pensar que tu padre nunca se interesó en ellos. -Piotr dirigió a Aral una mirada resentida.
Gracias a Dios, pensó Cordelia.
-En un caballo, seguro que podría ir tan rápido co-mo cualquiera -dijo Miles.
-Lo dudo -respondió Piotr con frialdad-, si de-bemos tomar lo de hoy como un ejemplo. Si quieres montar, tendrás que hacerlo bien.
-Enséñame -pidió Miles de inmediato.
Piotr miró a Cordelia con una sonrisa amarga.
-Si tu madre te da permiso. -Giró sobre sus talo-nes con una expresión irónica, pues conocía la antipatía de Cordelia hacia los caballos.
Cordelia se mordió la lengua para no responder «so-bre mi cadáver». Los ojos de Aral parecían querer decir-le algo, pero ella no alcanzaba a comprenderlo. ¿Sería éste otro plan de Piotr para matar a Miles ? ¿ Se lo llevaría y dejaría que el animal lo lanzase, lo pisotease hasta rom-perle todos los huesos ? Vaya una idea.
¿Sería un riesgo? Desde que Miles comenzó a des-plazarse al fin, ella no hacía más que correr tras él aterra-da, tratando de salvarlo de cualquier peligro físico; en cambio Miles dedicaba la misma energía para escapar de su supervisión. Si continuaban así mucho tiempo más, alguno de los dos se volvería loco.
Si no podía mantenerlo en un lugar seguro, tal vez lo mejor fuese enseñarle a desenvolverse en un mundo de pe-ligros. A estas alturas ya era casi imposible que se ahogase, por ejemplo. Sus grandes ojos grises le suplicaban desesperadamente en silencio: «déjame, déjame, déjame...» con la suficiente energía como para derretir el acero.
Yo lucharía contra el mundo entero por ti, pero que me condenen si encuentro una forma para salvarte de ti mismo. Está bien, pequeño.
-Bueno -accedió Cordelia-. Pero si el sargento te acompaña.
Bothari le dirigió una mirada horrorizada. Aral se frotó el mentón con los ojos brillantes. Piotr pareció ab-solutamente desconcertado.
-Bien -dijo Miles-. ¿Podré tener mi propio ca-ballo? ¿Puedo tener ése?
-No, ése no -replicó Piotr, indignado. Entonces agregó-: Tal vez un poní.
-Un caballo -insistió Miles, mirándolo fijamente.
Cordelia reconoció el estilo «negociación», que so-lía activarse ante la menor de las concesiones. El niño de-bería elaborar tratados con los cetagandaneses.
-Un poni -intervino ella, brindando a Piotr el apoyo que ni siquiera él sabía cuánto iba a necesitar-. Uno manso... y más bien bajo.
Piotr le dirigió una mirada desafiante.
-Tal vez puedas llegar a ganarte un caballo -le dijo a Miles-. Si aprendes bien.
-¿Puedo empezar ahora?
-Primero tienes que curarte ese brazo -dijo Cor-delia con firmeza.
-No tengo que esperar hasta que esté curado del todo, ¿no es cierto?
-¡Te enseñará a no correr por ahí rompiéndote los huesos!
Piotr dirigió a Cordelia una mirada de soslayo.
-En realidad, durante los inicios del entrenamien-to no se permite utilizar los brazos hasta que se haya ob-tenido una buena postura.
-¿Sí? -dijo Miles, venerando cada una de sus pa-labras-. ¿Qué más...?
Cuando Cordelia se retiró en busca del médico que acompañaba al séquito del regente, Piotr ya había recuperado su caballo gracias a unos terrones de azúcar. En-tonces comenzó a explicarle a Miles cómo hacer un ca-bestro con una cuerda, desde qué lado se debía montar un caballo y cómo colocar el cuerpo. El niño, que apenas llegaba a la cintura del anciano, lo absorbía todo como una esponja, apasionadamente atento a sus palabras.
-¿Quieres apostar quién estará montando qué caballo a finales de semana? -le dijo Aral al oído.
-No. Debo reconocer que los meses que Miles pasó inmovilizado en ese horrible tensor espinal le ense-ñaron cómo controlar a quienes te rodean a largo plazo, y de ese modo imponer tu voluntad. Me alegra que no haya escogido los gimoteos como estrategia. Es el pe-queño monstruo más obstinado que jamás haya conoci-do, pero se las arregla para que uno no lo note.
-Creo que el conde ya está perdido -dijo Aral.
Cordelia esbozó una sonrisa y luego lo miró con ojos más serios.
-En una ocasión, cuando mi padre vino a casa con una licencia de Estudios Astronómicos Betaneses, fabri-camos unos planeadores. Se necesitaban dos cosas para hacerlos volar. Primero había que correr para darles im-pulso. Luego debíamos soltarlos. -Cordelia suspiró-. Lo más difícil de todo era saber cuándo soltarlos.
Piotr, el caballo, Bothari y Miles desaparecieron en el interior del establo. A juzgar por sus gestos, Miles es-taba formulando preguntas en rápida sucesión.
Aral le sujetó la mano mientras se volvían para subir la colina.
-Creo que volará bien alto, querida capitana.
