Capitulo 17
Antes de abandonar el salón táctico, Miles habló con Seguridad del Triumph para averiguar cómo progresaba la investigación sobre los prisioneros fugados. Todavía figuraban como desaparecidos Oser, el capitán del Peregrine y otros dos oficiales leales oseranos: la comandante Cavilo y el general Metzov.
Miles estaba bastante seguro de haber visto cómo Oser y sus oficiales se convertían en cenizas radiactivas, ¿pero Metzov y Cavilo estaban también a bordo de esa lanzadera? Qué ironía si, después de todo, Cavilo había muerto a manos de los cetagandanos. Aunque, había que admitirlo, hubiese sido igualmente irónico si moría a manos de los vervaneses. los Guardianes de Randall, los aslundeños , los barrayaranos o cualquiera a quien hubiese traicionado en su breve y fugaz carrera por el Centro Hegen. Su muerte había sido muy oportuna en caso de ser cierta, pero... a Miles no le agradaba pensar que sus últimas y furiosas palabras habían adquirido el peso profético de una maldición. Supuestamente, debía temerle más a Metzov que a Cavilo, pero no era así. Miles se estremeció y llamó a un guardia para que le acompañase a su cabina.
En el camino, se cruzó con varios heridos que estaban siendo transferidos a la enfermería del Triumph. Al encontrarse en el grupo de reserva, el Triumph no presentaba grandes averías, pero otras naves no habían sido tan afortunadas. En batallas espaciales, las listas de bajas mostraban una proporción inversa a las de las planetarias. Los muertos superaban en número a los heridos, y en ciertas circunstancias donde se preservaba el ambiente artificial, los soldados podían sobrevivir a sus heridas. Vacilante, Miles cambió de rumbo y siguió a la procesión. ¿Qué podía hacer de utilidad en la enfermería?
Por lo visto, no se habían enviado los casos más fáciles al Triumph. Tres terribles quemaduras y una gran herida en la cabeza encabezaban la fila, y fueron recibidos por el personal que aguardaba con ansiedad. Algunos soldados estaban conscientes y aguardaban su turno en silencio, inmovilizados sobre sus camillas flotantes, con los ojos nublados por el dolor y los calmantes.
Miles trató de decir unas palabras a cada uno. Algunos lo miraron sin comprender, y otros parecieron apreciarlo; Miles permaneció unos momentos más con estos últimos, brindándoles todo el aliento posible. Entonces se apartó y permaneció en silencio varios minutos Junto a la puerta, invadido por el conocido y terrible olor a enfermería después de la batalla, desinfectantes y sangre, carne quemada, orina y electrónica, hasta que comprendió que el cansancio lo estaba volviendo completamente estúpido e inútil, tembloroso y a punto de llorar. Se apartó de la pared y salió de allí. La cama. Si alguien necesitaba su presencia, que lo fuesen a buscar.
Abrió la cerradura codificada de la cabina de Oser. Ahora que la había heredado, tendría que cambiar los números de la clave. Miles suspiró y entró. En ese instante tomó conciencia de dos problemas- Primero, había despedido a su guardaespaldas al entrar en la enfermería, y segundo, no estaba solo. La puerta se cerró a sus espaldas antes de que Miles pudiera retroceder al corredor.
El rostro rojizo del general Metzov era aún más llamativo que el brillo plateado del disruptor nervioso que tenía en la mano, apuntado directamente al centro de su cabeza.
De algún modo, Metzov había conseguido un uniforme gris Dendarii, algo pequeño para él. La comandante Cavilo, quien se hallaba detrás del general, llevaba uno un poco grande. Metzov se veía enorme... y furioso. Cavilo parecía... extraña. Amarga, irónica, casi divertida. Tenía unos cardenales marcados en el cuello y no llevaba arma.
—Te tengo —susurró Metzov con tono triunfante—. Al fín.
—Con un rictus por sonrisa, avanzó lentamente hacía Miles hasta que lo sujetó por el cuello con una mano y lo apretó contra la pared. Entonces dejó caer el disruptor nervioso y le rodeó el cuello con la otra mano también, no para rompérselo, sino para estrangularlo.
—Nunca logrará sobrevivir a... —fue todo lo que Miles logró decir antes de quedarse sin aire. Pudo sentir cómo su tráquea comenzaba a crujir, y su cabeza estuvo a punto de explotar al cortarse el flujo de sangre. No habría forma de convencer a Metzov para que no lo hiciese.
Cavilo avanzó agazapada, silenciosa como un gato, y después de recoger el disruptor nervioso retrocedió para colocarse a la izquierda de Miles.
—Stanís, querido —murmuró. Metzov, obsesionado con estrangular a Miles, no volvió la cabeza. En una evidente imitación del general. Cavilo continuó—: Abre las piernas para mí, perra, o te volaré el cerebro.
Entonces Metzov giró la cabeza, y sus ojos se abrieron de par en par. Ella le voló el cerebro. La descarga azul le dio justo entre los ojos. En su última convulsión, Metzov estuvo a punto de quebrar el cuello de Miles a pesar del refuerzo plástico de sus huesos, pero entonces cayó al suelo. El olor electroquímico de la muerte producida por un disruptor nervioso fue como una bofetada en el rostro de Miles.
Miles permaneció paralizado contra la pared, sin atreverse a moverse. Alzó la vista del cadáver a Cavilo. Ella tenía los labios curvados en una sonrisa de inmensa satisfacción. ¿Sus palabras habrían sido una cita textual y reciente? ¿Qué habían estado haciendo en la cabina de Oser durante las largas horas de espera? El silencio se extendió.
Miles tragó saliva tratando de aclarar su dolorida garganta. Al fin dijo con voz ronca:
—No se trata de una queja, por supuesto, ¿pero por qué no sigue adelante y me dispara a mí también? Cavilo sonrió.
—Una venganza rápida es mejor que ninguna. Una lenta y dolorosa es mejor aún, pero para saborearla debo sobrevivir. Otro día, chico. —Bajó el disruptor nervioso como para enfundarlo, pero luego lo dejó pender hacia abajo en su mano—. Has jurado sacarme a salvo del Centro Hegen, señorito Vor. Y yo he llegado a creer que eres lo suficientemente estúpido para cumplir tu palabra. No se trata de una queja, por supuesto. Ahora bien, si Oser nos hubiese entregado más de un arma, o si me hubiese dado el disruptor nervioso a mí y la clave de la cabina a Stanis, o si nos hubiese llevado con él tal como le supliqué, las cosas habrían sido diferentes.
Muy diferentes.
Lentamente y con gran cautela, Miles se fue acercando a la consola y llamó a Seguridad. Cavilo lo observó con expresión pensativa. Después de unos segundos, cuando se acercaba el momento de que irrumpiesen en la cabina, ella se aproximó a él.
—Te subestimé, ¿sabes?
—Yo nunca la subestimé a usted.
—Lo sé. No estoy acostumbrada a... gracias. —Con desprecio, Cavilo arrojó el disruptor nervioso sobre el cuerpo de Met-zov. Entonces, con un movimiento repentino, giró rodeando a Miles por el cuello y lo besó vigorosamente. Su cálculo del tiempo fue perfecto: Seguridad, Elena y el sargento Chodak entraron como una tromba justo antes de que Miles lograra quitársela de encima.
Miles descendió de la lanzadera del Triumph y atravesó el corto tubo flexible por el que se abordaba el Prince Serg. Con envidia, observó el corredor limpio, espacioso y bellamente iluminado, la fila de resplandecientes guardias de honor en posición de firmes, los oficiales que aguardaban vestidos con sus uniformes de etiqueta del imperio de Barrayar. Echó un rápido vistazo a su propio uniforme Dendarii gris y blanco. El Triumph, orgullo de la flota Dendarii, pareció convertirse en algo pequeño, sucio y estropeado.
Sí, pero vosotros no os veríais tan pulcros si nosotros no hubiésemos trabajado tan duro, se consoló Miles.
Tung, Elena y Chodak también lo miraban todo como turistas. Miles les ordenó ponerse firmes para recibir los saludos formales de sus anfitriones.
—Soy el comandante Natochini, segundo comandante del Prince Serg —se presentó el barrayarano de alto rango—. El teniente Yeeorov los acompañará a usted y a la comandante Bothari-Jesek a su encuentro con el almirante Vorkosigan, almirante Naismith. Comodoro Tung, yo le guiaré personalmente en su visita por el Prince Serg y estaré encantado de responder cualquier pregunta que desee formular, si las repuestas no son reservadas, por supuesto.
—Por supuesto. —El rostro amplio de Tung parecía inmensamente complacido. En realidad, si llegaba a sentirse más orgullo, corría el riesgo de explotar.
—Después de su junta y nuestra visita, nos reuniremos con el almirante Vorkosigan para almorzar en el comedor de oficiales —continuó diciendo el comandante Natochini a Miles—. Nuestros últimos invitados fueron el presidente de Pol y su séquito, doce días atrás.
Seguro de que los mercenarios comprendían la magnitud del privilegio que les estaba siendo concedido, el oficial barrayarano condujo al alegre Tung y a Chodak por el corredor. Miles escuchó que Tung reía y murmuraba:
—Almorzar con el almirante Vorkosigan; vaya, vaya... El teniente Yegorov condujo a Miles y a Elena en dirección opuesta.
—¿Usted es barrayarana, señora? —le preguntó a Elena-
—Mi padre fue escudero bajo juramento de lealtad al conde Piotr durante dieciocho años —respondió ella—. Murió al servicio del conde.
—Ya veo —dijo el teniente respetuosamente—. Entonces conoce a la familia. —Eso explica tu presencia, leyó Miles en su pensamiento,
—Ah, sí.
El teniente observó con un poco más de desconfianza al «almirante Naismith».
—Y... ¿Tengo entendido que usted es betanés, señor?
—De origen —dijo Miles con su mejor acento betanés.
—Es posible que... que encuentre nuestro modo de hacer las cosas un poco más formal de lo que acostumbra —le advirtió el teniente—. Como usted comprenderá, el conde está habituado a la deferencia y el respeto que le concede su rango.
Encantado, Miles observó como el serio oficial buscaba un modo amable de decirle: «Llámale "señor", no te limpies la nariz en la manga y tampoco menciones tu condenado discurso igualitario betanés».
—Es posible que le resulte bastante temible.
—Una persona verdaderamente estirada, ¿eh? El teniente frunció el ceño.
—Es un gran hombre.
—Oh, le apuesto a que si le servimos el suficiente vino durante el almuerzo, se aflojará y contará chistes verdes como el mejor.
La sonrisa amable de Yegorov se paralizó. Con los ojos brillantes, Elena se inclinó hacia Miles y le susurró:
—¡Almirante! ¡Compórtate!
—Oh, está bien —susurró Miles apesadumbrado-
El teniente miró a Elena con expresión agradecida.
Miles admiró el lustre y la pulcritud de todo al pasar. Además de ser nuevo, el Prince Serg había sido diseñado tanto para la diplomacia como para la guerra, una nave capaz de llevar al Emperador en sus visitas de estado, sin perder eficiencia militar. Miles vio a un alférez en un corredor transversal. El joven dirigía a una cuadrilla de técnicos que efectuaban reparaciones menores. No, por Dios, eran instalaciones origínales. El Prince Serg había abandonado la órbita con sus obreros todavía trabajando. Miles se volvió para mirar atrás.
Aquí estaría yo, de no haber sido por la gracia de Dios y del general Metzov. Si tan sólo se hubiese mantenido tranquilo en la isla Kyril durante esos seis meses... Sintió una ilógica punzada de envidia mirando a ese atareado alférez.
Entraron en el territorio de los oficiales. El teniente Yegorov los condujo por una antesala, hasta llegar a una oficina de aspecto espartano, dos veces más grande de lo que Miles Jamás hubiese visto en una nave barrayarana. El conde almirante Aral Vorkosigan alzó la vista de su consola cuando las puertas comenzaron a abrirse lentamente-
Miles entró, sintiendo un repentino temblor en el vientre. Para ocultar y controlar sus emociones exclamó:
—¡Eh!, vais a poneros gordo y blando como un caracol imperial si seguís echado en medio de este lujo, ¿sabéis?
—Ah! —El almirante Vorkosigan abandonó el sillón y se golpeó contra el costado del escritorio en su prisa.
Bueno, no me extraña, ¿Cómo podría ver con todas esas lágrimas en sus ojos? Estrechó a Miles en un fuerte abrazo. Miles sonrió, parpadeó y tragó saliva, con el rostro apretado contra esa manga verde y fresca, y casi había recuperado el control de sus facciones cuando el conde Vorkosigan lo apartó sin soltarlo para inspeccionarlo con atención.
—¿Te encuentras bien, muchacho?
—Bien- ¿Qué tal ese salto por el agujero de gusano?
—Bien —respondió el conde Vorkosigan—. Aunque te diré que, en ciertos momentos, algunos de mis consejeros quisieron hacerte fusilar. Y también hubo momentos en que estuve de acuerdo con ellos.
El teniente Yegorov, interrumpido cuando comenzaba a anunciar su llegada (Miles no le escuchó hablar y dudaba de que su padre lo hubiese hecho), todavía tenía la boca abierta y parecía totalmente perplejo. Conteniendo una sonrisa, el teniente Jóle se levantó de su sillón al otro lado de la consola y condujo a Yegorov fuera de la habitación con gran suavidad.
—Gracias, teniente. El almirante agradece sus servicios; eso será todo... —Jóle volvió la cabeza con expresión pensativa y siguió a Yegorov. Antes de que se cerrara la puerta, Miles alcanzó a ver cómo el teniente rubio se acomodaba en un sillón de la antesala y echaba la cabeza hacia atrás en la postura de un hombre al que le aguardaba una larga espera. Algunas veces, la cortesía de Jóle alcanzaba lo sobrenatural.
—Elena. —Con un esfuerzo, el conde Vorkosigan se separó de Miles para sujetar sus dos manos con fuerza—. ¿Te encuentras bien?
—Si, señor.
—Eso me complace... más de lo que puedo expresar. Cordelia te envía todo su amor. Si te veía debía recordarte que... ah, tengo que encontrar la frase exacta... fue una de sus máximas betanesas: «Tu casa es el sitio al que, si necesitas ir, tienen que permitirte entrar».
—Puedo escuchar su voz —sonrió Elena—. Dígale que se lo agradezco. Dígale que... lo recordaré.
—Bien. —El conde Vorkosigan no continuó presionándola—. Sentaos, sentaos. —Les señaló dos sillas cerca de la consola, y luego él también fue a sentarse. Por un instame, sus facciones se relajaron, pero entonces volvieron a concentrarse.
Dios, parece cansado, notó Miles; por una fracción de segundo, lo vio casi espectral. Gregor, tendrás que responder por muchas cosas. Pero Gregor ya sabía eso.
—¿Cuáles son las últimas noticias sobre el cese del fuego? —preguntó Miles.
—Todo marcha bien, gracias. Las únicas naves cetagandanas que no han regresado por donde vinieron tienen averiados los sistemas de control o sus pilotos se encuentran heridos. Les estamos permitiendo efectuar reparaciones y regresar con su tripulación mínima. El resto no tiene salvación. Estimo que el trafico comercial controlado podrá reanudarse en seis semanas.
Miles sacudió la cabeza.
—Así termina la Guerra de los Cinco Días. En ningún momento vi a un cetagandano frente a frente. Todo ese esfuerzo y esa sangre derramada sólo para regresar al status quo.
—No para todos. Varios oficíales cetagandanos han sido llamados a su capital. Allí tendrán que explicar esta «aventura no autorizada» a su emperador, y serán castigados con la muerte.
Miles emitió un bufido.
—En realidad, tendrán que expiar la derrota. «Aventura no autorizada.» ¿Alguien cree en eso? ¿Por qué se toman la molestia, siquiera?
—Es un truco, muchacho. El enemigo en retirada debe pagar todos los platos rotos.
—Tengo entendido que vosotros habéis burlado a los polenses. Todo este tiempo pensé que sería Simón Illyan quien vendría en persona para llevarnos a casa.
—El quería venir, pero no podíamos ausentarnos los dos al mismo tiempo. La pantalla que creamos para ocultar la ausencia de Gregor podía desmoronarse en cualquier momento.
—¿Y cómo lo hicisteis?
—Escogimos a un oficial joven que se parece mucho a Gregor. Le dijimos que se preparaba un complot para asesinar al emperador y que él sería la carnada. Bendito sea, de inmediato se ofreció a cooperar- El y su guardaespaldas, a quien se había contado la misma historia, pasaron las siguientes semanas viviendo cómodamente en Vorkosigan Surleau, comiendo los mejores platos... pero sufriendo de indigestión. Al fin, cuando desde la capital comenzaron a presionar con sus preguntas, lo enviamos de viaje. La gente lo averiguará muy pronto, estoy seguro, si es que aún no lo han hecho. Pero ahora que Gregor ha regresado, podremos explicarlo como nos plazca. Como a él le plazca. —El conde Vorkosigan frunció el ceño unos momentos, aunque no con disgusto,
—Me sorprendí, y al mismo tiempo me alegré mucho —dijo Miles—, de que vuestras fuerzas hubiesen logrado pasar tan rápido a través de Pol. Temía que no os lo permitieran hasta que los cetagandanos estuviesen en el Centro, Y entonces, ya sería demasiado tarde.
—Sí, bueno, ése es otro motivo por el cual estoy yo en lugar de Simón. Como Primer Ministro y antiguo Regente, era perfectamente razonable que realizase una visita de estado a Pol. Nos presentamos con una lista de las cinco principales concesiones diplomáticas que nos han estado pidiendo durante años, y sugerimos sentarnos a conversar.
»Siendo todo tan formal, tan abierto y oficial, era perfectamente razonable combinar mi visita con el crucero de prueba del Prince Serg. Nos encontrábamos en órbita alrededor de Pol. subiendo y bajando en lanzadera para recepciones oficiales y fiestas. —De forma inconsciente se llevó una mano al vientre, como para aliviarse un dolor—. Yo seguía tratando desesperadamente de entrar en el Centro sin necesidad de disparar a nadie, cuando llegó la noticia del ataque cetagandano sobre Vervain. El permiso para proceder fue despachado de inmediato, y nos encontrábamos a días de donde se desarrollaba la acción, no a semanas. Lograr que los aslundeños se aliaran a los polenses fue un asunto mas delicado. Gregor me sorprendió por la forma en que manejo el asunto. Los vervaneses no presentaron problemas ya que. para ese entonces, estaban ansiosos por encontrar aliados.
—He oído que ahora Gregor es bastante popular en Vervain
—En este mismo momento están brindando en su honor. —el conde Vorkosigan miró su cronómetro—. Han enloquecido por él. Dejarlo trabajar en el salón táctico del Prince Serg puede haber sido mejor idea de lo que pensé. Desde un punto de vista puramente diplomático. —El conde Vorkosigan parecía algo absorto.
—Me... me sorprendió que le permitierais saltar con vos en la zona de fuego. No lo esperaba.
—Bueno, si lo piensas, el salón táctico del Prince Serg debe de haber estado entre los metros cúbicos más defendidos de todo el espacio local vervanés. Era, era...
Miles observó con fascinación cómo su padre trataba de pronunciar las palabras perfectamente seguro y no lograba hacerlo. Entonces comprendió,
—¿No fue idea vuestra, verdad? ¡El mismo Gregor lo ordenó, estando a bordo!
—Tuvo varios buenos argumentos para sustentar su posición—dijo el conde Vorkosigan—. La propaganda parece estar dando sus frutos.
—Pensé que seríais demasiado... prudente como para permitirle correr el riesgo.
El conde Vorkosigan se estudió las manos.
—No puedo decirte que estaba enamorado de la idea. Pero una vez juré servir a un emperador. El momento más peligroso de un guardián es cuando la tentación de convertirse en titiritero se vuelve racional. Siempre supe que llegaría. No. Siempre supe que si el momento no llegaba, habría faltado a mi promesa. —Se detuvo—- De todos modos, desprenderse resulta difícil.
¿Gregor os hizo frente? Oh, cómo hubiese querido ser una mosca en la pared de esa habitación.
—Incluso habiendo practicado contigo todos estos años—agregó el conde Vorkosigan en forma reflexiva.
—Eh... ¿cómo está vuestra úlcera? El conde Vorkosigan hizo un mueca.
—No preguntes. —Se iluminó un poco—. Mejor, en estos tres últimos días. Hasta es posible que ordene comida para el almuerzo, y no esa miserable pasta médica.
Miles se aclaró la garganta.
—¿Cómo está el capitán Ungarí?
El conde Vorkosigan frunció los labios.
—No se siente muy complacido contigo.
—Yo... no puedo disculparme. Cometí muchos errores, pero no obedecer su orden de aguardar en la estación Aslund no fue uno de ellos.
—Aparentemente, no. —El conde Vorkosigan miró la pared opuesta con el ceño fruncido—. Y, sin embargo, más que nunca estoy convencido de que el Servicio regular no es sitio para ti. Es como tratar de encajar una clavija cuadrada. No, peor que eso: es como tratar de encajar un mosaico en un agujero redondo.
Miles sintio una punzada de pánico.
—¿No seré licenciado, verdad?
Elena se miró las uñas e intervino.
—En ese caso, podrías tener trabajo como mercenario. Igual que el general Metzov. Tengo entendido que la comandante Cavilo está buscando hombres aptos. —Elena soltó una risita al ver la expresión exasperada de Miles.
—Lamenté enterarme de que Metzov había muerto —observó el conde Vorkosigan—. Habíamos planeado extraditarlo antes de que las cosas se pusieran difíciles con la desaparición de Gregor.
—¡Ah! ¿Finalmente decidieron que la muerte de ese prisionero komarrarés durante la revuelta fue asesinato? Pensé que... El conde Vorkosigan alzó dos dedos.
—Fueron dos asesinatos. Miles se detuvo.
—Dios mío, no habrá tratado de atrapar al pobre Ahn antes de partir, ¿verdad? —Casi se había olvidado de Ahn.
—No, pero nosotros lo rastreamos a él. Aunque para ese entonces Metzov ya había dejado Barrayar. Y, sí, el rebelde komarrarés había sido torturado hasta morir- Su muerte no fue del todo intencionada, pero parece ser que había alguna deficiencia en su salud. Sin embargo, no fue en venganza por la muerte del guardia, tal como había sospechado el investigador original. Fue al revés. El cabo de guardia barrayarano, que había participado en la tortura o al menos la había consentido con una débil protesta, según Ahn, terminó por rebelarse y amenazó con delatar a Metzov.
»Metzov lo asesinó en uno de sus ataques de ira y luego hizo que Ahn lo ayudase, atestiguando que el hombre había escapado. Por lo tanto, Ahn debió de corromperse dos veces con el mismo asunto. Metzov le aterrorizaba, aunque, sí alguna vez llegaban a saberse las cosas, él también estaría en manos de Ahn; un extraño lazo entre ambos. Cuando los agentes de Ilyan llegaron a buscarlo, Ahn pareció casi aliviado y se ofreció voluntariamente a ser inyectado para un interrogatorio. Miles recordó al meteorólogo con pesar.
—¿Qué le ocurrirá ahora?
—Habíamos planeado utilizarlo como testigo en el juicio de Metzov. Ilyan pensó que incluso podíamos beneficiarnos con ello, en relación con los komarrareses. Presentarles a ese pobre idiota que era el guardia como un héroe olvidado. Colgar a Metzov como prueba de la buena fe del Emperador, en un compromiso de Impartir justicia a barrayaranos y komarrareses por igual; una bonita puesta en escena. —El conde Vorkosigan frunció el ceño—. Creo que ahora tendremos que olvidarlo.
Miles soltó el aire de los pulmones.
—Metzov. Una cabeza de turco hasta el final. Debe haber sido algún mal karma que debía llevar; aunque seguramente se lo ha ganado.
—Cuídate de pedir justicia. Puedes llegar a obtenerla.
—Eso ya lo he aprendido, señor.
—¿Ya? —El conde Vorkosigan lo miró alzando una ceja—. Mm.
—Y hablando de justicia... —Miles aprovechó la oportunidad—. Estoy preocupado por la paga de los Dendarii. Sufrieron grandes daños, más de los que un mercenario suele tolerar. Su único contrato fue mi palabra. Si... si el Imperio no me respalda, habré cometido perjurio.
El conde Vorkosigan esbozó una leve sonrisa.
—Ya hemos considerado la cuestión.
—¿El presupuesto de Illyan para asuntos reservados alcanzará a cubrir esto?
—El presupuesto de Illyan moriría en el intento, pero tú pareces tener un amigo muy influyente. Te extenderemos una nota de crédito de Seguridad Imperial, te entregaremos las reservas de esta flota y te daremos los fondos personales del Emperador. Esperamos recuperarlo todo más tarde, de una asignación especial obtenida a través del Consejo de Ministros y el Consejo de los Condes. Presenta una cuenta. Miles extrajo un disco de su bolsillo.
—Aquí está. La calculadora de la flota Dendarii estuvo despierta toda la noche preparándola. Algunas estimaciones de daños todavía son preliminares.—Lo dejó sobre el escritorio de la consola.
El conde Vorkosigan esbozó una sonrisa.
—Estás aprendiendo, muchacho... —Insertó el disco para revisarlo rápidamente—. Haré que te preparen una nota de crédito para la hora del almuerzo. Podrás llevártela al marcharte.
—Gracias.
—Señor —dijo Elena—, ¿qué ocurrirá ahora con la flota Dendarii?
—Lo que ella decida, supongo. Aunque no pueden quedarse aquí, tan cerca de Barrayar.
—¿Seremos abandonados otra vez? —preguntó Elena.
—¿Abandonados?
—Una vez usted nos convirtió en una fuerza imperial. Yo pensé, y Baz también... Luego Miles nos abandonó. Y entonces... nada.
—Igual que en la isla Kyril —observó Miles—, Ojos que no ven, corazón que no siente. —Se encogió de hombros tristemente—, Creo que ellos sufrieron un deterioro semejante en su espíritu.
El conde Vorkosigan le dirigió una mirada aguda.
—El destino de los Dendarii, así como tu carrera militar futura, todavía es tema de discusión.
—¿Participaré yo en esa discusión? ¿Y ellos?
—Te lo haremos saber. —El conde Vorkosigan apoyó las manos sobre el escritorio y se levantó—. Por ahora, es todo lo que puedo deciros. ¿Almorzamos, oficiales?
—Miles y Elena no tuvieron más remedio que levantarse también.
—El comodoro Tung aún no sabe nada sobre nuestra verdadera relación —le advirtió Miles—. Os pido que lo mantengáis en secreto, ya que tendré que interpretar al almirante Naismith cuando nos reunamos con él.
La sonrisa del conde Vorkosigan se tornó peculiar.
—Illyan y el capitán Ungari aprobarían el hecho de que no revelemos una identidad secreta potencialmente útil. Sin duda alguna.
—Os lo advierto, el almirante Naismith no es muy respetuoso.
Elena y el conde Vorkosigan se miraron y echaron a reír. Miles aguardó, tratando de conservar su dignidad, hasta que se calmaron. Al fin.
El almirante Naismith fue muy cortés durante el almuerzo. Ni siquiera el teniente Yegorov hubiese podido encontrarle alguna falta.
El mensajero del gobierno vervanés entregó la nota de crédito en la estación del planeta. Miles atestiguó el recibo con su huella dactilar, un examen de retina y la firma ilegible del almirante Naísmith, en nada parecida a la cuidadosa rúbrica del alférez Vorkosigan.
—Es un placer tratar con caballeros tan honorables como ustedes —dijo Miles guardando la nota en su bolsillo con satisfacción.
—Es lo menos que podemos hacer —dijo el comandante de la estación de enlace—. No puedo narrarle mis emociones cuando los Dendarii se materializaron en nuestra ayuda. Sabíamos que el siguiente ataque cetagandano sería el último, y nos preparábamos para luchar hasta el final.
—Los Dendarii no podrían haberlo hecho solos —dijo Miles con modestia—. Sólo los ayudamos a conservar la cabeza de puente hasta que llegaron las verdaderas armas.
—Pero, de no haber sido así, las fuerzas de la Alianza Hegen, las grandes armas, como dice usted, jamás hubiesen podido introducirse en el espacio local vervanés-
—No sin un gran coste, seguramente —le concedió Miles. El comandante de la estación miró su cronómetro.
—Bueno, dentro de poco mi planeta expresará su opinión de un modo más tangible- ¿Me permite acompañarle a la ceremonia, almirante? Ya es la hora.
—Gracias. —Miles se levantó y lo siguió fuera de la oficina, palpando el agradecimiento concreto que llevaba en el bolsillo. Medallas, ¡hah.!Las medallas no pagan la reparación de una flota.
Miles se detuvo en el portal transparente, atrapado en parte por la vista de la estación de enlace y en parte por su propio reflejo. El uniforme de etiqueta Oserano-Dendaríi estaba muy bien, decidió; la túnica de suave terciopelo gris adornada con ribetes blancos y botones plateados en los hombros, pantalones haciendo juego y botas de gamuza sintética. Miles fantaseó con que el traje lo que hacía parecer más alto. Tal vez adoptase el diseño.
Más allá del portal flotaban varias naves: Dendarii, Guardianes, vervanesas y pertenecientes a la Alianza. El Prince Serg no se encontraba entre ellas. Ahora estaba en órbita sobre Vervain, mientras continuaban las conversaciones a alto nivel, estableciendo los detalles del tratado permanente de amistad, comercio, reducción de tarifas, defensa mutua, etcétera, entre Barrayar, Vervain, Aslund y Pol. Miles había oído que Gregor se estaba mostrando brillante en las relaciones públicas.
Mejor tú que yo, amigo.
La estación de enlace vervanesa había retrasado sus propias reparaciones para prestar ayuda a los Dendarii. Baz trabajaba las veinticuatro horas. Miles se apartó de la vista panorámica y siguió al comandante de la estación.
Se detuvieron en el corredor ante el gran salón donde tendría lugar la ceremonia, y esperaron a que todos los concurrentes estuviesen acomodados- Al parecer, los vervaneses querían que los principales hiciesen una gran entrada. El comandante entró para efectuar los preparativos. La audiencia no era grande, ya que todavía había demasiado trabajo por hacer, pero los vervaneses habían conseguido suficientes personas para que pareciera respetable, y Miles había contribuido con un pelotón de convalecientes Dendarii para aumentar el número. Aceptaría el homenaje en nombre de ellos, decidió.
Mientras aguardaba, Miles vio llegar a la comandante Cavilo con su guardia de honor barrayarana. Hasta donde él sabía, los vervaneses aún no eran conscientes de que las armas de los guardias estaban cargadas y de que tenían órdenes de disparar a muerte si su prisionera intentaba escapar. Dos mujeres de rostro inflexible, vestidas con uniformes auxiliares barrayaranos, se ocupaban de que Cavilo estuviese vigilada día y noche. Cavilo parecía ignorar su presencia.
El uniforme de etiqueta de los Guardianes era una versión más elegante del de fajina. Sus colores pardo, negro y blanco hicieron que de forma subliminal Miles recordara la piel de un perro guardián. Esta perra muerde, recordó.
Cavilo sonrió y se acercó a él. Apestaba a ese ponzoñoso perfume que usaba; debía de haberse bañado en él. Miles inclinó la cabeza a modo de saludo, hurgó en su bolsillo y extrajo dos filtros nasales. Se introdujo uno en cada fosa, donde se expandieron suavemente para crear un sello, e inhaló profundamente para probarlos. Funcionaban bien. Serían capaces de filtrar moléculas mucho más pequeñas que las de ese nocivo perfume. Miles respiró por la boca. Cavilo observó su actuación con expresión furiosa.
—Maldito seas —murmuró.
Miles le enseñó las palmas como diciendo ¿Qué quieres que haga?
—¿Está lista para partir con sus supervivientes?
—En cuanto termine esta farsa idiota. Tengo que abandonar seis naves que están demasiado averiadas para realizar el salto-
—Muy sensato por su parte. Si los vervaneses no caen en la cuenta solos, pronto los cetagandanos les contarán la horrible verdad. No debería permanecer mucho más por aquí.
—No pienso hacerlo. Espero no volver a ver nunca este lugar. Y eso también vale para ti, mutame. De no haber sido por ti... —Sacudió la cabeza con amargura.
—Por cierto —agregó Miles—, ahora los Dendarii han recibido triple paga por esta operación. Una de sus jefes aslundeños , otra de los barrayaranos y otra de los agradecidos vervaneses. Todos acordaron hacerse cargo de nuestros gastos. Nos ha dejado una buena ganancia.
Ella pareció hervir.
—Será mejor que reces para que nunca volvamos a encontrarnos.
—Adiós, entonces.
Entraron en el salón para recibir los homenajes. ¿Cavilo tendría el descaro de recibir el suyo en nombre de los Guardianes, a quienes había destruido con sus intrigas? Resultó ser que sí. Miles contuvo la náusea.
La primera medalla que gano en mi vida, pensó Miles mientras el comandante de la estación le prendía la suya con empalagosas alabanzas. Y ni siquiera puedo mostrarla en casa. La medalla el uniforme, el mismo almirante Naísmith, pronto deberían volver al armario. ¿Para siempre? En comparación, la vida del alférez Vorkosigan no resultaba demasiado atractiva. Y, sin embargo, la mecánica de la carrera militar era la misma, se la mirara desde donde se la mirara. Si existía alguna diferencia entre él y Cavilo debía de radicar en a quién decidían servir. Y cómo. No todos los caminos, sino un único camino...
