Por fin llegó el primer día del curso. Harry ya había terminado su programación de la asignatura, con cierta ayuda a distancia de Lupin y Moody, que le habían mandado consejos por lechuza. La verdad es que preparar tantas clases, para siete niveles diferntes, no era nada fácil... Y la responsabilidad de los TIMOS y de los EXTASIS era realmente grande.

El nuevo profesor oía llegar a los estudiantes... hacían bastante ruido, en comparación con el castillo vacío de los últimos días del verano. Harry bajó al piso principal: antes de la cena de inauguración del curso, cuando el sombrero seleccionador mandaría a cada chico de primero a su casa correspondiente, había una pequeña recepción sólo para profesores.

Harry entró en la sala donde se celebraba la reunión informal de profesores. Dumbledore, Mac Gonagall, Hagrid, Binns, Flitwick, Sprout, Koreander, Vector, Sinistra, Elyttis... Muchos eran los mismos de siempre, pero había tres nuevos, incluyéndole a él: los otros dos eran una chica que Harry no conocía, y ¡Oliver Wood, el antiguo capitán del equipo de Quidditch de Gryffindor! Harry se alegró mucho de verlo.

-¡Cómo andas, Harry! ¿Qué tal todo?

-¡Mucho mejor ahora que te veo! ¿Eres profesor?

-Sí, quién iba a decirlo, ¿verdad? Daré clases de vuelo y de Quidditch. La profesora Hooch se ha embarcado en una peligrosa expedición al Himalaya, y tienen planeado que dure varios años... En realidad, ella me dijo que ya estaba harta de mocosos. Es una mujer muy aventurera... Bueno, ¿y tú? Defensa, me imagino...

-Pues sí, Dumbledore me llamó este verano.

-Pues mucho me temo- dijo Oliver, en un tono de voz más bajo- que Snape no va a estar muy contento... es como mínimo la sexta vez que le quitan ese puesto.

En ese momento, se les acercó Mac Gonagall, llevando una bandeja de canapés.

-¡Mis dos queridos Gryffindors!- les saludó con alegría, visiblemente orgullosa de ambos-. Bueno, ya va siendo hora de que os relacionéis con el resto del claustro.

Los profesores charlaban animadamente en grupos pequeños. Harry y Oliver se les iban acercando, y todos les saludaban con cariño, recordando anécdotas de sus años de estudiantes...

Bueno, casi todos los profesores. Severus Snape permanecía en un rincón sombrío, fingiendo dialogar con Binns, el profesor fantasma. Pero Harry le conocía lo bastante para saber que tenía la cabeza en las nubes.

-¡Por Morgana! – exclamó Oliver-, ¿Quién es esa?

Era una chica muy rubia, de ojos transparentes, alta y pálida, de innegable parecido con cierta famila que Harry conocía muy bien... el nuevo profesor de vuelo sintió un pequeño escalofrío. La belleza casi albina estaba con Sinistra y Koreander, y los dos Gryffindor se acercaron a concerla.

-Hola, soy Estela... encantada... sí, voy a dar clase de aritmancia, he estado preparándome en países del norte de Europa...

"¿Pero por qué no dice que se llamaba Malfoy?" pensaba Harry.

En ese momento, se les acercó el profesor Flitwick.

-Ah, ya veo que os habéis conocido... Harry, Oliver, quiero que sepáis lo orgullosos que estamos en Ravenclaw de Estela Malfoy... sin duda, una de nuestras mejores estudiantes de todos los tiempos.

Harry se quedó muy sorprendido. ¿Una Malfoy en Ravenclaw?

La chica parecía un poco cohibida. La mención de su apellido no había parecido gustarle mucho.

-Sí, bueno... Ya sé que no os llevabais muy bien con mi hermano pequeño... la verdad es que yo tampoco. Perdimos el contacto cuando me fui de casa, con una beca de estudios.

Pero ya llegaba el momento de la ceremonia del Sombrero Seleccionador. Ordenadamente, el claustro de profesores bajó al gran comedor, para ver llegar a los estudiantes, que se saludaban en todas las mesas, alegres por volverse a ver. A Harry le tocó sentarse entre Estela Malfoy y Snape. "Por lo menos sé hacia qué lado no mirar", se dijo el nuevo profesor.

Harry contempló el comedor, mientras los alumnos de cursos superiores tomaban asiento. Entonces se dio cuenta de una cosa: los alumnos de Slytherin eran tantos que no cabían en la zona que tenían tradicionalmente asignada, y ocupaban un poco del espacio de ravenclaw. En Hufflepuff había tantos alumnos como siempre, pero Harry no pudo por menos de darse cuenta de que Gryffindor y Ravenclaw tenían sus efectivos muy mermados. Miró a Dumbledore, interrogativamente, pero el director estaba muy concentrado en masticar uno de sus nuevos tofees de flores.

Por fin, llegaron los alumnos de primero, visiblemente nerviosos.

-Qué pena da verlos, ¿no? Aún me acuerdo de mi primer día. Fue horrible- le susurró Estela a Harry.

-Es verdad. Yo creía que iba a tener que superar alguna especie de prueba...

-Siempre les dicen eso... pobrecitos, están temblando de miedo.

La fila de alumnos de primero se extendió, horizontal, a lo largo del gran comedor. Minerva Mac Gonagall, con un pergamino en la mano, iba leyendo sus nombres.

-¡Alistair, Verence! – declamó Mac Gonagall.

Un chico flacucho y torpe, con la cara llena de granitos, se acercó titubeando al sombrero, y se lo puso.

-¡Hufflepuff!

-No me extraña, ¿para qué otra cosa puede servir?- masculló Snape entre dientes.

No es que Harry no se esperase comentarios de ese tipo proviniendo de Snape, pero le molestó mucho el tono despótico y de superioridad que tenía su antiguo profesor.

Volvió a mirar a Dumbledore, que a veces parecía enterarse de todo y a veces de nada. Seguía luchando por masticar su caramelo. Harry no quiso imaginarse la dentadura del viejo director.

Pero la ceremonia seleccionadora seguía su curso. Pasaron bastantes alumnos, y la mayor parte se repartían entre Hufflepuff y Slytherin.

-¡Fowl, Niea!

Una chica delgada, de ojos castaños y pelo caoba, se acercó al sombrero, con tanta timidez escrita en sus ojos, que podía notarse incluso tras las gafas que llevaba. A Harry le cayó muy bien desde el primer momento, y le pareció que lo normal era que esa chica fuera toda una gryffindor.

-¡Slytherin!- gritó la voz impertinente del Sombrero.

Bueno, se dijo Harry, quizá tiene vicios ocultos.

Los alumnos siguieron pasando. Harry se dio cuenta de que había muy pocos en Gryffindor.

-¡González, Consuelo!- dijo la voz de Mac Gonagall.

Una chica de pelo castaño muy claro y ojos muy verdes se acercó con cuidado al estrado, con una actitud ligeramente desafiante al sombrero. Cuando por fin se lo puso, Harry escuchó un susurro que venía de la chica "no slytherin, no slytherin...". Harry sonrió, recordándose a sí mismo en idéntica situación.

-¡Gryffindor!- graznó el sombrero.

Las serpentinas y los gritos de alegría se alzaron como locos en la mesa de los leones. Harry se alegró por su querida casa. Y el sorteo seguía. Pasaron otros cinco alumnos para Hufflepuff y Slytherin.

-¡Hewson, Andrew!

Un chico alto, con pinta de ser serio y solitario, se acercó al estrado. A Harry le recordaba a Remus Lupin de joven, excepto por que llevaba el nudo de la corbata del uniforme muy mal hecho. "Bueno", se dijo, "este seguro que va para nuestra casa..."

-¡Slytherin!- volvió a chillar el Sombrero.

Al lado de Harry, Snape sonreía con cierta placidez. Estaba claro que disfrutaba con el éxito de su casa. Estaba tan contento que incluso emitió un pequeño silbido, como el gorgeo de un pájaro.

-Curruca Malvina- susurró Harry, a su lado.

-¿Perdón?- preguntó Snape, sorprendido.

-Que tu silbido era igual que el trino de una pequeña ave nocturna, con las plumas del pecho color malva- dijo Harry distraídamente, mientras el sombrero fabricaba más y más Slytherins.

Severus se quedó de piedra. Por supuesto que estaba imitando a la Curruca Malvina, pero, ¿cómo demonios sabía Harry tanto de ornitología, hasta el punto de reconocer un silbido y de identificar un ave tan rara? A ver si iba a resultar que el tierno profesor Potter era toda una cajita de sorpresas...

-¡Verde, Amazona!- anunció Mac Gonagall.

Se trataba de una chica de piel morena, con el pelo negro con unas finas líneas rojas, y todo el aspecto de haber pasado gran parte de su vida al aire libre. El uniforme le quedaba un poco raro.

Pero en su mirada había determinación y valentía.

"Gryffindor, gryffindor, gryffindor", suplicaba Harry para sí, como si se tratara de su propia selección.

-¡Slytherin!

Harry se desanimó. Quedaban muy pocos alumnos, y en la mesa de Gryffindor hacía rato que nadie agitaba banderines. A su lado, Snape, muy pensativo, seguía dándole vueltas a la cuestión de los pájaros.

La selección terminó. Los alumnos fueron saliendo del gran comedor, guiados por los Prefectos. Harry se fijó en un par de altas gemelas rubias que dirigían el caudaloso tráfico de Slytherins. Cuando la sala por fin quedó vacía, los profesores se quedaron un poco abatidos, a excepción de Snape, que estaba pensativo en vez de dar saltos de alegría.

Dumbledore se acercó al Sombrero Seleccionador y le propinó una colleja.

-¿Sabes que has vuelto a poner a más de la mitad de los alumnos en Slytherin? ¿Qué está pasando?

-Lo siento, es sólo que... muchos me lo piden... - dijo con voz lastimera el Seleccionador.

Harry se sorprendió: era la primera vez que oía la voz del sombrero sin llevarlo puesto. Así que podía hablar en voz alta...

-Se ha debido poner de moda tu casa, Severus... - dijo resignadamente el director- bueno, me alegro por ti. ¿Alguien quiere unas jelly bellies? ¡Me han traído con sabor a pera jugosa!

Harry acepto un par de grageas por educación, pero en realidad estaba un poco preocupado por la gran cantidad de Slytherins que había visto en el comedor, y que el sombrero había seleccionado.

...oooOOOooo...

Los nuevos de Slytherin siguieron a las rubias y esbeltas prefectas hasta la sala común de su casa en las mazmorras, asustados por la terrible fama que tenía Slytherin respecto de las novatadas. Pero cuando llegaron a la sala común, después de haber subido sus baúles a las habitaciones, no parecía pasar nada. Todos los serpientes parecían estar muy ocupados en el reencuentro, y nadie se acordaba de ellos. Así que Amazona decidió acercarse a conocer a otros alumnos de primero. Vio a un chico y una chica que hablaban tímidamente en un rincón.

-¡Hola! Me llamo amazona.

-Hola- dijo amablemente la otra chica, de pelo caoba- yo soy Niea y él es Andie. Nos conocimos en el tren.

-Yo también me hice una amiga de primero en el tren, pero la han mandado a Gryffindor... - dijo Amazona con un poco de reparo.

-Estoy muy contento de estar en Slytherin- dijo Andie-, pero eso no significa que nos tengamos que llevar mal con los de otras casas. Estoy harto de oír contar peleas tontas a mis hermanos mayores y a sus amigos.

-¡Estoy de acuerdo!- dijo Amazona. –Oye, ¿Qué os parece si nos vamos a dar una vuelta para conocer un poco más el castillo?

-¡Pero eso está prohibido!- susurró Niea -. Se supone que no podemos salir de la casa después de cenar.

Amazona hizo una mueca burlona.

-¿Qué pasa, que sólo los de Gryffindor pueden saltarse las reglas?- preguntó. Andie le miraba, intrigado.- Además, me muero de ganas de volar un rato, ¿vosotros no?

-Sí, claro, pero tuve que dejar mi escoba en casa- dijeron Andie y Niea al mismo tiempo. Se miraron y los tres se rieron.

-Yo estuve buscando un poco... mis padres me dejaron sola haciendo las compras para el curso, una gran imprudencia, así que... - sacó un pequeño paquete de su bolsillo- en lugar de los libros de Historia y Herbología, me compré esta maravilla plegable...

Andie y Niea miraron lo que su amiga guardaba. ¡Era una especie de escoba en miniatura!

-Con las palabras adecuadas recobra su tamaño original. ¿Qué, la probamos?

Los ojos de los tres nuevos brillaron, y, muy discretamente, fueron saliendo de uno en uno de la casa, en dirección a uno de los patios traseros, al que no daban ventanas de ningún tipo, y donde por lo tanto no podrían ser descubiertos. Era un truco que le habían enseñado a Andie sus hermanos mayores. Nadie pareció darse cuenta de este movimiento...

Nadie excepto una alumna de quinto llamada Nereida Hooper.

"Vamos a ver que se traman estos pequeños"... pensó, curiosa, y los siguió.

...oooOOOooo...

Era una preciosa noche de fin de verano. Las habitaciones de Harry habían mejorado mucho, entre otras cosas gracias a la gran ayuda de Neville, que era comerciante de muebles y alfombras en Hogsmeade, donde vivía con su mujer muggle y su bebé en una pequeña casa con un magnífico jardín, y que le había hecho muy buenos precios. Ahora, por lo menos, tenía el frío suelo cubierto de tapices que se enredaban los unos con los otros, y algunos muebles de segunda mano, como un gramófono antiguo igual que el de Lupin, una lámpara con racimos de cristal de colores que podía simular un gran arco iris en la habitación cuando Harry quisiera, y un par de aparatos de musculación, para luchar contra el frío. Cho hubiera puesto el grito en el cielo, por al aparente caos, pero... era su propio espacio. POR FIN tenía un sitio que sólo le pertenecía a él, después del hueco bajo la escalera, del ridículo cubículo en el desván, o de sus sucesivas habitaciones compartidas en la universidad y con Cho. La verdad era que empezaba a sentirse orgulloso de ese rincón del castillo.

Esa noche no había quedado con Hagrid ni con Oliver, así que Harry se dispuso a disfrutar de la soledad. ¿Disfrutar...? Por supuesto que quería a Cho, claro... pero a veces era estupendo tener toda una larga tarde para hacer lo que quisiera. Y aún no había tenido tiempo ni de echarla de menos.

Lo primero que le apeteció fue quedarse en calzoncillos. Lo segundo fue acercarse a su pequeño refrigerador ("pero si aquí no te hace falta, con este frío" le había dicho Neville) y sacar una cerveza de mantequilla bien fresca y dorada, que acompañó con un bol de frutos secos, miró con codicia el cómodo sillón de chintz que le había regalado Dumbledore, "specialité de la maison", había dicho) y fue a buscar un libro para leer.

"Demonios", se dijo, "No he traído aún los libros"...

Después de maldecirse varias veces, se dijo que no tenía más remedio que ir a la biblioteca por alguna novela. Se moría de ganas de meterse en una buena novela. Empezó a vestirse, cuando una mala idea cruzó por su mente, ¿por qué no le pedía un libro a Snape, que estaba al lado, en vez de tener que desplazarse hasta la biblioteca? De paso, no tendría que vestirse. Bastaría con la bata...

La pereza fue más fuerte.

-TocTocToc

Harry esperó un rato antes de ver cómo la puerta era abierta por un Severus Snape envuelto en un sedoso kimono japonés. Harry adivinó que se lo acababa de poner. ¿Llevaría algo debajo?

-¿Profesor... Potter? - pronunciaron interrogativamente los finos labios de Severus, con el habitual deje de desdén.

-Bueno, me preguntaba si podrías dejarme algún libro para leer... los míos aún no han llegado y tengo ganas de meterme un buen libro...

-¿De "meterse" un libro, Potter? – preguntó Snape- ¿Por dónde, exactamente?

Harry enrojeció hasta la raíz. Recordatorio: cuidar muuucho su lenguaje frente a Snape.

-Se... se trata de una expresión muggle, Severus. Significa devorar algo que te gusta, incorporarlo a ti...

Snape se apartó de la puerta y le hizo un gesto para pasar, con una sonrisa bidimensional. Aunque no le gustaba ser molestado, y esperaba que esas interrupciones no se convirtieran en una costumbre, no pasaba nada por presumir un poco y exhibir su impresionante biblioteca. No tenía nada en contra de la envidia, si sucedía en los demás.

Sin mediar palabra, guió a Harry hasta el piso superior de su dúplex. Allí, además de una gran cama, mucho más allá de los estándares muggle en cuanto a tamaño, había una gran pared curvada completamente cubierta de libros.

Snape iba señalando sección por sección, con gestos lánguidos, y Harry no pudo evitar fijarse en sus elegantes manos.

-Poesía francesa... poesía griega... inglesa... italiana... leyendas y épicas medievales...tengo una interesante edición del "Orlando" firmada por el propio Ariosto...

Snape enumeraba y enumeraba, dejando traslucir su orgullo. Harry estaba impresionado, pero también intrigado por el carácter de su profesor. ¿Cómo era posible que alguien con ese humor de perros con la rabia tuviera siete metros lineales sólo de poesía francesa? El mundo estaba lleno de sorpresas.

-...y todo esto es novela corta, por orden alfabético de autor.

¿Estabas buscando algo en concreto?

-Bueno, me preguntaba si tenías algo de... Terry Pratchett... es para pasar la tarde.

Severus se hizo a un lado, dejando ver unas treinta novelas característicamente ilustradas.

-En la P... sí, tengo algo - dijo con un tono de sorpresa más falso que una moneda de cartón-... no es que me guste este tipo de libros, por supuesto, me imagino que vendrían dentro de algún lote... coge la que quieras.

Harry exploró la larga fila de libros. Estaban en muy buen estado, pero bastante hojeados. "No es que te gusten mucho, ¿eh?", pensó con ironía.

Le parecía curioso que a un hombre que parecía tener tanto sentido del humor como un espantapájaros picoteado por los cuervos le pudieran gustar las novelas de humor. Especialmente cuando en ellas había tantas parodias al mundo de los magos... Harry tomó uno que no había leído.

-Pues muchas gracias, Severus. Me llevo este. Te lo traigo mañana.

-No hay tanta prisa. Pero has de saber que todos mis libros están encantados, así que mas vale que no tardes más de una semana en devolverlo...

Harry no quiso preguntar. No podía imaginarse qué clase de castigo impondría Snape a quienes no le devolvieran un libro...

Pero al bajar las escaleras del dúplex, detrás de su anfitrión, y al mirar por accidente hacia el final de su esbelta espalda, Harry se dio perfecta cuenta de una cosa:

Snape no llevaba nada debajo del kimono.

...oooOOOOOOOOOooo...

Cho aún no está embarazada, a pesar de haberlo intentado, mintiéndole a Harry respecto de la píldora. Esa sí que es una perra, y no Sirius...

Bueno, en el cap. siguiente ya veremos a Harry en clase, con algunos grupos. Me alegro de tener algunas personas más en mi querida Ravenclaw...

Estoy disfrutando mucho mucho con este fic, por cierto.

BesoSalamander.