Disclaimer: Nada relacionado con Cyborg 009 ni con el cuento de El Rey Pico De Loro me pertenece. Esto es un fanfic sin fines de lucro cuyo único fin es entretener y divertir.


El Rey Pico De Loro

Capítulo Dos: El Casamiento

"Juro ante Dios y todos ustedes, que al primer hombre que al despuntar el alba se presente en la puerta de este palacio, haré de mi hija su legítima esposa al igual que obsequiarle mi reino"

Las campanas de la Capilla, resonaban indicando a toda la Corte que habitaba en el palacio la hora de asistir a la misa matinal. Como la mujer "virtuosa" que se creía ser, la Princesa Vina, se encontraba como cualquier mañana, desde su pomposo asiento acojinado en la primera fila. Tan fingida era su gracia, que asentía a toda aseveración que el Cardenal hablaba en su sermón, olvidando con ello que su padre el Rey Isaac, por primera vez se había negado en acompañarla a la ceremonia.

Pero muy lejos del lino y las plumas, los súbditos apurados como de costumbre aseaban cada rincón del gigantesco palacio y cocinaban los tan enormes y famosos banquetes que se ofrecían luego de la misa dominical. Y como todas las mañanas, barrían presurosos la entrada principal del palacio.

Tan concentrados se encontraban barriendo por la prisa que tenían, cuando de pronto, una de las ancianas que diestramente movía su escoba sintió como una mano finamente se posaba sobre su hombro...

"Mujer, te imploró caridad, no he comido en días..."- dijo un hombre desaliñado vestido con ropas muy gastadas pero sucias mientras, sostenía en su mano una cuerda que al extremo contrario ataba a un deslucido caballo y en la otra mano una flauta.

Su voz triste y hablar cansado atrajo la atención de todos los sirvientes, pero lo que más los sorprendió fue ver tan asustada a la mujer, que tiró su escoba al suelo como si de una serpiente se tratara para luego llevarse ambas manos al pecho y quedar enmudecida, sin quitarle los ojos de encima a la mirada suplicante de este hombre hambriento.

De pronto como recobro el aliento, la anciana se dirigió al jovenzuelo que trabajaba con ellos y ordenó:

"¡Corre sin descansar hasta la Corte Real e informa al Rey Isaac que su futuro yerno ha llegado!"

Y aunque el joven no entendía las palabras dichas por los labios de su abuela ni lo que estaba sucediendo, igual obedeció, por lo que en cuestión de minutos, las puertas del Palacio se abrían para que el músico polvoriento e Isaac Amo y Señor del Reino de Gilmore se conocieran.

Tan rápido como el hombre desarrapado y escoltado por la anciana penetraron el Salón de la Corte Real, estos se quedaron a pocos metros de la vista del Rey Isaac. El sujeto astroso se quito el sombrero polvoriento, al tiempo que la mujer hizo una notable reverencia y con devoción dijo:

"Mi majestad, he cumplido al pie de la letra la orden que me ha otorgado la noche anterior. Ante usted he traído al primer hombre que esta mañana se presento en la entrada del palacio y le juro, que digo la verdad"

Escucho el Rey Isaac sintiendo una gran pena, pero esforzándose por lucir inquebrantable hizo un discreto ademán para que la mujer se retirara.

"Agradezco tu obediencia y estoy seguro de que no mientes, puedes volver a tus quehaceres"

A lo que la anciana con peculiar alegría mostrando la escasez de sus dientes, respondió:

"Gracias"

Y así fue como se quedaron completamente solos; el resto de la Corte continuaba escuchando la misa del Cardenal. Por lo que libre de decir lo que quisiera, el Rey Isaac comenzó a entablar conversación con el mendigo, que lucía bastante asombrado.

"Dime buen hombre ¿A que has venido hasta mi palacio?" – dijo el Rey Isaac amablemente desde su lugar en el trono.

Pero el otro hombre, dudoso en responder dijo:

"En busca de caridad, su Alteza"

Tras oír esto, el Rey Isaac comenzó a considerar su promesa del día anterior. Si bien veía a un hombre que no mostraba signos de violencia o de un alma corrompida, no dejaba de parecerle un plebeyo vestido con retazos de tela y zapatos casi rotos. Un pueblerino de cabello rojizo despeinado justo hasta los hombros, de gran estatura, ojos azul cielo y manos dañadas que sostenían una larga flauta.

"Los aristócratas no suelen tener las manos estropeadas"- pensó el Rey Isaac recordando la delicadez y finura de los hombres de la nobleza.

Así que bajo la vestimenta del pobre músico igual noto una espalda ancha y hombros fortalecidos, signo de que también se trataba de un hombre trabajador y animoso, argumento sin palabras que cautivo el espíritu del Rey Isaac y fortaleció su decisión.

"¿Por qué no tocas una canción para mi? Me gustaría escucharte"- dijo el Rey Isaac acomodándose en su asiento y aguardando una respuesta.

Pero no recibió palabras, únicamente una hermosa y afinada canción.

Al cabo de varios minutos, el músico termino y agradeció con reserva los aplausos del Rey Isaac.

"Fue algo fantástico escucharte. Me ha gustado tanto tu canción que gustoso he de obsequiarte a mi hija y mi reino"- dijo el Rey Isaac con acento sereno para luego ponerse de pie.

"¿Qué ha dicho?"- respondió el mendigo pareciendo alterado.

Pocos minutos después que la misa concluyo, el Rey Isaac seguido por el maltrecho músico hicieron su aparecieron en el largo pasillo de la Capilla, provocando que los únicos congregados, la princesa Vina y el Cardenal se pusieran inmediatamente de pie.

"Padre, sabía que vendrías pero se te hizo algo tarde"- dijo la Princesa Vina un poco despectiva y tirándose aire con un abanico.

"Ciertamente hija mía, mas siendo tu padre jamás faltaría a tus nupcias- respondió el Rey Isaac aún molesto con ella y deteniéndose hasta haber llegado al altar de la Capilla- Mi querida Vina, te presento a tu futuro esposo y Rey de Gilmore"

Como era de esperarse, la escandalosa risa de la Princesa Vina se hizo escuchar tan rápido como poso sus ojos verdes y altaneros sobre la silueta del harapiento hombre.

"Padre ¿Acaso no has visto que es un plebeyo, un mendigo que si no es por que calza eso que parecen zapatos sería un andrajoso?"- dijo la Princesa Vina con sumo desprecio y enfado.

"Eso no tiene importancia. He hecho una promesa de entregarte junto con mi reino al primer hombre que se presentara hoy frente a la puerta del Palacio, y ve lo aquí"- dijo el Rey Isaac señalando al humilde músico que no levantaba la mirada de la alfombra.

Pero la Princesa Vina ya no le prestaba atención, acababa de recoger su bolso para intentar marcharse lo más rápido posible, cuando fue detenida de un brazo por el Cardenal, que cortésmente le dijo:

"Espero me perdone Princesa Vina, pero su padre ha dicho que tiene que casarse; por lo tanto es mi obligación hacer todo cuanto sea necesario para que su orden se cumpla"- dijo el Cardenal sin soltarla.

"¡Es suficiente! ¿Qué acaso no se dan cuenta que sería una locura desposarme con un mendigo?.. Padre ¿Qué ocurriría con mi honor, tu imagen y nuestro reino? No te deshagas de todo esto que es tan valioso para mí por una tonta promesa"- dijo la Princesa Vina seriamente alterada y casi cayendo en llanto luego de zafarse de la mano del Cardenal.

"Consumar una promesa que jure ante los hombres siendo tan extraña como esta lo es podría eludirla, pero jamás juraría ante mi Dios si no estuviese completamente seguro obedecerla. Te casas o perderás tu titulo de realeza ahora mismo"- dijo el Rey Isaac con frialdad.

La Princesa Vina no podía creer que su padre estuviera obligándola a desposarse con un desarrapado. Intento con llantos y gritos liberarse de esa condena pero nada quebranto la voluntad de su padre. Por lo que irreflexivamente comenzó a odiar al harapiento, en el mismo instante que la ceremonia de casamiento estaba llevándose acabo.

"Vina, Princesa del Reino de Gilmore ¿Acepta a este hombre como su legítimo esposo, para amarlo y respetarlo, en la pobreza y en la riqueza, en lo prospero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separe?"-pregunto el Cardenal para casi dar por concluida la boda.

Con un ramo improvisado, lágrimas surcando sus mejillas, apretando los dientes y el orgullo herido, ante el Cardenal y su padre, la Princesa Vina dijo:

"Acepto"

Luego, el Cardenal enfoco su atención al desprovisto músico y antes de hacerle la misma pregunta fue interrumpido por el pobre hombre.

"Me llamo Albert"- dijo con sencillez para después dar un hondo y corto suspiro.

"Es cierto, disculpe- dijo el Cardenal por nunca haberse detenido a preguntar su nombre- ¿Acepta a esta mujer como su legítima esposa, para amarla y respetarla, en la pobreza y en la riqueza, en lo prospero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separe?"

"Acepto"

El Rey Isaac a causa de tanta decepción y disgusto, nunca vio el momento de felicitar al nuevo matrimonio que formarían su hija y un desconocido.

"Siendo así, los declaro marido y mujer- dijo el Cardenal cerrando su libro- Ahora puedes besar a la novia"

Y como era de esperarse, nadie hizo por moverse ni intentar nada.

Continuará...