Disclaimer: Nada relacionado con Cyborg 009 ni con el cuento de El Rey Pico De Loro me pertenece. Esto es un fanfic sin fines de lucro cuyo único fin es entretener y divertir.


El Rey Pico De Loro

Capítulo Cuatro: La Primer Noche

Sin poder controlarse, la Princesa Vina lloraba desconsoladamente en el interior de la choza. Su llanto era tanto que comenzó a faltarle el aliento, por lo que sollozando se esforzó para llevar aire sus pulmones.

"¿Por qué lloras?"- pregunto Albert muy sorprendido por verla con tan lastimera actitud.

"¡¿Qué acaso no lo nota?! ¡¿No le basta con verme para poder entender cuan grande es mi tragedia?!"- respondió la Princesa Vina limpiándose las lágrimas con sus guantes.

Pero Albert, por más que se empeñaba no pudo sentir empatía hacia ella.

"¿Cuál tragedia?"- pregunto Albert volteando hacia todos como si intentara descubrir al fantasma que tanto atormentaba a la Princesa Vina.

Y con su desinteresado gesto, conquisto los gritos histéricos de la Princesa Vina.

"¡Míreme cubierta de polvo y maltrecha!... ¡Yo, ya me siento cansada de tanta pobreza! Y para colmo de males, todo el día permanecí sentada sobre sus piernas y fue realmente vergonzoso que la gente, me observara en esa situación ¡Me vi tan ridícula!"- grito la Princesa Vina realmente alterada y agitando tanto los brazos que estos parecían alas en movimiento.

Sin embargo, Albert se mantuvo calmado y luego de pensarlo un poco, le dijo:

"Nada tiene de vergonzoso que un hombre casado sobrelleve a su mujer mientras ambos andan a caballo"

Oír esas palabras casi provocó que la Princesa Vina tuviera deseos de desmayarse.

"¿Su mujer?..."- pregunto la Princesa Vina luciendo completamente aturdida.

"Exacto, mi mujer. Mujer que dentro de unos segundos estará preparándome la cena"- dijo Albert profiriendo una amplia sonrisa, al mismo tiempo que suavemente camino hacia ella.

No obstante, la Princesa Vina se había quedado con la boca abierta por que de sus labios no salía sonido audible, causando que el interés de Albert se acrecentara.

"¿Estas esperando permiso para hablar?"- pregunto Albert enfocando su atención en la expresión pálida de la Princesa Vina.

"Yo no sé cocinar"- dijo la Princesa Vina de pronto con expresión asustada.

Lo que ocasiono que Albert, tuviese deseos de reírse pese a lo desagradable de la sorpresa. Por lo que haciendo acopio de fuerzas para evitarlo, se mostró gentil.

"No te estoy pidiendo que me hagas un banquete- dijo Albert mostrando ligeramente los dientes, para luego agregar con un tono más serio- Como verás aquí no hay nada de comer pero jamás pasaremos hambre; este reino es prodigioso en el cultivo de patatas, por lo que comida nunca nos faltara"

"¡Pero yo no puedo estar comiendo eso toda la vida"- dijo la Princesa Vina recordando con tristeza los delicioso platillos que tanto había degustado cuando vivía con su padre.

Para intentar responderle, Albert comenzó a rascarse la cabeza en señal de evocar viejos tiempos.

"Por supuesto que puedes. Mi padre las comía, mi madre también, mis abuelos sobretodo, tu las comerás, yo siempre las he comido y nuestros hijos las comerán, será una vida prodigiosa"-dijo Albert con una amplia e ingenua sonrisa.

Con eso logro que nuevamente la Princesa Vina se quedara paralizada y muda, por lo que Albert decidió ir a buscar de una buena vez lo que usarían para preparar la cena y evitar salir cuando fuera de noche.

"No tardo, iré a recolectar una cuantas patatas"- dijo Albert dirigiéndose a la puerta de la humilde choza.

Y apunto de traspasar el umbral escasamente pudo oír a la Princesa Vina murmurar algo, por lo que se detuvo en seco para prestar mayor atención.

"¿Hi...jos?... ¿Yo tener hijos con ese hombre?- pregunto asimisma la Princesa Vina, casi temblando del horror, mientras recordaba como nunca había querido escuchar las lecciones de su nodriza acerca de cómo se hacen los niños.

"Necesariamente. Los hijos son la base del matrimonio, procrearlos nos unirá más y con sus juegos alegrarán nuestros días"– dijo Albert bastante divertido desde la entrada de la vivienda.

Con lo dicho, Albert se obsequió otra ronda de gritos encolerizados por parte de la Princesa Vina, quien no podía disimular su sonrojo.

"¡Es inaudito! ¡Ni siquiera tiene para comer y ya esta pensando en alimentar más bocas! ¡¿Cómo supone que va a mantenerlos?!"

"Je,je... Con las patatas"- respondió Albert antes de abandonar la choza.

Por lo que hallándose sola, la Princesa Vina sintió que lo más sensato sería escabullirse muy lejos y desaparecer del mapa, desasiendo con ello los lazos que la unían a Albert.

"Tengo que huir"- musito la Princesa Vina asustada con el pecho agitado.

Por lo que para ir rápidamente hasta la puerta, levanto la falda de su vestido y cuando estaba a punto de posar un pie fuera de la vivienda, la Princesa Vina se topo de frente con la silueta de Albert que trataba de entrar a la choza.

"He vuelto"- dijo Albert con demasiada frialdad por percatarse inmediatamente de lo que estaba sucediendo.

"¿Cómo es que ha vuelto tan pronto?"- pregunto la Princesa Vina queriendo parecer inocente de sus actos cuando de repente sintió como la figura de Albert se pegaba a su pecho.

Con la intención de que la Princesa Vina retrocediera un par de pasos, Albert caminaba en contra de ella, obligándola a internarse en la choza y así, alejarla completamente de la salida. Pero luego, por sentirse ofendido de ser tratado como un tonto, sin quererlo comenzo a mirarla despectivamente mientras en su mano derecha sostenía varias plantas de patatas en donde los tubérculos colgaban.

"...Pensé que lo habías entendido...... Crecen patatas en todos los alrededores de esta región; por lo que nunca te dejare a solas el tiempo suficiente para que consigas escapar. Ahora cumple con tu parte y hazme de cenar"- respondió Albert de modo estricto y con el único propósito de que la Princesa Vina hiciera por ayudarse, educadamente le ofreció lo que estaba cargando.

No obstante, la Princesa Vina jamás hizo por secundarle.

"Pero, yo no sé que hacer con ellas"- dijo la Princesa Vina casi abrumada.

Así que cansado de tantas tonterías por el día de hoy, Albert perdió toda su amabilidad.

"Tampoco quieres intentarlo... Yo lo haré y tu, mejor ve a sentarte, no queremos que se estropeen tus delicados pies"

Sorprendentemente la Princesa Vina obedeció sin oponerse y lentamente tomo asiento sobre la cobija de pieles que yacía encima de la tierra.

"Es imposible que no puedas pelar unas cuantas patatas y hervirlas en agua con un poco de sal"- dijo Albert de muy mal humor mientras que con una daga que había mantenido oculta entre sus ropas, despojaba a las patatas de sus cáscaras.

Entretanto, la Princesa Vina se tomaba de las rodillas con la cabeza hundida entre el espacio que resultaba de hacer eso.

"La culpa la tengo yo, por haber esperado de ti tan po..." –

Súbitamente Albert había concluido su protesta, ya que sin quererlo vislumbro la figura desmoralizada de la Princesa Vina.

"Iré a fuera para cocer la cena en una fogata"- dijo Albert evitando oírse interesado, para luego discretamente irse cargando una olla junto con otros utensilios.

Al cabo de rato, Albert volvió con dos platos de madera servidos con papas cocidas y humildemente ofreció uno a la Princesa Vina. Sin embargo, la Princesa Vina no le presto atención por que continuaba hundida en sus pensamientos.

"Come, se que parecerá insuficiente para ti, pero siempre serán mejor que nada"- dijo Albert suavemente aún con el plato extendido.

Pero no recibió ninguna respuesta.

"Come, no has ingerido nada en todo el día y necesitarás fuerzas para trabajar mañana"- dijo Albert sonando muy convincente.

A pesar de eso, la Princesa Vina tampoco le hizo caso. Por lo que Albert tomo asiento junto a ella y comenzó a comer solo.

"No voy a suplicarte más"- dijo Albert por última vez.

Luego de haber comido las dos porciones, Albert decidió que era la hora de dormir y mientras pensaba como decírselo a la Princesa Vina, esta salió del trance en el que se encontraba prisionera y le grito:

"¡Eres un bruto! ¡Yo ya sabía que soy una inútil para las faenas del hogar, pero eso no te dio derecho de burlarte de mi con semejante manera!"- grito la Princesa Vina con lágrimas en los ojos y deseos de abofetear a su esposo cuando finalmente se atrevió a encararlo.

Afortunadamente sus gritos cayeron en la gracia de Albert.

"Ya era hora que me hablaras de TU...... Hum... La verdad no peca; pero sí deberías tener más iniciativa - dijo Albert inclinándose instintivamente muy cerca de ella, causando que esta se incomodara, para luego agregar con una voz que sin pretenderlo sonó demasiado incitante -¿Cuál es tu edad?"

Percibir este repentino cambio de actitud, ocasiono que la Princesa Vina se pusiera de todos los colores, mientras a su mente acudían como recuerdos desastrosos, los mal oídos consejos que su nodriza tanto se había empeñado por hacerle entender, sobre cómo es que debía de comportarse una princesa en la intimidad con su esposo.

"A..acabo de cumplir dieciocho años de edad"- respondió la Princesa Vina tremendamente estremecida y con el cuerpo temblándole.

"Eso quiere decir, que para ti soy bastante mayor"- dijo Albert juzgándose desilusionado y recuperando lentamente la compostura.

Sintiendo deseos de evaporarse por haber tenido las manos de ese hombre casi rodeándola, la Princesa Vina rogó al cielo con todas sus fuerzas para que Albert nunca, tuviese el antojo de poseerla.

"¿Por qué me ha hecho esa pregunta?"- dijo la Princesa Vina fingiendo olvido y apartándose poco a poco pero de manera muy notoria del alcance de Albert.

Verla temerosa y con la mirada entristecida, orilló a Albert a pensar:

"Siempre estará asustada"

Y luego de profundizar en eso, Albert claramente respondió:

"Por que la noche ha caído y es debido ir a la cama pero descuida, ahora entiendo que eres muy joven para mi así que me mantendré despierto toda la noche; por que estoy seguro que a causa de esta vulnerable choza no podrás descansar si ambos nos quedamos dormidos"- dijo Albert con gentileza y de inmediato se puso de pie ofreciéndole la espalda a la Princesa Vina.

Sin saberlo, Albert se había ganado la admiración de la Princesa Vina.

Por lo que dispuesta a recobrar la paz, la Princesa Vina con su habitual delicadeza se acostó sobre la colcha de pieles para conciliar el sueño y confiándose en que su cuerpo no sería tocado esa noche, con lentitud cerró sus ojos hermosos.

No lejos de ahí, en otro lugar de la diminuta choza y luego de haber cerrado la puerta, Albert se sentó sobre el piso de tierra y sintiéndose conmovido por tan bella imagen, se dedico a contemplarla mientras ella dormía.

Continuará...