Esto salió de la cabeza de…Nadilius Weasley de Diethel (Nadius, para los que me conocen)
Notas de la autora: hola de nuevo!!! Cómo les va?? Sé q tardé siglos con este nuevo capi, pero hasta q no llegaron las vacas de invierno no tuve tiempo de seguirlo.. U Me pueden perdonar??
2. De habanos y bibliotecas
Ahí estaba, sentado al escritorio. En el ambiente se percibía un vago y tenue aroma a tabaco; no el vulgar de los cigarillos comunes, sino uno más fino, sutilmente dulzón. Una tenue luz iluminaba el cuarto, mas toda su atención estaba dirigida a un punto en especial. Con los anteojos puestos, él estaba leyendo un libro: "El mentiroso de la montaña".
"el choque era inevitable"
Era cierto eso. Desde hacía no mucho tiempo lo presentía… Y si había sido certero con Milazzo, ¿por qué no ahora también? Se le aparecía en sueños muy seguido últimamente, aunque ya no sabía que pensar…
Un trueno interrumpió su lectura, iluminando su rostro cansado. Su celeste mirada se posó en un portarretratos. Suspiró.
Hacía diez años que no estaba, diez largos y melancólicos años. Había días en que casi no pensaba en ella; pero también estaban los otros, aquellos en que al no sentir la suave calidez de su cuerpo al lado suyo se entristecía y se sumía en los recuerdos de esos tiempos felices…en los que en su cabeza (aparte de los complicados planes que creaba) no había más lugar que para esa mujer.
Olvidarte es más difícil que encontrarse al sol de noche
Que entender a los políticos
o comprar la torre Eiffel
Más difícil que fumarse un habano en American Airlines
Más difícil que una flor plástica marchita
¿Qué si la extrañaba? ¡Por supuesto! Tal vez no se lo decía a nadie, pero su aparición marcó un antes y un después en su monótona vida…igual que su partida. Se sentó y, mirando cómo caía la lluvia, empezó a recordar…
Flashback mode
– ¿Viaje al Centro de la Tierra?
–Sí.
– ¡Sí!
–Lo lamento, sólo queda uno–les dijo
No estaba contento de esto, mas no maldijo. El encargado de la biblioteca no tenía la culpa. Y ahora había un ejemplar para dos personas: él y una muchacha algo menor.
–Quedátelo–le dijo a la chica.
–No–le respondió con decisión ella–. Vamos a compartirlo.
– ¿Y por qué venís acá?
–Me mandaron leer este libro en la secu–dijo ella, desenvuelta. –Y como no puedo comprarlo, vine acá. ¿Y vos?
¿Era su ilusión o ella le había dicho la verdad? Él, en cambio, no tenía por qué hacerlo.
–Vengo acá porque es más tranquilo que en mi casa.
–Ah… Bueno. ¿Empezamos?
El libro era pequeño, y los obligaba a leer muy juntos, casi pegados. Ella no tenía ningún problema, mas él si. Además estaba el hecho de que su compañero leía a una velocidad fuera de lo común, al revés que la muchacha. Salvando esas pequeñas diferencias, toda la lectura fue bastante normal. De hecho, si uno los miraba de lejos podría hasta atreverse a decir que ambos jóvenes disfrutaban de su mutua compañía. Luego de una hora y media la chica se excusó y se retiró de allí, no sin antes despedirse amablemente de su compañero de lectura.
Quién diría, pensó el cuando regresaba con paso normal a su casa, que en un lugar así pudiera haber conocido a una chica tan simpática…
Pausa en el Flashback
Lo que empezó un día cualquiera, de un mes cualquiera, de un año también cualquiera no tardó en convertirse en una sincera amistad. Una vez por semana los dos se juntaban para seguir leyendo el libro, ya que según Victoria (ése era el nombre de la chica) la única persona que le podía ayudar a comprender su intrincado lenguaje era él. Sin embargo, cualquiera que desconociera la situación diría que entre ellos había intención de algo más…aunque no se dieran cuenta.
Por un lado, estaba la reacción del muchacho. Formal, casi frío, el joven de ya casi 22 años consideraba esto como una amistad; lo cual, considerando su selectiva y sofisticada manera de ser, era una rareza. Pese a esto, en los últimos días se le aparecía en sueños aquella chica. Desafortunadamente, desde que su padre se había suicidado enfrente suyo ya no entendía a los adultos…y menos que menos al sexo opuesto. No descartaba ni desmentía el aprecio que sentía por Victoria…pero de ahí a entender lo que sentía había un abismo. No, definitivamente no deducía lo que le estaba pasando.
En el otro extremo, Victoria Lindt, una muchacha de 18 que estaba cursando su último año del secundario. Algo soñadora, alegre, sociable…todo lo contrario al chico. Ella no podía negar que había "algo" en su nuevo amigo que le llamaba la atención, mas (y en eso estaban iguales) desconocía lo que era en realidad. ¿Cómo eran los hombres según ella? Unos inútiles, exactamente lo que eran sus compañeros de curso. Sólo pensaban en zafar y en convertirse lo más rápido posible en lo que ellos creían que era un hombre (N/A: traduciendo, "sexo, minas y joda"). En comparación con la masa masculina en general, Santos era una maravillosa, interesante y (por qué no) atrayente excepción a la regla.
Y ahora sí, señores (qué manía Santística que tengo de repetir para todo "señores" uuU), volvemos a la historia!!
Sin embargo ambas personalidades no tardarían en acercarse, sin importar los detalles y las edades de ambos.
Era un asqueroso día de invierno; esos en que además del frío llovía, y para colmo de males, con viento y todo. Justo en ese choto día se habían juntado nuestros personajes para terminar con la comprensión del libro. Ya habían finalizado su trabajo (mejor dicho, el trabajo que originalmente tenía que hacer Victoria) cuando la chica habló.
– ¡Qué día de perros!–comentó ella al aire, mientras se dirigía a la salida–Y encima con lo que está diluviando me voy a empapar.
El chico, en el hall de la bilioteca, desplegaba un paraguas enorme. Al escucharla se le ocurrió algo.
– ¿Querés que te acompañe? Yo sí traje–dijo, enseñándole el que tenía en sus manos.
–Te voy a molestar…–murmuró la chica.
–No, en serio–le respondió él, con una sonrisa astuta que hizo sonrojar a Victoria.
El paraguas que de lejos parecía grande, resultó pequeño para dos personas; y los dos se vieron obligados a caminar casi pegados para no mojarse (la verdad era que el muchacho se estaba empapando posta, pero no decía nada porque no quería que le pasara eso a ella). En una esquina un auto dobló fuerte…empapando de pies a cabeza a la chica. Eso, sumado a que pisó mal, hizo que Victoria se tambaleara rumbo al suelo. Ella cerró los ojos, esperando el golpe…que no sucedió. Miró y se encontró con que unos brazos la tenían aferrada a un cuerpo algo húmedo, pero cálido a la vez.
Se quedaron mirando el uno al otro unos segundos. Él no entendía porqué, pero inconscientemente la había abrazado. Victoria, sin razonar ni pensar, buscó abrigo en el protector abrazo de su "amigo".
Bajo la copiosa lluvia de invierno, entre las gentes que pasaban, inmersas en sus propios problemas y ocupaciones, una pareja estaba dándose cuenta de lo que era y significaba la palabra "amor".
Olvidarte es mas difícil que una flaca en un Botero
que encontrarse un gato verde
o un cubano sin sabor
Mas difícil que Lady Di en la estación del metro
Olvidarte es tan difícil olvidarte.
–Victoria, por favor, ¡no te vayas!
– ¿Por qué me lo pedís?–le susurró ella. Ambos estaban en un hospital, ella acostada en la cama, él a su lado. Sin quererlo, Victoria había quedado en medio de un tiroteo, y había recibido suficientes balazos como para estar en terapia intensiva. Según los médicos, no le quedaba mucho tiempo de vida, cosa que él no quería aceptar.
Intentó responderle, pero la mirada que ella le dirigió lo dejó paralizado: tierna, llena de amor. Victoria llevó su mano, con movimientos torpes, a la mejilla de su marido. Él recibió perplejo esa suave caricia.
–No me--–empezó, pero ella puso dos dedos fríos y pálidos sobre los labios del hombre, callándolo.
–"La vida es un tren"–musitó la mujer. Él no pudo resistirse, y la besó. Todo lo que sentía por ella, desde el día en que la había conocido, se agolpó en su cabeza en pocos segundos. ¿Por qué al él? ¿Por qué no a otro? No quería perderla; ¡la amaba tanto! ¡Ella era el amor de su vida! ¡No era justo que se fuera! ¡No ahora! ¡No tan pronto! La dura realidad le cayó de golpe, cuando sintió que entre sus brazos sostenía ahora un peso muerto.
Fin del flashback
– ¡WOW! ¡Esto es genial!
– ¿Te gusta, Fede?
– ¡Está recopado!–Dijo Fede, desparramado en un puff.
–Lo redecoraste, ¿no?–le preguntó Trini, mientras le rascaba las orejas a Betún. –Está muy distinto…
–Bue, tía, vos también… ¿hace cuánto que no venías?–le comentó el pequeñín, mirando a los demás mientras que él estaba boca abajo en el puff.
–Tenés razón. La última vez que vine fue antes de mudarme…–comentó la chica.
–Es cierto, ¿qué hay de tus amigos? Esos que vinieron ese día con vos…
–Genial. Mi primo se casó con una chica de Misiones, y tienen una nena. Tiene dos años menos que Fede. –contó ella.
– ¿Y tu otra prima? Alicia… ¿cómo anda?
–Tía Alicia anda bien, con mucho trabajo–dijo Fede. Acompañado de un ligero pero esclarecedor estremecimiento agregó–Ayer tuvo que ir a Bariloche…dice que hay muchos fantasmas malos sueltos…
Mientras seguían charlando acerca de sus vidas, Betún se bajó del regazo de la muchacha y empezó a perseguir a Elal por toda la casa, como si el espíritu fuera una simple pelota.
Un trueno los interrumpió en plena conversación y ronda de mates, junto con un chillido de terror de Fede.
–Tía Trini…
–Fede, sólo está lloviendo–dijo Pablo.
– ¡Es que me da chucho!–respondió el niño, temblando de miedo. Trini puso sus ojos en blanco y empezó a revolver en su bolso. Finalmente su búsqueda se detuvo.
–Tomá, miedoso–le dijo ella, entregándole un oso de peluche.
– ¡SEÑOR BABAU!–Exclamó lleno de dicha Federico, y abrazó al juguete.
Olvidarte, olvidarte
Es querer jalarle el pelo a una botella
Es creer que la memoria es un casette para borrar
Olvidarte es recordar que es imposible.
Olvidarte, olvidarte
Incluso es más difícil que aguantarte
Si extraño tu neurosis y tus celos sin razón
Como no extrañar tu cuerpo en mi colchón.
Otro trueno iluminó el cielo porteño, esta vez también con una centella que hizo pegar un chillido al chico. Pero no fue el único: ni había pasado un segundo cuando llegaron Betún y Elal.
– ¡Señorita, esto no--!–advirtió el espíritu.
–Lo sé–lo atajó su ama. De repente se cortó la luz, quedando todos los presentes a oscuras. Trinidad buscó a tientas su herramienta de posesión.
–Voy a buscar unas velas–anunció Pablo.
– ¡No!–La joven Shaman lo detuvo–No se muevan.
–Tía Trini… ¿q-qué pasa?–barbotó Fede, temiendo lo peor. Jamás, en sus seis años de vida, había acompañado a sus familiares Shamanes a los periódicos entrenamientos que ellos solían tener. En consecuencia, no tenía ni idea de lo que iba a pasar.
Betún empezó a ladrar enérgicamente. Trini y Elal se pusieron en guardia. Pablo se imaginaba que algo estaba por pasar, pero estaba tan perdido como el más pequeño de los presentes.
Una ráfaga de viento se empezó a colar por las ventanas. Entonces, cuando la tensión estaba llegando a su límite y Fede estaba al borde del colapso nervioso, Trini escuchó otra vez la voz.
–Shaman… Shaman, por favor, ayudame…
–Primero quiero verte–dijo ella. Sin miedo alguno dio un paso adelante. –No te voy a hacer nada.
Se hizo el silencio y luego, tímidamente, apareció el espíritu de una mujer. Pablo se quedó boquiabierto.
–Perdoname. Me parece que los asusté–dijo la mujer, mirando comprensivamente al pobre Fede (que estaba escondido atrás de Betún).
–No te preocupes, sólo está shoqueado–respondió Trinidad, tratando de calmar a la mujer. – ¿Querías hablar conmigo, no?
La mujer asintió con una sonrisa. Trini se sentó de nuevo en el sofá frente al televisor, y esperó que el espíritu se acercara. Fede supo que debía irse, y se llevó prácticamente a rastras a Pablo, quien entre el shock y la sorpresa no reaccionaba.
–Entonces, ¿cuál es tu problema?–le preguntó la Shaman.
–Bueno…no es fácil…no sé por dónde empezar. –se excusó la mujer.
–No te preocupes, eso no es nada. –dijo la jovencita, tranquilizando al espíritu con una sonrisa serena.
La mujer tomó aire antes de hablar, y se dispuso a contar su caso. Trinidad escuchaba con toda atención, con una mano en su mentón.
Olvidarte es un intento,
que no lo deseo tanto
Porque tanto es que lo intento
que me acuerdo mucho mas
Y he llegado a sospechar
que mi afán de no acordarme
Es lo que me tiene enfermo de recuerdos.
Ella le relató su caso, desahogándose. Catorce años atrás había conocido a un muchacho algo más grande que ella, quien poco tiempo después se convirtió en su esposo. Todo iba sobre ruedas hasta que, repentinamente, la tragedia golpeó a su puerta: ella quedó en medio de un tiroteo en un banco, con tan mala suerte que recibió un balazo en el cerebro. Permaneció una semana entera en coma, hasta que finalmente murió. Eso había sido hacía tan sólo diez años.
Sin embargo, ella no deseaba el descanso eterno, ya que lo que más amaba estaba en el mundo de los vivos. Así fue como decidió permanecer en este mundo, siendo el ángel guardián de su melancólico y sofisticado marido… aún cuando él no pudiera darse cuenta de su presencia.
Hacía cosa de unos meses, mientras su pareja realizaba unos trámites en el mismo banco donde ella había sido herida de muerte, él se cruzó con una mujer y, según ella, quedó enamorado. Eso no tenía nada de raro, si no fuera por un pequeño detalle: la personalidad del hombre. Él no dejaba entrar a otra mujer en su corazón, ya que consideraba una traición al amor de su vida. Por primera vez ella se dio cuenta de las limitaciones que tenía ahora, bajo su condición de guardiana: por más que ella quisiera, no podía hacer nada por su marido.
–Yo sólo quiero verlo feliz, ¡nada más! ¡Pero él no puede verme! Si tan sólo pudiera hablar con él…capaz que podría hacerle entender… ¿Hay algo que podés hacer por mi?–finalizó ella, aguantando las ganas de llorar.
Se hizo un silencio. Trinidad meditaba, pensaba, se desvivía por encontrar una solución al problema de la muchacha, algo que ella pudiera hacer sin poner en riesgo la vida del hombre… Captó la mirada expectante del espíritu y contestó.
–No hay nada que no tenga solución–dijo, señalando a su espíritu acompañante–Pero la verdad es que nunca tuve un trabajo de estos para mí sola…siempre ayudo a mi prima.
La decepción se asomó al rostro de la muchacha.
–Necesito consultarlo, ¿entendés?–añadió de inmediato. –No te preocupes, todo va a estar bien
–Ah, genial. Gracias, Ali. No, no te preocupes, acá todo anda de 10. Sí, decile a papá que ya le entregué a Pablo lo que me dio.
Cortó. La larga charla con su prima le había dado esa fuerza que le faltaba para ayudar a Victoria, la joven mujer que había acudido a ella en busca de una solución al dilema de su marido.
"Si yo puedo hacerlo obviamente que vos también podés. No te hagas problema, te va a salir de una. O te olvidaste de quién sos, ¿eh?", le había dicho Alicia.
Ella no estaba tan segura. Desde que había finalizado el Torneo de los Shamanes, no tenía noticias de su potencial enemiga. No es que quisiera verla justo ahora, pero sentía que "esa" no tardaría en aparecerse una vez más por su vida.
–Lo que querés hacer no está del todo mal– le recomendó Alicia –pero la verdad es que es un poco arriesgado. Hay muchas cosas en juego con un plan como el que me dijiste…pero siendo vos la que lo va a hacer no me asusto.
–Pero… ¿y si lo hago mal?
–Si estás con esa onda tan pesimista es obvio que te va a salir mal, ¡¡pero tenés que ponerle garra!! Después de todo lo que practicaste conmigo…
–No hice gran cosa, yo sólo te ayudaba…
–No te tires a menos.
– BUAAAAAHHH…–Un gran bostezo de Fede volvió a la chica a la realidad. –Tía Trini…
– ¿Quépás? (N/A: frase copiada a Kumonchis la vampiresa… ¡Sory compa de equipo! ) –le preguntó ella.
–Tengo sueño… BUUUUUAAAAAAHHH!!!
–Bueno, está bien. Te llevo a la habitación. –Dijo ella. –La de Nica, ¿no?– preguntó, volviéndose a Pablo.
Fueron hasta el final del pasillo. Ahí había dos puertas. Ella no tardó en reconocer la durante muchos años había pertenecido a su cuarto. Abrieron la que estaba al lado, y entraron.
Si bien hacía muchos años que no entraba, el cuarto de Verónica Obarrio seguía igual que el día que lo había dejado. Prolijo, limpio, rebosante de muñecas de trapo y ositos, daba la idea de que su dueña había sido hija única. Una cama marinera estaba contra una pared, frente a un escritorio lleno de cajoncitos: un bureau. Trinidad miró fijamente al mueble, pensando en que luego tendría que buscar algo allí. Pablo se quedó en la entrada, consiente que no debía molestar a los dos visitantes.
Trinidad depositó al niño en la cama de abajo; estaba profundamente dormido, abrazando con fuerza al osito. La chica lo miró. Al parecer mañana iba a ser el gran ausente a la inauguración del monumento… Ojalá que no fuera así, pero algo le decía que tenía que cuidar muy bien al pequeño…
Se acercó al bureau. Revisó en sus bolsillos por un rato, hasta que encontró lo que estaba buscando: un diminuto manojo de llaves.
Olvidarte es lo que espero,
Para reanudar mi vida
Harto de seguir soñando
con la posibilidad
De que un día por error
o por la curiosidad
Le preguntes a un amigo por mis huesos.
–Toma, son del bureau. Abrilas cuando llegues a casa, ¿si?
La chica eligió una llave del montón y la acercó a la cerradura. Justo cuando iba a probar si con esa se abría la gran "cortina" de madera que cubría el mueble…se escuchó a lo lejos la voz de Pablo.
–NAÁ, ¿¡VENÍS A CENAR?!
La aludida suspiró y decidió postergar el "allanamiento" para después. Se levantó y, saliendo sigilosamente del cuarto, se dirigió a la cocina, donde la llamaba su padrino.
– ¿Qué hay para comer?–preguntó la chica, mirando la cacerola llena de agua.
–Fideos con tuco–respondió Lamponne, vestido de chef profesional. –A propósito, dentro de dos horas tengo una reunión…
–…por un operativo; ningún problema. –Respondió la joven. Resignó la idea de decirle que no tenía ganas de comer pastas cuando él le puso en las manos el paquete de fideos.
–Che, ¿creés que haya lugar en la hostería para después de Semana Santa?–le preguntó el hombre.
–Seguro. Eso sí, no te asustes si ves algún día un espíritu o un hada cruzando por la recepción… –comentó ella–Otoño es cuando empiezo con los entrenamientos para los aprendices.
– ¿Y desde qué edad son los chicos?
–Depende. Yo empecé con esto a los cinco, pero (por ejemplo) mi primo Andrés estaba desde los tres… A mí me tocan los más chiquitos. Y después estoy para tomarle pruebas a los más grandes. Pero hasta ahora nadie llegó hasta ahí… Cuando estés ahí lo vas a entender. ¿Por qué lo preguntás?
–No, por nada–el hombre evadió responder.
–Si alguna vez tuvieras un hijo con Daniela… capaz que pueda ver espíritus. ¿Eso querías saber, no?
Silencio. El agua hirvió, y la chica puso los fideos. Entonces ella se acordó de algo.
– ¿Cuánto creés que dure el acto?
–Ni idea… si es por el discurso del presidente, traete una silla plegable en la mochila. –bromeó el hombre.
– ¿A las siete estaremos de vuelta en casa?
–Segurísimo.
–Elal–murmuró la joven shaman. El espíritu se presentó de inmediato.
– ¿Me llamó, señorita?
–Buscá a Victoria y decile que la espero acá a las siete y cuarto, ¿si? Ya sé que hacer. Ah, y preguntale a dónde vamos.
–Enseguida.
–Yo conocí a esa chica, ¿sabés?–murmuró Pablo.
– ¿En serio?–Trini no se lo creía.
–Sí… fuimos compañeros en la primaria, y también vecinos. Cuando terminamos séptimo no la vi más... bueno, hasta que se casó con un amigo.
–Entonces es mejor que sepas que mañana le vamos a hacer una visita a tu "amigo". –Agregó la chica con picardía.
– ¿En serio?
–Sip. Y no me preguntes ni cómo, ni porqué.
–De acuerdo. No más preguntas sobre eso.
Dos horas más tarde, Pablo Lamponne partía a sus "reuniones de trabajo". Iluminada sólo por la luz de la luna, la joven shamán estaba frente al bureau, lista para abrirlo y descubrir lo que allí se escondía desde hacía años.
Lo primero con lo que se encontró fue con unos muñecos de trapo. No tardó en reconocer que ella misma era uno de ellos. Al lado estaba su hermana, y dos personas más: Lyserg y un hombre que, al verlo, hizo que la chica pegara un silencioso puñetazo al bureau. Abrió un cajón; una pequeña pila de cuadernos gruesos, carpetas y libros de diversos tamaños, todos ellos apilados prolijamente. La chica no pudo evitar que sus ojos se empañasen, y menos aún lograr atajar un lagrimón, el cual cayó solitario en la madera.
Tantos recuerdos, y tan pocos destinatarios…Los húmedos ojos de la chica repararon en un pequeño papelito doblado, envuelto en un sobre decorado con flores. Su curiosidad pudo más, y lo abrió. Leyó su contenido con curiosidad, absorta… Estaba dispuesta a seguir investigando el mueble, pero al escuchar hablar entre sueños a su sobrino la hizo recobrar la cordura. Era muy tarde para seguir… mejor seguía mañana, cuando hubiera resuelto el problema de Victoria Lindt.
