De guante blanco

Autora: Nadilius Weasley de Diethel

3. De reencuentros sorpresivos e impensados

Había finalizado por fin el acto. Por poco Federico no se quedaba dormido, aunque no era el único: por más interesados que estaban, ni Trinidad ni Pablo habían descartado la posibilidad de quedarse dormidos en medio del discurso presidencial. Por suerte no había pasado eso. Ya eran las 6.30 de la tarde, y luego de una charla con los presentes al acto, los tres emprendieron el regreso.

–Pablo, llevate a Fede a casa. –Le dijo la chica al hombre.

– ¡No es justo!–protestó el niño– ¡Yo me quiero ir con vos!

–No–respondió tajantemente ella–, es peligroso. Y punto (N/A: insisto, ahora q tengo la primera temporada d los simu… mi fanatismo crónico va a empeorar)

– ¿Po qué?–quiso saber el más chico.

–Porque sí–dijo Trinidad. –Es mejor que no vengas. Y no insistas.

– ¡Dale!–rogó una vez más el niño, mirando a su tía con su mejor carita "a la Gato con Botas de Shrek 2".

–Bueno… está bien. – Trini terminó por ceder. Federico o mejor dicho, Marcos, empezó a pegar discretos saltitos de alegría.

– ¿Entonces…?–dijo Pablo.

–Viene–respondió ella–. Pero tenés que hacer lo que yo te diga, ¿entendiste, Fede?

El chico asintió enérgicamente, y su tía adolescente suspiró. No iba a ser tan fácil hacerle cumplir órdenes al pequeño, pero lo intentaría.

–A ver, ¿qué tenés que hacer?

– "No hables, no te muevas, no hagas ruido, no hagas nada a menos que yo te lo digas, no te acerques mucho, no me sigas"–recitó con voz monótona el chico.

–Muy bien.

–Pero tía… ¿po qué?

–Porque es peligroso. Para lo que voy a hacer se necesita silencio, paciencia y mucha concentración. Ni siquiera yo estoy segura si lo voy a hacer bien. ¡Shh! No hablés fuerte.

– ¡¡Pero zi tía Alicia te dijo que estaba bien tu plan!!–dijo el chico.

–Si, claro, pero sería mejor si ella estuviera viéndome. Alicia tiene mucha experiencia en esto, y este es el primer trabajo de este estilo que hago.

– ¿Y qué hacíaz antez?

–Ayudaba a Alicia. Ella hacía esto y yo estaba para apoyarla…–rió sarcásticamente– claro que nunca hice nada, ella sola basta y sobra.

–Y, ¿y yo puedo zer como voz?

–Para eso tenés que ser primero un shamán, Fede. –Respondió la chica–Cuando no le tengas más miedo a los fantasmas avisame, que te tomo la prueba.

Siguieron caminando en silencio. El sol ya había bajado casi por completo, y las calles del bajo de San Isidro, hogar de gente adinerada, estaban solitarias. De repente, la chica se detuvo en una esquina.

–Elal–llamó. Al instante apareció el espíritu, acompañado del espectro de la joven Victoria.

– ¿Segura que es por acá?–dijo la shamán.

–Segurísima–respondió Victoria. Trinidad se volteó hacia su sobrino.

–Vos te quedás acá. ¿Entendiste? –ordenó ella–No te preocupes, no hay nadie por acá, ni siquiera los de seguridad privada. Hacé lo que te dije, ¿eh? No te muevas por nada del mundo.

– ¿Cómo sabéz eso?–preguntó Federico.

–Simplemente lo sé. –Suspiró, hizo la fusión de almas con su espíritu, se despidió rápidamente del chico, y se alejó.

Él la vio irse y sintió un poco de miedo. Nunca había estado completamente solo, sin siquiera un espíritu amigo a su lado. Jamás había visto cómo trabajaban sus parientes shamanes. Se quedó mirando a la nada por un rato, hasta que un extraño ruido le hizo sobresaltarse. Miró a ambos lados: no había nada. Entonces sintió algo suave contra su pierna. Asustado, miró para abajo: era un gato. ¿El gran Marcos Federico Obarrio, asustado por un simple gatito? ¡Impensable! Sin miedo ya, subió al gato y lo acomodó en su falda.

Mientras tanto, Trinidad y los dos espíritus se acercaban más y más a su destino. Gracias a haber realizado la fusión de almas, ahora ella podía simplemente "saltar por los techos" de las casas, sin ser ni vista ni escuchada. Entonces Victoria se quedó flotando sobre un tejado. La shamán entendió que habían llegado, y sigilosamente se acercó donde estaba ella. Permanecieron un rato en silencio, esperando, hasta que vieron que alguien se acercaba. Aguzaron la vista y esperaron.

Un hombre pasó por al lado de la ventana, aparentemente sin apuro, con un habano en la boca y un vaso de vino en su mano. De cabello castaño claro, tirando a rubio, caminaba de un lado a otro. De a ratos le daba largas pitadas al habano, y en otros se quedaba quieto mirando a la nada. Aunque tenía toda la apariencia de ser un hombre refinado, de rostro y ademanes cultos, en su rostro había una expresión de marcada melancolía. A Trinidad le hizo acordar a Lyserg, su Lyserg. Victoria se sonrojó y se quedó mirando al hombre, embelesada, con una sonrisa dulce aflorando en sus labios. Luego de quedarse mirando al hombre, la shamán miró al espíritu, quien asintió.

–Esperá a que se vaya de la ventana–gesticuló, sin emitir ningún sonido.

Una vez que el muchacho se alejó, Trinidad se dispuso a empezar el trabajo encomendado. Cerró los ojos y concentró todo su poder espiritual. Como si no hubiera gravedad, su cabello empezó a flotar, mientras Victoria atravesaba la pared.

Dentro el joven de ojos y pelo castaño seguía caminando. Se sentó en un sofá y, enterrando su cara entre sus brazos, rompió a llorar, silenciosa pero desconsoladamente. La copa de vino cayó estrepitosamente y se rompió, mientras que el habano cayó y se apagó. Sin embargo, él no se percató de eso, y siguió llorando.

Su pena era tan grande… de repente había recordado el inexplicable e irrepetible sabor de sus labios, y su ausencia le dolía tanto…

–Vicky… te extraño tanto…

–Yo también, Marito… pero no llorés más.

Mario Santos se dio vuelta. Al principio pensó que estaba soñando, pero esa sonrisa tierna y esos ojos lo desmoronaron, y al abrazar a Victoria sus dudas se desvanecieron: su amada Vicky había vuelto. Victoria no se pudo resistir, y ella correspondió al abrazo, y se aferró con fuerza a su marido. Fundidos en ese gesto que hacía patente su amor, ambos perdieron por completo la noción del tiempo.

– ¿Qué hacés acá?–le preguntó él, luego de separarse un poco.

–Quería hablar con vos–le dijo ella.

– ¿De qué?

–Mirá, Marito…yo…–vaciló un momento pero luego tomó valor–Yo estuve todo este tiempo con vos, vigilándote y mirando todo lo que hacías…y yo… me gustaría que rehicieras tu vida.

Silencio.

–Vicky, yo… yo no puedo hacer eso. ¡Yo te amo! ¿Cómo me pedís eso? ¡Yo no quiero serte infiel!

–Tontito–dijo ella con una sonrisa–si yo ya no estoy. No me estás metiendo los cuernos. Además, yo te quiero ver feliz.

–Yo no puedo amar a alguien que no seas vos…

– ¿Ah, si?–le preguntó con una sonrisa–No me digas… ¿y qué fue esa "Anna Summers" q invitaste a salir? Una amiga seguro que no…

–Ella…me gustó porque se parecía a vos–dijo, con las mejillas ardiéndole de la vergüenza, algo completamente inusual en él.

–A mí no me podés mentir… te conozco, mascarita. –Victoria no podía aguantar la risa.

Federico estaba mirando a la nada, cuando sintió algo extraño: sintió extraño el ambiente; le pareció que una inexplicable y sutil sensación de calidez lo invadía, llegando hasta el último rincón de su cuerpo. Supuso que eso era "sentir el poder espiritual de alguien". Se movió un poco y esa tibieza fue en aumento; se movió para otro lado y volvió a sentirse como de costumbre. Decidido a ver de qué se trataba, se levantó de donde estaba sentado….pero entonces se detuvo: no, tía Trini había dicho que no se moviera por nada del mundo.

Trini estaba más que concentrada… si se descuidaba un poco la posesión y el plan no habrían servido para nada. Hacía tanto que no ponía a prueba sus habilidades shamánicas, y menos que menos en una pelea…Extrañaba sus días como participante del Torneo de Shamanes, cuando peleaba contra personas de los lugares más recónditos del mundo…cada batalla era enfrentarse con lo desconocido… ¿¡PERO QUÉ RAYOS ESTABA HACIENDO?! ¡ESTABA PERDIENDO CONCENTRACION!

– ¡Fue genial, tía Trini!

–Bueno, no te pases…–dijo ella, algo avergonzada. Nunca había hecho algo así, pero no podía evitar sentirse orgullosa.

–Marcos tiene razón–dijo Elal, apareciendo de repente–lo hizo realmente bien.

–A vos te pagan por palabra, ¿no?–le dijo la shamán a su espíritu con sarcasmo. Elal no entendió la indirecta, y se quedó pensando.

– ¡JAJAJAJAJA! ELAL NO ENTENDIO!!–Fede rió, burlándose del antiguo espíritu. Victoria apareció de repente.

– ¿Eh? ¿Ya te vas?–preguntó la chica, anonadada.

–Sí, yo ya cumplí lo que me ataba a este mundo. Te agradezco de corazón lo que hiciste por mí–dijo ella.

–No es nada, después de todo es mi deber–se excusó la chica.

–Realmente fue un placer conocerlos–murmuró Victoria, dirigiéndose a Fede y Elal.

–No, el placer fue nuestro–respondió educadamente Elal. Federico se limitó a asentir.

Con una última sonrisa, el fantasma de Victoria Lindt empezó su ascenso a los cielos, al descanso eterno. Shamán, espíritu acompañante y pequeño de 6 años la despidieron…hasta que desapareció por completo. Los tres se quedaron mirando hacia arriba por un rato.

– ¡CUIDADO!–La shamán tuvo la extraña sensación de que estaban en peligro, e instintivamente apartó a un lado al más chico del grupo. Milésimas de segundo después, algo pasó a toda velocidad por donde había estado Fede y le hizo un diminuto corte en la mejilla a Trinidad.

– ¡TÍA TRINI!–Gritó el chico.

–Estoy bien–respondió ella. –ELAL, ¡POSESION DE OBJETOS!

Trinidad Nadia Obarrio estuvo al segundo empuñando su clásico arco, objeto de su posesión de primer grado. Estaba intentando averiguar de donde provenía el ataque, cuando arremetió una vez más, esta vez abriendo un tajo enorme en su pantalón. Se alejó lo más que pudo de su sobrino, sabiendo que su atacante estaba mejorando su puntería. Se había corrido 5m cuando le sorprendió una cuerda, rodeándola. Inmovilizada por la presión que ella ejercía sobre su cuerpo, se dio cuenta de había "algo" le parecía familiar…pero no lo sabía exactamente. Alguien se acercaba silenciosamente.

Un joven algo mayor que ella se descubrió de entre las tinieblas, escondido en un árbol. Bajó de ahí con una elegancia desconcertante. Vestía ropas decididamente fuera de moda, pero que le daban a su dueño un aspecto bohemio y elegante. Al quitarse el sombrero que cubría su rostro, a Trinidad se le heló la sangre.

El pelo verde, corto y prolijo, brillaba a la luz de la luna llena. Unos mechones le caían sobre la frente, a modo de flequillo. Los ojos, antaño cariñosos y dulces, ahora eran fríos y completamente vacíos. Era otro, y ella lo había visto así de ido una sola vez antes, pero vestido de blanco. Algo cambiado, pero igualmente reconocible, el amor de la shamán adolescente estaba enfrente suyo, atacándola.