Condenados: Capítulo 14

El segundo ataque

Sentados en el borde de la ventana, estaban Harry Potter y Blaise Zabini. Las piernas de ambos se balanceaban hacia el vacío, los dos pares de ojos verdes tan parecidos permanecían fijos en el cielo rojizo. Incapaces de hablar.

El último día de clases. Cuanto habían esperado ese día, después de sentir en carne propia el estrés de los exámenes finales. Las tan ansiadas vacaciones a sólo unas pocas horas. El día de mañana se levantarían temprano para poder llegar a sus casas lo más pronto posible y pasársela entre fiestas, diversión y mucho descanso. Claro está, menos para Harry. Él tenía que volver a Privet Drive, a encontrarse con sus tíos gruñendo por todo y a su primo gritando por comida. Esas eran las vacaciones del Chico Que Vivió.

Los dos chicos vestían sus deslumbrantes túnicas de gala, pero no dejaban de pensar lo incómodo que era pasársela pensando en que no se fuera a estropear. La de Blaise era verde oscuro, muy similar a la usada por Harry en su cuarto año, pero en un tono levemente más oscuro y mucho más elegante. Combinaba bastante bien con sus ojos color musgo y el cabello bien peinado en su típica coleta, aunque algunos mechones le cruzaban casualmente el rostro. La de Harry era azul. El chico de anteojos aún se sorprendía por su elección y es que Blaise poco menos lo había obligado a comprarla, reclamando que no podían ir los dos de verde. Era de un azul cobalto bastante similar al de los ojos de Lavender. Su cabello igual de desordenado de siempre, dándole el toque de niño a su figura.

- Creo que es hora.- comentó Harry mirando su reloj de pulsera.

- Sip. Deberíamos bajar ya.

- No hay que hacerlas esperar.

- Correcto. A las mujeres no les gusta que te demores, sólo ellas pueden hacerlo.

- Sí.

La Torre de Astronomía entregaba a esa hora un espectáculo maravilloso. El cielo era toda una sinfonía en rojos y anaranjados, mientras que un matiz más oscuro, casi morado, comenzaba a avanzar desde la lejanía. El horizonte se devoraba lentamente la enorme bola de fuego en que estaba convertido el sol y las primeras y pálidas estrellas hacían acto de aparición.

Los muchachos callaron unos segundos, inmersos cada uno en ese universo propio que habían forjado con el tiempo. No querían bajar a enfrentarse nuevamente con la realidad. Y no era que abajo los esperara un monstruo ni mucho menos, era sólo que en sus corazones sabían que momentos de tranquilidad compartida serían escasos.

- Vamos.- musitó Harry desganadamente, bajándose del alféizar de la ventana de un salto. Aguardó a que su compañero hiciera lo mismo, pero Blaise seguía observando el atardecer.- Ya son las siete. Lavender debe de estarme esperando y Susan... bueno, ya sabes como es Susan.

Con ojos de cándida ensoñación admiró el sol que se hundía en el horizonte. Descendió de su puesto y observó por última vez el poema compuesto por el firmamento. A esa misma hora al día siguiente cada uno estaría en su casa.

Bajaron en completo silencio, con las manos hundidas en los bolsillos de las túnicas y las cabezas inclinadas, como mirando el suelo. Siguieron con paso calmado por las escaleras, a pesar de que sabían que sus respectivas parejas los regañarían, pero querían disfrutar de esos tan anhelados momentos juntos. Amigos por siempre. No, que va. Eso eran quimeras de unos cuantos despistados. Ellos sólo querían compartir ese atardecer.

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Draco observó por última vez a su pareja que le sonreía tontamente. No terminaba de entender porque había invitado a esa estúpida niñita. Sólo sabía que en uno de esos momentos de aburrimiento, había decidido que no soportaría un baile más con Pansy colgada de su brazo y la chica más cercana había sido esa tonta Gryffindor. Pero ahora comenzaba a arrepentirse.

En un gesto elaborado, que llevaba su marca registrada Malfoy, Draco se apartó algunos mechones de cabellos rubios de su frente. Observó por enésima vez a su pareja y revolvió los ojos. Parvati Patil.

La misma chica que había asistido al baile de cuarto con Harry Potter. Las casualidades. Se la había encontrado cuando salía de la biblioteca, escapando de una melosa Parkinson que lo había estado persiguiendo los últimos tres días tratando de que la invitara, y en su carrera de escape la había lanzado al piso. Por lo general sólo la habría mirado con hondo desprecio, pero una inspiración desusada en su persona lo impulsó a levantarla con galantería y pedirle que fuera con él al baile. Y ella, con las mejillas encendidas en arrebato y timidez, había accedido.

- ¿Draco?- la voz suave y melodiosa de la muchacha. Se obligó a mirarla, tratando de no verse demasiado molesto.

- ¿Qué?

- Vamos a bailar.- no era una pregunta, fue una afirmación, al tiempo que le cogía la mano y lo arrastraba hasta la pista.

Había pocas parejas bailando. La mayoría aún estaba sentadas, conversando, comiendo o en el peor de los casos sin saber que hacer, aburriéndose. A excepción de los ocho valientes muchachos que giraban lentamente por la pista. Hermione Granger gemía audiblemente a cada pisotón de Ron Weasley; Draco Malfoy que trataba de pensar en algo que no fuera el rostro furioso de Pansy en una mesa cercana, ciñendo suavemente la cintura de Parvati Patil; Blaise Zabini, que observaba ruborizado como Susan Bones apoyaba el rostro en su hombro, mientras entrelazaba los brazos por su cuello; Lavender Brown que se veía feliz en brazos de Harry Potter, que a su vez sonreía completamente azorado. Cuatro parejas.

Sólo habían piezas lentas. Draco se preguntaba si habría alguna idea oculta tras todas esas baladas románticas y valses suaves. Cuando sus ojos grises chocaron con los verdes de Harry, cualquier pensamiento coherente escapó de su mente. El Chico que Vivió le sonrió como no había hecho en el último tiempo, transmitiéndole alegría y confianza.

Sin darse cuenta, Draco comenzó a desear fervientemente poder tener entre sus brazos a Harry, susurrándole a su oído tiernamente como lo había hecho esa noche mágica en la enfermería. Deseó poder sentir de nuevo la caricia vibrante de los labios suaves de Harry contra los suyos. Deseó poder estar a su lado y no tener que pensar en nada que no fuera él. Deseó tantas cosas. Cuando Harry apartó la mirada para hundir el rostro lenta y tímidamente en el cabello cobrizo de Lavender, una punzada de dolor se clavó en el corazón de Draco.

Esa noche, no había podido dormir. Se había limitado a rodar por la cama tratando de encontrar una posición medianamente cómoda, pero no tenía sueño. Sólo podía evocar una y otra vez, incansable, el recuerdo de ese beso, tierno y lento beso que carecía de la pasión cotidiana de sus conquistas, pero que le había valido una esperanza rota a su alicaído corazón. Y quería guardar ese halo de verde esperanza ("Verde esmeralda"), aunque sólo fuera una ilusión.

Alimentarse de ese sueño y de ese beso por toda una vida.

Ansiando siempre tener entre sus brazos a Harry, para poder aprender lo que era amar. Y ser amado. Y no querer morir.

Abrazar el secreto del amor no correspondido, que daba alegrías y tristezas a su corazón agobiado.

Vivir por estar junto a él. Draco suspiró y se concentró en el baile que hasta el momento la chica había llevado. Cerró los brazos en torno a la fina cintura y se dejó llevar por la oleada de sentimientos que transmitía la música. Harry. Harry.

Pero no duró mucho. Antes de que nadie pudiera reaccionar, los gritos reemplazaron a la música. La alegría se esfumó mientras que el temor y el miedo hacían acto de aparición.

- ¡Ataque mortífago!- fue lo que brotó de todas las bocas. Como refutando esta afirmación, las puertas del Gran Comedor se abrieron, dando paso a un ensangrentado auror.

- ¡A sus salas comunes!- todos se apresuraron a hacer caso al grito del director, corriendo como una marejada humana hacia los pasillos.

Las mesas finamente adornadas, los peinados elaborados por horas, las costosas túnicas de gala; todo olvidado, dejado atrás ante el peligro inminente que arruinaba la alegría inocente de niños. Sólo niños.

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Severus, desde su puesto en la mesa de los profesores, no despegaba los ojos negros de las felices parejas en la pista. Más precisamente de una.

Observaba con fijeza como Harry se esforzaba en seguir a Lavender, quien parecía dichosa en medio del bamboleo ligero del baile. El chico parecía muy interesado en el cabello de la chica y no levantaba la vista, las mejillas cubiertas por un rubor simplemente adorable.

Miró a Zabini, quien estaba en su propio mundo, susurrándole quien sabe que cosas al oído a Bones, quien a su vez asentía con complicidad. Luego a la otra pareja Gryffindor. Ambos ya se había acoplado en un ritmo ligero, que por lo escaso de movimientos evitaba percances con los pisotones que Ron le otorgaba a Hermione, ambos de ojos cerrados, disfrutando. Una pareja feliz, que sin duda alguna siempre sería feliz.

Por último, observó a su ahijado. El cabello rubio, la piel pálida, esa mirada de auto suficiencia. Igual a Lucius en su época de estudiante. Pero se podían ver más tormentos en los ojos gris brumoso del chico a los que alguna vez vio en el padre. Severus habría dado cualquier cosa por poder hacer revivir el brillo de plata en los ojos de Draco.

Cualquier cosa porque la vida le diera una nueva oportunidad a Draco. Todo, cualquier cosa, así le pidieran el alma.

Lo quería como a un hijo. Ese pensamiento lo sacó levemente de sus casillas. Harry tenía la misma edad. Casi su hijo.

Remus a su lado, le observó con la expresión mimosa de un padre sobreprotector. Sabía lo que pensaba su colega. Y lo lastimaba pensar que pudiera sufrir de nuevo.

- Estás equivocado Tú lo sabes mejor que yo. No quisiera tener que verte sufrir otra vez, pero supongo que es inevitable.

Severus escuchó un murmullo por parte de su compañero, pero no le prestó atención, estaba más ocupado en observar a su joven amante.

Harry levantó la vista y se le quedó observando por encima de las luces, las parejas y el humo plateado. Y como cada vez que esto sucedía, ya fuera en clases o en los pasillos, ambos se perdieron en una sonrisa cariñosa, que rumiaba los secretos de su amor. Los ojos verdes le dijeron cuantas cosas quiso saber, mientras una sonrisa se le escapaba al frío Profesor de Pociones. Lo amaba.

Más de lo que alguna vez amó a Lily.

Cuando todos saltaron de sus puestos ante el grito de alerta, ese pensamiento seguía claro en su mente. Lo amaba y no dejaría que le pasara nada. Lo amaba y quería que fuera feliz.

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Todos los profesores y una masa bastante nutrida de aurores corrió hacia las afueras del castillo. Todos se preguntaban lo mismo, sin atreverse a poner en palabras la duda, temerosos de aumentar con eso el problema. ¿Cómo habían podido entrar a los terrenos extremadamente protegidos del castillo? ¿No era acaso Hogwarts el lugar más seguro?

A la cabeza del grupo iba Albus Dumbledore. La expresión en su envejecido rostro era indescifrable, los azules ojos entrecerrados en gesto desafiante y altanero. Por dentro, el hombre se estaba derrumbando. Aquello por lo que él luchaba, todos esos niños, estaban en peligro. Y él que confiaba en todas las medidas de seguridad que rodeaban al colegio. ¿Qué pasaría cuando él ya no estuviera? De su varita brotaba una luz incandescente que tenía como fin dar vida y esperanza. Aún así todos se sentían perdidos.

Las puertas del castillo se abrieron. Encapuchados. Decenas de encapuchados. Todos listos a atacar, las varitas dispuestas, los rostros ocultos detrás de máscaras blancas. Imposible saber que pensaban. Imposible saber si eran humanos o bestias sin corazón. Sólo eran siervos de la oscuridad.

Los últimos en línea directa desde Dumbledore eran Remus Lupin y Daniel Spencer. Ambos cabizbajos, los rostros inescrutables, un brillo mortal en los ojos. Lo que resguardaban en su interior era muy distinto.

Remus se sentía fatigado. No estaba con las fuerzas suficientes como para salir y dar una lucha decente, pero se resistía a quedarse a buen resguardo en el castillo, como si se escondiera. No. Él lucharía así muriera en el intento. Y Remus comenzaba a desear que fuera así. Sus pies parecían de plomo al llevarlo hacia el destino y sus ojos se sentían empañados por lágrimas inexistentes. A su lado veía al profesor de Defensa caminar con la misma lentitud, como si tratara de ir a su paso. Su presencia le infundía fuerzas y al mismo tiempo desaliento. Sólo había sido un encuentro, encuentro que había marcado dolorosamente una senda de fuego en su cuerpo y alma, caricias de ese hombre de ojos azules que habían encendido en los propios una llama que ya no volvería a brillar: la de las ansias de vivir.

Lo que detenía a Daniel era bastante parecido en cierta forma de lo de Lupin. Sentía su alma pesada, algo muy dentro de sí se resistía a salir a la lucha y no podía determinar que era ese algo. No era miedo, hacía años que era incapaz de sufrir un sentimiento tan intenso como el miedo. Era algo que no podía precisar, algún rincón vacío en el mundo de sus recuerdos, un hueco invisible que debía de contener algo importante. No quería ir al frente de batalla. Observó al hombre a su lado, los ojos dorados sin la chispa de vida, los movimientos lerdos, los hombros caídos. Aquel hombre no parecía tener muchas esperanzas en la victoria. ¿Por qué le dolía tanto el saberlo?

- Supongo que suerte.- comentó Daniel en el momento en que las puertas se abrieron.

- Gracias, supongo.- respondió Remus con una sonrisa temblorosa.

Una batalla sangrienta, muy distinta a la ocurrida meses atrás. Mucho más fiera, esta vez los mortífagos si venían dispuestos a matar y no se detenían en tontos desarmes al atacar. Cruciatus y Avada Kedavra estallaban por todos los terrenos del colegio, seguidos por los consecuentes gritos de dolor, una sinfonía de muerte y oscuridad que empañaba la alegría que vivía antes en el Gran Comedor.

Daniel aturdió a un mortífago luego de una cruenta lucha de hechizos y contra hechizos, sentía el cuerpo arder, a pesar de que ninguna de las maldiciones lo tocó. Sentía que cada miembro iba a explotar, cada músculo agarrotado, su cerebro dictaba órdenes de manera inconsciente sin que pudiera terminar de reaccionar de lo que hacía. Por cada mortífago que mataba aparecían otros dos y eso comenzaba a ser desesperante. Su interior quemaba, una parte de él quería escapar de ahí, ocultarse de algo que aún no podía definir, la otra parte sólo quería matar. Y esas contradicciones no le servían más que para empeorar el dolor de cabeza infernal que tenía.

Un alarido profundo lo desconcentró de lo que hacía. Sin pensárselo mucho y aún sabiendo que podría traerle problemas, pronunció las dos palabras fatídicas en contra del que se acercaba a sus espaldas. Sintiendo que su pecho se oprimía de desesperación, giró en 180° buscando el foco de aquel grito doloroso. Su corazón se detuvo momentáneamente.

En el suelo, de rodillas dándole la espalda, estaba Remus. Entre los finos cabellos castaños corrían un delgado hilo de sangre oscura y las túnicas aparecían empapadas en la misma. Mantenía el rostro gacho y su varita apuntaba a un mortífago de largo cabello rubio que se retorcía en el suelo a pocos pasos del licántropo. La careta blanca había caído al igual que la capucha y se podía ver a la perfección el rostro de aristocráticos rasgos gemir de dolor. Lucius Malfoy. Pero Remus no iba a aguantar, se veía el temblor de su mano y en la sangre que manaba libre por su cuerpo.

Aturdiendo y golpeando a cuanto se le pusiera en su camino, Daniel llegó a pocos metros de donde estaba Remus, antes de que el ataque feroz de otro mortífago lo hiciera caer. Eso dolió. Sentía la sangre caliente empapando su frente y enturbiando su visión de escarlata. Color de la muerte.

Otro grito de Lucius, esta vez seco y apagado. Daniel rodó evadiendo el Cruciatus de su oponente y vio de reojo como Remus había caído de bruces al suelo y su cuerpo se estremecía. El rostro de Lucius estaba inundado de perplejidad. Ningún hechizo estaba atacando a Remus. Los espasmos y gemidos que brotaban de su garganta no eran producto de la maldición de ningún mortífago. La sangre que ahora manaba de su boca no había sido inducida por ningún golpe. La muerte que se acercaba avasallante al licántropo no había sido forzada por Lucius.

-¡Crucio! - gritó Daniel, harto del mortífago que lo atacaba. Era defensa propia. La careta cayó y el rostro enrojecido de un hombre bajo y menudo se mostró ante el sorprendido Daniel.- Peter... – después arreglaría las cuentas con él, ahora le era más importante su colega. Trató de llegar hasta Remus, pero la visión se le nubló y ya no fue capaz de soportar su propio peso. Las rodillas le temblaban y la columna vertebral vibraba al compás de los pasos del enmascarado que se acercaba.

¡Mamá, no por favor!

La máscara cayó al suelo sin el menor ruido, el movimiento suave como de pluma al viento. Las manos delgadas y finas, destrozadas y enclenques, echaron hacia atrás la capucha revelando un rostro que al mismo tiempo no era rostro. Membranoso, repugnante, aterrorizador.

¡Crucio!

El dementor caminó hasta llegar frente a Daniel. Parecía muy interesado por el hombre de ojos azules, si hubiera tenido ojos se le habrían visto llenos de emoción. Casi no podía creerlo. La mente del dementor dictaba órdenes nuevas. Ese si que era un banquete excepcional. No muerto, vivo, no vivo, muerto. Tantas cosas en un sólo ser.

No hay nadie. Me han dejado solo.

Los dedos fríos y húmedos del dementor cogieron con fuerza el rostro de Daniel, que cerró los ojos instantáneamente, incapaz de soportar la cercanía putrefacta. El aliento podrido, asqueroso de la criatura le rozaba la mejilla, los dedos se enterraban en su mandíbula con la fuerza suficiente como para arrancarle finos hilos de sangre.

¿Quien eres? ¿Por qué estás aquí?

El dementor lo soltó al verse rodeado por un nebuloso Patronus. Las últimas fuerzas de Remus se murieron en ese intento y por fin sintió su cuerpo libre. ¿Estaba muriendo? Se sentía bien. Ya no más dolor, ni más sangre oscura manchándolo. Ya no más vida. La muerte. Por primera vez sonó hermosa la palabra. Moría tranquilo, dando su vida a cambio de la de Daniel. Al fin había comprendido. El nombre que susurraron sus labios antes de que las fuerzas se le fueran en un suspiro nadie lo oyó.

Alguien cogió en brazos a Daniel, mientras el dementor trataba de liberarse de la niebla plateada que lo abrazaba. Daniel cerró los ojos una vez más, si querer saber quien lo llevaba, sólo deseando dejar de oír en su cabeza aquellas voces. Tan diferentes. Ojos negros que lo salvaban ahora.

¿Muerto? ¿A qué has venido?

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Draco entró a la enfermería a la mañana siguiente, luego de una noche de ardua batalla en la que afortunadamente no tuvo que participar. De todos modos fue incapaz de dormir, ansioso de saber que era lo que sucedía afuera.

Pero con los primeros rayos de sol matutino, otra duda entró en su cabeza. ¿Qué había pasado con su padrino? Draco sabía el papel de doble espía que cumplía Severus Snape y muy en el fondo le admiraba por la fortaleza de sus convicciones. Había renunciado a tantas cosas por ayudar a la causa que él creía valía la pena.

Así que apenas se levantó, sin hacer caso de las recomendaciones de Blaise de arreglar sus pertenencias, pues partirían rumbo a las vacaciones de verano a eso de las doce, se duchó y vistió muy rápido, enredándose entre sus ropas por la prisa. Sin siquiera pasar por el Gran Comedor a buscar algo de comer, se dirigió a paso rápido a la enfermería. El espectáculo era horrible. Muchos heridos y Draco sabía que los muertos debían de haber sido más. Al menos habían podido controlar a los mortífagos y lamentaban las muertes de unos cuantos y no de todos.

Madame Pomfrey estaba demasiado ocupada como para prestarle atención, por lo que no tuvo problemas para avanzar hasta las camas del final, en donde una cortina púrpura separaba a los pacientes del mundo. Creía haber escuchado por ahí la voz de su padrino.

El chico rubio se detuvo perplejo al ver que Severus estaba bien, de pie, sin heridas visibles aparte de algún tipo de hematoma en su pómulo izquierdo. Su brazo derecho rodeaba los hombros de un chico a su lado, pequeño y de cabello oscuro, que a su vez apretaba la mano pálida de Remus Lupin. Draco observó bien y jadeó de la impresión.

Era Harry. Harry era el chico que se dejaba abrazar por el profesor de Pociones y que se aferraba a la mano trémula del de Cuidado de las Criaturas mágicas, mientras sus hombros se sacudían frenéticos, en medio de un llanto silencioso.

Los ojos de Draco se abrieron a más no poder al ver como repentinamente Harry unía sus labios a los de Severus, que a su vez entrelazó los brazos en la cintura del muchacho, unidos en un beso que el heredero Malfoy había saboreado una vez y cuya esencia permanecía fresca en sus labios.

Continuará...

Tendréis que disculpar este fallido capi. Originalmente estaba bastante orgullosa de como había quedado, pero éste no es lo que se dice espectacular. Iba a explicar mejor lo que sentía Harry tanto por Draco como por Severus, pero como aclaré en el Comunicado, Faby fue escribiendo lo que yo le dictaba y se enojó al final porque ella quería que el herido fuera Sev y no Remus.

Lo que está escrito así bla bla bla es lo que escucha Daniel cuando están los dementores cerca.

Como lo estoy haciendo todo de nuevo, puedo hacerle algunos cambios a la historia original... es que me llegaron pedidos que dejara a Remsie por ahí. Así que, la pregunta del millón: ¿Remus está muerto?

El capi 15 aún no lo hago, pero a mediados de marzo espero subir al menos dos capis.

Me despido

Besos!

Dejen reviews para darme ánimos ¿Sí?