CAPÍTULO
II: Ascensión a los Cielos
"Divide
y vencerás."
Julio Cesar.
Milenios
habían pasado desde que pisó este suelo por última
vez. Milenios desde que fue condenada a ocupar un cuerpo mortal tras
otro, a utilizarles por unos años, a destrozarles...
Y
ahora había vuelto a casa.
Era
extraño.. llevaba ansiando este momento desde hacía
tanto....
Su templo estaba tal cual lo dejó. Sus telares,
con los grandes tapices a medio acabar, la gran biblioteca, que había
atesorado conocimientos más allá de la imaginación,
la inmensa armería, repleta de antiguas compañeras de
batallas y trofeos de guerra... aquel era su hogar.
En el hermoso
jardín de los olivos la había esperado el búho.
La había recibido como si la hubiera visto ayer, como si el
tiempo no hubiera pasado... Su búho, su querida compañera.
Por
supuesto, Poseidón la sacó del ensueño.
Ella
había insistido en aquello, así que más valía
terminar cuanto antes. Había sido también extraño
ver otra vez su rostro , ahora malhumorado, el rostro del eterno
rival. Se había acostumbrado a relacionar su nombre con cien
mil caras humanas distintas... casi había terminado siendo
eso, sólo un nombre sin rostro.
Avanzó por el
Gran Templo sabiendo que todos los ojos estaban puestos en ellos...
incluso la mirada desdeñosa de Afrodita, tan poco dada a
prestar ninguna atención a otra que no fuera ella misma...
Ésta era su entrada ... ¿triunfal? La hubiera
gustado considerarla así. Siempre lo había soñado
de esa forma: el grandioso regreso a casa, cubierta de honores. Como
en los tiempos antiguos.
Pero mejor ser realista.... no estaba
allí para que Apolo la concediera laureles.
- ¿Por qué tuviste que decir eso? - preguntó a su acompañante en un susurro - Los humanos aprenden de sus errores.
- Sí, claro. - Susurró Poseidón a su vez. - Cuando han tropezado trescientas veces en la misma piedra, se empiezan a preguntar qué es lo que anda mal.. y, pro supuesto, culpan a la piedra, no a su propia torpeza.
Atenea
sonrió... ¿y qué esperaba? Aliado temporal o no,
Poseidón seguiría siendo Poseidón.
El Gran
Templo tenía forma circular y se elevaba en gradas, como un
anfiteatro. Ahora esas gradas estaban vacías y los nueve
presentes ocupaban sus asientos en semicírculo, observándoles,
acrecentando la soledad de los dos recién llegados.
'Parecemos los condenados en un juicio' pensó el señor de los mares. ' Pero, ¿acaso no lo somos?'
Llegaron ante el estrado donde se situaban los tronos. Atenea hizo una reverencia ante su padre, ignorando al resto. Poseidón pasó su mirada pro todos los presentes, y luego contempló a Zeus con una mezcla de respeto y disgusto.
- Me alegra volver a verte, Atenea. Cuánto tiempo, hermano. - la voz del soberano del Olimpo sonó suave.
- Padre, he vuelto por fin a casa. La guerra que comenzó hace milenios ha terminado.
- ¿¡Y a qué precio!? - bramó Ares interrumpiéndola.
- Al precio que se marcó - Atenea sostuvo su mirada fríamente. Por mucho que siguiera intentándolo, Ares nunca podría rivalizar con ella; demasiado fogoso.
Las plateadas cejas del padre de los dioses se arquearon.
- No regateaste al comenzar la batalla, Atenea. ¿Lo vas a hacer ahora?
- No, padre. Pero lamento la pérdida inútil de cualquier vida. En cualquier caso, ya no tiene importancia.
- Oh, ya lo creo que la tiene. - Atenea levantó rápidamente al cabeza para mirar la cara de su padre. En la sonrisa de Poseidón se leía claramente un "Te lo dije".
- Tú pusiste las condiciones, Padre. No puedes culparme ahora por haberlas seguido. Zeus sonrió beatíficamente.
-
Cierto, y no lo hago. Nunca pensé que te decidirías a
acabar con uno de tus parientes... y de hacerlo todos apostábamos
por Poseidón. - La irónica mueca de Poseidón
indicaba que él hubiera apostado también por sí
mismo. - Sin embargo, una cosa es que un dios levante la mano contra
otro dios, y otra muy distinta la estúpida arrogancia de esos
mortales.
¿Quienes son ellos para oponerse a aquellos a
los que deben todo?
Murmullos de aprobación acogieron sus palabras.
- Entraba dentro de las reglas del combate, padre. Ellos podrían luchar por sus vidas. No buscaron la confrontación, tan sólo se defendieron.
- Sí, tus guerreros lucharían contra los guerreros de otro dios. Pero un mortal jamás debe levantar su puño contra un ser divino.
- Padre... .- Atenea buscó rápidamente una salida y no halló ninguna. Ese razonamiento era incontestable. Así se habían conducido siempre los olímpicos. Ningún mortal debe nunca osar equiparse a un dios. La propia Atenea había seguido tal máxima en innumerables ocasiones... pero eso había sido hacía tiempo, cuando el mundo y ella misma eran muy jóvenes. Ahora había vivido entre mortales, ahora creía entenderles mejor. - No podéis hacer esto... He ganado.. he ganado el derecho a interceder por ellos, a ser yo quien se haga cargo de la Tierra...
Otros murmullos parecieron de acuerdo con la afirmación de la diosa.
- Por supuesto, mi querida niña... la tierra es tuya. Luchaste por ella y has ganado el combate.
Atenea no se dejó engañar por el sosegado tono del dios del trueno. ¿Su padre acababa de dictar sentencia y ahora pretendía entregarla una golosina para acallarla?
-
... Pero eres la hija de mi casa, y todo lo que es tuyo, es mío
también. Ya has hecho suficiente. Por eso mismo te concedo el
derecho de volver a descansar, de entregarte a tus quehaceres, a ser
la que eras. Te eximo de esa pesada carga que ha sido el mundo, hija
mía.
Yo lo regiré ahora con mano justa, como ya
hice una vez.
Atenea
apretó los dientes, pero con la cabeza gacha lo reconsideró..
tal vez sí estaba cansada.. muy cansada. Zeus sería un
dios justo... bueno, todo lo justo que se podía esperar... y
tal vez sus caballeros nunca debieron levantar la mano a otro dios...
Tal vez todo el asunto se le había ido de las manos. Si, tal
vez...
La diosa de ojos grises realizó otra reverencia
ante su padre, en señal de acatamiento.
Vigilado por Poseidón, Hermes sonrió desde su asiento. Parecía expectante. ¿qué tramaba el Ladrón esta vez? Pero la voz de Zeus al dirigirse a él captó la atención del dios.
- En cuanto a ti, hermano, - Zeus sacudió la cabeza con pesar, y los blancos rizos se agitaron. - Desafiaste la voluntad divina al no reconocer tu derrota, escapar del Ánfora que te retenía e inmiscuirte en los asuntos de nuestro hermano Hades. Eres tan responsable de su muerte como esos humanos.
- Tonterías. Hades se había vuelto loco y quería destruir la Tierra. Para eso, mejor dejársela a esas sucias ratas mortales. No podéis juzgarme con el mismo rasero. - Poseidón no parecía preocupado.
- Cierto.. pero encontraremos la forma de ajustar cuentas. Tal vez despojarte de tu supremo gobierno sobre los océanos y encadenarte durante un tiempo a un pequeño río te enseñe modales.
Hestia alzó la cabeza escandalizada ante semejante idea, pero no objetó nada, mientras que el dios Guerrero soltó una carcajada. Hera había permanecido todo el tiempo callada, y tampoco ahora su semblante se alteró. El resto parecían confusos y expectantes. Aquello era poco usual, pero no inaudito. Estaban acostumbrados a aceptar la voluntad de Zeus por un bien mayor.
El señor de los océanos arrugó levemente en entrecejo.
- Tú mandas, oh, Gran Zeus - con estas palabras llenas de burla, Poseidón desapareció. La divina concurrencia estaba teniendo un espectáculo realmente entretenido esa noche, después de años de celestial aburrimiento.
- ¡Hermes, encontradle y traedle de vuelta!- bramó Zeus mientras el cielo del Olimpo se llenaba con su furia desencadenada.
El
moreno dios salió volando con una sonrisa todavía en la
cara. Hera desplazó apenas la mirada hacia un cortinaje
lateral, y la tela se agitó.
Atenea recuperó la
atención de todos al avanzar hacia el estrado y ocupar su
propio asiento en el semicírculo.
- Padre...
- ¿Sí, Atenea?
- ¿Qué tenéis planeado para la Tierra?
Zeus sonrió, pero fue Apolo el que contesto con una sonrisa en su bronceado rostro. - Querida, puedes imaginártelo. El retorno al hogar, la restauración de la casa largo tiempo desocupada, limpieza de insectos y otras alimañas que la infecten...
Los grises ojos de Atenea se oscurecieron. - No consentiré que se dañe a ningún miembro de mi guardia. Ellos sólo hacían lo que creían su deber.
- ¡Deber, ja! - sonó la desdeñosa voz de Ares. - Cuando te siguieron en aquel primer ciclo sabían a lo que se enfrentaban. Humanos vanidosos...
- E...sso no es del todo correcto. - Hipó la voz de Dionisio, mientras su mano se agitaba y derramaba parte del rojo líquido de la copa a la túnica purpúrea. - Aquellos humanos ya no son estos, ¿verdad? Los actuales no saben nada de los ciclos, ¿o me equivoco?
- No, no lo haces. Ni recuerdan nada ni son responsables de nada.
- ¿Y desde cuando eso ha importado? ¡Al que desafía a los dioses se le castiga!
Atenea
y Ares habían hablado a la vez y ambos se miraron ceñudos
al acabar.
Para sorpresa general, Hestia habló.
- Entonces tenemos un problema, o se castiga a los guardianes de Atenea por intentar medirse con los dioses, o se les exculpa, ya que sólo cumplían órdenes; pero entonces la responsabilidad recae sobre Atenea, por ser la que ordenó.
- Lo cual estaba dentro de lo pactado. - se pronunció a su vez Démeter. - Un dios contra otro dios.
Zeus
escuchaba con aparente indiferencia, pero su mano mesaba la barba
blanca como la nieve.
Aquello le pasaba por dejar que los demás
tomaran parte en las decisiones. Cómo le hubiera gustado poder
destruir de un plumazo a los incómodos humanos y desentenderse
del asunto. Pero no era tan sencillo. Parecía que todo el
mundo había pasado algo pro alto, algo que Zeus no podía
permitirse olvidar. Los malditos caballeros debían ser
poderosos si habían conseguido matar a Hades, con o sin la
ayuda de su hija.
Los dioses tenían ahora que concentrarse
en reconquistar la Tierra, no en guerras familiares internas. No es
que creyera las palabras de Apolo de que los humanos de este tiempo
podían rivalizar con sus poderes... pero no quería
cometer errores. ¿Y que era lo que tenía?
Atenea
parecía demasiado apegada a sus guerreros, después de
pasarse siglos combatiendo a su lado; podía resultar peligrosa
si intentaban destruirlos. Por otra parte, era obvio de parte de
quién estaba Démeter, aunque apenas hubiera hablado.
Core estaba de vuelta en su templo.
Dionisio no estaba en
condiciones para que su opinión fuera tomada en serio.
Simplemente iba diciendo lo primero que se le ocurría. Tal vez
eso era peor.
Zeus estaba seguro de contar con el apoyo de Ares y
de Apolo en el tema. Aunque el uno actuara por despecho, sabía
que el otro le respaldaba por completo. ¿Artemisa? Quién
sabía. Probablemente se mantuviera neutral, al igual que
Hestia, que detestaba los conflictos.
Hera.
Su esposa estaba molesta y era capaz de ponerse en su contra sólo
por llevarle la contraria.
¿Y Hermes?
Como invocado, éste reapareció con la sonrisa desarmante que sabía poner cuando había hecho algo mal.
- Ni rastro de Poseidón, oh Gran Zeus. Parece haberse desvanecido, no logro dar con él.
- ¿¡Cómo que no logras dar con él!? - bramó la voz de Zeus. Otro dolor de cabeza. - ¡¡No puede haberse evaporado!!
Hermes soportó con estoicismo la reprimenda. Estaba acostumbrado a las iras del dios de los cielos, ya que era su mensajero personal desde hacía milenios. En cierto modo, era demasiado valioso para su padre como para ser castigado seriamente.
- Ni yo soy capaz de localizar a vuestro hermano, padre, si él no quiere que lo encuentre. La tierra es grande.
- ¡¡Tu poder también!!
- Pero no ilimitado. Tal vez con más tiempo...
Zeus descargó su ira y el cielo del Olimpo se llenó de rayos y truenos.
- Búscale y encuéntrale, Hermes.... y encuentra su maldito tridente también. ¡¡Le quiero desarmado!! ¡Se suspende la reunión!
Los divinos asistentes se empezaron a dispersar.
Hermes hizo una breve reverencia y se retiró. De todos modos su padre ya no le prestaba atención.. ahora se concentraba en la reconquista del plano terrenal y puntualizaba cosas con Ares y sus dos hijos, Phobos y Deimos.
Su
divino tío y el tridente. ¿Por qué tanto interés
en el tridente?
Era una de las armas que ayudaron a derrocar a
Cronos, sí, pero....
Hermes se trasladó mentalmente
a su propio palacio.
Un par de ninfas acudieron y le ayudaron a
desvestirse y le sirvieron comida y ambrosía en copas de
cristal.
Tanto Poseidón como su arma favorita estaban en la
Mansión Solo, en Grecia. Hermes lo sabía muy bien y era
consciente de la ira que provocaría en Zeus el descubrir que
le había mentido tan descaradamente. Si es que lo descubría,
claro.
Sin
embargo, todo era mucho más divertido de esta forma.... y no
tenía intención de enfrentarse con el tridente de su
tío mientras pudiera evitarlo. Menos aún cuando la
búsqueda le daba libertad de movimiento y acción por
los tres planos.
Hermes despidió a las ninfas, se levantó
y se dirigió a la parte mas profunda de su templo.
La
oscuridad reinaba allí. Las lámparas lucían como
los fuegos fatuos de un cementerio, haciendo que las tinieblas fueran
más amenazadoras y presentes allí donde su débil
luz no alcanzaba a iluminar.
El
pasillo se abrió a una bóveda central, en la que
convergían otros tantos corredores. El subterráneo del
templo era un laberinto cuyo centro era la abovedada sala en la que
el dios se encontraba ahora. Justo en el centro, un arca con forma de
ataúd, y en su interior una armadura.
Esto era un as en la
manga.
Sin compasión en los ojos azules cuando miraron directamente a los suyos; sin disculpas, sin comentarios...
Llamaban
a esa habitación "el salón de los tapices"
porque de cada pared colgaba uno, representando una escena
mitológica. Eran una autentica obra de arte, y la leyenda
decía que eran los que había tejido la desdichada
Aracne antes de que Atenea la transformara en la más sutil de
las tejedoras.
Aunque la artista se hubiera perdido, se
conservaba su obra, restaurada por la misma diosa.
-
Bien, ya estamos todos. - Dijo Shiryu con su calmada voz. 'Todos'
eran Ichy, Jabu, Ban, Nachi y Geki. June era la única mujer
presente, ya que Marin se había excusado y a Shaina no hubo
forma de localizarla. Y por supuesto, ellos cuatro.
Lo que
quedaba de la gran orden de Atenea.
-
Os he reunido principalmente por dos razones. - prosiguió el
caballero del Dragón. - La primera es discutir qué
vamos a hacer a partir de ahora, y la otra y más importante,
¿alguien ha visto u oído las noticias últimamente?
Si lo habéis hecho tal vez os hayáis dado cuenta de
la cantidad de terremotos y catástrofes naturales que están
teniendo lugar en casi todo el mundo. Volcanes que llevaban años
dormidos despiertan, zonas enteras anegadas por la acción de
súbitos huracanes, islas que se hunden en el mar... - Una
oleada de asentimientos sacudió la sala. - Cualquiera de estos
sucesos, aislados, no serían importantes, cosas que pasan.
Pero todas sumadas y en tan poco tiempo... La vida nos ha enseñado
que la casualidad no existe.
- ¿Crees que se debe a la acción de algún nuevo dios? - preguntó Ichy. - ¿Otro peligro que nos amenaza?
Shiryu meditó la respuesta y miró hacia Hyoga e Ikki. - Lo hemos estado discutiendo esta mañana... y, bueno. Por lo que hemos visto los dioses suelen actuar de manera diferente. Se suelen dar a conocer, al menos a los posibles implicados en el asunto de las Guerras Sagradas...
- Shiryu quiere decir que creemos que más que la acción directa de un poder es una reminiscencia de lo ya pasado. - cortó Ikki sin contemplaciones.
- ¿Una reminiscencia? ¿Cómo... las consecuencias? - Geki habló con tono inseguro.
- Ahora que lo pienso, - intervino Nachi. - El eclipse se completó... No duró más de lo normal, pero hubo eclipse... ¿Podría ser por eso?
Shun estuvo a punto de resoplar de indignación, claro que hubo eclipse y se completó. Era un fenómeno natural que debía darse. ¿Qué demonios estaban diciendo?
- Algo así. - Asintió Hyoga hacia el caballero del Lobo.- Sabemos que Hades se proponía usar la fuerza cósmica del Gran Eclipse para acabar con la vida en la tierra, pero yo no creo que fuera algo inmediato, algo repentino, sino más bien el inicio de un proceso. No sabremos nunca cómo tenía pensado hacerlo, pero...
- Muy simple: esterilización. - Todas las cabezas se volvieron inmediatamente hacia él cuando habló, pero Shun continuó, imperturbable. - Mediante una simple alteración de ondas producidas gracias a la vibración cósmica del eclipse, se produciría una esterilización en todas las especies vivas. Como dice Hyoga, no sería una muerte inmediata, pero a los dioses no les preocupa demasiado el tiempo. Así es como iba a suceder, lo que está sucediendo no es cosa de Hades.
Un pequeño silencio llenó la sala. Era difícil para ellos aceptar que Hades y Shun compartieron cuerpo una vez, y que sus pensamientos se entremezclaron. A veces también lo era para él mismo.
- Primero las guerras que asolaron casi todo el mundo. - musitó Jabu - Luego la inundación que despobló las costas... La población mundial debe haberse reducido a la mitad en tres años.
- Y ahora esto. - dijo Ikki mirando hacia su hermano. - ¿Estás seguro de lo que dices, Shun? Tal vez no le derrotamos a tiempo.
Shun sonrió con una mueca algo maligna que no le cuadraba en la cara. - Segurísimo, hermano.
- Bueno, sea lo que sea, no podemos cambiar lo pasado. Volvamos a la primera cuestión. ¿Qué vamos a hacer ahora?
June
había pronunciado, con su cristalina voz, la pregunta que
ninguno había querido hacer. Era la pregunta de Seiya.
Shiryu
volvió a hablar - Comunicarselo a Saori.
- ¿Lo crees prudente? - preguntó Hyoga mientras Shun oía a su hermano bufar.- Últimamente no es la persona más estable del mundo.
- Pero sigue siendo la reencarnación de Atenea. - insistió Shiryu.
- ¿Tú crees? - dijo Ikki. - Yo no le he encontrado nada divino estos últimos días...
Jabu se puso inmediatamente furioso. - ¿Pero qué estás diciendo... ?
- Tranquilo. - le interrumpió Hyoga, posando una mano en su hombro. - Ikki tiene razón, y además no siempre Saori ES Atenea. Todos sabemos que la diosa aparecía y desaparecía a intervalos, pero ahora parece haberse desvanecido por completo. No siento nada cerca de Saori, como ya me sucedía antes de que Atenea se manifestara por vez primera, en el Coliseo de Japón.
- ¿Y cómo pudo impedirnos la entrada en sus habitaciones si no es Atenea? - Jabu parecía haber encontrado un argumento irrefutable.
- Nosotros no somos dioses y podemos encender un cosmos - afirmó Ikki, mirándolo imperturbable. - Ella ha podido aprender, como el resto.
- Volvamos a la pregunta inicial - retomó el tema Shiryu.- ¿Le comunicamos o no las noticias?
Shun no pudo evitarlo y soltó una carcajada carente de humor. Invocó una pequeña parte de su cosmos y con él abrió de repente la puerta de la sala. Una sorprendida Saori en camisón, cayó al suelo al faltarle la madera en la que se apoyaba hacía un momento para escuchar.
- Asunto resuelto - afirmó el caballero de Andrómeda. El resto le miraron por un momento con algo de aprensión, antes de dirigir su atención hacia la figura que se incorporaba rápidamente. Ya se acostumbrarían con el tiempo.
- No podéis culparme por intentar escuchar a escondidas... - se defendió la chica de las miradas generales de reproche - No pensabais contarme nada.
Saori se levantó del todo y se arregló el camisón como si fuera un vestido de gala.
- Si tienes ánimo para espiar, tienes ánimo para saber lo que pasa - argumentó Hyoga - ¿Que has oído ya?
- Algo sobre que la población mundial ha descendido a la mitad "y ahora esto"... ¿Qué sucede, Hyoga?
- No lo sabemos exactamente, Saori. Pudimos detener el Gran Eclipse e impedir que durara por la eternidad, que era lo que Hades pretendía... pero siguen sucediendo cosas extrañas en la tierra, pese a todo, y aunque Shun asegura que lo que pasa no es acción de Hades, - Shun volvió a negar con la cabeza al oírlo, con gesto exasperado. - ...los demás creemos que tal vez no llegamos a tiempo y ahora el mundo está condenado pese a todos nuestros esfuerzos.
Saori
escuchó atentamente durante la explicación.
Shun
esperaba que se derrumbara en un mar de lágrimas... pero se
equivocó. Permaneció allí, quieta y fría,
con expresión de infinita tristeza. Al fin habló:
- Es injusto. Hades debe estar riéndose mucho donde quiera que esté. Ya dijo que pronto le seguiríamos todos...
Tan
simple y tan cierto. No era justo. Ellos habían ganado.
Todo... ¿para nada?
Como siempre, ganando sólo
conseguían una nueva batalla como premio.
Pero estaban
todos equivocados... no era cosa de...
Jabu volvió a romper el silencio. - ¿Qué vamos a hacer, Señorita?
- ¡Nada! No vais a hacer absolutamente nada.
Una energía descomunalmente grande llenó la habitación. Dos figuras envueltas en luz aparecieron en medio del salón de los tapices.
Le llevó gran parte de la noche subir la alta roca, cortada casi a cuchillo, hasta alcanzar la cima. Había oído hablar mucho sobre lo sobrecogedora que era la contemplación de los astros desde la cima mágica, invisible desde la tierra, pues se encontraba en otra dimensión, pero nada podría haberla prevenido para lo que sus ojos veían en ese momento. Las estrellas brillaban como joyas, apenas a un paso más allá del alcance de la mano... el mundo parecía pequeño y lejano, abajo, muy abajo.Era tan bello que quitaba el aliento.
Shaina
tuvo que hacer un gran esfuerzo para volver la espalda al maravilloso
cuadro estelar y adentrarse en el templo excavado.
El interior era
sencillo, sin ornamentos ni ostentaciones, completamente de piedra.
Era lo más adecuado, pues cualquier cosa hubiera resultado
vulgar comparada con el espectáculo exterior.
Aún
así, el templo era también mágico. La luz de los
astros caí sobre el altar, una simple elevación de
roca, varios centímetros sobre el suelo, de la que emanaba un
suave resplandor azulado, y sobre él estaba tendida una figura
envuelta en lino blanco.
Tan sólo Atenea y dos caballeros de bronce, de los que no recordaba sus nombres, habían subido con el cuerpo de Seiya a la montaña sagrada aquel día. Y por supuesto no habían seguido la ruta que ella había tomado hoy, sino que lo hicieron por la escalera interior, reservada al Patriarca. Por estricta orden de la diosa, nadie más había podido presenciar cómo se disponía el descanso eterno del caballero de Pegaso.
Saori había sellado después la entrada de nuevo, tal como había permanecido durante años cuando Saga reinaba en el Santuario, y se había encerrado en sus habitaciones.
Shaina retiro con cuidado la fina tela de la cabeza.
"¿Qué he venido a hacer aquí? Encontrarme a mí misma."
Gracias
al misterioso poder de la gruta, el cuerpo permanecía
incorrupto, igual que lo hizo el del antiguo patriarca años
atrás. A pesar de llevar más de un mes muerto, parecía
como si simplemente estuviese dormido. La cara estaba serena, en paz
por fin.
Extraño... le recordaba más joven. Tal vez
la estancia en el infierno le había hecho madurar, o quizá
se debía a que los grandes ojos marrones estaban cerrados...
¿Y ahora qué? ¿Qué había esperado que sucediera?
No
sentía el dolor lacerante que sintió en el santuario de
la Fuente de Atenea cuando le comunicaron su muerte. Se sentía
triste, triste por una vida cortada, triste por el amigo perdido,
triste por la injusticia de que él recibiera la muerte como
recompensa...
Pero no sentía la tristeza de un amor
perdido para siempre.... Era más bien, melancolía.
¿Entonces
no le amaba? ¿La máscara y su propia terquedad la
habían obligado?
Miró el trozo de metal que llevaba
prendido del cinturón. Llevaba demasiado tiempo escondida tras
las máscaras... la máscara de metal que ocultaba su
cara femenina, la máscara de agresividad con la que se había
negado su condición de mujer incluso a sí misma, la
máscara de falso amor tras la que había ocultado la
vergüenza de ser derrotada por un hombre ante Seiya...
Contempló un rato más el pedazo de metal..... y lentamente se acercó al precipicio y la arrojó.
No, había habido algo más que una máscara, había habido un niña sola y perdida cuyo corazón conoció un poco de calidez. Había habido una arrogante joven que intentó olvidar que era humana, y a la que obligaron a recordar. Había habido una guerrera despechada que nunca supo elegir ni las palabras, ni el momento adecuado. Pero siempre tras la máscara.
Melancolía.
Por lo que pudo ser y no fue...
Pero tal vez era mejor así,
porque tal vez no hubiera pasado nunca, de todas formas.
Volvió sobre sus pasos. Con los ojos llenos de lágrimas despeinó el flequillo del caballero y, sonriendo tristemente, volvió a colocar la blanca tela donde estaba.
'No
más máscaras, Shaina. Naciste mujer y no tienes que
pedir permiso, ni perdón, a nadie por serlo. A nadie.
Adiós
Seiya.'
Hubiera
sido bonito... sí... tal vez...
Pero también era
una especie de alivio que hubiera quedado atrás. Una página
de su vida cerrada. Un paso hacia delante.
Antes de abandonar el
templo vio algo en lo que no había reparado antes. En un nicho
de la pared, el kamui de Pegaso.
Al bajar la montaña,
utilizó sus cosmos para no resbalar y caerse. No se dio cuenta
de que su brillo era dorado.
Sentaba bien pisar la esfera terrenal después de tanto tiempo.. sentaba bien respirar el aire de la Tierra, tan distinto del perfumado y delicado aire del Olimpo, pero mucho más real... mucho más vivo.
Su
aparición había sido bastante espectacular, debía
reconocerlo. La clara voz de su acompañante había
sobresaltado a los humanos, poniéndoles en guardia. Cómo
si pudieran algo contra ellos, los muy estúpidos..... Apolo
contempló despectivamente a los presentes en la sala. ¿Y
estos eran los famosos caballeros de Atenea?
Seis de ellos no
tenían la más mínima importancia. Su cosmos
apenas titilaba débilmente, como la llama de una vela
consumida. Por lo menos la mujer rubia tenía un hermoso
cuerpo... ¿qué rostro ocultaría el pedazo de
metal?
Los
otros eran... diferentes. Su cosmos brillaba como los rescoldos de un
fuego que no costaría demasiado avivar de nuevo. Y Apolo podía
ver con precisa claridad figuras detrás de estos caballeros.
El dragón y el cisne se habían colocado entre la
posición que ocupaban él y su acompañante, y la
de la hermosísima criatura de cabello morado, escudándola
de cualquier peligro. El ave de fuego se encontraba alerta, en un
extremo de la sala, aparentemente indiferente, pero Apolo no dudaba
que sería el primero en responder a cualquier acción
hostil.
La muchacha encadenada no se había movido de su
sillón. Miraba directamente en su dirección, a los
ojos, y Apolo supo instintivamente que la celestial luz que los
rodeaba a él y a su acompañante y que deslumbraba a los
demás caballeros, no le afectaba. Extraño.
Eran más de lo que esperaba en simples humanos, pero no a estaban a la altura de sus expectativas sobre los célebres Santos.
- Escuchadme bien todos. - prosiguió su acompañante. - Tengo algo importante que deciros.
- Di primero quién eres y cuáles son tus intenciones. - El dragón hablaba con voz calmada y firme.
- Shiryu del Dragón... ¿no me reconocéis?
La hermosa joven de largos cabellos -- ¿Por qué estaba tan delgada? -- contestó por él.
- Es Atenea, Shiryu... no me preguntes cómo, pero es Atenea.
Los caballeros se revolvieron inquietos... luego aceptaron sus palabras como buenas. Tal vez habían reconocido al fin el cosmos de la diosa, ahora entremezclado con el del propio Apolo. Algunos hincaron sus rodillas en el suelo en gesto de deferencia... otros simplemente hicieron una inclinación de cabeza. ¿Y Atenea lo consentía? Estaban ante los dioses, debieron haberse postrado de hinojos en el suelo.
- Mi señora, llegáis justo a tiempo - continuó el dragón, una vez aceptada la identidad de su interlocutora. - Discutíamos qué hacer con la orden ahora que el eclipse pasó y...
Atenea miró hacia Shiryu con sus ojos claros y traslúcidos.
- Lo siento Dragón... lo siento tanto. - su voz sonaba triste, muy triste - pero no he venido aquí para hacerme cargo de la orden... - pareció confundida por un momento - Apolo, esto es algo muy doloroso... ¿no puedes dejarnos a solas?
- Órdenes son órdenes, mi querida hermanastra. Oíste como yo la voluntad de Zeus.
A
estas alturas los caballeros ya sospechaban que algo sucedía,
que su diosa no estaba allí de visita.
Atenea continuó
- Cómo he dicho antes, no vais a hacer nada con respecto al
eclipse, o lo que queda del Santuario, porque no hay nada que se
pueda hacer. - El cisne hizo amago de intervenir, pero Atenea lo
detuvo con un breve gesto. La arrogancia de estos mortales no tenía
límite. - No me interrumpáis, por favor. - Los golpes
rápidos duelen menos.
- Escuchadme todos. La Orden de Atenea ya no existirá nunca más. Tenéis un año para disfrutar de vuestra libertad. Dentro de exactamente trescientos sesenta y cinco días, Zeus, señor del Olimpo, bajará de nuevo al mundo de los mortales para reinar, como ya hizo una vez. El tiene palabra y voluntad sobre el destino de la raza humana, y obrará según su propio deseo.
- ¿Cómo es posible? - la voz del fénix sonaba fría... Cólera fría. Apolo encontraba a ese guerrero cada vez más interesante. Parecía reunir las cualidades del perfecto luchador... - ¿Vas a quedarte cruzada de brazos ante algo así?
- Silencio, Ikki. Tengo mis razones para obrar como lo hago. Zeus es mi padre, no lo olvides. No voy a oponerme a él y vosotros tampoco lo vais a hacer.
- ¿Pretendes que después de todo lo pasado entreguemos la Tierra así sin más? - dijo el cisne.
- No tenéis más remedio que confiar en la justicia divina, Hyoga. No tenéis más remedio...
- Ya hemos visto esa justicia. - dijo el chico de pelo verde. - Sabemos cómo recompensa.... tal vez nos enteremos ahora de cómo castiga.
Atenea negó con la cabeza. - La justicia divina es clemente, Shun, cuando puede. Zeus no os desea ningún mal, es más, desea que seáis protegidos y que ocupéis un lugar de honor entre los dioses. Muy pocos humanos consiguen tal honor. Cuando el plazo se cumpla, mi Padre se hará cargo del Santuario. Él os comunicará sus órdenes y deberéis obedecerlas como habéis obedecido todos estos años las mías.
Los caballeros, confusos, se miraron los unos a los otros. No parecían creer las palabras de su diosa.
- Mi señora, creo... - empezó de nuevo el dragón. - creo que hablo por todos si digo que no queremos servir a otro dios que no seáis vos, como hemos hecho todo este tiempo. Somos los caballeros de Atenea y luchamos a su lado para defender la Tierra.
Los demás asintieron con mayor o menor entusiasmo.
- Hemos luchado y perdido mucho por defenderla contra dioses hasta ahora, no se la vamos a entregar a otro de ellos así por las buenas. - dijo el cisne con voz y ojos helados.
- Vigila tu lengua mortal, o la perderás. - Casi ronroneó Apolo. Atenea alzó una mano para acallarle.
- Juradme que no os opondréis a mi voluntad... - Atenea casi lo suplicó. '¡Qué bajo has caído, hermanastra!' - ¡Hacedlo, es una orden!
Y todos lo hicieron. No podían contradecir una orden directa de aquella a cuyo servicio habían dedicado sus vidas.
- ¡Cuánto alboroto! Los dioses son clementes, y en vez de daros vuestro merecido, vanidoso grupo de mortales, por atentar contra un dios, os acogen bajo su protección, os conceden honores con los que no osaríais soñar, ¿y lo agradecéis protestando? - Apolo percibió que sus palabras enfurecían aún más a los guerreros. - Atenea os ha dicho lo que ha venido a deciros. Elegid ahora, hermanastra, y alejémonos de estas miserables formas de vida.
- ¿Elegir? - la muchacha de pelo violeta pareció alarmada - ¿Elegir qué?
- Mi padre y señor quiere una muestra de buena fe por parte de su hija. No es que no se fíe de ella, pero los humanos sois inconstantes y desleales... ¿cómo podemos asegurarnos de que no traicionareis la palabra dada y huiréis para presentar batalla más adelante? Uno de vosotros vendrá hoy con nosotros al Olimpo.
- No lo harán. Yo confío en ellos. - Aseguró Atenea.
- No es negociable. Elige.
- ¿Un rehén? - preguntó Saori - ¿Para asegurar que no actuaremos contra tu señor? ¿Tanto teme el Gran Zeus a un grupo de miserables mortales?
Ella había sido el cuerpo de Atenea hasta ahora... Apolo podía verlo claramente ahora. Debería haberse convertido en una carcasa vacía una vez desalojado el espíritu de la diosa... ¿por qué seguía viviendo y blasfemando?
- Es el primer honor que se le concede a uno de vosotros, mujer. Si los demás no dais problemas vivirá en el paraíso para siempre. Si os oponéis al poder divino, sufrirá las consecuencias.
La humana lo miró con odio. Orgullosa.... disfrutaría doblegado ese orgullo dentro de un año.
- Elige, hermana.
- No voy a obligar a nadie. No sería justo que lo hiciera.
Saori empezó a abrir la boca.
- No es necesario que lo hagáis. Yo iré.
'¡¡Por todos los demonios del abismo...!!' pensó Ikki.- Ya lo habéis oído, así que dejad de mirarme de esa forma. Yo iré al Olimpo como rehén.
'¡¡Lo
ha vuelto a hacer... por los fuegos del infierno, lo ha vuelto a
hacer!!' Ikki sentía cómo una rabia impotente le
consumía por dentro. No había forma de que
aprendiera... no tenía remedio. Cada vez que se presentaba una
ocasión para ofrecerse en sacrificio, cada vez que se requería
un cordero... tenía que acudir mansamente al matadero. Pensaba
que los últimos acontecimientos habían cambiado al
menos eso...
Pues se equivocaba.
Atenea,
la forma borrosa envuelta en deslumbrante luz cósmica, atenuó
su resplandor hasta mostrarse casi como una humana más....
pero seguía siendo translúcida. Los dioses no estaban
allí en cuerpo, sino en espíritu.
Era tan parecida
físicamente a Saori que podían haber sido hermanas. Tal
vez todas las reencarnaciones eran copias del original al que
representaban... o era una coincidencia.
Sin embargo, las
diferencias las hacían casi parecer extrañas. El pelo
que en Saori era de un suave tono malva, era en Atenea dorado y caía
en suaves ondas por debajo de los hombros. Los ojos eran, por
supuesto, grises, serios y reflexivos. E implacables. Ikki comprendió
entonces que su diosa estaba llena de determinación.
La
postura indicaba arrogancia, a pesar del mal trago que parecía
estar pasando, y una agresividad velada. No había duda posible
al verla, Atenea era una diosa guerrera. La dulzura que solía
tener la cara de Saori no se mostraba ahora en el espejo de la de la
diosa.
Se
acercó despacio a su reencarnación humana y posó
la mano en su hombro. Ella había sabido desde el principio que
Saori se ofrecería voluntaria para el sacrificio. No en vano
habían compartido un mismo cuerpo por casi veinte años.
La joven humana había abierto la boca sin vacilar apenas oyó
el requerimiento divino.
...pero alguien se le había
adelantado.
'¡¡Maldito sea nuestro destino por toda la eternidad!!'
Ikki había contemplado como Atenea prosiguió su camino a través de la habitación y se había detenido frente a su hermano.
- Sabes a lo que te enfrentas. - comenzó la diosa. No era una pregunta. - Después de todo lo anterior... ¿podrás aguantarlo?
Aguantarlo...
Aguantar vivir día a día sin conocer qué será
del resto. Aguantar el peso de saber que tu existencia impide actuar
libremente a los que querrían luchar por la humanidad. Vivir
en un paraíso mientras el mundo es sometido y no poder hacer
nada.
Ikki ardía en deseos de destruir algo. Lo que fuera.
Shun
asintió con expresión seria, mirando fijamente los
grises ojos de la diosa.
- El destino del caballero de Andrómeda
siempre ha sido el sacrificio. Y de algún modo esto parece lo
correcto. - dijo la figura translúcida de Atenea. Luego, se
volvió y se acercó a Ikki. Con mirada culpable y como
pidiendo perdón, lo abrazó.
Después
Atenea volvió con su divino acompañante en silencio.
Ni una palabra para el resto... nada más.
Shun
les miró a todos, con una media sonrisa en la cara. Volvía
a tener casi la expresión infantil y dulce a la que estaban
acostumbrados.
Pero esto era una despedida.
Hyoga
derribó una silla y salió del salón dando un
portazo.
Shiryu miraba alternativamente con expresión
seria y reprobadora a las celestiales figuras y a Shun... era obvio
que la idea de dejarle ir así sin más le desagradaba
profundamente, pero que acataba la voluntad. Apretó su hombro
con gesto triste.
Saori parecía perdida e indefensa y se
abrazaba con la mirada vacía.
June lloraba silenciosamente
y el resto esperaban con expresiones sombrías y tristes,
inseguros de intervenir en el asunto. Siempre habían estado y
estarían aparte de ellos.
Por su parte, Ikki parecía intentar derretir con la mirada una zona indefinida de la pared. Su hermano se acercó por último a él y se le quedó mirando hasta que el joven moreno se volvió y le sostuvo la mirada.
- ¿No vas a decir nada? - preguntó Shun
- Es tu decisión. Motivos tendrás para hacer lo que haces. Si estuviera en mi mano evitarlo, lo haría. Pero no lo está.
- Gracias, hermano. - Shun le sonrió y le abrazó.
-Suerte,
hermano.
Shun se reunió con las figuras luminosas y
antes de partir, se oyó la clara voz de Atenea.
- Lo siento...
Shun se había ido.... se había introducido en la luz y había desaparecido con ella, llevándose un poco de cada uno de ellos con él.Pero aquella luz se había llevado algo más de ella.
Atenea...
Hacía cuatro años que la presencia de la diosa había despertado en su interior. Sólo se manifestaba por completo en ocasiones imprescindibles... pero era como una consciencia siempre presente, que la dirigía y daba conocimiento de muchas cosas.
Se había acostumbrado a ella tanto como a sí misma. La primera vez, en el Coliseo de su abuelo, fue difícil aceptar que otro ente controlara su cuerpo, dejándola como un mero espectador, presente, pero incapaz de actuar.
Luego la diosa se había retirado y ella había tenido otra vez libertad de acción... Las cosas habían sido más fáciles a partir de ahí. Sentía que había cosas que debían hacerse de una forma determinada porque sí, y tenía conocimientos que habían llegado a su cerebro sin que ella supiera cómo...
Pero por lo demás, Atenea sólo se manifestaba abiertamente en presencia de otro dios.
Y
ahora se sentía vacía.
Saori se dio cuenta cuando
los visitantes divinos desaparecieron de que la diosa la había
abandonado desde que regresó del Infierno, pero sumida en su
propio dolor no lo había notado.
La perdida de Seiya había
dejado un vacío tan inmenso en su interior que cualquier otra
pérdida había sido insignificante.
Y su muerte había
sido tan completamente inútil... nada habían
conseguido, más que un sometimiento a un dios, mas poderoso si
cabe que los anteriores, o la posibilidad de una nueva batalla a
costa de quién sabía cuantos amigos.
Jabu
la cogió del brazo y la condujo al exterior con suavidad. Allí
llamaron a una de las doncellas y ésta la acompañó
a su habitación.
Pero ella no deseaba dormir. Demasiadas
cosas en una sola noche.
La noticia del advenimiento de los
dioses... Atenea la había abandonado... Shun se había
ido...
Y lo peor era darse cuenta de lo difícil que sería
luchar por lo que siempre lucharon, en esta ocasión.
Zeus
no había pedido lo que había pedido al azar. Ella sabía
lo que Atenea más o menos pensaría: una cosa era perder
a uno de sus guerreros en la batalla y otra muy distinta enviarlo
como un cordero al matadero.
Era algo indigno.
Y
en cuanto a ellos.... ¿qué pensarían?
Estaban
más unidos que los hermanos de sangre y acababan de perder a
uno... ¿estarían dispuestos a sacrificar a otro, tal
vez para nada?
Porque Atenea les había ordenado no
intervenir. Se había puesto del lado de su Padre sin
condiciones. ¿En qué lugar dejaba eso a los caballeros?
¿Lucharían por la libertad del mundo bajo esas condiciones? De un mundo que rara vez se lo agradecería.. de un mundo al que ellos no le importaban... de un mundo tal vez ya condenado.
Hyoga
había comprendido lo inútil de presentar combate a las
dos divinidades, pero no pudo tolerar ver cómo Shun se
entregaba. Por eso se marchó.
Por eso no podría
combatir sabiendo que Shun estaba en peligro.
No cargaría
otra muerte más sobre sus hombros
Shiryu
no opuso resistencia a una orden directa de Atenea. No iba con su
carácter... pero allí estuvo, censurando el
comportamiento de la diosa a la que debía respeto y fidelidad
con su mirada seria y reflexiva. Saori se alegró de no haber
tenido que soportarla sobre su ser.
Si le hubieran permitido
combatir, probablemente hubiera muerto llevándose a Apolo
consigo....
Eso era lo que el Dragón haría: cumplir
con su deber, confiando en el poder de Shun para salvarse a sí
mismo.
Ikki....
sería mejor dejarle sólo por una larga temporada. Para
prevenir accidentes.
Saori no comprendía muy bien por qué
razón el Fénix no había impedido a su hermano
partir, pero no creía que levantara una mano estando Shun como
rehén... al menos siempre había actuado de esa forma.
Curioso..
el único que hubiera presentado combate sin dudar ni atender a
razones hubiera sido Seiya. Hubiera discutido abiertamente contra la
decisión de su diosa. Hubiera entregado su vida para evitar
que Shun se marchara de esa forma. Hubiera considerado que no hay
honor en permitir que un amigo se entregue para tu propio
beneficio...
Y al mismo tiempo, aunque le desgarrase el corazón,
combatiría contra los dioses, aún poniendo en peligro
la vida de Shun, si consideraba que de ese modo conseguía un
bien mayor.
Una vez salvado el mundo ya se ocuparía de
hallar la forma de salvar al amigo.. o al contrario. Primero Shun y
luego el mundo. Era una cuestión de prioridades... de lo que
le dictara primero el corazón.
'Los problemas, uno a uno, ¿verdad Seiya?'
Al
menos esa impresión la dio siempre...
Seiya...
Golpes en la puerta.
-Atenea...
Saori se dio la vuelta y contempló a la mujer que acababa de abrir y la contemplaba desde el dintel. Traía con ella una vasija llena de un líquido humeante.. ¿té, tal vez? y un par de vasos.
- Acabo de convencer a Kiki para que se vaya a la cama. Me ha contado todo lo que ha pasado... Dios mío, Shun...
Saori asintió con expresión triste...
- ¿Os importa que me quede? Necesito hablar con alguien... y creo que vos me comprenderéis mejor que nadie.
Saori ayudo a Marin a despejar la mesa para colocar los vasos - No me trates con tanta deferencia... Atenea no esta ya en mi interior. Ahora soy una chica de lo más normal.
-
Normal no. - Negó Marin, pero cambió el tratamiento. -
Tienes y puedes usar un cosmos propio... ya nunca serás
normal. Nunca seremos normales ninguno de nosotros. Ni siquiera si
todo esto no hubiera pasado lo seríamos. Fuimos creados para
la batalla y en ella tenemos sentido. La guerra es lo que nos da ser
y por eso los caballeros murieron siempre cuando la guerra acababa...
¿No te has dado cuenta? Fuera de la guerra nuestra
existencia se nos hace extraña.
Saori comprendía lo que quería decir. Marin desearía haber muerto, como ella lo deseó hacía poco. Encontrar el descanso eterno.. unirte a los que ya se han ido. Alargó la mano para asir una de los humeantes recipientes.
En
ese momento, ninguna otra persona se podía comprender tan bien
y por eso, aunque nunca habían intercambiado más que
dos palabras, podían aliviarse el dolor mutuamente.
El
inmenso dolor de haber perdido algo que ni siquiera habían
sabido que tenían hasta que fue demasiado tarde.
Un murmullo lejano.
...Seiya...
Una molestia apenas audible.
...Seiya...
La voz se filtraba perturbando el vacío.
...Seiya...
Era
curioso... ni siquiera se había dado cuenta de que existiera
un vacío.
Antes todo formaba parte de la nada... él
mismo formaba parte de la nada... de una nada infinita , y ahora
empezaba a tomar consciencia de su propio ser.
...Seiya...
La
voz sonaba como una llamada...
¿Sei... ya... ? El caso es
que le sonaba de algo.... algo impregnado de dolor, de muerte, de
sufrimiento ..... 'no.....no... vete...'.
...Seiya...
'Vete... no quiero seguir oyéndote...'
...Seiya...
'... quiero volver a la nada ... no sentir nada... no esperar nada... no temer nada... '
...Seiya...
'Me estás haciendo volver... volver a mis recuerdos... recordar... y el recuerdo significa sentimiento... y el sentimiento conduce al dolor...'
...Seiya...
'¡¡Déjame en paz de una vez!!'
Y
de verdad te dejaría en paz... en una paz eterna...
¿Acaso
no recuerdas nada? ¿Tan solo existía el dolor?
¿No
había nada más, nada por lo que volver?
'...tal
vez...
...no...
...¡no lo sé!
¿Por qué
has venido a molestarme?
Ahora no podría volver a la
nada... tú has creado una duda...
¡Demonios! ¿No
tienes otra cosa que hacer?'
La
verdad es que no, pero tampoco puedo discutir eternamente contigo.
Seiya, estás empezando a agotar mi paciencia...
¿Por
que no colaboras, por una vez?
Un
estallido de luz inundó el vacío. Luego, una suave
penumbra lo rodeó. No la nada que antes inundaba todo... sino
simplemente oscuridad.
Una figura se alzaba ante él. De
ella emanaba un suave resplandor, como el de luna oculta por una
nube.
No es que realmente la viera, puesto que no tenia un cuerpo
físico, sino que "sentía" que la veía,
como antes había sentido que oía su voz.
Era una
figura vagamente familiar... imprecisa y borrosa... pero familiar.
Veo
que estás empezando a recuperar la memoria.
Este lugar es
demasiado lóbrego y próximo al vacío de la
muerte del que acabas de salir... será mejor ir a otro sitio y
rápido.
'Yo no deseo irme... ¿ir a dónde? ¿Y dónde estoy?'
Todo
esto forma parte del plano astral... no hay tiempo ahora para
explicártelo.
Ya he perdido mucho tiempo tratando de hacer
que tu alma reaccionara, Seiya.
'Mi alma... Entonces estoy muerto.'
Tanto como puede estarlo alguien que domina el Araya Shiki. ¿Por qué no has vuelto al mundo de los vivos?
'Hades partió mi corazón en dos con la espada negra... no creí que pudiese sobrevivir a un golpe como ese.'
El ente pareció divertido.
Pues sobreviviste.
'Tal
vez. De repente me sentí cansado, muy cansado.
Cansado de
tanta guerra, de tanta lucha sin final... ¿Vencimos?'
Sí.
Hades es sólo historia ahora. Y no solo eso...
Esta vez
sobrevivimos. Tus hermanos de armas y Saori Kido están vivos.
No habrá más reencarnaciones.
Los labios de Seiya se curvaron en una sonrisa.
'Entonces
todo ha acabado...'
No sabía por qué había
acudido ese pensamiento a su cabeza. ¿Acabar el qué?
No.
No todo ha acabado... en realidad no ha hecho más que
empezar.
Escúchame, Seiya. Hemos acabado con los ciclos de
las reencarnaciones, sí... pero no con la causa que los
originó. Mientras los dioses combatieran entre ellos por el
control, solo sus campeones se verían involucrados en las
batallas y el resto de la humanidad podía seguir con su vida,
sin que su existencia se viera supeditada al capricho divino.
Pero
con todos esos siglos de combate, la humanidad ha olvidado a los
antiguos dioses, ha creído que han desaparecido, que sólo
son leyendas y mitos...
Pero pronto van a comprender lo
equivocados que están.
Debes volver. Debes regresar. Tu
misión no ha finalizado aún.
Seiya empezó a argumentar en contra, pero el ente luminoso le interrumpió.
No importan tus deseos. Puedes cooperar o no según quieras. De la segunda forma será mas difícil, pero al final ganare yo. Siempre lo he hecho.
Los ojos marrones relampaguearon con furia.
'¿Quien demonios eres tú?'
El ente soltó una breve carcajada. Y la figura tomó forma y definición.
Yo soy tú.
Seiya se encontró mirándose a sí mismo, como en un espejo.
El
viaje interdimesional fue tan brusco y tan confuso como lo había
sido en el Hades, cuando trataban de alcanzar los campos Elíseos.
Algo le encogía sobre si mismo y le alargaba infinitamente,
sentía cómo el tiempo se detenía y al mismo
tiempo se aceleraba consumiendo su vida mortal...
El cuerpo de
Shun no pudo soportarlo y perdió el conocimiento.
Cuando despertó, lo primero que sintió fue que le faltaba el aire. Asustado, boqueo instintivamente e intentó incorporarse.
- Tranquilo.- una mano lo empujo suavemente hacia abajo de nuevo - Relájate. El aire es más puro que el del plano terrenal y por eso te cuesta respirar. Si no lo piensas, tu cuerpo se adaptara sin ayuda.
Miro
a su alrededor, concentrado en no ponerse nervioso y no dar
importancia a la voz en su mente que gritaba "¡me ahogo!"
Otra voz le susurraba que eso era imposible y, como Atenea había
dicho, sus pulmones se fueron acostumbrando poco a poco.
Apolo
había bufado al ver cómo la diosa le ayudaba y les
esperaba con expresión de disgusto.
- Andando, hermanastra. Debemos llevarle ante el consejo de los doce... bueno, once ahora. - comentó sonriendo.
Atenea
lo ayudo a incorporarse. La veía ahora con total nitidez, y
también sentía el contacto de sus manos. Vestía
coraza de guerra, como en la mitología, y una espada pequeña
colgaba de su cinturón.
Pero en la tierra no había
tenido cuerpo físico...
Ante
él se extendía la morada legendaria de los dioses, el
paraíso, el Olimpo.
Una vaporosa y algodonosa niebla
cubría parcialmente un paisaje impresionante. Altas montañas,
selváticos bosques, valles y praderas, incluso alcanzó
a ver el centelleo del sol sobre el océano. Aquí y allá
surgían templos y construcciones clásicas. No estaban
destrozadas, como las ruinas de la Grecia clásica, ni bien
conservadas, como los templos del Santuario. Aquí el mármol
brillaba en todo su esplendor, como si acabaran de levantar las
construcciones.
El sol brillaba límpido y el cielo era de
un tono azul brillante.
'Todos los colores tienen más... bueno, "color" ' pensó Shun ' Y todo parece de alguna forma recién estrenado'
El
paisaje le resultaba vagamente familiar... como si lo hubiese visto
en sueños... hacía tanto tanto tiempo...
De repente
pensó que debía parecer tonto, contemplando todo con la
boca abierta. Endureció su expresión, dispuesto a no
mostrar asombro. Él era un prisionero allí.
- No ocultes tu asombro, pues nunca antes ojos mortales habían contemplado las maravillas de la morada divina. - Apolo habló mientras contemplaba cómo un águila de tamaño descomunal bajaba desde lo alto de la cumbre envuelta en niebla hacia su encuentro. - Ahí llega nuestro transporte.
El majestuoso ave voló sobre las etéreas nubes que cubrían lo alto del risco y Shun pudo al fin contemplar los templos de los dioses. Relucían como diamantes entre la espesa vegetación.
Al
bajar les esperaban cinco figuras. Tres hombres de largos cabellos,
envueltos en rojas vestiduras, altos y musculosos, portaban armas y
estaban vestidos para la guerra. Un poco aparte, una joven coronada
de flores y una hermosa matrona de aire grave.
El más alto
de los tres hombres, el que tenía el pelo oscuro, se acercó
y sujetó violentamente a Shun por el brazo apenas desmontó.
Atenea le apartó con un ademán brusco.
- ¿Qué pretendes aquí, Ares? Ha de ser llevado sano y salvo al consejo de los Doce.
- Yo lo escoltaré. - los ojos del dios relucían rojos como la sangre y las palabras silbaban entre sus dientes.
- No necesita una escolta. Si Zeus no se fiaba de mí para cumplir su voluntad y traer al rehén, para eso estaba Apolo aquí. - respondió la diosa con fría mirada.
- ¡¡He dicho que me lo llevaré!! - rugió Ares - ¡Phobos! ¡Deimos!
-
Puedes intentarlo, pero fracasarás como siempre ante ella.-
Apolo pronunció las palabras con despreocupación, pero
los dos hijos de Ares retrocedieron.
El Dios de la Guerra estaba
rojo de rabia y miraba a Shun con puro odio.
- Nunca dejaría a ninguno de mis guerreros a solas contigo, Ares... Y tengo cuentas que pedirte. Eras bruto, sanguinario e insensible, pero nunca fuiste un cobarde, y someter al caballero de Géminis fue un truco indigno... - Atenea se interrumpió como si se le acabara de ocurrir algo.
Phobos
y Deimos tomaron a su padre, que echaba espumarajos de rabia, y lo
condujeron lejos. Apolo inició el camino hacia lo que llamó
el Gran Templo.
Shun no sabía qué pensar y fijó
su atención en las dos mujeres. Atenea las estaba saludando
efusivamente, en ese momento. Con una sonrisa en sus labios se volvió
y lo llamó a su lado.
- Shun, la diosa Démeter quiere darte las gracias.
¿Cómo? Ningún dios había mostrado jamás un comportamiento amable hacia ninguno de ellos... y lo que era más importante, ¿por qué?
Démeter
habló con voz profunda y musical. - Nunca nadie se puso de mi
lado y nadie me ayudó cuando pedí ayuda. Han tenido que
pasar miles de años para que lo me fue robado haya vuelto a
mis manos y nunca os podré agradecer, a ti y a tus compañeros,
lo suficiente que acabarais con la vida de mi hermano. No me importa
lo que el consejo decida ni la opinión de Zeus. Mi
agradecimiento a los guerreros de Atenea es eterno, porque gracias a
vosotros he recuperado a mi Core.
Lo que esté en mi mano,
te será dado.
Shun estaba realmente atónito. Si la diosa supiera quién había estado a punto de ser él.... Los dioses pueden leer el pensamiento, había oído. Entonces mejor no pensar mucho en su presencia y hablar aún menos.
- Gracias, mi señora.
Apolo les llamó para que continuaran su camino. La joven que no había hablado se colocó junto a Shun. ¿La llamada Core, tal vez?
- Será mejor estar alerta... Ares podría volver a intentar algo - dijo Démeter - Luego ya se ocuparía de disculparse ante Zeus. Mejor os acompañaremos nosotras dos también.
Los cinco se perdieron entre la mágica bruma.
El consejo de los doce estaba formado. Zeus, Hermes, Hefesto, Ares y Apolo a un lado y Hera, Atenea, Artemisa, Afrodita, Hestia y Démeter al otro, formando un semicírculo. El asiento de Poseidón estaba vacío.
Shun se encontraba frente a ellos, sintiendo todavía que todo cuanto veía ya lo había visto antes... Hades.
-
¿Esta niña es uno de tus caballeros, Atenea? - Zeus
miraba a Shun con curiosidad.
- Es un hombre, padre. - El
señor de los cielos enarcó una ceja y Shun sintió
como una cólera fría le invadía por dentro...
Nadie imaginaba lo harto que estaba de que le confundieran con una
mujer. Y siempre desde su infancia había sido así.
- Bien, mortal. Has sido traído aquí como representación de los guerreros de mi hija, de los asesinos que osaron levantar su mano contra un dios. - Ares sonrió burlonamente a Atenea.
La bella Afrodita intervino. - No se le ha traído aquí para eso, Oh Gran Zeus. No se juzgan ahora crímenes de guerra...
- Pero ya que está aquí, podemos juzgar por él si la humanidad merece ser exterminada o simplemente sometida - la cortó Hera - Él puede hablar en defensa de su pueblo.
Shun se sobresaltó y la miró incrédulo. Después miró a Atenea.
- Por favor, acabamos de llegar y no se le trajo aquí para esto. No podéis cargar sobre él semejante culpa si condenáis a la humanidad... - dijo la diosa de ojos grises. - ¿Para qué hacer una farsa de juicio? "Nuestra" decisión ya parece haberse tomado hace tiempo.
- Atenea - intervino Ares, malicioso. - Aunque convengo contigo en que ese no es asunto que tratar ante mortales, es obvio que no eres imparcial en éste asunto. Padre, ya que el consejo no esta equilibrado al faltar Poseidón, sugiero que la diosa de las artes regrese a su telares y abandone la sala.
- Es razonable - aprobó Zeus. Los grises ojos de Atenea relampaguearon, pero de repente pareció relajarse.
- Está bien, padre. Me retiro a mi templo. Pero dado que se me expulsa hoy del consejo, no volveré a formar parte de él. Cuando digo que me retiro lo digo de forma definitiva. No os molestéis en buscarme porque me negaré a ver a nadie nunca más... Como ha sugerido nuestro apreciado 'señor de la guerra', regreso a 'mis artes'.
Dirigió una mirada a Démeter y abandono la sala con paso vivo.
La cólera de Zeus surgió al oír tales palabras. La larga ausencia y estancia con los mortales habían vuelto a su hija orgullosa y rebelde... aunque teniendo en cuenta que sería una molestia para una campaña de guerra que ella no aprobaba, mejor que se encerrara en su templo con una rabieta.
El olvidado, por el momento, caballero de Andrómeda estaba perplejo por los cambios repentinos de humor del imponente dios de cabello plateado, pero más por la decisión de su diosa... ¿se iba a retirar desentendiéndose de todo? ¿A que clase de ser habían estado consagrando sus vidas tantos caballeros, tantos siglos? Tal vez todos los dioses eran exactamente iguales y los humanos eran solo peones de ajedrez para ellos.
- Volvamos con lo que estábamos. - interrumpió Zeus el hilo de sus pensamientos. - Puede que no sea muy justo condenar a toda una especie por los actos de uno de sus integrantes, pero se supone que los guerreros de mi hija son humanos por encima de lo normal. Veremos si hemos hecho bien perdonando vuestras vidas y considerándoos dignos de estar a nuestro servicio. (1)
- Mortal, - preguntó sin previo aviso Ares. - ¿cómo te confiesas frente al crimen de atacar al Dios Hades?
Shun no se permitió parpadear y encaró a los diez olímpicos. La prudencia le aconsejaba meditar la respuesta que estaba a punto de dar, pero estaban hiriendo su orgullo con tanta superioridad. - Culpable. Podría alegar que era un dios que pretendía la aniquilación de mi raza, que amenazaba la vida de mi diosa, que mis compañeros y yo actuamos en defensa propia... - Shun recordó por un momento los momentos previos a la muerte de Hades, cómo su cuerpo estaba exhausto, como su alma esta aterrada ante la posibilidad de ser nuevamente poseída, cómo la espada negra se clavaba en el corazón de Seiya... - pero lo cierto es que jamás había sentido tantas ganas en toda mi vida de acabar con un ser viviente. Lo que hice, no lo lamento y si tuviera que hacerlo, lo repetiría.
Los dioses murmuraron por un instante entre ellos, murmullos de asombro ante la blasfemia y la arrogancia del mortal.
- Tus propias palabras son juez y jurado. - sentenció Ares. - Tú te has condenado, mortal. Ahí tienes, Padre.
Zeus entrecerró los ojos azules como un cielo de verano, y luego rió. - ¡Cuanta arrogancia! No podemos matarle, Ares, no seríamos unos buenos huéspedes. Pero tal vez debiste pensar con la cabeza y no con el corazón antes de hablar, hijo.¡Lleváoslo!
Dos espíritus al servicio de los grandes dioses escoltaron al joven, que no demostró el temor que le atenazaba por dentro.
Después
de eso el consejo empezó a disolverse de nuevo.
Afrodita
suspiró pesarosa, Ares casi emanaba un aura de malsana
satisfacción, Apolo parecía haber olvidado ya el
asunto. Artemisa fue llamada en privado por la diosa Hera.
Hermes
miraba atentamente a la diosa Démeter, que estaba callada y
pensativa. El resto abandonó la sala poco a poco.
A
la mañana siguiente, Shaina se enteró de las novedades.
La visita de los dioses, la partida de Shun, la noticia de que la
joven de morado cabello no era más la reencarnación de
la diosa...
Marin, Ikki y Hyoga le contaron todo. La pelirroja
estaba callada y pensativa, como ocupada en otra cosa. Pero eso
tampoco era raro en ella.
Ikki guardaba uno de sus acostumbrados
silencios, pero parecía estar más unido que nunca con
los que le rodeaban. Tal vez por la perdida de Shun.
Hyoga seguía
furioso y no se molestaba en ocultarlo.
- ¿Y qué vamos a hacer? - inquirió Shaina.
Hyoga sonrió despectivamente. - ¿Y qué podemos hacer? Shun no debió marcharse así...
- Deja de darle vueltas. Hizo lo que deseaba hacer... no podíamos detenerle. - argumentó el caballero del Fénix.
- ¡Por Dios, Ikki! ¡No me digas eso, tú no! Podíamos haber pedido tiempo para considerarlo, podíamos haber.. ¡no sé, hecho algo! ¡Pero tuvo que entregarse voluntariamente! - El cisne dio un puñetazo en el suelo sobre el que estaba sentado, dejando una pequeña señal. No era propio de él dejarse llevar tanto por lo que sentía. Ikki lo ignoró deliberadamente.
- Bueno, - intervino Marin con voz suave. - Por lo que habéis contado, él siempre ha sido así...
- ¡Matarse! ¡Eso es lo que busca! Sigue culpándose por lo que paso en el Hades y va como cordero al matadero.
-
¿Y no hacemos todos lo mismo? Seguro que todos nos hemos
culpado de un modo o de otro por lo que pasó allí.
-
¿Por que ibas a culparte tú? - Los ojos azules de Ikki
taladraron la cara de Shaina. - No tuviste nada que ver, no estabas
allí.
- Por eso precisamente, por no ser lo bastante poderosa para ser de alguna ayuda. - Reconoció Shaina con voz algo tensa. Marin asintió lentamente. - Todos habéis progresado muchísimo. Recuerdo lo mucho que os costó deshaceros de mí las veces que nos enfrentamos en el pasado, pero ahora yo me he quedado atrás... No estaba preparada psíquicamente para... - Shaina cambió el tono de voz y levantó al cabeza mirando de nuevo a Hyoga con una sonrisa. - ¿Y de qué manera te culpas tú de lo sucedido en el Hades, de la muerte de Seiya?
Hyoga ocultó la cara... la herida era muy reciente para hablar tan despreocupadamente de ella.
- ¿Sabéis por qué he desaparecido estos días?. - Continuó Ofiuco sin dejarse amilanar. - Escalé Star Hill. Estaba en paz, Hyoga. En una paz que creo que le envidio un poco.
Marin alzó la vista y agradeció con una inclinación el comentario; el joven rubio curvó levemente los labios. - De alguna forma siempre ha sido como sus meteoros. Un brillo intenso que dura apenas un instante para desvanecerse en la nada. Pero el suyo y el de Shun han sido ambos unos sacrificios tan inútiles...
-
Ambos nos hicieron ganar tiempo - argumento Ikki - Y ahora tenemos
que decidir qué hacer.
Los tres le miraron sorprendidos. -
¿Hacer? ¿Y tu hermano? No se le llevaron por nada... -
contestó Marin.
- Debemos confiar en él. No esta precisamente indefenso y tiene a la diosa a su lado. He estado dándole vueltas a algo... y tal vez me equivoque. - Todos le miraban con completa curiosidad y extrañeza por que diera un discurso tan largo. - ¿No os pareció raro que Atenea me abrazara ayer? Nunca había hecho nada parecido y de alguna forma no va con ella. Pero no lo hizo para consolarme, como pensé en un principio. 'No hagáis nada que yo no haría', me susurró. En ese momento pensé que se refería a mí y a Shun, una advertencia para evitar que lo detuviera, pero...
- 'Nada que yo no haría...' - comentó Hyoga pensativo.. - ¿Estas diciendo que la diosa nos dio libertad de acción a pesar del juramento que nos exigió?
- De todos modos, no íbamos a quedarnos cruzados de brazos, ¿verdad? - preguntó Shaina - Y Atenea nunca se ha mantenido al margen si la batalla merecía ser librada...
-
Entonces más nos vale poneros manos a la obra. - dijo Marin. -
Estáis todos en muy baja forma.
- "Estamos todos"
en muy baja forma. - puntualizó Shaina.
Tres de ellos compusieron una sonrisa lobuna, y por la actitud de Marin, ella también parecía estar sonriendo.
- Debemos ser masoquistas si nos pone tan contentos la posibilidad de que nos vayan a destrozar todo el cuerpo de nuevo.- dijo finalmente Hyoga.
Continuara...
