LAS DOCE CASAS DE LA TENTACION
Casa de Tauro
"Aquí no hay nadie" estaba pensando Milo. Había recorrido la mitad de la Casa y no había visto ni rastro de Aldebarán. Todo estaba silencioso. Quizá demasiado silencioso.
Entonces sus sentidos se pusieron en alerta, su instinto le advertía de algo: peligro. Miró desconfiado a izquierda y derecha. Nada.
¡Clac!
-¡Agg!
De pronto algo se había cerrado en torno a su cuello, aprisionándoselo. Apenas podía respirar.
-Bienvenido, Milo.
Era Aldebarán, que le había sujetado el cuello con una especie de argolla metálica. De ella salía una cadena que el Caballero agarraba firmemente con su mano derecha.
-Me has atacado por detrás, ¡cabrón! -jadeó Milo, llevándose las manos al cuello en un intento de liberarse de la argolla, pero le era imposible. Aldebarán esbozó una perversa sonrisa.
Milo se fijo en que en la mano izquierda sujetaba unas cadenas.
-¿No irás a...?
Aldebarán tiró de la cadena de forma que Milo tuvo que seguirle si es que no quería romperse el cuello. El Caballero de Tauro le condujo hasta una columna y empezó a amarrarlo a ella con las cadenas. Milo se resistía, pero no pudo hacer mucho ante el gigantesco Caballero. Además cada vez que se movía la argolla le apretaba más, podía sentir su cuello crujir a punto de romperse, así que intentó razonar con él:
-Alde, se supone que tienes que seducirme, no esto...
El otro siguió atando cadenas sin decir nada... al poco Milo no podía moverse. Varias cadenas le sujetaban brazos y piernas. Aldebarán acercó su rostro a pocos centímetros del suyo, Milo podía sentir su respiración en su frente. Nunca había visto a su compañero con esa expresión en la mirada, y empezaba a temerle. Parecía muy capaz de... oh, no. Le estaba desabrochando la camisa.
-Oye, violarme no entra en el plan -protestó.
-Sí entra en el plan. Camus dijo que hiciera "cualquier cosa" con tal de que te acostaras conmigo.
Milo maldijo a Camus en silencio.
-¿Y por qué le haces caso?
-Digamos que no todos los días me ponen un Escorpión en bandeja.
Aldebarán se deshizo de la camisa y se inclinó para besarle el torso desnudo. Milo no podía moverse por más que lo intentaba, se sentía terriblemente humillado. Él, un Caballero de Oro, totalmente a merced de otro, sin poder hacer nada.
-Como pierda a Camus por tu culpa, hijo de puta...
El otro no respondió. Milo intentó lanzarle una aguja escarlata, pero su muñeca estaba firmemente sujeta por una cadena que le cortaba la circulación, y su mano colgaba inútil.
-Date por vencido, ¿no ves que no puedes hacer nada? -le dijo Aldebarán, que ya estaba desabrochándole el pantalón.
¿Darse por vencido? Eso nunca había entrado en los planes de Milo. Cerró los ojos y dejó de intentar moverse.
-Veo que te resignas, es lo más inteligente que puedes hacer. Si te portas bien no te haré daño. -dijo el otro al ver que se relajaba.
Pero Milo no estaba ni mucho menos resignado, lo que hacía era concentrar su energía. Poco a poco el cosmos del Caballero de Escorpio se fue haciendo más intenso, hasta que abrió los ojos y profirió un grito, haciéndolo estallar. Las cadenas que le sujetaban, incluyendo la argolla del cuello, se rompieron en mil pedazos, desintegrándose. El cuerpo de Milo, repentinamente libre, cayó al suelo, pero se levantó enseguida y se puso en posición de combate.
-Ahora estamos en igualdad de condiciones. Luchemos. -desafió a Aldebarán. Las cadenas habían dejado marcas rojas en el cuello y los brazos, jadeaba y estaba medio desnudo, pero no le importaba. Su cosmos ardía de rabia.
Su "enemigo" había retrocedido varios pasos, sorprendido por la fuerza de la explosión de Milo. También adoptó posición de combate en un principio, decidido a aceptar el desafío, pero finalmente se relajó y le miró con simpatía.
-¿De veras quieres luchar? Eso no entraba en la prueba.
-¡Tú hiciste que entrase, intentando forzarme!
-Está bien, lo siento. Tal vez no debí hacerlo, pero la tentación fue irresistible...-dijo Aldebarán sonriendo.
-No te rías, esto no tiene ninguna gracia -rugió Milo- Ahora tengo que seguir con la prueba, pero no creas que esto quedará así.
-¿Eso es una amenaza? -le gritó el Caballero de Tauro mientras se alejaba.
Milo no respondió. Estaba furioso, este jueguecito ya no le hacía ninguna gracia. Entonces algo impactó contra su cabeza. "¿Me está atacando otra vez?" Se dio la vuelta, pero vio que sólo era su ropa, echa una bola y arrugada. Se le había olvidado. Se vistió rápidamente y salió de allí planeando posibles venganzas contra Aldebarán, cada una más cruel que la anterior.
