LAS DOCE CASAS DE LA TENTACION

Casa de Piscis

Milo subía las últimas escaleras que conducían a la casa de Piscis con una mezcla de alegría y temor. Alegría porque era la última Casa que le quedaba para estar con Camus por fin, y temor porque le iba a ser muy difícil evitar a Afrodita.

Sus temores se confirmaron en seguida. El Caballero de Piscis estaba en el jardín, agachado y cuidando de sus rosas, tan hermosas como letales. Igual que él, que estaba tan bello como siempre. Su largo y sedoso cabello brillaba al sol y la ropa negra que llevaba realzaba su esbelta figura. Milo se fijó mejor en la ropa...llevaba una camiseta sin mangas que le había regalado él cuando estaban juntos, y que siempre le decía que le quedaba muy bien. Afrodita era listo y seguro que no se la había puesto por casualidad.

En ese momento levantó la mirada y vio a Milo. Una cariñosa sonrisa se dibujó en su cara:

-Hola, Escorpión.

Afrodita siempre le llamaba así, nunca por su nombre. Se incorporó y le saludó con un beso en la mejilla, saludo que siempre ponía a Camus de los nervios.

-Hola, Afro -contestó Milo. El Caballero de Piscis le miró fijamente:

-Tienes mala cara -comentó- Pobrecito, ¿te han hecho sufrir mucho para llegar hasta aquí?

-Pues sí. Espero que tú no me lo pongas más difícil.

Afrodita sonrió con inocencia.

-No vamos a hacer nada que tú no quieras.

-Entonces no vamos a hacer nada.

Afrodita ignoró esta respuesta y le cogió de la mano.

-Ven.

El Caballero le llevó a una parte del jardín bastante escondida, en un lateral de la Casa. Allí Afrodita tenía una pequeña piscina. Milo se soltó:

-¿No creerás que me voy a bañar contigo, verdad?

-No me malinterpretes, Escorpión. Es sólo que estás muy tenso y un masaje en el agua te vendrá bien.

Parecía sincero...si no lo conociese bien, Milo pensaría que hablaba en serio. Pero lo conocía.

-No me fío de tí y no pienso ponerme a tiro.

Afro puso cara de pena y le miró a los ojos.

-Confía en mí, sólo quiero que te relajes un poco...hazlo por los viejos tiempos... ¿Te acuerdas? -señaló un gigantesco rosal con la mirada. Milo sonrió. Allí había sido donde lo habían hecho por primera vez. Habían terminado con espinas por todo el cuerpo pero había merecido la pena.

-¡Eh! Para... -Milo intentó detener a Afrodita, que le estaba desabrochando la camisa, pero éste no le hizo caso.

-Aquel día destrozamos mi precioso rosal... -decía con voz lastimera. Milo tuvo que reírse.

-Te enfadaste conmigo, decías que había destrozado tu mejor obra.

-Sólo me enfadé durante cinco minutos -contestó Afrodita, que continuaba desabrochándole los botones. Milo le detuvo:

-Afro, no, de verdad...

-¿Prefieres meterte vestido? -dijo Afrodita y de repente le empujó con fuerza haciéndole caer en la piscina. El agua salpicó hasta la cara del Caballero de Piscis, que reía estruendosamente. Milo emergió totalmente empapado:

-¡Te voy a matar!

Afrodita seguía riéndose y Milo, furioso, se acercó al borde de la piscina, le cogió por las piernas y tiró, haciéndolo caer, y se hundieron los dos en el agua. Milo intentaba mantener la cabeza de Afrodita debajo del agua, y el otro intentaba a su vez ahogar al Escorpión... cuando ya no podían aguantar más la respiración subieron a la superficie, escupiendo agua y riendo como locos a la vez.

Cuando se calmaron se quedaron mirándose a los ojos. Fue sólo un instante, pero intenso.

-Escorpión...sabes que nunca te olvidé -susurró Afrodita acercándose a su oído.

-Yo...yo tampoco te olvido. Sabes que eres muy especial para mí... pero...-decía Milo.

-Pero no me amas -Afrodita terminó la frase por él. Milo agachó la cabeza, no quería hacerle daño a Afrodita, y lo de que era muy especial para él era cierto. No en vano había sido su primer novio.

Pero la tristeza no era una característica de Afrodita, así que enseguida el Caballero de Piscis estaba sonriendo de nuevo y animándole a quitarse la ropa.

-No vas a presentarte delante de Camus todo mojado, a saber qué pensará. Te puedo dejar algo de ropa.

Milo levantó una ceja:

-¿Y qué crees que va a pensar si aparezco vestido con tu ropa?

Afrodita tuvo que reconocer su error... se quedó pensativo un momento, pero luego se le alegró la cara.

-Ya tengo la solución.

Salieron de la piscina y se dirigieron al interior de la Casa, con la ropa y el cabello empapados y los zapatos chapoteando... El Caballero de Piscis le llevó a su habitación.

-Vete desvistiéndote -le dijo a Milo mientras abría un cajón de su enorme armario repleto de ropa y rebuscaba en su interior. Al poco se giró y vio que Milo seguía vestido, allí parado y goteando todo el suelo- ¿A qué esperas? No te va a dar vergüenza que yo te vea desnudo a estas alturas.

-No... es sólo que...

Milo no terminó la frase, no quería decirle que no se había desvestido aún porque le estaba observando, porque estaba hermoso con el cabello mojado, agachado en esa postura tan sexy, porque ese lunar le volvía loco... Suspiró.

-Afro, dame ya lo que sea de ropa, porque tengo que irme.

-Sí, ya voy, por fin lo encontré.

Afrodita se volvió sonriente con varias prendas de ropa en la mano y se las puso sobre la cama. Milo reconoció esa ropa y se echó a reír. Una noche, hacía varios años, Afrodita se había enfadado con él y le había obligado a volver desnudo hasta la Casa de Escorpión. Cuando se reconciliaron Milo había olvidado por completo pedirle la ropa y allí estaba, Afrodita la había guardado todo ese tiempo.

-No sé si me valdrá -dijo.

-No digas tonterías, no has engordado ni un sólo gramo -contestó el otro, dándole una palmadita en el vientre completamente liso.

Afrodita tenía razón, cuando Milo se hubo puesto todo se miró al espejo y reconoció que le quedaba perfecto.

-Gracias -le dijo- Bueno...ya me marcho.

-De acuerdo -respondió Afrodita, con la tristeza reflejada en los ojos- Pero espera un momento. A partir de ahora vas a estar sólo con Camus, ¿verdad?

-Sí.

-¿Puedo...? ¿Puedo darte un último beso? Un beso de despedida.

-Bueno...está bien, pero sólo un beso.

-Sólo un beso -repitió Afrodita, acercándose a él y poniéndole una mano en el pecho para, delicadamente, empujarlo y apoyarlo contra la pared. Le miró fijamente a los ojos y después bajó la mirada hasta sus labios, acercándose lentamente a ellos, deteniéndose un momento hasta por fin atraparlos entre los suyos con fuerza. Milo cerró los ojos, dejándose embriagar por el delicioso aroma a flores que le envolvía a la vez que Afrodita le rodeaba con sus brazos.

Mientras se besaban, decenas de imágenes pasaron por la mente de Milo: él y Afro brindando en una fiesta; entrenando juntos; Afro guiñándole un ojo justo antes de cometer cualquier locura; ellos dos de nuevo en una fiesta, pero esta vez besándose; Saori riñéndoles por escaparse de sus obligaciones...

Cuando el Caballero de Piscis se separó de sus labios, Milo sonreía.

-¿De qué te ríes? -preguntó Afrodita.

-Estaba acordándome de las veces que Saori nos amenazó con expulsarnos de la orden de Caballeros, ¿cuántas serían?

-Buff... ya perdí la cuenta... Pero una vez estuvo a punto de cumplirlo, ¿te acuerdas?

Milo rió.

-Sí. Cuando nos pilló espiándoles a ella y a Seiya...

-Las Diosas también follan -se rió Afrodita- pero no debe querer que se sepa.

De repente se puso serio.

-Escorpión... -dijo- Éramos la pareja perfecta.

Milo adivinó por dónde iban a ir los tiros y quiso cortar por lo sano:

-Éramos. En pasado.

-Podemos seguir siéndolo. Vamos, Escorpión, estoy seguro de que con Camus no te lo pasas ni la mitad de bien que conmigo. Además -se acercó de nuevo y habló con su voz más seductora- no creo que ya no me desees.

-Sí que te deseo -respondió Milo, y entonces Afrodita sonrió y alzó una mano para acariciarle el rostro, pero Milo le cogió la muñeca, deteniéndole-A ti te deseo, pero a Camus lo amo.

Afrodita suspiró. Parecía resignado.

-Está bien. Entonces vete.

-Gracias -Milo se alegró de que no insistiese más, y salió de la habitación en dirección a la salida de la Casa.

Cuando ya estaba cerca de la salida volvió a oír la voz de Afrodita:

-¡Milo!

Se dio la vuelta. El Caballero de Piscis sonreía maliciosamente.

-¿Qué pasa?

-¿Creías que te iba a dejar marchar tan fácilmente? Quise hacerlo por las buenas, pero ahora tendrá que ser por las malas.

Alzó la mano derecha. Tenía una rosa amarilla entre sus dedos. Milo retrocedió un paso.

-Ya no puedes huir de mí, Escorpión.

Con un rápido movimiento de muñeca, Afrodita le lanzó la rosa. Milo estaba desprevenido y no pudo evitarla, se le clavó en el pecho produciéndole un agudo dolor. Miró al Caballero incrédulo:

-¿Intentas matarme?

Afrodita sonrió indulgente:

-No, tonto. No es una rosa blanca: es amarilla. Sólo te quedarás un par de horas inconsciente.

Milo cogió la rosa y se la sacó del pecho de un tirón, rasgándose la mano con las espinas.

-Da igual que la saques o no. Su efecto ya está circulando por tu sangre. Pronto estarás a mi merced. -dijo Afrodita.

El Escorpión se resistía a creerle y trató de alcanzar la salida, pero pronto le fallaron las piernas. Veía borroso y la risa de Afrodita se oía cada vez más lejana. Dio unos pasos tambaleándose pero pronto cayó al suelo, arrodillado e incapaz de seguir. Afrodita se acercó y le levantó en brazos. Milo intentó impedírselo, pero no sentía los brazos ni las piernas, estaba completamente entumecido.

-Déjame... -logró decir. Afrodita sonrió pero no se molestó en contestar. Milo sintió que le llevaba de nuevo hasta el dormitorio y le echaba sobre la cama. Intentó con toda la fuerza que le quedaba apartarse de él, pero no podía. Sentía el peso del Caballero de Piscis encima suyo, besándole, pero por mucho que quisiera no podía hacer nada para impedirlo.

"Camus... lo siento... estuve tan cerca..."

Lo último que sintió fue que Afrodita le quitaba la camisa y comenzaba a besarle en el pecho... en ese momento la vista se le oscureció y perdió la conciencia por completo.