Aviso: lo sabe tol mundo, pero vamos a repetirlo: los personajes son de la magnífica y, to hay q decirlo, perezosa Joanne Kathleen Rowling, que nos tiene desesperaícas por que saque el 5º libro (¡q va ya por 38 capítulos! ) Todos, menos unos que ya saldrán, entre ellos, Alyssa Auranimus.
Ya q está aclarado... bueno, este es el capítulo q al menos yo (maremoto) más he disfrutado escribiendo. Esperamos q os guste tanto como a nosotras. Y q dejéis reviews referentes al argumento... es bastante decepcionante q nos estemos currando uno más o menos decente pa q vosotrs sólo os fijéis en los amoríos... nos gustarían reviews un poco más explícitos en lo q a preguntas sobre pistas se refiere (q anda q no vamos dejando por ahí...)
Ah, otra cosa... a partir de ahora, la clasificación de géneros irá por capítulo (es q me acabo de enterar q se puede hacer.. en fin... mis conocimientos de Internet, ya veis cómo están...)
Fans de Ginny- Harry... solo podemos deciros una cosa: ehhhhhh el fic sigue, ok? No acaba aquí, asi q no nos tiréis piedras a la cabeza... todo ocurre al ritmo q debe ocurrir (quizás demasiado rápido, incluso)
11
Pesadillas de doble filo
Habían pasado varios días desde que en Hogsmeade se celebrara el concierto de Celestina Warbeck. Noviembre se presentaba bastante frío, aunque los habituales cambios bruscos climáticos no dejaban de sucederse.
Harry no podía dejar de recordar aquella despedida con Cho. En las clases se despistaba constantemente, tanto que McGonagall había tenido que llamarle la atención varias veces. Hermione y Ron no le daban mayor importancia, también ellos estaban algo estresados con los exámenes preparatorios para los TIMO. Hermione se los tomaba muy en serio, pasaba la mayor parte del tiempo en la biblioteca. Ron, que antes no daba gran importancia a sus notas, ahora estudiaba más que nunca. Harry no sabía si pensar que lo hacía para "no decepcionar a Hermione" o para desmostar ante su familia que él también podía hacer algo especial.
Por otra parte, Ginny seguía sin prestarle atención. Apenas le hablaba, y cuando lo hacía, no era con la habitual picardía que llevaba utilizando todo el curso.
Sólo había algo bueno: había quedado la tarde de ese sábado con Cho Chang. Aún le debía aquella cerveza de mantequilla que le prometió al finalizar el partido contra Ravenclaw.
Cualquier otro alumno se habría vuelto loco para conseguir un par de cervezas de mantequilla... pero Harry y los Weasley sabían muy bien dónde estarían encantados de darle las bebidas.
A media tarde de aquél sábado, se dirigió hacia el corredor donde estaba la entrada a las cocinas. No le dijo a sus amigos a dónde iba. Sabía que Hermione había dejado ya todo ese rollo de la PEDDO, pero probablemente no le hiciera gracia saberlo. Además, había quedado solo con Cho. Cuando llegó frente al tapiz del bodegón, le hizo cosquillas a la pera, que retorciéndose de risa, le dejó entrar a las cocinas del colegio.
—¿Hola? —saludó Harry, tímidamente.
Los elfos domésticos le saludaron sin el habitual entusiasmo. Sólo uno, de piel cetrina y enormes ojos verdes se levantó eufórico de la mesa en la que pelaba las patatas para la cena. Esta vez vestía pantalones cortos, camisa y corbata de niño muggle. Si era extraño verlo con las estrafalarias combinaciones que hacía antes, más extraño era verle a él, un elfo, una criatura mágica, con ropa muggle de la talla "6 años".
—¡Harry! — gritó el elfo con voz chillona— ¡Dobby se alegra mucho de verlo, señor! Hacía tiempo que Dobby quería ver a Harry... El señor no lo ha visitado últimamente...
—No es que hubiera mucho tiempo... pero ya ves, aquí estoy. Estoy encantado de verte de nuevo, Dobby— aseguró Harry—. Pero dime... ¿por qué estas caras tan serias?
—¡Oh! ¿Harry Potter no se ha enterado de la noticia? Estamos muy tristes por ellos, no sabemos que cruel persona ha podido hacerles eso...
—Dobby, ¿de qué hablas?
Una pequeña elfina vestida con el habitual blasón blanco con el escudo de Hogwarts (el uniforme de los elfos domésticos) se acercó a Harry con una bandeja llena de té y pastas, y un ejemplar de El Profeta.
—Gracias, muchas gracias, pero no quiero. Aún no tengo hambre. Aunque quizás luego me lleve un par de cosas— añadió, al ver la cara de disgusto de la elfina, que ante el último comentario sonreía.
Un separador de madera con forma de higo marcaba una página del periódico. Harry lo abrió por ahí, y comenzó a leer:
COMERCIO DE ÓRGANOS
En los últimos dos días, al menos seis fénix de Egipto, la India, China y el norte de Europa han perdido sus órganos oculares, según informan representantes del Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas. Lo que empezó siendo un rumor, debido a la notable falta de cánticos de estas aves en algunas comarcas, ha sido confirmado justo antes de finalizar esta edición, cuando un miembro de dicho departamento nos reveló la verdad.
Todos los pájaros mutilados eran libres. Ninguno ha desaparecido de las reservas que el Ministerio de Magia tiene dispuestas para ellos— explicaba el Jefe del departamento, Galileo Scamander, hijo del conocido Newt Scamander—. Por supuesto, nosotros no hemos podido evitarlo. Todas las mutilaciones se sucedieron en sólo dos días, según los expertos... Sea como sea, las investigaciones para encontrar a los culpables de tal aberración están en marcha.
Se rumorea que los responsables de la tortura animal puedan ser magos de una peligrosa secta, aunque las hipótesis más fiables apuntan al tráfico ilegal de criaturas mágicas.
Mientras, expertos en magizoología intentan sanar a las pobres aves, desprovistas de sus ojos.
—Vaya... esto es realmente... comprendo que estéis así. ¿Quién habrá sido el loco capaz de hacerle eso a unas criaturas tan puras? —preguntó Harry, afectado. Le gustaban esos pájaros. Fawkes, el fénix de Dumbledore, le había salvado de más de un aprieto...
—Eso es lo que nosotros nos preguntamos, señor— respondió apenado un elfo que preparaba una salsa al lado de Harry.
El chico volvió a leer el artículo. Cuando llegó al final, se quedó aún más pasmado de lo que estaba. Antes no lo había visto...
—No es posible... ¡Skeeter! Esto lo ha escrito... ¿Rita Skeeter? No puede ser, no insulta a nadie. Y además, Hermione le obligó a que callara por un año, pero es que lo que ha escrito no está mal... ¿se lo habrá inventado todo?
—Esa Skeeter no es buena gente, pero ahora parece haberse reformado— informó Dobby—. Y esa noticia es verdadera, Harry Potter. Nosotros lo sabemos, tenemos contacto con las criaturas del mundo mágico.
—Vaya... —Harry miró la hora en le reloj que colgaba de la pared— Oh, lo siento, Dobby, me tengo que ir.
—¿Ya se va? ¿Tan pronto? Bueno, si Harry Potter tiene algo que hacer... muchas gracias por habernos visitado, Dobby está muy feliz por ello.
—No hay de qué... Y, por cierto... ¿podrías darme un par de botellas de cerveza de mantequilla?
Antes de que pudiera terminar la frase, un elfo doméstico le puso las bebidas en las manos.
—Gracias. En fin... ya me voy. Hasta otra, Dobby.
Harry salió de las cocinas, dispuesto a encontrarse con Cho. Ella ya le esperaba en el vestíbulo. Iba guapísima, como siempre. Llevaba los labios pintados, y a Harry se le antojaron muy seductores... No era justo lo que hacía esa chica, así traía a medio colegio de cabeza...
—Por fin llegas... ya creí que me habías dejado plantada... —dijo ella como saludo.
—No haría eso... Toma, para compensar el retraso, invita la casa —dijo Harry, tendiéndole una de las botellas.
—Ah, gracias. ¿Salimos al lago? Hace fresco, pero se está a gusto ahí fuera.
Partieron hacia el lago, conversando animadamente y bebiendo las cervezas.
—Tendría que haber otro concierto como ese —comentaba Harry—. Nos lo pasamos genial, quitando el momento en que me di cuenta de que estaba comiendo una meiga frita y casi me ahogo...
—Lo mejor es que tosías al compás de la música —reía Cho, mientras imitaba a Harry atragantándose y bailaba descuidadamente esa canción.
—No te burles... Oye... ¡para! Me estás tocando ya los...
—Si no me burlo... Ummm ¿acaso quieres que te los toque? — a Cho Chang le dio un ataque de risa cuando el chico escupió la cerveza de mantequilla que tenía en la boca. Harry no pudo evitar ruborizarse tontamente, mientras le daba pequeños empujones y murmuraba qué graciosa...
De repente, apareció por detrás un chico de séptimo curso, nuevo en el equipo de quidditch de Ravenclaw. Se dirigió hacia la china.
—Cho, ¿podrías pasarme la hoja de nuevas tácticas de vuelo?
—Ahora no, Andy... mira, pasa a mi habitación, está en una caja que hay debajo de mi cama —respondió Cho, gesticulando.
—Preferiría que me las dieras tú, pero en fin... — de repente, el chico se dio cuenta de con quién estaba su amiga— ¡Cho! ¿Qué haces con Potter? ¡Es el buscador de Gryffindor, con quien perdimos, nuestro rival, ¿recuerdas?
Harry empezó a mosquearse con aquel tipo. Primero les interrumpe, luego quiere separarla de él... Y... ¿ por qué diablos tenía que saber ése cuál era la cama de Cho?
—No digas tonterías, Harry no es un rival— dio la chica, frunciendo el ceño. Eso calmó bastante a Harry—. Es un amigo. Y no me voy a ir ahora, estoy con él.
—Está bien... — el chico estaba visiblemente decepcionado— Pues me voy, ya nos veremos.
El tal Andy se marchó deprisa. Harry y Cho siguieron paseando hasta llegar a un gran árbol que había a las orillas del lago. Se sentaron a la sombra, en unas enormes raíces.
—Así que... soy un amigo. Se supone que con eso debo estar contento, ¿no?
—No digas tonterías. Tengo muchos amigos. Aunque claro, tú eres un amigo especial —dijo la chica, sonrojándose.
—¿Ah, sí?— preguntó Harry, ruborizándose él también. No creía mucho lo que decía, al fin y al cabo, apenas habían quedado un par de días.
—Sí... tú eres de los más simpáticos, y... bueno, el chico que m... sobrevivió... Sí, eso, el valiente Harry Potter...
Harry se sintió decepcionado.
—Así que es eso. Soy "el niño que sobrevivió".
—No... no quería decir... verás, en realidad iba a decir otra cosa, pero... —Chang no encontraba las palabras adecuadas. Parecía estar esforzándose por decir algo.
—Da igual, no te disculpes, estoy acostumbrado a ser sólo "el valiente Harry Potter" —replicó Harry, bajando la vista.
—No, no era eso, de verdad... Oye, esto no es fácil... No pretendía ofenderte, justo lo contrario...
—Sí, ahora intenta arreglarlo.
—¡Va en serio! Aunque no lo creas, para mí no eres un simple amigo.
—Claro, soy el amigo famoso qu... —Harry iba a continuar la frase, pero algo lo detuvo. Fue lo que menos esperaba en aquél momento. Cho cogió su cara entre las manos, y sin darle opción, empezó a besarle. Lentamente. Muy lentamente. Una sensación de calor e ingravidez comenzó a recorrer su cuerpo. Harry se quedó de piedra. No sabía cómo reaccionar... era su primer beso. Nunca había hablado de algo así con nadie, y aunque realmente había estado esperando ese momento algún tiempo, ahora no sabía qué hacer... Intentó responder el beso. No sabía, pero pensó que imitar los movimientos de la chica no era mala idea. Pronto descubrió que así era mucho más placentero... El beso se tornaba más rápido, y ella le pasó un brazo por el cuello, acariciándole la nuca. Harry se sentía en las nubes... ella desde luego sabía lo que hacía. Seguro que habría tenido muchos novios, como Cedr...
Instintivamente, se separó de la chica. Un ataque de rabia se apoderó de Harry. Ella nunca se había fijado en él mientras Cedric vivía. Es más, le había ignorado. Y ahora que Cedric no estaba, Cho acudía a él.
—Lo siento, yo... no debí... sin preguntarte...
—No es eso —dijo Harry, serio.
—¿Entonces por qué...? Oh, no te ha gustado... —la chica bajó la cabeza, decepcionada.
—Tampoco es eso.
—Y... ¿se puede saber qué es? —preguntó la chica, con una expresión que pasaba por la vergüenza, el desconcierto y el mosqueo.
—¿Qué es? Te diré qué es: Cedric Diggory.
—¿Qué tiene él que ver en todo esto?
—Cuando estabas con él ni me dirigías la palabra. Yo no era nadie. Te pedí que fueras mi pareja para el baile de Navidad, y te negaste porque ibas con él... hasta ahí lo comprendo... Pero cuando él murió no me dijiste nada, ni unas palabras para intentar quitarme el peso de encima, ni siquiera preguntaste por cómo estaba yo. Comprendo que me culparas de su muerte, yo mismo me culpo de ella, pero...
—Tú no tienes la culpa.
—... eso me hace ver por lo que realmente me tienes: por un segundo plato, sólo para divertirte, es eso, ¿no? Tú puedes conseguir a quien quieras, seguro que primero utilizaste a Cedric, ahora te has antojado de mí, pues ¡hala! Vamos a besar al tonto de Potter, que seguro se deja... porque como estuvo todo el curso pasado colgado de ti, no habrá problema, será fácil conseguirlo, un buen entretenimiento... —Harry ni siquiera pensaba lo que decía. Inexplicablemente, se había enfurecido hasta soltar un promedio de estupideces del noventa y nueve por ciento. En realidad, todas esas barbaridades eran los temores que Harry no había conseguido sacarse de la cabeza.
Cho se había quedado estupefacta.
—Eres un imbécil —le soltó levantándose, mientras sus ojos empezaban a humedecerse por las lágrimas—. Nada de lo que has dicho es cierto. No tienes ni idea... y lo peor es que hablas sin saber.
Rápidamente se dio la vuelta y echó a correr hacia el castillo. Harry la imitó y la detuvo, agarrándola del brazo. Ahora empezaba a darse cuenta de lo que había hecho... no es que no siguiera pensando algo de lo que había dicho, pero nunca se creyó capaz de hacer eso... de dañar así a una persona.
La chica se revolvió, violenta.
—Perdona... lo siento, no quería...
—¡Déjame!— chilló ella, sollozando.
—No, escúchame, yo no quería... realmente no pensaba eso... No sé qué me pasó...
—¡Mientes! —gritó ella, volviéndose hacia Harry- ¡Sí que lo pensabas! ¡Todo el mundo lo piensa! Estoy harta, ¿sabes? Todos piensan que por mi forma de hablar y actuar soy una especie de... de... puta o algo así. ¿Qué te crees, que no tengo sentimientos? Yo no soy así, no voy persiguiendo a la gente, ni besando a cualquiera... Si supieras lo que tengo que oír cada día... hay cada uno que me propone... sobre todo un par de Slytherin, no me dejan en paz... sólo por mi físico ¡y tengo que aguantarlo! Y ahora tú... siempre pensé que tú, entre todos los chicos... pero ya veo que me equivocaba.
—No, oye, siento mucho... no quería decir eso, de verdad...
—¡Seguro! Sigues pensándolo, al igual que todos... sólo cuando creían que estaban con Cedric me trataban con más respeto. Mis amigos siempre lo han hecho, incluso se han metido en duelos por defenderme, pero otros... y durante aquellos meses, nadie me dijo nada. Y ¿sabes qué es lo más gracioso? Que nunca fui novia de Ced. Eso fue lo que más me atormentó cuando él murió. Ni siquiera le di una oportunidad, ni una sola. Y ¿sabes por qué? Porque me gustaba otro— miró hacia el suelo, intentando ocultar su llanto lleno de rabia. Levantó de nuevo la vista—. Me gustabas tú.
Harry se quedó impresionado. ¿Él? ¿Tanto tiempo suspirando por ella, cuando podría haber estado a su lado?
—Cuando me pediste ser tu pareja del baile me arrepentí de haber aceptado ir con Cedric... Y ahora me entero de que yo te gustaba... Y me alegro de no haberlo sabido antes, porque haber salido contigo habría sido el mayor error de mi vida. No sabes cómo me arrepiento de haberme enamorado de ti —y diciendo esto, corrió hacia el castillo, intentando reprimir su llanto.
Fue como si acabaran de clavarle una estaca en el corazón. Harry intentó detenerla, pero vio que era inútil. ¿Cómo podía haberle hecho eso? Él no la veía así... no la tomaba por una cualquiera, aunque... se había equivocado con lo de Cedric. Había metido la pata hasta el fondo, y no encontraba la manera de sacarla. Cabizbajo y triste, regresó al castillo, pensando en cómo enmendar el tremendo error que había cometido.
Harry no se había sentido peor nunca. Cho le había gustado... no estaba seguro de seguir sintiendo lo mismo, pero desde luego, la consideraba una amiga, y haberle hecho daño era más de lo que él podía soportar. Pasaba las clases especulando cómo pedirle disculpas y arreglarlo.
Estaban en clase de Pociones, y ni siquiera las intensas miradas de odio que Snape le lanzaba le hacían el habitual efecto. Estaban elaborando una poción agudizadora de los sentidos, y al profesor no parecía gustarle que la de Ron y Harry estuviera saliendo tan bien (más por la labor del pelirrojo que por la de Potter).
—Muy bien... el libro está equivocado... veo que nadie se ha dado cuenta —comentó Snape, mirando triunfante a Hermione—. No se necesita un huevo de runespoor, sino diez gramos de cáscara de un huevo de Iniang.
—¿Un huevo de qué?— preguntó Harry, confuso.
—Iniang. Es una serpiente cuyo mordisco proporciona la inmortalidad al atacado... — explicó Hermione, que compartía su caldero con Dean Thomas— pero son casi imposibles de encontrar, y en la lista de materiales no estaban esos huevos...
—Señorita Granger, agradezco su explicación al inepto de Potter, pero aquí el profesor soy yo. Dos puntos menos para Gryffindor —regañó Snape, ante la mirada triunfante de algunos Slytherins— Por supuesto que en la lista no están esos huevos. No los venden sueltos, de ser así cualquiera podría ser inmortal... hay expertos que recogen las cáscaras de huevos de estas serpientes y las venden, a precios exorbitantes, claro está.
Snape se dirigió a su escritorio, y sacó de un cajón unas bolsitas, que fue repartiendo entre los alumnos.
—El motivo de añadir este ingrediente a la poción, es que en la cáscara de huevo queda, aunque reseca, la sustancia de una cría de iniang. Y como muchos de vosotros sabréis, la picadura de esta bellísima serpiente revitaliza cuerpo y mente.
—Anda, como el Red-Bull— susurró Dean, provocando las risas de Hermione y Harry.
—¿El qué?— preguntó Ron, que no entendía nada.
—No sé cómo tengo que decir que no quiero comentarios estúpidos en mi clase. Cinco puntos menos para Gryffindor. Bien, antes de agregar la cáscara de huevo, quiero que os pongáis todos las mascarillas que cuelgan de vuestros calderos. Es una poción para agudizar los sentidos, así que no sólo se puede absorber por vía oral, sino también por la nasal, y la cutánea... Por vuestro bien, procurad no tener ningún contacto con la poción.
Hicieron lo que les pedía, y añadieron el nuevo ingrediente a la poción, a regañadientes. Pero lo que Snape no advirtió fue que el brebaje podía saltarles... y Harry, que estaba en otro mundo, acercó demasiado la mano, y una llamarada de líquido verde le cubrió todos los dedos. Intentó quitársela con un trapo, pero se absorbió antes de que le diera tiempo a hacer nada.
—Harry... ¿qué haces? No irás a decirle nada... podría quitarnos más puntos... —observó Ron, realmente más preocupado por su amigo que por su casa.
—¿Estás de guasa? Si está mal hecha, tendré que ir a la enfermería... pero si no, imagínate... la de cosas que podría averiguar bajo el efecto de esta poción —contestó Harry, contento por primera vez en varios días.
—Deberías ir ahora mismo a la enfermería y que la señora Pomfrey te dé algo que anule los efectos —razonó Hermione.
—Ni hablar.
La clase se terminó, y afortunadamente Snape no se dio cuenta del incidente.
Fue a la siguiente hora, durante el recreo, cuando Harry empezó a sentirse mareado. La cabeza le daba vueltas, y un torbellino de voces le revoloteaba en los oídos. La piel le ardía, y unas náuseas intensas hacían que tuviera arcadas, a la vez que la visión se le nublaba cada vez más.
—Harry, tienes que ir a la enfermería— decía Hermione, una y otra vez.
De repente, el malestar cesó. No tendría que perder la clase de Herbología, como le instaba Ron entusiasmado. Pero había un problema... veía borroso. Bastante borroso. Tanto que se hubiera chocado con un árbol de camino a los invernaderos, si no fuera por Ron y Hermione, que le desviaron de su trayectoria.
Se quitó las gafas para frotarse los ojos. Cuando los abrió, se quedó mudo de la impresión. Veía perfectamente. No necesitaba gafas. Es más, veía a la perfección todos los árboles de las montañas de alrededor, incluso distinguió una pequeña serpiente en la espesura del bosque... era maravilloso, poder ver por todos los lados, sin tener que mirar en una determinada dirección para no ver borroso. Guardó las gafas en el bolsillo, y se puso a dar brincos de alegría.
—Harry... ¿Harry? Harry, ¡¿se puede saber qué estás haciendo? —gritó Hermione para que el moreno le prestara atención.
—¡Veo bien, Hermione! ¡No me hacen falta gafas, esta poción es una maravilla!
Hermione corrió lejos de Harry, y alzando una mano preguntó:
—¿Cuántos dedos hay?
—Tres. Y tienes un cortecito en el dedo corazón, cerca del anillo.
Ron silbó, y Hermione regresó con la boca abierta.
—Tienes que ir a que la inviertan, si te acostumbras a ella, te va a ser difícil volver a tu estado anterior.
—Vamos Hermione... Snape dijo que sólo duraba veinticuatro horas, ¡deja a Harry que disfrute un poco! —opinó Ron, contento por su amigo.
Llegaron hasta el invernadero. La profesora Sprout parecía contenta.
—Muchachos, hoy empezaremos a estudiar las plantas carnívoras. Deberíamos haberlas estudiado antes, pero el Invernadero 3 ha estado cerrado las últimas semanas, ya que las plantas estaban en un estado de eufórica violencia, que... podría perjudicar a más de un irresponsable que se acercara a ellas.
Un murmullo de excitación recorrió la estancia. Las plantas carnívoras eran lo único peligroso y excitante que podía tener una clase de Herbología, aunque Justin Finch-Fletchley y Neville pensaran lo contrario. Ellos se preocupaban más por las potentes propiedades regenerativas de las plantas que había alrededor de las carnívoras.
Cogieron sus mochilas, y cambiaron de invernadero. Aquél era más grande, y tenía jaulas de metra quilato (o eso pensó Harry) en las que se encerraban las plantas que, a juzgar por sus enormes colmillos, parecían más peligrosas. Aunque a decir verdad, ninguna se quedaba atrás. El aspecto de ese invernadero era realmente salvaje (una auténtica selva) y del techo de cristal colgaban lianas y plantas de colmillos largos y estrechos. Ron le señaló una fina y larga serpiente que se arrastraba por una liana. La profesora, consciente de la mirada asustada de los dos jóvenes, les explicó que las serpientes estaban ahí porque las plantas debían sentirse en su hábitat.
Sprout les condujo hacia un rincón en el que había unas enormes plantas de forma redonda, con hojas afiladas que la rodeaban.
—Estas son las plantas que estudiaremos hoy. Son las bulbotícoras, unos peligrosos bulbos que para defenderse lanzan a distancia esas hojas que la recubren. Aunque a simple vista parezcan hojas normales, están tremendamente afiladas y podrían rebanaros incluso el cuello si hacia allí decidieran dirigirse. Eso sin contar el potente veneno que segregan dichas hojas.
Harry se llevó instintivamente la mano al cuello. No fue el único que lo hizo.
—No os acerquéis mucho. Realmente, si se distingue a tiempo, no es una planta excesivamente peligrosa—proseguía la profesora con gesto tranquilizador—. El problema está en reconocerla, ya que para apresar a sus víctimas, se camufla entre el resto de la vegetación. Así, pasa desapercibida para el transeúnte, que, al acercarse, sufre el ataque de las hojas cortantes. Cuando desangrada y envenenada, la víctima ha perdido la vida, la planta se estira y abriendo la boca (que es ese pequeño orificio con flores que tiene en la parte superior), se la zampa de un bocado. En el interior de la planta, la presa es masticada y digerida. Supongo que no hace falta decir que su veneno no le hace efecto, es capaz de asimilarlo.
—Pues menos mal que no era peligrosa— susurró Susan Bones, una chica de Hufflepuff, tragando saliva ruidosamente.
—Tranquilícese, señorita Bones, ahora verá como es fácil mantenerla a raya. Como dije, el problema está en reconocerla. Cuando terminemos la lección práctica, os dictaré unos apuntes sobre cómo hacerlo.
Sin más dilación, atrajo a los alumnos hacia el vegetal.
—Sólo lanzadle un hechizo para provocar fuego, y la planta se resecará. Estará así un buen rato, hasta que sea capaz de recuperarse. Pueden tardar horas. Apartaos un poco. Fijaos bien... —la profesora se remangó la túnica, y empuñando la varita susurró— ¡Incendio!
Harry se acercó para ver cómo se quemaba, ante la exasperación de Hermione, que lo retenía por la túnica. La planta se resecó. Harry oyó un silbido, y antes de que se dieran cuenta, varias hojas salieron disparadas cortando el aire. Se lanzó hacia atrás, lo más lejos que pudo, cayendo encogido lejos de sus compañeros, que miraban la escena asustados.
—¡POTTER! ¡Dije que no se acercaran! —gritó la profesora, furiosa— ¡Cinco puntos menos para Gryffindor! No sé cómo se libró de los dardos, pero desde luego fue un auténtico milagro. ¡Esas hojas podrían haberte rebanado el pescuezo! ¿Es que no le tienes aprecio a tu vida?
Harry creía que le iban a estallar los tímpanos. Los gritos de la profesora le llegaban como si lo hicieran a través de uno de los altavoces del concierto. No acertaba a contestar con ese dolor.
—Yo... profesora, lo siento... sólo quería...
—No hay excusas, Potter— se dirigió hacia el resto de la clase—. Ya habéis visto cómo se vence a una bulbotícora. Ahora, tomaremos unos apuntes.
Harry seguía en el suelo. A decir verdad, no había prestado atención a lo que decía la profesora. Su mirada estaba fija unos metros detrás de ella, al fondo del invernadero. Una enorme planta carnívora reposaba ajena a todo... y a sus pies, unas manchas de sangre dejaban un rastro en el suelo.
—Potter, ¿no piensas levantarte del suelo?— preguntó Sprout, irritada— Vaya, encima has perdido las gafas...
—No... —murmuró Harry, levantándose— No las he perdido, están... están aquí —añadió, palpándose el bolsillo.
—Bien, entonces empecemos.
Harry seguía sin prestar atención mientras la profesora dictaba. Hermione se dio cuenta de ello cuando el chico le preguntó por enésima vez las últimas palabras que a profesora iba dictando. Le señaló el lugar donde la sangre manchaba el suelo.
—Harry, no veo nada... — susurró Hermione, arrimándose a Harry para estar más cerca de dónde él señalaba.
—Tú no, pero yo sí— aseguró Harry. No sabía si tenía algo que ver con la poción, pero ese olor a colonia tan suave y fresco que despedía Hermione le embriagaba sobremanera. Estaba consiguiendo atontarle.
—¡POTTER Y GRANGER! —bramó la profesora. Esta vez Harry, inexplicablemente, había conseguido regular la intensidad del grito— ¡Ya está bien, lleváis todo el rato hablando! ¿Puede saberse qué os pasa?
Harry no sabía si inventarse una excusa o contar la razón de su inquietud. Se decantó por la segunda opción. La profesora se dirigió hacia el lugar que el chico señalaba con el dedo, más preocupada por si su alumno le estuviera tomando el pelo que por si lo que dijera fuese verdad.
Sprout se estremeció al ver la sangre seca, al igual que los curiosos que se acercaron. Parecía preocupada.
—¿Alguien... se ha... acercado... a esta... planta? —preguntó muy despacio, temiendo la negativa de sus alumnos.
Su expresión cambió por completo al ver un pedazo de túnica y piel que colgaba de uno de los muchos colmillos de la planta. Ahogó un grito. Murmuró Petrificus totalus, y se acercó a ella, para sacar los pedazos de piel.
—No puede ser... este invernadero ha estado cerrado... —susurraba la profesora, respirando agitadamente. Se dirigió a sus alumnos— Emm... la clase ha terminado. Voy a informar al profesor Dumbledore de esto.
—¿Tan grave es? —preguntó Finch-Fletchley haciéndose el inocente.
—Eh... no, no, claro que no... probablemente Filch se despistó mientras la cuidaba y... pero ya sabéis lo orgulloso que es, nunca admite sus errores respecto a la magia... seguro que por eso no nos informó— excusaba nerviosa Sprout al mismo tiempo que empujaba a sus alumnos hacia la salida del invernadero—. Id a vuestras respectivas salas comunes. Rápido.
Y sin mediar más palabras, cerró mágicamente el invernadero y corrió hacia el castillo.
—¿Qué bicho le ha picado a esta? —preguntó Ron, mientras regresaban a la Torre Gryffindor.
—Ese trozo de túnica no era del conserje— aseguró Harry nervioso.
—¿De quién sino? Estáis paranoicos últimamente...
—Filch no viste de negro. Al menos yo nunca lo he visto con túnica negra.
—¿Esa manga era negra?— preguntó Hermione, que no la había visto. La profesora la había ocultado antes de que nadie pudiera darse cuenta.
—Sí. Negra y manchada de sangre, al igual que el suelo.
—Lo mismo Filch no la había lavado en días y estaba comía de mierda y por eso se veía negra... —dijo Ron, soltando una carcajada.
—Sí, o podría ser que no fuera Filch el que entró ahí— sugirió Harry.
—O que Filch en sus ratos libres use túnicas negras— susurró Hermione, con la mirada asustada.
—No digas tonterías... ese tío es demasiado inútil para ser un mortífago. Sólo le serviría para vigilar... —Ron enmudeció de golpe.
—... alumnos— terminó Hermione.
Caminaban silenciosamente por los pasillos hacia la Sala Común. Fred y George les salieron al paso. Por algún motivo, querían hablar con Harry. El chico accedió, suponiendo que iban a contarle algo de la tienda de artículos de bromas, y se dejó llevar a un aula vacía.
—Mira, ya te estás pasando— empezó Fred con tono serio. Más serio que nunca.
—¿Por qué?— preguntó confuso Harry.
—Con Ginny— respondió George—. Hace tiempos te pillamos haciéndole... a saber lo que le estabas haciendo. Después, un día que pasamos por vuestro cuarto, te ve abrazado a Hermione; luego se queda esperando que tú la invites al concierto de Celestina Warbeck, y no sólo no la invitas, sino que además vas con Cho Chang, una de las más guapas de Hogwarts.
—Fue una apuesta—dijo Harry por lo bajo—. Además, Cho me propuso que fuera con ella, y Ginny no. Que por cierto, no parecía aburrirse con sus amigos mayores...
—Eso no viene a cuento ahora—replicó Fred.
—Tampoco tú el otro día parecías aburrirte con Chang...
—¿De qué hablas?
—No te hagas el tonto, Harry. Vimos cómo os besabais.
Harry no sabía qué responder.
—¿Me espiasteis?
—Sí, hombre, como si no tuviésemos nada mejor que hacer —contestó George —. Íbamos a volar un rato en escoba, y menos mal que Ginny prefirió quedarse en el castillo...
Harry no sabía si darse por aludido o enfurecerse.
—Oye... no dejéis a vuestra hermana por los suelos, porque cada día que pasa está mejor —se defendió Harry—. No es la misma chica tímida de antes.
—Es que ella nunca ha sido tímida, Harry. Sólo contigo— contestó Fred, irritado—. Y tú no te das cuenta del daño que le haces.
—No es mi intención dañarla.
—¿Sí? Pues, ¿sabes? A veces es mejor fijarse en las personas de alrededor para no dañarlas.
—Si es que no sé qué mal le estoy haciendo... —confesó Harry, confuso.
—Por última vez, Harry — advirtió George, alzándole por el cuello de la túnica—. Si quieres algo con mi hermana, la dejas que se haga ilusiones. Si no, déjala en paz.
—Espera, espera un momento —protestó Harry, zafándose de la mano que lo izaba en alto—. ¿Dejarla que se haga ilusiones? ¿Acaso ella... sigue... es decir, que yo... le... le sigo gustando?
—Nosotros no hemos dicho eso. Pero por si acaso, más te vale tratarla con el respeto que se merece— le aconsejó Fred, mientras él y su hermano salían por la puerta, dejando Harry en un mar de dudas.
Regresó confuso a la Sala Común. Ron y Hermione estaban discutiendo. Algún día se quedaría sin amigos: acabarían matándose a maldiciones.
— ...que le quites puntos a otros, vale, pero que me los quites a mí...! —reprochaba Ron.
—Oye, soy prefecta, no puedo permitir que andes por ahí arrojándole bengalas a la gente.
—¡Era sólo una broma! Esa bengala no era explosiva, Bulstrode no se morirá por ella... Además, es una Slytherin, ¿qué más daría?
—Que sea una Slytherin no quita que la tuya fuera una falta grave. ¿Qué querías que hiciera? Me habría acusado de imparcialidad ante Snape, imagínate lo que supondría eso —razonó Hermione—. Además, por cinco puntos no vamos a perder ni la Copa de las Casas ni tu orgullo.
—No son los puntos, es el gesto— siguió Ron, testarudo.
—Eh... chicos... — Ron y Hermione seguían discutiendo. Mientras, Harry se quitaba su túnica y la colgaba en el respaldo de una silla. Volvía a hacer calor.— ¡Eh! ¡QUE ESTOY AQUÍ!
—¿Qué? Ah, ya has llegado. ¿Qué querían mis hermanos?
—Eh... nada. Era sólo sobre... sobre los entrenamientos de quidditch —inventó Harry.
—Ah. ¿Qué tal si hacemos la tarea ahora y así cuando lleguen los demás podemos irnos, o jugar con ellos?
—¿Qué tal si aprovechamos el rato y jugamos una partida de Snap Explosivo?
—Me atrae más esa idea— opinó Harry.
—Como queráis— dijo Hermione sacando los libros de la cartera y extendiéndolos sobre la mesa para estudiar.
Harry y Ron tuvieron que dejar la partida a medias y jugar al ajedrez porque cada vez que al primero le explotaba una carta delante, pensaba que le iban a reventar los tímpanos a pedazos.
Cuando llegaron el resto de alumnos, decidieron empezar con Adivinación. Había mucho ruido, pero en los últimos minutos Harry había aprendido a controlar lo que quería oír. Al fin y al cabo, no ha sido tan mala idea jugar al Snap pensó Harry. Era como si lo rodeara una burbuja de aislamiento sonoro. Sólo escuchaba de vez en cuando algún comentario sobre los resultados de la liga de quidditch.
Pero como no podía ser todo fácil, ahí estaba Ron, comportándose como un crío. Ciertamente, a Harry le encantaba que su amigo fuera así, y le divertía la situación. Lo que no le hacía tanta gracia era que Ron le vaciara la mochila, esparramando plumas y tinteros por la mesa. En uno de esos ataques de euforia infantil de Ron, una pluma salió despedida.
—Ahora la coges, por tirarla.
—No, cógela tú— renegó el pelirrojo—. Tú podrás localizarla más fácilmente con la poción. A ver cuánto tardas.
Había dado en el clavo. No era que a Harry le gustara presumir de ello, pero se sentía cómodo con esos efectos sobre sus sentidos. Le gustaba probarse a sí mismo.
—Está bien...
Harry sabía dónde se encontraba la pluma, la había oído caer. Estaba debajo de un armario que había ahí cerca, el caso era que no le apetecía agacharse... pero no había más remedio.
De pronto, mientras escudriñaba los bajos del armario en busca de lo que el gracioso de Ron había extraviado, llegó a sus oídos una conversación...
—Que siga así, que siga así... que no encuentre lo que busca...
—¿Murmurabas algo, Ginny?— esa era Hermione. La frase parecía lanzada con ironía, como si la hubiera oído.
Se hizo un silencio.
—Uff... no me extraña que mires de esa manera tan fija...
—Sí, ¿verdad? Los glúteos más firmes de todo Gryffindor... —se derretía Ginny.
—De Hogwarts.
—Del mundo entero.
Harry se quedó atónito. ¿Estaban hablando de él? Echó una mirada furtiva con el rabillo del ojo. ¡Sí, era a Harry a quien miraban! No podía creérselo... Sus dos amigas estaban comentando "eso" de él... pensó en corregir su postura, pero se dio cuenta de que con el desconcierto, aún no había encontrado la pluma. Siguió en esa posición. En parte quería seguir escuchando la conversación...
—Yo lo vi primero —cortó Hermione.
—No, lo vi yo. Estación King's Cross, hace cinco años. Mi madre lo ayudó a entrar en el Andén Nueve y Tres Cuartos. Estaba con esa carita inocente que...
—Qué bien te acuerdas... — dijo Hermione pícaramente.
—Ja, qué graciosa... Fijo en mi memoria las cosas que merecen la pena (como este momento... o esa perspectiva, mejor dicho), no sólo lo que hay en los libros —contraatacó la pelirroja. Hermione lanzó un pequeño gruñido.
—Da igual, se hizo amigo mío primero. Así que yo se lo vi de cerca antes.
—Y yo se lo tocaré antes.
—¿Vas en serio? ¿Al final te has decidido a intentarlo de nuevo?
—¿Tú que crees?
—Creí que ya habías desistido...
—Lo hice por un tiempo. Pero qué narices... ¿soy, o no soy una Weasley? Ahora que por fin lo tengo cerca no voy a dejar que se me escape.
—¡Bien dicho! Las chicas al poder... habrá que tomar la iniciativa...
—Y tú deberías tomar ejemplo...
—¿A qué te refieres?— saltó Hermione.
—Oh, vamos, se te nota a tres mil leguas... —aunque Ginny hablaba en serio, no podía evitar soltar una broma— Puedes ocultar tu amor por mí, "cielito", pero no por mi hermano...
—Sí, yo también te q... —Hermione acababa de caer en la cuenta de lo que había dicho su amiga— ¡Vete a freír mandrágoras!
Ginny se partía de risa. Harry se dio cuenta de que aún seguía agachado. Debía parecer estúpido. De hecho, Ron ya estaba preguntándole desde lejos si se había partido la espalda o algo. Se enderezó, con la pluma en una mano, y procurando andar pegado a la pared. ¿Cuántas veces se habrían fijado ya en...?
Siguió haciendo la tarea, pero no era sólo rubor lo que cruzaba por su mente. Una sensación de tranquilidad, o bienestar le invadía. Y no podía explicarse por qué, teniendo en cuenta que lo que había escuchado. Sólo sabía que, extrañamente, no le desagradaba del todo tener a dos chicas detrás de él... o detrás de una de parte de él. Precisamente esas dos chicas...
La tarde pasó entre pergaminos, libros y los recuerdos de lo ocurrido. Pasadas las doce de la noche, seguía estudiando. La Sala Común ya estaba casi vacía. Ron y Hermione se habían ido a dormir, al igual que sus compañeros de habitación y los gemelos, y Ginny estaba cumpliendo un castigo de Snape.
Realmente a Harry no le hacía ninguna gracia quedarse allí, estudiando el "don de la ubicuidad" para un examen de Historia de la Magia. ¿A él qué le importaba que Juana de Arco hubiese sido realmente una bruja y hubiera creado ese don? ¿No podía haberle aumentado también la memoria con la poción? Pero claro, como dijo Hermione... si hubiera aprovechado el tiempo antes, no tendría que estar en esos momentos estudiando tirado en un sofá, en lugar de dormir plácidamente en su cama.
No quedaba ya nadie en la Sala, y a Harry las llamas de la chimenea comenzaron a antojársele mareantes... Casi sin darse cuenta, se acurrucó en el sofá. La oscuridad empezó a envolverlo lentamente, y antes de que pudiera hacer nada para evitarlo, Morfeo le robó la consciencia.
Un pasillo oscuro se abría ante su vista. Parecía la entrada a una cueva. Comenzó a andar agachado hacia una cavernosa abertura, pegándose a las paredes, sin saber porqué. Sólo respondía a las órdenes de sus músculos. El corazón le dio un vuelco cuando los ruidos de unas pisadas sonaron a sus espaldas. Respiró profundamente al ver de quién se trataba. De su boca comenzaron a salir palabras. Él no podía controlarlas, era como si estuviera en el cuerpo de otro... Respiró profundo al ver de quién se trataba.
—Buckbeak... Me has asustado... no deberías estar aquí, me estás poniendo en peligro...
El hipogrifo gruñó levemente, pellizcando su túnica negra de cuero con el pico. No dejaba de tirar hacia atrás, como si quisiera llevárselo de allí.
—Buckbeak, ¿qué mosca te ha picado? No puedo irme ahora, estoy a punto de descubrir una información muy importante... —renegó, zafándose del pico de la bestia, que se giraba hacia atrás constantemente— Vuelve a salir, y vete lejos, espérame un kilómetro hacia el norte, ¿vale? Cerca del acantilado. Te prometo que pronto volveremos a... casa.
El hipogrifo le lanzó una mirada evaluadora y temerosa. Viendo que por más que tirase de él, no iba a ceder en sus propósitos, salió de la gruta.
Él siguió andando sigilosamente. De nuevo unas pisadas sonaron a sus espaldas. Se volvió, pensando que sería Buckbeak...
—Vaya, vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí? —un enmascarado alto y vestido de negro le apuntaba con la varita. Un mechón de pelo rubio platino asomaba tras la máscara y la capucha.— El Señor Tenebroso se alegrará mucho de saber que he capturado a un espía —añadió, soltando una carcajada.
Intentó desarmarle, pero el mortífago fue más rápido. A los pocos segundos ya tenía las dos varitas en la mano, y las patadas que él le propinaba de poco sirvieron contra la magia negra del encapuchado, que no tardó en reducirle.
De pronto, la imagen cambió. Ahora veía una gran sala excavada en una gruta. El techo y las paredes estaban cubiertos de plantas húmedas, y varias serpientes reposaban a los pies de un hombre alto vestido con una lujosa túnica negra y plateada. Frente a él, Sirius Black, amordazado y atado con ligaduras mágicas, se retorcía de dolor en el suelo. El amplio círculo de mortífagos que los rodeaban se reían a carcajada limpia viendo cómo su señor torturaba al espía.
La escena giraba lentamente, como si su visión partiera de una cámara muggle que rondara alrededor de los dos hombres. Era muy raro. Si antes Harry creía estar en el pellejo de su padrino, ahora ni siquiera veía su propio cuerpo. Sólo la imagen que se abría ante su vista.
—Mirad quién ha venido a visitarnos... —ironizaba el hombre alto, al que la visión no dejaba ver la cara— Nuestro amigo Malfoy ha tenido la amabilidad de traernos un invitado. Gracias, mi querido mortífago.
—Ha sido un placer serviros, mi Señor —respondió temeroso el encapuchado, arrodillándose ante el brujo.
—Sin embargo, eso no excusa tu tardanza —añadió con voz aguda y afónica, levantando la varita.— ¡Crucio!
El mortífago indultado se tiró al suelo, chillando de dolor.
—¿Has aprendido la lección?
—Sí, mi Lord... —gimió el mago.
—Bien, continuemos con nuestro invitado... Tu cara me suena... es posible que... —Voldemort se inclinó ante Sirius, que se apartaba asqueado— Oh, sí... mi viejo "amigo" Black... Cuánto has cambiado, camarada. Ya hasta tienes una barba en condiciones...
Sirius Black se zafó de las ligaduras que le amordazaban.
—No me llames así, asqueroso asesino.
—Oh... ¿He de molestarme por el insulto? Mi querido Black... no soy un asesino —dijo Voldemort teatralmente—. Sólo soy un servidor de la Causa Mágica... o más bien el dirigente... —se detuvo acariciándose la barbilla de chivo, haciendo como que dudaba— Bueno, da igual. El caso es que yo no asesino... sólo libro al Mundo Mágico de la escoria muggle de este planeta.
—Aquí la única escoria que hay sois tú y tus secuaces, Voldemort —gruñó Sirius.
—Muchacho... ¿cuándo os van a enseñar educación? Esta juventud... —y levantando la varita, volvió a pronunciar la maldición de la tortura.
Sirius gritó y se revolvió en el suelo, describiendo extrañas figuras. Con las manos atadas a la espalda no podía hacer nada por defenderse.
Aquello era muy extraño, pensaba Harry. En un momento, se dio cuenta de qué sucedía... estaba soñando... Pero no comprendía... ¡ya sabía que era un sueño! Entonces ¿por qué diablos no se despertaba? Aquella pesadilla no le estaba gustando nada. Quería despertar, y quería hacerlo en ese preciso instante. Sin embargo, su subconsciente respondía a sus deseos con más pesadilla...
—Bien, ya que te tenemos aquí... ¿Serías tan amable de explicarnos el motivo de tu visita? —preguntó Voldemort, en el mismo tono sarcástico que había estado empleando todo el rato. No obtuvo respuesta.— Veo que no respondes, de lo cual deduzco que no has venido en son de paz. Me pregunto... ¿qué estarás haciendo aquí? Y me respondo... ¿Quizás nuestro querido invitado es un espía? —hizo una pausa, mientras Sirius alzaba la cabeza, arrogante— Sí, eres un espía. ¿Quién te ha enviado? Oh, espera, espera, no me lo digas... Fudge... —echó a reír estrepitosamente— Perdona... olvidé que él aún cree que eres el traidor que provocó la muerte de los Potter...
Sirius bufó, lanzándose de cabeza contra Voldemort. El brujo lo repelió con un movimiento de mano, despidiéndolo contra uno de los mortífagos, que se apartó para que chocara contra la pared cavernosa. Sirius se recompuso como pudo. Escupió al mortífago cuando se dio cuenta de quién era. Alguien tan bajo y descuidado como para no darse cuenta de que tenía la capucha bajada, dejando ver su rala cabellera, sólo podía ser una persona... Peter Pettigrew.
—No, ese necio no sería capaz de admitir que he vuelto ni aun teniéndome delante... vive muy a gusto en su urna de cristal, ¿verdad, Black? Y si no me equivoco eso os enfada mucho a un grupo de personas que... por supuesto, estarán capitaneadas por el viejo Dumbledore, imagino— Ryddle hizo una pausa, esperando una respuesta—. Black, acabarás hablando, por las buenas o por las malas. No me seas masoquista...
—Puedes torturarme, pero no obtendrás ni una palabra de mí.
—Ah... veo que vas mejorando tus dotes como espía, ¿eh? Ahora te niegas a hablar... sin embargo, te ocultas tan mal como la última vez. Me hiciste un gran favor, ¿recuerdas? Fue memorable... Black ayudando a Lord Voldemort...
—¡Yo nunca te ayudé!
—Oh, vamos, viejo colaborador, ahora no lo niegues... me fuiste de gran ayuda, lo admito. Sin no hubiera sido por ti, nunca hubiera sabido que...
—¡CÁLLATE! —bramó Sirius, intentando desatarse las manos para taparse los oídos— ¡No! ¡No hables más! ¡No te atrevas a recordármelo!
—Ah... típica actitud del arrepentido. Si no fueras metiendo siempre las narices por todas partes... —dijo Voldemort con desprecio.
—Sólo intentaba protegerla. Y lo habría logrado si no fuera por...
—... por esa estúpida arrogancia que tienes y que te inclina peligrosamente a mi lado... —terminó Voldemort— Tenías que terminar la faena, ¿eh? Tenías que quedar tú por encima... ya ves a dónde te ha traído. A mi vera, de nuevo.
—Nunca te he ayudado, y nunca te ayudaré. Sueñas si piensas que voy a serte útil en tu sucio trabajo— escupió Black.
—Te equivocas, muchacho... —siseó Voldemort con su lengua bífida, levantando la varita otra vez.— Cantarás tan alto como yo te pida. ¡Imperio! Ahora, cuéntame... ¿qué es lo que sabe el viejo sobre mi plan?
Sirius apretaba los dientes y arrugaba el ceño, intentando resistirse a la maldición. A los pocos segundos, respondió:
—Sabe... sabe... —su expresión cambió a una de auténtica burla- Sabe que eres un completo hijo de puta.
A Voldemort se le borró la sonrisa de la cara. Los mortífagos cuchicheaban, asustados de la reacción que pudiera tener su maestro.
—¿Qué... has... dicho? —silabeó Lord Voldemort.
—Ya lo has oído. ¿Acaso creías que Dumbledore me iba a enviar aquí sin ninguna protección mágica que guardara la información que conozco? A estas alturas deberías saber lo precavido que es... —susurró Sirius, triunfante.
Voldemort rugió de ira. Dio un par de vueltas por la gruta, boleando contra la pared la rústica mesa de madera que había. Luego le propinó a Malfoy un puñetazo que lo estampó contra la pared. Se giró bruscamente. Sus ojos rojos brillaban de furia. Parecía como si fueran a prenderse fuego de un momento a otro... Sin previo aviso, se lanzó contra el padrino de Harry, derrumbándolo en el suelo.
—Vas a contarme lo que sabes... y será lo último que hagas en la vida... —le susurró Voldemort al oído. Los mortífagos contenían la respiración. — Dumbledore te ha protegido contra medios mágicos... pero no contra tu propia voluntad. Ni contra esto.
Y sin que Black pudiera defenderse, Voldemort deslizó sus largos dedos por el cuello del hombre, ahogándolo. Cada vez apretaba más, instándole a hablar.
—Vamos, ¡cuenta lo que sabes!
—¡Nunca! —susurró Sirius, a punto de quedarse sin respiración. Su cara empezó a cambiar de color. Se estaba asfixiando...
En ese mismo momento, a muchos kilómetros de distancia, Harry empezó a sufrir las consecuencias de su sueño. Notó que no podía llenar los pulmones. Sintió aquellos dedos rozándole la piel, aquellas manos que apretaban con fuerza su cuello. Sentía lo que supuestamente le estaban haciendo a su padrino. Quería despertar, quería salir de esa horrorosa pesadilla. Pero no podía, y le daba la sensación de que no era un mero sueño. Ya no podía respirar, y casi no le quedaba aire en los pulmones. Quiso despertarse, y no pudo. Intentó gritar, pero tampoco lo consiguió. Una sensación de impotencia empezó a apoderarse de él. Los segundos se hacían horas para Harry. Cuando ya lo daba todo por vencido, consiguió despertarse y gritar. Pero veía todo nublado, como si aquellos no fueran sus ojos... Aún así, pudo distinguir una silueta femenina, alguien de cabello rojizo que avanzaba corriendo hacia el sofá donde él agonizaba.
¿Era...? No, no podía ser... eso significaba que ya estaba...
—¡Mamá! Mamá, ayúd...
Pero no pudo pronunciar ni una sola palabra más. El aire que quedaba en sus pulmones se extinguió con ellas.
II Parte
Se despertó. Tenía un ojo abierto, y una intensa luz lo cegaba. ¿Aquello era... el Limbo? Abrió el otro ojo, y la blanca luz penetró aún más en sus retinas.
—¡Potter! —gritó una voz— ¡Has despertado!
¿Qué había despertado? ¿No estaba ya muerto? La luz se fue de su vista, y empezó a ver normal. Aquello no era el Limbo, ni el Cielo, ni el Infierno... ¡era la enfermería! Y la mujer que le hablaba era la señora Pomfrey, que sostenía una pequeña linterna con la que presumiblemente había estado examinando los ojos de Harry.
Una figura se movió a su lado.
—¡Harry!— era Ginny, que estaba sentada en una silla al lado de la cama en la que reposaba el chico. —Creíamos que no ibas a despertar...
—¿Qué ha pasado? Quiero decir... ¿no estoy muerto? Me estaba ahogando, creí que me iba, y entonces, entonces...
—Perdiste el conocimiento. Y tu compañera Ginny, entró afortunadamente y viéndote, te socorrió— explicó la enfermera.
—¿Ginny? ¿Tú... fuiste tú? ¿No fue...?
—No, no fue ella —sonrió la chica.
La señora Pomfrey los miraba extrañada.
—Qué vergüenza... —susurró Harry— Creí.. creí que eras... Te parecías mucho a...
—No te avergüences de eso. Pensaste en la persona más importante para ti... a la que más te gustaría ver. Yo hubiera hecho lo mismo.
—Y, cómo... No es que no lo agradezca, pero... ¿cómo es que ahora estoy aquí? Quiero decir, lo último que recuerdo es que tú entraste y a partir de ahí, todo son luces blancas.
—La señorita Weasley hizo honor a la valentía que os caracteriza a los de vuestra casa— explicó Pomfrey—. Vio que perdías el conocimiento por asfixia, que no respirabas... ella sabía que el cerebro humano no aguanta más de cinco minutos sin oxígeno... y en ese tiempo no le daba tiempo a traerte a la enfermería, ni a pedir ayuda a nadie.
—Entonces ¿cómo es que ahora estoy vivo? —preguntó Harry, confuso.
Ginny le lanzó una mirada suplicante a la enfermera, que ésta ignoró.
—Weasley hizo lo único que podía hacer en ese instante para mantenerte con vida: reanimarte mediante la respiración artificial.
Ginny le dio un codazo a la señora Pomfrey. Esta la miró divertida.
—¿Qué? ¿Hizo qué? —Harry no podía dar crédito a sus oídos. Ginny le había hecho el boca a boca, y él tenía que haber estado inconsciente en ese preciso instante. Claro que, si no hubiera estado así, no habría necesitado hacerlo...
—La respiración artificial, Harry, el boca a boca... ¿Tú no vives con muggles? ¿Acaso no sabes lo que es? La verdad es que a veces esas técnicas sin magia resultan útiles... —observó Pomfrey.
—No, si... sé lo que es, claro que lo sé... Pero... ¿no hay medios mágicos para eso? No es que me disguste... —volvía a meter la pata. ¿Cuándo iba a mantener esa boquita cerrada?— Quiero decir, si me salvó la vida lo agradezco infinitamente... —más chorradas. "Sigue, Harry, que lo vas mejorando"... — pero...
La enfermera intentaba ocultar la risa.
—Potter, la magia puede mejorar el nivel de vida... pero no puede brindársela a quién está a punto de perderla.
—Ah... —se sentía como un estúpido. ¿Por qué tenía que haber preguntado eso? ¿Por qué tenía que haberse puesto tan nervioso? Bueno, era evidente, Ginny le... pero tampoco era para tanto. Al fin y al cabo, lo había hecho para salvarle la vida...
—Bien... Creo que ya os podéis ir. Pero directos a la cama, que mañana hay clases, y son... ¡las dos menos cuarto! ¡Por el caldero de Circe, es tardísimo! ¡Vamos, id a la cama! ¡Venga! Un momento... —Pomfrey cayó en la cuenta de algo— Harry, ¿cómo es que te has atragantado tú solo?
—Eh... —Harry inventó algo rápidamente— Es que estaba estudiando para un examen de la Tabla Periódica... ya sabe, de Pociones... y para aprendérmelos mejor los digo de carrerilla... —Harry tomó aire— "Hidrógeno, Litio, Sodio, Potasio, Rubidio, Cesio, Francio..." y en una de esas, la saliva se me fue para otro lado, y me atraganté... ¿no le ha ocurrido eso nunca? En realidad fue la cosa más tonta.
—Ah... ya —la enfermera se dio por satisfecha— Bueno, a vuestras habitaciones, rápido.
Harry y Ginny salieron de la enfermería. Pero no se dirigían a la Torre de Gryffindor. Su destino estaba mucho más cerca.
—Bonita excusa. ¿Cómo te atragantaste? —preguntó Ginny.
—¿Cómo sabes que es mentira?
—Porque Snape nunca mandaría a ningún alumno estudiar la Tabla Periódica muggle. Y la que tú has dicho es esa. Los magos hemos descubierto muchos más elementos químicos.
—Espero que la señora Pomfrey no se haya dado cuenta.
—¿Me vas a contar qué te pasó, o no? —insistió Ginny.
—Sí... resumo: me quedé frito estudiando, y soñé... soñé que Voldemort capturaba a mi padrino, lo torturaba para que contara algo que no sé qué es, y... y...
—¿Y qué?
—Lo ahogaba. Con las manos. Empecé a sentir lo mismo que Sirius, que me asfixiaba y me moría. Y entonces llegaste tú, y me salvaste.
Ginny se quedó estupefacta.
—¿Me estás diciendo que una pesadilla se ha hecho realidad?
—No lo sé. Eso es lo que me gustaría averiguar al menos. Qué me ha pasado, y si... si mi padrino está bien.
Siguieron andando hasta llegar frente a la gárgola de piedra que custodiaba la entrada al despacho de Dumbledore.
—¿Y ahora cómo se supone que vamos a entrar?
Harry no hizo caso. Sólo pensó en contraseñas extrañas.
—Caramelos picantes— probó.
La gárgola permanecía impasible.
—Meigas fritas... Cerveza de mantequilla...
— Harry, ¿qué haces? —preguntó Ginny extrañada.
—La contraseña que abre el despacho de Dumbledore siempre es algún dulce... vamos, ayúdame. Diablillos de pimienta.
—Vale... a ver... ¡Sangre de murciélago!.
—Eh... Corazones de fresa.
—¿Corazones de fresa? —rió Ginny— ¿Qué tipo de golosina es esa?
—No sé, me la acabo de inventar ahora...
Siguieron probando contraseñas tontas. La gárgola se mondaba de risa, ante la desesperación de los dos chicos. Era irritante verla, con su enorme y musculoso cuerpo retorciéndose, enseñando los colmillos y moviendo sus enormes alas, como hacen los perros con la cola cuando están alegres. Aunque la pinta de la gárgola era bastante más atemorizadora que la de un terrier...
—¡Bueno, YA ESTÁ BIEN!— bramó Harry, exasperado, dirigiéndose hacia la estatua de piedra, que continuaba con su carcajeo.— Necesitamos entrar ahí urgentemente, tenemos que hablar con Dumbledore de un asunto muy importante.
La gárgola se encogió de hombros como única respuesta.
Harry no sabía qué hacer. Su padrino estaba en peligro, tenía que contarle a Dumbledore su pesadilla, y aquél monstruo estúpido no era capaz de dejarlos pasar.
—Óyeme, bicho de piedra: ¡vas a dejarnos pasar, y lo vas a hacer ahora! —ordenó Ginny, con un tono tan agresivo que hasta Snape se habría asustado de ella. Miró hacia los lados, para comprobar que no había nadie cerca.— ¡La vida de Sirius Black está en peligro, y no vamos a dejar que se muera por una estúpida contraseña!
Como si Ginny hubiera pronunciado las palabras mágicas, la gárgola se apartó, dejándoles pasar. El muro que había detrás se abrió, y las escaleras de caracol se pusieron en movimiento.
—¿Cómo lo has hecho? —se extrañó Harry.
—No tengo ni idea. Mi padre siempre dice que a ciertos monstruos hay que imponerles tu voluntad, pero no pensé que fuera a surgir efecto tan rápido. ¡Se supone que el despacho del director debería estar bien protegido!
Llegaron frente a la puerta de roble que daba entrada al despacho de Dumbledore. Harry golpeó la puerta con la aldaba de bronce en forma de grifo. Le gustaba ese picaporte, pero en ese momento no tenía tiempo de fijarse mucho. La puerta se abrió sola, dejándoles paso.
Entraron a una bonita estancia circular. Harry ya había estado allí antes. Había multitud de chismes mágicos. Se fijó en el sombrero seleccionador y en la espada de Godric Gryffindor, que años anteriores le habían ayudado a salvar a Ginny...
—Harry... ¡Harry!
Se había quedado embobado mirando el despacho. Se aceleró, buscando una puerta que comunicase con la habitación de Dumbledore. Oyó unas voces de una pared cercana.
Algo le golpeó la espalda, haciéndole bastante daño.
—¡Fawkes! ¿Qué haces aquí?
El fénix revoloteó sobre sus cabezas. Señaló con la cola una estantería llena de libros.
—Fawkes, ¿qué haces? —Harry no estaba para juegos.
Ginny se acercó a la estantería, husmeándola. Sacó un libro que sobresalía.
—Enseñarnos la entrada al despacho— observó la chica.
Y como en las antiguas películas de espías, la estantería se apartó hacia un lado.
Una voz salía del interior.
—Lloraré las penas de mi coooo—ra—zón enamoraaaaaaaao. Sufriré el lamento de este co—ra—zón ilusionaaaaao. Pero no te voy a putear... no... es perdonar, vaya me he vuelto a equivocar... si es que estos muggles no saben escribir canciones divertidas...
Vestido con un camisón blanco y un gorrito de dormir del mismo color, Dumbledore cantaba y danzaba descalzo en medio de su enmoquetada y púrpura habitación, mirando hacia un aparato luminoso que había sobre un mueble.
Harry y Ginny se quedaron con la boca abierta. Nunca habían visto al director cantando a voz en grito...
El hombre se quedó quieto y con una pierna alzada cuando los descubrió en el marco de la entrada.
—Eh... oh, vaya... vaya, vaya... me habéis pillado... eh... Canta bien el muchacho, ¿verdad? —dijo Dumbledore, señalando el televisor, intentando distraerles mientras se desenredaba la larga y canosa barba del pie— Mucho mejor que yo... Hay que ver qué cosas inventan los muggles estos, ¿eh? Qué programas...
—¿Cómo es que funciona esa tele en Hogwarts? —preguntó Harry— Se supone que hay demasiada magia en el ambiente...
—Soy el director de este colegio, conozco bastante bien sus secretos... Me atrevería a decir que conozco casi tantos como tus hermanos —añadió, guiñándole un ojo a Ginny—. Aunque la verdad es que me ha llevado un tiempo averiguar cómo hacer para que funcionase sin eclectricidad...
—Electricidad—corrigió Harry.
—Eso mismo quería decir yo. Vaya... lamento que hayáis tenido que ver esta horrorosa demostración de mis dotes artísticas... Pero ¡todo es culpa de tu padre! —saltó de repente el director, señalando a Ginny, que observaba detenidamente la televisión, buscando los cables de los que el señor Weasley tanto hablaba. La chica dio un respingo.— Cómprate un tevelisor, me dijo, Tienes que ver el programa ese, Operación Triunfo, me insistió. Claro, mi maldita curiosidad le hizo caso, y mira dónde me tenéis ahora, a las tantas de la noche pegado al aparato éste, admirando con otro condenado aparato lo que no pude ver mientras trabajaba... creo que se llama fídio o algo así.
—Vídeo— corrigió de nuevo, Harry, soltando una carcajada. Nunca había visto a Dumbledore tan alocado y rabioso a la vez. Se había olvidado hasta del motivo por el que estaba allí.
—Em... y bueno... una vez excusado... No es que quiera echaros, pero ¿se puede saber qué hacen dos de mis alumnos en mi despacho personal a las... —pulsó cautelosamente un botón del mando a distancia del televisor, como si fuera a morderle, y un pequeño relojito se dibujó en una esquina de la pantalla—... qué cosas inventan estos muggles —murmuró divertido, más para sí mismo que para los chicos—... eh... a las dos horas, veintiséis minutos, y tres segundos, exactamente?
La verdad y la preocupación volvieron a caer sobre las cabezas de los dos jóvenes. Dumbledore se dirigió a su despacho, y se sentó en la gran mesa de roble, seguido de Harry y Ginny, que se sentaron en una sillas que había frente al escritorio del director. Se hacía extraño verlo así. Las anteriores veces que Harry había hablado con él en ese despacho, el hombre iba vestido con túnica y sombrero... no con un camisón y un gorrito blancos. En otra situación, habría resultado muy cómico ver al director del colegio así.
Ninguno dijo una palabra. Finalmente, Harry se decidió a hablar:
—Es que... es algo bastante raro... Ni yo mismo sé bien qué significa... — Harry no estaba seguro de que Dumbledore creyera lo que le iba a contar. Seguramente pensaría que eran desvaríos suyos.
—Harry, sabes que puedes confesarme lo que sea. Yo no soy como Fudge. Confío plenamente en tu palabra, si es lo que te preocupa. Imagino que debes de estar pasando por grandes momentos de incertidumbre, sobre todo con tu padrino ahí fuera, jugándose el pellejo.
Harry sintió una punzada de dolor. Como un remordimiento. Ginny habló por él:
—Harry ha tenido una pesadilla muy extraña sobre Sirius. Y ha estado a punto de morir como consecuencia de ella.
Dumbledore palideció. Entre el camisón, el gorrito, la barba, y la cara blanca, parecía un auténtico fantasma. Intentó ocultar su preocupación.
—¿Un sueño, dices? ¿Un sueño que se volvió contra ti?
Harry se limitó a asentir con la cabeza.
—Cuéntamelo. Con pelos y señales, Harry, no quiero que omitas ningún detalle.
Harry le narró lo sucedido durante su sueño. Dumbledore contuvo la respiración cuando Harry llegó a la parte en que atrapaban a Sirius.
—Mierda... no puede ser... —espetó Dumbledore cuando Harry terminó su relato. Lo miró a los ojos, y se dio cuenta de algo— Harry, ¿y tus gafas?
—Eh... — Harry no sabía qué contestarle. No quería contarle lo de la poción... sin embargo, como solía decir Hermione, "se pilla antes a un mentiroso que a un cojo", y no era cuestión de enfadar al director en ese momento... justo cuando necesitaba de su ayuda. Optó por contarle lo sucedido durante la clase de Pociones. La expresión de Dumbledore cambió por completo cuando terminó de hacerlo.
—Harry, podrías haber resultado dañado. ¿Y si la poción no hubiera estado bien hecha?
—¡Lo estaba! Si no, no estaría ahora viéndole a usted tan fácilmente.
Dumbledore rezongó por lo bajo. De repente, pareció darse cuenta de algo. Se levantó del asiento, dirigiéndose hacia Harry, y le dio un suave pellizco en el dorso de la mano.
—¡Ay! ¡Me has hecho daño!
—Lo que suponía —se limitó a decir el director, aparentemente más relajado.
—¿Qué suponías, que me iba a doler? —soltó Harry. Rectificó cuando se dio cuenta de con quién hablaba. —Quiero decir, claro que me ha hecho daño, me has dado un pellizco de nudillo...
—No. No te he dado ningún pellizco de nudillo Harry, casi no he tocado. Ginny, ¿me permites...? No te haré daño.
La chica extendió la mano, y el director le hizo lo mismo que a Harry. Ella ni se inmutó.
—Profesor, si apenas me ha rozado... —observó la chica extrañada.
—Exacto. Lo mismo que a Harry. Solo que él, gracias a la poción agudizadora, ha notado más el contacto que tú— explicó Dumbledore, sereno—. Igual que el sueño. Harry, mucho me temo que tu subconsciente te ha jugado una mala pasada.
—¡Y un cuerno!— Harry se alteró sin querer. ¿Cómo que su subconsciente le había jugado una mala pasada?— ¿Cómo me ahogó él, entonces?
—No creo que fuera él quien te ahogara, Harry. Creo que más bien tus sentidos te introdujeron demasiado en la pesadilla... Hasta el punto de que sentiste lo que tu cerebro inventaba.
—Profesor... —le interrumpió Ginny— Harry se estaba asfixiando cuando llegué. Se agarraba el cuello con las manos, como intentando librarse de algo. Una pesadilla no puede ser tan real... no es normal.
—Weasley, estamos en el mundo mágico... nada es "normal", si lo miramos de ese modo.
—Entonces... ¿todo fue un sueño? ¿Todo lo que vi y sentí era mentira? — preguntó Harry, confuso y esperanzado a la vez—. ¿Lo de mi padrino, y...?
—No estoy seguro, Harry. Y créeme, que me gustaría estarlo. Sin embargo, no puedo comprobarlo ahora. Si Sirius está a salvo, e intento localizarlo, ya sea por medios mágicos o muggles, lo atraparán.
—Así que realmente está espiando a El Que No Debe Ser Nombrado... —indicó Ginny agudamente.
Dumbledore se dio cuenta tarde de su metedura de pata. Los chicos sabían que estaba en una "misión peligrosa", pero no tenían porqué saber que estaba espiando a Voldemort y sus secuaces.
—No quiero que le pase nada —susurró Harry, más para sí que para los otros dos.
—Seguro que está bien, no te preocupes— le animó Ginny, posando una mando sobre su hombro. Fue un gesto sencillo, pero bastó para calmar al joven, que inclinó la cabeza para notar más una caricia de esa mano. Cuando cruzó la mirada con la chica, apartó la cara de donde la tenía, avergonzado.
—Bien, entonces... deberíais ir a dormir. Es tarde ya. Y por favor... esto es un asunto de gran envergadura. No es un juego de niños, así que... no intentéis actuar por vuestra cuenta. Nosotros haremos las investigaciones pertinentes.
—¿Nosotros? —repitieron Harry y Ginny.
—Em... sí, nosotros. Eh... Auranimus y yo. Ahora, si me disculpáis, me está entrando sueño, y creo que a vosotros también, a juzgar por las ojeras que tenéis— y diciendo esto, los acompañó hacia la puerta.
Harry y Ginny se quedaron inmóviles tras el portón. Extrañamente, ninguno de los dos se sentía más tranquilo. Comenzaban a bajar los escalones mágicos. Ginny pinchó a Harry en la espalda para que caminase más rápido. En ese instante, una punzada en la mano sobresaltó al chico. Dos "Ay" sonaron a la vez. Harry se miró la mano extrañado, y descubrió un pequeño corte en un dedo, salido de la nada. Oyó cómo Dumbledore blasfemaba en su despacho.
—¿Has oído eso? —musitó Ginny.
Sin mediar más palabras, se abalanzaron sobre la puerta.
Dumbledore se chupaba un dedo mientras con la otra mano sostenía una extraña daga. Parecía querer representar el cuerpo de una serpiente. O más bien, el de una runespoor. La empuñadura, que daba la impresión de estar hecha de una especie de cristal opaco verdoso, acababa en la boca del ofidio abierta, enseñando los colmillos, al igual que los dos gavilanes de la guarnición de la daga. La plateada hoja de doble filo de ésta tenía forma ondulada, y se veía tremendamente afilada.
—¿Qué...? —empezó Harry, mirando alternativamente su mano ensangrentada y la del profesor, que hizo lo mismo.
—Dime que te has enganchado con los pasamanos de las escaleras, Harry— dijo Dumbledore, mirando fijamente la herida de Harry.
—No. Y no sé cómo me ha salido, pero ha sido a la vez que a usted —contestó Harry, incapaz de creer lo que veía.
—Profesor, ¿qué hacía con esa daga? —preguntó Ginny. Su cara mostraba temor.
El hombre estuvo unos segundos en silencio, pensando.
—Maldita sea... —murmuró. Levantó la vista hacia los dos muchachos. —Sólo la examinaba. Es... es... una reliquia de nuestros fundadores. Me corté sin querer. Y tú recibiste mi daño.
Harry no sabía qué decir. No entendía nada de lo que estaba pasando. Se encogió de hombros, esperando una respuesta. Dumbledore sólo hacía muecas con la cara. De pronto, empezó a hacer aspavientos.
—Ahora lo entiendo... ahora lo entiendo todo... —repetía el anciano una y otra vez.
—¿Qué es lo que entiende? —interrumpió de nuevo la pelirroja.
—El sueño de Harry. No es una simple pesadilla. Es real, es... como una conexión. Una especie de... pesadilla de doble filo.
—¿Pesadilla de doble filo?— repitió Ginny.
—Así es. Sirius Black está en una importante misión... —Dumbledore tragó saliva—Está bien... todo forma parte de un plan para evitar que Lord Voldemort vuelva al poder. Sirius ha sufrido mucho por culpa de él. No sólo por su estancia en Azkaban, sino por la muerte de tus padres, Harry. Eran sus mejores amigos. No quiere admitirlo, pero está tomando esto como una venganza. Y está haciendo un enorme sacrificio, no sólo por él y por la Comunidad Mágica... sino también por ti.
—¿Por mí? —Harry cada vez estaba más perdido.
—Sí, por ti, Harry. Algún día lo entenderás.
—¿Pero qué tiene esto que ver con las heridas de Harry?— Ginny preguntó lo mismo que pasaba por la mente del muchacho.
—Todo. Grandes sacrificios dejan grandes marcas, Ginny. Ya lo comprobó Harry hace algunos años. Y el que está haciendo Sirius no es para menos... Si no me equivoco, Harry tiene la capacidad de conectar en momentos límite con aquellos que se están arriesgando por él. Por eso ha visto lo que le sucedía a su padrino... Y probablemente la poción haya hecho el resto. Si no estuvieras bajo sus efectos, no habrías estado a punto de morir.
Harry cayó en la cuenta de algo.
—El sueño... el que tuve en casa de los Dursley... —el profesor y su amiga le miraron extrañados— Tuve un sueño. Hagrid y Madame Maxime estaban hablando con la madre de él, esa giganta... Y... —el cerebro de Harry funcionaba más rápido de lo normal. Como si se hubiera convertido en una réplica de Hércules Poirot, estaba encajando piezas si darse ni cuenta— ¡Ron! Ron me dijo que tenía una herida en el brazo. ¡Durante el sueño me hice un rasguño, me arañé con una rama y después lo tenía! Y el día antes del partido contra Ravenclaw soñé con mis padres... yo era un bebé, estaba con ellos, después de realizar el Encantamiento Fidelio, y hablaban algo de que Pettigrew estaba muy raro...
—No creo que ese sueño tenga nada que ver con los otros, Harry. Está bien... Harry, quiero que me cuentes cada sueño sospechoso que tengas, ¿de acuerdo? Acude aquí cuando haga falta.
—Profesor Dumbledore... —dijo Ginny— ¿Por qué Harry se ha cortado también con la daga esa?
El director estuvo un instante en silencio, meditando la respuesta.
—Esta daga perteneció a Salazar Slytherin. Pensar en Slytherin significa pensar en su heredero, y eso lleva irremediablemente hacia Harry. Supongo que esa es la razón por la que cuando me corté con esta daga, a Harry le ocurrió lo mismo. No es Sirius el único que hace esfuerzos por mantener a Potter sano y salvo —añadió, sonriendo amistosamente—. Bien... creo que ya es hora de irnos todos a la cama— dijo, levantándose a la vez que los dos chicos retiraban sus sillas—. Por cierto, señorita Weasley...
La chica se volvió hacia él.
—Si sigues cuidando tan bien de Harry, va a empezar a soñar también contigo...
Ginny se ruborizó. No fue la única. Harry miró hacia otro lado, intentando disimular su sonrojo. Pero pronto otro pensamiento eclipsó su mente, y el corazón se le encogió.
—¿Y qué pasa con Sirius? —preguntó Harry con un nudo en la garganta— Ginny llegó a tiempo para salvarme, pero no había nadie para rescatarle a él...
Dumbledore miró a Harry con tristeza. Sus ojos se veían más claros y afligidos que nunca.
—Me temo que no hay nada que podamos hacer, Harry. Enviaré a un equipo de magos especializados en su búsqueda... pero no creo que tengamos éxito. De todas formas, hasta que no se demuestre lo contrario, Black sigue vivo. Tenemos que aferrarnos a esa idea todo lo que podamos —hizo una breve pausa—. En fin... que paséis una buena noche. Todo lo buena que dadas las circunstancias se pueda tener, claro.
Harry y Ginny salieron del despacho. Caminaron varios minutos en silencio. Ninguno de los dos tenía muchos ánimos para iniciar una conversación. Finalmente, Ginny intentó consolarle.
—Estará bien Harry. No te preocupes.
—¿Cómo no voy a preocuparme? Mi padrino está capturado por Voldemort... no sé si está o no vivo... ¿qué hago, doy saltos?
La muchacha lo miró, ceñuda.
—Vale, perdona... estoy... alterado.
—Trata de calmarte— le dijo ella, abrazándolo por la cintura—. A veces es lo que mejor viene. Olvidarse de todo... haz un paréntesis. Ya has pasado demasiado hoy.
Ya casi llegaban a la Torre de Gryffindor. No les quedaban muchos corredores.
—Ginny... ¿cómo es que sabías... sabes... eh... hacer la...?
—Mi padre me apuntó a un curso muggle de Primeros Auxilios que ofrecía gratis el ayuntamiento del pueblo de al lado, Ottery Saint Catchpole. Él piensa que es útil, sobre todo para casos como éste, en los que la magia no sirve. Fue una odisea para apuntarnos, papá no acertaba qué ropa ponerse, y tampoco sabía bien cómo rellenar las hojas de inscripción... —recordaba la chica, con una vaga sonrisa en los labios— Parece mentira que trabaje todos los días con objetos muggles.
Llegaron al retrato de la Dama Gorda. Después de decir a contraseña ("Bored quit o coming two... tururú"), entraron a la Sala Común. Ginny se dirigía ya hacia las escaleras que conducían a las habitaciones de las chicas, cuando Harry se acordó de algo.
—Ginny... —dijo, acercándose a ella— Aún no te he dado las gracias.
—¿No? Oh, yo creía que sí... Es igual, no tienes que darlas... —dijo ella, nerviosa.
—Es la segunda vez en el mismo curso que me salvas la vida. Yo creo que sí tengo bastante que agradecerte...
—Si te empeñas... de nada. Buenas noches— se despidió con un gesto de mano, dándose la vuelta.
Harry la detuvo. No sabía por qué, sólo la detuvo.
—Buenas noches—dijo, y después de darle un beso en la mejilla, se retiró a su cuarto, pensando en cómo podría controlar esos impulsos que el día menos pensado le traerían problemas... y rezando con todas su fuerzas para que su padrino siguiera con vida.
