Aviso: lo sabe tol mundo, pero vamos a repetirlo: los personajes son de la magnífica y, to hay q decirlo, perezosa Joanne Kathleen Rowling, que nos tiene desesperaícas por que saque el 5º libro (he leído q lo saca en Marzo... como sea así me da un ataque... no nos da tiempo a terminar el fic!) Todos, menos unos que ya saldrán, entre ellos, Alyssa Auranimus.
Como estamos a 5 de Enero... ¿a quién hay q dedicar este capítulo? ¡A los Reyes Magos!
13
Excusas frente a la verdad
Alguien abrió la puerta sin llamar previamente. Arabella Figg entró como un vendaval, asiéndose el brazo derecho y haciendo ondear su capa negra, como solía hacerlo Snape.
—¡Aly! ¡Alyssa, mira! Creo que lo he conseguido, Alyssa... observa: ¡cada vez está más clara! Dentro de poco podremos revelarle toda la información que hemos obtenido al s... —Figg llegó hasta ellos corriendo. Iba a remangarse los filos verdes y plateados del brazo de la túnica cuando se percató de la presencia de Harry. Cruzó un momento la mirada con él, preocupada. Después se dirigió a la profesora Auranimus, recriminándola: —Vaya... no sabía que estabas acompañada…
—¿Qué... tienes... en el brazo? —preguntó Harry, muy despacio.
No podía creérselo. No quería creer que Arabella estuviera ocultando eso en su brazo... No tenía sentido, pero aquél gesto de preocupación al ver que en la sala había alguien más lo decía todo... una rabia inmensa comenzó a apoderarse de Harry. ¿Ella, que había osado llamarse amiga de sus padres, una mortífaga?
—Nada... es...
—No me lo puedo creer... —empezó Harry, bajito— ¡No me lo puedo creer! ¡Usted es una mortífaga! —Arabella Figg negaba con la cabeza. Iba a contestarle, pero Harry no la dejó—¡Iba a enseñarle la Marca Tenebrosa!
—¡CÓMO TE ATREVES! —bramó Alyssa, mirando alternativamente a Harry y a una Arabella confundida— ¡Insultar de esa manera a la persona que te ha estado cuidando todo estos años! Nunca, jamás me hubiera esperado eso de ti... —añadió, intentando detener a Arabella, que se marchaba de la habitación.
—No pretendía ofender —contestó Harry fríamente—. Pero no es la primera vez que veo ese gesto, créame. Prefiero estar prevenido.
—Pues la próxima vez reflexiona antes de inculpar a alguien inocente— le susurró Alyssa, aparentemente dolida por su compañera. Arabella observaba la escena compungida y nerviosa a la vez—. Explícaselo, Arabella— añadió, pasando por su lado y dándole unos toquecitos en el brazo. Arabella miró hacia su amiga, dubitativa. Por un momento Harry pensó que estaban hablándose en alguna clave extraña con las miradas, como Ron y él hacían algunas veces en clase de Pociones.
—Esto es lo que le quería enseñar, Harry —comenzó Figg, levantándose la túnica del brazo izquierdo, y mostrando una sobresaliente cicatriz—. Estamos investigando métodos de espionaje, y para ello debemos saber camuflarnos. Sin embargo— la mujer se detuvo, mirando a Auranimus como pidiendo su aprobación—, los magos que tenemos a nuestro servicio no pueden estar tomándose la poción multijugos permanentemente. Sería muy arriesgado, dependerían de ella demasiado...
—... Por eso hemos decidido utilizar métodos muggles de maquillaje, aunque con un poquito de ayuda mágica... —continuó Alyssa— Estamos creando pieles, texturas, iris... todo de quita y pon. Supongo que vendrías a enseñarme una nueva creación, ¿no?
—Cicatrices y marc... digo, manchas de la piel (ya hasta me confundes a mí misma.) Dentro de poco podremos presentarle el proyecto a Albus para ponerlo en práctica —afirmó Arabella—. No tendría porqué haberte explicado esto, Harry, pero me duele que pienses eso de mí.
Harry estaba estupefacto. Se sentía como un auténtico imbécil. Había dudado de una mujer que había estado protegiéndolo años. Visto así, no tenía ningún sentido...
—Lo siento. No quería ofenderle... pero es que el año pasado vi tantas de ésas... Y se podrían haber evitado muertes de haber visto la Marca de cierto profesor —se excusó Harry, recordando a Cedric y a Crouch hijo con un nudo en la garganta.
—Sí... comprendemos que estés a la defensiva. Aunque mira, eso es bueno, se ve que aprendes algo en mis clases —dijo Alyssa, un poco más contenta.
—Bueno... Harry, ¿podrías dejarnos un rato a solas, por favor? —pidió Figg.
—Sí, claro... por supuesto.
—Gracias, Harry —se despidió Arabella cuando Harry se disponía a cerrar la puerta.
De camino a la Sala Común Harry se preguntaba si la explicación que había recibido era verdadera, o un simple invento para salir del paso. Varias veces estuvo tentado de volver atrás y espiar escuchando a través de la puerta... pero no, debía ser verdad, era imposible inventarse una mentira tan gorda en tan poco tiempo, sin contar con la cicatriz. También circulaban por su mente preguntas sobre la sabiduría de la señorita Auranimus «¿Cómo sabe tanto si apenas le he contado nada?».
Llegó al dormitorio de los chicos, dispuesto a tumbarse en una cama a reflexionar. Se echó sobre la de Ron... pero ya había alguien en ella.
—¡Auch!
—¡Hermione! ¿Qué haces aquí?
—Esperando a que llegues y evitando a Ron —gruñó la chica, echándose a un lado para dejar espacio a Harry—. Estoy segura que éste es el último sitio en el que me buscaría.
—De eso no te quepa la menor duda.
—No sé si voy a aguantar lo que le queda al curso.
—¿Por qué? —preguntó Harry, a quien la repentina confesión le había tomado un poco por sorpresa.
—Por Ron. Cada día discutimos más desde que… bueno, ya sabes. Cuando llegue el día que madure y no reproche el no haberle dicho que salía con Víktor Krum me parecerá mentira— por la mejilla de Hermione resbaló silenciosamente una lágrima.
—Hermione —susurró Harry, y dio un abrazo a la chica. Parecía que ella lo necesitaba ya que lo agarró muy fuerte. En ese momento entró Ron en el dormitorio. Se quedó un instante paralizado, y cualquiera diría que estaba pensando algo como "no me gusta que estéis sentados sobre mi cama abrazados como si yo no existiera". Después de unos segundos, salió con la misma rapidez con la que entró. Hermione no se dio cuenta de su fugaz visita a cuarto.
—Bueno, ya basta de sentimentalismos... —susurró la chica, apartándose de Harry y pasándose una mano por los ojos para evitar que las pequeñas lágrimas se notaran— Hay mucho que estudiar. Querías que te explicara algo sobre el don de la ubicuidad, ¿no?
—...así, el afectado por el don, cuando pronuncia en voz alta la frase "me gustaría estar en tal lugar", provoca que se materialice allí un doble suyo, que no sabe ni quién es, ni de dónde viene, ni nada. ¿Lo entiendes?
—No. No entiendo como nadie se puede dar cuenta de que ha aparecido una nueva persona como por arte de magia. ¿Y el censo?
—¿Y yo qué sé? La verdad es que yo tampoco lo entiendo mucho, he investigado bastante sobre ello para intentar entenderlo, por supuesto, pero es en vano. Todo eso de los planos de existencia, los planos temporales y las zonas inmarcables me marea un poco. No sabes los quebraderos de cabeza que tuve en tercero... Cada vez que tenía que usar el giratiempo me mareaba sólo de pensar cómo podía volver hacia atrás... y lo peor fue el día que salvamos a Sirius, revivir todo de nuevo. Como también lo de Hogwarts, que es inmarcable, la verdad es que comprendo a R... —Hermione paró súbitamente, y enrojeció un poco— Eh... bueno, sigamos con la lección. El caso es que el nuevo "sujeto B" tiene, obviamente, las mismas cualidades, pero su manera de pensar no ha de ser exactamente la misma, ya que el ambiente en el que es críe puede influir positiva o neg...
Hermione seguía hablando, pero Harry ya no era capaz de centrarse en sus palabras. El silencio de la biblioteca desierta le abrumaba un poco, al igual que la voz de su amiga. Ciertamente, se estudiaba mejor allí, sobre todo en un rincón parapetado con estanterías como estaban ellos. Aunque en aquellos instantes Harry no pensaba precisamente en estudiar. Su mente estaba reviviendo la conversación que había tenido con la profesora Auranimus un rato antes. «... la última es sólo tu amiga. No te empeñes en buscar cosas donde no las hay...», había dicho, «... Por eso tiene contigo más confianza...», insistió... ¿pero él cómo sabía que eso era verdad? Y sobre todo, ¿cómo sabía lo que sentía por ella? No era capaz de pensar correctamente a su lado, y le gustaban tanto esos abrazos... sin embargo, también estaban Cho, y Ginny, y el hecho de que a Ron le gustaba ella... ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil? ¿Por qué simplemente no podía fijarse en una chica que le correspondiera? Pensar en alguien, y que por arte de magia, la tuvieras a tu lado. Así todo sería más sencillo... aunque a eso no se le llamaba amor, sino filtro amoroso..., y no era ése precisamente el método que Harry buscaba.
Estaba pensando embobado, recostado sobre la mesa y con la mirada perdida en el infinito. Intentó centrarse, y vio que no miraba al infinito, sino a Hermione. Cualquiera que lo viera en ese instante pensaría que babeaba por ella. Quitó la cara de idiota que se le antojó, tenía. Aún así, no pudo apartar la vista de donde estaba. Hermione seguía hablando, moviendo de aquella manera sus labios...
—Harry, ¿me estás escuchando, o estoy hablándole a las estanterías?
Pero Harry no la escuchaba. En su mente sólo había un pensamiento: la firme decisión de averiguar si realmente sentía algo por su amiga. Sabía que era una locura, pero alguna vez tendría que arriesgarse... no podía esperar a que las respuestas llegaran a él. Sin vacilar más, acercó su cara a la de Hermione, y la besó suavemente. Ella simplemente se quedó paralizada, hasta que, reaccionando, separó rápidamente sus húmedos labios de los de Harry.
—¿Harry, qué demonios...?
Harry no esperó a escuchar nada más. El error (aunque le hubiera gustado más que un simple error) ya estaba cometido, pero él no pensaba quedarse allí para presenciar la reacción de su amiga. Salió corriendo de la biblioteca, haciendo caso omiso de las llamadas de la chica y recriminándose por haber cometido semejante insensatez.
Harry corría por los pasillos, esquivando las zancadillas que algunas armaduras burlonas le hacían y deseando interiormente que Hermione no le siguiera. Cuando ya no pudo más, se metió en un recodo que había entre dos columnas extrañas con forma de serpiente y la pared de piedra. Había ido a parar a las mazmorras... la Sala Común de Slytherin no debía estar lejos. Jadeando, esperó unos minutos a recuperarse. Oyó unos pasos y se encogió en su escondite, esperando con todas su fuerzas que no fuera Hermione.
—... entonces sólo tendría que desear aparecerme donde quiera que esté él, o más bien, por los alrededores, para materializarme allí, ¿no?
—No es tan sencillo, Figg. Y recuerda que sólo podrás hacerlo cuando esté bien visible, cuando te queme en el brazo... es así como funciona, no sé si tú habrás conseguido...
—¿Acaso lo dudas?
Harry no podía creerlo. ¡Sí era una mortífaga! ¡Sí tenía la Marca Tenebrosa! ¿Y Snape la estaba ayudando? Él lo sabía... lo había sabido siempre... Snape era un sucio traidor. Harry respiró profundo, de tanta rabia que le entró. La garganta empezó a cosquillearle... Ahora no..., no en ese momento... No, no podía estornudar, ¡lo descubrirían! Harry ahogó el estornudo como pudo.
—¿Qué ha sido eso?
—¿El qué? Yo no he oído nada.
Snape se acercó hacia donde Harry estaba. Él se encogió más aún entre las columnas, aguantando la respiración. ¿Por qué no llevaba la capa invisible encima cuando la necesitaba?
—Shsssst...
—Severus, pareces un murciélago... oyes hasta las ondas sonoras más imperceptibles... ¡tan imperceptibles que sólo las oyes tú! Estás hecho un paranoico, compañero.
—No estoy paranoico. Y no dudo de ti, sé muy bien lo que, por desgracia, eres capaz de hacer —Snape exhaló un profundo suspiro—. Debes de tener cuidado. Ellos no pueden verte, no pueden enterarse de nada... o nos matarán. Están formando una gran organización, y no dudarán en eliminar a cualquiera que se cruce en su camino..., aunque sea un viejo conocido, como yo.
Las voces se oían cada vez más débiles. Se estaban alejando.
—Tranquilo, creo que sé mejor que nadie cómo utilizar estos sistemas, en eso consiste mi tr...
Harry no pudo oír más. Arabella Figg y el profesor Snape desaparecieron por la esquina, haciendo ondear sus capas negras.
Tenía que contar eso a Ron y Hermione. Pero a Hermione no estaba dispuesto a dirigirle la palabra, se moriría de vergüenza... y a Ron, por más que lo intentó, no pudo.
Harry despertó por la mañana temprano y no encontró a Ron en su cama. Los demás chicos de la habitación estaban durmiendo o intentando despertarse ya que aún estaba amaneciendo.
En la primera clase, Encantamientos, vio a Ron, pero no consiguió hablar con él porque se sentó con Neville. Más tarde Ron explicó fríamente que lo hizo para ayudarlo con los hechizos. Harry pensó en sentarse con Dean, o Seamus, pero Hermione lo agarró de la túnica y lo sentó a su lado sin darle opción.
―Hermione, siento lo de ayer, fue un impulso ―le dijo Harry a modo de saludo antes que la chica le dijera nada, muerto de vergüenza por la locura del día anterior. Hermione se echó a reír.
―No importa, sólo te pido que la próxima vez te controles, no vaya a ser que te pase con la señorita Auranimus y ya la tienes liada ―y continuó riendo.
―¿No importa? Oh, vaya... Menos mal, pensaba que montarías un culebrón, que no volverías a dirigirme la palabra por miedo a que lo volviera a hacer...
―No lo volverás a hacer ―dijo Hermione muy convencida de sus palabras.
―¿Cómo puedes estar tan segura? Bueno, es verdad, sólo quería comprobar si me gustas o no ―soltó Harry llenándose de valor para que su voz sonara firme.
―Está claro que no, cada día demuestras que Ginny te interesa más.
―¿Ginny?
―No sé por qué te extrañas tanto. Si lo sabes pero no lo quieres ver, pones excusas frente a la verdad.
―No sé yo quién hace lo mismo… ―dijo Harry pasando la mirada desde los ojos de Hermione hacia donde Ron estaba sentado.
De vez en cuando, el pelirrojo los miraba de reojo con el ceño fruncido.
Al final de la clase Harry se acercó a Ron para preguntarle el motivo del inusual madrugón, pero el pelirrojo encontró otra excusa perfecta para evitar cruzar más de tres palabras seguidas con Harry.
Ya no le cabía la menor duda: Ron lo evitaba; pero Harry seguía desconociendo el motivo.
De noche, en la Sala Común, Ron estaba solo en un sillón haciendo sus deberes de Pociones, alumbrado por la chimenea. Harry esperó hasta que quedaran pocas personas, es decir, hasta medianoche. Se acercó sigilosamente y se sentó en un lugar cercano.
—Ron, ¿qué te pasa?
—Eres un traidor —contestó Ron con mala cara.
—¿Qué?¿Qué mosca te ha picado?
—No sé, supongo que una que tengo delante de mis narices —respondió Ron cruelmente.
—¿Qué se supone que te he hecho? —Harry empezó a perder la paciencia.
—Ah, nada sin importancia. Sólo te confieso quién es la chica que me gusta, por la que pierdo el sueño, el hambre y la vida... y tú te dedicas a abrazarla, a coquetear con ella, intentando acercarte a ella más que yo y a mortificarme justo cuando creo que puede surgir algo más entre nosotros dos. Da igual, Harry, no te preocupes por mí, es toda tuya, se nota que cae rendida a tus pies. Todo debe ser al gusto del gran Harry Potter, el niño que vivió y ganó al–que–no–debe–ser–nombrado. Todo sea para que él esté feliz —dijo Ron de seguido e ignorando a Harry cuando intentaba interrumpirle para replicar.
—Oye, que tú la hayas besado primero no quiere decir que tenga que dejarte la pista libre. Y no sé qué hacías espiando en la biblioteca.
—¿Qué? Espera, espera... —Ron avanzó hacia él levantando el índice, indignado—¿ME ESTÁS DICIENDO QUE LA HAS BESADO? ¿Es eso?, ¿Lo has hecho?
—No... —Harry reaccionó demasiado tarde. Ron no los había visto en la biblioteca... acababa de meter la pata hasta el fondo.
—¡Sí! Lo has hecho, ¡no me engañes! ¿Acaso me ves cara de idiota? —Ron daba vueltas frente a la chimenea. El brillo de las llamas sobre sus ojos claros y su pelo rojo le hacía parecer un demonio—. No me lo puedo creer... ¡NO PUEDO CREER QUE ME HAYAS HECHO ESTO!
—¡Te digo que no la he besado!¿Y qué te pasa, te crees que Hermione es de tu propiedad? También es mi mejor amiga, aunque te cueste aceptarlo. No porque la abrace, o mejor dicho, que ella me abrace significa que te la quiera arrebatar —Harry hizo una pausa y al ver que Ron no contestaba, continuó—. ¿Suele hacerte ella sus confidencias? ¿Darte cariño cuando lo necesitas? —de alguna manera Harry intentaba hacer sentir su mismo dolor a Ron, darle de su propia medicina. Pero… ¿era esa su forma de actuar? ¿Estaba dejándose arrastrar por sus pensamientos más perversos, esos que tenían que ver con aquel vínculo con Slytherin? Eso no importaba ahora. La única forma de aliviar el dolor era dejarse arrastrar por la ira. Y, extrañamente, intuía que le pasaba lo mismo a Ron.
»No se te ocurra alejar a Hermione de mí. He sufrido bastantes pérdidas inevitables en mi vida para ahora perder también a mi mejor amiga por un capricho del que yo creía que era mi mejor amigo... y que esta noche me ha demostrado que no es nada para mí, anteponiendo una escena de celos a una amistad verdadera.
—Ahora —contraatacó Ron—, querrás quedar como la víctima (como siempre) y dejarme a mí como el origen de todo, el culpable. Pues no. Nadie te ha prohibido que veas a Hermione, todo lo has inventado tú solito.
—Yo no me he inventado nada, sólo he supuesto lo que tú dirías.
—Si dices (o insinúas) que ya no soy el mismo, ¿cómo vas a saber de qué manera voy a actuar? —dijo Ron, con cierto tono de superioridad en la voz—. Ah claro, el famoso Harry Potter habrá visto el futuro en uno de esos sueños que comparte con su querida Hermione, ¿no?
Aquello fue un golpe bajo. Muy bajo.
—Lo dices como si me gustara ser famoso, no tener padres y sí esta maldita cicatriz en la frente que parece ser la única parte interesante de mí —repuso Harry, a sabiendas de que lo era para miles de magos.
—Ahora dirás que te encantaría ser el segundo plano (¿o casi debería decir "ningún plano"?), donde nadie se fija. Pasar desapercibido porque los demás son mejores que tú. Seguir el ejemplo de tus hermanos mayores que no se puede sobrepasar porque han sido perfectos en todo, seguir el ejemplo de un amigo (si se puede llamar amigo) que es el más popular en el mundo de la magia…
—¿Qué has dicho? —interrumpió Harry—¿Por qué no me puedes llamar amigo?
—Tú y tus "secretitos" con la buscadora del equipo de Ravenclaw. Sin duda te traes algo con ella y ¿para qué me lo vas a contar?
—Lo siento, lo olvidé —Harry olvidó por un momento que estaba discutiendo con Ron. En verdad, tenía razón... Pronto se dio cuenta de que era muy educado tratando a Ron de aquella manera, franqueza que no merecía, y para quedar él por encima (las pocas personas que quedaban en la Sala Común estaban pendientes de ellos), susurró—: Y de todas formas, ¿a ti eso qué te importa? ¿Acaso yo te obligué a que me dijeras por quién estás tú loco?
Los dos se quedaron unos segundos en silencio.
—Vete a la mierda —farfulló Ron, dándose la vuelta hacia la habitación de los chicos.
—¡Duermo en su mismo cuarto! —le gritó Harry, viendo cómo le hacía un gesto con la mano mientras subía las escaleras.
Las noticias sobre chismes y cotilleos andaban en Hogwarts como la pólvora. Todo el colegio sabía de la pelea de Harry Potter y su amigo, el pelirrojo Ron Weasley. Cada vez que pasaba de una boca a otra, se añadían y eliminaban cosas. Lo último fue que se habían batido en duelo por el amor de Hermione Granger en el cual, Ron perdió un ojo que le recompuso rápidamente la señora Pomfrey para que el resto de los alumnos no se enteraran de lo ocurrido por temor a que se repitiera el incidente.
Por este motivo, las clases de Pociones resultaban peores de lo habitual. A Harry no le importaba lo que se decía, estaba acostumbrado a que se rumoreara sobre él pero a Ron era obvio que sí. Las clases de la última semana se las había pasado tirando hígados de sapo y excrementos de cucaracha a los de Slytherin. Snape hacía como que no veía nada durante los lanzamientos, sin embargo, al finalizar la clase les hacía que lo limpiasen a los culpables sin restar puntos a ninguna casa.
Harry seguía dándole vueltas a la pelea con Ron y los comentarios de todo el colegio no ayudaban para nada. Aún no estaba de seguro de dónde había surgido todo aquello que se dijeron aunque parecía que quedó todo claro. El malentendido era tan grande como Hogwarts. Volvía a recordarlo una y otra vez. Por eso cuando la profesora McGonagall le dijo que convirtiera un saco de patatas en una calabaza sólo consiguió que las patatas mágicas no comestibles se rieran de él.
Después fue a clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Hermione seguía sin saber nada de la pelea e intentaban que no lo hiciera. Era muy tenso tener que tratarse bien cuando sólo pensaban en pelearse a golpes para hacer al contrario entender la situación. Cada uno la veía de una forma diferente.
En esta clase la profesora Auranimus no utilizó su habitual túnica de Hogwarts, sino que llevaba una parecida (o que le quedaba igual de bien) a la que llevó en el Callejón Diagon o la que vestía aquel día que habló con ella como su confidente.
Antes de que le diera tiempo a sacar el libro, Alyssa les dijo que los dejaran donde estaban ya que no los iban a utilizar en esa hora.
—Bueno… Hoy no vamos a dar clase.
—¿Qué? —dijo toda la clase al unísono. Hermione, a diferencia de los demás, estaba indignada.
—Sí, pensaba que os lo tomaríais mejor, haced una fiesta o algo por el estilo. Sé que estáis de exámenes últimamente y estaréis muy agobiados estudiando. Como el nuestro ya lo hemos hecho, he decidido dejaros la clase de hoy para que os relajéis y NO ESTUDIEIS —esto último lo añadió mirando a Hermione exclusivamente. —También quería anunciaros (y os dejo tiempo para que lo asimiléis) que los mejores alumnos o mejores notas en el examen inicial del próximo trimestre van a tener el privilegio de acudir junto a mí y el profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas a hacer una "visita" al Bosque Prohibido. Sólo si queréis, no obligo a nadie.
Habría sido un buen chiste si no hubiese sido por las caras de todos los alumnos. Neville, por ejemplo, estaba horrorizado. Alguien sugirió sacar una mala nota para no asistir, pero Auranimus amenazó con bajar puntos a Gryffindor.
—¿Puedo continuar? —preguntó Alyssa.
—¿Es que hay más? —dijo alguien del fondo de la clase, alarmado.
—Sí, no os he dicho que a vosotros os tocará cuidar de los alumnos de cuarto curso —esta idea hizo feliz a Harry y se organizó un murmullo general en el aula—. Los alumnos de sexto y séptimo irán en el primer turno; cuarto y quinto, en el segundo; y primero, segundo y tercero aún no sabemos si irán. Según su preparación y nivel.
Alyssa dejó que todos terminaran sus comentarios.
—Esto es todo por hoy. Ahora os obligo a que vayáis a dar un paseo por la orilla del lago, que hace muy buen día —era cierto, el día era soleado en comparación con los de la última semana que habían sido fríos y lluviosos.
Empezaron a salir del aula en hilera. Cuando Hermione pasó por el lado de la profesora, ésta alargó disimuladamente la mano y le quitó la mochila donde llevaba todos los libros. La chica tuvo que dejarla allí y después pasar a recogerla. Salió por la puerta junto a Ron. Auranimus detuvo a Harry antes de que saliera del aula.
—¿Qué te pasa, Harry? —preguntó viendo la cara que tenía. Él, ya harto de ocultar lo evidente, se quedó hablando con la profesora.
—He discutido con Ron.
—¿Por qué? Si te llevas muy bien con él.
—Por Hermione —Harry intentó no decir que vio a sus amigos besándose en el dormitorio, y aún menos que él mismo la besó en la biblioteca—. A Ron le gusta ella y nos vio... abrazados.
—¿Tú sabías que a él le gusta ella? —preguntó la chica temiéndose la respuesta, a juzgar por su expresión recriminatoria.
—Sí —contestó Harry escuetamente.
—Y a ti, ¿te gusta también? —Alyssa sabía muy bien a donde tenía que llegar con aquello.
Harry tardó en responder. No sabía qué contestar. La chica que tenía ocupando su mente era Ginny (o eso creía), pero aquel abrazo con Hermione… y el rechazo de su beso le hacían pensar que la chica no quería nada con él. En cambio, si Ron nunca le había contado que ella le había dado un abrazo y cuando los vio se puso celoso… era por algo…
—¿Ese silencio se puede interpretar como un sí o como que no lo sabes? —preguntó Alyssa. Harry empezó a pensar que su profesora sabía leer la mente.
—¿Por qué lo sabes?
—Las chicas tenemos un sexto sentido para estas cosas —dijo Alyssa, quedándose tan pancha. Harry pensó que cada día entendía menos a las mujeres... si tenían ese sexto sentido, ¿por qué no se daban cuenta de las proposiciones indirectas? O quizás no querían darse cuenta...
—No sé si me gusta, pero hay otra chica —dijo Harry ruborizándose a máximo. No le había contado nunca a nadie algo de ese tipo. Ni a Sirius, que podía tener más experiencia en chicas que él.
—¿Y a cuál prefieres?
—Esa es otra... ni yo mismo lo sé.
—Si no te gusta del todo, no martirices a tu mejor amigo. Deja a ellos dos que elijan. A lo mejor tú eres un estorbo. Si ellos se quieren, tú no debes intervenir. Además, ¿en qué tipo de circunstancias ella te dio el abrazo? —Aquella conversación se parecía cada vez más a un interrogatorio policial, pero Harry comprendía que si quería que Alyssa le diera un buen consejo tendría que estar enterada de todo. Ya no la miraba como una profesora ni como una chica con toda su belleza, sino como una amiga que lo escucha, perdiendo su tiempo para ayudarle en lo que pudiera.
»Todas las personas necesitamos cariño de alguien que nos quiera, pero no de ese amor del que hablábamos antes. De un familiar, un amigo… a ti también te habrá pasado alguna vez— Alyssa se detuvo, esperando una respuesta o una reflexión.
Harry recordaba aquellos abrazos que le daba la señora Weasley; los sentía como si fueran de su propia madre, aunque no recordara ninguno de ellos. Asintió con la cabeza, y Alyssa continuó hablando:
—Seguramente Hermione estaba en algún mal momento en el que necesitaba de alguien y tú estabas a su lado como el buen amigo de ella que eres. Y... ¿podría saber quién es la otra chica? —preguntó Alyssa, mirándolo pícaramente. Harry empezó a sonrojarse. No quería responder a esa pregunta, pero en cierto modo, necesitaba contárselo a alguien, sacarlo fuera... —Está bien, no me lo digas si no quieres, lo comprendo.
—No... si en realidad esperaba que me lo preguntases... pero entiéndelo, me da vergüenza. Además, no puede ser ella la que me guste, no tiene sentido, no... es... es... como una niña, no sé por qué de pronto la veo como una mujer.
—Bueno, es cierto que la señorita Weasley está creciendo un poco...
—¿Un poco nada más? Si parece que tuviera dieciséis añ... —Harry se dio cuenta en ese instante— Eres una tramposa...
—Lo siento, no pude evitarlo —se excusó Alyssa, riéndose —. Además, si en verdad querías decirme quién era... sólo te he ayudado un poco.
—¿Y tú cómo lo sabías? ¿Cómo sabías que era ella?
—No lo sabía. Sólo probé. Últimamente os veo muy juntos a los dos cuando nos cruzamos por los pasillos.
—¡Eso es mentira! —repuso Harry, recordando, sin embargo, que no estaba del todo equivocada.
—¡Venga ya! —exclamó ella, moviendo la mano como si quisiera apartar algo— Si se os nota... los adolescentes de hoy en día no sabéis disimular.
—No hay nada que disimular. Además, ella no puede gustarme —negó Harry, tozudo—. No puede ser, es... es la hermana de mi mejor amigo, es un año menor que yo (aunque no lo parezca) y...
—¿Eso qué tiene que ver? —dijo Alyssa, aparentemente molesta—. Un año no es nada.
—Bueno, alguna excusa tengo que darme a mí mismo... —soltó Harry, sin pensarlo.
—Ajá... Así que es eso... Lo que a ti te pasa es que no eres capaz de admitir lo que sientes. Por eso te empeñas en buscarle tres patas al gato, en complicarte la vida viendo enamoramientos donde no los hay —Harry iba a negarlo cuando la profesora volvió a hablar—. No quieres que surja una situación de conflicto entre tú y sus hermanos, y aparte, no estás seguro de estar enamorado de ella o si es simple atracción... ¿me equivoco?
Harry se quedó de piedra. Formuló la pregunta que llevaba un rato rondándole la cabeza:
—Oye, Alyssa... ¿tú lees la mente, o has hecho algún conjuro para averiguar las cosas por telepatía?
—Ni lo uno ni lo otro. Simple intuición femenina.
—Ya... y dime con esa maravillosa intuición... ¿cómo voy a reaccionar con lo de Ginny?
—Ummmm... déjame que piense... Vas a dejar de marear la perdiz, y decirle que te gusta.
—¡Ja! —soltó Harry sin querer—. ¿Tú estás loca? Lo dices como si fuera así de fácil... ¿y si yo no le gusto? Hace mucho tiempo que estuvo enamorada de mí, ya se habrá cansado de esperar. No voy a pedirle que sea mi novia para que me diga que no, y hacer el ridículo. Además, no es posible, no sé ni por qué digo esto porque no me gusta, simplemente me cae muy bien y me estoy haciendo muy amigo de ella, ya está, fin del asunto, punto y aparte.
—No, punto y seguido. Harry, te aseguro que eres de lo más cabezota y ciego que he conocido en mi vida. ¿Por qué no eres capaz de admitir lo que sientes por ella? ¿Por miedo a un rechazo? ¿O quizás por mied...
—¿...a perderla? Sí. No quiero que me rechace, y ahora que nos llevamos tan bien, se asuste de mí y se distancie. No quiero perder su amistad. Ahora comprendo a Hermione —añadió, más para sí que para Alyssa.
—Harry, deja de decir tonterías. Deja de poner impedimentos. No más excusas frente a la verdad, chico. ¿Tú eres un Gryffindor? Menudo valiente...
—Acudo a ti para encontrar consuelo y en lugar de eso me estás desmoralizando, Alyssa —refunfuñó Harry.
—Sólo intento picarte, pero es que ni por esas. ¿Sabes qué te digo? Haz lo que quieras. Pero decídete pronto, y mira qué es lo mejor para ti. Y Ron y Hermione... bueno, permíteme que te diga que esos dos deberían estar juntos desde hace tiempo, a ver si salen ya y dejan de lanzarse miradas en clase, me desconcentran... —confesó ella, llevándose las manos a las sienes, y haciendo como que se estresaba.
Harry soltó una carcajada.
—No pareces una profesora.
—No pretendo serlo. Mi papel aquí es mucho más que eso.
Se quedaron un rato en silencio. El relato de la profesora hizo a Harry comprender que aquella pelea con Ron fue absurda. Perder a un amigo por una tontería como aquella estaba muy por encima de tragarse su orgullo para hacer abrir los ojos a Ron, que estaba tan ciego como Harry unos minutos antes.
—Muchas gracias por escucharme y por tu ayuda. Tengo que ir a reconciliarme con Ron —en aquel momento sonó la campana que anunciaba que debía ir a la siguiente clase.
—De nada. No cuesta nada ayudar a los demás, y después resulta muy gratificante porque te sientes muy a gusto contigo misma.
Ron lo seguía esquivando y no pudo obligarlo a hablar con él hasta que llegó la hora de dormir. Los demás chicos del cuarto dormían y Harry se dirigió hacia la cama de Ron para despertarlo de su profundo sueño.
—Ron... Ron, ¡RON! —lo llamó Harry.
—¿Qué? —era raro que Ron contestara amablemente. Fue buena idea llamarle de noche, desprevenido y confundido.
—Tengo que hablar contigo.
—¿De qué?
—Aclarar un malentendido.
—Todo está claro —contestó el pelirrojo de mala gana, dándose la vuelta en la cama y tapándose con la almohada.
—No. Si no me dejas hablar, tú te lo pierdes. Te beneficia en todo.
—¿Sí?
—Pues sí. El caso es que…
—Al grano que tengo sueño —espetó Ron frotándose los ojos, después de incorporarse.
—Vale, tú sabes que besé a Hermione. ¡Déjame hablar! —dijo Harry viendo la cara que ponía Ron.— No fue con idea de quitártela ni nada por el estilo. Fue para probarme a mí mismo que lo que siento por ella es pura amistad y viceversa.
—Y para eso la besas, ¿no?
—No sé quién hizo lo mismo... —contestó Harry con sorna—¿Y de qué otra manera puedo convencerme? Si le pregunto es muy incómodo, y si la beso, más placentero— no debió decir lo último. Ron no reaccionó exactamente como Harry esperaba... le pegó un tremendo puñetazo en la boca. Eso sí que fue doloroso... tanto que le rompió el labio. Tuvo el impulso de devolverle el golpe, pero extrañamente, se controló. Se lo merecía. Si le hubieran dicho algo así de Ginny, hubiera reaccionado igual, aunque en aquellos momentos no estuviera dispuesto a admitirlo.
—Harry, ¿por qué eres tan idiota? —dijo Ron, con aires de no haber roto un plato en su vida— Me lo hubieras dicho desde el principio y me habría librado del enfado, de pelearme contigo... y tendría la tranquilidad de tener el camino libre con Hermione.
—Si no me hubieras tratado así… —replicó Harry, tocándose el labio ensangrentado.
—Oh, qué lástima... ¿te he hecho daño? —preguntó Ron, burlón.
—Noo, noooo, qué va, qué dices... —ironizó Harry— Sólo me has partido la boca, pero ya está. Hala, listo, ya no podré besar ni a Hermione ni a nadie en días. ¿Contento?
—Lo siento, pero es que yo la probé primero, admito que soy un tanto celoso. Y no me gusta que nadie hable así de ella.
Harry le devolvió el golpe con un almohadazo.
—A mí tampoco.
—¿Amigos? —propuso Ron.
—Amigos —aceptó Harry dándole la mano y un abrazo. Acabaron revolcándose en la cama, dándose pequeños puñetazos.
Seamus se despertó, y corrió las cortinillas de su cama:
—¿Qué os pasa? Tenéis un jaleo…
—Nada... Es que las relaciones de pareja son difíciles —dijo Harry.
Los cinco chicos de la habitación estallaron en carcajadas. Habían estado escuchando todo, los muy cotillas. Menos mal que no se enteraron de que le gustaba Ginny, para que se rieran de él ya había tenido suficiente en clase de Adivinación. Sólo se reían de su labio hinchado. Harry y Ron contaron a todos los demás que fue porque se resbaló en el baño y cayó contra el lavabo, aunque, según pensó Ron, serían muy tontos o muy sordos si no hubieran oído el golpe del puño...
Los exámenes pasaron más rápido de lo que suponían, hasta que llegó el último día de clase antes de las vacaciones de Navidad. Las notas estaban expuestas en el tablón de anuncios del vestíbulo. Hermione había sacado en todo sobresalientes excepto en Pociones, en la cual se tuvo que conformar con un notable, y en Aritmancia: la profesora Vector le puso un once sobre diez. Las notas de Ron no fueron estupendas pero aprobaba todo. Harry como ya era habitual era el término medio entre sus dos amigos.
—¿Has hecho las maletas? —preguntó Ron a Harry , mientras cotilleaba en el tablón las notas de los demás alumnos de su curso y las de sus hermanos.
—¿Las maletas? ¿Para qué?
—¿Para qué van a ser? Para pasar las vacaciones en casa —se auto respondió Ron.
—No me habías dicho nada.
—¿No? Lo olvidé. Ese es el caso que hago a todo lo que me dice mamá.
—Me voy, tengo que recoger el último baúl y terminar de envolver los regalos —anunció Hermione yéndose camino de la Sala Común de Gryffindor.
—Hermione también viene con nosotros— aclaró Ron—. Mamá la ha invitado… Sus padres van a venir a casa a comer el día de Navidad. Mi madre propuso que invitásemos a tus tíos, pero mi padre no creía que les hiciera mucha gracia.
—Te aseguro que el sentimiento sería mutuo.
Un gruñido les interrumpió:
—¡Mierda! Me vuelvo a quedar sin escoba nueva —Draco Malfoy golpeó con el puño el cristal del tablón. Se hubiera roto si no estuviera encantado. Crabbe y Goyle buscaban a su lado algún aprobado en la lista de sus notas.
—¡Qué pena! El pequeño Draco ha suspendido Transformaciones —dijo Ron fijándose en la lista.
—¿Qué pasa, Weasley? ¿Tienes algún problema conmigo y con mis notas? —la voz de Malfoy intentaba sonar amenazante. Crabbe y Goyle ahora estaban embobados hablando con Pansy Parkinson, que no paraba de buscar al rubio con la mirada.
—¿A mí? Nada. Por lo visto tu padre no tiene la suficiente autoridad en este colegio para comprar tus notas y sí en el Ministerio de Magia para hacer lo que dé la gana.
−Como tu padre es íntimo del chiflado de Dumbledore…
−¡DIEZ PUNTOS MENOS PARA SLYTHERIN! Nunca más, óyeme, ¡nunca!, insultes a Albus Dumbledore sin asegurarte antes de que yo no esté cerca —no pudieron ser más acertadas las palabras McGonagall para terminar de estropearle el día a Malfoy. Y, a juzgar por la expresión de la profesora, estaría dispuesta a estropearle el día a base de maldiciones.
Harry, Ron y los demás chicos de Gryffindor que andaban por allí cerca y habían escuchado a McGonagall reían fuerte y con ganas, con el fin de que Malfoy los escuchara de camino al despacho de Snape.
No volvieron a saber de él hasta el viaje en el Expreso de Hogwarts. Coincidieron en compartimentos consecutivos en el tren, pero eso no afectó a Harry, Ron, Ginny y Hermione, que rebosaban de alegría. Por el contrario, en el otro, cuando se callaban y paraban de hacer ruidos, se escuchaban murmullos como si estuvieran tramando algo. Seguramente les había dolido la última batalla perdida. A la mitad del viaje, se escucharon gritos:
—¡Vosotros sois conscientes de lo que me hicisteis ayer! —era la voz de Draco Malfoy —Ahora que el viejo me tiene fichado no podré proporcionarle las noticias a mi padre.
—Bueno Draco, no te pongas así —al parecer Crabbe intentaba poner paz en la discusión.
—Si sucede algo importante, ya informaremos Vincent o yo —fue la única vez que escucharon a Goyle decir algo en serio, si aquello era serio.
—¡¿Cómo quieres que me calme? Si me dijo que a partir de este año podría empezar a hacer "trabajos" más importantes y que podría conocer a él personalmente y formaría parte de su grupo. Ahora que Potter y Weasley ganan la batalla en un asunto sin importancia, no me admitirá y dirá que no estaré a su altura. Lo tengo claro, a partir de ahora, les haré la vida imposible a esos dos y a la estúpida de Granger.
—Están ahí al lado, ¿les hacemos una visita? Y de paso, les estropeamos la felicidad.
—No, cuando volvamos de vacaciones, ahora no tengo ganas —rechazó Malfoy, con cierto tono de desprecio en la voz—. No te preocupes, cuando llegue Weasley a su casa y a su miseria, se le quitaran las ganas de reír. Me gustaría ver sus regalos de Navidad, sería divertido comprobar que todavía perdura la pobreza, aunque después sea orgulloso y diga que viva bien. ¿A quién querrá engañar? Lo mejor es el regreso de San Potter famoso entre los magos y esa familia muggle en la que vive, ni siquiera le toman en cuenta. Le está bien empleado, a ver si así se le bajan los humos y se da cuenta quién es en realidad... Y Granger, patético, con padres muggles… penosos hombres, se pasarán todas las vacaciones para preparar los festines, sin magia... no sé cómo los muggles no se han extinguido aún... aunque para eso está trabajando duro el Señor Tenebroso.
Toc, toc. Era a la puerta del compartimiento de Malfoy. Harry estaba esperando a que abrieran.
— Hola Draco... me ha parecido escuchar que nombrabas a mis amigos.
—¿Yo? Has debido de olvidar lavarte los oídos o estás paranoico.
Un puñetazo en la nariz mostró a Malfoy que Harry hacia caso omiso de sus palabras, y a Hermione que sus amigos no eran capaces de resolver los asuntos sin golpes. Harry le cerró la puerta en la cara, y la encantó rápidamente para que no la pudieran abrir. Estuvo bien eso de golpear, pero que Crabbe o Goyle se lo hicieran a él no le parecía buena idea. Ya tuvo suficiente de chico con Dudley y sus amigos.
—Sienta bien desahogarse con quien lo merece. Ahora te comprendo, Ron —murmuró Harry crujiéndose los dedos mientras entraba en su compartimiento y se sentaba al lado de Ginny, que intentaba ocultar una sonrisa. Pocas veces en todo el curso se había sentido tan a gusto. Acababa de darle un buen golpe a Malfoy, e iba a pasar las Navidades en familia, por primera vez en su vida...
—Harry, eso eran cincuenta puntos para Gryffindor. Entre los dos ya llevamos cien... —dijo Ron pícaramente, chocando una mano con él y haciendo que Hermione chascara la lengua en señal de reprobación.
El resto del viaje fue igual que al principio, aunque cada vez se le hacía más irritante la espera a Harry.
Al llegar a La Madriguera, la señora Weasley los recibió con el mismo cariño de siempre. La casa estaba llena de dulces caseros hechos por ella, muy buena repostera tal como demostraba cada vez que comían alguno. Estas navidades sólo volvería a casa Bill, el hermano mayor de Ron. A Charlie le resultaba imposible debido a su trabajo con los dragones, además de una labor de investigación que, según les contó el señor Weasley, tenía entre manos para ascender de puesto.
La primera noche Bill aún no había llegado, y estaban Ron y Harry durmiendo solos en el dormitorio empapelado por los antiguos posters de los Chudley Cannons, el equipo de quidditch favorito de Ron. Esta temporada más favorito que nunca porque no eran los últimos en la liga: las Avispas de Wimbourne, el equipo en el que años atrás jugó Ludovic Bagman, había sufrido una terrible caída hacia el último puesto de la Liga de Quidditch Británica; eso había servido para subir la moral a los Cannos, que avanzaron puestos hasta situarse a la mitad de la tabla de clasificación. Ron estaba eufórico por ese hecho.
Cerca de las dos de la madrugada, Hermione y Ginny aparecieron en el dormitorio de ellos en camisón y bata. Los despertaron ya que estaban profundamente dormidos. Cuando los dos fueron conscientes de que las chicas se le aparecieron de noche en su cuarto, y con un simple camisón, no pudieron menos que preguntarles asombrados qué hacía allí a esas horas.
—Si quieres nos vamos —respondió Hermione.
—No, no. Quedaos pero, ¿a qué se debe esta visita? —dijo Ron, desperezándose.
—¿Para vosotros todo tiene que tener explicación?
—Déjalo Hermione, es imposible. Estamos hablando toda la noche y nos aburrimos las dos solas, ¿qué os contáis? —dijo Ginny, metiéndose entre las mantas de la cama de su hermano. Hermione iba a irse con Harry pero…
—Ginny, ya te tengo aborrecida, vete con Harry —dijo Ron dejando sitio para Hermione.
Estuvieron hablando toda la noche, abrigados entre las mantas y riendo por lo bajo para no despertar a los demás, pero sin querer los temas de conversación fueron decayendo y quedaron dormidos.
Un rayo de sol dio a Harry en el ojo. Estaba arrebujado con sus mantas, y no le apetecía levantarse, así que se quedó tumbado, dormitando. Miró a Ron, y cuál fue su sorpresa al descubrir que no estaba solo... Hermione dormía junto a él, y pudo vislumbrar entre las mantas que Ron tenía sus manos en la cintura de la chica y ella apoyada su cabeza sobre el hombro del pelirrojo.
Hermione empezó a moverse lentamente, despertándose de su sueño. Harry quedó paralizado en la cama con los ojos entreabiertos haciendo como que dormía. Ella miró a su alrededor extrañada y susurró «Me quedé dormida». Se levantó lentamente para no despertar a Ron y sin hacer ruido, lo arropó con las mantas. Se dirigió hacia la puerta. Harry iba a levantarse cuando oyó sus pasos volverse sobre sí, y la chica apareció por detrás de él frente a la cama de Ron. Comprobó que Harry dormía, y al creer que así era, se inclinó sobre Ron y le dio un suave beso en la mejilla. Se quedó unos segundos mirándolo, y volvió a salir del cuarto.
Al rato, Harry despertó a Ron para bajar a desayunar. Ya había llegado Bill. El joven estaba igual que el último año. Su mismo pelo largo y rojo recogido en una coleta, el mismo pendiente en forma de colmillo colgándole de la oreja (además de una adquisición nueva por la que su madre le estaba regañando: otro pendiente que se asemejaba a un sickle agujereado), las mismas pintas de roquero, igual de guay. Saludó a los chicos con la mano y un abrazo. Ginny casi le sacó los ojos de la fuerza con que lo estrechó.
—¡Qué guapa estás! Seguro que tendrás algún novio o alguien rondando a tu alrededor —dijo Bill a su hermana mientras le vertía leche sobre un tazón.
Los gemelos guiñaron un ojo a Harry e hicieron que se sonrojara. Por suerte, nadie más se dio cuenta. Al terminar el desayuno, Bill pidió a Ron que se fueran a hablar a solas a la sala de estar y Hermione, Harry y Ginny, salieron al jardín. Hacía frío y estaba todo nevado.
—Hermione, ¿por qué te quedaste durmiendo con Ron? —preguntó Ginny aprovechando que no estaba su hermano.
—No fue porque yo quisiera. Es que me dormí y me desperté ya por la mañana.
—Cuando yo me fui Harry y tú estabais dormidos; además, yo estaba cansada. Le dije a mi hermano que te despertara para que volvieras a mi cuarto mientras yo iba a comprobar si había alguien que nos pudiera ver —explicó Ginny.
—A mí Ron no me despertó. No se daría cuenta de que se lo dijeras.
—O no quiso darse cuenta —observó Harry, y Hermione quedó pensativa.
Llegó Ron y no pudieron hablar más del tema.
Por fin llegó la ansiada mañana del día de Navidad. Ron lo despertó con sus gritos. Salpicaba euforia viendo sus nuevos posters para su dormitorio y una túnica de quidditch de la anterior temporada, todo de los Chuddley Cannons. Un par de gritos femeninos sonaron un piso más abajo. Ginny casi tira la puerta del cuarto cuando entró gritando y saltando.
—¡TENGO UNA NIMBUS 2001! ¡TENGO UNA NIMBUS 2001! —repetía una y otra vez. Se la mostró a Ron. Harry pensó que los dientes le acabarían llegando hasta el suelo de la envidia. Mientras, miraba la escoba con melancolía. Recordaba sus buenos tiempos encima de una escoba como aquella y su final, echa astillas por el Sauce boxeador.
—¿Y a ti que te han regalado?
Aún no había visto sus regalos. Estaban a los pies de su cama: un jersey Weasley, confeccionado por la madre de Ron en color verde; este año no tenía su inicial en el centro, y a Harry se le antojó extraño. Dulces de Hagrid que no probaría aunque se muriese de hambre; un lote de Sortilegios Weasley con el manual de El buen bromista y galletas de canario; ropa nueva, pero no muggle: ropa de la que vestían habitualmente los magos; Harry estaba seguro de que eso tenía que ver con Hermione y Ginny. Y una última cosa un tanto extraña: una especie de sobre verde con los bordes negros, ovalado, lleno de alguna sustancia en polvo que olía raro. No se atrevió a abrirlo porque aún se acordaba de los sobres rellenos de pus de bubotubérculo que recibió Hermione cuando todo el mundo creía que estaba jugando con el amor de Harry y Krum.
Bajó dispuesto a enseñárselo al señor Weasley. Él y su esposa estaban en el salón, admirando asombrados unos pequeños espejos de marco dorado que acababan de regalarles los gemelos.
—¿Qué son esas cosas? —preguntó Harry, terminando de bajar las escaleras.
—¡Reflectores de enemigos, Harry! ¡Reflectores portátiles! —contestó el señor Weasley. Se dirigió después a Fred y George— No me lo explico... hijos, esto vale un dineral, ¿de dónde habéis sacado tanto?
—¿Os acordáis de los artículos de broma que estuvimos fabricando estos veranos? —dijo George. Su madre lo miró ceñuda—. Bueno, pues mamá, siento decírtelo, pero no nos confiscaste todos, ni los apuntes con las fórmulas de su fabricación. Y hemos estado haciendo negocios... Hemos vendido algunos de ellos a Zonko y a otras empresas extranjeras. No sé cómo, Percy nos consiguió contactos, y... el esfuerzo genera sus frutos. ¿Sigues pensando que hacemos mal al jugar con bromas, mamá?
—Sois unos ambiciosos emprendedores, como vuestro padre... no sé como os las apañasteis para no caer en Slytherin... —contestó ella, intentando disimular lo orgullosa que estaba de sus hijos— Pero decidme... ¿por qué nos habéis regalado reflectores de enemigos?
—Últimamente vais a muchos sitios, quedáis con gente importante del Ministerio, inefables, miembros del Cuerpo de Seguridad Mágica, Aurors... —dijo Fred, enumerando con los dedos— Tenemos miedo de que corráis peligro y no nos lo hayáis dicho.
La señora Weasley se abalanzó contra sus hijos y los abrazó con fuerza:
—Y pensar que siempre os estoy regañando por vuestros proyectos...
—Vaya, Ginny, ahora nuestro regalo se queda corto —comentó Ron, mirando a su hermana.
Harry se acercó con el sobre. Se lo enseñó al señor Weasley, que lo cogió con un trozo de bolsa plástico.
—Vaya... ¿Te han mandado esto? —Harry asintió con la cabeza— Si lo abres, estallará y no parará de salir polvo que te hará toser durante horas y, a juzgar por el tamaño de este, durante días —explicó el padre de Ron, observando cautelosamente el sobre—. Es una sustancia prohibida. ¿Quién puede querer que te ocurra?
—Draco Malfoy.
—¿El hijo de Lucius Malfoy? —repitió Arthur, sin poder disimular una enorme cara de asco.
—El mismo —«No me deja ni en Navidad» pensó Harry.
—Entonces no me va a desagradar hacer una investigación sobre el origen de este sobre... Como demostremos en mi Departamento que es suyo, a Lucius no le va a hacer ninguna gracia la denuncia que le vamos a poner por culpa de su hijito... Y a mí me va a dar una "lástima"...—Arthur Weasley rió socarronamente. Se estaba deleitando de gusto sólo de pensar en lo que iba a fastidiar a la familia Malfoy.
La señora Weasley no había preparado una comida, era un banquete. Había de todo en abundancia. Entre todos ayudaron a poner la mesa en el salón, y les costó trabajo que cupieran dos, ya que la casa de los Weasley era muy pequeña y había varios invitados. Los señores Granger llegaron al medio día, y estaban tan alucinados con todo lo que veían como Harry los primeros días de su estancia en Hogwarts. No paraban de preguntar por cosas como el reloj que indicaba la posición de los miembros de la familia Weasley. Parecían el padre de Ron, pero a la inversa. El señor Granger se entusiasmó más de la cuenta cuando vio cómo Molly fregaba los platos con un simple movimiento de varita. Estuvo un buen rato recriminando a su hija en broma («¡Hermione! ¿Tantas pociones que haces, y no se te ocurrió ayudarme con el hechizo ese ninguna de las veces que tu madre me ordenó fregar los platos?»)
Todos los chicos se atiborraron de comida sin contar el postre: dulces caseros de frutas. El mejor para Harry fue un pastel de mora y fresas, lo devoraron en unos minutos.
—Todo está exquisito —dijo Hermione y todos los demás asintieron con la boca llena.
—Ya sé que soy buena cocinera —admitía la señora Weasley sin modestia—, pero hay mejores formas de decirme que os gusta. Parece que nunca habéis visto comida o pasteles. Me siento halagada...
Después de tan generoso banquete, los chicos no se podían ni mover, de modo que se sentaron frente al fuego y todos se dispusieron a enseñarse sus regalos. Los gemelos también tenían unas Nimbus 2001, y cuando se cansaron de reposar, salieron a jugar al quidditch. Se llevaron a los padres de Hermione para que vieran el partido. Bill, George, Ron y Hermione en un equipo, y Harry, Fred, Ginny y Percy, que también se animó ya que era su "tiempo de ocio" (aunque era un pésimo jugador), en el otro. Los padres de Hermione estaban alucinados, a pesar de que no pudieron jugar con bludgers por si se escapaban y algún muggle del pueblo de al lado la divisaba. Las bludgers eran simples balones hechizados para que no cayeran al suelo. La snitch la soltaron porque supusieron que Harry sería capaz de atraparla. No pudieron colarle a Ron ni un gol, ni su hermana Ginny, una de las cazadoras de Gryffindor. Ron era un guardián muy bueno, aunque quizás un tanto violento (varias veces se lanzó en picado contra su hermana antes de que le diera tiempo a lanzar). Ginny tuvo que dejarle varias veces la escoba; como Harry suponía, su amigo estaba bastante celoso por los regalos de sus hermanos.
Cuando se cansaron de jugar regresaron a La Madriguera. Todos los hijos Weasley tenían curiosidad por saber de dónde habían sacado sus padres el dinero para comprar tantas escobas voladoras.
—Anda, Molly, déjame contárselo... —suplicaba Arthur.
—¿Para qué? ¿Para que les des peor ejemplo del que ya les diste en su día?
—Estoy segura de que tu marido no ha hecho nada malo.. se ve un hombre muy decente... y divertido, no como el soso éste que tengo a mi lado —dijo Helen Granger mirando a su marido.
—Se nota que me quiere, ¿verdad? —comentó él riéndose, dirigiéndose al señor Weasley, que sonrió ante el comentario.
—Bueno, quieras o no se lo voy a explicar porque me hace ilusión. Veréis, niños: vuestra madre y yo hemos estado últimamente en contacto con magos y brujas de otros lugares de Europa...
—Sí, para eso secretísimo que no nos queréis contar —interrumpió Ginny.
El señor Weasley hizo caso omiso al comentario de su hija, y siguió hablando:
—... y conocimos a Radian Ford, un brujo... eh, bueno, más conocido por ser el nieto del primer fabricante de automóviles de ésos muggles en cadena que por otra cosa... En fin, que Ford nos preguntó si era nuestro el coche aquél volador que tantos muggles vieron... vuestra madre estaba abochornada, pero se le quitó pronto la vergüenza que según ella le hacía pasar... En cuanto Ford nos ofreció comprarnos el diseño del coche para fabricarlos y venderlos en el mercado mágico...
—¿Coches para los magos? —preguntó Hermione, asombrada—¿Para qué nos hacen falta, teniendo la red Flu y sabiendo aparecernos?
—¡Para el Ministerio, Hermione! Nos serían útiles coches como el que yo hechicé... un diseño de muggles con prestaciones mágicas... perfecto para pasar desapercibidos, ¿no os parece? Bueno, sigo contando: así que Molly y yo decidimos venderle la patente. Por supuesto, no se la vendimos así como así... Yo seguiré trabajando en el proyecto, ya que ellos no saben cómo hechizar el coche ni tengo intención de desvelar el secreto, así que me necesitan... y claro, nos ha dado suficiente dinero como para vivir a gusto un tiempo y poder arreglar la casa.
—¿Vais a cambiar La Madriguera? —preguntó Harry, decepcionado. A él le gustaba tal y como estaba, con todas sus extrañezas. Aunque fuera pequeña.
—Arthur ha dicho «arreglar», Harry, no cambiarla —intervino Molly—. Haremos retoques para agrandarla y hacerla resistente. Pero seguirá siendo igual.
—Entonces... ¿ahora tenemos más dinero? —preguntó Ron, cauteloso e ilusionado a la vez.
—Sí hijo... pero eso no significa que vayamos a ir despilfarrándolo por ahí.
—Pero Malfoy ya tendrá que callarse la boca.
—Y dinos, Arthur... ese modelo... ¿estará disponible sólo para los magos? —se interesó el padre de Hermione.
—Sí... pero no te preocupes... Puedo hacer que os dejen comprar uno...
—¡Arthur! ¡Trabajas en el Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia! ¿Cómo va a conseguir eso?
—Para cuando se saque el modelo a la venta, Hermione será casi mayor de edad. Perfectamente podría comprarse uno... Aunque no me vendría mal ver modelos muggles —dijo Arthur, lanzándole una clara indirecta a los señores Granger, que la pescaron enseguida («Ven cuando quieras, somos más especialistas en dientes que en otra cosa, pero te podemos llevar a un concesionario...»)
—No tienes remedio... —dijo la señora Weasley, recriminando a su marido.
La madre de Hermione sonreía divertida. Todos parecían contentos por la declaración del señor Weasley. Todos con sus hermanos o padres, todos en familia... todos menos Harry. Fue un simple pensamiento, pero le hizo darse cuenta de la realidad: estaba solo. No importaba lo a gusto que se sintiera allí, ni el hecho de que la familia de Ron fuera casi suya... el hecho era que no tenía una familia propia (los Dursley no podía contarse como tal) y eso le hacía entristecerse. Miró a Molly, que regañaba a su hija menor por arrojarle frutos secos a Bill, y al padre de Hermione, que la escuchaba alucinado explicar cómo una fruta mágica que había sobre una bandeja de la mesa del salón aclaraba el color de los dientes. Y en aquel momento hubiera dado cualquier cosa, todo lo que tenía y todo cuanto era, por estar aunque fuese sólo ese día con sus padres. Aunque se pasaran el rato regañándole por hacer guerras de frutos secos con sus amigos, le daba igual. Como una familia. Como la familia que algún día tuvo y nunca pudo disfrutar. Su origen, su vida... La vida que, al no quitársela, Lord Voldemort le robó.
