Aviso: lo sabe tol mundo, pero vamos a repetirlo: los personajes son de la magnífica y, to hay q decirlo, perezosa Joanne Kathleen Rowling, que nos tiene desesperaícas por que saque el 5º libro Todos, menos unos que ya saldrán, entre ellos, Alyssa Auranimus.

Un inciso... acabo de repasar el capítulo x si hay alguna falta de ortografía tipo hierba con V como nos pasó en el último capítulo, pero debo de tener los ojos algo así como Voldemort (rojo ordenador, y eso q no llevo na de tiempo, apenas 1h)... total, que me qdao por el Bosque. Ya no he sio capaz de leer más, puedo quedarme ciega o algo así... así que si hay algo mal expresao (q lo hemos repasao ya varias veces antes, pero puede pasar, siempre se hacen cambios de última hora) o alguna contradicción, decídnoslo en un review. Zanks.. y puff... MENUDA PUTA MIERDA LA CARTA NO SE VE BIEN... mira lo q pasé pa q pareciera una carta rota en pedazos de verdad... y ahora sale con huecos... puto word y puto internet de los cojones...

15

El destino del espectro

"Fingiendo realidades

con sombra vana,

delante del Deseo

va la Esperanza:

y sus mentiras,

como el Fénix, renacen

de sus cenizas."

Gustavo Adolfo Bécquer

Harry volvía a la sala común. Se había rezagado porque había estado intentando durante un buen rato acertar la contraseña del baño de los prefectos. Le apetecía bañarse allí... sobre todo después del partido. Le había dicho a Ginny que se acercara al cuarto de baño por si acaso conseguía la contraseña, pero ella se había negado de pleno. Había malinterpretado la proposición de Harry, y en esos instantes estaría seguramente bañándose en su cuarto...

Iba sumido en sus pensamientos cuando lo sobresaltó un ruido. Parecía viento..., pero estaba en mitad de un corredor sin ventanas... Se paró en seco, asustado... ¿y si era un fantasma? Luego recordó que estaba en Hogwarts, y los fantasmas no era algo por lo que debiera asustarse.

Siguió caminando. Otro ruido volvió a sobresaltarlo, esta vez más cerca de él. Un susurro parecía llamarlo...

Se volvió lentamente hacia atrás. No había nada ni nadie. Seguramente era un reflejo, el recuerdo del viento silbando en sus oídos que había soportado durante todo el partido...

Una armadura cayó al suelo detrás de él provocando un gran estruendo. Harry se volvió rápidamente hacia atrás, con la varita en la mano por si debía defenderse de Peeves o algún otro bromista que le estuviera jugando una mala pasada...

... Y el corazón le dio un vuelco cuando vio la figura semitransparente que avanzaba hacia él. Un muchacho moreno de ojos grises y nariz perfecta, alto, y en resumidas cuentas, de ésos que se llevaban a todas las chicas, se acercaba flotando rápidamente...

—¡CEDRIC! —pero Harry no pudo gritar más porque el fantasma le estaba tapando la boca.

—Shhhhist —susurró el espectro—... no grites, nadie debe oírnos, no a mí.

Harry se zafó de la mano de Diggory. No le costó mucho, la atravesó al primer esfuerzo.

—¿Qué haces tú aquí? ¿Cómo...?

—Shhhhhist. Soy Cedric. Cedric Diggory… o lo que queda de mí —añadió, mirándose el cuerpo translúcido.

—¿Eres un fantasma?

Cedric rió con amargura.

—Ni siquiera sé si soy eso. Soy un alma en pena, Harry. Espero el momento en que, supuestamente —dijo Cedric con un curioso tono de escepticismo en la voz—, cumpla con mi destino y así pueda abandonar para siempre este mundo y descansar en paz.

Después de unos segundos de reflexión pareció acordarse de algo:

—Ahora escucha, Harry, no tenemos mucho tiempo. No tardarán en orbitarme cuando se enteren de que estoy incumpliendo las normas.

—¿Normas? ¿Qué normas? ¿Quiénes te harán... qué? —Harry estaba totalmente desconcertado.

—Ellos —respondió Cedric, mirando hacia arriba—. Oye, sé que llevas mucho tiempo muriéndote de ganas por ver a tus padres... y tú debes vivir, vivir en paz. Esto no me está permitido, pero...

—¿El qué no te está permitido? ¿Quién no te lo permite?

—Harry, ¡calla y escúchame! —Cedric no paraba de mirar hacia arriba y hacia los lados—. Está bien, te lo explicaré. A los fantasmas... a los que llegamos a convertirnos en fantasmas, no se nos permite ver a nuestros seres queridos. Sería un golpe muy fuerte para ambas partes. Por eso tú no has visto a tus padres, por eso yo no puedo ver a los míos... Sin embargo, es muy duro que te arranquen de tu cuerpo, de repente, sin más oportunidad..., así que a algunos, a las almas buenas, nos permiten de vez en cuando bajar a visitar los lugares que frecuentábamos en vida. No debería estar ahora mimo hablando contigo, está totalmente prohibido, pero... Tengo que agradecerte de alguna manera que trajeras mi cuerpo, aun arriesgando tu propia vida.

Harry tardó unos segundos en asimilarlo todo y reaccionar:

—Fue culpa mía. Te mató por mi culpa, deberías odiarme, no agr...

—¡No, Harry! —gritó Cedric desesperado, pasándose una mano por el cristalino pelo moreno—. Pasó lo que tenía que pasar, es algo que he aprendido ahí Arriba. Todo tiene un motivo. Mi muerte también lo tuvo. Y la muerte de tus padres.

Se hizo un silencio triste. Harry miró al espíritu de Cedric... ¿sus padres estarían así ahora?

—Ahora escúchame, Harry. Hay una manera de que puedas ver a tus padres.

Harry levantó la cara. No podía creer lo que Cedric decía...

—¿Cómo? ¿Puedo verlos? ¿Cuándo?

—¡HARRY, CÁLMATE Y ESCUCHA! No me queda mucho tiempo aquí. Mira: ellos no pueden contactar contigo, pero si es al revés... Existe un modo..., muy complejo, sí, pero —el muchacho dudó. Harry lo apremió con la mirada—... Podrías invocar a tus padres mediante un ritual que —Cedric interrumpió su discurso. Se quedó inmóvil. Harry creyó ver una lucecita blanca parecida a una estrella en miniatura sobre el hombro del muchacho—... Oh, ¡joder! —Diggory miró hacia arriba, furioso—. Nos han descubierto. James y Lily están muy orgullosos de ti, Harry.

—¿Cómo lo hago? ¿Cómo los invoco?

—Harry... dile a Cho que la quiero, que nunca la olvidaré...

—Sí, lo haré, pero ¿cómo los invoco?

Una luz proveniente de arriba alumbró a Cedric y lo hizo ascender.

—¡Pregunta a Hermione!

Una inminente duda sobrevoló la mente de Harry.

—¡Cedric! ¡Espera! ¡Cedric, por favor, vuelve un momento! —gritó Harry, desesperado. Dio un salto e intentó agarrar al fantasma de una pierna, pero su mano lo atravesaba—. ¡DEJADLE VOLVER!

El fantasma se revolvió en el aire, haciendo esfuerzos para que la luz no lo absorbiera. Consiguió liberarse de ella, aunque seguía flotando sobre su cabeza.

—¿Qué? Rápido, ¡más te vale que sea import...

—Sirius... Sirius Black —le cortó Harry—… ¿Está allí? ¿Contigo, arriba —tragó saliva. No quería decirlo, no quería admitirlo—... muerto?

Cedric lo miró entre confuso y asqueado. Se retorció una vez más intentando librarse de Ellos, que volvían a alzarlo con su luz. Habló con un tono solemne y despectivo:

—Allí Arriba no se admite a traidores ni a asesinos, Potter.

Y en medio de un haz de partículas celestes, el fantasma desapareció.

—... Sí, pero lo mejor ha sido cuando Ron ha parado ese disparo de Flint... ¿habéis visto la cara que ha puesto? —decía Fred, emocionado—. La verdad es que ese gol parecía cantado ya...

—Sí, ha sido estupendo —dijo Hermione, apareciendo de repente por detrás del corrillo—... ¿me dejáis que me lleve a Harry un momento?

—¿Tú no te ibas a dormir? Bueno, es igual... ¿Por qué no te quedas? —pidió Ron.

Hermione lo miró, nerviosa.

—No, no puedo. Harry, ¿vienes, por favor?

Harry asintió y se despidió del grupo con la cabeza. Alguien les dijo que no tardaran mucho y volvieran pronto.

—¿Qué querías? Ah, yo también tengo que hablarte de algo...

Hermione no respondió.

—Lee esto —le dijo cuando hubieron llegado al cuarto, tendiéndole un trozo de pergamino.

Harry lo leyó rápidamente.

—"Pregunta a Hermione..."—susurró Harry.

—¿Qué?

—Cedric. Me lo he encontrado esta tarde... al principio me ha dado un susto de muerte —recordó Harry—. Parece un fantasma, pero él aún no está seguro de lo que es. Me dijo que... —Harry le contó a Hermione su encuentro con el espíritu de Cedric.

Hermione bufó cuando Harry terminó de hablarle:

—¿No podía haberme explicado todas esas cosas también a mí? O como mínimo, avisarme y decirme quién era en lugar de jugar al escondite conmigo... Me atravesó varias veces e hizo que se movieran cosas para llamar mi atención —explicó Hermione al ver la cara de incomprensión de Harry.

—Cuando habló conmigo lo descubrieron y se lo chuparon hacia arriba, ya te lo he dicho. Y en la nota misma te lo dice, estaba preocupado por si lo descubrían los que él llama «ellos».

—Sí, y se ve que «ellos» se dieron cuenta, y Cedric decidió jugar a las adivinanzas para engañarlos —dijo Hermione, algo fastidiada. Se quedó en silencio unos instantes—. Harry, ¿cuáles son tus más ansiados deseos?

—Eh... ¿A qué viene eso? —Harry lo pensó durante unos segundos. Que Hermione no supiera lo que se moría por hacer los últimos catorce años de su vida… y no le hacía falta tener delante el Espejo de Oesed para darse cuenta de cuáles eran sus deseos más profundos... —. Ver a mis padres, claro... pero no entiendo...

—"Harry posee los escritos de sus más ansiados deseos" —leyó Hermione, mirando la nota—. ¿No te ha dejado nada él? —Harry se encogió de hombros, pensativo—. A lo mejor es algo que ya tuvieras tú desde hace tiempo... El álbum de fotos de tus padres, el que te regaló Hag...

—Espera, espera... El día de Navidad..., por la noche..., me encontré encima de la cama un libro. Pensé que me lo habría regalado Sirius, pero no había ninguna nota suya en el interior.

—¿Y por qué no me lo habías dicho antes? Ve a por él, ¡corre!

Harry fue a su cuarto rápidamente. El libro estaba casi al fondo del baúl, así que tuvo que revolverlo todo para poder llevárselo a Hermione.

Moste Candidus Potions... Moste Candidus Potions... —repetía Hermione mirando fijamente la portada del gran libro—. ¿De qué me suena ese título? Se parece al de Moste Potente Potions, pero aparte... —Hermione estuvo medio minuto en silencio ante la desesperación de Harry, al que le había entrado un tic en la pierna y no podía parar de moverla—. ¡Sí! Ya lo tengo... Es un libro de pociones relacionadas con sabiduría, la pureza, la vida y la muerte, los espíritus y la magia blanca... Pero Harry..., hay sólo dos ejemplares de este libro en el mundo: uno está en la Biblioteca Nacional de Alejandría, y otro pertenece a un particular de Wimbourne. Cedric no ha podido robarlo de la Biblioteca porque se habrían dado cuenta (es uno de los lugares más vigilados del mundo), así que...

—... o se lo ha robado al particular —completó Harry—, o había más de dos libros.

—No, no los hay. Al menos no se conoce su existencia. Son únicamente dos libros escritos a mano.

—Bueno, ¿y qué más da de dónde lo haya sacado Cedric? Él sólo quiere ayudarme y ha hecho todo lo posible para ello, aun arriesgándose a que quienes quiera que sean «ellos» le castigaran.

—Eso es lo que me escama, Harry —dijo Hermione, preocupada y seria—. Estoy pensando... ¿y si hay alguien al que le interesa que hagas esa poción? Quiero decir... Cuando Dobby te proporcionó las branquialgas el año pasado fue porque le había oído accidentalmente decir al hijo de Barty Crouch que las necesitarías, según me contaste tú mismo. Crouch quería asegurarse de que tú ganaras las pruebas para después llevarte frente a lord Voldemort... ¿Y si alguien está haciendo lo mismo con Cedric?

—¡No digas tonterías! ¿Cómo habría conseguido contactar con él? No, Cedric quería ayudarme... me dio el libro hace tiempo, pero yo no pillé la indirecta. Ha tenido que hacer más malabares para que sea capaz de descubrirlo (y aún así no sé que pretende que haga).

—¿No le viste nada raro? —preguntó Hermione al tiempo que abría el libro y lo ojeaba.

—No. Bueno, tiene una página en blanco. La Poción invocadora, creo que era... ¡claro! ¡La poción invocadora, seré idiota!

Hermione buscó rápidamente en el índice y abrió el libro por la página de la poción. Mientras iba pasando páginas, observó:

—Qué curioso... cada poción está cifrada de una manera. Mira —dijo, sentándose en la cama muy cerca de Harry y mostrándole el libro—: ésta está escrita en una especie de runas antiguas (que yo no las he dado)... y esta otra, mira —añadió, pasando la página—: es para tener sabiduría total por un día entero, fíjate en los ingredientes... parecen acertijos, ¿no?

—Y la nuestra está en blanco.

—Es la Poción invocadora, la habrán escrito «ellos», o fantasmas, o vete a saber quién (porque si te fijas el libro no está escrito entero por la misma persona), así que el tipo de cifrado lo habrán escogido también ellos. Entonces supongo que tendremos que frotarla con el revelador, como Cedric me instó a que hiciera con su nota.

Harry le hizo una señal a Hermione para que revelara la página. Al mismo tiempo que la chica la iba frotando con la goma rosa, el pergamino se iba cubriendo de adornos, símbolos y letras plateadas.

—¿No crees que es muy simple? —objetó Harry—. Quiero decir, así parece que cualquiera que descubra cómo leer la poción puede invocar a sus familiares, o a la víctima de un crimen sin resolver, o...

—Yo no estaría tan segura —respondió Hermione, señalando con el dedo a los ingredientes—. Fíjate: pelo de unicornio, lanzas de bulbotícora, plumas de caradrio, escamas de sirena o de tritón, sangre de basilisco... ¿dónde vamos a encontrar eso? Y las condiciones que pone... ¡Es casi imposible! Es la poción más complicada que he visto nunca, ¡más aún que la multijugos!

—Bien... entonces esta noche Harry y yo iremos al armario de Snape para coger el ajenjo, los ojos de ciervo volante y las ramas de sándalo. Y tú, Ron —disponía Hermione, mientras apuntaba con la varita al cojín que tenía que hechizar para que masajeara la espalda—, irás con Ginny a las cocinas a pedirle la hierbabuena y la albahaca a los elfos domésticos. Esos dos ingredientes sí son fáciles de conseguir, la verdad. Todos los demás ya verem...

—¿Tú estás loca? ¡Snape es un mortífago! —susurró Ron exasperado, acercando mucho su cara a la de Hermione—. ¡Imagínate si te pilla! Si os ve robando ingredientes de su armario podría enfurecerse mucho. Seguro que ya está harto de ocultar su entretenimiento favorito... Estaríais Harry y tú solos, y no tendríais ninguna oportunidad contra él, por muy estúpido que sea, ni podríais probar nada después. No quiero ni pensar en lo que ese asqueroso mortífago podría hacerte...

—Gracias por preocuparte por mí... —dijo Harry, irónico.

—Es a ella a quien tiene más odio por ser hija de muggles y la mejor bruja del colegio. Es a ella a la que atacaría sin pensárselo. Y no quiero que eso ocurra, así que a robar los ingredientes voy yo —dijo Ron, ceñudo—. Todo puede ser que me castigue de por vida a limpiar calderos... Grandísimo hij...

—Shhh —Hermione le tapó la boca. Cerca de ellos pasaba el profesor Flitwick, probando cojines y puntuando el nivel los hechizos—. Mejor dejamos el tema para luego, ¿vale?

—Ron...

—Qué.

—Quita tus zarpas de mi pie derecho. Me lo estás aplastando.

—Lo siento —susurró Ron, revolviéndose bajo la capa invisible.

Acababan de coger varios de los ingredientes que necesitaban del armario de Snape. Les faltaban algunos, pero estimaron que no era prudente robarlos todos de golpe o el profesor los echaría en falta. Ya habían andado muchas veces bajo la vieja capa invisible del padre de Harry, pero siempre era difícil hacerlo mientras Ron estuviera en el lote, y más aún con la preocupación de estar infligiendo las normas. Por eso en aquel momento estaban parados, esperando a que dos alumnos de Slytherin decidieran desistir de perseguirse por los pasillos y dejarlos a ellos pasar a sus anchas.

—Bien, hemos conseguido más de la mitad de los que Hermione dijo —observó Ron, después de esconderse en un oscuro armario ropero del vestíbulo y quitarse la capa invisible—. ¿Qué hacemos para conseguir los otros?

—Hagrid. Él posiblemente tenga escamas de dragón. No sería extraño que conservara unas cuantas de Norberto como recuerdo.

—Pero es muy tarde...

—¿Y qué? La verdad es que hace tiempo que no vamos a visitarlo —repuso Harry, acordándose de ello con una punzada de arrepentimiento—. No creo que le importe. Y él no se chivará a ningún otro profesor de que andamos a deshoras fuera de nuestro cuarto.

—Pero hará preguntas... —objetó Ron.

—Que nosotros evadiremos o responderemos con pequeñas mentiras piadosas. —Y sin darle tiempo a contestar nada más, Harry echó sobre ellos la capa invisible y abrió la puerta del armario empotrado.

La noche era fría y lúgubre. Aquel mismo cuarto de luna amarillento que brillaba sobre la superficie ondulada del lago, hacía que los árboles del Bosque Prohibido proyectasen tristes sombras sobre la gran cabaña de madera de Hagrid, solitaria como un cementerio bajo la loma de plateado y oscuro césped que descendía del castillo. El mismo césped que Harry y Ron hacían crujir bajo sus pies en su descenso por la ladera.

Hagrid estaba despierto. Lo sabían por la luz que salía del interior de la cabaña. Y ahora que se daban cuenta, no estaba solo, a juzgar por las sombras que se proyectaban en la empañada ventana. Ron propuso marcharse, pero tanto su curiosidad como la de Harry por ver con quién estaba –y sobre todo, la necesidad de conseguir ese ingrediente– los mantuvieron allí, rezagados bajo la ventana, escuchando (aunque sabían que estaba mal) conversaciones ajenas y esperando el momento en que los visitantes se fueran para poder entrar. Sin embargo, oír las apagadas voces que surgían de su interior hizo que más tarde se arrepintieran de haberlas escuchado...

—Mi querida profesora... Creo que pocas personas sienten esto más que yo... pero no estimo que sea prudente comunicárselo tan pronto —decía Dumbledore con voz afligida mientras daba vueltas alrededor de la gran mesa de madera.

—¡Albus! ¡Era la única familia que le quedaba! —chilló Alyssa Auranimus, haciendo ondear su triste capa negra al levantarse violentamente del sofá—. No le hemos informado durante todo este tiempo, pero ya es hora de que conozca la verdad. No es justo para él enterarse siempre tarde de todo.

—No se ha enterado antes por su propia seguridad. Y de todas maneras, ¿quién iba a decírselo? —dijo Dumbledore, intentando que eso les echara para atrás.

—Yo —contestó Hagrid, que hasta entonces había estado pensativo, en silencio—. No sé si seré capaz, pero me veo en el deber de intentarlo. Es mi amigo, como un hijo... quiero a ese chico. —Su gesto se descompuso en unos segundos—. Y pensar que durante doce años lo odié tanto... ¡y ahora ha muerto por servirnos, por defendernos a todos!

Hagrid se echó a llorar, mojando con sus lágrimas el cojín que abrazaba. Alyssa le pasó un brazo por el hombro (por el trozo de hombro que alcanzaba) intentando reconfortarlo, aunque ella estaba tanto o más abatida que él.

—No, Rubeus. Yo se lo diré. Al fin y al cabo es lo que he venido a hacer aquí.

—No, se lo decimos entre los dos... o...

—Hagrid, Auranimus, calmaos, por favor. Es preferible no darle un susto antes de tiempo. Imaginaos si nos hemos equivocado, la que podríamos armar.

—Profesor Dumbledore —dijo Hagrid, sorbiendo profundamente la nariz—... Es imposible un error. Usted lo dijo. Hemos rastreado todo el mundo, literalmente, con los más avanzados sistemas mágicos y muggles habidos y por haber. No nos queda más remedio que aceptar la verdad —concluyó, mientras una lágrima se perdía en la inmensidad de su oscura barba.

—Y por una vez, mi viejo amigo, no puedo admitir esa verdad. No quiero hacerlo. Sirius Black no puede estar muerto... no ahora que empezaba a recuperar lo que era suyo.

Al otro lado de la pared de madera, Harry Potter se desplomó en el suelo, cerrando los ojos y apretando puños y dientes, luchando por contener el llanto que en décimas de segundo quería salir de sus entrañas, la furia ardiente que recorría sus venas, el grito desgarrador que arañaba su garganta... el odio que sentía hacia Voldemort, asesino de su familia, y hacia Sirius, el padre que acababa de abandonarle.

Pero debía ser fuerte y afrontarlo con la máxima serenidad posible, con la madurez que podía tener en aquel momento. Sus lágrimas bajaban rápida y silenciosamente por sus mejillas. No podía evitarlo. Tampoco podría evitar que una tras otra cayeran personas, seres humanos, vidas inocentes en manos de aquel asesino, por calificarlo de algún modo. Porque se merecía un castigo mayor que la muerte; ella o la mayor tortura a la que lo pudieran someter serían poco para hacer pagar el daño que hizo, hacía y seguiría haciendo a quien estuviera delante. Hasta esos instantes, a un muchacho le quitó todo lo que más amaba y ahora también a su padrino. Su dolor estaba canalizándose en forma de odio hacia Voldemort. Algún día buscaría venganza…

Desde otro lugar de su cabeza, una voz le recordó a Harry que Cedric había mencionado algo de que Sirius Black no estaba en el cielo... ¿sería eso una llamada de esperanza? Sin embargo, continuó diciendo que en el cielo no admitían a traidores ¿sería porque traicionó a Dumbledore? ¿O porque aún no se había enterado de que Sirius nunca fue malo? Esas preguntas mataban a Harry de angustia, de incertidumbre, de dudas. Saber o creer saber. ¿Por qué nadie le informaba directamente?

Le dieron ganas de entrar en la cabaña de Hagrid y preguntar detalles a Dumbledore o Alyssa, ya que ella también parecía enterada de todo. Las manos de Ron aferraron sus hombros fuertemente, un detalle que Harry agradeció; Ron tenía el gesto angustiado al igual que él, sufría con él. Nunca estuvo tan cerca de Ron como en aquel momento... ¿no se lo llevarían también a él? Ya le había arrancado a sus familiares queridos, ¿continuaría por sus amigos? Eso ya no podría soportarlo. Esa fuerza que buscaba para salir adelante terminó en un llanto. Pero no como aquellos que le daban de niño, esta vez era diferente. Nunca se había sentido tan mal...

Seguían allí, delante de la puerta de la cabaña de Hagrid. Harry sentado en el suelo, sacando a flote sus sentimientos y a su lado su fiel amigo Ron acompañándole en su dolor.

Se oyó la puerta, alguien salía de la casa. Harry vio una túnica brillante oscura y los zapatos de una chica. Tras su salida, escuchó un sollozo femenino.

―¡Harry! Tú no... no has oído... No te habrás enterado… No así… —Auranimus se arrodilló junto a ellos. Se les había resbalado la capa invisible hacía un rato sin que se dieran cuenta.

―Sí… ―se entreoyó de los labios de Harry.

―No... ―susurró Alyssa, y lo abrazó fuertemente.

―¿Cómo sucedió todo?

―Creo que debes saber toda la verdad... pero tendrás que afrontarla con valentía, tal y como te has comportado hasta ahora.

Harry pensó que era imposible. Se sentía débil y desprotegido a pesar de estar a unos metros de Dumbledore tras la pared de madera.

―En fin... Harry, escúchame ―el chico la miró tras los empañados ojos―. Sirius estaba cumpliendo con una misión muy importante. Él tenía su función. Peligrosa, creo que la más peligrosa del grupo… bueno… iba tras Voldemort, a seguir su pista. Al parecer éste lo pilló con las manos en la masa y el resto… ya lo sabes… Pero no estamos del todo seguros ya que no se ha encontrado su cuerpo —se apresuró a decir ella—. Tampoco han dado noticias de él…

―Mi sueño... es verdad... Es verdad. Tengo que hablar con el director…

―No es un buen momento para ti, Harry. Estas muy dolido y lo comprendo. No debes añadir más sufrimiento. Deja las cosas como están, ya se irán solucionando poco a poco. El tiempo lo dirá todo.

―No, el tiempo ahora es el mayor enemigo... ―sonó tras ellos la voz de Dumbledore.

―Profesor... ―murmuró Harry, limpiándose las lágrimas bajo las gafas empañadas.

―Es hora de que estos dos muchachos se vayan a los dormitorios y descansen. Es cerca de medianoche y están ultrajando las normas de este colegio, aunque eso ahora les importe bastante poco. Tomad un buen chocolate caliente que os preparen en las cocinas e id a dormir olvidando lo que habéis oído. Mañana será otro día y veréis las cosas de diferente manera.

No pudieron replicar ante la petición del profesor y le hicieron caso. Algo tuvieron que ponerle los elfos domésticos al chocolate para que durmieran tan profundamente aquella noche.

Por la mañana, Harry se despertó tranquilo y con ganas de seguir adelante. Pensó en dejar abierta una ventana a la esperanza, y hasta ya tener la noticia que confirmara todo, no se preocuparía más del tema. Sin embargo, la práctica era siempre muy distinta a la teoría, y por más que intentara no hacerlo y continuar viviendo como hasta entonces, seguía pensando en su padrino.

Pero no estaba solo. En cierto modo, durante aquellos días se sentía, en el fondo, alegre por tener unos amigos como aquellos que lo ayudaran tanto. Ron no se separó de él ni un instante y supo estar cerca cuando le daba un bajón, a pesar de que le incomoda ver a su amigo tan triste y susceptible; Hermione le serenaba con sus palabras cálidas y sus argumentaciones esperanzadoras ("Aún no hay nada confirmado... Sirius es fuerte, ¡ha escapado de Azkaban, Harry! Si pudo escapar de los dementores, habrá podido también escapar de Voldemort"), y Ginny jugaba un papel muy importante en toda la situación. Pasaba parte de su tiempo con ella y era un espacio muy relajado y feliz en su mar de sufrimientos.

La espera cada vez se hacía más corta. La visita al Bosque Prohibido con Alyssa y Hagrid era esa misma noche, y aprovecharían la oscuridad para buscar los ingredientes de la poción que no les podía proporcionar el despacho secreto de Snape ni el armario de los estudiantes. Harry seguía muy preocupado por el destino de su padrino. No era capaz de aceptar que había muerto, no era posible. Era demasiado injusto. Trataba de aferrarse a la idea de que aún seguía vivo, a pesar de que todas las pruebas indicasen lo contrario. Pero debía seguir adelante. Iba a hacer esa poción, iba a invocar a sus padres... y esperaba no encontrarse allí también a su padrino. De cualquier modo iba a verlo, ya que estaba convencido de que si Lily y James sabían del paradero de su amigo, se lo revelarían al instante. Y se suponía que ellos desde arriba lo veían todo...

Auranimus les informó aquella misma mañana de Febrero. Irían con los de cuarto, lo cual alegró bastante a Harry. No le venía nada mal una noche a solas con Ginny, aunque fuera en el lugar más siniestro de la escuela... ella sabría cómo subirle el ánimo. Debían ir equipados con sacos de dormir ligeros y sin volumen gracias a la magia, comida energética preparada exclusivamente por los elfos domésticos especializados de las cocinas, además de agua y, como no, varitas mágicas. Sería una actividad de supervivencia que puntuaría como una tercera parte de la nota tanto para Defensa Contra las Artes Oscuras como para Cuidado de Criaturas Mágicas. Deberían tratar como reyes a los insectos para no dañar el ecosistema. Como decía Hagrid: "Cada uno tiene su función en la vida". A Ron no le hacía ninguna gracia porque aún no había olvidado la vez en la que tuvieron que perseguir a las arañas por todo el bosque. No se hacía a la idea de tener que volver a verlas. Claro que en esta ocasión no había un basilisco en Hogwarts para que huyeran despavoridas. Para no tener que acordarse en cada momento, Ron bromeaba con Harry sobre la manera en que cuidaría de su hermana, aunque no le hiciera ni pizca de gracia que estuvieran tan juntos. No eran del tipo de parejas pegajosas, pero Ginny era muy cariñosa y Harry se dejaba querer. Tal vez fuera un poco de envidia sana al verlos felices.

Todos los alumnos de cuarto y quinto se reunieron a las seis de la tarde en el vestíbulo con Alyssa y Hagrid. Pasaron lista, en la que aparecía el nombre de Malfoy. Al parecer no había escarmentado de su última visita en Primero al Bosque. Sería divertido verlo gritar delante de sus compañeros de Slytherin porque se le hubiera acercado una criatura...

Para comenzar, como un preámbulo de lo que esperaba después, se internaron en el Bosque Prohibido unos cincuenta metros y ya se oían los primeros ays de arrepentimiento. Los dos profesores permitieron que los arrepentidos regresaran al castillo con Filch, que los esperaba. Hubo a quien no le gustaba la idea y siguió con la expedición ya que les resultaba menos doloroso (Filch llevaba un látigo, que aunque todos sabían que no iba a utilizar, imponía bastante). Hagrid insistía a todos los alumnos, sobretodo de Gryffindor, en que no se separaran del sendero ya que iban como por su casa. El que se descuidaba un poco, era advertido por un ladrido potente de Fang, el perro jabalinero de Hagrid, que le hacía despabilar.

Todo el conjunto de alumnos avanzaba iluminándose por las tenues luces de sus varitas o por el gran farol de Hagrid. Después de dos horas caminando e internándose en el bosque, llegaron al lugar en el que acamparían durante la noche. Era una extensa llanura rodeada de árboles en la que apenas se podían ver criaturas ni animales.

Hermione, Harry, Ron y Ginny escogieron un lugar apartado a los demás y los profesores para poder salir en cualquier momento y recoger las hierbas que les hacían falta. La mejor oportunidad se presentó a la hora de cenar porque tenían que ir a buscar madera con el fin de encender un fuego y poder calentarse durante la fría noche.

Los únicos chicos voluntarios fueron los de la casa Gryffindor. Tuvieron que salir por parejas. Harry con Hermione, porque ella conocía las hierbas y él el que menos temor sentía al alejarse de los profesores. Ron y su hermana irían a buscar la madera.

Harry y Hermione se alejaron bastante del grupo. Utilizarían el encantamiento brújula para volver. Los dos tenían un buen manejo de él porque el entrenamiento para la tercera prueba del Torneo de los Tres Magos del año anterior fue duro y dio sus frutos llevando a Harry hasta la copa junto con Cedric, que no tuvo suerte posteriormente… Desde su visita, lo recordaba constantemente y a la vez se sentía culpable. Parecía que todos los sentimientos negativos hubiesen decidido salir a flote en esos días.

―Deja ya de pensar en él ―le recriminó Hermione.

―Es que no pued… ¿Cómo lo sabes?

―Se nota en tus ojos ―dijo la chica mientras un tardío rayo de sol caía entre los dos—. No trates de ocultarlo.

―No puedo ocultar nada porq…

―¡AAAAAAH!

Era Hermione. Harry miró por qué había caído: un lazo del diablo se le había enroscado en la pierna.

¡Incendio! ―dijo Harry apuntando con la varita, y el lazo del diablo desapareció dejando libre a Hermione.

―Gracias, Harry. Suerte que siempre estás ahí cuando se te necesita.

El chico pasó su brazo por encima del hombro de su amiga.

―Para eso están los amigos ¿no? Lo sabrás tú mejor que nadie.

Ella le devolvió la sonrisa a la vez que vio una planta que necesitaban. Se asemejaba bastante a la bulbotícora, pero parecía mucho menos peligrosa.

Tardaron alrededor de una hora en volver. Alyssa estaba echando una fuerte bronca a los alumnos.

―Estoy cansada de que no confiéis en mí. Parece que sólo os sentís protegidos bajo el abrazo de Hagrid. Yo también estoy aquí y puedo resolver los problemas que os surjan. Si no tuviera las suficientes cualidades para estar aquí tened por seguro que el director no me habría permitido traeros. He estado años de mi vida viviendo sola o acompañada en bosques de toda Europa mil veces más peligrosos que éste investigando la actitud de ciertos animales. Soy hábil en esta materia puesto que es mi especialidad y por eso os he traído, para que sepáis que ser un mago o bruja es saber sobrevivir en estas condiciones. Nadie sabe lo que nos depara el Destino, y por eso hay que estar preparados para todo y contra todo—soltó de corrido y poniendo los brazos en jarras—. ¿Alguna pregunta o queja?

No recibió respuesta y a partir de entonces los alumnos que querían preguntar algo iban directamente a Alyssa por miedo a otra reprimenda. Malfoy y sus amigos colocaron sus sacos y colchonetas al lado del de Auranimus. Todos sabían que a Malfoy le volvía loco el físico de su profesora. A él y medio colegio.

—Muy bien, tenéis todos una hora libre antes de iros a dormir. No os alejéis más de veinte o treinta metros a la redonda. Tengo aquí un radar mágico con los nombres de todos, así que procurad no engañarme u os arrepentiréis.

Alguno comentó que no entraba en sus planes alejarse ni cinco metros. Sin embargo, Harry y Ginny si tenían bastantes ganas de alejarse un poco del grupo para estar a sus anchas. Empezaron a caminar a través de los árboles. El sendero estaba oscuro, aunque a través de las copas se filtraban los primeros rayos de luna.

—Eh, anímate.

Harry no respondió. Parecía ausente y distraído, a pesar de estar al lado de ella.

—Estoy bien.

—No, no lo estás. Oye, deja de darle vueltas a la cabeza. Si está o no vivo es algo que aún no sabemos... no te martirices antes de tiempo... —dijo Ginny, enganchándosele por detrás al cuello—. No sé dónde escuché que ante una situación mala, de incertidumbre, lo mejor es... ¿cómo decía? Sí, "beber del vaso del tiempo para olvidar los malos momentos". El tiempo lo dirá todo, ¿vale? No sufras más por él —añadió, dándole un beso en la mejilla—... me haces sufrir a mí también.

Harry esbozó una pequeña sonrisa. Le gustaba ver que se preocupaba por él...

—El vaso del tiempo... ¿sabes? Creo que me animaría más beber de otro sitio ahora...

Y la besó. Fue un beso rápido, justo lo necesario para picarla y que corriera tras él. Eso los entretendría un rato. Si alejarse mucho, comenzaron a perseguirse en una de sus ya tradicionales guerras de cosquillas, procurando no hacer mucho ruido para no atraer a ninguna criatura mágica. Los dos querían ser mordidos, pero no precisamente por un hombre lobo...

Hacía mucho calor después de haber corrido tanto. Ni un bosque tan frío y siniestro podía hacer las funciones de aire acondicionado, así que Harry se quitó la túnica y la sudadera, momento que la pelirroja aprovechó para atacar vilmente por la espalda. Como era ya habitual acabaron tendidos en el césped, con Ginny hiriendo el orgullo de un buscador al superar sus reflejos y ganar la batalla sentada a horcajadas sobre él, matándole a cosquillas. Por una vez, ella no le remató a carcajadas. Se acercó a él y le dio un beso tan largo e intenso como a él le gustaban. Un beso que llevaba horas necesitando, uno de ésos que tanto le podían levantar el ánimo, ahora que tanta falta le hacía.

No sabían si era por el momento o por un nuevo cambio repentino de temperatura, pero los dos estaban empapados de sudor, así que poco a poco algunas prendas quedaron desperdigadas por el suelo enraizado. Ya las recogerían después. Eso poco parecía importarle a Ginny, que miraba el húmedo torso desnudo de Harry como si el del David de Miguel Ángel se tratara, dispuesta a comerse a su chico a besos. Aunque esta vez fue él más rápido que la chica Weasley...

Una figura se plantó delante de ellos. Se quedaron paralizados. Un carraspeo la identificó como la profesora Auranimus. Separaron sus labios lentamente, provocando un viscoso ruido y temiendo reprimendas por lo que estaban haciendo.

Alyssa los miraba embarazada, y en su cara parecía leerse un pensamiento parecido a "no os creáis que me hace gracia veros así, pero aquí estoy". Decididamente, eso de ver a sus alumnos sin camiseta, toqueteándose y jugando a ser adultos podía parecerle divertido, pero no le gustaba observar la escena, más que nada porque se acordaba de las veces que la pillaron a ella con otros chicos en la misma situación... y sabía que era de lo más vergonzoso.

—Em... ¿Habéis visto a Draco Malfoy?

Harry y Ginny se miraron asombrados. Aquello era lo último que hubieran pensado que su profesora preguntaría. Harry esperaba un "¡¿Qué hacéis?" o algo por el estilo.

—No —respondió Ginny buscando la túnica a tientas y poniéndosela disimuladamente—, ¿deberíamos haberlo visto?

—Me dijo que lo esperara aquí... Bueno, en el gran árbol que se veía a lo lejos, y no hay otro —dijo confusa Alyssa, señalando con la cabeza el enorme sauce que los cubría.

Escucharon un sonido de ramas. De unos arbustos salió Malfoy.

—¿Nos estabas espiando? —preguntó Ginny vacilante.

—No... estaba esperando a la señorita Auranimus. No quería molestaros —dijo Malfoy, un tanto abstraído. A aquel niño le habían dado un sedante para que no se asustara en el Bosque Prohibido, pensó Harry. O eso, o estaba perdiendo sus facultades para hacer daño, porque lo de quedar como un idiota delante de su queridísima profesora, de Harry Potter y de una Weasley, no era su habitual comportamiento. Lo normal en él era quedar como un idiota cargante y amenazador protegido por sus amigos del Paleolítico Inferior, Crabbe y Goyle.

—Bueno, Malfoy —empezó Alyssa, con cara de resignación—. Sin más prolongaciones, tal vez lo que te diga no te gustará, pero lo siento, seré sincera contigo. Lo que me has propuesto no puede ser: tú eres alumno, yo profesora, y no se nos permite tener ningún tipo de contacto fuera de la materia de la clase, no al menos del tipo de contacto que tú me propones.

A pesar de la oscuridad, Harry pudo distinguir un brillo especial de malicia en los ojos de Alyssa. Así que Malfoy le había propuesto algo... y ella se lo estaba pagando dejándole en ridículo... buen castigo para un niño de papá acostumbrado a tener todo lo que desea...

—...Y por supuesto, no estoy dispuesta a aceptar ningún tipo de chantaje o soborno, jovencito. Te puedes meter los galeones por donde te quepan.

Ginny miró con odio a Malfoy. ¿Cómo podía ser tan cerdo? A Harry le entraron ganas de dejarle la cara como un colador a base de maldiciones. Malfoy, sin embargo, ponía cara de enfado y sorpresa y gesticulaba irritado como si lo que la profesora estuviera diciendo no fuera con él.

—Además, tú eres muy joven para mí, algo así como... ¿once años? No, gracias, me gustan más maduritos, como S... Se me hace tarde —rectificó mirando rápidamente el reloj de pulsera de su muñeca—. Me toca el turno de vigilancia, Hagrid quiere ir a hablar con su amiga Irina. Tú, Malfoy, vuelve al campamento, no debes andar solo por aquí, es peligroso —Draco se dio la vuelta levantando vacilante las manos, temiendo un nuevo contraataque de la profesora—. Ah... y hablando de relaciones y amor... Virginia, sepárate un poquito de él, que esta noche vamos a dormir al raso, ya sabéis, un vivac... no nos hacen falta tiendas de campaña... y al paso que vais él va a montar una muy grande... —añadió en voz baja.

Y riéndose de su propia ocurrencia se marchó sin ver cómo Harry enterraba avergonzado al máximo su cabeza entre el cuello y el pelo de Ginny, deseando que la tierra se lo tragara o que a la profesora se le fueran de una vez esos prontos adivinatorios que le daban y esa odiosa manía de inventar frases con doble sentido.

Antes de ir a dormir, Harry y Ginny le contaron a Ron y Hermione lo que había visto y escuchado. Ron estaba feliz de saber el ridículo de Malfoy porque se lo podría echar en cara delante de todo Hogwarts en cualquier momento. Al colocar la disposición de los sacos para dormir, Harry y Ginny los pusieron juntos y no dejaron otra a Ron y Hermione. Quedarse juntos para no aburrirse. Cuando llevaban dos o tres horas dormidos, Harry se levantó para despertar a los demás, tal y como habían acordado. Ron y Hermione seguían despiertos hablando, riendo por lo bajo para no despertar a los otros y lanzándose continuas miradas cómplices y llenas de felicidad por el simple hecho de estar juntos sin reñir. Sonrió para sus adentros. Ninguno quería admitirlo ante el otro, pero estaba claro que se gustaban mucho; algún día acabarían juntos. Mientras los dos hablaban (sin reparar en que Harry había despertado) él zarandeó suavemente a Ginny y la despertó con unas caricias.

No les fue difícil escabullirse. Auranimus dormía tumbada en su saco, justo enfrente de donde Hagrid vigilaba el lugar, sentado sobre la hierva y apoyado en el tronco de un gran árbol. Hagrid estaba más pendiente de las respiraciones de la profesora que de sus alumnos. Sin embargo, no eran las mismas miradas que Malfoy le lanzaba siempre: más bien la observaba como se observa enternecido a un bebé, a un niño pequeño que necesita protección y cariño, aunque estaba claro que lo de necesidad de protección no iba con ella.

Se adentraron en el Bosque, pegados unos a otros y bromeando para evadir el miedo. Tanto se confiaron en sus juegos que se les olvidó lo peligroso que podía ser el bosque, y casi se mueren del susto cuando...

—... Sí... ¿habéis visto cómo mira a la profesora? Y lo que le propuso... Cerdo asqueroso, tenemos que darle una buena paliza en el siguiente partido, ¿verdad que sí, Ron? ¿Ron?

—Dios mío, no está... —susurró Hermione, girándose rápidamente en todas las direcciones.

—Se habrá quedado atrás... —dijo Harry, intentando calmarla, aunque estaba tan preocupado como ella— Ya sabes cómo es... habrá visto una araña... Ron... ¡Ron! Maldita sea, ¿dónde estás?

Ginny le cogió de la muñeca, exasperada:

—"Perdido/escondido" —dijo leyendo la manecilla que llevaba su nombre en el reloj de Harry—, ¡por qué todo tiene que salirnos mal! Por los Chuddley, Ron, ¡VUELVE, MALDITO IRRESPONSABLE!

—¿Buscáis a alguien? —dijo una voz a sus espaldas.

Alguien se acercaba a ellos haciendo crujir las ramas del suelo, y no era Ron.

—¡Firenze! Hola... qué susto nos has dado...

La criatura salió de su escondite. Era un joven centauro de cabellos rubios, pelaje mostaza y cola blanca.

—No era mi intención asustaros, chico Potter.

—Lo suponemos. Ya tenemos bastante con Ron... se acaba de perder, estamos desesperados...

—¿Te refieres a ese muchacho que viene por ahí?

Los tres se giraron a la vez. Ron avanzaba hacia ellos mientras hacía salir agua de su varita para enjuagarse las manos.

—¡Ron! Gracias al cielo, ¡creíamos que te habías perdido! —chillo Hermione.

—No. Sólo he ido a regar árboles —aclaró, tan pancho, secándose las manos en la túnica—. Me lo estaba haciendo encima...

Hermione le dio una colleja, llamándole de imbécil para arriba por no haber avisado antes de su desaparición. Los otros dos siguieron su ejemplo, ante la cara de asustado de Ron, que veía más peligrosos en esos momentos a sus amigos que a una camada de acromántulas.

Firenze carraspeó.

—Y bien... ¿Qué os trae por aquí, pequeñas estrellas del firmamento?

Ron y Ginny dejaron de pelear y se miraron, aguantándose la risa. Ellos nunca habían hablado con centauros, no sabían lo poéticos que podían llegar a ser.

—La profesora Auranimus y Hagrid nos han traído al Bosque Prohibido... como actividad de clase —respondió Harry.

—Espero que estéis respetando a todos los seres...

—Sí. Más bien son los seres los que no nos respetan a nosotros —dijo Ron, apartándose asqueado una pequeña araña de su hombro, disimulando mal su temor.

—Hay que aprender a convivir con todos los seres de la Comunidad Mágica, pequeño humano —respondió Firenze, con una sutil sonrisa.

Hermione le dio con el codo a Harry. Él la miró, preguntándole con los ojos qué quería. La chica, desesperada porque él no sabía qué quería decirle, intervino:

—Firenze... Estamos buscando unas plantas..., ¿tú... podrías ayudarnos a encontrarlas?

—¿Unas plantas que en el colegio no encontráis?

—Eh... sí.

—¿Unas plantas quizá para hacer una poción que nada tiene que ver con la materia que imparte vuestro profesor? —inquirió el centauro disimuladamente, mientras jugueteaba con un colgante de motivos astrales idéntico al que llevaba al cuello.

Los chicos se miraron. ¿Cómo sabía él...?

—El muchacho ha cumplido bien con su destino, al final —dijo Firenze aparentemente abatido, mirando fijamente al cielo.

—¿Qué? ¿De qué hablas? —preguntó Harry, confuso—. ¿Qué destino? ¿Qué muchacho?

—Me da que los centauros saben más de lo que parece —observó Hermione.

—Yo no sé más que tú o que él, joven maestra —replicó Firenze calmado, mirando a Hermione a los ojos—. Yo sólo interpreto los astros. Ellos tienen la sabiduría. Ellos conocen todo cuanto sucede y sucederá... o conocían, porque ya ni siquiera puedo interpretar sus señales.

—¿A qué te refieres? —preguntó Ginny—. Los centauros sabéis descifrar los movimientos de las estrellas... ¿tú no?

—No ahora. Algo está cambiando. Las Escrituras se han borrado, el planeta rojo está alterando el Destino de vuestro mundo, de mi mundo... Dejad las cosas como están, si no queréis que siga cambiando.

—Firenze, ¿qué es lo que has visto?

—Marte es un planeta muy rojo... —observó, retirando su mirada del cielo y escrutando con sus ojos azul blanquecinos la larga cabellera de Ginny— parece sangre, ¿no creéis? Y me atrevería a decir que dentro de poco estará bajo el influjo de unos cuerpos celestes, casi transparentes, provenientes del cielo de la Tierra. Pero eso puede evitarse. Ya no está en manos del Destino. Está en manos de pequeñas estrellas fugaces.

—¿A qué t...?

—No indaguéis en el mundo de los muertos, Harry Potter. Perteneces a otro mundo, al mundo terrenal... y no es bueno mezclar ambos universos. Déjalo estar, joven Potter.

—¿Cómo sabes tú...?

—Está escrito en los astros. Es hasta donde llegan las Escrituras. Ellos tienen las respuestas, aprendiz de brujo. Y francamente, me gustaban más antes de que cambiaran; ahora todo depende una sola alma. La balanza se inclinará hacia el lado que ese alma decida.

—¡FIRENZE! —rugió una voz a sus espaldas. Un centauro mayor, de pelaje oscuro y aspecto salvaje, avanzaba hacia ellos—. ¡¿Cómo se te ocurre...? ¡No puedes intervenir, ESTÁ PROHIBIDO! ¡No juegues a cambiar los Escritos, joven aprendiz!

—¿Por qué me espiabas? —replicó Firenze—. Yo no juego con el Destino. Sólo intento evitar la masacre. No deben morir más inocentes, no de nuevo, no a manos del mismo —añadió, mirando a los cuatro amigos.

—¡CÁLLATE DE UNA VEZ! —bramó de nuevo el otro centauro—. ¡Tú eres un sabio observador, no un simple intérprete para humanos! ¡No te hemos educado para eso! Y no te estaba espiando. Quirón me ha llamado a buscarte... Hay algo que debes ver.

Y haciéndole un gesto con la mano, se marchó haciendo resonar fuertemente sus cascos contra el suelo.

—Yo he hecho lo que debía. Os toca decidir. Hasta otra, jóvenes humanos.

Firenze ya se volvía cuando Harry lo llamó:

—¡Firenze! ¡Espera! —gritó, decidiéndose por fin.

El centauro se detuvo, interrogándolo con la mirada.

—Tú..., tú que sabes todo eso... Me preguntaba si podrías confirmarme... si Black... —dijo Harry, esperando que el joven centauro entendiera lo que quería preguntarle sin necesidad de completar la dolorosa frase. Pero Firenze no lo entendía aún—. Sirius Black... ¿está muerto? ¿Tú podrías saberlo?

—¿Por qué —preguntó Firenze, con un fugaz brillo en sus ojos— te preocupas por el destino de un vulgar asesino?

Harry ya no aguantó más. Estaba harto de que todos considerasen a su padrino un traidor asesino. Ellos no sabían la verdad, pero...

—¿Y si resulta que él no traicionó a mis padres? ¿Y si todo fuese una confusión? —soltó Harry. Hermione lo miraba nerviosa, regañándolo con los ojos por hablar más de la cuenta.

—¿Nadie te ha dicho que no está en el Reino de los Cielos? Quizá el Firmamento no sea el lugar idóneo para ese hombre —dijo el centauro.

—Eso no quiere decir nada... Él no está muerto, no puede estarlo... —repetía Harry, tozudo, aguantándose las lágrimas—. Y no es un asesino. Si no está arriba es porque no está muerto.

—Joven Potter, la verdad a veces tiene dos caras... —repuso Firenze, haciendo hincapié en las dos últimas palabras— y tú sólo quieres ver la más bonita. ¿Sabéis, pequeños brujos? La verdad es como el Astro Sol: si abres los ojos puede cegarte, hacer que te duela, e incluso que derrames lágrimas... pero bajo su luz el mundo se ve con mayor claridad, y sin las deformaciones que la oscuridad y las tinieblas proyectan sobre él. Abre los ojos, Harry Potter. Abrid todos los ojos. La luz aclara, lo negro —prosiguió, abriendo mucho sus luminosos ojos— engaña. No os perdáis en la oscuridad.

Firenze permaneció en silencio unos instantes, mirando eclipsado hacia el estrellado cielo que se veía a través de las copas de los pocos árboles del claro. Harry, Ron, Hermione y Ginny ya no sabían si Firenze era un sabio filósofo o si se había pasado con la bota de vino. El joven centauro despertó de su ensimismamiento y se despidió de ellos. Harry volvió a detenerle, preguntando de nuevo por las plantas mágicas. Firenze suspiró y levantó las manos en señal de derrota.

—Las plantas que buscáis persiguen la verdad. Hasta que los Astros quieran.

—Adiós, Firenze —respondieron los cuatro a coro mientras el centauro se marchaba galopando en la misma dirección que su maestro.

—¿Qué ha querido decir con eso de que las plantas persiguen la verdad? —dijo Ron.

—Mejor pregunta "¿Qué ha querido decir con todo?" —replicó Hermione, bastante contrariada.

Como si de una respuesta se tratase, un rayo de luz lunar se filtró a través de las ramas del seto salvaje que apartaba Ron, alumbrando tenuemente unos arbustos floreados que había próximos a ellos. Una especie de liana con una flor blanca en su extremo serpenteó hacia el rayo de luz. Se miraron extrañados. De repente, Hermione se golpeó la cabeza con la mano y corrió hacia las plantas.

—¡Hermione! ¿Dónde...?

—¡La verdad, Harry, la luz! ¡Por supuesto! ¡Las plantas persiguen la luz, Firenze nos estaba dando una pista!

Harry corrió tras la chica, que se había sacado una navaja del bolsillo de la túnica e intentaba cortar un tallo de la planta.

—¡Cuidado, Hermione! —chilló Ron.

Pero ella no tuvo suficientes reflejos para esquivar el latigazo que la planta le dio en la cara. Le abrió una brecha en la mejilla.

—¡Ay! —gritó, llevándose una mano a la herida que empezaba a chorrear un hilillo de sangre—. Demonio de planta...

Ron se acercó a Hermione, con la varita en la mano y empeñado en intentar sanarle la herida. Alumbró con su varita a Hermione y la planta se interpuso en el camino, captando toda la luz.

—¡Aparta, bicho!

—No, Ron... mira... —Hermione señalaba uno de los látigos que danzaban frente a la luz. Había dejado una flor sobre el regazo del pelirrojo, y los otros tentáculos comenzaban a imitarle—. Vaya, les has caído mejor.

—No lo entiendo... —decía Ron cuando volvían al campamento—, ¿cómo ha podido pensar ese bicho? ¿Por qué me ha dado las flores cuando a ti casi te deja sin cara?

—Instinto vegetal, hermano. Piénsalo. Hermione ha ido a dañarla, la pobre planta sólo se estaba defendiendo.

—Gracias por ponerte de su lado, Ginny, es muy comprensivo por tu parte —replicó Hermione, irónica.

—¿Qué quieres que te diga? Si yo hubiese sido la planta, habría hecho lo mismo.

—¿Pero por qué a mí no me ha atacado?

—Porque tú le has dado luz, que es lo que le gusta —intervino Harry—. Simplemente eso, Ron, le has dado lo que quería y ella te ha recompensado. Si no es eso, no sé qué podría ser.

—Es espeluznante. ¡Las plantas no tienen cerebro! No que yo sepa, y papá siempre dice que no nos fiemos de nada que no sepamos dónde tenga el cerebro... ¿Y si es venenosa por vía cutánea y ahora nos morimos los cuatro por tocar las flores, y viene y nos come?

Todos lo miraron, a punto de echarse a reír.

—Menos mal que no acostumbras a ver películas, porque no quiero saber qué sería de tu imaginación si lo hicieras. Te veía en el ala de Psiquiatría de San Mungo —rió Hermione.

Ginny no prestó atención a su hermano. Estaba observando las flores y parecía ausente. Después de pensar unos segundos, pareció reaccionar:

—¿Creéis que Firenze quiere evitar que hagamos esa poción?

Harry y Hermione dejaron de reír. Aquello los pilló por sorpresa. Tuvieron que pasar unos segundos hasta que Ginny escuchara una respuesta.

—No lo sé. Lo que sí sé —respondió Harry firmemente— es que nada ni nadie me va a impedir ver a mis padres. Ocurra lo que ocurra en el futuro.

Las semanas pasaban lentamente sin recibir noticias nuevas sobre Sirius. Harry ya empezaba a asimilar que su padrino estaba muerto, y eso no hacía más que bajarle el estado de ánimo en cuanto pensaba en él. Entre eso y los exámenes estaba bastante deprimido. Sólo le alegraba la perspectiva de pasar un rato con sus amigos, estar con Ginny o jugar al quidditch. Aquellos días más que nunca odiaba a Voldemort y a sus mortífagos, por ello prestaba bastante atención en las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras: Auranimus estaba dando clases de defensa y ataque contra mortífagos y brujos que usaran la magia negra. De momento, se conformaba con ganar a Malfoy en todo lo que podía, sobre todo en partidos de quidditch ajenos a la liga.

Aquella tarde estaba en la sala común jugando una partida de ajedrez con Ron, y escuchando las tonterías que decían los gemelos. Al menos eso lo animaba un poco. Fred y George bromeaban con Harry a propósito de Hedwig y Malfoy:

—No, va en serio, Harry —decía Fred, riéndose—. Si el capitán de Slytherin piensa que las capacidades de su buscador mejorarán persiguiendo lechuzas, es nuestro deber aconsejarte que persigas a Hedwig por todos los terrenos del colegio...

—¿Qué chorradas estáis diciendo?

—Ya te lo hemos dicho: Malfoy se dedica ahora a intentar atrapar lechuzas mensajeras. Pensará que así va a quedar menos en ridículo en el próximo partido —respondió George—. Aunque la verdad es que ahora juega mejor... por lo menos divisa la snitch mientras está en la caja...

Harry salió de la sala al cabo de un rato. Quería hablar con Alyssa y que le enseñara un par de maldiciones que había nombrado en clase. Caminaba por los pasillos del tercer piso cuando un ruido lo sobresaltó. Era una armadura que estaba sacudiendo un pie con insistencia. Blasfemaba en voz baja con un susurro espectral y chirriante, y detuvo a Harry cuando se le cruzó por delante, señalándole con la mano su pie y dándose cabezazos de desesperación contra la pared.

—¿Y a ti qué te pasa?

La armadura volvió a sacudir el enorme pie, y un sonido lastimero salió de su interior.

—¿Qué tienes ahí?

Harry se acercó al amasijo de hierros y le desarmó la pierna con gran esfuerzo. Una lechuza siberiana revoloteó como pudo de su interior. A Harry no le costó ningún trabajo atraparla: estaba magullada e indefensa, y su orgullo de mensajera, herido por no haber podido entregar la carta que seguramente llevaría a su destinatario. La armadura se inclinó hacia Harry un par de veces para agradecerle que le quitara el bicho que tanto le molestaba. Cuando fue a besarle con su yelmo de metal, Harry se volvió hacia ella enfadado:

—Anda que tú también podías haber sido más cuidadoso con la pobre lechuza, ¿no? Pedazo de bestia... Mira que dejarla así...

El caballero fantasma se señaló a sí mismo y negó con manos y cabeza.

—Ya, ahora dirás que tú no la has destrozado... ¿Quién si no?

Señaló hacia la túnica de Harry, y después hacia un estandarte de Slytherin que adornaba el pasillo unos metros más adelante.

—Maldito inútil... —susurró Harry. Y sin darle más tema de conversación a la armadura, se dirigió hacia la enfermería para que Pomfrey curara al pobre animal.

Observó que de la pata colgaba un ajado trozo de papel sujeto por la tradicional correa.

—Eh, ¿llevabas un mensaje? Me apuesto diez galeones a que ese canalla de Malfoy no estaba entrenándose contigo... apuesto a que quería enterarse de algún trajín con alguna de sus novias... o tal vez quisiera saber en qué animal se convertiría si fuese animago, en una víbora cornuda o en un colacuerno húngaro... —mascullaba Harry, dando suaves masajes a la lechuza y desenvolviendo el trozo de pergamino. Sabía que estaba mal leer la correspondencia ajena, pero si Malfoy lo había hecho no importaba que él hiciera lo mismo, más aún si su intención era devolverle la carta a su destinatario. Porque Harry, aunque curioso, no era un sucio ladrón como Draco.

El pergamino estaba partido en varios pedazos. Faltaban unos trozos. Juntó los que había, formando una carta que quedó así:

Estimado Sr. Dumbledore:

Espero no importunarle con la misiva. El verano pasado me pid

avisara de todo hecho insólito que aconteciera por estas tierras, y así creo que es mi deber hacerlo.

Hace unos días mi esposa y yo fuimos de visita a la Selva Negra (aprovecho para recomendársela como lugar de vacaciones, un paraje estupendo, siempre que te alojes en los pueblos de la zona exterior), y nos hospedamos en un pequeño hostal muggle rural (fue un fin de semana que deci- s tomarnos libres después de tanto ajetreo con esos mortífagos que mos en Múnich, algo extraoficial), y cuál fue mi sorpresa cuando vi l propietario del hostal. Al principio pensé que el vodka con limón a causando más efectos de la cuenta, pero tanto Roselie como yo comprobar que no.¡No podía ser él, está muerto! ¡No me lo podía Conocemos la historia como cualquier mago o bruja... sabe- alor que demostró... Albus, ¡el dueño del hostal era idén-

os antes por temor a cometer una gran equivoca- ónium, pero después de realizar las investigaciones ás confuso el asunto. Tanto investigadores co fables se han ocupado del caso, ¡y no le encontramos sentido! Entrevistamos al sujeto, que asegura llamarse Pieter Van der Altbier, y dice que lleva viviendo en la ruta Schwarzwald-Westweg (uno de los lugares a los que me refería arriba) desde que tiene uso de memoria. Él recuerda haber aprendido a leer allí, aunque admite que antes de los cinco o años no recuerda nada, pero eso según él tampoco es tan extrañ investigado su pasado y sabemos que se crió en un orfa a vivir con unos muggles que lo adoptaron. Actualm hijos, y lleva un negocio en el que más bien la responsab pero hemos mirado los anales y censos y no figura en ninguno hasta los de hace treinta años... eso supondría hasta que él tuvo sie declaraciones e investigaciones no concuerdan! Todos los niños se censan s nacer... Y hay más, Dumbledore, ¡hay más! Le hemos hecho y re ruebas de ADN siguiendo técnicas muggles (su "médico" le dijo ía falta hacerse un análisis de sangre, y al parecer el señor Van e asustó ante la posibilidad de una enfermedad y acc ió sin re- gún estas pruebas se trata de él. De él o de un c de él, ¡es osible! Es más, hemos encontrado sangre mágica en sus ve as. ¡Poca dad, pero magia, Dumbledore, magia! En un interrogatorio que os rehuyó nuestras preguntas cuando quisimos sabe había hecho cosas raras si querer... ¿Se da cuenta de lo q ¡Es él, Dumbledore, no está muerto! Le echaron una potent desmemorizante y modificaron su pasado como pudieron, su pasa todo el pueblo... es una auténtica barbaridad sin sentido, ¡pero no ocurre otra opción!

Estamos alarmados, profesor. No sabemos qué hacer. Está bajo vigilancia constante, pero él ni se ente arse cuenta de nada, se comporta como un muggle norm ño en su persona, pero como todos, al fin y al cabo... Necesit yuda, Dumbledore. Yo no podré seguir silenciando esto durante mucho más tiempo, me juego el puesto, amigo, y eso no nos vendría bien a ninguno. Necesitamos respuesta los de la Oposición van a empezar a olerse el follón, y no tardarán társelo a vuestro Ministro, Fudge. Dumbledore, usted sabe que siempre estaré aquí cuando lo necesite, pero comprenda que no puedo mojarme más.

Por favor, comuníquese con nosotros cuanto antes.

Saludos cordiales (y alarmados),

Louis Van Eyck

Ministro de Magia de Alemania

Vaya... así que no era una carta de ninguna de sus novias, sino que iba dirigida ¡a Dumbledore! Esta vez Malfoy se había pasado de la raya... ¿Por qué narices querría él enterarse...? A menos que todo aquel follón del que hablaba ese tal Louis tuviera que ver con Voldemort... Harry estaba seguro de que si Draco Malfoy podía hacer algo para convertirse en mortífago, lo haría. Y si empezar ayudando a conseguir información les sería útil, Malfoy accedería sin pensárselo dos veces. Pero aquella carta... desde luego era, como mínimo, desconcertante. Sin embargo, no se leía nada claro: Malfoy se había encargado de llevarse los trozos que le interesaran, y de los que quedaban, algunos fragmentos no podían leerse con claridad debido a las raspaduras, juntas y arrugas del pergamino. Lo que Harry no entendía era por qué puñetas no se había llevado la carta entera, en vez de dejarla ahí tirada. No tenía sentido... ¿Sería una carta falsa? No, era poco probable que alguien se entretuviera en inventar tal paranoia.

Harry cambió su rumbo. Decidió que lo mejor era entregarle la carta a Dumbledore. Aquella vez tuvo unos cuantos problemas para entrar, ya que él no imponía tanto como Ginny y la gárgola ya no se tragaba el cuento de que alguien estaba en peligro de muerte.

—¡Vamos, déjame entrar! —gritó Harry, desesperado—. Tengo que entregarle esta carta a Dumbledore...

La gárgola ni se inmutaba. Sólo movía la cabeza de un lado a otro, girándola sobre la mano en la que la apoyaba en una postura similar a la de El pensador, aquella famosa escultura de Rodin. Fue entonces cuando una luz celeste iluminó su cabeza, y la gárgola, mirando hacia arriba sorprendida, se enderezó y le dejó paso. Antes de subir por las escalinatas automáticas de piedra, Harry le dirigió una última mirada sospechosa a la gárgola. Se había petrificado de nuevo.

Escuchó unas voces en el interior del despacho de Dumbledore, así que antes de entrar tocó la puerta con el aldabón en forma de grifo. Sin embargo, pasó sin esperar a recibir contestación alguna...

—... y por favor, dígale a todos que en las próximas vacaciones habrá una nueva reunión. Ya es hora de que la Orden del Fénix empiece a tomar cart... —Dumbledore se quedó paralizado al advertir la presencia de Harry. La profesora Auranimus se volvió sobresaltada.

—Perdón... —balbució Harry, avergonzado—. No debí haber entrado, yo... venía a... lo siento.

—No, Harry, no lo sientas —Dumbledore se dirigió a la profesora—. Alyssa, por favor, dígales también —continuó, mirando a Harry con una expresión ilusionada en el rostro— que tendrán una agradable visita. Le daremos la bienvenida a un esperado nuevo miembro...