Aviso: lo sabe tol mundo, pero vamos a repetirlo: los personajes son de la magnífica y, to hay q decirlo, perezosa Joanne Kathleen Rowling, que ahora los que nos tiene desesperaos son los traductores de Salamandra... En fin. Todos, menos unos que ya saldrán, entre ellos, Alyssa Auranimus.
17
El Heredero
«Contra las injusticias y su corte de talares fantasmas,
contra el odio y su roja muceta de verdugo,
contra la insidia y el rencor y la esperanza abolida
tú tenías su nombre, un solo nombre breve,
como agua sonando entre las guijas de tus huesos.
Con él viviste en la vieja mansión deshabitada
la libertad de un sueño. [...] Era la casa vieja.
Por los salones que el humo deshacía, paseabas...
Plegaban cortinajes en los muros del viento,
encendías el fuego y era la fría estancia
y llegaba el otoño con su bastón helado
y se olía la muerte entre las lilas.
Un nombre, sólo un nombre. Sálvalo de la niebla
y ponlo en la balanza de las postrimerías:
quizás su peso sea el de tu vida.»
Pablo García Baena
Harry no podía dormir bien durante esa noche después de la reunión de la Orden del Fénix. Había recibido muchas emociones fuertes en poco tiempo (y ya no estaba acostumbrado), como el ver de nuevo a su padrino. Podía sentir cómo la alegría lo invadía por dentro, saber que aún tenía familia a la vez que también sentía un intenso dolor al tener la certeza de que Voldemort volvería a matar de un momento a otro, tal como mató a sus padres o a Cedric delante de sus narices sin poder hacer nada. Seguía temiendo por la seguridad de sus seres queridos más que por la suya. Estaba sumergido en sus pensamientos cuando lo interrumpieron los gritos desesperados procedentes de la cama de al lado:
―¡Mátame a mí, mátame a mí!
Harry, agitado, corrió en auxilio del chico. Los demás compañeros de habitación también se levantaron sobresaltados. Harry levantó la cortinilla de la cama de su amigo dejando ver al resto de los chicos a Ron, que se agitaba bañado en sudor entre las sábanas. Él mismo se había hecho daño con las uñas en el cuello y brazos, casi ensangrentados.
―Por favor, mátame a mí ―repetía una y otra vez inmerso en una horrible pesadilla, a juzgar por sus gritos―... ¡No les hagas daño! No me hagas elegir…
Harry salió lo más rápido que pudo a despertar a Ron. Se le escuchaba tan angustiado... No deseaba escucharlo sufrir tanto.
―... No puedo, doy mi vida a cambio de las suyas. ¡Déjalas en paz! ¡Déjalas! ―de repente, Ron pegó al aire dándole a Harry en la nariz, que comenzó a sangrar. El golpe le había pillado muy cerca. Por fin se despertó muy aturdido mirando hacia los lados intentando creer que todo fue una pesadilla, que nada de lo ocurrido en su sueño era realidad. Preguntó por su hermana y por Hermione, a lo que los chicos respondieron que estarían dormidas en sus respectivas camas, lugar al que no podía acceder, protegido como estaba por la magia.
Harry imaginó que en su sueño podía estar involucrado Voldemort por lo que se limpió la sangre con un pañuelo y llevó a su amigo a la sala común para poder hablar con más tranquilidad.
―¿Qué te ha pasado? ¿Qué estabas soñando?
―Perdona, no ha sido mi intención herirte. Pero ha sido tan real…
―Ya me he dado cuenta, por lo fuerte que me has pegado ―se tocó la nariz que aún echaba sangre―. Esto no importa, ¿qué ha sucedido en realidad?
―Ha sido horrible, Harry, horrible ―sollozó Ron―. Verás Quie... Bueno... será mejor que lo cuente todo desde el principio: parecía un día cualquiera a la hora de comer, estábamos todos los alumnos de Hogwarts en el Gran Comedor y, de repente, una voz horrorosa pronunciaba la Avada Kedavra y... y el profesor Dumbledore moría... Entonces cundió el pánico entre todos los alumnos y no se nos ocurre otra idea mejor que seguir el sonido de la voz. Como siempre, tuvimos esa extraña afición de meternos en líos ―se hizo una pausa y Ron continuó su relato―. Entonces... entonces... espera que me acuerde... ¡ah sí! Llegamos los cuatro al vestíbulo enfrente de las escaleras, cuando empieza a bajar suavemente Quien-Tú-Sabes (lo reconocí porque era igual a como tú me lo describiste). Nosotros nos quedábamos paralizados, sin reaccionar. Mientras, él seguía bajando; se acercaba poco a poco hacia ti... y ahí.. entonces... levanta con su varita tu flequillo, la posa sobre tu cicatriz y menciona esas palabras, esas horribles palabras…
―¿De qué palabras me hablas, Ron?
―Avada Kedavra ―pronunció Ron fríamente tratando de mantener el semblante firme―. Y tú te desplomas en el suelo mientras Quien-Tú-Sabes dice entre dientes que caíste como tu padre ante él. Yo quise matarlo, pero fue más rápido que yo. Con un gesto de varita elevó a Hermione y Ginny, las golpeó contra la pared opuesta a las escaleras y las dejó allí, como si estuvieran pegadas, a cinco o seis metros del suelo. A continuación me dijo: «Creo, muchacho, que no me has reconocido. De otro modo, no osarías a acercarte a mí lo más mínimo. Soy Lord Voldemort». Yo grité diciendo que no le tenía miedo pero no escuchaba mi voz por ningún sitio. Entonces el muy…—Ron dijo algo muy largo y feo, que realmente se quedaba corto— volvió a hablar: «Mmm… dos chicas muy queridas por ti, ¿no es cierto? Ahora te toca a ti elegir: ¿a cuál de las dos quieres que deje viva? ¿A tu querida muggle? ¿O a tu adorada hermanita amiga de la sangre sucia?» Yo no podía elegir, no sabía que escoger… Ginny es mi única hermana y la quiero mucho, pero no puedo dejar morir a Hermione, se me caería el alma a pedazos. La quiero con locura. Sólo de pensarlo, se me encoge el corazón… ―por el rostro de Ron caía sigilosamente una lágrima. Harry no sabía qué decir y tampoco podía articular palabra. Pensó en qué haría él... No. No podía elegir.
Ron prosiguió.
―Creo que el resto de la historia la sabes. Yo le dije que me matara a mí, que me torturara todo lo que fuese necesario pero que las dejara libres, que no les hiciera daño. En ese momento creo que mi voz si salió de mi garganta tanto que me escuchasteis y os desperté. Pero es que era tan real... no es como esos sueños que eran reales, te juro que sentía su respiración, su aliento de rata, noté en los brazos cuando me zarandeó para que decidiera... su fuerza...
―Ron tranquilízate —repitió Harry sujetándolo por los hombros—, todo fue un sueño, nada ha ocurrido en realidad.
―¿Y si pudiera ser real? Igual que los tuyos.
―Si fuera verdad, yo no estaría aquí hablando contigo. Oye, Voldemort no va detrás de ti, no ha intentado matarte, no tienes una cicatriz en la frente que todo el mundo te recuerda que la te la hizo Voldemort, tampoco tienes la hermana de su varita, ni parte de sus poderes pasaron a ti… ―A Harry le dio un escalofrío—. Calma... Además, no me iba a matar tan fácil... me daría tiempo a bloquearle el hechizo y las varitas harían de nuevo la cosa esa rara... y sobre todo, no dejaría de luchar tan pronto estando vuestra vida en juego. Eso no va a pasar... Dumbledore está con nosotros. Mientras él esté...
—Él no estaba.
—Mientras él esté —repitió Harry, más alto—... no habrá peligro. Y ahora está.
―Para, para. Ya has hecho que me sienta mejor. Podré dormir tranquilo el resto de la noche ―dijo Ron a modo de despedida.
Harry pensó que jamás volvería a consolar a Ron de esa manera. Ron subió a los dormitorios y Harry se rezagó un poco pensando en el sueño. Mientras subía, al pasar por el puente que comunicaba su torre con la de las chicas, se chocó con Hermione, que bajaba asustada.
―Harry —balbució la chica entre sollozos, y se abrazó a él fuertemente.
―No me digas que tú también has tenido una pesadilla…
―Entonces, ¿crees que Quien–Tú–Sabes está manipulando los sueños de la gente? ―dijo Hermione. Aún no se habían acostado hablando del tema.
―No sé si lo creo o no. El caso es que deberíamos decírselo a alguien de la Orden y creo que la persona más indicada es Alyssa. Ella sabrá escuchar.
Despertaron a Ron y a las nueve de la mañana de aquél domingo se dispusieron los tres amigos a consultarle a la señorita Auranimus su duda.
El camino hacia el despacho–dormitorio de la profesora fue casi una procesión fúnebre por los corredores del colegio. Pasaron sin llamar al despacho, subieron las escalerillas de caracol que conducía a los aposentos privados... Toc, toc.
Alyssa tardaba en abrir, quizá estuviera aún dormida ya que la reunión había terminado de madrugada. Se oyó un ruido sordo, como un objeto pesado que cayera al suelo. Estaban a punto de irse cuando la profesora abrió, muy despeinada y vestida únicamente con una camiseta de chico desgarrada por las mangas. No había dormido mucho (a juzgar por sus ojeras), tenía las piernas totalmente al descubierto y una sonrisa dilatada que la hacía parecer aún más hermosa.
—¿Qu...? ah... sois vos...
—¿Aly? ¿Aly, eres tú? ¿Qué ha pasado? —una joven y conocida voz, que cada vez se oía más cerca, sacó a Harry de su ensimismamiento.
Un joven pelirrojo, no muy alto pero sí bronceado y musculoso, se acercaba desperezándose y jugando con la sábana de ositos que llevaba colgada al hombro como única prenda.
—He oído un golpe y me he desp..
Dejaron de oírse palabras inteligibles. Se había quedado paralizado, al igual que Hermione, Harry, y sobre todo Ron. Ninguno de los cinco supo qué decir, aunque Harry alcanzó a oír a Hermione ahogar algo parecido a «¡Dios santo, qué homb...»
―¡Charlie! ―murmuró Ron con una mirada horrorizada—. ¡Charlie!
La situación se hizo algo incómoda. Por una parte SEGURO que habían interrumpido "algo", y por la otra... ¡Charlie y Alyssa!
―Creo que deberías darte un baño ―ordenó Alyssa a Charlie empujándolo para hacerle reaccionar, lo tapó con la sábana y susurrándole algo al oído con sonrisa picarona, lo acompañó hasta la puerta del cuarto de baño. Volvió hasta donde estaban los muchachos y les hizo pasar dentro del estudio sin atreverse a mirarles a la cara, muerta de vergüenza.
—Mmm, chicos, si os digo que el pobre no tenía dónde dormir ¿cuela? ―dijo Alyssa con cara de no haber roto un plato en su vida. Observó las caras escépticas de sus alumnos, y tras escuchar el sarcástico «¿Dormir?» de Hermione (que por la cara que ponía se deducía claramente que ella no pensaría precisamente en dormir teniendo un hombre así al lado), desistió de poner ninguna excusa―. Bueno, pues ya sois mayorcitos para pensar lo que queráis. Ahora vais y lo cascáis. Uhum. Lo que me extraña es que vosotros no ―bostezó―... En fin, si habéis madrugado un domingo no será por descubrir mis compañías. Decidme.
Ron, aún algo consternado por enterarse de lo de su hermano (y con mucha envidia), comenzó sin rodeos a contar su sueño algo ruborizado por tener a Hermione delante y la parte que la atañía, aunque la chica tenía su mente en otra parte. La profesora asentía con la cabeza. El relato de Ron concluyó rápidamente.
—Cuéntaselo, Herm.
La chica despertó de su trance. Al momento, su cara de asombro y embelesamiento cambió por una de tristeza. Apenas era consciente de lo que la noche anterior había vivido, y le dolía recordarlo. Comenzó a hablar:
—Me despertaba de un sueño. Estaba en mi casa... había soñado que... —tragó saliva— Vvv...Voldemort... me sonsacaba algo sobre la orden... no sé qué era, sólo sé que por ayudar investigando algo, él se enteraba... creo que de lo que necesitaba para hacerse invencible... pero le fallaba algo y venía a vengarse de mí... Y entonces despertaba de mi sueño... bueno, del sueño de mi sueño... Iba a... a contárselo a mis padres... no sé por qué quería hacerlo... y... y... cuando llego a su cuarto, su cama estaba ensangrentada y un rastro de sangre llevaba hasta la ventana... Y cuando me asomo... cuando me asomo...
Hermione empezó a sollozar. Parecía haber olvidado por completo todo lo pasado en los minutos anteriores. Alyssa la abrazó y la animó a continuar.
—... estaban allí abajo... bajo la sangre... bajo la ventana había un mar de sangre, una sangre muy rara, casi transparente... como agua con colorante, pero olía a sangre... era como si la calle entera estuviera inundada, ¡inundada hasta nuestro tercer piso!. Y abajo, tirados, casi descuartizados y con el cuerpo desencajado de la caída, estaban mis padres... y yo los veía, y de repente la sangre empezó a ser como un espejo atrayente... y mi reflejo me llamaba, se limpiaba la sangre que le salía continuamente del labio y me decía que no había modo de sanar la herida... que ya no tenía sentido vivir... y yo de verdad me sentía así...
—Hermione, cariño... ha sido sólo un sueño... sólo un sueño —le repetía Alyssa tratando de consolarla. Ella nunca la había visto tan triste y asustada. De hecho ninguno de ellos la había visto así antes...
—Sólo falta un pequeño detalle, profesora —intervino Harry—. Cuando yo subía a nuestro cuarto después de hablar con Ron, nos cruzamos. Ella venía a contarnos el sueño, venía asustada... y el labio le sangraba. Igual que en su sueño. Y Ron tiene heridas en los brazos. Al principio pensé que se las había hecho él solo de la desesperación, pero en su sueño Voldemort le agarraba...
—Cuando me desperté y vi la almohada manchada de sangre, aún creía que seguía soñando. Y cuando recuperé el sentido temí lo peor... Nada más amanecer he hablado con mis padres desde la chimenea del Locutorio de Hogwarts, por supuesto, y están bien... Pero, ¿y si eso ocurre?
—Fue un sueño, Hermione. De todas formas, habrá que investigar al respecto. Y sobre los significados... El tuyo es más intrigante que el de Ron. Él debe poner en orden sus emociones, aunque Quien-vosotros-sabéis es la pieza común. Me temo que tendrá muchos significados ocultos, si realmente es cosa de Él... o si es una especie de premonición.
—¿Yo? ¿Premonición? —repitió ella con marcado escepticismo—. Según la profesora Trelawney me sería imposible tener una...
Alyssa hizo un gesto con la mano quitándole importancia a eso.
—Nunca, nunca, nuncanuncanuncanuncanunca, NUNCA, jamás de los jamases, te creas incapaz de hacer algo, Hermione. Subestimar tus poderes sólo te ayudará a limitarlos.
Otra noche más, Harry miraba el techo de tela del dosel de su cama, incapaz de dormirse. El calor resultaba agobiante y los ronquidos de alguno de sus compañeros, unidos a sus propios quebraderos de cabeza, convertían cualquier intento de dormirse en una misión imposible. Y para colmar su aburrimiento, Ron llevaba horas desaparecido, por lo que ni siquiera podía darle la lata a él para divertirse un rato. A saber qué estaría haciendo con su capa... Empezaba a arrepentirse de habérsela dejado, o más bien, de haber dejado que se fuera solo, porque tanto rato fuera debía de significar algo entretenido.
Y pensando en el rey de Roma... se oyeron unos crujidos de madera y entró una figura tratando de ser sigilosa, pero sin siquiera saber esconder bien su cuerpo bajo una capa invisible.
―Oye, tío, ¿has ido así por los pasillos? ―susurró Harry al aire.
―¿Eh, qué? ¿Quién? ¿Qué? ―balbució Ron aturullado, tratando de recoger la capa que se le caía al suelo.
―Ron, ¿estás bien? Asqueroso, no habrás ido a una fiesta sin avisarme, ¿no?
―¿Fiesta? Oh, por los Chuddley... ya me hubiera gustado a mí hacer de eso una fiesta... Harry... ¡Harry, Harry, Harry!…
―¡Qué, qué, qué!...
Ron miró hacia los lados.
―Ven abajo. No te lo vas a creer...
―A ver, ¿qué es lo que no me voy a creer? ―preguntó Harry una vez hubieron llegado a la sala común, desierta a esas horas de la noche.
―Tu capa, ¿recuerdas? Te la he pedido, ¿no?
Harry asentía extrañado, sin saber a dónde quería llegar el otro. Fue entonces cuando Ron comenzó su atolondrado relato...
»Con tantas emociones fuertes aquél día, tantas preguntas sin respuesta y tantos miedos esperándole en las puertas del Reino de Morfeo, lo último que le apetecía a Ron era dormir. Bañado en sudor, un sudor frío que pedía a gritos desaparecer, decidió irse a tomar un baño. Sin pensarlo un segundo más, cogió prestada la capa invisible de su amigo y puso en marcha sus planes.
Por los corredores del pasillo no se oía ningún ruido y no le costó llegar al baño de los prefectos. Dijo correctamente la contraseña ―se había encargado unos días antes de sonsacársela a Hermione, quien, a pesar de no ser ya prefecta, conservaba el derecho a utilizar el baño―: «cabello olor penten», atravesó el umbral de piedra sigilosamente, abrió sin hacer ni el mínimo ruido la puerta de madera que había tras unos metros de pasillo y entró a la estancia, no sin después volver a cerrar la puerta.
Era tal y como Harry y Hermione se la habían descrito: mármol blanco, lujosa, iluminada de tal modo que casi cegaba, con el mismo cuadro de la sirena... todo igual.
Se quedó mirando a la sirena, que tenía un gesto raro en la cara, como si intentase decirle algo; pero Ron no le dio importancia. Iba a quitarse ya la capa cuando un chapoteo procedente de la amplia bañera lo dejó petrificado. No era la primera persona a la que se le ocurría bañarse a esas horas de la noche...
Una cabeza asomó fuera del agua y oteó el cuarto.
―¿Hay alguien ahí?
―¿Quién era? ―interrumpió Harry.
―Si te esperas, sigo...
―¡Sigue!
―Iba porque se pispó de que había alguien (o sea, yo, pero ella no lo sabía). Y...
»Vislumbró el reloj circular de pared que había sobre la puerta, arriba del invisible Ron, que se quedó helado.
―¡La una de la mañana! Vaya, cómo pasa el tiempo cuando se está a gusto... En fin... hasta otro día, burbujitas.
Se sumergió de nuevo, sonó un "plop" y el ruido de agua correr, y la misma cabeza volvió a emerger del agua... seguida del resto del cuerpo.
―¡Qué dices, tío! ¿Viste a una chica... así... desnuda? ¿Entera?
―¡No, se bañaba con impermeable! ¿Tú qué crees? Oh, si es que... mmmm
―¡Pero quién era!
»Cerró los ojos. No podía verlo, no podía verla, no a ella... no podía... no quería... ¡sí, sí quería!
La chica de sus sueños –y de sus clases– saliendo de la bañera. Al ver su cuerpo completamente desnudo, quedó inmóvil unos segundos. Estaba ahí, desnuda, mojada, con un movimiento natural de su cuerpo que le estaba poniendo nervioso por segundos. Ron empezó a percibir de manera exagerada, casi sin proponérselo. Sentía la respiración de la chica cómo si ésta se hubiese propuesto hacerlo más fuertemente que de costumbre. Su respiración acogió el mismo compás que la de ella. Repentinamente notó que hacía demasiado ruido. ¿Y si le descubría? ¿Qué hacía? No, lo primero era pensar qué hacer en ese momento… Aunque su mente, paralizada como su cuerpo, no le ayudaba a pensar.
―¿Y qué hiciste? ―preguntó Harry, con una sonrisa de admiración que le abarcaba la cara entera.
―¿Que qué hice? ¡Qué no hice! ¡Eso es lo bueno, qué no hice! Oh dios... ¡Mirar, qué iba a hacer!
»La miró. Cada segundo que pasaba era más difícil mantenerse quieto, sin hacer ruidos, controlando sus músculos para que no decidieran moverse y abalanzarse a... a hacer cualquier cosa con ella. Ella, que parecía no tener prisa en secarse y no conocer la costumbre de liarse con la toalla, porque salía del baño sin cubrirse y se acercándose a donde estaba él... Y mientras Ron, aun temiendo que le descubriera, seguía quieto en el mismo lugar, cada vez más cerca de ella. No podía evitar ver cómo su larga melena mojada desprendía sobre su cuerpo miles de gotas de agua que se deslizaban sobre su piel, resbalando por su espalda y su pecho, hasta…
―¡Venga tío, pasa ya, no me la describas! ¡Que es mi mejor amiga!
―¡Y la mía! Pero joder qué amiga... Bueno, a simple vista no parece un cañón, pero cómo se movía... si es que parecía que hiciera un pase fotográfico, tío... ―susurraba Ron con los ojos cerrados y la mente en otro mundo―... sexy... grrrrrrrr...
―¡Te he dicho que no me lo describas! ―cortó Harry, deseando todo lo contrario.
―Tenías que haberla visto, era... era...
―¿Y fijo que no te lo imaginaste?
―Si eso era imaginación, mañana mismo me salgo de Hogwarts y me meto a director de teatro.
―O de películas porno.
―¡Podría haber dirigido una hace un momento! Con lo que estaba pensando...
»Por suerte, la chica no se percató de su presencia. Ron no quiso imaginar qué hubiera pasado si lo hubiese hecho. Hermione siguió acercándose hacia donde estaba él, se paró tan cerca de él que temía que le rozase y se envolvió en una minúscula toalla blanca que esta ese momento colgaba de una percha, una toalla que cubría poco más que sus partes íntimas y insinuaba sus suaves pechos. En cuanto Ron estimó que no lo oiría, se alejó un poco hacia su izquierda, enfrente del lavabo.
La había visto en ocasiones con poca ropa, pero nunca tan provocativa como entonces...
Ron perdió el equilibrio y su largo pie sonó al posarse de nuevo en el suelo.
Hermione se volvió sobresaltada.
―Vale, ¿quién hay aquí? ¿Cedric? ¿Eres tú otra vez? Ya podías elegir otro momento para observarme, ¿no, tío? Contesta al menos...
Hermione empezaba a angustiarse. Como si una reacción al peligro fuera, el labio empezó a sangrarle, aunque no se dio cuenta.
―¿Ced? ―preguntó de nuevo, y mientras se reajustaba la toalla, avanzó hacia Ron, lugar de donde había escuchado el ruido.
―¿Y te pilló?
―Espeeeeeera...
»¿Qué hacía?. Hermione empezaba a mosquearse y observaba con detenimiento y alerta todos los rincones de la habitación, sin moverse de la losa en la que estaba. Pero no tardaría en descubrirle, y no quería ni imaginar cómo se lo tomaría.
Miró a su alrededor y, en un alarde de ingenio, justo en uno de esos instantes que la chica escudriñaba otro ángulo del cuarto, agarró la enorme y maciza pastilla de jabón que reposaba en la esquina del lavabo y la dejó en el suelo, justo donde él había pisado. Solo que... ¿parecería caída? Sin saber con certeza si funcionaría, pronunció mentalmente un sencillo hechizo de rotura y apuntó con la varita.
Justo en el momento en que la pastilla se rompía, Hermione terminó de girar la vista hacia ese radio de la habitación. Ron se apartó aprovechando el ruido de las pisadas de Hermione al acercarse.
―¡Seré estúpida! ―murmuró ella, agachándose a recoger el jabón―. Vengo aquí para relajarme y me ataco yo sola... Si es que...
Posó la pastilla de nuevo en el lavabo, y fue al mirarse de pasada en el espejo cuando descubrió su herida sangrante. Una herida que hacía que le chica la mirara ansioso, y deseara acercarse a ella a curarla con sus suaves dedos. Extrañada, Hermione observó como la sangre circulaba por barbilla y cuello como si fuera una vampiresa. Se limpió un poco con el dedo índice. Decidió chupar el dedo manchado de sangre, y con sus labios suaves y brillantes limpió su dedo manchado de rojo. Ron se sentía ardiente, sabía que nunca sacaría esa imagen de su cabeza, aunque tampoco quería hacerlo. Siguió viendo como Hermione se quitaba la toalla para limpiarse el resto de la sangre con ella. Tomó esa imagen como último regalo antes de que la chica empezara a vestirse.
―¿Y te quedaste ahí hasta que terminó de vestirse?
―A ver, Harry, ¿qué hubieras hecho tú si la tía que te gusta, a la que nunca hubieras esperado ver en esa situación porque no suele ir precisamente provocando por ahí, se te plantara delante de tus narices como su madre la trajo al mundo pero con 15 años más y más buena?
Harry miró para otro lado como quien no quiere la cosa.
―Vale, déjalo, no me lo digas, prefiero seguir pensando que mi hermana es un ángel y que tú NO eres un pervertido.
―¿Uno como tú?
―Sí, uno com... ¡oye!
Ron lanzó un cojín a la cabeza del moreno graciosillo.
―Así que quieres guerra... ¡esto para que se te bajen los calores!
Y empezaron una batalla de cojinazos que les sirvió para liberar tensiones y procurarles un poco de cansancio y sueño...
Pasaron los días, y, siguiendo el consejo de Alyssa, trataron de concentrarse en otras cosas. Fue entonces cuando decidieron retomar el proyecto de la poción invocadora, que durante unos días había estado abandonado. Era ya tarde, hacía rato que había anochecido, y los tres amigos aprovecharon la soledad de la sala común de los viernes por la noche (cuando casi todo el mundo salía a divertirse a las afueras del castillo y los pequeños iban a dormir) para hablar de sus planes prohibidos cómodamente y sin tener que esconderse.
—Aquí está el plano —dijo Hermione, que acababa de entrar por la puerta haciendo sobresaltarse a sus amigos, y estampó un fino mapa de papiro sobre las piernas de Harry y Ron—. Ha sido fácil encontrarlo.
—¿Y mi casa? —preguntó Harry, buscando apresurada y emocionadamente entre los nombres de las villas del Valle Godric. Aún se sentía estúpido por no haber hecho eso años antes.
—Aquí, mira —dijo Ron señalando con el dedo un trozo de mapa—. No será difícil encontrarla. Lo difícil será encontrar la forma de hacerlo en poco tiempo... El único modo sería viajar en escoba, pero tardaríamos mucho, ¿no?
Hermione chascaba la lengua.
—El valle Godric está aquí, en Escocia. La Saeta de Fuego alcanza casi 300 kilómetros por hora... y la Nimbus 2001 más de 200... Hermione puede pedírsela a Ginny... o que Ginny también venga (que por cierto, ya le vale aprobar ese examen para el que está estudiando, que con la excusa me tiene abandonaíco), y Hermione... podemos pedírsela a alguien del equipo, estoy seguro que nos la dejarían. No puede haber más de 200 kilómetros de distancia al valle, ¿no? Echaríamos una tarde como mucho entre ir, coger algo de mis padres y volver.
Ron iba a decir algo cuando Hermione lo interrumpió.
—Sólo hay un pequeño inconveniente. Que no sabemos dónde está el valle Godric.
—¿Cómo que no? Sí, mira, aquí... entre _ y _...
—Sí, claro. En el mapa. Pero no en la realidad. Es inmarcable —añadió al ver la cara estupefacta de los dos chicos—. Se puede salir de él... con llegar a la frontera y desearlo es suficiente. Pero ese valle está protegido desde que Godric Gryffindor lo fundara hace más de mil años... Sólo sus habitantes saben cómo entrar.
—Entonces... ¿cómo entró...? ¿Cómo...?
Hermione se encogió de hombros.
—Ése es uno de los muchos misterios de... aquella noche.
Los tres quedaron en silencio. El ambiente era denso, incómodo... se veían el miedo y la tristeza en los ojos de Harry.
—Tenemos que encontrar la forma de entrar allí —dictó Harry—. Tengo que conseguir esos ingredientes, tengo que verlos... ¿Y si...? La capa...
Ron le echó una mirada asesina.
—No se te ocurrirá... ¿Tú sabes lo que vale esa capa? ¡Y de cuántos apuros nos ha sacado!
—No pretendo echarla entera a la poción... sólo... un trocito... un retal minúsculo... si con eso puedo verlos...
—No seas tonto, Harry. Eso es… eso es… ¡Esa capa es un tesoro!
—Y además, aún nos quedaría un objeto de tu madre. Sería en vano —apuntó Hermione.
Harry empezó a desesperarse. Pensaba que aquello sería más fácil. Hermione se sentó a su lado y le revolvió el pelo. Odiaba que hicieran eso, pero de ella no le molestó. Al contrario, tomó eso como un intento de animarlo. Ron le puso una mano en el hombro en señal de apoyo.
—Hallaremos la forma de conseguirlos. Tiene que haber algún modo.
—Sí, pero ¿cuál? Si tan sólo pudiéramos... si tan sólo... simplemente...
Harry no pudo terminar la frase. Una nube de humo los envolvió, sonó un "plop"...
... Y al instante, cayeron sentados en un verdoso y húmedo suelo. El humo se disipó enseguida. Ninguno de los tres se atrevió a moverse... ¿cómo habían llegado hasta ahí? Y ¿dónde estaban?
Harry tenía aún el mapa entre las manos. Lo levantó hasta la altura de los ojos, y lo quitó... y volvió a repetir el mismo gesto varias veces, al final ya después de haberse levantado y de dar vueltas sobre sí mismo escudriñando el paisaje nocturno. No podía creerlo... era demasiado bonito para ser real... y a la vez demasiado desconcertante...
—Harry... Harry, ¿qué haces? —preguntó Hermione a la vez que se acercaba hasta él, le arrebataba el mapa y se daba cuenta, absorta en las conexiones de su cerebro, de lo que ocurría...
—¿Qué pasa? —dijo Ron levantándose y frotándose la espalda, dolorida por el golpe—. ¿Eh? Oh... espera... no me digas... no me digáis que estamos...
—... En el valle Godric —terminó Harry.
A sus espaldas, un río de aguas cristalinas atravesaba el valle y se perdía por la izquierda en un lejano lago, siguiendo el curso de las bajas y plateadas montañas que cercaban el valle. Las casas se esparcían por todo él. No había calles, no había pueblo alguno... sólo se veían villas abandonadas (las casas estaban descuidadas y no se advertía luz alguna) y caminos de piedra tapados por el césped verde, plateado ahora bajo la luz de la luna. Y al frente, ahí estaba. Una valla de madera cercaba la enorme casa de varias plantas, medio derruida y cubierta por hiedras, que se alzaba tras un enorme jardín abandonado. Los cipreses, rosales, bulbotícoras y demás plantas salvajes se perdían en la inmensidad de aquella mágica jungla descuidada, al igual que el cobertizo cercano a la casa, casi sepultado entre las ramas de los gigantescos y viejos árboles. Encendieron sus varitas, y con miedo y precaución, comenzaron a acercarse a la mole de piedra. Iban a saltar la valla cuando, nada más poner Ron su mano encima, se desplomó entera. Fue cayendo tramo por tramo, como si de fichas de dominó se tratara. Ron hizo una mueca.
—Eh... Harry, ¿seguro que es imprescindible entrar ahí?
Harry no contestó. Aquella había sido su casa... ahí habían vivido sus padres, ahí había vivido él...
—Para mí sí.
Y avanzó hasta la puerta, abierta y casi destrozada. Cruzó el umbral, y se perdió en la oscuridad de la casa. Ron y Hermione lo siguieron. No habían puesto aún el pie bajo el umbral cuando campo de fuerza, una especie de escudo semiesférico de un azul eléctrico, se activó y los golpeó lanzándolos muchos metros atrás, al comienzo del jardín. Los dos cuerpos impactaron de espaldas contra el tronco macizo de un ciprés descomunal (su tamaño y robustez hacían sospechar que era un tanto mágico) y cayeron al suelo sobre sus raíces.
—Auch... Ya decía yo que esa casaaaaaaAAAAAAAAAAAAAAAAHHHH!...
No les dio tiempo siquiera a levantarse y enderezar las doloridas espaldas. El suelo que había bajo las raíces se desplomó y cayeron rodando a una gruta subterránea.
—¿Ya? ¿Ya hay suelo firme? —preguntó Hermione mientras trataba de deshacer el lío que se había echo con Ron.
—Sí. Y de una piedra muy dura... Aunque yo me preocuparía más por saber dónde estamos...
Ron apuntó con su varita al frente. Sólo tenía un pequeño problema... la varita se le había perdido al caerse. Por suerte, Hermione conservaba la suya fuertemente atrapada en la mano, y pudieron alumbrar la estancia con ella. Y lo que vieron los dejó tan atónitos que se olvidaron de sacudirse la tierra con la que estaban rociados a causa de la caída.
Estaban en el interior de una antigua y vieja cripta. Cientos de placas de piedra, cobre, mármol y otros materiales recubrían las paredes de la terrosa cueva subterránea. Con curiosidad, echaron un vistazo a las primeras celdas de su izquierda. Hermione corrió las telarañas con la mano ante la mirada de asco de Ron, que le hizo lavársela con un conjuro («Aparta... quita esa mano.. ¡No, no me toques! ¡No te rías, ceporra! ¡Lávate, orco!») . La primera placa que encontraron llevaba el apellido Gryffindor escrito en la esquela, pero el nombre no era Godric.
—Puede ser uno de sus hijos: es del siglo XI...
Conforme iban avanzando por el perímetro del mausoleo, los apellidos Gryffindor iban desapareciendo poco a poco. En los últimos siglos ya apenas quedaban. Y al llegar al fondo, un escalofrío recorrió sus espaldas. Hermione había tropezado con algo. Era una enorme lápida con una cruz dentro de un círculo, celta como ella supuso, en la parte de arriba. Hermione volvió a pasar una mano sobre la inscripción para quitar el abundante polvo que la tapaba. Su sorpresa no pudo ser mayor cuando leyó el nombre.
—Dios mío... Ron... ¡Ron! ¡Es la tumba de Gryffindor! —chilló la chica, y se apartó corriendo al darse cuenta de que estaba pisando al fundador de su casa, y a su mujer, Sheela, enterrada en el mismo sitio que él. Pero tuvo que volver a apartarse...
A los lados de la tumba de Godric y su esposa había otras dos tumbas. Y la que ahora miraba fijamente era la de James Potter.
—Ron... mira...
—No, mira tú —señaló Ron, desviándole el haz de luz de la varita.
A la derecha de la tumba de Godric, la inscripción del otro mármol blanco no podía ser otra: Lillian Evans Potter. Eran las tres únicas sepulturas que había en el suelo en todo el panteón. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que estaban rodeadas por unos pivotes unidos por cuerdas supuestamente rojas... volcados en el suelo.
—Los padres de Harry... Hermione... ¿Es posible... es posible...? Harry...
Hermione no contestó. Corrió hasta las últimas placas en la pared, las más recientes.
—¡Espera! ¡No me dejes aquí, no veo! ¡Hermione, por tus muertos, que esto es un cementerio, espérame!
Hermione volvió, le cogió de la mano y lo arrastró hasta el comienzo del mausoleo. Y comprobaron que las últimas celdas llevaban los apellidos Potter... durante unos siglos.
—¿Crees que Harry pueda ser...
—¿Descendiente de Gryffindor
Ajeno a todo se encontraba Harry cruzando el oscuro umbral de la casa. Gran parte del piso superior estaba completamente derrumbada, y entre los escombros se filtraban algunos rayos de luz lunar que le daban a la estancia un aspecto espectral. Habría sido un ambiente acogedor y hogareño en su tiempo, pero de aquel escenario ya sólo se conservaban muebles polvorientos y casi destrozados por el paso de los años. Harry continuaba andando entre las habitaciones del piso inferior. En ese ambiente siniestro todavía se respiraba muerte, soledad y angustia.
Poco a poco, Harry fue descubriendo las habitaciones de las que disponía la casa. Algunos muebles eran muy antiguos; por ejemplo, la mesa y las sillas del comedor se parecían a las del colegio, a diferencia que éstas eran más señoriales que las del colegio. Había muchos detalles por los que se notaba que sus padres fueron ricos: bastaba con echar un vistazo a las alfombras del suelo que, aun cubiertas de polvo y escombros, dejaban ver su calidad; seguro que si la señora Weasley las viera, con un simple hechizo las dejaría tan relucientes como el primer día.
De las paredes del comedor colgaban cuadros muy antiguos, y por toda la casa había montones de fotografías de las cuales Harry no conocía ni a la mitad de las personas. Tal vez fueran amigos de sus padres... otras caras le resultaban conocidas: aquellas que estuvo observando durante noches en el espejo de Oesed.Cómo le atormentaba no haber podido conocerlos...
Llegó a la cocina, una estancia grande, con una amplia ventana (por la cual ya no entraba luz, como hacía unos minutos), moderna y con un montón de objetos raros y –extrañamente– futuristas. Una de las pocas cosas en las que se parecía a una cocina muggle era el fregadero, en el que había platos sucios y un biberón. Era de extrañar pero en la casa no había moscas pegadas a los platos sucios, ni telas de arañas en las paredes y techos, ni… Debía de estar tan protegida que no pasaban ni los insectos, concluyó Harry un tiempo más tarde.
Un cacharro cayó tras él. El corazón le dio un vuelco y salió corriendo, muerto de miedo. Estúpidos reflejos... era su casa, ¿quién iba a haber allí? ¿Un fantasma? Ojalá fuera así... se retractó de su idea cuando empezó a ver sombras danzantes por todos lados. Era curiosa la forma en la que actuaba el maldito miedo. Incluso en un lugar donde no tenía cabida se dignaba a aparecer para hacerle sentir culpable... ¿qué persona tiene miedo de lo que pudiera hacerle alguien de su familia? Más cuando no quedaba nadie vivo...
Pero Harry realmente no tenía miedo de los fantasmas. Lo que le asustaba era saber que estaba en la casa en la que años antes podía haber muerto junto con sus padres... ¿y si Voldemort volvía ahora y lo mataba?
No, eso no pasaría. Era absurdo pensarlo... ¿cómo iba a saber que estaba allí? Tratando de desechar ese pensamiento, siguió caminando.
Una vez hubo visto todos los rincones de la planta baja (en la que no encontró nada de lo que buscaba), ya no podía huir de enfrentarse a lo más difícil: ver el escenario donde murieron sus padres. A Harry le dio un escalofrío de pensarlo; y no sería el último que le diera esa noche... Iba por la mitad de las escaleras cuando de repente se iluminó todo, y hasta los rincones más oscuros de la casa se vieron cargados de las afiladas y tétricas sombras que proyectó aquella luz.
Apenas un par de segundos después, Ron y Hermione se estremecieron de miedo al escuchar el tremendo ruido del trueno y la lluvia empezando a caer sobre la hierba como si de repente hubieran volcado una olla inmensa.
—Vámonos de aquí... —susurró Ron, mirando hacia su alrededor y frotándose la piel de gallina del brazo.
Comenzaron a trepar por las raíces del árbol. No se habían dado cuenta antes, pero el mausoleo estaba muy hondo. Costaba mucho trabajo salir de allí: la corteza del árbol resbalaba por el musgo, el barro y el agua que les empezaba a caer; además del miedo que, aunque ninguno manifestaba, sentían por tener tras ellos varios centenares de muertos, sabiendo lo que en el mundo mágico podía significar eso.
Cuando Ron llegó arriba y recogió su varita, vio abierto el cielo, que, paradójicamente, se cerraba sobre ellos con una tromba de agua. No llevaban ni una mísera capa, tan sólo unas finas camisetas de manga larga.
...
—¿Y AHORA QUÉ HACEMOS? —gritó Hermione para que Ron lo escuchara.
—TÚ ERES LA BRUJA LISTA, ¿NO TE SABES NINGÚN CONJURO QUE NOS HAGA DE PARAGUAS?
Hermione negó con la cabeza.
...
—¡TRATA DE ACORDARTE DE ALGUNO!
—¡NO CAIGO AHORA! ¡QUÉ HAGO, ¿ME LO INVENTO? — replicó ella mordazmente.
—PUES... AQUÍ NOS VAMOS A EMPAPAR... NO PODEMOS ENTRAR EN LA CASA...
Ron trató de ver algo entre la manta de agua. De repente, cogió a Hermione del brazo y echó a correr.
—¿QUÉ HACES? ¿QUÉ PRENTEDES, PILLAR LA MAYOR CANTIDAD DE AGUA POSIBLE O QUÉ?
—¡CUIDADO CON EL TRONCO! —avisó él, dando un brinco.
...
—¿SE PUEDE SABER A DÓNDE ME LLEVAS?
... TRRRRRRRRROMMMMMM.
—¿QUÉ?
—¡QUE A DÓNDE VAMOS!
...
—AL COB...ZO —señaló con la mano a la caseta que había junto a la mansión.
...
Tuvieron que hacer esfuerzos para apartar toda la maleza que había en la puerta. Era muy trabajoso, tenían los dedos congelados y aquello parecía un campeonato de obstáculos. Al fin pudieron entrar y cerrar la puerta. Por suerte (y aquello les extrañó) los cristales, aunque sucios, estaban intactos.
Aquello parecía un viejo taller, o un garaje... aunque también había una silla de montar a caballo colgada de un pincho en la pared y montones de alfombras al fondo del cobertizo. El suelo era de piedra pero estaba bastante lleno de polvo, al igual que el montón de troncos de madera que había apilados en un rincón, cosa que no importó mucho a Hermione para coger uno de ellos y sentarse. Estaban los dos completamente empapados. Ron se quitó la camiseta.
—¿Qué haces?
—¿Acaso no lo ves?
Pero sí que lo veía. De hecho, se había quedado embobada mirando los pectorales del pelirrojo. Otros músculos no tendría, pero de altura y de eso no se podía quejar el chaval... y aún así se creía poca cosa. Si supiera el estúpido... le hacía falta lucirse. La camiseta mojada le quedaba bien, y no las ropas anchonas de sus hermanos... aunque mejor así sin nada...
Ron descolgó un viejo cuadro, escurrió la camiseta y la colgó en las alcayatas. No tenía la espalda ancha, pero tampoco estaba mal... es que él era finillo...
—¿Qué? —dijo Ron poniéndose un poco rojo.
—Nada... nada —Hermione no sabía dónde meterse—... Que... que vas a coger frío.
—¿Más? Así se seca. Prefiero pasar un poco de frío que estar empapao. Mira qué pelos —y se pasó una mano, poniéndoselos de punta—. Vamos a pescar unos resfriaos...
Hermione seguía mirando fijamente al chico. Estaba más sexy que nunca tras hacer de héroe bajo la lluvia. Aún le miraba el pelo mojado por la lluvia, su cuerpo, todo él. Sentado en el centro de la estancia parecía que la llamaba en silencio.
―¿Y si... subimos ahí? ―sugirió Hermione, y señaló el doble piso que había al fondo del cuarto, como en los antiguos graneros―. Está lleno de alfombras, así que estará más calentito. Y parece más limpio.
Ron evaluó la idea. La escalerilla de mala muerte por la que había que subir no parecía convencerle del todo.
―Sí, bueno. No es mala idea. Las damas primero.
Hermione sonrió, se acercó y empezó a subir por la escalera entre crujido y crujido de peldaños.
Ron, desde abajo, observaba el vaivén de sus caderas en el aire.
―¿Subes o qué? Ya he hecho de conejillo de indias, venga, no hay peligro.
―Tonta...
Ron subió después de despertar de su trance y se sentó en el borde, como ella.
―Quítate los zapatos... vamos a poner esto perdido ―dijo Hermione haciendo lo propio.
Ron le hizo caso. Quedaron un rato en silencio. Ron empezó a hacerle cosquillas por debajo del borde de la camiseta.
―Te vas a resfriar... ―le susurró al oído con una voz tórrida y suave, haciendo que se estremeciera con el cálido aliento que acariciaba su cuello, mientras seguía rozando con sus dedos la espalda húmeda de Hermione, subiendo poco a poco, deslizando la mano suavemente por el contorno de su cuerpo a una altura que ya distaba del filo de la camiseta...
«Está subiendo, está subiendo... que no siga... qué demonios, que siga... ¿pero qué pretende, que me esté quieta? ¿O que...?»
Hermione se dejó llevar por un impulso, se levantó del suelo y se quitó la camiseta, que cayó enfrente de Ron. Ahora estaba únicamente cubierta por un sujetador negro muy sexy y los vaqueros ceñidos que, como observó Ron, le quedaban bastante bien. Miles de ideas le nublaban la mente.
«Vaya... cómo me mira, le tengo que decir a Ginny que este sujetador hace milagros… Hermione, céntrate... No, ¿cómo voy a centrarme? Con las miradas que me está echando Ron... me hace sentir desnuda... ¿Qué estará pensando? No, mejor no quiero saberlo... ¿Y si jugamos un poquito con el chico? No, no seas mala... Será divertido... ¿ si él no quiere nada? Shh calla... hay que intentarlo...»
―Yo también me puedo acatarrar ―dijo la chica en tono inocente, como si nunca hubiera roto un plato. Se agachó frente a él, exhibiendo sus encantos para recoger su camiseta del suelo mientras Ron centraba su vista en lo que no cubrían las prendas, como hipnotizado.
La siguió observando. Los cabellos mojados le tapaban parte de su rostro, pero no sus labios resecos, que refrescaba de vez en cuando con saliva. Hermione se dirigía hacia él a cuatro patas lentamente, Ron estaba aturdido, extrañado por la conducta de ella.
La chica se acercó más de lo normal. Parecía haber olvidado su costumbre de mantener las distancias.
―Ahora sí tengo frío... ―le cuchicheó al oído.
Pero Ron no parecía escucharla. Quedó pasmado, no se esperaba eso. Se alejaba de su cara, reclinándose hacia atrás, pero ella seguía acercándose...
Ya no podía echarse más hacia atrás. Había quedado tumbado sobre la alfombra, y Hermione, apoyada a cuatro patas por encima de él, le impedía la salida. Pero, ¿acaso quería salir de ahí?
Glup. Una gota de sangre cayó sobre el pecho de Ron. Miró hacia arriba. El labio de Hermione volvía a sangrar... Ella limpió a Ron la sangre con sus dedos helados del frío.
―Me est...
―Vuelve a sangrante, como el otr...
Hermione le echó una mirada inquisidora.
―Tiene remedio.
Antes de que Hermione pudiese preguntar, Ron le apartó la mano con la que pensaba frotarse y se lanzó a limpiarle la sangre que brotaba de los labios con los suyos propios... Y poco a poco se fundieron en un apasionado beso que acercaba sus cuerpos cada vez más y se deslizaba por ellos en húmedas caricias...
Pero ya no estaban helados…
En una visita a su antigua residencia intentaba reencontrarse con su pasado. Un pasado que ni siquiera recordaba. Terminó de subir la larga escalera, jadeando por los nervios, la inquietud y el esfuerzo. Estaba en un pasillo ancho con varias puertas y una zona derrumbada. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba lloviendo... solo que la lluvia no le mojaba: las lanzas de agua resbalaban sobre una supuesta cúpula invisible que rodeaba la casa, impidiendo que el agua la devastara. Harry desvió la mirada de nuevo hacia las puertas del pasillo. «Dónde entro primero?» Pensó el chico. Al fin decidió entrar en la que estaba más cerca. Se trataba de una estancia al parecer utilizada como un desván, ya que estaba todo cubierto de sábanas. ¿Qué podría haber debajo de tanto bulto? Sin pensárselo dos veces, empezó a quitar fundas dejando al descubierto muebles y objetos (cuadros, cómodas, vasijas, relojes mágicos,…) antiquísimos, quizá tan antiguos como la mesa y las sillas del piso inferior. Todos en perfecto orden, como si hubieran tapado un cuarto entero para que no se estropease. De ese lugar recopiló unos naipes amarillentos que echó a su bolsillo. Le había llamado la atención el lugar donde estaban las cartas: una mesita redonda con un antiguo planisferio pintado en su superficie de madera... podría preguntarle a Sirius sobre los objetos de esa habitación.
Salió de la sala y buscó el dormitorio, no sin antes equivocarse de puerta y entrar a otra habitación.
Ésta era pequeña, con una tabla de planchar y muchas ropas colgadas en la pared sobre unos pequeños armarios, taburetes… Quizá fuese utilizado como armario. Allí también predominaba la ropa antigua y pasada de moda. Pasada unos dos o tres siglos, aunque se encontraba en buen estado. Seguramente debía de estar protegida mediante la magia. Justo al lado de la puerta, sobre una mesita, la ropa era más actual. Ropa de bebé, hasta una túnica de gala de bebé. ¡Eso no lo había visto ni en Madame Malkim, la tienda de túnicas más famosa del callejón Diagon!
Al lado opuesto los ropajes eran de adultos, de sus padres. Se los imaginó vestidos con aquellas ropas... Soñaba lo feliz que habría sido con sus ellos, soñaba con que no amaneciera, que se hubiese parado el tiempo y que no los hubiera perdido en esa noche... Pero, por desgracia, las cosas no eran así.
Tomó entre sus manos una capa que, supuso, había pertenecido a su padre, y se la colocó sobre los hombros. Se miró al espejo que ocupaba toda la pared derecha. Le quedaba bien de altura y de hombros. Tal vez tenía el porte de su padre... «Y los ojos de tu madre», sonó una voz en su mente. Sí, unos ojos verde esmeralda, iguales a los que le había visto a ella en sus fotos... Harry se acercó más al espejo. Su mirad se desvió instintivamente hacia la cicatriz en forma de rayo de su frente... la cicatriz por la que estaba allí en ese momento. Sin darse cuenta, apoyó sus manos en el cristal...
Y sin saber cómo, al segundo siguiente ya no estaba en la misma habitación. Su primera reacción fue mirar atrás para averiguar por dónde había llegado, y comprobó que de esa pared también colgaba un espejo. Debía de ser un conector de habitaciones, como los tapices de Hogwarts. Aquellas dos estancias estaban vinculadas, pero ¿qué era ese sitio? Cuando volteó se dio cuenta de que aquella no era una habitación cualquiera... Era el dormitorio de sus padres.
De repente le entraron ganas de irse de allí. De retroceder, de no saber más... Tenía miedo a conocer, miedo a ver dónde fueron asesinados sus padres, un miedo que nunca había conocido. Un nudo en la garganta y en el estómago le impedía pensar, caminar, mirar. Respiró hondo, o al menos lo intentó, y abrió los ojos.
Todo estaba fuera de su lugar, como si algo hubiera explotado allí dentro. Los cajones del tocador estaban fuera de su lugar, las puertas del armario casi arrancadas, las mantas alborotadas, la ropa esparcida por el suelo… justo avanzó un paso y pisó algo. Cerró los ojos, le daba miedo haber destrozado algo frágil. Pero... se trataba de un collar. Los diamantes estaban intactos, tal vez serviría para la poción pero, ¿y si perteneció a alguien antes que a su madre? Además, diamantes puros... era una barbaridad echar eso en una poción, tendría un valor incalculable... Así que continuó buscando. Quizá más que buscar, Harry intentaba descubrir cuál fue su ambiente cuando vivía con sus padres mientras era consciente de todo lo que no había vivido al perderlos…
En un rincón, tapado por vestidos y capas de sus padres, encontró una escoba. No una convencional, sino de carreras: la escoba de James. El modelo estaba muy anticuado pero había estado muy cuidada. Se llevaría a Hogwarts la escoba, pero tampoco sería para la poción, ni mucho menos. La colgaría en la habitación para verla todos los días. Deseaba llevarse todo para no volverlo a perder. Echó un poco de perfume al aire. Harry había oído una vez que el olfato es el sentido que más memoria tiene, y debía ser cierto, porque juraría reconocer en él el cálido olor de su madre. Sentía deseos de llevarse todo lo que había allí. Al ver que no cabían en sus bolsillos buscó algo donde poder guardarlo, y encontró una pequeña bolsa de tela con gran capacidad, como los baúles de Hogwarts. La escoba la llevaba en la mano... Pero soltó todo cuando se percató de que el dormitorio de sus padres daba paso a otra estancia, derrumbada, que quedaba a sus espaldas. Sería un vestidor de esos que llevaban incorporados las casas antiguas, ya que todo lo que había allí, aunque pocos años antes estuviera en excelentes condiciones, era antiguo. Se acercó, y debajo de los bloques caídos pudo vislumbrar un osito de peluche convencional y otro objeto parecido a una cajita de música de bebé muggle. Tiró de la cuerda y aparecieron, en lo que parecía un espejo, imágenes de sus padres que lo miraban y le decían que se volviera a dormir, que siempre estaría seguro. En esos momentos no pensó que fue un hábil invento de los magos para no levantarse a mitad de la noche a atender a los bebés. No fue consciente de que estaba pisando el escenario de su desgracia.
Mirando las imágenes que ofrecía la extraña cajita, Harry se sintió cercano y a la vez muy lejano de sus padres, y escuchando sus voces y viendo sus atentas miradas dejó que una lágrima descendiera por su mejilla. Sintió ganas de llorar como cuando era un niño y estaba en casa de sus odiosos tíos y lloraba por las noches por no tener a sus padres cerca como todos los niños del mundo. Sentía demasiadas emociones encerradas en su alma.
A la vez que sus ojos escurrían lágrimas de hiel que le abrasaban la cara a causa del frío, su mirada se volvió despiadada, aterrorizadora y llena de odio hacia el engendro que le había despojado de todo aquello. Algún día buscaría venganza... Algún día conseguiría que la muerte de sus padres no hubiera sido en vano.
Tras largos minutos meditando, Harry volvió en sí y escuchó unas voces lejanas que gritaban; eran Ron y Hermione... Cierto, no estaban con él... ¿había entrado solo en la casa? El hecho era que, por una vez, no los había echado en falta... era como si nada más que él y su historia importasen... Y ¿por qué armaban tanto escándalo? Miró su reloj mágico de pulsera, y las agujas de los dos señalaban «Necesita tu ayuda».
Preocupado por si sus amigos estaban en un apuro, Harry decidió abandonar la casa antes de lo que hubiera querido. Volvió al cuarto de sus padres y recogió la bolsa y la escoba. Iba a salir cuando recordó que estaba lloviendo, así que trató de cruzar al otro lado del espejo: si había entrado tendría que poder salir del cuarto... así fue. Buscó en la habitación–armario algún chubasquero o paraguas, y, después de hacer pruebas en diferentes capas mojándolas un poco con agua que conjuró con su varita, descubrió varias túnicas repelentes de agua. Se puso una y echó las otras dos a la saca. Al salir de la mansión miró hacia ambos lados pero no vio a sus amigos por ningún lugar. Volvió a echarle un vistazo a su reloj, cuyas agujas para sus dos amigos señalaban ahora «Mejor no le molestes». Harry pensó que debía llevar el reloj a arreglar, porque, a pesar de que sus amigos fueran raros, un cambio tan repentino no era posible. Distinguió algo de luz en un cobertizo cercano a la casa y se dirigió allí. Corriendo para huir del frío y evitar que la humedad del ambiente le calara hasta los huesos, entró velozmente en el cobertizo... y al fondo, sobre el semitecho, encontró a sus amigos. Pero su reloj, lejos de equivocarse, le había advertido bien, y es que no se encontraban precisamente en apuros: Ron no llevaba la camiseta y estaba prácticamente encima de Hermione, totalmente mojada... Estaban empezando a levitar… Después vio que la cosa sobre la que estaban tumbados levitaba. Cuando habló los chicos se dieron cuenta de la presencia de Harry, cayeron al suelo de golpe.
―Ejem… Yo no estaba aquí ―Harry estaba muy incómodo.
―Esto no es lo que parece... ―dijo Hermione muy nerviosa.
Harry alzó una ceja, escéptico. Pues debían estar ensayando tácticas de magia o alguna cosa muy rara para que él confundiera lo que le había parecido ver tan claramente...
―Ron, quita de encima… Es que… nos hemos resbalado… y esta cosa nos ha impedido el golpe… Ron, vete. Si es que... con esta lluvia… a ver quién es el guapo que no se resbala… y mira donde se viene a caer el chico… Ron... Roooon…
Ron la miraba fijamente a los ojos, y daba la impresión de que no la escuchaba.
―Esto… Ron… NO me mires así ―rogó Hermione cada vez más nerviosa, sin saber qué hacer―. Quita… Si es que me va a dar complejo de alm…
Ron se lazó a besarla, fundiendo sus labios con los de la chica. Por algún motivo, a Harry no le extrañó en exceso que Hermione, lejos de huirle, le respondiera a los besos intensamente... Harry salió del cobertizo para dejarles más privacidad. Nunca había visto a sus amigos tan…(no encontraba la palabra) y debían de tenerse muchas ganas ya que tardaron unos cuantos minutos en salir por separado. le hicieron señas para que regresara al cobertizo (Harry estaba investigando el jardín, un poco muerto de frío).
―Lo siento... lo sentimos ―se disculpó la chica cuando hubo regresado―. Ha sido sólo un… momento de locura. Como un paréntesis... No es momento ni lugar…
―Yo no he pedido explicaciones ―apuntó Harry.
―No sé por qué lo he hecho ―dijo Ron― bueno, sí lo sé ―susurró para sí mismo.
Tras un silencio cargado de ardientes miradas, incómodas para Harry, decidió preguntar lo que tenía en mente:
—No sé si es una indiscreción preguntar esto... suena demasiado mal, pero... ¿por qué diantre estabais flotando antes?
—Ahí arriba hay un montón de alfombras. Alfombras voladoras —informó Ron.
—Y bastante nuevas, la verdad.
—Para, para el carro... ¿alfombras voladoras en el cobertizo de la casa de mis padres? ¿Nuevas? Hace años que nadie vive aquí... ¿quién iba a comprarlas?
Hermione lo pensó unos segundos.
—Quizá nadie las haya comprado... aún.
—¡Claro! Claro, Harry, ¿no te acuerdas? —calló Ron en la cuenta—. Alí Bashir... Es ya un rumor confirmado que está traficando con alfombras mágicas en el mercado negro de Europa...
—No... no puede ser... ¿y cómo entró aquí?
—Por medio de algún antiguo habitante del valle —razonó Hermione—. Que sean nativos de aquí no asegura que no tuvieran problemas económicos o simples ambiciones. Pactarían con Bashir, y probablemente en poco tiempo vengan a recogerlas.
—Esto es lo último que me quedaba por ver... tenía que ser precisamente en la villa de mis padres... —rezongó Harry, completamente ofendido por el hecho de que su casa, el sitio donde murieron sus padres, fuera utilizada por contrabandistas.
—Bueno... si tú fueras uno de ellos, ¿se te ocurre algún lugar mejor para esconder algo? Todo el mundo le tiene miedo a este sitio... Aquí le hiciste desaparecer, Harry.
—De todas formas es inútil que te enfades. No conseguirá su propósito... ¿te imaginas jugar al quidditch con alfombras en lugar de escobas? —se burló Ron—. ¡Por favor!
Harry sonrió. No, no imaginaba cómo sería jugar al quidditch sin una buena escoba de carreras.
―¿Por qué gritabais? ―Cambió de tema—. Me refiero hace un buen rato... cuando yo estaba aún dentro de la casa.
―Ah, es que... no pudimos entrar contigo, la casa no nos dejó —Harry hizo un gesto como dando a entender que lo suponía—, nos lanzó hasta un árbol... y al caer hicimos un agujero en el suelo... y...
—Hemos visto allí abajo el cementerio donde está tu familia ―terminó Hermione al instante.
¿Un cementerio? ¿Ahí estaban enterrados sus padres, y sus abuelos y...?
—Vamos.
—No, otra vez a mojarnos no... —gimió Ron.
—Ey, ahora que caigo, tú te has preparado bien... con capa y todo —observó Hermione.
—Vosotros también —repuso Harry escuetamente, y les lanzó las dos túnicas repelentes de agua que guardaba en la bolsa—. ¿Dónde está ese panteón?
Le faltó tiempo para salir corriendo bajo el aguacero cuando Hermione le señaló el árbol.
—¿ESTÁS SEGURO DE QUERER BAJAR? —volvió a preguntar Hermione a gritos. La lluvia persistía y rayos y truenos se alternaban con gran estruendo.
—¡CLARO QUE QUIERO BAJAR! Bueno... en realidad no sé si quiero, pero tengo que bajar. Ahí están mis padres... ¿QUÉ ES LO QUE NO ME HABÉIS DICHO? —Harry miró a Hermione, que apartó enseguida la vista, buscando apoyo en Ron.
—¡NO ENTRA EN MIS PLANES CONVERTIRME EN UNA ESCULTURA DE ESCARCHA, SABÉIS!—dijo Ron enojosamente, apoyado en el tronco del gigantesco árbol bajo el que se había abierto la entrada al cementerio. Aunque Harry había cogido unos impermeables de su casa y se mojaban menos, la lluvia hacía mucho daño al caer y el frío y la humedad se estaban haciendo insoportables—. ¿BAJAMOS YA O QUÉ?
—¡BAJAMOS! —gritó Harry, y se lanzó de un salto.
Hermione y Ron fueron más prudentes y trataron de destrepar por las raíces.
—Auch... —se quejaba Harry.
—Lumos... Si es que eres tonto, a quién se le ocurre...
—No imaginé que esto estuviera tan profundo...
—Harry, aquí hay centenares de fiambres... ¿Qué pretendías, que los enterraran bajo el césped como abono?
Hermione le pegó un codazo. No entendía cómo podía tener tanta falta de delicadeza en los momentos en que más necesaria era. Harry no dijo nada, sólo le dirigió una ruda mirada y dirigió el haz de luz de su varita hacia las paredes de la cueva, examinándola y buscando las tumbas de sus padres.
—¿Dónde están?
Ron señaló con la cabeza hacia el fondo y Harry corrió sin pensárselo. Aunque no estaba seguro de si sería demasiado desquiciante verlos, aquel lugar, lejos de producirle escalofríos como a Ron y a Hermione, le transmitía una inmensa tranquilidad. Una sensación de regocijante calma y paz, como cuando en Navidad se sentaba en el salón de los Weasley, calentito y en familia.
Familia... detrás de ese nicho debía estar la suya, al fondo del todo. Unos pivotes antaño dorados cercaban tres tumbas. Una enorme piedra y dos mármoles se alzaban mostrándole los nombres de los sepultados... Harry no pudo menos que soltar un grito de sorpresa al ver a quien tenía delante.
—G... G... G ¡Gryffindor! —Harry se volvió hacia sus amigos—. ¿Qué hace él aquí?
Ninguno de los dos contestó. En un acto telepático, alumbraron al unísono las otras dos tumbas con sus varitas. Al principio no supo por qué lo hicieron. Sólo veía dos placas blancas. Fue al acercarse cuando volvió a soltar otro grito.
Creía que estaban en la pared... Pero no. Ahí estaban, muertos, enterrados, tan cerca pero tan lejos de él... No pudo evitar que las lágrimas comenzaran a resbalar por sus mejillas. La primera vez que los veía en tantos años... pero ¿qué esperaba? ¿Ver un fantasma? Sabía que estarían así... era cuestión de aceptarlo. Se arrodilló y extendió los brazos para tocar a la vez la tierra que cubría los dos cuerpos. Era cuestión de aceptar que estaban así, que estaban ahí...
Ahí, uno a cada lado del gran Godric, separados el uno del otro por toda la eternidad... ¿separados?
—¿Por qué están separados? ¿Y por qué están alrededor de Gryffindor?
Ron y Hermione se encogieron de hombros.
—¿Y —siguió Harry con más incertidumbre aún— por qué está enterrado aquí Gryffindor?
Los dos desviaron la vista. A eso sí creían tener respuesta. Aunque no estaban seguros de que él debiera conocerla...
—Harry —se explicó Hermione—... Ron... Ron y yo pensamos que... bueno, que esto puede ser...
—... Un panteón familiar —la socorrió el pelirrojo.
Harry soltó una breve carcajada. Los dos muchachos quedaron desconcertados: era la reacción que menos esperaban.
—¿Es una broma, no? —se dirigió a Hermione, que se mostró sorprendida ante la pregunta.
—¿A ti te parece que se bromea con estas cosas?
—No, no, pero... es que... bueno que estén enterrados aquí mis padres no quiere decir que sea nuestro mausoleo familiar... podría ser el cementerio del pueblo...
—¿Debajo justo de tu casa? —preguntó Ron con sorna.
—Podría ser el cementerio del pueblo —repitió Harry.
—Podría... si en el pueblo hubiera sólo una generación cada cuarto de siglo —observó Hermione—. Harry, mientras tú estabas en la casa... ya te lo hemos dicho, fuimos a parar aquí. Estuvimos un rato observando las tumbas... es el panteón de una sola familia, de eso no hay duda. La familia era cada vez más grande, pero por lo que he traducido de algunas inscripciones antiguas, los descendientes más lejanos en la línea sucesoria no están aquí enterrados. Lo decidieron así tus ancestros.
—¿Mis ancestros?
—Echa un vistazo ahí y ahí —Ron señaló con la varita las dos paredes al comienzo de la cueva.
Harry se acercó y las observó con premura. No podía ser... eso significaba... significaba... significaba que era...
Una voz escalofriante, aguda y lenta resonó en su interior: «Eeel Heereedeeeroooo»
Harry sacudió su cabeza. No podía ser.
—¿Soy descendiente de Godric Gryffindor? —preguntó a sus amigos.
—Nosotros sabemos lo mismo que tú, Harry.
—Pero ellos no—aventuró Ron al tiempo que señalaba con la cabeza las tumbas de los padres de Harry—. Cuando hagamos la poción lo sabremos.
Harry se acercó a donde yacían sus padres y se sentó frente a la tumba central, la de su supuesto antecesor.
—Menudo legado me habéis dejado, ¿eh? —bromeó con tristeza—: una mansión destrozada y un pasado incierto.
Harry siguió hablando con sus padres, manteniendo lo que parecía un diálogo consigo mismo. No le importaba que sus amigos estuvieran ahí. De hecho, se había olvidado momentáneamente de ellos. Incluso le pareció escuchar un susurro dulce que lo llamaba.
«Harryyyyyy... Harryyyyyyyy... arry... rry...».
Todos los pelos del cuerpo se le erizaron. Reconocería esa voz en cualquier parte aunque sólo la hubiera oído en vagos recuerdos infantiles en presencia de dementores. Pero escucharla en aquél lugar y con ese espectral eco se hacía de lo más escalofriante, a la vez que esperanzador.
—¿Mamá? —la voz seguía llamándolo—. ¿Mamá, eres tú?
«Harryyyyyjjjjooooo... hijjo.. ijo...»
Esta vez era otra voz. Harry no necesitaba pensar mucho tampoco para saber que era su padre... ¿estaban ahí? ¿Sus fantasmas vagaban por la cripta?
Hermione y Ron cuchicheaban.
—¡Los oigo! —les dijo Harry jubilosamente.
—Harry —interrumpió Hermione con voz suave—... Quizá sean demasiadas emociones fuertes en un día...
—¿Em...? No, ¿qué dices? ¡Los oigo! ¡Lo juro!
«No lo haaaaagassss... haaagasss... agass»
—¿El qué? —preguntó Harry al aire, al tiempo que giraba alrededor de sí mismo sobre las tumbas, como si eso le ayudara a oírlos mejor.
«Deja lasss cosasssensu sitiooo... cosasensusitio... itio...tio..» Apuntó una voz más grave que la anterior.
—¿Qué cosas? ¿Qué sitio? ¿Papá?
«Te quereeeeemmossss... emmosss... moss..»
—¡Yo también os quiero! Pero ¿de qué habláis?
«Cuídate... tte... y cuídaloss... te... ialos... los...»
—¡Mamá! ¡Papá! No os vayáis... ¡NO OS VAYÁIS! ¡Mamá, papá, os quiero! ¡Maldita sea, os necesito! No me dejéis... Mamá... Papá...
«Oh... qué enternecedor»
De pronto, Harry sintió la sangre congelarse en sus venas. También reconocía esa voz. Pero no era la de ninguno de sus padres. Y no sabía qué hacía en aquel lugar.
«Harry Potter y sus papis... ¿O debería decir Henry Gryffindor?»
Sonó una risa falsa e irritante.
—Harry, ¿qué pasa? —preguntó Ron.
—Es él... —balbució Harry entre respiraciones agitadas. Estaba muerto de miedo. Sus padres, bueno estaba, pero él... tenía que interrumpir en ese preciso instante...
«Te lo dije... Tenemos muchas cosas en común... Los dos somos descendientes de un sangre sucia...»
—¡Ella no tiene la sangre sucia! ¡La tiene mucho más limpia de lo que tú nunca la podrás tener! —gritó Harry enfurecido al aire.
—¡Harry, ¿con quién hablas? —chilló Hermione extremadamente asustada, pensando que su amigo ya deliraba.
—¿No lo oyes? ¡Con él! ¡Con el cabrón que asesinó a mis padres!
—¡Harry, él no está aquí!
«Los sangre sucia nunca perciben este tipo de visitas a menos que se las muestres... no tienen visión...»
—¡CÁLLATE! —y miró a Ron como pidiéndole ayuda y a Hermione para que se defendiera. Pero ellos parecían no entender nada.
«Como iba diciendo... sangre mezclada por un lado... gran furia e inteligencia por otro... y lo más importante: Herederos de un Imperio, un Imperio manchado por esa maldita sangre impura...»
—¡MÁRCHATE! ¡VETE DE AQUÍ! ¡ESTE ES EL SITIO EN EL QUE MENOS DERECHO TIENES A ESTAR! ¡HAYAS ENTRADO COMO HAYAS ENTRADO, MÁRCHATE!
«Harry, Harry, Harry... muchacho… uno no puede marcharse de una mente si no lo echan…»
—¡¿Qué quieres decir? —preguntó Harry, irritado, mientras seguía dando vueltas tratando de ver la voz que le silbaba a los oídos. Lo sentía rondar a su alrededor como un fantasma, rozándole hasta en el cuello... ¡pero ya no era un espíritu!
«Me necesitas, y yo a ti. Lo sé, lo sabes, lo sabemos todos.»
—¡Yo no te necesito para nada!
«Yo no me aventuraría a afirmar tanto. Compartimos poderes, compartimos Destino... alguien tiene que enseñarte a explotar tu potencial. No eres un muchacho normal, Potter. Tienes fuerza. Tienes poder.»
—¡No quiero explotar ningún potencial! ¡Y más te vale no enseñarme a usar mi supuesto poder, porque lo primero que haré será aniquilarte!
«¡Así me gusta, Potter! Con ardor, con fuerza... ¡Valiente inútil!... Los Gryffindor nunca distinguís entre temeridad y valentía. El arrojo sin razón es un suicidio... alguien debería haberte enseñado eso»
—No los dejaste vivir —gruñó Harry haciendo rechinar sus dientes. Acariciaba su varita, anhelando vanamente poder hacer algo con ella—. No pudieron enseñarme nada.
«Pero yo sí. Yo puedo enseñarte a ser lo que por naturaleza eres: un líder»
—¡Olvídame!
«Acabarás aceptando tu Destino, Gryffindor.»
—¡Deja de llamarme así!
«Es tu apellido...»
—¡Y si lo es, a mucha honra! ¡MIL VECES ANTES DESCENDIENTE DE GRYFFINDOR QUE HEREDERO DE SLYTHERIN!
«Aún no lo has comprendido, muchacho... Te dije que era tu futuro... no puedes evitarlo. Naciste heredero de un imperio... creciste heredero de dos.»
—¡DESAPARECE DE UNA MALDITA VEZ!
«Recuérdalo, Potter... vivirás heredero de DOS destinos... O MORIRÁS heredero de tu propia culpa»
—¡QUE TE LARGUES!
La voz de Harry sonó amplificada por el eco de la cueva. No tardó en obtener respuesta:
«Como deseéis, alteza...»
Otra carcajada volvió a resonar en el mausoleo. Sintió una ráfaga de viento atravesar su cuerpo entero, calló al suelo y al momento... calma.
—¡Harry! ¡Harry! —Hermione y Ron corrieron hacia él y le ayudaron a levantarse— ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué no respondías?
—¿A qué?
—¡No parábamos de llamarte! Pero tú discutías solo, gritabas al aire... estabas como poseído...
—¡Era Voldemort!
—¿Qué...? Harry, él no estaba aquí.
—¿Cómo? ¿No lo habéis escuchado?
—Nosotros no —reafirmó Ron—. Pero tú sí.
—¿Yo? ¿Cómo? Dios s... es verdad, Dumbledore lo dijo, ya lo sentí antes... estamos conectados...
—Ha debido de ser así como te ha hablado —dedujo Hermione—. ¿Qué te ha dicho?
—Vayámonos de aquí —suplicó Harry, y posó sus manos sobre Ron y Hermione, tratando de llevarlos de vuelta del mismo modo que habían ido.
—¡No! —lo detuvo Hermione—. Estáis unidos por la mente. Sabrá cuándo utilizas su poder... porque tiene que ser suyo, por supuesto... podría encontrarnos... y matarnos.
―Hermione... el labio ―susurró Ron―... Vuelve a sangrarte.
La chica se llevó la mano a la boca, asustada.
―Tenemos que volver a Hogwarts... por favor... aquí corremos peligro.
—¿Pero cómo?
Un rayo lejano iluminó la cueva. A los pocos segundos sonó el trueno... la tormenta ya no estaba sobre el valle Godric.
Fue Ron quién rompió el silencio:
—¿Alguno de vosotros sabría inventar reglas para una modalidad nueva de quidditch?
—¿Qué?
—Creo que lo que Ron ha querido preguntar —tradujo Harry mirando a Ron fijamente a los ojos— es más bien... ¿Alguno de vosotros sabe montar en alfombra?
