Aviso: lo sabe tol mundo, pero vamos a repetirlo: Joanne Kathleen Rowling, Todos menos unos Alyssa Auranimus, Scott Sanders, Darril Jackson, John, Janet y los señores Monk.

Al habla maremoto. Mayo de 2006. Han cambiado muchas, muchísimas cosas y ha pasado bastante tiempo. Lo cierto es que me sigue gustando esta historia, y escribirla, pero leer fragmentos ya escritos de capítulos publicados o sin publicar me ha hundido. ¿Por qué? De repente los encuentro de una sensiblería y de una infantilada terrible, y con una de tópicos más rayante que ná (cm los amores eternos adelantados mínimo 5 años), sin contar con esa inocencia que rezumaba entre palabra y palabra y con nuestras paridas que no venían a cuento. Al menos en lo referente a amoríos y comportamiento humano. Menos mal que Paige me recortaba lo que escribía, porque si no os habríais muerto del asco leyendo. Anda que me estoy haciendo buena publicidad yo hoy. En resumidas cuentas, que aquí va el capítulo. Ojalá alguno d vosotros se entere de que está colgado. ¡ah! Menudo 6º libro, eh? Después de toda la paja que tenía el 5º... ¿cómo va a mejorar esto?

19.

Ubi sunt?

—Pásame la mermelada.

—Toma. Te la cambio por chorizo.

—¿Chorizo?

Harry señaló un cartelito que había en un plato cercano.

—«La semana de los productos españoles» —leyó Ron.

—Pues adiós mermelada. ¿Alguien recomienda algo?

Harry recordó un tipo de tostada que tía Petunia había copiado de un bar de Marbella.

—Restriega tomate en una rebanada y échale aceite de oliva. Ah, mira, ahí tienes el mejunje ya listo. Así... y ahora ponle jamón de ese... serrano, por encima.

Ron pegó un mordisco a la tostada.

—Mmmmmmmmmmmmmmm... ¿Cómo ze llama edsto?

Harry se lo pensó unos instantes. Tía petunia siempre repetía el nombre, le enorgullecía saberse de memoria una "receta" culinaria extranjera.

Catalana, creo.

—Hermione, prueba —la animó Ron, poniéndole la tostada delante de las narices. Hermione devoraba una noticia del periódico, y apenas le hizo caso al darle un mordisco a la tostada por cortesía. Había estado ausente desde que llegaron hacía unos cinco minutos.

—Oye¿te pasa algo? —preguntó Harry.

—No, no... nada...

—Trae —rezongó Ron, y le quitó el periódico—. A ver, qué tenemos por aquí...

Su gesto cambió drásticamente. Le tendió El profeta a Harry.

—Eso me pasa —alcanzó a decir Hermione. Le temblaba el labio y parecía estar a punto de llorar. El miedo le brillaba en las pupilas.

—No... pero no puede ser, no...

—Hermione, cariño, no te asustes —susurró Ron—. No... no son ellos, seguro.

—¡Ron, lee el titular! —Agarró el periódico que Harry acababa de dejar sobre el mantel, lo alzó y señaló una inscripción—: «Pareja muggle asesinada en Londres» ¿Sigo? «Ayer en la mañana fueron hallados los cuerpos mutilados de dos muggles en su residencia de Londres. El asesinato de la pareja no tendría mayor relevancia si no se sospechara que ha podido ser acción de un mortífago. Por el momento no se conoce más sobre el caso, los nombres no han sido facilitados y la investigación se realiza en el más completo silencio. Lo único que sí es seguro es la vinculación del matrimonio con el mundo mágico, móvil del crimen del que, por el momento, se ha decretado el secreto de sumario».

—Hermione, hay muchos más muggles en Londres que tengan algún familiar con sangre mágica... —observó Harry.

—Ya lo sé... ¿pero y si son ellos¿Y si se ha cumplido mi pesadilla¿Y si no era un simple sueño?

—Shhhh —Ron le dio un breve beso en los labios y le enjugó la lágrima que comenzaba a caerle por la mejilla—. No te preocupes. No pudo ser una predicción, Trelawney siempre repetía cuando corregíamos esos estúpidos ejercicios que las predicciones nunca vienen solas. Deberías haber tenido otra, entonces.

—Ya... pero ¿y si esa vino sola¿Y si...?

—¿Y si vamos al locutorio y se lo preguntamos a ellos directamente? —sugirió Harry.

—¿Y si no contesta nadie en casa?

Hermione clavó su mirada llorosa en los ojos verdes del muchacho. Harry le tomó la mano en señal de apoyo, pero no pudo mantenerle la mirada. No, Voldemort no había podido matarlos... no tendría sentido¿por qué a ellos?

Harry dijo lo que ella necesitaba oír, aunque no estaba del todo convencido.

—Contestarán. Claro que contestarán. Ahora come un poco, que no has probado bocado en todo el rato. Y en cuanto terminemos vamos a hablar con ellos.

—¿En cuanto terminemos? —repitió, asustada—. Nos tendríamos que saltar Defensa Contra las Artes Oscuras...

Ron la miró, dudando mucho que eso le importara en aquel momento. Se acercó a ella y la abrazó.

—¿Tienes miedo?

Ella asintió con la cabeza. Ron la abrazó aún más fuerte. Hermione seguía con la mano apretada a la de Harry, quien, conmovido, le devolvió el gesto.

—No son ellos, ya lo verás. Nos habríamos enterado ya... Ahora trata de no pensar en eso ¿eh?; ya verás como después de clase estás hablando con tus padres por la chimenea.

—Tienes razón. Los dos la tenéis —dijo ella con esforzada firmeza mientras se separaba del pelirrojo—. No son ellos, no tiene lógica. Seguro que es todo paranoia mía... No había motivos para que ellos murieran¿no?

—No, no...

—¡No!

Harry y Ron se miraron. No ninguno le hacía falta la telepatía para saber lo que estaba pensando el otro: Voldemort no necesita más motivos para matar a un muggle que su condición...

―Mmm… ya he terminado, será mejor que no llegue tarde a clase. Y vosotros debéis acabar ya.

Justo antes de llegar a la salida del Gran Comedor, donde se apiñaban un montón de alumnos, se toparon Harry, Hermione y Ginny casualmente de narices con Malfoy.

―Potter creía que no podías hacer más bajo… emparejarte con la plebe...

—Vas a caer tú más bajo cuando te mande a la enfermería como no te calles.

—Uuh... la señorita Granger viene hoy pisando fuerte… Tú también defendiendo a la familia¿eh?

—Olvídame.

—¿Sabes? He escuchado por ahí unos rumores... dicen que estás saliendo con Weasley... —arqueó las cejas y torció la sonrisa burlona dando a entender que era una pregunta.

—¿Y a ti qué te importa?

—¡Ohhh¡Así que es cierto! Vaya, vaya, vaya...

—Qué te pasa¿tienes celos¿Tú también necesitas un hombre?

Malfoy sonrió. Malo. Algo hiriente pensaba responder cuando no se ofendía por ese comentario...

—¿Celos¿Por qué iba a tener celos¿por no tener a una sangre sucia como novia o por saber que mis hijos no se morirán de hambre?

A Hermione se le subió la sangre a la cabeza. Unos brazos llegaron justo a tiempo para que no le estampara un guantazo a Malfoy.

—¿Hay algún problema? —casi afirmó Ron. Ya estaban en el vestíbulo, al fin.

—Ninguno, ninguno... pero a mí no me gustaría que mi novia fuera negando nuestra relación por ahí...

Hermione lo miró con odio.

—Eso te lo has inventado tú.

Se volvió, tomó de la cara a Ron hasta ponerla a su altura y le propinó un buen beso. Era la primera vez que hacía eso en público desde ese fin de semana, pero ya no le importaba, era preferible eso a los estúpidos rumores colegiales. Desde luego ya no serían rumores, ya que más de una veintena de estudiantes lo habían visto. Pansy Parkinson silbó, y sus compañeras se rieron.

—Ahí tienes tu confirmación —dijo ante la sorpresa de Ron.

Malfoy no sabía qué decir. Esperaba poder fastidiarlos un rato más, pero aceptó la derrota y se dio la vuelta.

—Malfoy...

El muchacho rubio se volvió y la miró con cara de indiferencia.

—A mí lo que me molestaría es que mi novia se enterara de que le pongo los cuernos... —soltó Hermione con visible rencor y gozo, aunque no contó que Malfoy se veía a escondidas con una chica de Ravenclaw, y se dio la vuelta. Segundos después sonaron una bofetada y unos gritos, unos cuantos "ohhhhhhh" de mala uva de los estudiantes y a Malfoy dando excusas y negando exaltadamente las ahora confirmadas sospechas de la presuntuosa Parkinson.

La respuesta de Hermione aún seguía siendo comentada cuando esperaban para entrar a clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.

―¡Eh, Granger!

Hermione volvió la cabeza. Una alumna de Hufflepuff que se acababa de despedir del corrillo de Ravenclaw la llamaba, ya desde la lejanía, asomando la cabeza entre la muchedumbre y poniendo las manos en bocina para que se la oyera.

—¡De antología, tía¡Esa respuesta figurará en los anales del colegio!

Ron y Harry se echaron a reír. A Hermione no le hacía mucha gracia el hecho de llamar la atención por un chismorreo.

Desde que el viernes empezaran a salir sus amigos, llevaban toda la semana discutiendo por tonterías. Eran discusiones sanas, no como las de antes, trataban de fastidiarse cuanto más mejor; estaban todo el rato, como se suele decir, "de pique". Se alegraba de verlos así. Ya llevaban demasiado tiempo fingiendo, y estaba seguro de que ahora aquello les iría bien.

—Esto no me gusta... —murmuró Lavender Brown cuando asomó la cabeza por la puerta de la clase de la profesora Auranimus.

—¿Y si entramos? —preguntaron las Patil casi a dúo.

—Yo particularmente no tengo ganas —dijo Lavender con cara asustada, y señaló con la cabeza el interior de la habitación.

Todos se apelotaron en la puerta entreabierta para entrar al aula de Auranimus. Lo primero que pensaron fue que se habían confundido de lugar.

La clase, casi convertida en una selva, estaba tenuemente iluminada por una luz verde, y cientos de serpientes se enroscaban en las patas de los pupitres, serpenteaban por el musgoso suelo y se descolgaban de estanterías, lámpara y ventanales.

—¿Y si no entramos? —sugirió Neville.

—¿Profesora? —llamaba Moon, una chica de Ravenclaw con decisión—.¿Qué pasa, nadie entra? No hacen nada, mirad...

Apartó una serpiente que se deslizaba sobre su pupitre.

Harry sacó la varita (por si acaso) y decidió entrar. Los demás seguían hablando en el pasillo.

—No pareces tenerles miedo —observó Harry. Casi se murió del susto cuando una enorme serpiente se descolgó quedando a menos de un palmo de su cara. La esquivó para llegar hasta donde estaba Moon.

—Adoro a estos animales. Tengo una en casa. Oye¿qué le pasa a Granger? Últimamente está más suelta, es más simpática de lo que yo pensaba, sinceramente.

—Claro que lo es —contestó Harry inmediatamente, casi ofendido por la duda.

Era cierto. Hermione hablaba con la gente, pero tenían que tener ya un poco de confianza para que se soltara. Desde fuera podía parecer en exceso responsable y quizás que fuera un poco a su bola.

Harry les hizo una seña a sus amigos para que entraran. Ron y Hermione se atrevieron, y los demás fueron entrando poco a poco. Harry se quedó mirando la pequeña serpiente sibilante que Lys Moon acariciaba entre sus manos.

—¿Entiendes lo que dice?

Harry la miró con extrañeza. No lo había preguntado con temor, sino con admiración.

—A mí me encantaría entender la lengua pársel... no sé por qué la consideran oscura, las serpientes son unos animales preciosos. Te tengo una envidia...

Harry trató de escucharlas. Le dio un vuelco al corazón cuando se dio cuenta de que no podía. ¿Acaso ya no entendía el pársel?

—¿Qué te pasa¿Por qué pones esa cara?

—No las entiendo... no sé qué está pasando, pero no oigo nada...

—Eso es porque no puede escucharse lo que no existe —interrumpió una voz a sus espaldas.

—¡Profesora¡Ya era hora! —exclamó Lys.

—¿Cómo¿He llegado tarde? —Alyssa se remangó la manga negra y azul de la túnica y miró su reloj—. Oh, vaya... lo siento, chicos... creo que se me ha parado... con razón me ha cundido tanto el tiempo...

—¡Profesora, estos bichos quieren comerme¿va a explicarnos el porqué de esta clase! —chilló Neville desde el fondo.

—¿Cómo que lo que no existe? —inquirió Harry.

—Sí, Harry, lo que no existe. No oyes las serpientes porque realmente no hay ninguna serpiente.

—¡Auch! Profesora, y esto que me acaba de morder qué es¿una astilla de madera? —gritó Parvati Patil antes de chuparse la sangre para escupirla.

—Eso que crees que te acaba de morder no es sino una invención de tu mente. Todo es producto de vuestra imaginación.

Parvati miró a la profesora con la boca abierta en una mueca incrédula.

—¿Es una ilusión? —preguntó Hermione.

—Más o menos —afirmó Alyssa, y se sentó en la mesa del profesor.

Algunos exclamaron asombrados. Otros maldecían por lo bajo por el rato que les había hecho pasar. En unos segundos advirtieron cómo las serpientes, las lianas y la luz verdosa se desvanecían ante sus ojos.

—Y eso significa que ya todos habéis acabado de creer en esta falsa realidad. Os explico: es un truco muy usado por magos oscuros, por supuesto, también por mortífagos. Crean una especie de ilusión fabricada con la esencia de algún sitio real. Es algo que consiguen realizando una serie de conjuros en un lugar donde se dé la situación que queremos reproducir en la ilusión. Guardan esa "esencia" o "imagen" del lugar (que se obtiene con unos procedimientos que requieren magia avanzada, así que nosotros no los vamos a dar) en una cápsula de cristal que más tarde se arrojará en el sitio donde se quiera crear la fantasía, de manera que en cuanto la cápsula se rompa, los gases inundarán el cuarto (aunque también puede ser un espacio abierto) y se liberará el espacio guardado. Todo lo que el lugar inicial contuviera pasará a ser real a los sentidos de quien lo perciba.

—¿Como las cápsulas de decoración? —preguntó Padma Patil.

—¡Exacto! Muy bien, Padma, 2 puntos... una que ya lo ha captado. Sí, de hecho, las cápsulas de decoración... ¿alguien no sabe lo que son?

Unos cuantos, entre ellos Harry y Hermione, levantaron la mano.

—Se utilizan para las fiestas caseras, en los bares y discotecas mágicas... es para no gastar demasiado en decoración: se suelta una de esas bombas cristalinas y el local adquiere un bonito aspecto sin que el dueño se arruine gastando el dinero en algo que durará una noche. No son baratas, pero desde luego más que los productos reales sí que lo son. Las venden en tiendas especializadas de bromas, muebles, teatro, decoración...

―¿Esta diciendo que ha conseguido asustarnos con una cápsula comprada en Zonko?

Alyssa rió. Tuviera o no "novio", a Harry aquella sonrisa le seguía pareciendo encantadora.

―No, no... Esta esencia en concreto la elaboró Arabella Figg, una amiga mía experta en encantamientos y hechizos de seguridad y localizaciones. Bueno pues eso mismo es lo que utilizan los mortífagos para provocar inseguridad en sus duelos y torturas, y es que a esa fantasía añaden un elemento mediante complicados conjuros: el miedo. En el momento en que la víctima tenga miedo, se sumirá en la fantasía hasta el punto de convertirla en real, tan real que puede incluso matarla si no despierta de ella. Ayer hechicé esta cápsula con un ligero toque de miedo... una cantidad despreciable, realmente, pero suficiente... Parvati, mírate la mano.

—No... no hay nada —observó ella, muy sorprendida.

—Eso es porque has despertado del sueño, has salido del mundo de las ilusiones sensoriales. La fantasía que los mortífagos crean es real tan sólo en la mente del que la vive o más bien, cree vivirla. Algo irreal no puede crear algo real, lo inexistente no puede modificar lo existente... Es una cuestión de lógica¿no?

La mayoría la miró como diciendo "pues si tú lo dices...". Estaban más pasmados que un muggle en una lección de matemáticas.

—¡Pero contestad algo! Me da la sensación de que hablo con las serpientes...

—¿No hemos quedado en que las serpientes eran irreales? —protestó Moon.

—Sí, Moon... Ugh, por fin alguien da señales de vida... Bueno, pues algo que no existe no puede hacerle daño a nadie, pero si ese alguien cree en lo que hemos dicho que no existe... o sea, si vosotros creéis en las serpientes...

—Las serpientes se hacen verdaderas en la mente de la víctima, y se cree que lo que están haciendo es tan real, que puede llegar a sumirle en la desesperación...

—¡Exacto¡2 puntos, Hermione!

—¿Y eso cómo se evita? —preguntó Neville.

—No hay forma de evitarlo. El único modo de no llegar a consumirse es vencer al miedo, y en sólo ese momento todo lo que haya a tu alrededor dejará de ser peligroso.

—Pues menuda gracia —murmuró Ron.

—Pues es así. Por eso lo primero que tenéis que aprender a controlar vuestros miedos. La próxima clase la dedicaremos a ello.

Se oyeron murmullos de descontento. Ron, por su parte, puso los ojos en blanco.

En aquel momento tocó el timbre. Cuando iban a cruzar la puerta chocaron con una figura alta de larga barba blanca.

—Oh... lo siento, profesor Dumbledore —se disculpó Hermione.

—No, no importa... en realidad... salid, salid... —dejó que salieran hasta el pasillo y continuó—. En realidad venía a buscarte, Granger. Acompañadme a mi despacho, por favor. Sí, puedes venir, Weasley. Y si la señorita no tiene nada que objetar, quizá sea mejor que también tú vengas, Potter.

―Profesor¿qué pasa? ―Preguntó Hermione después de asentir levemente con la cabeza. Harry percibió en ella una mirada de intenso miedo. El director no respondió―. Profesor... dígame qué sucede ―exigió Hermione muy seria.

Dumbledore se volvió y la miró fijamente, casi con compasión.

―Hermione... siempre te he considerado una chica paciente y templada. Qué tengo que decir, lo sabrás cuando lleguemos mi despacho; éste no es lugar.

El camino se les hizo eterno. Nadie nunca había deseado llegar al despacho de un director como lo hacían ellos. La gárgola de piedra saludó a Harry con desgana, como si estuviera harta de verlo.

―Sentaos ―dijo Dumbledore tras conjurar rápidamente un par de sillas más, e hizo lo propio.

―No quiero ―espetó Hermione.

―Hermione... ―susurró Harry a modo de regaño. Ella quitó la mano que Harry acababa de posarle en el hombro.

Dumbledore hizo una seña con la mano para que la dejara.

―Profesor...

―Hermione... Yo... Si hay algo de lo que no me precio es de huir siempre de... comunicar cierto tipo de hechos. Pero como director, amigo, y ―se levantó y miró al suelo con aflicción―... responsable de lo ocurrido, esta vez me veo en la obligación de ser yo quien interceda, sin intermediarios.

―Profesor, dígame que no... ―sollozó Hermione, perdiendo la esperanza ante tal discurso.

―Créeme, Hermione, si me dieran a elegir entre mi vida y vivir este momento, preferiría la muerte.

―Dumbledore... dígame... Albus, dígame que me estoy imaginando todo esto, que usted se refiere a otra cosa…

―Ojalá pudiera. Siento que se me hayan adelantado unos metenarices, no sé cómo se han enterado antes que nadie. Hermione...

Dumbledore la miró con desconsuelo y rabia, al igual que Ron y Harry, a quienes un sentimiento de ira empezaba a consumirles.

―Hermione, tus padres están muertos.

Fue como si una plancha hubiera caído sobre la habitación aplastando las esperanzas que durante toda la mañana se habían forjado. Ron y Harry dudaron si decir algo o dar alguna muestra de cariño a Hermione, que se mantenía rígida en el centro de la habitación, respirando agitada y furiosamente. Miraba hacia el infinito con intenso odio, con una ira que nunca antes había demostrado poseer. Y antes de que nadie pudiera hacer o decir nada, rompiendo la tensa calma en la que estaba sumida, un grito desgarrador cargado de odio y furia salió de su garganta cortándoles la respiración a los tres hombres.

De pronto el suelo tembló y sonó un estruendo, y todos los tarros de pociones, marcos, espejos y objetos construidos con vidrio se elevaron en el aire, explotaron y salpicaron líquidos de colores y pedazos de cristal en todas las direcciones. Harry cerró los ojos instintivamente y se protegió de los proyectiles con los brazos. Un segundo después, los cristales de sus gafas también estallaron e hincaron un pequeño trozo en el párpado, que se pudo quitar sin cortarse. Ron la miraba asustado, dudando entre correr hacia ella o mantenerse quieto. Dumbledore se apuntaba a un ojo con la varita haciendo aspavientos de dolor.

Toda la templanza que Hermione había mantenido siempre se deshizo en cuestión de segundos. Loca de furia, agarró la silla más cercana y la boleó contra la puerta. Siguió dando vueltas lentamente como si conservara la inercia del movimiento y, desesperada y desconsolada, se dejó caer al suelo y rompió en llanto.

―¡Hermione! ―Ron se tiró junto a ella y la cubrió con un abrazo. Harry se arrodilló y le tomó la mano, apretándola con furia.

No se contentaba con haber matado a sus padres. No se contentaba con haber matado a Cedric. Ni siquiera le bastaba haber torturado a su padrino. Ahora también asesinaba a los padres de su mejor amiga...

Ira, culpa y odio invadieron la mente de Harry. Aquello no lo perdonaría. Los Granger eran gente inocente... Su sangre sería pagada con sangre culpable. No sabía cómo, lo único que sabía era que de algún modo u otro, lo hiciera como lo hiciera, esas muertes debían ser vengadas...

Una mano se posó en su hombro y lo sacó de sus planes.

―Harry... ―Dumbledore se tapaba el ojo derecho con una mano mientras retiraba la otra de su hombro y le hacía una seña para que se acercara.

Harry miró a Hermione, que lloraba sobre el pecho de Ron, la besó en la frente y soltó la mano que ella tan fuertemente tenía cogida.

―Harry, sé lo que estás pensando. Y quiero que te quites esa idea de la cabeza.

―¿Y cómo sabe lo que pienso¿Si sabe eso, cómo no ha sabido lo que les ocurriría a sus padres?

Dumbledore lo miró con infinita tristeza y culpa. Sin las gafas se apreciaban más sus arrugas y el desánimo de su mirada. Harry se dio cuenta entonces de la gravedad de sus palabras.

―Yo... lo siento, profesor. No quise decir eso, no...

―Es igual, Harry. Sé que ha sido culpa mía, debí haberlo previsto. No debí haberle pedido que entrara en la Orden.

No esperaba aquella reacción. Harry se estaba temiendo una bofetada o que le recriminara su insolencia. ¿Cómo debía estar Dumbledore para, lejos de increparle, admitir una culpa que no era suya?

―No, yo... lo siento, he perdido los nervios. No ha sido culpa suya. Sólo hay un culpable de todo esto, si verdaderamente el asesino ha sido un mortífago.

Dumbledore asintió con la cabeza.

―¿Quién ha sido?

―No se sabe, aún es pronto. Están investigando. Sabemos que ha sido un mortífago por la inscripción que dejó en la pared.

―¿Qué inscripción?

―Más adelante, Harry. No quieras saberlo todo ahora. No es bueno para ninguno de vosotros... es demasiado en un solo día. Sólo te pido que no hagáis locuras. No hagas lo que todos deseamos ahora hacer, es lo que Voldemort está buscando: descontrolarnos y enfurecernos. Si hacemos justicia ahora, estaremos exponiendo la vida de Hermione, ella misma la primera. Y eso es lo último que hubieran querido sus padres. Honremos su memoria por ahora.

―¿Su memoria? Podríamos honrar su vida si las cosas no fueran así, si la gente se movilizara para luchar contra Voldemort. Pero aquí nadie sale de su cueva hasta que el oso se come a su compañero. Nadie desea dar muerte a una bestia que creen inexistente hasta que un miembro de la tribu muere. Y entonces lamentan no haber revisado antes la cueva. Y entonces le echan las culpas a aquél loco que días antes les había advertido, aquél a quien ignoraron.

―Por eso los locos debemos advertir a la gente antes de que sea demasiado tarde.

―Ya lo es. Ahora sólo queda lamentarnos y castigar al culpable.

―Potter... no voy a pedirte que reprimas tus sentimientos de venganza. Sería muy hipócrita por mi parte cuando yo soy el primero que desea hacer justicia con el asesino. Ya sois un poco maduros... y con esto os daréis cuenta de que cada día que pase habréis de serlo más. Sólo te diré algo, que espero sepas transmitírselo a Hermione: algunos platos se cocinan a fuego lento, y otros necesitan dejarse enfriar... Y la venganza, mi joven mago, es uno de esos platos que se toman fríos.

Miró firmemente al muchacho. Y, como supuso Harry, aquella frase iba tan dirigida a él como al propio director, que trataba de auto convencerse.

―Ahora, Harry, necesito que cuidéis de ella. Necesita vuestro apoyo más que nunca. Llevadla a su cuarto en cuanto se calme, y no la dejéis sola. Si es preciso, que esta noche duerma uno de los dos con ella, hablaré con la profesora McGonagall. La primera noche es la peor, y teniendo en cuenta la que ha montado en mi despacho, podría descontrolarse mucho. No quiero que sufra ni que haga daño a alguien o a ella misma. Ahora... yo voy a ver a la señorita Pomfrey para que me saque el cristal que me está destrozando el ojo... espero haber hecho bien el apaño... Mi presencia aquí ya no sirve de nada. Mañana, cuando haya conseguido calmarse, responderé a sus preguntas; pero ahora lo único que necesita es cariño y consuelo. Y quizá un poco de ayuda para dormir sin soñar... le pediré a Severus que le haga un vaso de poción para dormir, y a Dobby que os suba la cena al cuarto. Bien pensado, no creo que sea buena idea que durmáis en su habitación...

―Profesor ―interrumpió Harry―... comprendo su decisión, pero usted mismo ha dicho que no podemos dejarla sola.

―He dicho en su habitación. Sus compañeras de cuarto enseguida le preguntarán qué le pasa, y... bueno, también yo he vivido en Hogwarts como alumno, no creo que necesite compasión. El consuelo se agradece, la compasión indigna. En vuestra torre hay una habitación extra, que Minerva os muestre la entrada. Uno de vosotros puede acompañarla... o los dos, como queráis. Confío en que hagáis buen uso de ella. Hasta luego ―se despidió.

Antes de marcharse, se arrodilló junto a Hermione y después de que Ron le "cediera" el sitio, la abrazó y le susurró algo. En aquel momento, Dumbledore parecía un abuelo junto a su nieta pequeña. Le espolvoreó disimuladamente unos polvos brillantes que sacó del bolsillo de su túnica, se levantó y se dirigió hacia la puerta. Al incorporarse le revolvió el pelo a Ron y le silabeó algo, y, haciendo ondear su capa, desapareció con la cabeza cabizbaja, dejando a Hermione sollozando ahora en el hombro de Harry y a Ron junto a ella en estado de trance.

Harry tocó a la puerta que había tras el tapiz y entró. Era una habitación típica de la torre Gryffindor. Ron estaba recostado en la única y enorme cama que había justo delante del gran ventanal, que ocupaba casi media habitación y por el que empezaban a filtrarse los primeros rayos de luz de la mañana. Apoyado como estaba sobre un brazo, dejó de acariciar la cara de Hermione para saludar a Harry con la mano. Unos cercos oscuros rodeaban sus ojos llorosos, más rojos que azules. Harry se sentó a su lado.

―¿Cómo está?

Ron encogió levemente los hombros.

―Después de que tú te fueras se desanimó mucho. Luego trató de relajarse, pero al dejar de lado la tristeza se consumió de cólera e impotencia. Me asustaba. Sabía que Hermione era una gran bruja, pero...

―Sí, lo sé. Las explosiones del despacho sin varita... Fueron... impactantes...

―Acojonantes. No hizo estallar un bote o dos... fue todo un despacho... Fue estremecedor. Tenías que haberla visto anoche, yo ya no sabía qué hacer para bajarle los humos.

―¿Cómo lo hiciste?

Ron sonrió por primera vez en la mañana.

―Mejor no te cuento esa parte.

―Vaya... entonces lo de que después de una tragedia la gente aprovecha para relajarse es un acto reflejo...

―Oye, no seas bestia. No hicimos nada de eso¿qué te crees? Por mucho que me guste, por mucho que haría mil cosas con ella... no creo que ninguno de los dos pensemos aún en eso. Bueno, sí, pero no en serio. Y tampoco en este momento.

Ron puso una mueca extraña.

―Me parece mezquino hablar de esto ahora...

Ron tenía razón. Hermione acababa de perder a sus padres y ¿de qué se ponían a hablar ellos? Sólo había sido un momento para relajarse. En realidad, como se excusó a sí mismo Harry, no pensaban en otra cosa que en el asesinato, y eso les estaba crispando los nervios.

―¿Desde cuándo duerme? ―preguntó Harry después de un breve silencio.

―No sé... desde la una o las dos de la mañana. La poción hizo un buen efecto, tiene un sueño inquebrantable ―dijo Ron sonriendo enternecido mientras le acariciaba el pelo. De repente volvió la vista hacia su amigo―. Tengo miedo, Harry.

Él le interrogó con la mirada.

―¿De qué?

Ron echó un vistazo rápido a Hermione y después de cerciorarse de que estaba dormida, respondió:

―De que mi sueño se cumpla.

―No lo hará. Estamos aquí para impedirlo. Además, es un sueño...

―No, no lo entiendes, Harry. No eran sueños, ni premoniciones, ni ―Ron movió el brazo con aspavientos desesperados―... Eran amenazas.

―¿Amenazas? ―repitió Harry, sin entender a qué se refería.

Ron asintió con la cabeza.

―Nos enseñó su juego antes de llevarlo a cabo. Hermione soñó que sus padres eran asesinados en su casa, y así ha ocurrido. Y yo... no puedo permitir que se cumpla mi amenaza, Harry.

―¿Cómo sabes que ocurrirá?

Ron suspiró profundamente.

―En mi sueño Hermione y yo éramos novios. Como ahora.

―¿Y cómo sabías eso?

―Porque sentía lo mismo que siento ahora ―respondió el pelirrojo después de pensarlo un momento―. La quiero, Harry. Menudas vueltas da la vida... nunca pensé que diría esto de una chica, pero no puedo evitarlo. No quiero perderla. Y la única vía que se me ocurre se me va a hacer insoportable.

―¿A qué te refieres?

―¿No lo ves? Cuantas menos coincidencias haya con el sueño, menos posibilidades habrá de que Voldemort lo haga realidad. Tenemos que dejarlo.

―¿Ahora? La vas a hacer polvo... te vas a hacer polvo.

―No quiero que la mate, Harry. No quiero que se haga real. No quiero tener que elegir entre la vida de Ginny y la de Hermione. No puedo.

―Podéis ocultarlo a los ojos de los demás, pero eso no va a cambiar lo que sentís el uno por el otro. Aunque dejéis de salir juntos os vais a seguir queriendo...

―Sí, pero no creo que Quien–tú–sabes pueda apreciar eso. No creo que pueda entender el amor.

―Voldemort conoce el odio. Y la barrera entre el odio y el amor es muy fina. ¿Y si lo entiende?

―Entonces tendré que dejar de amarla. Habrá algún hechizo... tiene que haberlo. Pero no puedo quererla, soy un peligro para ella.

―Ahora no. Ahora el peligro para ella sería no tenernos, sobre todo a ti.

―Tendremos que acostumbrarnos. Hemos vivido así meses.

―Pero es distinto. Una vez que alguien entra en tu alma es difícil echarle. Una vez has vivido una situación, no quieres volver atrás. No será fácil.

―Nada a partir de ahora será fácil, Harry. Nada.

―Quiero verlos, profesor.

―¿Qué? ―Protestó Dumbledore, estupefacto. No esperaba un "buenos días", pero desde luego tampoco se había imaginado ese saludo―. No, no, Hermione... siéntate, sentaos... He dicho que os sentéis... No, no puedes verlos¿cómo vas a verlos?

―Profesor, sabe a qué me refiero. Quiero verlos. Por última vez... aunque sea muertos ―rogó Hermione. Ron bajó la cabeza y la meneó a disgusto mientras cogía asiento. Harry, a su derecha, la miró con inquietud.

Dumbledore pestañeó, estupefacto. Al fin recobró la compostura.

―No, Hermione... No, de ninguna de las maneras, chiquilla. No puedes verlos, están...

―¿Cómo? Ni siquiera sé cómo están. ¿Acaso usted los ha visto?

―No ―admitió el director―. No, no. No creo que hubiera sido capaz. Pero el señor Sanders, el mago de Scottland Yard que me avisó de la noticia... No, Hermione, lo siento, no puedo dejar que los veas.

―¿Cómo están? ―preguntó Hermione. Una lágrima de rabia empezaba a bajarle por la mejilla―. ¿Qué les hizo ese hijo de puta, quien quiera que sea?

Dumbledore no respondió. Echó un vistazo a su despacho, aún sin arreglar, visiblemente temeroso de lo que pudiera ocurrir esa vez. Luego bajó la vista al escritorio, incapaz de responder.

―¿Qué les hizo? ―insistió la chica.

―Hermione... fueron asesinados, mutilados... ¿qué más quieres saber¿Acaso vas a hacerle tú lo mismo al culpable?

―Por ejemplo ―replicó ella. Las aletillas de la nariz se le abrían y cerraban de la furia, y aunque sus labios temblaban, su mirada era más firme y punzante que nunca.

―Hermione... Te aseguro que es mejor quedarse con el mejor recuerdo de aquellos a quien se pierde. Recordarlos luego sanos, vivos, sonriéndote... Hermione, acuérdate de la última vez que los viste.

―La última vez que los vi fue en Navidad ―cortó ella. Después se acordó de algo y bajó la cabeza―. Ni siquiera volví a casa en las vacaciones de Semana Santa. ¡Dios santo, si hubiera sabido que era la última vez que iba a verlos...!

Dumbledore posó una de sus ancianas manos sobre las suyas.

―Recuérdalos así, niña. De otro modo en tu mente se repetirá una y otra vez una escena que querrás a la vez olvidar y recordar. Y ése, te aseguro, es el recuerdo más doloroso que se pueda conservar.

―Pero necesito verlos... necesito estar junto a ellos otra vez... sentirlos...

―Hermione... ellos ya no viven.

―Ya lo sé ―sollozó, ahogando el llanto―. Ya lo sé. Pero no puedo pasarme toda la vida preguntándome cómo acabaron... Responda a mi pregunta, Albus, por favor. ¿Qué les hicieron?... Contésteme... necesito saberlo... por favor...

Dumbledore rezongó. Lanzó un suspiro y contestó, frotándose la frente con los dedos y cerrando sus ojos.

―Hallaron sus cuerpos tendidos en la cama. Los cuellos cortados, sus miembros esparcidos y cada centímetro cuadrado de la alcoba manchado con su sangre.

Hermione se derrumbó sobre el pecho de Harry, que la rodeó con sus brazos enseguida. Ron se levantó de un salto, escandalizado.

―¡PROFESOR!

―Podía haber contado la versión edulcorada¿no? ―Farfulló Harry mientras Hermione, desconsolada, lloraba encaramada a su hombro.

Dumbledore alzó la vista y lo observó quejumbrosamente por encima de sus gafas de media luna.

Ésa era la versión edulcorada, Potter.

Pocos días después, Harry volvió a sentir en el ombligo aquél gancho que parecían ser los trasladores. Todos los integrantes de la Orden usaron un par de ellos para desplazarse desde las afueras de Hogwarts hasta el cementerio donde iban a ser enterrados los padres de Hermione.

La tarde caía oscura sobre las tumbas de aquel viejo cementerio. Los cipreses, tiesos y afilados, se alzaban lúgubres sobre la hierba encharcada, de la que brotaban llamitas de todos los colores. Y es que de esos cuerpos no se desprendía sólo fósforo... sus huesos, antaño recubiertos de carne y sangre, rezumaban magia por todos sus poros. Ese camposanto no era como los demás. Era de los pocos de Gran Bretaña en los que reposaban personas con dos tipos de sangre diferente: muggle y mágica. Allí la entrada estaba abierta tanto a magos como a familiares suyos. Allí descansarían los padres de Hermione, por deseo expreso de la chiquilla.

Ella llevaba toda la tarde sollozando. Había estado más serena durante los días anteriores, pero el hecho de no sólo admitir, sino comprobarse a sí misma que sus padres estaban muertos, había vuelto a sumirla en la desesperación y el desconsuelo. No salía de su llanto. No podía pensar, no podía hablar; su mente sólo le pedía llorar, llorar hasta que se quedara completamente seca.

Harry y Ron la observaban con tristeza, mientras ella perdía su mirada en el horizonte. Mucho más cerca, unas figuras se acercaban caminando lenta y pesadamente, acompañando los dos ataúdes que flotaban en el aire a su paso. Dos de ellas, ya mayores, se adelantaron y corrieron a abrazar a Hermione.

―Abuelos...

Harry miró a Ron con extrañeza.

―¿Lo saben?

―Creo que no –respondió el muchacho con una mueca de duda―. Pero en estos casos a los familiares se les permite ver un funeral digno que alivie su memoria... eso sí, a la entrada unos magos los hechizan para que no perciban la magia y sus mentes inventen explicaciones lógicas a lo que ven.

Hermione ofreció asiento a sus abuelos en unas sillas dispuestas alrededor del hoyo, y se dirigió a sus tíos.

―Hermione¿cómo estas? –preguntó el señor Monk―. Qué pregunta... cómo vas a estar...

Hermione hizo una mueca que corroboraba sus últimas palabras.

―Gracias por... manteneros firmes y no revelar mi secreto –balbuceó levantando temblorosamente la vista.

―Hermione —replicó su madrina, entre ofendida y dulce―... Eres nuestra ahijada, nuestra sobrina... no nos importa no entender mucho este mundo en el que vives. Para nosotros saber que éste es tu sitio es suficiente, y para tus padres también lo es... era... Helena siempre hablaba con orgullo de tus proezas.

Se sonó la nariz con un pañuelo ya empapado que llevaba en la mano, y su marido se apresuró a añadir:

―Además, por lo poco que ha podido explicarnos el señor Bumbledore...

―Dumbledore –corrigió la niña en un susurro.

―... algo grande se está cociendo en vuestro mundo. Algo en lo que tú estás metida (por suerte en el bando de los buenos) y que, por mucho que resulte inquietante pensarlo, nos afecta también a la gente normal... quiero decir... —El señor Monk titubeó y se corrigió enseguida― a quienes no podemos hacer magia. Lo mínimo que podemos hacer es ayudarte. Nos tienes aquí para lo que necesites, ya lo sabes.

Hermione asintió, y dejó que sus tíos la abrazaran.

La lluvia fina que los rociaba fue cayendo cada vez más afilada, hasta dar paso a un manto de agua. Tras una breve ceremonia, en la que los miembros de la Orden del Fénix rumiaban el deseo de venganza con los allegados de los señores Granger, las nubes se empezaron a disipar rápidamente y dejaron paso a unos tímidos rayos de sol que se hicieron potentes en unos pocos minutos, calentando la hierba y las túnicas y trajes negros de los asistentes se fueron dispersando poco a poco en dirección a la salida. Mientras unos y otros daban el pésame a una Hermione que parecía más abatida por momentos, Harry y Ron decidieron encaminarse al traslador. Una voz conocida y despreciada se oía ya algo lejos, a sus espaldas, diciéndole a Hermione lo mucho que sentía aquel «horroroso incidente»

―Ya. Gracias. Lo supongo. Pero podría haber sucedido de otra manera si usted le hubiera hecho caso a Harry el verano pasado, si hubiera creído que Quien-Usted-Sabe estaba de vuelta y hubiese adoptado las medidas necesarias, señor ministro.

―Soy el Ministro de Magia, señorita Granger, comprenderá que no puedo tomar decisiones a la ligera, y era la palabra de un niño que...

―Ha habido mucho más que palabras —cortó Hermione, irritada―. ¿Cuántas pruebas más quiere?

―Cornelius —se oyó la voz de Dumbledore. Hubo una pausa, y la conversación se empezó a escuchar algo más cercana―... Has perdido la labia a la que hacías gala con tus posibles votantes¿eh? —Carraspeó, y su tono de voz cambió por completo―. No entiendo cómo tienes la poca vergüenza de presentarte aquí a mostrar tus condolencias. Como si en algún momento te hubiera preocupado más la seguridad de tu pueblo que tu índice de popularidad en las encuestas del CIS.

―¡Albus Dumbledore! Por muy gran mago que seas, no te consiento que me hables así. Yo siempre he velado por la seguridad de mi pueblo, pero uno no siempre sabe qué tiene que hacer... tú diriges un colegio, debes de saber que gobernar la comunidad mágica no es tarea que pueda realizar cualquiera...

―Por eso rechacé varias veces el puesto, Cornelius. Por lo visto, no todos tienen mi misma honestidad.

Silencio. Las pisadas en la hierba aún mojada se oían mucho más cercanas a Ron y Harry.

—Pensaba proponerte empezar de cero. Pero veo que no estás por la labor.

—¿Empezar de cero? —repitió Dumbledore, indignado—. ¿Y dónde marcamos el cero, Cornelius¿Ahora, el día que asesinaron a los padres de Hermione o el día que otro mortífago asesine a alguien de tu familia?

—Desde luego no el día que desmemorizasteis a media comandancia de Guardias Mágicos y a mí mismo cuando descubrimos vuestro complot.

Hubo una breve pausa en el mismo momento en que los dos magos pasaban a pocos metros de ellos. Ron susurró un pequeño encantamiento de corto alcance para poder escucharlos en cuanto comenzaran a alejarse, aunque sabía que no les permitiría oír mucho más.

—¿Creías que no me iba a dar cuenta? Soy el gobernante de este país, Dumbledore, no se llega a este puesto sólo con labia.

—Resulta esperanzador saberlo —Dumbledore cambió su acidez por un tono de desesperación—. No queremos boicotearte, Fudge; al único que a quien queremos boicotear es al Voldemort... ¿No vas a admitir que ha vuelto hasta que encuentres la marca tenebrosa sobre el tejado de tu puñetero chalet?

Fudge se detuvo.

—Dumbledore, no puedo dejar de pensar que vuestra organización es absurda y exagerada, pero tampoco puedo ignorar ya esto. —Respiró hondo y confesó—. Ha aparecido. La marca. Esta misma mañana. Pero no ha sido sobre mi casa.

Dumbledore clavó sus cansados ojos azules en el hombre del sombrero de hongo verde lima.

—Dónde.

—Acompáñame —respondió Fudge, y, tras envolverlo con su propia capa, desaparecieron los dos del cementerio.