Aviso: todos los personajes, localizaciones, objetos y/o animales de los libros de Harry Potter que aparecen en este fic son de la muy amada Rowling. Yo sólo tengo mi imaginación y un deseo irresponsable e incontenible de que me dejéis reviews. Mi primera historia de amour, ¡qué nervios! En fin, espero que disfrutéis mucho el primer capítulo. Creo que la he hecho con todos los tópicos posibles de cualquier comedia romántica. Pero bueno, leed y judgad vosotros mismos. Chau.

VIERNES 5 DE ABRIL. POR LA MAÑANA.

La primera vez apenas me di cuenta de quién era. En realidad estaba tan sorprendida de lo que estaba pasando. . . ¡era el cosquilleo!, había vuelto el cosquilleo. Increíble. Después de tanto tiempo creí que lo había perdido, que sólo era una persona la que podía provocarlo. Pero ahí estaba, y me entró la misma alegría envolvente que se siente cuando se reencuentra a un viejo y querido amigo: alguien que formaba parte especial en tu vida. Supongo que es porque a veces soy demasiado romántica. El caso es que en el tiempo en el que yo me enteré de lo que sentía o dejaba de sentir, él desapareció. El que lo había provocado todo, y sentí un pequeño deje de pánico. Entonces volvió a reaparecer en otra serie de puestecillos.

Supongo que debería situar la acción: era Portobello Road, un mercadillo encantador. Era un 5 de abril y para ser Londres hacía un tiempo estupendo. La que os escribe es directora creativa de una importante agencia de publicidad española y su nombre es sinceramente espantoso.

En fin, lo acabaréis averiguando, así que: me llamo Shahar, exactamente con acento en la última "a". Y mi apellido es Torres. Da escalofríos de lo hortera que resulta el conjunto, ¿no es cierto? Qué se le va a hacer. Mis padres eran un par de hippies tardíos. Son dos fervientes colaboradores de médicos sin fronteras, que se conocieron en España, se casaron a mitad de carrera y se fueron a Kenya con el título todavía fresco. Yo nací unos tres años después y me pusieron un nombre que dicen que es árabe, pero yo sospecho que se lo inventaron por la cara.

El caso es que lo más sorprendente de mi no es el nombre. Ni siquiera mi educación en África en mitad de la riqueza natural más extensa y la pobreza humana más increíble. Tampoco el hecho de que mi mejor amiga sea la princesa de una de las tribus más importantes de allí y que se encuentre ejerciendo la abogacía en París. No, lo más increíble en mi es que soy bruja.

Sé lo que estáis pensando: ¿qué haces con una profesión muggle?. Pues veréis. Por si no eran lo bastante raros, mis padres, que también son magos, por cierto, decidieron rebelarse contra sus padres (que también eran magos) y probar la vida muggle hasta las últimas consecuencias. Así que cuando a mi me llegó la carta de Beauxbeautons me dijeron que me dejaban ir con la condición de que me sacara los estudios muggles también en el verano. No me negué. Luego he aprendido a vivir de esta manera, a pesar de que puedo hacer magia y de que, creedme, la hago a diario. Pero hay un típico sabor de libertad y mezcolanza en ser parte de las dos cosas y ninguna en absoluto que me encanta. Así que no me quejo.

El cosquilleo había venido por primera vez estudiando en Francia, en mi colegio mágico, cuando apenas tenía trece años. Él se llamaba Antoine, no tenía nada de especial, pero yo le encontré mil cosas. Estuve colgada por él hasta que me gradué. Y nunca le dije nada. Pero fue mi primer amor. La verdad yo en mi adolescencia no llamaba demasiado la atención. Y lo prefería. Nunca me ha gustado demasiado ser el centro sobre el que gire todo. Es una de las cosas que me ha costado aceptar desde que soy jefa. Antoine nunca sospechó siquiera que me gustaba, aunque muy probablemente pudo haber pasado algo. Quizá yo no estaba preparada, en fin. Luego pasaron los años universitarios, vinieron los rollos, la primera vez, y la segunda, y la tercera (ya se sabe: juergas universitarias), pero estas fueron en España. Es donde me estaba sacando la carrera. Y es donde vivo ahora.

¿Que porqué estaba en Londres aquel preciso día?

Pura casualidad.

En realidad, ni siquiera debía estar allí. Una amiga que me había echado por Internet se casaba. Yo la había conocido hacía un año exactamente, pero la chica era más bien rarita y no tenía a nadie más. Yo no tenía nada que hacer ese fin de semana así que me dije: Londres, ¿porqué no?, así puedo hacer turismo por el tan famoso callejón Diagón y por Baker Street, quizá hasta vea a Sherlock Holmes.

Y eso nos lleva al momento en Portobello Road donde una chica de pelo corto y despeinado y ojos color león se encontró espiando entre los puestos a un tío que tampoco llamaba demasiado la atención. Excepto por el hecho de que era la persona más despeinada del mercadillo. Era increíble, ese pelo negro tenía vida propia, estaba más o menos largo, y aún así se encrespaba con una facilidad . . . me dieron ganas de tocarlo para ver si llevaba gomina. A veces me entran esas ideas idiotas. Yo soy así, qué se le va a hacer.

El chico se giró para curiosear un puesto de hierbas medicinales y al levantar la cabeza del muestrario que la anciana dependienta desplegaba ante él fijó su mirada en la mía. Jamás he temblado más en toda mi vida. Me subió un calor por todo el cuerpo a la cara que podría haberse frito un huevo en mis mejillas. En ese momento de vergüenza intensa no me di cuenta, pero murmuré casi babeando: "que ojos más bonitos tiene, ¿verdad?". Aunque desperté cuando él se volvió para irse con un ligero gesto de fastidio en el rostro. Pero bueeeeeno. Que aires, qué ínfulas. Será gilipollas. Encima que una babea, que una no se molesta en babear todos los días, no señor. Que manera de enfriar el momento que yo creía más romántico de toda mi vid . . .bueno de los últimos 4 meses.

-No te preocupes. Siempre se comporta de la misma manera cuando alguien se le queda mirando.

La que había hablado era una muchachita adolescente que atendía el puesto de aromaterapia desde el cual yo había estado espiando.

-¿Es que viene mucho por aquí?

-Sí, el puesto de la vieja Mady es donde compra los ingredientes para hacer pociones. Ella es la única en la que Harry Potter confía para eso.

Fue cuando me enteré quién era. Una palabra se vino a mi mente con la facilidad con la que una cagada de paloma te fastidia un día en el parque.

-¡Mierda! – lo dije con tanto sentimiento. La chica no se extrañó, ni siquiera dejo de mirar el sitio por donde se había ido el chico. Sólo me dio unos tiernos golpecitos en el hombro consolándome y dijo con un aire de eterna sabiduría y sabia resignación: "sép".


Ese día no parecía ser como otro cualquiera. Desde el momento en que se levantó y Dobby le recordó que aún no le había comprado el regalo a Ron y Hermione, desde el momento en que el elfo quemó nervioso las tostadas, malogró el beicon y los huevos y casi le tira el café ardiendo encima en su prisa por irse a la Madriguera a ayudar en los preparativos de la boda. Y lo más extraño de todo eso: ni siquiera le pidió perdón.

Así que resignado subió a vestirse y empezó a preocuparse seriamente por el nerviosismo de Dobby cuando se pasó más de cinco minutos mirando incrédulo la enorme quemadura con forma de plancha en sus pantalones.

Luego la cantidad de gente agolpada en el Callejón Diagon le convenció para dejar lo del regalo para más tarde e ir a comprar primero algo de ruibarbo al mercadillo muggle. Y allí, para colmo de todo, estaba ella.

No se dio cuenta de que la estaba mirando fijamente hasta que alguien al pasar por su lado lo empujó. La chica no era una belleza, pero había algo: en su forma de mover la cabeza, en la expresión de su mirada cuando descubría algo curioso, una especie de luz acompañaba sus movimientos y por extraño que pareciese al oír su risa y ver asomar sus pequeños dientes blancos entre los labios, todo el mercadillo pareció desaparecer respetuoso para dejarlos a solas.

Otro empujón le obligó a chocar contra la pila de bolsos que colgaban del puesto de enfrente. Eso llamó la atención de ella. Harry se escabulló agachándose hasta el puesto siguiente para desaparecer de su campo de visión.

Cuando volvió a erguirse estaba ya enfrente del muestrario de Mady. Evitó por todos los medios la tentación de mirar a ver qué hacía ella. Mady le sonrió oliéndoselo todo y contenta porque desde que lo conocía era la primera vez que le veía hacer el tonto de esa manera por una chica.

-Quiebo ruiraro, digo ruibarbo – masculló Harry, molesto consigo mismo por hacer el ridículo de esa manera. Mientras Mady preparaba el paquetito con la hierba, Harry no lo resistió y levantó la cabeza. Se la encontró mirando frente a frente. Ella no abandonó sus ojos en ningún momento. Se había quedado paralizada, embobada mirándole. A Harry esto le provocó un vuelco en el corazón hasta que Mady lo bajó a la tierra.

-Creo que ya se ha dado cuenta de quién eres.

Es cierto, pensó Harry. Es bruja, y había caído en la cuenta de que él era el famoso Harry Potter, el chico que venció a Lord Voldemort. Con un gruñido y un gesto de fastidio cogió el ruibarbo y se volvió para salir de allí antes de que su creciente malhumor inflara nada. La vieja Mady ni siquiera se molestó en decirle que se había ido sin pagar. Sólo se le quedó mirando y meneando la cabeza con una expresión divertida en el rostro.


La verdad, no me creo a veces la necesidad que tengo de hablar. Dos horas más tarde del encuentro con el "mago más famoso de Inglaterra" me encontraba en un pub bastante lleno de gente con la pequeña Lizzie, la chica del puesto de aromaterapia, sentada enfrente mía.

Lizzie Perkins tenía 16 años, pero su mente funcionaba 20 años por delante de su edad. Al menos en lo que a sentimentalismos se refiere. Era sorprendente ver cómo se avino a escucharme con paciencia doctoral desde un primer momento, y como además me empezó a aconsejar con una seguridad y agudeza impropias hasta de Freud. Yo nunca había estado en un terapeuta (increíble ¿verdad?) pero sea como sea creo que ha de parecerse bastante a esa charla que tuve con Lizzie.

Yo le conté todo lo que había sentido al verle, que me enfadaba no poder demostrarle que lo había interpretado todo mal. Y no sé cómo le acabé contando toda mi vida a la pobre chica.

Al final de mi soliloquio, cuando la comida se me había quedado fría y la garganta me empezaba a doler le hice una pregunta:

-¿Qué te parece toda esta situación?

Ella ni se inmutó.

-Normal – el tono fue de lo más sencillo.

-¿Qué? ¿Qué significa eso exactamente? – me había dejado a cuadros. Ella me miró como si le extrañase que yo no comprendiera.

-Estás enamorada – protestó, como si fuera lo más obvio.

Yo pestañeé. Me di cuenta de que tenía la boca abierta. La cerré. Sin querer se me volvió a abrir.

-No es nada malo. Le pasa a cualquiera. "All you need is love" – tarareó citando a los Beatles.

-Entonces . . . es . . . perfecto – me recosté en mi silla con el entrecejo fruncido y pensativa. A mi nunca me había pasado algo así. ¿Cómo podía ser normal? ¿Qué debía hacer? Me molestaba no tener el control de la situación y mucho menos expectativas de obtenerlo. Lizzie me habló:

-Tendrías que hacer algo. Decírselo.

-¿Hablar con él?- Lizzie se quedó un momento pensativa y luego meneó la cabeza negando y dijo con tono triste:

-Imposible, a menos que seas de su círculo de amigos, y es muy cerrado.

-¿Le asaltó y le secuestro? – dije a modo de broma desesperada y sin ninguna convicción.

-Es el mejor auror de toda Inglaterra – repuso Lizzie tomándome en serio con cierta preocupación.

-Yo soy la mejor creativa de mi agencia – me dije más a mi misma que a ella, para levantarme el ánimo.

-¿No tienes abuela? – me preguntó con voz clara e ingenua.

Cerré los ojos mientras me frotaba con una mano la frente para despejar la cabeza:

-Tampoco tengo idea de qué demonios se puede hacer en un caso perdido como este.