Capítulo 14: PEQUEÑOS SUSTOS
-Te dije que aún le gustabas – le dijo Hermione, seria.
-Pero yo no le he dado motivos – dijo Harry mientras se paraba para cerrar la puerta después que Ginny salió.
-Bueno Harry, entonces tendrás que hablar con ella y aclararle las cosas.
Harry cerró la puerta y volvió a sentarse al lado de Hermione que había dejado la mitad de la comida y se disponía a tomar jugo de calabaza.
-¡Cómetelo todo! – le reprochó Harry.
-No quiero más, si quieres te lo puedes comer tú – le dijo y sorbió un poco de jugo –. ¿No has almorzado nada, verdad?
-Aún no – y Harry colocó en el tenedor un pedazo de pollo en salsa ofreciéndoselo a Hermione –. Tienes que alimentarte bien.
-Bueno, si tu insistes – y Hermione cogió el tenedor.
-¿Todavía te duele el cuerpo por la mald... – Hermione le acababa de meter en la boca el tenedor con el pollo.
-¡Te dije que te lo comieras! – exclamó Hermione entre risas pero luego... –. Ahí... – y se cogió el estomago.
-¡Quédate quieta! – le dijo alarmado Harry y metió su mano debajo del jersey y la camisa de Hermione para sobarle el estomago –. Aquí recibiste la maldición, ¿verdad?
-Si, pero con tu toque mágico me curaré – le dijo con una sonrisa –. ¿Les contaste lo que pasó?
-No todo, solo lo del ataque – y seguía sobandole el estomago –. Nunca les diría lo que pasó entre nosotros.
-¿Me ayudas a pararme?, me quiero cambiar.
-Por supuesto – y Harry la sentó en la orilla de la cama, después le quitó el jersey.
-¿Me puedes pasar lo que trajo Ginny?
Harry fue hasta la silla donde Ginny colocó la ropa y se la entregó a Hermione. Después, y sin vergüenza, Hermione se quitó la camisa dejando al desnudo sus pechos. Harry se acercó a ella y se arrodilló en el suelo para comenzar a besarlos otra vez mientras ella le acariciaba la cabeza con las manos, minutos después lo apartó para poder vestirse. Cuando estuvo lista, Harry la ayudó a acostarse otra vez en la cama y después la besó. Alistó los platos vacíos que había dejado del almuerzo y se despidió de ella.
-¡Vuelve a dormir! – le dijo al oído –. Vendré al atardecer para que puedas bajar.
-Aquí te estaré esperando – y le sonrió.
Y viendo que Hermione volvía a cerrar los ojos cogió la bandeja y salió de la habitación. Cuando llegó a la cocina los hermanos Weasley acababan de almorzar y la señora Weasley le recibió la bandeja.
-¿Cómo está Hermione? – preguntó Ron mientras Harry se sentaba para almorzar.
-Mejor. No se comió todo el almuerzo porque no fue capaz – explicaba Harry – y la dejé sola porque se iba a cambiar y creo que después trataría de dormir un poco.
-¿Y sus ánimos? – preguntó George mientras bebía jugo de calabaza.
-Un poco deprimida, pero es inútil hacerla reír... cuando lo hace le duele el cuerpo.
-Bueno, esos son los traumas que deja la maldición – dijo Percy en tono de sabiduría –, en dos días ya no tendrá nada.
Al atardecer Harry y Ron fueron por Hermione que ya estaba despierta y se dirigieron a la habitación de Ginny para ayudarla a empacar el baúl, o más bien, para que ellos lo hicieran, porque ninguno de los dos la dejó moverse.
A las siete de la tarde los tres bajaron a la sala y los gemelos la recibieron con mucha bulla como si estuvieran viendo a una estrella de rock, ella se los agradeció con una sonrisa. La señora Weasley les ofreció una cena liviana y una vez que comieron se sentaron a disfrutar de unas partidas de ajedrez. A eso de las nueve llegó el señor Weasley que traía con el un paquete.
-Harry, unos compañeros del ministerio y yo fuimos hasta la casa de tus padres para mirar cómo había quedado todo, pero al parecer esos mortífagos no dejaron daños materiales – y le pasó a Harry el paquete –. Allí están las cosas que Hermione y tú dejaron en la casa.
Tanto Harry como Hermione se pusieron pálidos intercambiando miradas de pánico, ¿habrían encontrado el sostén?. Con las manos temblando, Harry abrió el paquete y en el encontró las botas de Hermione y las chaquetas de ellos.
-¿No encontró nada mas? – le dijo Harry con la voz entrecortada.
-No, ¿Por qué? – repuso el señor Weasley con asombro.
-Solo pensé que se me había olvidado algo – le dijo Harry más tranquilo –. ¿Mira a ver si tus cosas están completas, Hermione?
-Si, creo que si – dijo al cabo de unos momentos –, pero ¿dónde esta mi varita?
-Yo la tengo... mañana te la entrego – le dijo Harry al ver su cara de preocupación.
Al día siguiente los gemelos los acompañaron hasta la estación con el fin de ayudar a Hermione a movilizar su baúl. Cuando pasaron la barrera 9 ¾ y antes de montarse en el Expreso a Hogwarts, se despidieron de los padres de Ron y los gemelos.
-¡Cuídense mucho! – les dijo la señora Weasley con cariño mientras le daba un beso a cada uno – ¡Y cuiden de Hermione!
-No se preocupe – le dijo Harry –, así será.
-¡Nos vemos en Hogsmeade! – les gritó Fred cuando se subían en el tren –. Hay nuevos productos que queremos que prueben.
Ginny se fue con sus amigas y Harry, Ron y Hermione cogieron un compartimiento para los tres. Después de emprender el viaje hacia el colegio, Harry le mostró a Ron las varitas de sus padres.
-Las cogí antes de escapar de los mortífagos – le explicaba Harry.
-Deben ser un tesoro para ti – le decía Ron mientras las observaba.
-Aquí tienes tu varita, Hermione – y Harry se la puso en la mano.
El viaje de regreso resultó ser muy frió por la lluvia de nieve y tuvieron que sacar sus túnicas más gruesas para no llegarse a helar.
