CAPITULO 2: ¿QUÉ ERES PUES? ¿UN HEROE O UN LADRON?

Con orgullo, desde el palacio, el rey Albus y la crème de la crème proveniente de las doce ciudades observaban la torre en la que el Libro de la Paz estaba siendo colocado por los guardas. Su luz iluminó toda la ciudad, impidiendo a las sombras habitar en esta.

-Desde que he tenido uso de razón, he soñado con este momento – anunció el rey de Siracusa, sonriente - El sagrado tesoro que nos ha protegido desde hace siglos está ahora en Siracusa. ¡Por el Libro de la Paz! – exclamó, levantando su copa.

Los invitados le imitaron, expectantes.

De pronto, unos guardas reales cruzaron el lugar donde se celebraba la fiesta, sobresaltando a todo el mundo. James se abrió paso hasta primera fila, y se quedó de piedra al ver a Sirius intentando entrar en la fiesta.

El pirata protestaba, al ver que las espadas de los guardas pegadas a su cuerpo.

-Lo veis, esto es lo que pasa cuando intentas entrar con educación.

James miró a su padre, que observaba a Sirius receloso.

-¿Qué es lo que hace aquí? – preguntó a su hijo, frunciendo el entrecejo.

-Al menos no está por ahí robando – replicó éste, acercándose a su amigo.

El Rey se indignó.

-¡Porque lo que vale la pena robar esta aquí!

Pero James ya no lo escuchaba, sino que había ordenado a los guardas que bajaran las armas, cosa que puso a Sirius muy contento, pues acababa de apostar con el guarda jefe que les ordenarían bajar las armas.

Spike se escabulló entre las piernas de los invitados y se dirigió a saquear la mesa, que rebosaba de comida. Tal amo, tal perro... la cosa era sencilla.

James, exagerando los gestos, exclamó.

-Diez años sin verte, y ahora dos veces en un día... Buf, ¡me estás abrumando!

-Así puedes agradecerme el haberte salvado... otra vez – dijo, estrechando la mano de su amigo.

-Seguro que has venido porque sabias que había comida y bebida gratis. No mientas...

Sirius se giró hacia su tripulación, que permanecía todavía en la entrada.

-¿Habéis oído, chicos? ¡Comida y cerveza nos da su alteza!

James le interrumpió, cogiéndole del hombro.

-Ven, quiero presentarte a alguien.

Antes de marcharse con James, Sirius masculló entre dientes a Remus:

-A trabajar.

Su tripulación entró, pero antes tuvo que dejar las armas... Bueno, todos no entraron, porque uno de ellos seguía sacando armas de los sitios más insospechados: garfios del bolsillo, martillos del calcetín... lo típico, vamos.

Mientras, Sirius fue conducido entre los invitados por James, quien de repente se detuvo y se aclaró la garganta.

-Sirius, quiero presentarte a mi prometida – comenzó, andando hasta una joven muy bella. Pelo corto oscuro, hermosos ojos almendrados, labios gruesos y sensuales, sonrisa encandiladora... El pirata se quedó sin habla, pero James, sin darse cuenta de su reacción, cogió la mano de la mujer – La noble Emilyn, embajadora de Tracia.

La mujer se plantó con una sonrisa delante de Sirius, y dijo con cierta deferencia:

-De modo que este es el famoso Sirius... Has sido el tema de hoy. Primero intentas robar a James y luego le salvas la vida. ¿Qué eres pues? ¿Un héroe o un ladrón?

Sirius no escuchaba sus palabras, sino que contemplaba fascinado los delicados movimientos de los perfectos rasgos de la mujer.

Emilyn se volvió hacia James cuando este la dirigió unas palabras.

-Sirius quería darme la oportunidad de agradecerle-

Pero cuando levantó los ojos para mirar al pirata, éste ya había desaparecido.

Sirius andaba con paso rápido y llegó hasta el lado de Rata y Spike, ambos comiendo sin parar. Rata conversaba con un invitado cuando vio a su capitán.

-Tantos días comiendo huevos y pepinillos... no sabe lo que eso llega a afectar... ¡Ah, Sirius! Esto será coser y cantar. Solo son un puñado de guardas...

-Olvídalo – gruñó Sirius, con voz seca – Volvemos al barco.

-¿Sin nada? – preguntó Remus, incrédulo – El Libro es casi nuestro.

Rata (recordad que es Peter) y Remus se volvieron, y observaron a James con su prometida.

-Oh...

-¿Qué? ¿Quién es? – preguntó Rata, sin entender el sonido de comprensión de Remus - ¿Una antigua novia?

-Creo que no es tan sencillo. Venga, volvamos al barco.

Los dos piratas fueron hacia la salida, donde apremiaron al tercer pirata, que seguía sacando las armas: una guadaña de la camisa, una porra de detrás de la oreja – para que recogiera.

El hombre miró todas sus armas resignado y empezó a guardarlas, ante la mirada escéptica de los guardas que le vigilaban. Los garfios de vuelta al bolsillo, el martillo al calcetín...

Al salir, no vieron que Bellatrix les observaba desde el tejado del palacio, y se reía.

-No puede ser tan fácil.

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

No había terminado la fiesta pero James y Emilyn estaban en un balcón, apoyados en la trabajada barandilla de piedra, solos.

-Míralo de esta manera. Ahora que Sirius se ha ido, tu padre estará tranquilo y podrá disfrutar de la velada.

-En eso tienes razón – aceptó James, sonriendo – No quiero demostrarlo, pero está muy orgulloso de tener el Libro en Siracusa. Lleva toda la vida esperando este día.

-¿Y tú? – preguntó Emi, mirándolo – Será tu responsabilidad.

-Nuestra responsabilidad – replicó James con voz dulce, poniendo una mano con delicadeza en el hombro de la mujer.

Ésta sonrió, dejando que su vista se perdiera en el océano que se extendía delante de ellos. James, por su parte, miraba a la torre donde se guardaba el Libro de la Paz.

-Es precioso – susurró Emi, con una mirada soñadora.

-Ya lo creo. Mi padre pasó años preparándolo para el Libro. Hay guardas en todas las plantas – exclamó James, señalando a la torre, entusiasmado.

Emi se levantó y lo miró, con una expresión que James conocía muy bien. El hombre sonrió avergonzado, revolviéndose el cabello.

-Ah... hablabas del mar.

Emi se quedó unos segundos callada, y luego sonrió, mirando al horizonte.

-Ojalá lo hubiera conocido. De pequeña me imaginaba viajando más allá de las doce ciudades y descubriendo el mundo... Míralo, James, ¿no te parece maravilloso?

James la cogió de los hombros, diciendo su nombre, y la hizo sentarse en un banco de piedra.

-Nuestro matrimonio se pactó hace años – empezó el hombre, cogiendo de la mano a Emi y arrodillándose – Todo el mundo lo da por sentado, pero la política no es razón para casarse, y no quiero que sigas adelante con esto por obligación. Ahora soy yo quien te lo pide de corazón; Emilyn, se mi esposa.

-James, yo...

-¡Aquí estáis! – exclamó Albus, interrumpiendo – Creo que los delegados orientales quieren hacer un brindis... aunque no lo sé. Están haciendo no-se-qué con las rodillas – explicó el rey, haciendo gestos raros con las manos – Emilyn, ejerce de embajadora.

La mujer miró James, quien asintió.

-Desde luego, alteza – aceptó Emi, acompañando al rey de vuelta a la fiesta.

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

Ocupados como estaban, nadie se fijo en una sombra ascendiendo por la pared de la torre donde se guardaba el Libro de la Paz.

La sombra, en la que de vez en cuando podía verse el brillo de unos ojos rojizos, se escondía entre las sombras que proyectaban los muebles, para no desvelar su siniestra presencia.

Las antorchas se fueron apagando una a una, sin causa conocida. Todo quedó sumido en la oscuridad, y el guarda no vio nada.

Por lo menos hasta que contempló aparecer incrédulo la figura de Sirius, empuñando su cuchillo. Demostrando una fuerza anormal en un hombre, dejó inconsciente al guarda en cuestión de segundos.

Con paso seguro, se acercó al Libro, que le esperaba abierto en un pedestal. Pero ya no era Sirius, sino la diosa de la Discordia que se había desprendido de su disfraz.

-Como me gustan los disfraces – susurró con arrogancia, y al pasar al lado del guarda dejó hacer el puñal al suelo.

Se puso delante del Libro y lo sujetó con las dos manos.

-Todas las piezas comienzan a encajar.

Lo cerró, sumiendo a Siracusa en el Caos. (Nda. ¡Glorioso Caos!)

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

Dos guardas reales tiraron a Sirius a una sucia cárcel, encadenado. Con un movimiento rápido, éste se levantó, peor la puerta ya se había cerrado.

-¡Sirius!

El pirata se volvió al oír la voz de su amigo, y sintió un inmenso alivio.

-James... menos mal – exclamó, soltando un bufido.

-¿Te das cuenta de la gravedad de la situación? – preguntó el príncipe, muy serio.

-¿Te das cuenta de las veces que me han dicho eso hoy? – contestó Sirius, mordaz.

-¡Has traicionado a Siracusa!

Sirius llevó las manos al cielo, incapaz de creerse lo que oía.

-¡Oh! ¿¡También tu!?

-¿Cómo robas ese libro sabiendo lo que significa?

James estaba ahora furioso al ver que su amigo negaba lo que había hecho.

-James... la cosa funciona así. Primero yo cometo un delito y ¡luego entonces tu me acusas!

-Entonces, ¿cómo explicas esto?

El príncipe sacó de su cinturón el cuchillo de Sirius, del que nunca se desprendía, y se lo puso delante de las narices, para que pudiera verlo bien. El pirata lo miro alucinado, sin saber que decir. Su mente trabajaba a toda velocidad, intentando adivinar como es que su cuchillo había llegado a la escena del robo.

Y entonces lo comprendió todo.

-Bellatrix...

-¿Qué?

-¡Bellatrix! ¡Es una trampa!

-Sirius, piensa en lo que dices – murmuró James, dándole la espalda.

-Créeme James, el Libro está en el Tártaro. Habla con tu padre y dile que yo no-

James hizo un gesto de cansancio y miró a Sirius.

-¡Esto no depende de mi padre! Los embajadores se han reunido para juzgarte.

-Para, para, para... – dijo el pirata, negando con la cabeza - ¿Un juicio? ¡Yo no he hecho nada! Dejé el Libro en tu barco y esa fue la última vez lo que vi. ¡Estabas allí! Es la verdad – murmuró con ojos sinceros – Me conoces.

-¿Ah, si? – soltó James, haciendo una mueca – Conocía a un niño. ¿Quién eres ahora, Sirius? Mírame a los ojos y responde. ¿Has robado el Libro?

Sirius le mantuvo la mirada, completamente serio.

-No.

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

Una enorme sala, en la que se habían reunido todos los embajadores, presididos por el rey Albus. En medio, dispuesto a ser juzgado y custodiado por dos guardas, estaba Sirius.

-¡Estamos hartos de tus mentiras! – exclamó el rey, acercándose al pirata – Sirius, ¡por última vez! Devuelve el Libro.

-¿Cuántas veces tengo que decirlo? ¡No tengo el Libro!

Pero los embajadores ya estaban hartos. El que presidía el centro de la larga mesa se levantó.

-De acuerdo, pues. La delegación de las doce ciudades te declara culpable de traición y te condena a muerte. Lleváoslo.

Los dos guardas cogieron a Sirius por los brazos, mientras este miraba a los embajadores con la boca abierta.

-¡Vamos! Es una broma, ¿no? Yo no he hecho ¡nada! – gritó Sirius, forcejeando.

-¡Alto! – exclamó James, abriéndose paso hasta ponerse al lado del pirata – Apelo al derecho de sustitución. Yo ocuparé su lugar.

Albus cerró los ojos y negó con la cabeza, mientras los embajadores miraban al heredero al trono sin saber que decir.

-Sirius dice que Bellatrix cometió el robo – explicó, señalando a su amigo – Creo en su palabra.

Sirius sonrió complacido.

-Dejad que vaya al Tártaro y recupere el Libro siguió James, decidido.

Sirius puso una mueca de horror.

-¿¡Qué!? ¿Qué dices?

-El Libro lo tiene Bellatrix, según tu. Róbaselo. Eso es lo tuyo, ¿no?

-James, no quiero ser el responsable de tu vida.

-Tu harías lo mismo por mi.

-¡No! ¡No lo haría!

Albus interrumpió, intentando convencer a la delegación y a su hijo de que no permitiera la sustitución.

-Si Sirius sale de la ciudad, ¡no volverá! Hijo, por favor, atiende a razones.

-No, padre. Ahora hablaré yo – dijo al anciano, y a continuación se dirigió al consejo – Puede que Sirius robara el Libro, o quizá diga la verdad y está en el Tártaro. En cualquier caso, él es nuestra única esperanza.

En el estrado de los embajadores, Emilyn intentaba convencer al portavoz de que no lo consintiera, pero éste le hizo un gesto de que se callase. Finalmente habló.

-James, ¿eres consciente de que si Sirius no regresa tu serás ejecutado en su lugar?

El heredero se quedó callado y luego miró a Sirius unos segundos.

-Soy consciente.

-Que así sea – dijo entonces el embajador – Sirius tiene diez días para devolver el Libro.

Albus suspiró, y bajó la mirada.

-Liberadle – ordenó.

Los guardas se apresuraron a ejecutar la orden y Sirius quedó libre. Las esposas se las pusieron a James en su lugar. Emilyn corrió a su lado, mirándolo con tristeza. James sonrió, y se giró hacia Sirius.

-Ah, y Sirius... no te retrases.

N/A: Weno, en fin, doy las gracias a Anastasia Black de Malfoy por su review. Mi primer –y único ¬¬- review en esta historia (por ahora). Espero que este nuevo capitulo no os decepcione, y que dejéis review Se tarda un segundin, y me ayuda a mejorar.

Besitos, Joanne