CAPITULO 5: YA ESTÁ. JUSTO COMO... LO PLANE

Una vez hubieron cruzado las Puertas de Granito, unas enormes rocas colocadas en el mar (Nda. No me preguntéis como -/) de forma que se asemejaban a muchas puertas, un gélido viento comenzó a soplar.

Abriendo mucho los ojos, la tripulación de La Quimera vio como la superficie del agua que rodeaba el barco se convertía en hielo. El barco se detuvo, incapaz de moverse.

Las babas de Spike se congelaron, y empezó a moverlas como si fueran gruesos bigotes blancos.

-¡Por todos los dioses! ¿Ahora qué? – gritó Sirius, desesperado. Se giró para ir a coger algo de abrigo y casi se come el pecho (muy musculoso) de Remus - ¡Ponte algo, Remus! Vas a sacarle un ojo a alguien.

Antes de bajar a su camarote, exclamó:

-Señores, hay que bajar y romper el hielo. No podemos parar.

Así que todos, con su abrigo y pico en mano, cuales enanitos trabajando en su mina, bajaron del barco a picar el hielo que se extendía por delante del barco. Muchos, mucho, muuuuuuuuuuchos metros mas allá, pudieron ver el mar en estado líquido. Les quedaba una tarea agotadora.

-Ja... robaremos el Libro de la Paz – mascullaba Peter entre dientes, con los dientes castañeando.

-¡Guau, guau! – gritó Spike, llamando la atención de los piratas. Al fondo, en el aire, pudieron ver como una mancha blanca se les echaba encima. Se iba acercando peligrosamente rápido... Toda la tripulación corrió al barco, pero uno de ellos tuvo que tirarse a uno de los agujeros que habían hecho para no caer presa del ave. El agua estaba helada y le cortó la respiración.

-¡Jeff! – gritó Emilyn, lanzándole una cuerda para sacarle de allí. Empezó a atar el cabo a la baranda y no vio al mastodóntico pájaro acercarse por su espalda.

-¡Emi! – gritó Sirius, advirtiéndola del peligro.

Corrió hacia ella y la cogió de la mano, pero el ave, que la había apresado entre sus afiladas garras, pudo más, y Sirius se quedó con el guante de Emi en la mano.

El pájaro desapareció en la cumbre de un acantilado cercano, y todos se quedaron paralizados... todos excepto Sirius.

Se ató con cuerdas dos cuchillos a los pies, de forma que las puntas apuntaran hacia delante. Se colgó un escudo a la espalda, y se volvió hacia su mano derecha.

-¿Remus? ¡Dame un abrazo! – exclamó, abrazando a su amigo.

El otro, sorprendido, intentó zafarse, hasta que comprendió las intenciones de Sirius. Sirius le acababa de quitar sus dos puñales de la espalda.

Remus soltó una carcajada, y acompañó a su amigo hasta el arpón con el que pensaba subir el acantilado.

Se ató a la cintura una cuerda, y el otro extremo lo ató al arpón. Spike accionó la palanca y... ¡Sirius salió disparado!

Yendo a empotrarse en el acantilado cubierto de nieve, por supuesto.

Los cuchillos que había robado a Remus y los que se había atado a los pies le permitían escalar sin caerse. Los clavaba en el acantilado y, mientras, mascullaba unos pensamientos muy agradables.

-No vio al pájaro... Todo el mundo lo vio... Era grande como un galeón, pero Emilyn... Emilyn miraba a otro lado.

Arriba Emi había conseguido escabullirse, y ahora estaba escondida en una especie de túnel de nieve.

De repente, una mano le tapó la boca.

-Shh-shh... – susurró Sirius.

-¡Has venido a rescatarme! – exclamó Emi, sonriendo de oreja a oreja.

-Si, si quieres llamarlo así... – replicó Sirius, encogiéndose de hombros – Pero te costará otro diamante; el rescate no se incluye en la clase turista.

-Dime, ¿cómo bajaremos? – preguntó Emi, espiando al ave.

-Yo... no lo sé – contestó Sirius.

-¿Qué?

-Aún no lo sé – rectificó – Lo estoy pensando, ¿vale?

Sirius puso cara de concentración y Emi le miró, sin poder creérselo.

-Escalas una gigantesca torre de hielo, y ¡aún no sabes como bajar!

-Hay que ser desagradecida... – masculló Sirius, perdiendo su cara de concentración – Oye, si quieres bajar tu solita, por mi puedes empezar.

-Shh... – dijo Emi, llevándose un dedo a los labios – Vale, vale, vale, vale...

El pájaro pasó a su lado, y los dos se agacharon para que no los viera.

-A ver – empezó Emi – ¿con qué material contamos? Hem... ¿cuerdas?

Sirius sonrió.

-Ahh... no.

-Mmm... ¿garfios? – sugirió, poniendo los dedos en forma de garras.

Sirius puso cara de pensarlo.

-No.

-¿¡Tus espadas!? – preguntó Emi, ya desesperada.

Sirius pensó otra ratito...

-Ajá, tengo... ¡esto! – exclamó, sacando su pequeño cuchillo y poniéndolo delante de la cara de Emi.

-Ah, que bien... podrá usarlo de palillo cuando nos devore.

-Ya, mira... – comentó arrogante, lanzando el cuchillo al aire y recogiéndolo – Esta daga en manos expertas puede tener mas de mil y un usos.

Lo volvió a lanzar al aire, pero ya no regresó. La daga se incrustó en el techo de hielo, que se derrumbó, dejándolos a la vista del pájaro.

Emi entrecerró los ojos, dispuesta a matar a Sirius con la mirada.

-Uy – soltó Sirius, sonriendo bobaliconamente.

El pájaro, atraído por el ruido del hielo rompiéndose, clavó sus intensos ojos rojos en ellos dos.

-Corre – susurró el pirata, cogiendo a Emi de la mano y echando a correr.

Esquivando montículos de nieve y con el ave pisándoles los talones, llegaron a una cuesta cubierta de nieve muy empinada.

Sirius no se lo pensó dos veces y saltó.

El hombre, haciendo gala de unos reflejos impresionantes, se las arregló para coger a Emi en brazos y usar el escudo que llevaba a la espalda como trineo. A pesar de la velocidad que alcanzaron entonces, el pájaro les seguía muy de cerca.

-¿Lo hemos despistado? – preguntó Sirius, cuando el ave desapareció de su vista.

De pronto, haciendo un giro en el aire, el pájaro blanco apareció delante de ellos y les lanzó un picotazo, que esquivaron por poco.

Una piedra pequeña en el camino les hizo dar un salto –destrozando de paso la espalda de Sirius- y se encontraron con el ave delante de ellos, posada en tierra.

El pirata hizo un giro con el trineo improvisado y se metió en una especie de cueva, perdiendo velocidad, con la buena suerte de que se fue a parar justo en el borde de un acantilado de poca altura.

Ambos se sonrieron, pensando que ya estaban a salvo.

Justo entonces escucharon al pájaro, y la pared de hielo que había detrás de ellos explotó en mil pedazos cuando el ave la derribó.

Emi empezó a gritar, sabiendo exactamente lo que pasaba por la cabeza de Sirius: saltar por el precipicio –trineo incluido-.

Llegaron mas o menos enteros abajo, y ahora, de pie en el escudo, saltaron un hueco que había, intentando mantener el equilibrio.

Cosa en la que fracasaron estrepitosamente.

Sirius, usando como último recurso el cuchillo de los mil y un usos –que tan bien había usado minutos antes, por cierto- lo clavó en el hielo. Así pudieron dar un giro sobre sí mismos y salir por otra abertura de nuevo al exterior.

El pájaro no se dejó engañar, y les siguió, rompiendo bloques de hielo y roca a su paso. Mala suerte para él que justo uno de los bloques cayera en su cabeza, estampándole contra el suelo, y dejando que Emi y Sirius se tiraran a gusto por el nuevo acantilado.

Desde el barco se escuchó una explosión, y Remus miró hacia arriba para ver a dos pequeños puntitos gritando y cayendo hacia el barco.

-Bien, aquí están.

Uno de los gemelos puso cara de fastidio, y pagó a su hermano por la apuesta que acababa de perder.

Sirius y Emi cayeron encima de una de las velas, que se desgarró, parando su caída. Con un golpe seco, ambos cayeron en cubierta, tapados por la vela anaranjada.

Sirius, que había caído encima de Emi, se revolvió el pelo, sonriendo orgullosamente.

-Ya está. Justo como... lo planeé.

La voz de Sirius tembló un poco al final, ya que Emi había puesto sus manos en los hombros del pirata y le sonreía con una mezcla de ternura y agradecimiento.

Sus labios estaban separados apenas por unos centímetros.

Unas manos quitaron justo entonces la vela, dejando a la pareja a la vista de todos.

-¡Es Emilyn! – exclamó toda la tripulación, loca de alegría.

Quitaron con brusquedad a Sirius de encima de ella y tendiéndola muchas manos, la ayudaron a levantarse, preguntándola si se encontraba bien.

Peter cayó del cielo –como siempre- y abrazó a Emi, con lágrimas en los ojos.

-Creíamos que te habías ido para siempre...

EJEM EJEM

Sirius, levantándose del suelo con torpeza, no pudo evitar carraspear sonoramente, para atraer la atención de sus marineros.

-Oh, estoy bien... en serio – exclamó, poniéndose una mano en la espalda como si tuviera lumbago – Pero me conmueve vuestro interés.

La espalda de Sirius crujió y, no se sabe si por el ruido que hizo o por casual casualidad, hubo un desprendimiento en la montaña, haciendo que enormes peñascos cayeran al mar, rompiendo el hielo que rodeaba el barco y dándoles vía libre para zarpar sin problemas.

La tripulación se puso a dar saltos y aullidos de alegría, seguramente porque eran conscientes de que ya no tendrían que picar más hielo.

SSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS

Las estrellas brillaban esa noche como ninguna otra, y el mar se movía calmado y despacio.

En cubierta solo se encontraba Sirius, gobernando su barco, con la vista clavada en el infinito.

Emi salió de su camarote –la bodega de Spike- y se apoyó en la baranda, indecisa. Después de varios minutos de silencio fue hacia donde se encontraba Sirius, pero no le miró, sino que perdió también su mirada en el mar.

-S-Sirius – empezó, aunque se paró, sin saber muy bien como seguir – Gracias por ir a buscarme.

-Bueno... – replicó el pirata, bromeando – No... – se dio cuenta entonces de lo sincera que había sido Emi y olvidó el tono de voz que había adoptado al principio. Se puso serio, y miró a la mujer a los ojos – No hay de qué.

Emi sonrió.

-El mar es lo tuyo.

-Si – dijo Sirius, encogiéndose de hombros – La tierra firme no es para mí. Pero, ¿y tú? ¿Prefieres el mar o la tierra?

Emi se acercó a Sirius, hasta estar a su lado, y perdió de nuevo la vista en las aguas.

-Siempre me ha gustado el mar. Incluso llegué a soñar con vivir en él... – la sonrisa desapareció de sus labios – Pero aquello no pudo ser. Tengo... responsabilidades en Siracusa.

Sirius frunció el entrecejo.

-¿Has renunciado a tu sueño?

-Si – contestó Emi, incapaz de mirar al pirata.

Sirius puso su mano sobre la de Emi e, ignorando la cara de sorpresa de ésta, la puso delante del timón e hizo que sus dedos rodearan la madera.

Ella le miró, incapaz de dejar de sonreír. Sirius se mantuvo a su lado, y puso las manos detrás de la espalda, mirando de nuevo al mar.

-He viajado por todo el mundo. He visto cosas que nadie ha visto, pero no hay nada, nada comparable al mar abierto.

-¿Y es esto lo que siempre has querido?

Sirius se rió, recordando viejos tiempos.

-Reconozco que no. De jóvenes, James y yo hablábamos de alistarnos en la armada real y servir a Siracusa codo con codo. Pero, luego cada uno escogió un camino distinto. Él es príncipe y yo... bueno – dijo, con una sonrisa amarga – La verdad es que nunca le he envidiado; hasta que una mañana un barco atracó en el puerto. En él llegaba su futuro. Nunca había visto nada tan hermoso – siguió, mirando a las estrellas con ojos soñadores.

-¿Qu-qué traía aquel barco? – balbuceó Emi, susurrando temerosa cada una de las palabras.

Sirius la miró, y en sus ojos casi se veía el dolor.

-A ti.

Los ojos de Emi se abrieron por la revelación, y sus labios se entreabrieron.

-James te recibió en el muelle, y yo embarqué en cuanto me fue posible y nunca miré atrás.

Hasta ahora.

Sirius, muy despacio, entrelazó sus dedos con los de Emilyn, y acercó su rostro al de ella. Sentían el aliento del otro tan cerca...

Emi puso una mano en el pecho de Sirius, y le separó unos centímetros, impidiendo que la besara.

Apartó la mirada, incapaz de soportar los ojos azules de Sirius clavados en ella por más tiempo.

De pronto, una luz intensa iluminó toda la zona. Ambos entrecerraron los ojos, mirando asombrados como muchas estrellas recorrían el cielo para unirse con la que Bellatrix les había indicado, otorgando un tono morado al cielo a su paso.

La estrella explotó, y una enorme puerta de piedra negra tallada apareció en su lugar.

-Las puertas del Tártaro – anunció Sirius, olvidándose de Emi, de su anterior conversación y concentrándose solo en el nuevo reto que se le presentaba delante.

La tripulación salió del camarote, y tapándose los ojos para evitar la luz, se preguntaban que ocurría ahora.

-¿Qué es lo que ves, Rata?

Peter escaló hasta lo alto del poste, y sus ojos se abrieron por la aterradora vista que le ofrecía delante.

-Se acaba, capitán. ¡Es el fin del mundo!