Boys Don't Cry

por Karina

-Novatos... siempre es lo mismo- se quejaba Dilandau sentado en su trono, mientras bebía una copa de vino. Estaba con su típico traje de cuero negro con rojo. Aunque todavía no era la hora para que se presentaran, comenzó a impacientarse.

-Ellos ya deben de estar por llegar- le dijo Gatty tímidamente. Luego de esto se escuchó el rompimiento de un cristal contra el suelo. Dilandau había tirado su copa de vino lejos, como siempre lo hacía cuando no estaba conforme con algo.

-Sólo esperaré cinco minutos más- fue todo lo que dijo.

Pasaron los cinco minutos y todos los soldados estaba frente a él, formados rigurosamente. En total eran dieciséis chicos, incluyendo a los miembros antiguos y nuevos. Dilandau se levantó de su trono y comenzó a pasearse por entre los asustados muchachos para darles la bienvenida.

-Dieciséis soldados están reunidos aquí... puedo ver que hay muchas caras nuevas... - les hablaba lenta y suavemente, pero por alguna razón, su tono de voz tan delicado infundía más miedo que confianza- Ya los soldados antiguos saben muy bien lo que significa ser parte de los Dragonslayers- continuó diciendo - pero estos ocho rostros nuevos no creo que lo sepan... Pero ya sabrán a lo que me refiero- se paró frente a ellos y dejó escapar una pequeña sonrisa maléfica. Miraba a todos y podía ver en los rostros de sus soldados el miedo y la incertidumbre, sin embargo, uno de ellos llamó su atención. Estaba ubicado en la segunda fila y era el segundo contando desde la derecha. Se acercó a él y lo miró con sorpresa.

-Vaya vaya... - dijo colocando sus manos en la cintura - No pensé que volvería a verte... ¿cuál es tu nombre?-

-Alaher, Nathan Alaher- respondió firmemente

-Así que este chico insolente pudo entrar... veremos si eres tan hábil con la espada como lo eres con la boca...- dijo Dilandau, riéndose y dándole la espalda a sus soldados, volviendo a su trono en busca de su espada -Bueno... hora de la acción-

En efecto, las palabras de Dilandau eran ciertas, los soldados nuevos apenas se imaginaban lo que significaba ser parte de los Dragonslayers, sin dudas que no era algo fácil y tomando en cuenta que sólo era su primer día como soldados, Dilandau no tuvo compasión para repartir golpes a los soldados nuevos. Practicaron con la espada, con los guymelef, defensa personal. Luego de eso, llegó la hora de la colación, todos entraron a un gran salón el cual tenía varias mesas largas en medio de ella. Obviamente, Dilandau se sentó en la cabecera y los demás se sentaron, ansiosos que les sirvieran la comida. No eran los únicos que estaban, otros soldados les hacían compañía. La comida llegó al fin y fue servida por varios hombres bestias, quienes usaban unos simples atuendos de color verde claro. A pesar de que la comida no era muy sabrosa, se la terminaron rápidamente, el entrenamiento tan pesado les había abierto tanto el apetito que hubieran sido capaz de comer cualquier cosa con tal de tener algo con que entretener sus vacíos estómagos. Una vez que terminaron, tuvieron otro entrenamiento. Esta vez era el turno de la mente y las clases eran tan duras como los pesados entrenamientos. ''Mente sana, cuerpo sano'' esa fue la frase que ocuparon para iniciar las clases, que curiosamente, le daban mucha importancia a la historia de la Luna Fantasma.

Así terminó el primer día para los nuevos soldados de los prestigiosos ''Dragonslayers'' todos estaban sumamente cansados, agotados y adoloridos. Se acostaron temprano y se durmieron de inmediato.

Y así fueron los días de Dragonslayers. Mucho entrenamiento, mucho estudio, y por sobre todo, muchas bofetadas por parte de Dilandau. Era increíble que al más mínimo error, comenzaba a dar golpes a diestras y siniestras. Obviamente, los primeros días fueron los más duros para los nuevos soldados, ya que no era nada fácil acostumbrarse a tan rígida forma de vivir. Pero a punta de abusos se hicieron más fuertes y despiertos, y también aprendieron a conocer el carácter de Dilandau, ya que a veces era bastante útil imaginarse lo que él haría en determinada situación. Poco a poco también, los chicos comenzaron a familiarizarse entre ellos, logrando ser más que simplemente soldados, sino que también amigos, compañeros, rivales cuando la ocasión lo ameritaba, pero por sobre todo, una familia. Sin embargo, mientras los demás ya tenían lazos de amistad entre ellos, Nathan siempre se mantuvo distante de ellos. Parecía que siempre estaba de mal humor, nunca sonreía y tampoco conversaba con nadie. Ocasionalmente, Guimel se acercaba a él y le dirigía un par de palabras, como tratando de entablar conversación, pero era inútil. Así que eventualmente, desistió en su intento de integrarlo al grupo. Sin embargo, habían ocasiones en que sacaba la voz, el problema era que lo hacía cada vez que consideraba que Dilandau les daba alguna orden que le parecía tonta. Por supuesto, esto le costó una infinidad de retos, golpes y castigos y de tanto que esta situación se repetía, comenzó a bajar el moño y a obedecer a Dilandau sin decir una palabra, y si era posible, con la cara llena de risa. Si eres tan rápido con la boca, deberías serlo con la espada también solía decirle Dilandau, que no entendía cómo alguien, después de tantos castigos todavía no aprendía a controlar su boca. Claro que esta situación lo sacaba de sus casillas, pero también le extrañaba. Por lo general, bastaba con un par de golpes o un buen castigo para que algún soldado aprendiera a no hacer lo que no debe, pero con Nathan era distinto. Pero no era un problema de que le costara entender, era sólo que su carácter lo traicionaba. Sin embargo aprendió... le costó un montón, pero aprendió. Lo que nunca hizo fue aprender a convivir con los demás soldados y era algo que le tenía sin cuidado. Sólo estaba ahí por una razón.