Boys Don't Cry

por Karina

Arlet no podía conciliar el sueño esa noche. Ya eran las cuatro de la madrugada y aún seguía lloviendo copiosamente. Decidió que ya no podía más así que se levantó y muy silenciosamente, para que no la descubrieran, salió de su habitación para dirigirse al comedor. En una de esas tenía suerte y encontraba algo de comer.

Abrió sigilosamente la puerta y salió de la habitación. Caminó por los helados y oscuros pasillos, que eran iluminado por unas pequeñas rejillas que estaban en las paredes. Todo parecía muy tranquilo. Caminó hasta el final del pasillo, el cual se dividía en dos, hacia la izquierda continuaba para luego dar salida a la sala principal y el otro... daba hacia la habitación de Dilandau. No supo por qué, pero algo le llamó la atención. Se acercó a la puerta que daba a la habitación de él. Estaba entre abierta. Se acercó más para mirar hacia adentro. Era una habitación más grande que las demás, muy bien decorada y con una gran cama. Dilandau dormía en ella. Pero pudo darse cuenta de que se veía algo inquieto. Estaba soñando, y al parecer era una pesadilla, ya que se movía de un lado para el otro, y su respiración era agitada. Sin querer, escuchó algunas palabras que decía 'suéltenme... déjenme... me lastiman... Jajuka... ayúdame... no, no me dejen sola...'

¿Sola? Pensó Arlet confundida. No supo qué, pero algo la incitó a entrar en la habitación... de alguna forma, no le gustó ver a Dilandau en ese estado. Se llevaría un gran castigo, sin embargo. Meterse a la pieza del Capitán sin su autorización le podía costar el puesto. Pero se arriesgó.

Entró con cuidado y se acercó a la cama. Dilandau estaba con los ojos cerrados, boca arriba y se aferraba a las sábanas con los puños bien apretados. Estaba todo sudado también.

La mano de ella tocó temerosamente su hombro, para despertarlo, pero no tuvo éxito. Trató de zamarrearlo un poco más fuerte. Como veía que no despertaba se subió a la cama y con las dos manos agarró sus hombros y los remeció bruscamente, cosa que sí dio resultado, ya que todo sobresaltado, Dilandau se levantó de un golpe, empujando sin darse cuenta a Arlet hacia atrás.

Le tomó unos minutos tranquilizarse y volver en sí, y cuando lo hizo, se encontró nada más y nada menos que con Arlet, quien lo miraba con temor.

-Yo... lo, lo siento, pero la puerta estaba entreabierta... y vi que estaba teniendo una pesadilla... por eso lo desperté... discúlpeme Dilandau sama-

-Nunca voy a saber si lo tuyo es un exceso de valentía o es que sólo eres una tonta- respondió fríamente Dilandau -¿por qué diablos me despertaste?-

-Ya... ya le dije que estaba teniendo una pesadilla... ¿qué acaso no lo recuerda?-

-No... no recuerdo nada... - respondió Dilandau completamente confundido. Siempre era lo mismo, sabía que tenía unas horribles pesadillas y sabía que las tenía porque siempre se despertaba sobresaltado, asustado y sudado, pero apenas despertaba se le olvidaba todo.

-en todo caso, ¿qué haces despierta a estas horas? Y más encima así, ¿acaso quieres que te descubran?-

-No tenía sueño... me levanté porque estaba ahogada en esa pequeña pieza... pero claro, usted no sabe lo que es estar en una habitación como esa porque es el ''Capitán de los Dragonslayers''- dijo Arlet sarcásticamente, mientras miraba la magnífica habitación de Dilandau.

-mmmm- fue lo único que dijo Dilandau. A esas horas de la noche no tenía ganas de discutir con nadie. Cansado, apoyó la espalda en la marquesa de su cama y se quedó así.

Arlet se paró de la cama y comenzó a recorrer la habitación de Dilandau. Sin duda era bastante más amplia que las demás. Los privilegios de ser el Capitán de los Dragonslayers. También estaba muy bien decorada, tenía grandes ventanas con unas cortinas de color rojo italiano, grandes cuadros pertenecientes a retratos de grandes Capitanes, que a diferencia de Dilandau, se veían ya más adultos. Siguió recorriendo la habitación, y se encontró con una gran cómoda y un espejo. Qué vanidoso, pensó. El brillo de algo llamó su atención. Era la tiara que Dilandau usaba en su frente. ¿Por qué no? Pensó. De todas formas, si ya no la había enviado a los calabozos, difícilmente lo haría ahora. Como siempre, no pensaba bien las cosas antes de hacerlas. Tomó la tiara y se la colocó en la frente y se miró en el espejo.

-Definitivamente debería prestarme su tiara, Dilandau sama- y se dio vuelta para que la viera- sin duda que se ve me ve mejor a mí- dijo y soltó una pequeña risa.

-No toques nada si no quieres que te mande por dos meses al calabozo-

-Qué envidioso- le respondió fingiendo enojo.

-¡No te aproveches de mi paciencia!- le advirtió Dilandau

Arlet dejó la tiara en donde estaba. Siguió paseándose por la habitación. Dilandau la miraba detenidamente. Diablos, si no fuera porque es una gran soldado, ya la habría delatado... sí, es sólo por eso que le aguanto este tipo de cosas...

De pronto Arlet se quedó parada, mirando hacia todos lados, pensando qué hacer ahora, con las manos frotándose los brazos, tratando de calentarlos.

-Si tienes frío ¿por qué no te vas a tu habitación?- le preguntó Dilandau

-Ya le dije que no tengo sueño-

-Pero se nota que tienes frío-

-Claro que no... - le dijo, pero un pequeño estornudo la delató.

-Se nota... - le respondió Dilandau.

Hubo un largo silencio. Arlet seguía parada en medio de la habitación. Por alguna razón, Dilandau se sintió incómodo con esta situación, pero no dijo nada. Pero de pronto se vio sorprendido por la acción de Arlet. Descaradamente, se acercó a su cama y se metió bajo las sábanas, acostándose a su lado.

-¡Pero qué demonios estás haciendo!- le dijo indignado y a la vez lleno de vergüenza.

-Tenía razón, Dilandau sama, tengo mucho frío-

Otro silencio profundo. Dilandau, quien seguía sentado a la cama, decidió acostarse también. No puede ser, ¿qué diablos está tratando de hacer? ¿Qué manera de comportarse es esa? Debería mandarla a los calabozos, por ser tan insolente... ¿Por qué diablos no lo hago y punto? ¿Qué es lo que me detiene?... Podría matarla en este mismo instante, todo lo que tengo que hacer es apretarle el cuello hasta que deje de respirar. No tendría ningún problema... puedo decir que descubrí su mentira y listo. Aunque no necesito darle cuentas a nadie sobre mis actos. Sería muy fácil... de pronto y sin darse cuenta, Dilandau rozó con su mano el brazo de Arlet. Sintió como si le diera la corriente. La miró furtivamente, pero ella hizo lo mismo, por lo que los dos se miraron al mismo tiempo, pero tan rápido como se miraron, desviaron sus miradas hacia otro lado, avergonzados. ¿Qué fue eso, qué fue esa extraña sensación? Se preguntaba Dilandau.

¿Qué me está pasando? Se preguntó Arlet. Sabía que tenía que irse con cuidado con Dilandau. A la menor provocación y podía ser echada de los Dragonslayers y recordó el trabajo que le costó ingresar. Había sido un milagro que no se hubieran dado cuenta de su mentira, pero mayor lo era el que Dilandau no dijera nada al enterarse sobre su situación. Nunca supo por qué y menos se atrevió a preguntarle. Pero esta extraña sensación... debería irme, no es bueno que me quede aquí, tan cerca de él... ¿por qué estoy tan nerviosa? Sólo fue un roce casual... no hay por qué ponerse tan nerviosa por eso... sólo un roce, nada más... no significa nada ¿o sí?... Es mejor que me vaya... sí, eso es lo que haré.

Arlet miró de reojo a Dilandau, quien seguía inmóvil, mirando al techo. Quería ver si la volvía a mirar como hace un instante, pero no pasó nada. Desilusionada, se sentó en la cama, se destapó para pararse, pero apenas se levantó de la cama, unos brazos la atraparon, haciendo que cayera sentada en la cama nuevamente. Su corazón comenzó a latir a mil por horas al sentir la tibia respiración de Dilandau en su cuello. No, por favor... no necesito esto ahora... pensó. Se quedaron un momento sin decir una sola palabra. Arlet estaba paralizada. De pronto, Dilandau acercó su boca a su oído para hablarle.

-Yo... quiero verte desnuda... –