Por Karina
El "Cuarto Ciego" estaba completamente sumido en el silencio y sólo era interrumpido por alguna instrucción que daba Garufo en voz baja. Los rostros de los tres Madoushi estaban iluminados tenuemente por la luz que proyectaba la pequeña esfera de cristal, desde donde controlaba todos y cada uno de los movimientos de sus pequeños ratones de laboratorio. Aunque no lo demostraba, Garufo se encontraba ansioso al ver que estaba cerca de obtener lo que tanto había deseado, sabía que todo iba a salir bien, tenía que salir bien o si no él... No, las cosas no saldrían mal, todo saldría a la perfección. La fase final del proyecto de modificación del destino por fin estaba llegando a su término.
Dos soldados caminaban por los pasillos del Vione en busca del Capitán de los Dragonslayers, Dilandau Albatou. Iba inmersos en su conversación, comentando la gran noticia que se traían entre manos, sin embargo, si el General Adelphos los hubiera visto, los habría mandado a los calabozos durante dos semanas por desacato. Lo que más se les había pedido era que fueran muy reservados con la noticia que acababan de conocer, y aunque ellos sabían que una noticia como esa no podía mantenerse en secreto por mucho tiempo, harían todo lo posible por mantenerla como un secreto, incluso morir. Pero ahí estaban, comentando los pormenores del caso como quien comenta lo que comió el día anterior, sin ninguna precaución de ser oídos. Afortunadamente para ellos, no había nadie alrededor de ellos y sólo interrumpieron su conversación cuando al doblar en una esquina chocaron con Dalet, uno de los soldados de los Dragonslayers, quien venía corriendo en dirección opuesta. Venia corriendo tan fuerte que al encontrarse con los dos soldados no fue capaz de frenar a tiempo y chocó con ellos, haciendo que los tres cayeran al suelo.
-¡Hey! ¡cuidado por donde caminas imbécil!- le dijo un soldado sin reconocer el uniforme de los Dragonslayers. Al estrellarse contra el suelo dejó caer el pergamino que traía en su mano, el cual se abrió con el golpe.
-lo mismo digo yo, estúpido- murmuró Dalet llevándose la mano a la cabeza. De pronto su vista se fijó repentinamente en el pergamino que había dejado caer el soldado. No pudo leer mucho, pero de lo poco que vio pudo leer claramente y con letras grandes las palabras "DETENCI"N" "TRAICI"N" "NATHAN ALAHER" Trató de disimular, pero abrió los ojos de par en par ante la grave acusación que se hacía de su compañero. No alcanzó a leer nada más porque el otro soldado se puso de pie y tomó rápidamente el pergamino.
-Vamos Damián, tenemos una orden que cumplir- le dijo. El otro soldado se puso de pie y le quitó el pergamino de las manos mirando con indiferencia a Dalet, luego de eso se dirigieron al Salón de los Dragonslayers. Ellos no lo sabían, pero en ese momento, ellos tenían práctica de vuelo con los guymelefs, por lo que no se encontraban en el salón, de hecho, Dalet venía del salón corriendo ya que estaba atrasado. Se dirigió lo más rápido que pudo al hangar y para su suerte, Dilandau aún no había llegado y sólo unos pocos soldados se encontraban en el hangar. Miró a sus compañeros para ver si estaba Nathan, pero aún no había llegado, siguió mirando pensando quién podría saber algo sobre Nathan y se le ocurrió que Miguel podría saber algo. Él era muy observador y siempre se daba cuenta de todo lo que pasaba a su alrededor, bastaba un pequeño gesto o acción para que él sacara una acertada conclusión de lo que estaba sucediendo. Dalet conocía esa aptitud de Miguel, pero no sabía que él conocía muchas cosas de Nathan que el resto jamás podría imaginarse, así que la opción de preguntarle a él aunque fuera meramente una coincidencia, no podía ser más acertada.
-Miquel, ¿sabes si Nathan hizo algo malo?- le preguntó Dalet mientras se acercaba. A juzgar porque ni siquiera lo había saludado y por su evidente cara de preocupación, se dio cuenta de que algo no muy bueno iba a pasar.
-No, no que yo sepa. ¿Por qué?- preguntó Miguel. Dalet le contó todo lo que le acababa de sucede esperando alguna acertada conclusión de Miguel. Si a Nathan lo habían acusado de algo tan grave como "traición" tenía que haber hecho algo muy feo, pero que él recordara, Nathan se había comportado bastante bien este último tiempo. Sin embargo la cara de Miguel al escucharlo le decía que Miguel sí sabía algo. La descubrieron, Miguel estaba seguro que descubrieron a la chica que se hacía pasar por Nathan y ahora la estaban acusando de traición. Claro, todo encaja a la perfección, pensó Miguel. Se quedó pensando un largo momento, estaba seguro que era eso, sin embargo, Dalet, quien quería una respuesta lo sacó de sus cavilaciones.
-Miguel, tú sabes algo ¿verdad?- preguntó con preocupación. En ese momento, Arlet entró al hangar y al verla, Miguel no lo pensó dos veces, se acercó a ella con paso decidido y una vez que estuvo frente a ella la tomó con fuerza del brazo.
-Tienes que esconderte ¡rápido!- le dijo mientras la tiraba del brazo.
-¡Un momento! ¡¿qué demonios te pasa?!- le espetó Arlet, extrañada y molesta con la actitud de Miguel. Él se detuvo y le dijo seriamente.
-Te descubrieron-
Arlet abrió los ojos de par en par. Sintió que un escalofrío le recorría la espalda como una fría gota de agua y por un momento se le olvidó respirar.
-¡¡¿¿Qué estás diciendo??!!- le dijo cuando al fin pude reaccionar, zafándose de las manos de Miguel.
-Ellos saben tu secreto. Yo también lo sé- le dijo Miguel. Lo sabía, sabía que Miguel se había dado cuenta de todo aquella noche, pero no podía dar su brazo a torcer ahora.
-No sé de qué hablas- le dijo, tratando de mantener la compostura, pero no podía. Apretaba sus puños fuertemente para no demostrar que había comenzado a temblar.
-Vamos, no sacas nada con seguir fingiendo- le dijo Miguel, tratando de ser comprensivo, pero esto hacía que Arlet se pusiera aún más a la defensiva.
-¿¡Y QUÉ MIERDA SABES TÚ SOBRE FINGIR?!- le gritó violentamente. Los demás se dieron cuenta de la discusión, pero no prestaron mucha atención. Lo más probable era que Nathan se había levantado con el pie izquierdo. Miguel la seguía observando, esperando que la chica reaccionara de una buena vez. Pero Arlet ni siquiera sabía como reaccionar. Se agarró la cabeza con sus manos y luchó por no dejar que las lágrimas le salieran por los ojos.
-¿y qué voy a hacer ahora?- murmuró amargamente.
-Puedo ayudarte- le dijo Miguel. Arlet estaba sorprendida, se sacó las manos de la cara y observó a Miguel, quien seguía muy serio. ¿Por qué?... ¿Por qué quiere ayudarme?.
-Pero primero... - dijo Miguel - ...debes decirle la verdad a los demás- Arlet estaba estupefacta. Miguel estaba loco, no podía decirle la verdad a todo el escuadrón, era una locura. Sentía que la sangre se le subía a la cabeza en una mezcla de rabia e impotencia.
-¡¡¿¿Estás loco??!! ¡no puedo hacer eso- le dijo Arlet con decisión.
-No tienes otra alternativa- le dijo Miguel violentamente.
-¡No lo haré!- le dijo Arlet aún más alterada. El tono de la conversación cada vez se estaba elevando y ahora todos podían escuchar lo que hablaban. Es un tonto, ¿cómo quiere que les cuente todo? ¡¡no puedo!!, pensaba Arlet desesperada mientras trataba de imaginar la reacción de los Dragonslayers al descubrir que ella era mujer... Simplemente no puedo.
-Es mejor que lo sepan por ti antes de que lo escuchen de otra persona ¿qué no entiendes?- le decía Miguel, tratando de convencerla de que eso era lo mejor.
-¡¡Tú no entiendes nada!!- le gritó Arlet. Miguel se acercó un poco a Arlet.
-Sí te entiendo-
-Si quieres yo puedo hablar con ellos. No te preocupes, sólo diré lo justo y necesario- le dijo Miguel. Arlet dejó caer sus brazos pesadamente y no dijo nada más. Sólo tenía la sensación de que comenzaba a flotar y se alejaba del hangar. Miraba a Miguel, quien había comenzado a conversar con los Dragonslayers y los miraba a ellos, como si se estuvieran alejando de ella y se volvían borrosos. Apenas estaba consiente de los cambios en los rostros de sus compañeros al escuchar el relato de Miguel.
-¿Es verdad?- preguntó Guimel mientras miraba a Arlet. Aquella pregunta la hizo aterrizar de golpe a la realidad. Se quedó mirando a cada uno de sus compañeros que la miraban como si fuera un bicho raro, algo que nunca en su vida habían visto y que no sabían si tocarlo o salir arrancando. Trataba de decir algo, pero no podía, se le había secado la garganta completamente.
-Vamos Nathan, di algo- le dijo Dalet. Todos esperaban una respuesta de la chica, que repentinamente dio un suspiro y sus ojos se volvieron brillosos. Cayó al suelo de rodillas y al fin se decidió hablar, con su verdadera voz.
-Lo siento chicos... no quería engañarlos- Arlet no sacaba nada con seguir fingiendo. De esa forma, había confirmado todo lo que Miguel les había contado, que antes de salir de vacaciones había olvidado sus documentos y cuando se devolvió a buscarlos, había sorprendido a Nathan conversando con Dilandau. Por supuesto no les había dicho qué era lo que en realidad Dilandau estaba haciendo con la chica, pero sólo les dio a entender que se dio cuenta por la conversación y el tono de voz de la chica. Su historia con Dilandau aún era un secreto, al menos para Arlet, Dilandau y Miguel. Una vez que escucharon a Arlet, los chicos no dijeron absolutamente nada, a decir verdad, aún estaban asimilando el gran secreto de Nathan. Lo que sí era seguro era que ninguno de ellos podía quitar la vista de Nathan.
-Bueno, no nos podemos quedar con los brazos cruzado, tenemos que hacer algo- dijo Miguel, tomando las riendas del asunto. Los soldados que tenían la orden de detención no se demorarán mucho en llegar, así que tenían que actuar rápido.
-Espera un momento- le dijo Joseph, un Dragonslayer que tenía como particularidad usar unos grandes anteojos -¿qué piensas hacer, Miguel?- le preguntó. Parecía bastante molesto.
-Creo que lo mejor es que la ayudemos a escapar- le respondió Miguel.
-¿¡qué?! ¡¿estás loco?!- comenzó a reclamar Joseph -¡pero si nos acabas de contar que Nathan nos engañó! ¿y más encima quieres ayudarla?- realmente estaba muy molesto con todo lo que estaba pasando. No era posible que alguien les haya mentido por tanto tiempo. Algunos de los chicos sentían que Joseph tenía algo de razón, pero no se atrevían a decir nada, quizás porque todavía no estaban muy seguros de cómo sentirse al respecto.
-Joseph, este no es el momento para eso- dijo Miguel, pero Joseph lo interrumpió.
-Claro que es el momento. Esa chica nos engañó, traicionó nuestra confianza y ahora está acusada de traición. ¿Cómo pretendes que la defienda?- nadie dijo nada después del alegato de Joseph -por lo que respecta a mí, puede irse al infierno- Miguel seguía inmóvil al lado de Arlet sin decir nada, sentía impotencia de no poder defender a la chica, pero en parte también entendía lo que estaba sintiendo Joseph. A él también le había costado aceptar aquella situación y no podía pretender que los demás lo hicieran de inmediato.
-Y en lo que respecta a mí, creo que también deberían detenerte, por encubrirla- agregó Joseph, aún más enojado -Nos traicionaste al igual que ella al no decirnos nada-
-¡¡espera un momento!!- reaccionó Miguel de inmediato al verse atacado por Joseph.
-Si fuera por eso, entonces Dilandau sama también sería un traidor- dijo Miguel con vehemencia. Joseph estaba sorprendido con las palabras de Miguel.
-Si no dije nada, fue porque el mismo Dilandau sama me lo ordenó, y si él dejó que ella siguiera con nosotros como soldado tuvo que tener alguna razón- agregó Miguel. Claramente Joseph estaba descolocado.
-¿Acaso te atreverías a dudar del juicio de Dilandau sama?- preguntó Miguel. Joseph seguía sin decir nada, se encontraba completamente desarmado ante las palabras de Miguel. Pero tenía que reconocer que tenía razón, Dilandau sama no habría hecho algo como eso si no hubiera tenido una buena razón, por algo era el Capitán de los Dragonslayers y ellos le debían su completa confianza, después de todo ellos fueron los privilegiados elegidos para estar en el prestigioso Escuadrón de Dragonslayers, así que no dijo nada más. Miguel vio que sus palabras lo habían convencido a él y al resto de los Dragonslayers. No perdió más tiempo y se acercó a la chica y la levantó de los brazos.
-Vamos, no te eches a morir- le dijo mientras la levantaba del suelo. Ella se levantó a duras penas, pero aún no reaccionaba. Escuchar a sus compañeros discutir sobre si debían ayudarla o no la había desanimado aún más, temía que reaccionaran así, pero desafortunadamente no se sorprendía de esa reacción. De alguna forma sabía que iba a ser así. Vaya, aún no me llevan detenida y ya estoy siendo sometida a juicio.
-Miguel tiene razón- dijo Biore tímidamente. En realidad, a pesar de lo impresionado que estaba, tenía que reconocer que la chica era una excelente soldado. Otras tímidas voces de aprobación se escucharon de parte de los otros Dragonslayers.
-A Dilandau sama le habría gustado que lucharas- le dijo Miguel sólo para que ella la escuchara. Él tenía razón, a Dilandau no le habría gustado verla derrotada, así que lucharía, lucharía hasta el final... no sabía exactamente por qué seguiría luchando, pero no se echaría a morir.
-Está bién- murmuró más para ella misma que para los demás mientras se limpiaba sus ojos. No voy a llorar... lo prometo.
-¿q- qué hago?- preguntó tímidamente. Todos se sintieron extrañados al escuchar hablar a Nathan con voz de chica, pero dejaron a un lado esas extrañas sensaciones y se enfocaron en el asunto de la detención de Nathan.
-Bien, yo creo que Nathan debería esconderte por un momento, pero tenemos que pensar en donde- dijo Miguel.
-Arlet... mi nombre es Arlet- interrumpió ella. Todos la miraron una vez más sorprendidos.
-Está bien Arlet, tenemos que encontrarte un escondite- dijo Miguel y por primera vez se sonrió.
-Yo no estoy de acuerdo con eso- interrumpió Joseph y Miguel estaba a punto de iniciar otra discusión con él, pero él continuó hablando.
-Si Arlet escapa empeorará las cosas- agregó mirando a todos como si estuviera resignado a pensar como los demás. Qué demonios, si Dilandau sama la dejó fue por algo.
-Creo que Joseph tiene razón- agregó Guimel.
-Yo no lo creo así, pienso que primero deberíamos investigar cómo ellos se enteraron de la verdad- discrepó Dalet. Mientras seguían discutiendo sobre lo que Arlet debía hacer, los demás soldados que faltaban llegaron al hangar y detrás de ellos llegó Dilandau luciendo muy preocupado. Ya sabía sobre la orden de detención, había visto a los dos soldados y éstos, al reconocer al Capitán de los Dragonslayers le entregaron el documento. Dilandau lo leyó detenidamente y una vez que concluyó la lectura, rompió el papiro en mil pedazos y cuando el soldado que llevaba el papiro trató de decir algo se llevó un fuerte golpe por parte de Dilandau en la cara. Al llegar al hangar se dio cuenta de lo agitado que se encontraban todos, pero no le dio mucha importancia, sólo quería encontrar a Arlet y cuando al fin la encontró con la vista, Miguel se acercó a él muy agitado.
-Dilandau sama, Arlet fue descubierta y la van a culpar de traición. Tenemos que hacer algo- Dilandau dejó su cara de preocupación y la cambió por una de asombro y antes de que pudiera pedir explicaciones, Miguel se disculpó.
-Lo siento Dilandau sama, pero tuve que contarle a todos que descubrí que Nathan era chica- le dijo mientras se inclinaba como señal de disculpas.
-¿qué estás diciendo?- preguntó Dilandau descolocado mientras el resto de los Dragonslayers terminaba de enterarse de lo que había pasado. Gatty y Chesta eran una de las personas que recién había llegado al hangar y recién se habían enterado de la noticia. Estaban completamente impresionados, sobre todo Gatty, quien de pronto comenzó a entender muchas cosas claramente.
-Dilandau sama, tenemos que ayudarla- le dijo Miguel, quien estaba firme en su decisión de ayudar a Arlet. No lo hacía sólo por ella, sino que también lo hacía por Dilandau. Aunque ellos no lo supieran, él pudo darse cuenta de lo importante que eran el uno para el otro. Cada cambio de estado de ánimo, cada vez que estaban bien o mal, él siempre se daba cuenta, podía ver lo bien que les hacía estar bien con el otro y lo mal que les hacía estar separados. Por eso había dejado de lado sus resentimientos hacia Arlet por haberlos engañado y se comprometió a ayudarla porque de alguna forma sentía que ella era la única que podía mantener ese dejo de... quizás era inocencia o incluso bondad, pero era algo muy sublime e intangible que hacía que Dilandau siguiera teniendo algo de humanidad. Porque sentía que cada día que pasaba, Dilandau iba perdiendo esa condición, era algo tan sutil que uno no se podía percatar a menos que abriera muy bien los ojos y las orejas para notarlo y se pensara mucho en el asunto. Y definitivamente no tenía ganas de saber cómo sería Dilandau si llegara a perder eso.
-Miguel, ¿qué tanto les dijiste a los demás?- Dilandau se había acercado a Miguel y le preguntó con voz baja, sólo para que él escuchara. Miguel entendió de inmediato lo que realmente quería preguntar.
-Sólo que sabía que Nathan era mujer, nada más- le respondió.
-¿Nada más?- insistió Dilandau.
-Nada más- le respondió Miguel -su otro secreto aún está a salvo- se permitió decir Miguel y pudo ver lo incómodo que era la situación para Dilandau. El efímero rubor en sus mejillas lo delataba.
-Bien- fue todo lo que murmuró. Buscó una vez más a Arlet y su mirada se encontró con la de ella. Lo siento... le dijo Arlet con su mirada. Para ese entonces, la mitad de los Dragonslayers seguía comentado lo que acababa de ocurrir mientras que la otra seguía discutiendo sobre lo que Arlet debía hacer. El barullo fue tan grande que ya nadie se entendía con nadie, hasta que Dilandau decidió imponer orden nuevamente.
-¡¡SILENCIO!!- les ordenó con voz fuerte. Todos lo miraron y se quedaron mudos. Ahora era su turno de hablar y tenía unas cuantas cosas que explicar, porque estaba seguro que muchos se estaban preguntado por qué aceptó la mentira de Arlet y decidió continuar con ella, se les notaba en las caras que estaban confundidos y no los culpaba, él también se había sentido de la misma forma, incluso mucho peor, ya que no había soportado la idea de que una chiquilla lo hubiera engañado y se hubiera reído en su cara. Pero y ahora ¿cómo les explicaba por qué le había dado otra oportunidad? ¿Acaso fue porque sintió pena por ella o porque se vio de alguna forma reflejado en ella? Tan sola... al fin y al cabo, eso de que era una gran soldado sólo era una excusa que fácilmente podía convencer a los demás. La verdad era algo que apenas él mismo podía comprender.
-Como ya se habrán enterado, la persona que creían era Nathan en realidad es una chica llamada Arlet. Y como también acaban de enterarse, hace bastante tiempo que yo sabía la verdad- comenzó a decir mientras se paseaba entre sus soldados con los brazos cruzados y su porte de superioridad.
-Quizás se preguntan por qué no la denuncié... - en ese momento se puso frente a Arlet para mirarla a los ojos. Estaba aterrada. Luego se dio vuelta nuevamente hacia sus soldados y continuó hablando.
-Porque YO mismo elegí a cada uno de ustedes para que fueran parte de este Escuadrón. Las pruebas que realizaron para ingresar a este Escuadrón sólo eran un mero asunto burocrático, y de ninguna manera pueden decir si alguien es capaz de llegar a ser un gran soldado. Y lo que vi en cada uno de ustedes cuando los escogí lo vi también en ella, y no voy a desperdiciar a un gran soldado por una tontería- terminó de decir. Se sentía bastante meloso al decir esas cosas pero no estaba mintiendo, todo lo que había dicho era verdad, él nunca había elegido a sus soldados porque hubieran sacado una nota perfecta en el examen de conocimientos o porque tuviera una excelente condición física. Cualquiera podía lograr esas cosas, pero sólo unos pocos tenían el potencial para llevar la dura vida de un soldado y enfrentarse a todo lo que implica ser un soldado. Quizás algunos todavía parecían algo débiles para enfrentarse a eso, pero estaba seguro de que algún día llegarían incluso a morir por su patria. Y todo eso lo vio en Chesta, en Gatty, en Miguel, en Dalet, incluso en Guimel, quien se veía más frágil que los demás... y por supuesto, lo había visto en Arlet. No había nada más que agregar a esas palabras, Dilandau lo había dicho todo y los soldados se miraban unos a los otros comprendiendo todo lo que Dilandau les acababa de decir. Jamás lo habían escuchado hablar así y sabían que nunca más lo haría. Y como era su Capitán y ellos confiaban en él, todos obedecieron las órdenes que él les encomendara de ahí en adelante. El silencio reinó por unos momentos más hasta que Miguel se decidió a interrumpirlo.
-Dilandau sama ¿qué haremos entonces con Arlet?-
-No haremos nada- sentenció. Todos quedaron sorprendidos con la respuesta de Dilandau, en especial Arlet, quien por un momento se olvidó de su delicada situación y comenzó a discutir con Dilandau.
-¿¡Cómo que no haremos nada?! ¡¿mi trasero está en peligro y a ti no se te ocurre hacer nada?!- le gritó sin importarle los demás.
-No seas estúpida- le respondió Dilandau enojado -A mí nadie me va a venir a decir qué tengo que hacer con mi Escuadrón-
-Si claro, siempre tan seguro de todo- le respondió Arlet sarcásticamente, pero dejó de discutir al ver que todos la estaban mirando con los ojos desorbitados. Esa chica sí que era valiente al hablarle así a Dilandau sama... o quizás era una tonta.
-Soy el Capitán de los Dragonslayer. Nadie me dirá lo que tengo que hacer. Y si yo digo que te quedarás aquí y que no te tomarán detenida es porque así se hará- concluyó exaltado. Justo en ese momento, los dos soldados que entregaron el pergamino con la orden de detención entraron al hangar y una vez que divisaron a Dilandau, se acercaron a él con mucho recelo. Cuando estuvieron frente a él, hicieron el acostumbrado saludo militar y el soldado que le había entregado el papiro anteriormente y que había recibido el golpe habló.
-D-Dilandau sama, discúlpenos, pero debemos tomar detenido al soldado Nathan-
-¿a sí? Pues no se llevarán a nadie- les dijo Dilandau secamente.
-P-pero Dilandau sama. Es nuestro deb... - alcanzó a decir el otro soldado antes de que Dilandau le propinara un fuerte golpe en el rostro, justo en el mismo lugar en que había golpeado al otro soldado. El pobre cayó al suelo tocándose justo en donde le había llegado el golpe. Miró sus manos y estaban llenas de sangre. El otro soldado se agachó para atender a su compañero y mientras le veía el corte debajo del ojo (a él no lo había golpeado tan fuerte como para romperle la cara) Dilandau le advirtió.
-Espero que no sea necesario repetir las cosas- le dijo mientras que una fría sonrisa nacía de su boca. Sin embargo, el soldado parecía no conocer a Dilandau y trató de hacerse el listo con él. De inmediato levantó a su compañero y se excusó rápidamente para salir de una buena vez de ese lugar.
-No, Dilandau sama. Nos retiraremos de inmediato- dijo tratando de cargar a su compañero. Ni modo iba a insistirle a Dilandau que debía llevar detenido al soldado. Era mejor que otra persona de mayor rango se ocupara de ese asunto. Sin embargo, Dilandau pudo ver claramente las intenciones del soldado, por lo que se acercó nuevamente a él y le propinó una bofetada que lo hizo caer a él y a su compañero al suelo fácilmente. Luego de eso, agarró el brazo de Arlet y se la llevó lo más rápido que pudo fuera del hangar. Antes de salir dio una fugaz mirada atrás y pudo darse cuenta cómo sus soldados impedían que los otros salieran del lugar. Abrió la puerta y tiró a Arlet hacia fuera, luego de eso dio un fuerte portazo. Para cuando Arlet se dio vuelta hacia Dilandau, él se encontraba apoyando sus brazos y su cabeza en la puerta. Ella trató de mirar su rostro pero no podía.
-Dilandau... - apenas murmuró, pero al parecer él no la escuchaba -L-lo siento... - apenas alcanzó a decir antes de que Dilandau golpeara la puerta con todas sus fuerzas, tanto que su puño se entumeció por un momento y Arlet dio un brinco. Después de esa descarga de ira, respiró profundamente para ordenar sus pensamientos. Se giró hacia ella y le dijo seriamente.
-Tienes que venir conmigo- le dijo mientras la agarraba del brazo nuevamente, sin embargo no había alcanzado a dar dos pasos cuando escuchó la potente voz del General Adelphos.
-¿¡qué demonios crees que haces, Dilandau?!-
-Debo ver a Folken de inmediato- Dilandau estaba seguro que si alguien podía ayudarlo de alguna forma, era Folken y ahora necesitaba su ayuda más que nunca.
-Idiota. Sabes que no puedes hacer eso- lo increpó Adelphos. Sabía que Dilandau no iba a obedecer tan fácilmente y menos si sólo mandaba a dos pobres soldados a decirle lo que tenía que hacer. Dilandau se quedó callado un largo instante pensando en lo que debía hacer. No podía dejar que se llevaran a Arlet detenida, pero tampoco podía desobedecer las órdenes del General Adelphos. Después de todo era su superior. Él se acercó a los dos muchachos que parecían dos pequeños conejos atrapados en una trampa, esperando que el lobo diera un zarpazo y los comiera. Miró a Dilandau a los ojos y luego al supuesto soldado que había mentido sobre su identidad.
-Si lo que pretendes es ayudarla, estás haciendo todo mal- le aconsejó el General. Los dos pudieron sentir un extraño tono paternal en su voz, pero era algo tan tenue que apenas era perceptible. Dilandau miró a Arlet quien se había puesto detrás de Dilandau, pero ella seguía mirando al General Adelphos.
-Vamos, deja a la chiquilla y ocúpate del asunto como debe ser- volvió a hablar el General Adelphos. Dilandau continuaba resistiéndose a entregar a Arlet, pero ella se dio cuenta de que era algo en vano, que era mejor hacer lo que ellos decían sino quería salir aún más perjudicada y de paso perjudicar a Dilandau. Se adelantó a Dilandau y se colocó en medio de los dos.
-El General Adelphos tiene la razón, Dilandau sama- le dijo girándose hacia él -Estoy segura de que harás todo lo posible por ayudarme- ella no quería irse, quería quedarse ahí con Dilandau y escapar con él a cualquier lado, pero sabía que era una locura.
-Bien, entonces vámonos- le dijo Adelphos. A ella le hubiera gustado tener algo de privacidad y que el General Adelphos desapareciera por un instante, lo suficiente como para despedirse de Dilandau con un beso. Tenía miedo de que fuera la última vez que lo viera.
Arlet pensó que el mismo General Adelphos la iba a llevar detenida, pero en lugar de eso volvió a entrar en el hangar y llamó a los dos soldados que aún estaban ahí para que ellos mismos terminaran el trabajo que debían hacer. Los soldados obedecieron de inmediato y cuando se acercaron a Arlet le pusieron unas esposas en las manos y se la llevaron. Caminaron un buen tiempo, pasando por muchos pasillos y salones, que afortunadamente para Arlet estaban completamente vacíos. Cuando por fin llegaron a la pequeña cárcel se encontraron con otro soldado que era el encargado de vigilar las celdas, y cuando vio a Arlet y a los otros soldados se sorprendió tanto que casi se cae del asiento en el que se encontraba. No era muy usual tener visitas por esos lados a no ser que los calabozos estuvieran llenos de soldados cumpliendo algún castigo (Dilandau no era el único Capitán exigente del imperio). Los dos soldados le explicaron al guardia que el soldado Nathan Alaher estaba detenido bajo el cargo de traición, pero no dijeron nada sobre por qué lo acusaron. Luego de eso, el guardia le quitó las esposas y procedió a quitarle su espada y su daga, ya que no debía tener ninguna clase de arma con él. Una vez que Arlet estuvo desarmada, el guardia abrió un portón de barrotes y la condujo por un corto y ancho pasillo iluminado por unas precarias antorchas, en el pasillo habían seis celdas ubicadas tres hacia la izquierda y tres a la derecha, todas del mismo porte. A medida que caminaba, Arlet pudo notar que estaban completamente vacías. Supongo que no todos los días acusan a los soldados de traición, pensó Arlet. Era irónico que los calabozos siempre estaban llenos de gente, en cambio, la pequeña cárcel del Ejército estaba completamente vacía, lo que hablaba bien de los soldados, sólo a ella se le había ocurrido reírse del Gran Ejército de Zaibach. Ella fue encarcelada en la última celda que quedaba a mano izquierda, la dejaron adentro, le pusieron llaves a la celda y la dejaron completamente sola. Irónicamente, la celda era mucho más cómoda que un calabozo. Tenía un pequeño camarote a un lado de la pared y al frente del camarote se encontraban el lavamanos y el excusado y se notaba que no había sido usado en mucho tiempo. Cerca del camarote, había colgada en la pared una pequeña lámpara a gasolina, que producía una leve luz azulina. A pesar que por donde entró sólo era una reja de barrotes y no tenía ninguna privacidad, supuso que no iba a ser realmente un problema, después de todo, era la única que estaba ahí. Se había quedado quieta por un buen momento, mirando detenidamente cada detalle de la celda en la que estaba y de pronto dio un largo suspiro. Se acercó a la cama y sentía que todo el cuerpo le pesaba, sobre todo los pies. Se tiró boca abajo y agarrando la almohada la apretó con fuerzas y comenzó a llorar con ganas y no le importó si el guardia la oía.
Pasaron dos monótonos días en los que no hizo absolutamente nada. En la mañana, venía el guardia a traerle un frugal desayuno y a la hora del almuerzo su pequeña porción de comida. Durante esos dos días no sintió mucha hambre, por lo que se demoraba una hora aproximadamente en terminar el desayuno. En cuanto al almuerzo, había tratado de comerlo todo el primer día que estuvo, pero por más que trató, no fue capaz de comérselo todo, sin embargo el segundo día sí pudo comer un poco más. Estaba completamente desorientada en cuanto a las horas y tampoco tenía noticias sobre lo que estaba pasando afuera. Eso la hacía sentirse completamente angustiada y ansiosa de saber noticias. ¿Dilandau habrá podido hacer algo?... o quizás ya se olvidó de mí y va a dejar que me pudra en esta fría celda... Tener tanto tiempo libre la hacía imaginarse los peores escenarios en los que era tomada sentenciada y tomada presa en alguna cárcel llena de asesinos y psicópatas o que era completamente humillada en público... y si quería ser más dramática, imaginaba que la condenaban a la pena de muerte y era decapitada y su cabeza exhibida a todo el mundo como forma de mostrarle a todos que el gran Ejército de Zaibach no podía ser engañado sin sufrir las graves consecuencias. Se la pasó horas imaginando ese tipo de cosas echada en la parte superior del camarote y se quedó horas y horas contemplando la pequeña llama de la lámpara, que apenas alumbraba y ni siquiera calentaba el lugar. Durante esos dos días no pasó hambre, pero sí mucho frío, ya que las paredes eran de piedra y por los barrotes entraba un viento que le congelaba los huesos, así que por las noches se permitió poner las mantas de la cama superior del camarote en la de abajo, en donde durmió muy a gusto con cinco mantas encima. Todo había estado demasiado tranquilo durante esos dos días, pero cuando despertó al tercer día de estar detenida, tuvo el presentimiento de que no iba a ser un día común y corriente. De partida, despertó completamente destapada y sudando, y cuando se levantó, se dio cuenta de que el día (o sólo la celda, ya que no tenía la más mínima idea de cómo estaban las cosas afuera) estaba extrañamente denso y caluroso. Tomó su desayuno como siempre y cuando vio que el soldado no entraría más a la celda, trató de asearse lo mejor que pudo. Mientras comenzaba a ponerse sus vendas, bien ceñidas al cuerpo para ocultar sus senos, se dio cuenta de que ya no era necesario usarlas más, así que comenzó a quitárselas con algo de desesperación por liberarse luego de ella y las tiró al suelo. Se puso la pequeña camiseta color lavanda y luego los pantalones del uniforme. Se tocó los senos por encima de la camiseta y le encantó sentir esa soltura del cuerpo, lejos de las ataduras, los broches y elásticos que marcaban la piel. Se sentía tan bien que la sensación le recordó las veces en la que había estado con Dilandau completamente desnuda, libre de la ropa, libre del pesado uniforme y de las apretadas vendas... libre de sus habituales caretas... ahora que lo pensaba, sólo en aquellas ocasiones se había sentido como ella realmente, como Arlet, de 18 años... mujer... Recordar todo eso hizo que se sonrojara como un tomate y sintiera aún más calor del que ya sentía, sin embargo, al pensar en que quizás nunca más volvería a estar así con Dilandau la entristeció tanto que comenzó a dolerle la cabeza. Se tiró a la cama, mirando la litera de la cama de arriba y sin darse cuenta comenzó a llorar amargamente. Te extraño tanto.
-Arlet... Arlet... - se escuchaba un leve murmullo en la celda. Arlet se encontraba tirada en la cama boca abajo y comenzó a abrir los ojos poco a poco. De lo primero que se dio cuenta era que sentía los ojos hinchados y la almohada bajo su rostro estaba húmeda, lo más probable era que se había quedado dormida llorando. Se levantó poco a poco, ya que se sentía algo mareada y cuando se sentó en la cama, vio con asombro que Miguel, Guimel y Gatty se encontraban al otro lado de la reja de barrotes. La habían venido a visitar.
-¡chicos! ¿qué están haciendo aquí?- preguntó sorprendida.
-Vinimos a arreglar un problema de alcantarillado- le contestó Miguel.
-Por supuesto que vinimos a verte- le respondió Gatty. Los tres se largaron a reír. Arlet los miró aún más sorprendida, pero no pudo reírse junto a ellos.
-¿y cómo llegaron hasta acá?- les preguntó.
-Bueno, nosotros... - dijo Guimel moviendo un pequeño frasco que tenía en su mano, haciendo sonar estrepitosamente las pastillas que había en el interior -hicimos dormir al guardia- los tres volvieron a reírse y esta vez Arlet sí pudo reírse con ellos.
-Son unos locos- dijo. Cuando todos dejaron de reírse, los tres chicos contemplaron el cuerpo de Arlet, ya no como el de Nathan, un hombre, sino como el de una mujer. Ella sólo llevaba puesta su camisa de color lavanda y al no usar los vendajes se podían apreciar claramente las curvas de sus senos por sobre la camisa y se podía ver con toda claridad por sobre el pronunciado escote el lugar exacto en donde la carne comenzaba a elevarse, dando forma a sus pequeños y firmes senos. Sus brazos desnudos se veían frágiles al igual que su largo cuello y su cintura se veía imposiblemente pequeña. Arlet se dio cuenta de las miradas de sus compañeros y su rostro enrojeció furiosamente. Instintivamente se llevó las manos a su pecho, cubriéndose y bajó la mirada. Sólo Dilandau la había visto de esa forma y no quería que nadie mas la viera así.
-Ya ven, no puedo remediarlo: soy una chica- dijo avergonzada. Los chicos que se habían quedado mirando a Arlet embobados y curiosos, inmediatamente desviaron su vista hacia cualquier otro lado que no fuera el cuerpo de Arlet y también enrojecieron. Era la primera vez que habían visto el cuerpo de una chica y aunque no la habían visto completamente desnuda, se sentían en el paraíso con lo poco que habían visto. Miguel tosió un poco y cambió el tema radicalmente.
-¿Has estado bien?-
-Más o menos. No he pasado hambre, pero sí mucho frío los dos días anteriores. No me tratan mal, pero lo que me angustiaba era no saber noticias de lo que está pasando-
-Bueno, hasta el momento, nadie aparte de nosotros sabe lo que está pasando- dijo Gatty.
-Es verdad, todo el asunto se ha manejado con mucha discreción- agregó Guimel.
-Eso es bueno- dijo Arlet. Sabía que un escándalo como ese no le haría nada de bien ni a Dilandau ni al resto del Escuadrón, que debía mantener el alto prestigio que tenía dentro del Ejército. No supo por qué, pero de pronto se preguntó qué pasaría si Marcos, el Capitán del Escuadrón Serpiente, se enterara de todo. Aquel pensamiento le provocó un escalofrío que le recorrió la espalda. No me gustaría saberlo.
-Dilandau sama está haciendo todo lo posible por convencer a sus superiores que te permitan seguir con nosotros- le explicó Miguel. Al escuchar en nombre de Dilandau, su rostro se iluminó por un momento y se dio cuenta de que no la había abandonado. Gatty vio ese pequeño destello en el rostro de Arlet, imperceptible a los ojos de Miguel y Guimel, pero no para él.
-Debes tener paciencia, Arlet. No creo que esto se decida de la noche a la mañana- le aconsejó Miguel.
-¿Pudieron averiguar cómo fue que se enteraron de la verdad?- preguntó Arlet.
-Bueno, Dilandau sama no nos dice muchas cosas, pero por lo que nos dijo, unos datos que no calzaban en tus archivos hicieron que comenzaran a investigar. Y se dieron cuenta de que Nathan no existía- dijo Miguel.
-¡Maldita sea!- exclamó Arlet. No podía creer que había sido descubierta sólo por un simple y estúpido papel. Todos asintieron en silencio.
-¿Y ustedes creen que pueda tener alguna oportunidad?- preguntó Arlet.
-La verdad es que es muy difícil. Nosotros no sabemos muchos, pero por el genio de Dilandau sama, las cosas están muy complicadas- comentó Gatty.
-Es cierto, Dilandau sama anda con un genio de los mil demonios- dijo Guimel. Otra vez todos guardaron un prolongado silencio. Arlet quería preguntar hace mucho rato algo, pero no sabía si debía hacerlo o no. Al final, decidió que ya que estaban en confianza con los chicos, le responderían con la verdad.
-¿están muy enojados conmigo?... quiero decir, los chicos...-
-No te preocupes por eso ahora Arlet, si vinimos a verte es por algo- le dijo Guimel con su acostumbrada inocencia. Arlet agradeció una vez más el gesto de Guimel, él siempre había sido muy buena persona con ella a pesar de la forma en que ella lo trataba.
-Guimel, en verdad te admiro. Yo siempre te trataba mal, pero tú siempre fuiste amable conmigo- le dijo y en ese momento se acercó aún más a la reja y pasando sus delgados brazos por entre los barrotes, tomó la cabeza de Guimel y le dio un pequeño beso en la mejilla.
-Gracias por todo- le dijo y cuando se separó de él, pudo darse cuenta de que estaba rojo de vergüenza. Ella agradeció el gesto sonriendo mientras Gatty y Miguel miraban asombrados.
-Cr- creo que deberíamos irnos, el guardia despertará en cualquier momento- Miguel no quería interrumpir, pero no debían arriesgarse tanto, ya que podía ser peligroso tanto para ellos como para Arlet.
-Tienes razón Miguel, es mejor que se vayan- les dijo Arlet. Miró a los tres un momento y se alegró de tener compañeros como ellos, realmente a ellos no les importaba si ella era hombre o mujer, la habían llegado a respetar por lo que ella era en el fondo y eso la hizo sentirse querida en un modo que nunca pensó iba a ser querida. En realidad ellos eran su familia, eran sus hermanos que nunca tuvo. Sólo podía decirles una cosa.
-Gracias- ellos entendieron lo que Arlet quería decirles y aceptaron sus agradecimientos con el corazón.
-Cuídate Arlet- le dijo Miguel.
-Te estaremos esperando- agregó Guimel y los dos comenzaron a caminar por el pasillo hacia la puerta. Gatty se quedó unos instantes más con ella. Había algo que tenía que tenía que preguntarle.
-Arlet... quiero preguntarte algo- por la forma en que miraba a Arlet, ella supo inmediatamente lo que era.
-Lo amas ¿verdad?- Arlet sintió que el corazón comenzaba a palpitar fuerte y rápido. Sabía la respuesta a esa pregunta, pero sentía tanto miedo de responder que fue sobrepasada por él. Sus ojos rápidamente se humedecieron y no pudo evitar que se le escapara un solitaria lágrima. Gatty seguía esperando una respuesta y de la única forma en que Arlet pudo responder fue asintiendo con la cabeza.
-Lo sabía... - le dijo Gatty quien entendió todo y el rompecabezas en su mente se completó. Arlet movió sus hombros mientras se secaba los ojos asintiendo a lo que Gatty le había dicho. Parecía que todo sobre ella estaba quedando al descubierto.
-Cuídate- fue lo último que le dijo y se marchó. Ella amaba a Dilandau y él a Celena. Vaya forma arruinarles la vida el maravilloso, glorioso y todo poderoso Ejército de Zaibach. Sintió pena por Arlet, por Dilandau y por Celena, y por qué no, también sintió pena por él y no podía pensar más que con rabia en el gran Ejército de Zaibach y se preguntó qué tan podridos estaban sus cimientos y por cuanto más podía aguantar toda esa mierda antes de que ese gran poderío se derrumbara.
Después de que los chicos se fueron, Arlet se tiró nuevamente a la cama y comenzó a divagar y divagar, aunque esta vez sus pensamientos no fueron tan trágicos, sobre todo ahora que sabía algo de lo que estaba pasando y que veía que Dilandau no la había olvidado... y de tanto pensar y pensar una vez más se quedó dormida y comenzó a soñar. Soñaba que mientras ella dormía en el mismo sueño, Dilandau llegaba de sorpresa, abría la puerta de la celda y entraba. Ella se despertaba, pero no se movía de su lugar, sólo esperaba a que Dilandau se acercara a su cama y se pusiera de rodillas frente a ella.
-Lo conseguí- era todo lo que decía. Su cara parecía la de un pequeño niño al decirle a sus padres que había sido la mejor nota de la clase y esperaba ansioso un abrazo o un gesto de felicitaciones.
-¿qué pasó?- le preguntaba Arlet. Tenía una leve idea de lo que podía ser, pero quería escucharlo de la boca de Dilandau.
-Puedes quedarte conmigo, Arlet- le decía Dilandau mientras acariciaba su cabello -nadie te podrá separar de mí- en ese momento, Arlet sentía cómo sus ojos se humedecían rápidamente y sin poder controlarlo comenzaba a llorar.
-Me quedaré contigo, Dilandau- le respondía Arlet. Quería acariciarlo, pero de pronto su cuerpo se sentía muy pesado, como si alguien estuviera encima de ella afirmándole los brazos. Era esa extraña sensación de los sueños de sentir realmente lo que estaba soñando, como si lo estuviera viviendo de verdad. Trataba de no prestarle mucho atención al asunto y dirigía una vez más su mirada hacia Dilandau. Podía hacerlo, sabía que ahora podía hacerlo y ya no tenía miedo de decirlo.
-Dilandau, yo te am... - fue todo lo que alcanzaba a decir, porque Dilandau sellaba sus labios con sus dedos, como si no quisiera escuchar lo que Arlet quería decirle. De pronto aparecía de la nada en la mirada de Dilandau esa chispa de perversidad que dejaba al descubierto cuando peleaba. Era como aquella mirada que le dio aquella vez en que estuvo a punto de obligarla a tener relaciones con él, como si un interruptor se activara dentro de él desatando todo ese odio, ira y crueldad. El terror de aquella mirada le recorría la espalda y por un momento quiso que Dilandau se alejara de ella. Sin embargo, así como llegó ese brillo en los ojos que hacía que se vieran más rojos (como el color de la sangre) desapareció con la misma rapidez y aquellos vivaces ojos rojos se fueron cerrando a medida que se acercaba a ella para besarla. Un beso de Dilandau, eso era todo lo que ella ansiaba durante esos tres largos días, él se acercaba más y más hasta que sus labios rozaron suavemente los de ella... pero algo era distinto... esos no eran los labios de Dilandau, esa no era su boca, no era su aliento... trataba de separarse de Dilandau y aquel beso suave se transformaba rápidamente en algo duro y violento, Dilandau comenzaba a apretarle fuertemente la mandíbula enterrándole los dedos en la cara y su lengua invadía agresivamente su boca y de pronto comenzó a sentir un sabor amargo en su boca... comenzaba a forcejear y no podía zafarse de aquel beso y de pronto se dio cuenta que no estaba soñando, alguien la estaba besando a la fuerza y definitivamente no era Dilandau. Mientras seguía forcejeando, sintió que le mordían el labio inferior y con el dolor abrió los ojos de par en par. Y lo que vio la dejó paralizada de terror.
Hasta que al fin se supo todo... ¿y qué irá a pasar con nuestra heroína? ¿quién será su visitador nocturno?... ¿qué demonios va a pasar?. Bueno, desde ahora en adelante, las cosas van a estar un poquito más complicadas, así que espero que no les moleste las malas palabras...
Demás está decir que agradezco a todas las personas que están leyendo mi fanfic y que me dan su sincera opinión. Y será hasta la próxima.
