Boys Don't Cry

por Karina

De un salto se sentó en la cama completamente agitado y aterrorizado. Desde que tomaron presa a Arlet no dejaba de soñar con ella y siempre era lo mismo, la veía morir bajo el filo de su espada. Se quedó un rato acostado, tratando de tranquilizarse, ya no importaba llegar un par de minutos tarde, después de todo en ese último tiempo se le estaba haciendo costumbre llegar incluso después que sus soldados. Cuando ya estuvo algo tranquilo, se secó la transpiración de la frente, curiosamente después de tranquilizarse seguía sudando y sentía un calor que se concentraba en su cabeza. Sentía un pequeño malestar en el estómago, como si tuviera ganas de vomitar, pero supuso que ese malestar se debía al sueño que acababa de tener. Sea como sea, ya se le estaba haciendo tarde una vez más y tenía que apurarse para dejar a Gatty al mando del escuadrón para que él pudiera discutir con el General sobre el asunto de Arlet. Se bañó y se vistió lo más rápido que pudo, y cuando llegó al Salón decidió que entrenaría un poco con la espada junto a sus soldados antes de hablar con el General Adelphos. Pero estaba tan distraído que ni siquiera se dio cuenta de que ni Gatty, ni Guimel ni Miguel estaban en el entrenamiento. Así pasó toda la mañana, practicando con la espada pero con su mente en el asunto de Arlet. De verdad se le estaba haciendo muy complicado tratar de convencer a Adelphos que no expulsara a Arlet del Escuadrón, que era una estupidez desperdiciar a un soldado de elite como ella y que si querían darle un castigo, que podía hacerlo pero sin la necesidad de enfrentarla a una corte marcial. Estaba tan absorto en sus pensamientos que tampoco se dio cuenta cuando llegaron Gatty, Guimel y Miguel. Cuando pasaron tres horas aproximadas de entrenamiento, decidió que ya era hora de hablar por enésima vez con el General Adelphos. Llamó a Gatty, quien se acercó a Dilandau muy asustado, ya que pensaba que Dilandau lo reprendería por haberse escapado del entrenamiento, y le pidió que se hiciera cargo del Escuadrón mientras él iba a hablar con el General Adelphos. Una vez que dejó ese asunto arreglado, comenzó a dirigirse al despacho del General y durante el camino, esa sensación de náuseas que le había dejado el sueño volvió a aparecer y le comenzó a doler la cabeza. Probablemente se debía al calor que hacía ese día que hacía que le doliera la cabeza. Y probablemente también se debía al calor, pero de pronto comenzó a sentirse extraño, como si algo le dijera en su mente que debía ir a ver a Arlet. Desde que la detuvieron, Arlet tenía prohibido cualquier tipo de visitas, ni siquiera Dilandau podía verla y él había obedecido sólo porque no quería complicar más las cosas, pero lo que sentía en ese momento era más fuerte que la razón, era como si una fuerza extraña lo obligara a dirigirse hacia donde estaba ella. Trató de ignorar esa sensación, pero una vez que estuvo afuera del despacho del General Adelphos, a punto de tocar la puerta se arrepintió. Se quedó mirando la puerta, con la mano extendida y el puño cerrado para golpearla y no hizo nada. De pronto escuchó una voz en su cabeza "te necesita..." Dilandau se quedó paralizado y por un momento dejó de respirar. Bajó su mano empuñada y se apartó de la puerta, respiró hondo y se decidió a ir a ver a Arlet. Caminó y caminó por las instalaciones del Vione y mientras más cerca estaba de la cárcel, más rápido caminaba. Tenía un mal presentimiento. Cuando llegó a la pequeña cárcel, lo primero que vio fue al guardia tirado en el suelo totalmente inconsciente. Maldición..., se agachó para observar bien el cuerpo y se dio cuenta que sólo estaba desmayado, pero lo que más le preocupó era que no tenía las llaves. Miró por todos lados buscándolas, pero no tuvo que buscar mucho, porque se dio cuenta de que el portón de barrotes que daba a las celdas estaba abierto. Sacó su espada y entró al pasillo muy alerta y a medida que se iba acercando al final del pasillo, pudo escuchar voces... Maldición, es Arlet... Dilandau sintió que la garganta se le apretaba, pero trató de no alterarse. Siguió acercándose silenciosamente al final de pasillo y a medida que más se acercaba, más podía darse cuenta de lo que estaba pasando. Alguien estaba con ella, pero no tenía idea quién podía ser, de lo único que estaba seguro era de que la estaban lastimando. De pronto se escuchó un quejido grave y un inquietante silencio. Dilandau ya estaba en la entrada de la celda, pero aún no se atrevía a mirar, las antorchas que habían en el pasillo se habían apagado y todavía no se acostumbraba bien a la penumbra y la única luz que había era la que provenía desde la celda en donde estaba Arlet. Siguió escuchando silencio por unos minutos que le parecieron eternos, hasta que de pronto escuchó...

¡PAF!

El sonido de la bofetada inundó toda la celda y lo que vino después sobrecogió el corazón de Dilandau. Era Arlet, estaba llorando como nunca antes la había escuchado.

-¿estás llorando?... ¿¡DE VERDAD ESTÁS LLORANDO!?- al escuchar la voz, Dilandau la reconoció inmediatamente. Era Marcos. Ese maldito bastardo... ¿¡cómo demonios se enteró?! Pensó Dilandau furibundo. Maldito hijo de puta, si le haces algo más a Arlet juro que te mataré... pensó Dilandau con furia, pero de pronto sintió una especie de extraña satisfacción al verse con la oportunidad de matar a ese gusano que le arruinaba la existencia.

-Ja, ya me queda claro que eres una chica... los hombres no lloran, ¿lo sabías?- lo escuchó hablar nuevamente. Quería saber cómo estaba la situación adentro, así que con mucho cuidado asomó su cabeza y pudo ver más o menos cómo estaban las cosas ahí adentro. Habían dos soldados que sostenían a Arlet y estaban dando la espalda a la entrada de la celda, mientras que Marcos estaba frente a ellos. Ahora que observó cómo estaban ahí adentro, Dilandau se sintió más seguro para atacar por sorpresa, sabía que la penumbra lo ayudaría y Marcos estaba tan ensimismado en su jueguito que no se daría cuenta de lo iba a pasar. Dejó de asomarse y apretó el puño de su espada con fuerzas y se dispuso a entrar con cuidado, pero antes de que pudiera hacer algo, escuchó la voz de Marcos nuevamente.

-¡¡AHORA SÍ LLORA CON GANAS!!- sintió otro golpe de Marcos contra Arlet.

-¡¡Vamos, niñita patética, defiéndete ahora si es que puedes!!- lo escuchó gritar mientras escuchaba el sonido de otra bofetada.

-¿¡Y dónde está Dilandau que no viene a salvarte!? Parece que no te sirvió de nada revolcarte con él- Dilandau comenzó a temblar al escuchar a Marcos, y las ganas de acabar con él comenzaron a calar más fuerte en su corazón. Maldito bastardo... ya vas a ver lo que es bueno..., y sin pensarlo más, se metió con decisión a la celda, levantó su espada y la enterró en el pecho de uno de los soldados que estaban afirmando a Arlet. La espada entró limpiamente y sin dificultad en el cuerpo del soldado y Dilandau pudo sentir cómo la espada penetraba en el corazón del soldado, que cayó inconsciente al suelo. Los demás aún no se daban cuenta de lo que estaba pasando y aprovechando la ocasión, repitió la operación con el otro soldado... y la sensación que le provocó enterrar su espada en la carne viva del soldado lo hizo sentirse emocionado... y recordó la excitación que sentía en sus sueños, cuando luchaba contra las sombras. Al fin Arlet había quedado libre, pero pudo darse cuenta de que no sabía muy bien lo que estaba pasando, porque lo miró detenidamente durante unos segundos antes de que lo reconociera. Parecía que estaba feliz de verlo, porque soltó una carcajada y le sonrió. Tenía toda su camisa llena de sangre que le salía de la boca y la nariz y vio que aún estaba llorando, pero aún así, le sonrió cuando lo reconoció. Arlet sentía que las piernas le temblaban pero aún así, hizo un gran esfuerzo por tratar de acercarse a Dilandau, pero no pudo. Marcos, quien también se había dado cuenta de la presencia de Dilandau, la agarró del pelo con una mano y la tiró hacia su lado, mientras que con el brazo libre la aprisionó, dejando los brazos de Arlet inmóviles.

-Muévete un centímetro y te corto el cuello- le advirtió Marcos, quien le había soltado el cabello y ahora apuntaba su daga, la misma que había ocupado para matar a los otros dos soldados, al cuello de Arlet. Mientras, Dilandau se acercaba lentamente a ellos con su espada que aún goteaba sangre.

-Cobarde, siempre escondiéndote detrás de alguien- dijo Dilandau colocándose frente a los dos. Aunque aparentaba tranquilidad y confianza, estaba alerta y con cada uno de sus sentidos al cien por cien... y por qué no negarlo, también estaba emocionado.

-Si avanzas un paso más, mato a tu maldita perra- le advirtió Marcos mientras acercaba aún más la daga al cuello de Arlet.

-Vamos, no serías capaz de hacer algo así- le dijo Dilandau burlándose de Marcos.

-No tienes los cojones para hacerlo- agregó tratando de provocarlo. Si algo sabía de Marcos era que perdía la cabeza cada vez que él lo provocaba y que por ese motivo los dos se habían ganado varios castigos. Sabía que si lo provocaba lo suficiente, terminaría olvidándose de Arlet y se lanzaría a atacarlo ciegamente. Sin embargo, Marcos comenzó a reírse.

-jajaja... ¿de verdad crees que no soy capaz de hacerlo?- le dijo desafiándolo y el recuerdo de los soldados muriendo bajo el filo de su daga volvió a su mente. No me tientes a hacerlo de nuevo, porque los siguientes serán tú y tu pequeña puta.

-Acabo de matar a esos dos estúpidos soldados que la tomaron detenida- se sentía victorioso confesando su crimen, apostaba a que Dilandau nunca se habría esperado algo así y sabía que estaba sorprendido porque se había quedado completamente callado y por un momento perdió ese aire de superioridad que siempre tenía.

-¿Cómo crees que me enteré de todo?- le preguntó seguro de que tenía dominada la situación. Si antes Arlet estaba aterrorizada, lo que estaba sintiendo en esos momentos sobrepasaba todos sus temores y superaba todas las fatídicas fantasías que se había imaginado al ver que la habían descubierto... de pronto le pareció que no era tan malo que le cortaran la cabeza y la exhibieran en público. Aunque no podía hacerlo, trataba de calmarse y de no temblar tanto, ya que podía sentir que la daga de Marcos le clavaba el cuello. Miró a Dilandau y pudo ver en su cara incertidumbre y frustración, definitivamente no sabía cómo iban a terminar las cosas.

-Pues, yo también acabo de matar a tus estúpidos soldados- le dijo sonriendo fríamente cambiando su actitud. En realidad, no sabía si estaba en lo cierto o no, pero no podía darse el lujo de verse débil ante Marcos, por muy desfavorable que fuera la situación para él. Sin embargo aquella maléfica sonrisa desapareció rápidamente de su rostro -y el próximo serás tú-

-¡los que van a morir son tú y esta estúpida niña si no te callas!- le gritó Marcos enfurecido, ya se estaba hartando de esa situación y no iba a dejar que ese imbécil se saliera con la suya, no cuando tenía todo a su favor para ganar -Vamos, ¿acaso quieres que la mate?- le preguntó. Dilandau miró a Arlet y pudo darse cuenta del terror que había en ella.

-¿qué demonios quieres, Marcos?- le preguntó Dilandau.

-Nada... yo estaba muy bien arreglando algunos asuntos con esta dama, hasta que tu llegaste y nos interrumpiste. Así que si no te molesta, puedes retirarte- le respondió Marcos mientras miraba a Arlet y le daba un beso en la mejilla. Arlet cerró los ojos en señal de repudio y Dilandau sintió que la cara le ardía de rabia.

-¡suéltala!- le ordenó Dilandau -Suéltala y pelearé contigo- tanto Marcos como Arlet quedaron sorprendidos ante las palabras de Dilandau. Arlet, quien seguía temblando, no estaba segura de lo que Dilandau quería conseguir con todo eso. Marcos por su lado había quedado completamente descolocado. Luchar contra Dilandau era lo que siempre había querido, luchar contra ese infeliz al que todos rendían pleitesía y parecía que todo lo que hacía era perdonado. Nunca había soportado el hecho de que siempre él fuera considerado como el mejor espadachín, el mejor piloto de guymelefs, el mejor capitán de todo el Vione. Él, un estúpido fenómeno, un simple y vulgar ratón de laboratorio había sido capaz de apocarlo ante su padre y sus antepasados, todos grandes guerreros del Imperio de Zaibach. Y ahora el muy imbécil le daba la oportunidad de luchar contra él...

-¿qué estás diciendo?- le preguntó incrédulo. Dilandau nunca había accedido a luchar contra él cada vez que lo provocaba y si ahora era él el que estaba pidiendo un duelo, era porque algo estaba tramando.

-Lo que escuchaste. Lucharé contigo, ¿no es lo que siempre quisiste, Marcos?- le preguntó Dilandau muy seguro de lo que decía. Sabía que iba a acceder, él siempre le había buscado el odio y tenía una obsesión por enfrentarse contra él, pero Dilandau nunca accedía porque sabía que el día en que luchara con él terminaría matándolo. Y estaba seguro que de ninguna forma podía perder. Sólo tenía que seguir provocándolo. Como Marcos aún no respondía, decidió seguir con su plan.

-¿acaso no te atreves, gallina? Ja, eres un cobarde, no tienes los cojones para enfrentarme porque sabes que vas a perder-

-¡¡CÁLLATE IMBÉCIL!!- gritó Marcos nuevamente. Si había algo que no soportaba era que lo llamaran cobarde, sobre todo si se trataba de Dilandau. Por supuesto que lucharía contra él, pero lo que Dilandau no sabía era lo mucho que había practicado desde aquel día en donde perdió contra la chica. Había quedado tan mal después de aquella derrota que comenzó a practicar y practicar hasta que se volvió muy hábil, y tenía la certeza de que esta vez él sería el ganador. Ya verás, maldito fenómeno, te vas a llevar una gran sorpresa...

-Está bien, tú y yo pelearemos- le dijo Marcos. Tanto Dilandau como Arlet sintieron algo de alivio al ver que Marcos aceptó el reto, obviamente Arlet ya no era de interés para Marcos. Al menos eso era lo que habían pensado.

-Pero antes que nada... - dijo Marcos, acercó nuevamente su rostro al de Arlet y la besó en la mejilla.

-Un recuerdo de mi parte- Marcos le susurró al oído y en un abrir y cerrar de ojos, enterró su daga en el estómago de Arlet. Ella dio un fuerte quejido de dolor.

-¡¡Ahora estamos a mano!!- le dijo mientras le enterraba aún más la daga en su estómago haciendo que Arlet se levantara del dolor. Mientras sentía la risa de Marcos en su oído, lo que estaba sintiendo en su interior era el dolor más profundo que había podido imaginar, podía sentir la daga que le quemaba los intestinos como si fuera una braza ardiente y podía sentir la tibieza de su sangre que comenzaba a bajar por su vientre y se colaba por sus pantalones.

-¡¡MALDITO BASTARDO!!- le gritó Dilandau, dejó su espada caer al suelo y se acercó a Marcos, dispuesto a romperle la cara con sus propias manos, pero él sacó la daga del cuerpo de Arlet y luego la empujó hacia Dilandau, quien alcanzó a agarrarla antes de que cayera al suelo. Arlet estaba tiritando y cuando Dilandau la levantó para que se parara ella sola, las piernas le tiritaban tanto que apenas podía mantenerse de pie y se negaba a sacar las manos de su herida. Por un momento, Dilandau se olvidó de Marcos y puso toda su atención en Arlet.

-Déjame ver tu herida- le dijo, pero Arlet negó con la cabeza.

-¡Maldición, saca tus manos!- le ordenó sacando él mismo las manos ensangrentadas de Arlet de su estómago y lo que ambos vieron era desalentador. Se podía ver a simple vista que era una herida muy profunda y que en poco tiempo la mataría.

-¡Maldito hijo de puta!- dijo Arlet entre llantos.

-No seas estúpida- le dijo Dilandau -es sólo un rasguño. No tienes por qué exagerar- agregó. De verdad quería creer eso, que sólo se trataba de un simple rasguño, pero no era así. La herida era bastante profunda... sin embargo, estaba seguro de que Arlet podría soportar por unos momentos más... al menos hasta que se deshiciera de Marcos y luego llevarla al hospital. De pronto sintió escalofríos al darse cuenta que lo que estaba sucediendo era muy parecido a lo que pasaba en su pesadilla. No, ella no se va a morir.

-Te vas a poner bien- agregó con la mirada severa.

-Lo sé- fue lo único que le contestó Arlet. Se miró una vez más la herida y le impresionó la cantidad de sangre que emanaba de ella.

-Mátalo... humilla a ese pobre infeliz- le dijo Arlet mirándolo a los ojos. La única vez que había visto esa mirada en Arlet había sido aquella vez cuando salieron por primera vez a cazar un dragón. Estaban llenos de un odio y resentimiento tan potentes que incluso él mismo se sentía sobrepasado por él.

-acaba con él- fue lo último que le dijo y con todas las fuerzas que le quedaban se apartó de Dilandau y se dejó apoyar en la reja de la entrada. Mátalo... humilla a ese pobre infeliz... acaba con él... aquellas palabras comenzaron a dar vueltas y vueltas en la cabeza de Dilandau y cada vez tomaban más peso. Y su corazón comenzaba a latir y la excitación que había comenzado a sentir iba cada vez más en aumento. Miró hacia el suelo y vio su espada aún ensangrentada y vio los cuerpos de los dos soldados que había atacado hace un momento. Tomó su espada del suelo, con sus pies quitó los cuerpos que estorbaban y miró a Marcos... Maldito bastardo, desearás nunca haber nacido...

-¿Ya estás listo para morir, Dilandau?- le preguntó Marcos a Dilandau mientras tiraba su daga y sacaba ahora su espada. Estaba disfrutando mucho de la situación, jamás pensó que podía tener a Dilandau en esa situación, sin embargo, esta sensación de triunfo se vio opacada por la risa de Dilandau, una risa falsa, vacía y escalofriante... apenas podía ver su boca torcerse y sus ojos estaban cubiertos por su cabello albino... al parecer él también comenzaba a disfrutar esa situación.

-¿¡De qué demonios te ríes, imbécil?!- le espetó Marcos, pero Dilandau cada vez se reía más fuerte y seguía mirando al suelo. De pronto levantó la mirada y Marcos pudo ver los ojos de Dilandau, lleno de odio y locura, pero lo que más llamó su atención era el color de sus ojos. Brillaban intensamente incluso con la poca iluminación de la celda. Y el color... nunca había visto un rojo tan intenso y encendido... no, se equivocaba, sí había visto antes ese color... era como el color de la sangre fresca, como el color de la sangre que manó de las gargantas de los soldados que había matado hace poco, como el color de la sangre que manaba de la herida de la chica... y por un instante, Marcos sintió miedo de Dilandau, miedo de esa locura que de pronto se desprendía de su cuerpo y llenaba la celda por completo, miedo de sus ojos rojos (como la sangre).

-pobre de ti- fue todo lo que Dilandau dijo.

-¡¡cállate!!- le gritó Marcos y se tiró por fin a atacarlo. Fue muy fácil para Dilandau esquivar aquella primera estocada, pero Marcos no perdió el tiempo y arremetió con todo lo que tenía. Una, dos, tres estocadas y por un poco logra herir a Dilandau en la cara. Dilandau se sorprendió del ataque múltiple de Marcos, pero fue capaz de bloquearlo a tiempo antes de que el maldito bastardo le cortara el rostro. Por unos momentos, el duelo continuó con Marcos arremetiendo contra Dilandau una y otra vez, mientras que Dilandau se defendía cada vez con más dificultad. Definitivamente no esperaba que Marcos hubiera mejorado tanto en tan poco tiempo... sin embargo, no importaba, porque sabía que tarde o temprano terminaría ganando este duelo. Se separaron un momento para descansar, y por un momento sólo se escuchó la agitada respiración de los dos capitanes. Marcos ya no sentía aquel extraño miedo que lo había abordado antes de comenzar el duelo y se sentía bastante satisfecho con su desempeño. Por otro lado, Dilandau parecía sorprendido, no esperaba que este duelo le iba a costar tanto finalizarlo.

-jajaja, ¿sorprendido?- comenzó a alardear Marcos. La cara de Dilandau mostraba una evidente frustración, pero en su interior estaba tranquilo. Sólo estaba jugando un poco con él, como cuando un gato caza a un ratón y se dedica primero a jugar con él antes de comérselo.

-No sabes cómo voy a disfrutar tu muerte- dijo Marcos.

-No cantes victoria antes de tiempo- le respondió Dilandau y esta vez el que atacó con toda sus fuerzas fue él. En tres estocadas habría podido desarmar a Marcos, pero no lo hizo, quería seguir divirtiéndose y cada vez que atacaba a Marcos, podía ver en su rostro cómo empezaba a desesperarse al ver que ya no podía controlar la situación. Dilandau lo dejó atacar otro poco y luego de nuevo atacó él. Marcos comenzaba a perder el control y Dilandau cada vez más disfrutaba de aquella sensación de triunfo, de tener todo bajo control, de ver el sufrimiento y la frustración de su oponente.

-¡¡Vamos, Marcos!! Pensé que pelearíamos en serio- le decía mientras cada vez lo atacaba con más violencia. Poco a poco comenzó a aprisionarlo contra la pared, hasta que con un rápido movimiento de su muñeca, desarmó a Marcos, dejándolo completamente indefenso. Dilandau levantó lentamente su espada y la llevó al cuello de Marcos.

-Gané- fue lo único que dijo y se quedó contemplando los ojos de Marcos que estaban a punto de llorar... imploraban por piedad, rebosaban de terror y eso a Dilandau le agradó. Marcos le tenía miedo y eso le agradaba y hacía que su corazón palpitara a mil por horas. Acercó un poco más su espada a la garganta de Marcos y la mirada de terror creció. Eso es maldito hijo de perra, sufre, implórame perdón y ya vas a ver mi respuesta...

-Bueno bueno... ¿y qué se supone que voy a hacer contigo, Marcos?- Dilandau hablaba con un tono de voz suave y delicado, como si tratara calmar a Marcos, pero provocaba el efecto contrario. Marcos estaba contra la pared, sudando frío y temblando, completamente a merced de la voluntad de Dilandau. Y eso a Dilandau le agradaba.

-sería una pena acabar tan luego, así que creo que me divertiré un momento contigo- le dijo Dilandau con el mismo tono y con una rapidez envidiable, golpeó a Marcos en todo el rostro con el mango de su espada. Marcos cayó pesadamente al suelo y su nariz comenzó a sangrar. Apenas tuvo tiempo de reaccionar, ya que sintió el filo de la espada de Dilandau en su cuello.

-Levántate muy despacio- le dijo. Marcos obedeció y se levantó del suelo lo más lento posible. De todas formas, no hubiera podido hacer ningún movimiento rápido ya que el golpe lo había aturdido un poco. Se colocó nuevamente de espalda a la pared, frente a Dilandau, pero trataba de no mirarlo a los ojos. Realmente eran atemorizantes. Apenas estuvo de pie, Dilandau le dio otro golpe en la cara, pero esta vez con su puño izquierdo, lo que hizo que Marcos se azotara la cabeza en la pared. Dilandau sintió un pequeño hormigueo en su mano y eso también le agradó. Volvió a dar otro golpe más y otro nuevamente, y todo eso le agradó. Ya ni siquiera se acordaba de Arlet, lo único que tenía en su mente era acabar con ese hijo de perra. Y su corazón... la manera en que palpitaba su corazón lo hacía sentirse tan libre, tan vivo y lleno de poder. Y todo eso le agradaba. Ya al quinto golpe, Marcos no se pudo más sus piernas y perdieron sus fuerzas, haciendo que perdieran el equilibrio. Pero a Dilandau, esto no le agradó.

-¡¡LEVÁNTATE!!- le ordenó nuevamente amenazándolo con su espada, pero esta vez Marcos no obedeció. Sintió que ya no podía aguantar más la humillación que Dilandau le estaba propinando y sentía como si una extraña fuerza lo animara a rebelarse contra él. Lo sabía, sabía que tenía la pelea perdida y que no había nada más que hacer, pero aún así, no dejaría de decirle a ese maldito fenómeno un par de cosas que lo harían pensar. Miró a Dilandau desafiándolo con la mirada y quitó de un manotazo la espada de Dilandau de su cuello. Aquel gesto de sublevación no le gustó en absoluto a Dilandau, por lo que volvió a advertirle.

-¡¡OBEDECE!!- le ordenó volviendo a llevar su espada al cuello de Marcos.

-¡Oblígame, rata inmunda!- le respondió Marcos con firmeza y por unos segundos esa mirada de locura de Dilandau desapareció. Realmente no podía creer que Marcos le contestara en esa forma teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba.

-Me das asco- continuó hablando Marcos.

-no eres más que un pobre ratón de laboratorios del Ejército, un miserable y patético conejillo de indias que no tiene idea de donde salió- por unos momentos, no se escuchó nada más que la respiración de los dos. Parecía que había tocado un lado sensible y se sentía victorioso nuevamente y lo mejor de todo es que no estaba fanfarroneando, sino que estaba diciendo las cosas como eran. Nadie, a excepción de los cuatro Generales del Ejército de Zaibach, sabia sobre los experimentos que llevaban a cabo los Madoushi, sin embargo, ellos sólo conocían una ínfima parte de todo el asunto... y sabían que de alguna forma, Dilandau tenía algo que ver con esos experimentos, de hecho, su entrada a Ejército de Zaibach fue acordada por los cuatro Generales en conjunto con los Madoushi. A pesar de que a cada recluta se le hace un completo informe sobre su situación (nombre, lugar de nacimiento, dirección, familiares... etc.) los Generales sabían poco y nada sobre los datos de Dilandau, de hecho, ni siquiera poseía un archivo. Era como si hubiera aparecido de la nada. Y todas esas cosas Marcos las sabía porque su padre se las confidenciaba. Y lo hacía porque nunca vio con buenos ojos ese asunto. Y ahora, Marcos estaba usando todo lo que su padre le había contado contra Dilandau, sólo para fastidiarlo antes de...

-¿o acaso lo recuerdas? ¿recuerdas de donde vienes? ¿recuerdas en donde vivías? ¿recuerdas quienes son tus padres?- Marcos seguía sentado en el suelo de espalda a la pared contemplando la cara de Dilandau, quien había perdido todo rastro de triunfo en su rostro. Ahora estaba confundido con todo lo que Marcos le decía.

-¿acaso recuerdas cuando eras niño?- dijo Marcos y comenzó a reírse con todas sus ganas.

-cállate- murmuró Dilandau y de pronto la imagen de una niña llorando le cruzó por la mente.

-jajajaja... pobre imbécil, no tienes idea quien eres en verdad-

-cállate- volvió a murmurar Dilandau mientras apretaba fuertemente su espada con su mano temblorosa.

-pero yo sí sé quien eres, eres una inmunda, asquerosa y maloliente rata de laboratorio-

-¡¡CÁLLATEEEEEEEE!!-

-¡¡¡AAAAAHHHHHHHHGGGG!!!- Marcos gritó tan fuerte que pensó que la garganta se le desgarraría. Dilandau no aguantó esa avalancha de preguntas sin respuestas y con mucha fuerza le enterró la espada a Marcos en su hombro izquierdo. Por un momento, Dilandau pudo jurar que su corazón le saldría de su cuerpo de lo fuerte que latía y la sensación de atravesar carne y hueso al mismo tiempo había sido tan potente que podía sentir la sensación de desgarro de la carne subiendo por la espada hasta su brazo.

-Eso es, hijo de perra. Grita bien fuerte- le murmuró Dilandau lentamente. Su rostro había pasado de una fría inexpresividad a una expresión de perversidad y demencia. Aparentaba estar fuera de sí, con esa sonrisa vacía y obscena, pero estaba más consciente que nunca. Le había enterrado la espada de manera que su filo había quedado hacia abajo y el lado sin filo apuntaba hacia arriba, lo que era crucial para su próximo paso. No quería que la carne se desgarrara... aún.

-ahora sí que te vas a levantar- le dijo nuevamente y movió lentamente su espada hacia arriba procurando que no saliera ni un milímetro de la herida de Marcos. El dolor que Marcos sintió fue tan intenso que podía sentir cada pequeño músculo y arteria cortarse uno a uno y era tan profundo que apenas podía sentir el resto de su cuerpo.

-¡levántate!- le ordenó nuevamente Dilandau al ver que Marcos apenas se movía, pero el dolor era tan insoportable que Marcos no supo de donde sacó fuerzas para levantarse. Una vez que logró levantarse, Dilandau lo miró nuevamente con sus ojos, que seguían rojos como dos trozos de carbón encendido y su sonrisa torcida y escalofriante, y sacó lentamente la espada del hombro de Marcos, quien gritó nuevamente de dolor.

-¡¡JAJAJAJA!! ¡¿te duele mucho, Marcos?!- le dijo Dilandau riendo a carcajadas. Marcos se había llevado su mano derecha a su hombro herido y la sangre le escurría por la mano enguantada. Estaba tiritando, sudaba frío y no podía hacer nada por contener las lágrimas de dolor y humillación. Dilandau dejó de reírse y sacudió su espada de la sangre de ese bastardo, haciendo que cayera en todo el rostro de Marcos. Volvió a llevar la espada al cuello de Marcos y por un momento dejó de reírse.

-Retráctate y pídeme perdón- le dijo seriamente mientras que en su mente escuchaba todo lo que Marcos había osado preguntarle. "¿o acaso lo recuerdas? ¿recuerdas de donde vienes? ¿recuerdas en donde vivías? ¿recuerdas quienes son tus padres?"... te vas a arrepentir de tus palabras, maldito bastardo. Marcos seguía gimoteando y llorando, sabía que iba a morir, pero aún así no le daría la satisfacción. Se quedó completamente callado.

-Pídeme disculpas y podrás morir sin sufrir... tanto- volvió a advertirle Dilandau, frunciendo más el ceño. Pero Marcos estaba decidido a no darle en el gusto.

-Jódete, maldito fenómeno- le dijo. La espada de Dilandau penetró limpiamente el estómago de Marcos, atravesando carnes y vísceras como si estuviera cortando mantequilla derretida. Esta vez, Marcos ni siquiera fue capaz de gritar.

-Repite lo que dijiste- le dijo Dilandau acercándose más a él, enterrándole aún más la espada en su cuerpo. Pero Marcos ya no podía decir nada, apenas se le escuchaba un sonido gutural y el gorgoteante correr de la sangre que comenzaba a manar por su boca.

-¡¡Vamos, estúpido!! ¿no tenías ganas de pelear conmigo? ¡¡ENTONCES, PELEA!!- le gritaba Dilandau mientras movía su espada, hacia arriba y hacia abajo, justo en el interior del estómago de Marcos, el cual cada vez se rasgaba más y más. En ese momento, Dilandau cruzó la línea de la demencia en la que estaba, esa delgada línea que le permitía estar consciente de lo que estaba haciendo y aún saborear y disfrutar aquel sublime momento. Lo había descubierto, había descubierto el arma que lo llevaría lejos y que le valdría el respeto de todas las personas, sin importar quienes fueran. Era el poder, el poder que podía ejercer sobre otros, y lo único que tenía que hacer era someter a todo aquel que fuera más débil que él. Porque él era el soldado más fuerte, el más hábil, el más veloz... sin embargo, Dilandau fue mucho más allá de aquella línea y la cruzó, y ahora estaba completamente fuera de sí, sus ojos desquiciados estaban apunto de salirse de sus cuencas y su cara estaba completamente desfigurada por esa sonrisa hermosa, macabra y perversa.

-¡¡PELEA, MALDITO HIJO DE PERRA, PELEA!!- seguía gritando como loco, pero ya no había caso. El cuerpo de Marcos ya estaba inconsciente y luego de unos segundos, dejó de respirar. Sin embargo, Dilandau seguía gritando como loco, sin darse cuenta de que Marcos ya estaba muerto. Sacó la espada del cuerpo de Marcos y volvió a enterrarla en el cuerpo, pero esta vez, dio justo en el corazón.

-¡¡¡PELEAAAAAAAAAAA!!!-

-¡¡YA BASTA, DILANDAUUUUUU!!- la desgarradora voz de Arlet pareció sacarlo de aquel trance. Había presenciado toda la escena apoyada en los barrotes de la celda, sintiéndose impotente al no poder hacer nada más que mirar. Seguía sentada en el suelo, con las manos aferrada a su herida, llorando con descontrol, pero no por el dolor de su herida. Estaba aterrada, jamás había visto a Dilandau actuar de esa forma tan desquiciada, era tanto el asombro que por un momento pensó que realmente no se trataba de Dilandau... acababa de asesinar a un soldado de su propio ejército y ni siquiera mostraba signos de arrepentimiento, sino al contrario. La manera en que disfrutaba torturando a Marcos le producía escalofríos y le apretaba la garganta. Sin embargo, aunque había pensado por un momento que aquel sujeto no era Dilandau, en realidad se equivocaba... aquel sujeto que acababa de asesinar y torturar hasta la muerte a un soldado del Ejército de Zaibach era sin lugar a dudas Dilandau Albatou, Capitán de los Dragonslayers, el arma más letal del Ejército de Zaibach. Al fin lo consiguieron... pensó Arlet abatida. El Ejército de Zaibach había tenido éxito al crear al soldado perfecto, incapaz de sentir remordimiento o culpa... si hasta disfrutaba de su tarea de faenador, qué más perfecto que alguien que disfrutara de su trabajo. Arlet trató lentamente ponerse de pie y con la voz entrecortada trató de llamar a Dilandau nuevamente, aunque no sabía si hacerlo o no. Temía que la desconociera y acabara con ella al igual como lo hizo con Marcos. De pronto recordó aquella ocasión en que escuchó a Dilandau hablar en sueños... "No, Arlet...no quise hacerlo... no quise matarte..." ¿acaso habrá sido un sueño premonitorio?

-Detente... por favor... - dijo con apenas un suspiro, y al parecer eso dio resultado. Dilandau escuchó la voz de Arlet y salió de aquel trance demencial y su rostro abandonó toda expresión. Por un momento vio el cuerpo de Marcos muerto aún en pie debido a su espada y sintió que realmente lo estaba viendo, como si antes hubiera tenido una venda en los ojos que era removida y le permitía ver todo con toda claridad. Si antes había sentido excitación y demencia y había sentido sus mejillas encendidas y sus ojos centelleantes, ahora comenzaba a sentir frío y aturdimiento, sentía la piel de gallina y sus ojos ya no brillaban. Sacó la espada del cuerpo de Marcos y éste cayó pesadamente al suelo. Aquella imagen del cuerpo cayendo apoyado a la pared, con los ojos exageradamente abierto se le grabó nítidamente en su mente. Lo maté... acabo de matar a alguien... dejó caer su espada y siguió paralizado. Una vez más, la voz de Arlet lo sorprendió y se giró a mirarla. Ella estaba caminando con mucha dificultad, tratando de acercarse a él aún con las manos en su herida, pero a mitad de camino las fuerzas la abandonaron y cayó de rodillas al suelo. El dolor que sentía era demasiado fuerte, ya no había nada más que hacer, sólo se quedaría ahí esperando lo peor. Miró a Dilandau, quiso adivinar lo que estaba pensando, pero su rostro no reflejaba absolutamente nada. Él la miró por unos momentos y luego se acercó a ella, arrastrando los pies y aún sin nada en su rostro que le dijera si la iba a ayudar o la iba a matar tal como lo hizo con Marcos. Una vez que estuvo frente a ella, Dilandau la miró con seriedad y Arlet esquivó su mirada.

-Tenemos que ir a la enfermería- le dijo Dilandau secamente.

-Ya no es necesario- dijo Arlet con dificultad.

-Vamos, no seas terca- le respondió Dilandau arrodillándose a su lado para cargarla, pero Arlet no se dejó.

-¡ya es demasiado tarde! ¿qué no ves?- contestó Arlet con rabia y resignación. Maldita sea, ¿cómo no se da cuenta?. Dilandau se calló un momento, sorprendido con la actitud de Arlet.

-¿¡por qué demonios tienes que ser tan terca?!- le espetó. Esta vez, la estaba mirando con rabia, no entendía por qué ya se estaba dando por vencida. Ella no podía hacerle eso. Maldita sea... me lo prometiste. Sin embargo ella lo miró sorprendida. Por un momento, sintió que el Dilandau de siempre, el que ella había conocido estaba de vuelta y al ver la rabia y la impotencia con que la miraba, estalló en llantos y sollozos. Lloró como nunca lo había hecho antes, con la cabeza gacha y sus manos aún en su herida, y sus lágrimas caían una detrás de la otra al suelo. Dilandau sintió que se le apretaba la garganta al ver a Arlet en ese estado y lo único que atinó a hacer fue abrazarla. Ella dejó que Dilandau la asiera y se apoyó en el pecho de Dilandau, se quitó las manos de su herida y se aferró a él lo más fuerte que pudo. Sabía que esa sería la última vez que estaría con Dilandau, que ya no le quedaba mucho tiempo de vida, y antes de que eso ocurriera, tenía que decírselo, sin importar cuanto le costara. Con mucho dolor, se apartó un poco de Dilandau para mirarlo a los ojos, esos grandes y expresivos ojos rojos y con mucho trabajo, acarició el rostro de Dilandau y se inclinó hacia él para besarlo. Fue un beso largo, suave y agridulce, Dilandau pudo sentir la mezcla de sangre y lágrimas en los labios de Arlet, pero aún podía sentir su dulzura.

-Te amo- fue todo lo que dijo Arlet. Dilandau se quedó petrificado ante estas palabras, y después de unos segundos de no reaccionar, lo primero que sintió fue que la cara se le encendía con fiereza... pero luego de eso, un frío comenzó a recorrerle la espalda.

-¿por qué dices eso?- le preguntó enojado. Arlet estaba sorprendida, nunca esperó una reacción así por parte de Dilandau. Por un momento, temió que el Dilandau que acababa de ver, el que fue capaz de torturar a Marcos hasta la muerte hubiera regresado.

-¿por qué...?- murmuró Arlet confundida -porque es verdad...-

-¡Mentira!- le dijo Dilandau enojado.

-Sólo lo dices porque te estás despidiendo, ¡¿cómo puedes hacer eso?!-

-Pero Diland... -

-¡NO! ¡No puedes despedirte de esa forma! ¡Todavía no!-

-¡No lo estoy haciendo!- le dijo Arlet estallando en llanto nuevamente. Ahora entendió la reacción de Dilandau, ella pensó que al fin se había dado cuenta que ya no había vuelta atrás y seguramente pensó que lo que acababa de decir era sólo una forma de decir adiós. Pero no era así, ella lo sabía desde hace mucho tiempo, pero no había tenido el valor de decírselo. Era irónico que ahora que estaba a punto de morir reunió el valor suficiente para decirlo.

-no lo dije sólo para despedirme... en verdad, te amo- se sentía extraña pronunciando esas palabras que tanto había tratado de decir antes. Pero sentía que cada vez que la repetía le era más fácil. Dilandau la miró nuevamente sorprendido. Miró los ojos de Arlet, y se dio cuenta de que no mentían, que estaba diciendo la verdad. No lo resistió más y desvió la mirada de Arlet. Se mordió los labios y por más que trató, los ojos se le llenaron de lágrimas que no pudo contener. No, no puede ser... lo prometiste, no puedes romper tu promesa de nuevo. Arlet trató de dejar de llorar y se limpió las lágrimas de los ojos y la sangre de su boca. Había visto las lágrimas que habían salido de los ojos de Dilandau y con eso le bastaba para saber que el sentimiento era mutuo. Se acercó nuevamente a Dilandau y giro su cara hacia ella y lo besó por segunda vez. Él estaba reacio a responder el beso al principio, pero luego de un momento, él respondió el beso y la abrazó. Luego de eso, Arlet apoyó su cabeza en el pecho de Dilandau. Había comenzado a sentir mucho frío, así que cada vez más se aferraba más fuerte de Dilandau. Él se había dado cuenta de que ella tenía frío, porque podía sentir lo helada que estaba a pesar de que él llevaba su uniforme de cuero, ya que el frío traspasaba su uniforme. Comenzó a frotar los brazos de Arlet para que entrara en calor, pero no estaba dando resultado.

-tengo miedo... - susurró Arlet - ...no quiero morir...- agregó, y aunque su voz se escuchó temblorosa, no lloró. Aparte del frío, Arlet sentía que el sueño comenzaba a apoderarse lentamente de ella y aunque trataba de seguir despierta, el sueño le estaba ganando poco a poco.

-Perdóname... no voy a poder cumplir mi promesa- dijo Arlet completamente lúcida. Era extraño, siempre que tenía frío le costaba un mundo quedarse dormida, y ahora que estaba congelada luchaba por mantenerse despierta un momento más.

-No digas tonterías- le murmuró Dilandau, quien todavía la tenía en sus brazos. Se quedaron un largo momento callados, sin hacer absolutamente nada.

-hace mucho frío...- fue lo ultimo que Arlet dijo antes de perder la consciencia. Pasaron unos cuantos minutos antes de que Dilandau se diera cuenta de que Arlet había dejado de moverse.

-Arlet- susurró muy despacio, para que ella reaccionara, pero nada pasó.

-Arlet... - volvió a susurrar, esta vez apretándola un poco contra él para que reaccionara. Quizás no había escuchado su voz anteriormente y por eso no se movió. Pero Arlet no se movía.

-Vamos Arlet... despierta- le dijo Dilandau levantando más la voz y zamarreándola un poco, pero nada hacía que Arlet se moviera. Dilandau la apretó nuevamente contra él con todas sus fuerzas y comenzó a temblar.

-Vamos Arlet, no seas tonta... - era inútil. Nada de lo que Dilandau hiciera haría despertar a Arlet.

-Arlet... por favor, despierta... - seguía insistiendo Dilandau. Poco a poco comenzó a darse cuenta de lo que había pasado y comenzó a desesperarse. No quería apartarse de ella, no quería ver su rostro y encontrarse con la muerte en su cara, pero tenía que hacerlo. Con cuidado apartó su cuerpo al de él y apoyó su cabeza en uno de sus brazos. Parecía que sólo estaba durmiendo... sí, eso era, sólo estaba durmiendo y aún no despertaba. Él sabía que tenía un dormir pesado, que siempre le costaba mucho despertarse (él nunca supo cómo lo hacía todos los días para levantarse y llegar a la hora a los entrenamientos). Así que se tranquilizó y le dio un par de palmadas en la cara para ayudarla a despertar, pero aún así no lo conseguía. Y la desesperación comenzó a apoderarse nuevamente de él.

-Arlet... Arlet... - le seguía diciendo mientras cada vez le daba palmadas más fuerte.

-Maldita seas, Arlet- dijo con la voz entrecortada. La dejó apoyada en el suelo y así la movió mucho más fuerte.

-¡Despierta, maldita sea!- Dilandau comenzaba a perder el control y se estaba desquitando con el cuerpo de Arlet.

-¡¡MALDICI"N, DESPIERTA.... DESPIERTA!!- gritó Dilandau desesperado mientras seguía moviendo el cuerpo de Arlet con violencia. Se descontroló tanto que levantó su mano derecha muy alto y descargó una bofetada con toda su ira en el rostro de Arlet.

-¡¡Despierta, maldita perra!!- la bofetada dio vuelta el rostro de Arlet y lo dejó con la cabeza girada hacia su derecha y fue tan fuerte que volvió a abrir la herida de la boca que le provocó Marcos. En ese momento, Dilandau al fin se decidió a aceptar la muerte de Arlet. Al ver cómo la sangre salía de la pequeña herida de su labio y ver la palidez de su rostro, Dilandau comprendió que ya no había vuelta atrás. Entonces, Dilandau comenzó a llorar, por primera vez en su vida, Dilandau lloraba con rabia, con impotencia, con fuerza... y con mucha tristeza. Se mordía los labios para tratar de contenerse, pero simplemente no podía, Dilandau seguía llorando, tratando de entender por qué Arlet lo había dejado una vez más y esta vez para siempre.

-me lo prometiste... - le dijo al cuerpo de Arlet, que aún yacía en el suelo.

-rompiste tu promesa nuevamente... -

-¡maldición! ¡¿por qué tuve que confiar en ti?! ¡¿POR QUÉ?!- gritó Dilandau dándole golpes al suelo.

-¡Te creí, creí en tu palabra y me traicionaste nuevamente!- descargó otro golpe en el suelo, cerca del rostro de Arlet. Agachó su cabeza y la apoyó junto a la de Arlet.

-Te odio... - le dijo mientras sus lágrimas caían en el rostro helado de Arlet.

-Te odio, Arlet- dijo por segunda vez. Quizás eran ideas suyas, pero pronunciar esas palabras hacía que sintiera un sabor amargo en su boca. Giró la cabeza de Arlet hacia él y la contempló una vez más. De verdad parecía que estaba durmiendo. La besó por última vez en los labios, probando el sabor de su sangre que aún manaba de su herida y se extrañó al sentir aún algo de tibieza en ellos. Luego de eso, perdió el conocimiento y cayó al lado del cuerpo de Arlet.

El Minuto cultural de Hotaru

Hola a todos, aquí les traigo el último cap. De Boys don't Cry, espero que les haya gustado, aunque estuvo algo lacrimógeno TT. Pobrecita Arlet, ¿¡y qué va a pasar ahora con Dilandau sama!? Jejeje, eso lo podrán averiguar en el próximo capítulo.

'De antemano muchas gracias a todas las personas que me dejan reviews, mails y comentarios sobre el fic, eso me inspira para seguir escribiendo y es un desafío para seguir superándome. Especial gracias a Jeca, por proveerme de internet y comida una vez más. ¡¡¡¡gracias amiguiiiiiiiiiiiiii!!!!