Boys don't Cry

Por Karina

Epílogo

La espera lo estaba carcomiendo. Nunca le había gustado esperar, así que mientras lo hacía, sacó una botella de su buen vino y comenzó a beber. Mientras su mente perturbada seguía pensado, la botella de vino se vio reducida gradualmente a sus tres cuartas partes. Cuando ya no le encontró gracia seguir bebiendo, se levantó perezosamente de su asiento y salió del Salón, luego buscó a Gatty para preguntarle cuál era el lugar exacto. Una vez que Gatty se lo indicó, tuvo la mala ocurrencia de advertirle a Dilandau que no debería salir con el guymelef en ese estado. El resultado fue que Dilandau descargó su puño en el estómago de Gatty. Odiaba que le dijeran qué hacer, sobre todo alguien que estaba por debajo de él. Además, no estaba borracho, quizás se sentía algo mareado, pero no estaba ebrio. Con su guymelef, llegó sin ningún problema hacia donde se dirigía. A pesar de que era un día oscuro y nublado, como siempre lo era en Zaibach, había un calor sofocante (igual como aquel día), por lo que se abrió la chaqueta a la altura del cuello. El lugar estaba casi desierto. Se bajó del guymelef y el resto del camino lo hizo a pie y mientras caminaba se encontró una rosa algo marchita en el suelo. Después de mirarla por un segundo, indeciso a recogerla, se agachó y la tomó. Una vez que llegó al lugar indicado, sintió que un pequeño escalofrío le recorría la espalda. Hacía mucho que no pensaba en ella, y de todas formas no había tenido tiempo para hacerlo. Era eso y tampoco le interesaba pensar en ella de nuevo. Pero ese imbécil de Allen tuvo la culpa de remover antiguos recuerdos en su mente que se esmeraba por mantener bajo tierra. Después de haber incendiado Fanelia, el siguiente objetivo era el fuerte de Asturias, custodiado por Allen Schezar, pero gracias a que su estrategia no fue descubierta por nadie (al menos eso pensaba él), pudo darse el lujo de llegar al fuerte y pedir por abastecimientos, para así ver como estaban las cosas por dentro. Aquel encuentro fue completamente protocolar, Allen no tuvo ningún reparo en dejar que su Escuadrón se abasteciera. Comentaron un poco lo que había pasado con Fanelia, y él dijo indiferente que debió ser obra de los dragones que habitan los alrededores y sobre lo cobarde que había sido su Rey al dejar a su pueblo desamparado. En ese instante, ese imbécil de Van (en ese entonces era sólo un niño estúpido) los interrumpió. No recordaba mucho lo que había dicho (alguna estupidez, viniendo de él) ya que su mirada se concentró en la chica de traje extraño. No supo cómo, pero al momento de ver a la chica, supo que había algo malo con ella. Estaba seguro de que les iba a causar más de un dolor de cabeza. Eso lo daba por firmado. Se acercó a ella, apartando al pobre infeliz que se ponía en su camino, le comentó algo sobre lo peculiar de su vestimenta y le preguntó de donde venía. La chica sólo se dignó a mirarlo atemorizada y sin saber qué responder. Aquella reacción sólo hizo que Dilandau reafirmara su presentimiento. Sin embargo, Allen se acercó a la extraña chica. Le dijo "ella es mi nueva novia" y delante de todos la besó en la mejilla. Todo el mundo a su alrededor se conmocionó con el acto, pero mientras los demás sólo habían mostrado sorpresa, él sintió una extraña sensación en su interior, como si algo se remeciera dentro de él y le estuviera apretando el corazón. Por supuesto, la sensación había sido bastante desagradable, por lo que no pudo disimular su gesto de desagrado. "¿Satisfecho, Dilandau?" le dijo Allen en forma triunfadora y él balbuceó alguna estupidez y dándole la espalda a Allen se retiró. A medida que se retiraba, podía escuchar los murmullos de los hombres de Allen, pero él no les estaba poniendo atención. A su mente había llegado en forma nítida el recuerdo de Arlet. Ese beso que Allen le dio a la chica hizo que una montaña de recuerdos le vinieran a la mente, formando una fría avalancha de sentimientos y sensaciones pasadas. Ese bastardo de Allen ¿acaso se sentirá muy hombre por andar repartiendo besos a las chicas delante de todo el mundo? Por un momento se llevó su mano derecha a su cara y tocó su mejilla con sus dedos, luego llevó sus dedos a sus labios y los rozó levemente. Yo también he besado en la mejilla... incluso he hecho mucho más que eso... besé a Arlet en los labios... abrí su boca con la mía... besé sus senos y su cuerpo entero. Incluso estuve dentro de ella... No dudaba que Allen hubiera estado de esa forma con una mujer o con varias, no por nada se le conocía como un Don Juan. Pero podía apostar lo que fuera a que todas aquellas veces habían sido tan vacías y falsas como el beso que acababa de darle a la chica. Y él podía jurar y poner las manos al fuego que todas las veces que estuvo con Arlet, había sido de verdad. Luego de aquel incidente, había atacado la fortaleza de Allen, quemando todo lo que podía a su paso. Y durante todo ese tiempo se olvidó completamente de Arlet, pero sintió más que nunca la necesidad de destruir todo lo que estaba a su paso, como si destruyendo estuviera calmando un dolor que tenía en lo más intrínseco de su corazón. Era como si al quemar la cuidad entera estuviera quemando junto con ella todo ese dolor que sentía en lo más profundo de su alma, y sentir el calor abrazador del fuego era como sentirse lleno de vida, iluminado, despierto, impetuoso. Podía sentir que toda la energía y la efervescencia del fuego se filtraba por su cuerpo y la asimilaba en su interior... no sólo se sentía como el fuego... él ERA fuego puro. Y si para sentirse así tenía que quemar todo el maldito fuerte de Asturias, lo haría. Pero cuando la batalla en el fuerte terminó, la sensación de desasosiego e intranquilidad persistía, clavada como una pequeña astilla invisible a la vista, pero que uno sabía que estaba ahí por el dolor que se sentía. Así que cuando capturó al Escaflowne decidió desquitarse también con él, pero Folken lo interrumpió a mitad de la diversión. Cuando se llevaron al Escaflowne y ya no había nada más que hacer, volvió a pensar en ella. Y cuando los hombres de Allen vinieron a rescatar a Van y éste le cortó su rostro, Dilandau volvió a olvidarse de Arlet. Y para cuando le estaban curando la herida, el recuerdo de Arlet se negaba a abandonarlo. Luchó en vano contra el recuerdo de Arlet por unos cuantos días, hasta que ya no aguantó más y decidió que tenía que hacer algo al respecto. Y pensó que quizás era una buena oportunidad de decir adiós de forma definitiva. Y ahora estaba ahí, mirando la pequeña lápida en el suelo, que sólo tenía escrito su nombre y su fecha de defunción, y se preguntó por qué demonios tuvo que volver a pensar en ella, cuando lo que más quería y creía haber logrado era olvidarla. Sintió que su corazón se llenaba de rabia y resentimiento hacia ella. Antes de morir, Arlet le había dicho que lo amaba. Y cuando ella murió, lo único que Dilandau pudo decirle era que la odiaba. Claro que la odiaba, tenía un montón de razones por qué odiarla. La odiaba porque una vez más había traicionado su confianza y se había burlado de él. La odiaba porque antes de conocerla sentía que era una persona completa, seguro de sí mismo... se sentía el mejor soldado de todo el maldito ejército, digno de todos los halagos que recibía... pero llegó ella, metiéndose poco a poco en su mente y en su vida, como una droga que lo hacía sentir bien, diferente. Había experimentado cosas que jamás pensó vivir y que nunca creyó necesitar. Y sin darse cuenta, comenzó a necesitarla, a obsesionarse con ella, queriendo estar con ella, hablar con ella, mirarla, hacer el amor con ella, incluso protegerla, ¿y todo para qué? Para que la muy maldita se riera en su cara, para que le demostrara que en realidad no era tan fuerte como pensaba, que bastó con mostrarse frente a él para ponerle ideas en la cabeza, que al fin y al cabo, era un hombre como cualquier otro y que su carne fue tan débil que cayó en sus tibios y confortables brazos. Después de todo, ¿se sentía bien, verdad? ¿Acaso no lo tranquilizaba? ¿No calmaba en algo su lucha constante por ser el mejor? Claro que sí, cuando estaba con ella no tenía que ser ni duro ni exigente, pero tampoco necesitaba ser un algodón de azúcar para complacerla. Cuando estaba con ella dejaba de ser el Capitán de los Dragonslayers u otro soldado más del ejército, o cualquiera de esa mierda institucional. Cuando estaba con ella, ni siquiera necesitaba un nombre. Cuando estaba con ella, Dilandau suponía que así debían de sentirse los chicos comunes y corrientes que tienen quince años. "Sabías que esto iba a pasar, así que sé hombrecito y no te quejes" Otra vez aquella maldita voz en su cabeza volvía a molestarlo. Una vez que aparecía en su cabeza no lo dejaba tranquilo aunque tratara de ignorarla. Sabía perfectamente de qué se trataba, era su "yo" racional, frío y calculador, que había nacido después de la muerte de Arlet, una vez que despertó después de haber estado dos día inconsciente. Era el "yo" que le dictaba qué hacer cuando se presentaba una batalla, que le decía qué hacer al momento de tomar algún prisionero y el que urdía todas sus estrategias para ganar la batalla. Era su "yo" inescrupuloso y engañoso, el "yo" en el que no se podía confiar, ya que no tenía reparos ni remordimientos en traicionar para salvar su propio pellejo. Siempre había tenido en alguna parte de su ser ese "yo" pero no había tomado una forma tan tangible como aquella vez y ahora mismo. Pensó que si aquella voz hubiera estado mucho antes que eso, se habría ahorrado muchos problemas.

-Claro que no es mi culpa- le respondió con su susurro.

-"Por su puesto que lo es, y lo sabes muy bien"-

-¡no lo es!- volvió a decir Dilandau más enérgico.

-"No te sigas engañando, amigo. En el fondo, lo reconoces"-

-no... - murmuró de nuevo apretando la rosa que tenía en sus manos. Las espinas se le clavaron en la mano y pudo sentir varias punzadas en la palma de su mano. Se quedó mirando su mano por un instante y pudo ver que unas pequeñas gotas de sangre se asomaban por entre los diminutos agujeros de su uniforme, que no fue capaz de protegerlo de las filosas y puntiagudas espinas. Frunció el ceño y volvió a apretar la rosa en su mano, sin importarle que las espinas le siguieran clavando. Luego de eso, lo invadió una sensación de desazón, como si fuera un pedazo de hielo que se derretía demasiado rápido, y sintió que sus piernas perdieron fuerza y calló de rodillas frente a la pequeña lápida. Apoyó sus brazos en ella y escondió su cabeza entre sus brazos. Sin darse cuenta había comenzado a llorar.

-¡Maldita seas, Arlet!... yo... te odio... no sabes cuanto... -

-"¿dices que aún la odias? Por favor, no sigas engañándote. Te ves patético"-

-¡Cállate! Tú no sabes lo que siento... no sabes nada... - Durante un largo momentos, no se escuchó nada más que el sonido del viento mezclado con su llanto. Parecía ser que su "yo" racional le había obedecido.

-Todavía te odio, Arlet- le susurró a la lápida, como si se lo estuviera diciendo a la misma Arlet. Aún le dolía demasiado sentirse traicionado por la única persona en la que pensaba que podía confiar.

-"Mentiroso"- la voz volvió a atacar, pero Dilandau no tenía ganas de responderle. De todas formas, tenía razón.

-"Al menos aprendiste la lección ¿verdad?"- esta vez la voz se escuchó más amable y comprensiva.

-sí- respondió Dilandau. Había dejado de llorar. Se levantó y se puso frente a la lápida. Se quedó un momento más contemplándola y se secó las lágrimas. Dejó caer la rosa frente a la lápida y luego de eso, se marchó. Y mientras caminaba de regreso hacia donde había dejado su guymelef, se abotonó su chaqueta y comenzó a pensar en la recaptura del Escaflowne. Y mientras pensaba en su estrategia de ataque, en que quemaría todo a su paso, sin importarle nada más que capturar a ese maldito hijo de perra de Van y su maquinita de mierda, se pasaba la mano compulsivamente por su nueva cicatriz. Una sonrisa se dibujó en su cara al pensar en lo que haría con Van una vez que lo capturara. Después de todo, arrasar con ciudades y quemarlas hasta el último cimiento lo ayudaba a olvidar y a calmar su dolor.

Fin

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