Contiene slash o relación homosexual.
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QUEBRANDO EL SILENCIO
CAPÍTULO 2: EL TIEMPO EN LA TORMENTA
1969, Hogwarts
Despertar gritando y en silencio.
La fiebre era quizás sólo el aliciente perfecto para poder perderse en los antiguos inconfesables sueños. Una ansiada y esquiva mano, blanca y fresca pasando por su frente, olvidando todas y cada una de las circunstancias, las presentes, las pasadas, las que no vendrían ; sólo una mano, su mano en la luminosidad perfecta de un amanecer ventoso, la tibieza que siempre esperó convertida en algo corpóreo.
Perderse y desaparecer. En las raíces del sueño, encontrábase aún solo y despojado, como en su antiguo - jamás superado - pasado. ¿cómo un niño de 13 años puede preciarse de tener un pasado? ¿cómo un niño de 5 años se horroriza de la no existencia de un escape real, tangible?
El final de una historia debe ser siempre concecuente con el principio de sí misma. ¿que final esperábale a él, entonces?
Afuera llovía torrencialmente, los truenos sofocaban los alaridos que el chico continuaba emitiendo desde hacía ya varias horas, como si su garganta no emitiese sonido alguno. Se perdía en el ruido de la lluvia golpeando las ventanas, y sus propios sonidos volvíanse irreales, asincrónicos, delebles. La habitación estaba perfectamente vacía, salvo por él mismo, una mera mancha de tinta negra sobre las sábanas blancas. Sudoroso y aún con los ojos abiertos, escapando de la consciencia, con más ganas que valor, o armas para defenderse.
Nadie acudía. Pese a sus gritos, pese a la absurda nacesidad de compañía, de una mano fría en su frente. Nadie acudía.
Nadie sabía tampoco.
"Deberías estar en la enfermería" le dijo uno de los libros de pociones que reposaba en el velador.
déjame en paz.
Dióse vuelta. El sueño se le había escapado de todas formas. ahora comenzaba a sentir el peso de su transpiración helada. El dolor no arreciaba y la garganta ya le psaba la cuenta de tantas horas sin descanso. La soledad, aquella amante maldita, la única que había tenido jamás, aquella que había metalizado sus brazos y teñido de negro sus ojos, comenzó a cerle encima. Se posó sobre él, lasciva y jadeante, intoxicantemente hermosa, perdidamente desgraciada, y le tocó. Nuevamente él se entregó a la caricia que quemaba como nieve sobre la piel; con las manos extraviadas e inquietas, los ojos abiertos, las pupilas dilatadas y las cicatrices expuestas.
no, por favor no me dejes. quédate, aún tu, quédate.
Y las lágrimas caían inexorablemente, mezcladas en la sangre que aún había de brotar por sus brazos. estaba solo. Aún ella habría de dejarlo.
Todo continuó igual. La sangre diluída siguió cayendo sobre las sábanas manchadas. Afuera se escuchó otro trueno y la habitación quedó silente y en penumbras. Nada había cambiado.
Dentro, una figura se encogió y comenzó a tiritar.
