Título: Creo que me quedo con el chibi..., capítulo 2
Autora: Azdriel
Categoría: humor, misterio, shonen ai (bueno, hay una diminuta posibilidad al final, ya veremos...), yaoi (sólo en vuestra retorcida imaginación, ¡panda de hentai!), Hisoka en el peluquero... (¡¿qué?!)
Disclaimers: Los usuales. YnM no me pertenece (pero si queréis regalarme a Hisoka y Tsuzuki, no voy a decir que no...). Sólo soy la dueña de este fic y no saco ningún dinero de ello (¡porras!)
Nota de la Autora: Bueno, en cuanto al pelo de Hisoka... no es culpa mía, ¿vale? Y... ¡Eh! ¡Tsuzuki! ¿a dónde vas con esa tarta de manzana? ¡Que es mía! ¡¡Devuélmela!! ¡¡Hey!!
Otra Nota Más (la última, lo prometo): Tengo un lío con los nombres y apellidos japoneses. No estoy segura de si "Tatsumi" es nombre o apellido, así que lo he puesto como nombre, poco todo el mundo le llama así y me gusta más que Seiichiro. Así que (al modo japonés) será Seiichiro Tatsumi en este fic. Aunque si podéis ayudarme con esto, ¡¡os estaré muy agradecida!!
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CAPÍTULO 2El serio shinigami de ojos azules, Seiichirou Tatsumi, se ajustó el nudo de la corbata con un gesto rápido, fruto de la práctica. Hisoka, sentado tras él en el vestuario de EnMaCho (destinado a proporcionar disfraces adecuados a cada misión secreta de los shinigami) sonrió con satisfecha aprobación. Tatsumi era diferente a Tsuzuki hasta en la forma de vestirse.
Su atolondrado compañero llevaba siempre aquel largo y arrugado abrigo negro, con los bolsillos normalmente atestados de toda clase de chucherías mezcladas con los hechizos de magia Fuda, una no menos arrugada camisa y una indescriptible corbata, generalmente mal anudada, que se asemejaba más a un intento fallido de suicidio por ahorcamiento.
Tatsumi era pulcro hasta el último detalle. Su vestuario siempre parecía recién planchado, aunque llevara varias horas sentado tras su escritorio de EnMaCho, recortando presupuestos, su hobby favorito. También iba siempre correctamente peinado, mientras que Tsuzuki parecía que acabara de sacar la cabeza del propulsor de un avión a reacción.
Tatsumi atrapó la mirada del émpata en el reflejo de ambos sobre el espejo de cuerpo entero del vestuario. El chico se sonrojó, por que era lo que solía hacer a todas horas, pero Tatsumi le dirigió una pequeña sonrisa para tranquilizarlo.
–¿Estás preparado, Kurosaki–kun?
Esa era otra gran diferencia: los buenos modales. Tsuzuki era dulce y amable con todo el mundo, pero carecía de "educación" en el sentido estricto de la palabra. Y, tal como le había dicho Hisoka, para aquella misión eran absolutamente necesarios los buenos modales.
–¿Kurosaki–kun? –repitió Tatsumi, al ver que Hisoka seguía en las nubes. El muchacho se levantó y extendió los brazos ante él, con una mueca, mostrándole al secretario su atuendo, en espera de aprobación.
–Me siento un poco incómodo –confesó–. No estoy acostumbrado a llevar este tipo de ropa. Debería tomarme unas horas para habituarme a moverme con ella, o llamaré la atención de nuestros anfitriones.
Tatsumi lo miró de arriba abajo, acariciándose la barbilla reflexivamente. Hisoka llevaba un atuendo muy de «niño rico a la última moda»: un jersey negro de cuello alto, bastante ceñido, pantalones de pinzas de color gris, chaqueta sport a juego y brillantes zapatos de cuero de suela gruesa, en lugar de sus habituales vaqueros y zapatillas de deporte. El shinigami de más edad sonrió mentalmente. El chico no dejaba de tirar del cuello del jersey que parecía empeñado en estrangularle, mientras se esforzaba por no rascarse nada situado dentro sus nuevos pantalones que daban la impresión de estar hechos de ortigas, por la forma en que se retorcía Hisoka.
–Utilizaremos el método tradicional para viajar hasta Tokyo –le dijo Tatsumi–. Nos teleportaremos hasta Nagasaki y allí cogeremos un tren hasta la capital, donde nos estará esperando el chofer de nuestros anfitriones. Son unas cuantas horas de viaje y tendrás tiempo para acostumbrarte a tu nuevo atuendo. De todos modos...
Pensativo, Tatsumi se le acercó y le miró más de cerca. Alargó una mano y cogió un mechón de sus cabellos color miel y lo estiró con delicadeza en toda su longitud.
–Sí, era lo que pensaba. Tienes el pelo demasiado largo para lo que se considera adecuado en las buenas familias.
–¿Qué? –preguntó Hisoka, creyendo (o, mejor dicho, esperando) haber entendido mal.
–Sí –siguió Tatsumi, pensativo, como si no hubiese oído la interrupción del chico–. Casi no se te ven los ojos. Por más ropa cara que lleves, y por exquisitos que sean tus modales, en cuanto los Nakamori vean tu pelo, te tomarán por un hippie. Tendrás que cortártelo.
–¡¿QUË?!
Si Tatsumi hubiera sido Tsuzuki, Hisoka habría empezado a gritarle a pleno pulmón, y probablemente le habría caído algún que otro puñetazo. Pero, por algún motivo, a Hisoka no le parecía correcto gritarle a un hombre con la presencia de Tatsumi. No es que el secretario estuviera mirándole amenazadoramente, prometiéndole un recorte de sueldo si no se cortaba el pelo. De hecho, Tatsumi no parecía ni haberse percatado del disgusto del chico. Era sólo que Tatsumi le inspiraba algo que ningún otro adulto le había inspirado jamás: respeto.
Pero eso no significaba que fuera a cortarse el pelo.
De ninguna manera.
Ni pensarlo.
Jamás
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Quince minutos después, Hisoka, con el pelo mucho más corto y un humor de perros, corría por el andén de la estación de Nagasaki, detrás de Tatsumi, a menos de dos minutos de perder el tren. La sesión de peluquería había sido bastante rápida. Wakaba le había cortado el pelo al chico en un tiempo record. Todo un mérito, teniendo en cuenta que había tenido que luchar por ignorar estoicamente "la mirada" de los ojos verdes de Hisoka. El chico no había abierto la boca, pero "la mirada" podía ser mucho más amenazadora que cualquier palabra que saliera de sus labios. Aquella mirada fija, helada, que nadie era capaz de soportar durante más de cinco segundos seguidos sin sentir escalofríos...
Pero no le había dado mucho resultado en esa ocasión. Wakaba le había cortado todo su precioso pelo a una longitud que Tatsumi calificó de "correcta" y que Hisoka tachó de "estilo campo de concentración".
Pero al no haber estado prevista, la sesión de peluquería había retrasado el plan de ruta de Tatsumi en varios minutos, por lo que habían salido bastante más tarde de lo previsto de Meifu y eso estaba a punto de hacerles perder el tren a Tokyo.
Tatsumi estaba muy enojado, pues odiaba que se le estropeara la agenda de trabajo, que siempre llevaba ajustada al máximo para no desperdiciar ni un precioso minuto del día, pero su furia no iba dirigida contra Hisoka ni contra nadie en particular. Así que el chico tuvo que morderse la lengua para no recordarle que la idea del corte de pelo, para empezar, había sido suya y nada más que suya.
Saltaron al vagón justo a tiempo, antes de que las puertas se cerraran tras ellos, casi atrapando la maleta de Hisoka en el proceso. El tren se puso en marcha de inmediato, con una sacudida que casi les hizo perder el equilibrio. Antes de encaminarse a sus asientos, se quedaron allí, a la entrada del vagón, recuperando la respiración. Hisoka levantó la mirada hacia Tatsumi y vio que el secretario ni siquiera se había despeinado con la carrera. Tal sólo tuvo que subirse ligeramente las gafas, que se le habían resbalado por el puente de la nariz.
–Bien. Busquemos nuestros asientos –dijo, simplemente, como si hubiesen llegado paseando tranquilamente hasta allí, y se encaminó hacia las puertas automáticas que daban al vagón de pasajeros propiamente dicho.
Hisoka se quedó mirándole durante un momento, sin poder creerse su estoicismo. Finalmente, sacudió la cabeza y se agachó para coger de nuevo su maleta. Cuando el pelo no le cayó sobre los ojos al inclinar la cabeza, como solía ocurrir siempre, recordó de nuevo que ya no había pelo que pudiera caer.
El émpata apretó los labios, cogió la maleta y fue en pos de su nuevo compañero, recordándose que aquello había sido por el bien de su misión y que el pelo volvería a crecer.
Pero, mientras las puertas automáticas del vagón de pasajeros se abrían ante él, un nuevo pensamiento asaltó su mente:
Su pelo no había crecido ni un centímetro desde que se había convertido en shinigami...
*** ***
Por lo que sabía Hisoka, el teleportarse hasta Nagasaki y coger allí un tren hacia Tokyo sólo tenía como objetivo averiguar si ambos podían pasarse 7 horas y media encerrados en un tren sin cortarse las venas sólo por tener algo que hcer. Sin embargo, para Tatsumi, aquella era la mejor forma de encontrar tiempo para que el muchacho pudiera acostumbrarse a su nuevo personaje. Hisoka no solía interpretar a niños ricos, aunque provenía de una familia de clase alta. Sus padres no habían estado precisamente muy dispuestos a educar a su retoño en las normas de la etiqueta. Habían estado muy ocupados escondiendo las llaves del ático donde Hisoka se había pasado encerrado una buena parte de su corta vida. Por lo tanto, Hisoka no sabía ni distinguir el cuchillo del pescado de una cuchara de postre.
Tatsumi dijo que aprovecharían gran parte del viaje en repasar todo lo que Hisoka necesitaba saber sobre buenos modales, pero primero repasarían los detalles de la misión.
–Los Nakamori son dueños de una de las empresas financieras más importantes de Japón –le instruyó Tatsumi, sin levantar la mirada del increíblemente grueso montón de documentos que reposaban sobre su regazo. Hisoka le escuchaba atentamente, sentado frente a él en el compartimiento privado del vagón–, pero su familia es de origen británico, aunque no hemos logrado encontrar ningún vínculo con ninguna familia británica actual. Viven en Tokio, en una gran mansión en el campo, bastante alejados de la ciudad, con cientos y cientos de hectáreas de terreno que no se dedican absolutamente a nada.
Tatsumi frunció el ceño con desaprobación, mientras pensaba en toda aquella extensión de terreno desperdiciada. Hisoka no dijo nada, pero sonrió mentalmente, al percibir la suave onda de disgusto de su compañero. Cerró los ojos y recostó la cabeza contra el respaldo del asiento, disfrutando del sonido suave y tranquilo de la voz de Tatsumi.
–Por lo que sabemos, allí viven sólo el matrimonio Nakamori, Saburo y Sayoko, con un puñado de criados. Hasta hace unos meses estaba también el hijo, Ryoga, pero murió en un accidente, al estrellarse su avioneta privada mientras volvía de un fin de semana loco en Osaka. Pilotaba él. Por lo visto, su compañera de viaje se mostró demasiado efusiva en un momento poco oportuno.
–¿Tengo que aprenderme eso también? –preguntó Hisoka, abriendo los ojos, sorprendido.
Tatsumi esbozó una pequeña sonrisa pícara, que le recordó inmediatamente a Tsuzuki.
–Sólo quería comprobar que no te estuvieras durmiendo –Tatusmi bajó la mirada de nuevo hacia sus documentos-. ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Presta atención ahora, porque aquí es donde entramos nosotros o, mejor dicho, nuestra tapadera.
Tatsumi le pasó unos folios grapados. En la parte superior izquierda había una fotografía en color de un muchacho de la edad de Hisoka, bastante guapo y terriblemente serio. Eso era en lo único que se parecía a Hisoka... eso, y en el corte de pelo...
–¿Se supone que éste voy a ser yo? –preguntó, poco convencido.
–Ese es Ishida–kun, el hijo menor de la familia Ishida y único hermano del heredero de los Ishida, Aoshi –Tatsumi le enseñó otro folio con otra foto diferente. Este era un hombre de la edad de Tatsumi, pero con un rostro bastante más corriente y de ojos tan negros como su hermano menor–. Ishida Aoshi y Nakamori Ryoga fueron a la misma universidad en Londres. Todo está en ese documento. La familia Ishida posee una compañía naviera en Escocia. Viven en Edinburgo y los Nakamori no los han visto jamás en persona. Así que no nos costará hacernos pasar por ellos durante unos días. Por suerte para nosotros, Ishida–san tenía planeada una visita a Nagasaki, para controlar la construcción de un transatlántico de lujo, que está siendo llevada por la Mitsubishi Heavy Industries. Esa es una excusa perfecta para que el heredero de los Ishida aproveche para visitar a los padres de su difunto y querido amigo Ryoga.
–¿Y cómo se justifica mi presencia? –preguntó Hisoka, un tanto mareado por tantos nombres y datos.
–Sabemos que Ishida–san se puso en contacto con Nakamori–san para concertar los detalles de su visita y le habló de que llevaría consigo a su hermano Sosho, quien iba a viajar con él a Nagasaki para ir familiarizándose con el negocio familiar, así que tu presencia está totalmente justificada.
–¡Espera! ¿Cómo has dicho que se llama? –preguntó Hisoka, sobresaltado.
–¿Quién? –preguntó Tatsumi, a su vez, distraído, levantando la vista de los papeles.
Hisoka levantó el dossier de su "personaje" y señaló la foto con un dedo imperativo.
–¡Este tío!
–¡Ah! –Tatsumi volvió a consultar sus papeles–. Sosho. (1)
Hisoka lo miró fijamente.
–Será una broma –no era una pregunta. Era una exigencia irrefutable. La "mirada" había vuelto a sus ojos.
–¿Por qué? ¿Qué tiene de malo?
Hisoka siguió mirándolo fijamente, para descubrir si Tatsumi estaba tomándole el pelo. Pero no pudo sentir nada a parte de la misma confusión que se reflejaba en el rostro del secretario e Hisoka tuvo que recordarse a sí mismo que aquél no era Tsuzuki y que era imposible que estuviera burlándose de él.
Desgraciadamente.
Soltó un suspiro borrascoso y volvió a recostar la cabeza sobre el respaldo del asiento.
–Espero que los Nakamori sean lo bastante educados como para llamarme sólo "Ishida–kun."
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FIN DEL CAPÍTULO 2... En memoria de la maravillosa Katherine Hepburn (1909-2003)
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¡Hasta la próxima! (espero)
(1) Antes de que me preguntéis por el nombre de Sosho... (en la versión en inglés me han llovido reviews preguntándome al respecto) no tiene nada de malo, sólo que me recuerda a la palabra española "soso" y me hizo gracia. Supuestamente, Hisoka también ha llegado a esa conclusión, o no... ¿quién sabe? El caso es que Tatsumi tampoco entiende qué tiene de malo. ^_^
